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      Tres entregas conforman La más verbosa en el presente número de La Habana Elegante. Primero, un obituario que nos envía Gustavo Pérez Firmat (algo personal, íntimo, y que por lo mismo agradecemos de manera especial). A continuación, somtemos a consideración de los lectores el ensayo de Duanel Díaz: Orígenes, Lunes, Revolución, el cual constituye una primicia de su libro Límites del origenismo, de próxima publicación bajo el sello editorial de Colibrí. Finalmente, el artículo Raimundo Menocal y Cueto: el nacionalismo criticista, de Emilio Ichikawa. Tanto Ichikawa como Díaz han sido visitas frecuentes en La Habana Elegante, y a ambos les expresamos nuestro agradecimiento por continuar honrándonos con sus colaboraciones.
 

A cualquiera se le muere un tío

Gustavo Pérez Firmat 

Pero este tío mío no era un tío cualquiera. Era mi tío un tío especial. Era un tío vivo y ahora ya no lo es. Era un tío padre, como deben ser los tíos, y ya no lo es. Era un tío a quien quise sin reserva.  Era un tío que, tal vez, me quiso. Huérfano de padre: peor, huérfano de tío. Sin tino, sin tío. No me fío de una vida sin ti, mi tío.   

Qué lío éste el del exilio, porque nunca será un ex lío. Como mi tío es ahora un ex-tío. Existió mi tío y ya no existe mi tío y sólo me queda el desafío de quererlo más en su ausencia. Esto no tiene remedio, ni siquiera alivio. Me extravío. No me soy porque no es. No me estoy porque no está. Me falto porque me falta. Me duelo porque me duele. No habito su ausencia. Habito mi ausencia en él.  Si dejara de extrañarlo, me extrañaría. Si empiezo a desconocerlo, él no me reconocería. Estoy vacío.              

De todos mis tantos tíos, era mi tío el más hablador, el más inefable. Parco de muchas palabras, callaba hasta por los codos. Tomaba Chivas y chivaba. Acariciaba a golpes y no se guardaba.  Gandío, traía tablillas de chocolate en los bolsillos. Siempre fue Pedro por su casa y por la nuestra.  Enloqueció sin decir ni pío. Una tarde intentó matar a su hija. Se jugó todo lo que tenía. Murió en Nochebuena, solo -- jodío -- y exigió entierro sin velorio, misa o gentío. Quería borrarse, ansiaba el olvido. Pero yo me acuerdo. Y no te borro, tío.

In memoriam Pedro Firmat, 1918-2004.



Orígenes, Lunes, Revolución*


Duanel Díaz

      A las veladas críticas que le lanzara Vitier en la última lección de Lo cubano en la poesía, Ciclón, que en 1957 había dejado de salir en protesta por la represión de la dictadura, respondió en su último número, publicado unos meses después del triunfo de la Revolución. Contrastando con la elogiosa acogida que tuvo el libro de Vitier por la mayor parte de la crítica nacional[1], Raimundo Fernández Bonilla lo impugnó contundentemente, argumentando que el adoptar la “solución metafísica” de “recobrar los orígenes” había impedido a Vitier captar el sentido del 26 de julio y entregar un mensaje revolucionario[2]. Contra sus “nociones idealistas” de libertad y sacrificio, contra el mesianismo no sólo de Lo cubano en la poesía sino también de la obra de Lezama, quien, en la línea del romanticismo alemán, intentaría mediante el poema “salvar a la nación dotándola de sentido y revelándole su angélico destino”[3], Fernández Bonilla esgrime la idea sartreana del compromiso. Aunque publicada en Ciclón, su “Refutación a Vitier” representa cabalmente la posición de Lunes de Revolución, donde la crítica antiburguesa de aquella revista confluyó con la convocatoria a crear una cultura verdaderamente revolucionaria[4].
     En Lunes Heberto Padilla afirmó, por ejemplo, que “La poesía que ha de surgir ahora en un país nuevo no puede repetir las viejas consignas de Trocadero. El poeta que expresa su angustia o su alegría tendrá una responsabilidad por vez primera; al canto gratuito habrá que oponer una voz de servicio. A la retórica desmedida, un aliento físico, esencial”[5].  Y unas semanas atrás Antón Arrufat había sostenido la correspondencia de la obra de Orígenes, y señaladamente de Lezama, con el oprobioso pasado prerrevolucionario:

La generación de Orígenes con su quietismo, su posición aristocrática, su catolicismo estético, fue su más alta y final manifestación. Con ellos se cierra todo un ciclo de la historia y de la vida cubana. Ya no es posible, literariamente posible, una concepción de la poesía, por ejemplo, como una iluminación del ser mediante el éxtasis del Elegido. La suntuosa imagen de Lezama, su “elegancia” verbal, su noción de las esencias inmutables, su sentido ahistórico, la explotación de temas que no comprometen ningún valor, se corresponden con los grandes latifundios, las bellas fincas y los poderosos señores. Su obra, como la clase social que refleja, está liquidada[6].

     Tácitamente antiorigenista era ya el editorial del primer número del magazine, donde “los de Lunes de Revolución” declaraban que “ya es hora de que nuestra generación [...] tenga un medio donde expresarse, sin comprometerse con pasadas posiciones ni con figuras pasadas, posiciones y figuras que creemos en trance de pasar a la historia... si realmente lo merecen”[7]. Pues no sólo, leídas a la luz de los números sucesivos del suplemento, estas palabras aluden evidentemente a los poetas de Orígenes, sino que además los “sistemas de acercamiento a la realidad” que, después de confesar que no tienen “una decidida filosofía política”, los editores de la nueva revista dicen no rechazar –la dialéctica, el psicoanálisis y el existencialismo–, indicaban inequívocamente coordenadas muy distantes de las de Orígenes. La creencia en “que la literatura –y el arte, por supuesto– deben acercarse más a los fenómenos políticos, sociales y económicos de la sociedad en que vive” sería precisamente una de los fundamentos de las durísimas críticas a que los origenistas fueron sometidos en Lunes de Revolución.
    En ese mismo número inicial Lo cubano en la poesía recibió reparos semejantes a los de Fernández Bonilla en una breve nota firmada por Enrique Berros. Este crítico afirma rotundamente la imposibilidad de la existencia de una tradición poética en un país donde no existe tradición nacional –menciona el Pacto del Zanjón, la Enmienda Platt y el fracaso de la revolución de 1933–, verdad que a Vitier se le escaparía porque para él, representante de un “torremarfilismo punible”, ciego a los condicionantes económicos, sociales, políticos y étnicos, la poesía “no es un producto histórico”. Contra el idealismo de Lo cubano en la poesía, Berros trae significativamente a colación el hecho de que, a pesar de la esclavitud, “la poesía negra como manifestación nativa tuvo que esperar a Guillén y a Ballagas”[8]. Denunciando, en clara alusión al antiafrocubanismo origenista, el “horror a lo negro que perdura durante siglos”, afirma además que es la poesía negrista, frustrada por el fracaso de la revolución del 33, el intento poético que más seriamente ha tratado de plasmar “lo que es el cubano, lo que es realmente nuestro”. Es evidente que estas consideraciones no se limitan a polemizar con Lo cubano en la poesía, sino que proponen saltar de una buena vez en el libro de la literatura cubana por encima del capítulo “Orígenes” para encontrar mejores orígenes –o beginings, como diría Said– en la eclosión vanguardista-nacionalista de la que había surgido la poesía afrocubana.
     En el mismo sentido, a un tiempo que sostenía que Enemigo rumor evidenciaba que su autor no había entendido “el fenómeno de la poesía contemporánea” y que Orígenes representaba no sólo “el instante de nuestro mal gusto más acentuado” sino también “la evidencia de nuestro colonialismo literario”, Padilla sostenía en el artículo citado arriba que los poetas cubanos verdaderamente renovadores habían sido Florit, Ballagas, Pita Rodríguez y Navarro Luna. Semejante valoración de los poetas de la generación anterior a la de Orígenes es inseparable de la afirmación de que “entre el fracaso de los conatos revolucionarios de 1933 y la crisis que culminó en la única revolución que hemos conocido hay un vacío pesando sobre la obra de creación, anulándola.” Los de Orígenes eran, en opinión de Padilla, la más lamentable expresión de ese vacío y esa nulidad: “Sin clarividencia para entender su realidad, víctimas de un drama nacional que los rebasaba, impotentes para establecer profundas resistencias, diez poetas se reunieron para edificar y modelar una muerte sin grandeza”[9]. 
     El lapso entre las dos revoluciones, la del 33 y la del 59, fue para los jacobinos de Lunes una especie de tiempo muerto al que contrapusieron el aliento vital e histórico que pasaba como una chispa de la generación de Mella y Villena a la de Fidel Castro y Rolando Escardó. Comentando el mismo ensayo de Portuondo de cuyo contenido comunista había disentido Rodríguez Feo en su reseña de El heroísmo intelectual en Ciclón, “Pasión y muerte del hombre”[10], afirmó Calvert Casey: “El tono de continuidad y confianza llega hasta nosotros saltando sobre los últimos veinte años”[11], y aunque se refería sobre todo a la decepción histórica posterior a la revolución de 1933, marcada por las dos dictaduras de Batista y la corrupción de los gobiernos auténticos, el salto implicaba, para los que Casey llama “los jóvenes airados de 1959 y 60”, sobre todo un inmediato pasado literario dominado, al menos en la poesía, por Orígenes. De ahí que al final de su artículo se refiera críticamente a aquella “generación que políticamente defraudada optó por refugiarse en el barroquismo o en el hermetismo.”
     Lunes llamaba así a saltar por sobre aquellos “últimos veinte años” en los que, al decir de Baragaño, “entre nosotros han circulado mitos sobre la posición y tarea del escritor” que han sido “la razón fundamental de la parálisis espiritual de la literatura cubana, incapaz de raíz de enfrentarse con los problemas nacionales y con la crisis general del hombre”[12]. Las posteriores alusiones de Baragaño, en el mismo artículo, a una literatura nostálgica y pasatista que nada puede ofrecer al futuro, no pueden entenderse sino como tácitas críticas a Orígenes. De un lado: una literatura colérica y rebelde, que encara de manera raigalmente revolucionaria los conflictos del hombre contemporáneo; del otro, el apoliticismo, la torre de marfil, la “irresponsabilidad de la poesía”, cómplice, consciente o inconscientemente, de aquella opresión burguesa que la Revolución ha venido a destruir.
     Por ello el radicalismo de Baragaño, de estirpe surrealista y vanguardista, rechaza todo apoyo al nuevo régimen que no se funde en aquellos valores revolucionarios. No bastaba, en su opinión, con hacer “una declaración de “dientes para afuera” a favor de la Revolución” o “escribir un artículo sobre la Reforma Agraria o la soberanía nacional.” En lo que constituye una tácita respuesta a las declaraciones de Mirta Aguirre sobre la gratuidad de discutir entonces qué había sido Orígenes, toda vez que “lo que importa saber es si los que allí estaban, están hoy o no junto a la Reforma Agraria.”[13], Baragaño sostiene que

Una toma de conciencia de nuestra encrucijada exigiría no sólo una definición a favor de la revolución, sino también inscribirse dentro de las angustiosas preguntas del hombre contemporáneo que el existencialismo, el surrealismo, el marxismo han utilizado, y que constituye su empuje revolucionario. Es un sueño pensar que partiendo de Santo Tomás y Santa Teresa, de Maritain y de Claudel se puede inscribir una conciencia revolucionaria en nuestro proceso literario[14].

Si, con el típico disgusto de los marxistas ortodoxos hacia la iconoclastia, en “Pólvora en salvas” Aguirre cuestionaba la pertinencia de la ofensiva antiorigenista de Lunes, afirmando que “es ridículo que José Lezama Lima sea febrilmente debatido en estos instantes, como si del exterminio de su poesía dependiese la salvación de las letras patrias”, en “De la responsabilidad del escritor” Baragaño hacía aun más explícita la crítica a Lezama al señalar que “en un pueblo agobiado por una opresión política y económica sin paralelos era absurdo tener los ojos fijados en el pasado colonial, en los “señores barrocos” y en los conflictos de esos “señores”, que muy poco tienen que ver con los conflictos de nuestro pueblo.”
     No es justo, entonces, reducir la polémica antiorigenista de Lunes de Revolución a simple expresión de “crítica negadora” en la que confluyen mezquindad personal y querella generacional. Es indiscutible que, aunque hubo cierto debate en el seno del propio Lunes[15], “los jóvenes airados de 1959” se cebaron con saña desmedida sobre Orígenes, aprovechando en muchos casos la publicación de libros de Vitier y García Vega como Lo cubano en la poesía, Escrito y cantado, Antología de la novela cubana y Cetrería del títere[16].  También lo es que esa desmesura es inseparable de “la ausencia de una obra poética que en su momento respaldara la magnitud de la ofensiva”[17]. Pero el reconocimiento de todo ello no debe llevarnos a perder de vista dos hechos fundamentales: que la avanzadilla antiorigenista no se equivocó al señalar el fondo conservador sobre el que se sustentaba gran parte de la obra de Orígenes, y que el espíritu vanguardista que la movía no precisaba de la autoridad de obra alguna para proyectarse puesto que partía justamente del afán de establecer un novísimo punto de partida que trastocase las tradicionales jerarquías.
     Contra quienes atribuían las demoledoras críticas de Lunes de Revolución, que alcanzaron incluso a intelectuales que contaban con más reconocimiento público que los origenistas, como Jorge Mañach[18], al resentimiento de jóvenes escritores carentes de obra, Baragaño reivindicó el derecho a la negación recordando que no había sido otro el comienzo de toda revolución artística y literaria en el siglo XX. “Es necesario destruir los falsos valores, descarnar el esqueleto, lavarlo con el agua de la crítica, para ofrecer la verdad poética que a nuestra generación corresponde.”, afirmaba[19]. Y más adelante, en respuesta a “cierto crítico del pasado que se quejaba de que la poesía de la nueva generación tendía a lo desesperado, lo poderoso, lo lacerante” y que no era evidentemente otro que Mañach, el autor de Poesía revolución del ser declaraba que “La palabra debe ser manejada como una ametralladora”. Parecida legitimación de la violencia revolucionaria en el campo artístico e intelectual hizo César Leante en otro de los escritos que legitiman la ofensiva antiorigenista: “El Club de los moderados”. Replicando a Mario Parajón, Jorge Mañach y Anita Arroyo, quienes desde El Mundo y el Diario de la Marina habían pedido a los jóvenes de Lunes armonía y moderación, Leante culmina este artículo asumiendo para su generación la convocatoria de Sartre a “combatir apasionadamente en nuestra época”[20].  Antes ha dicho:

Se quería que no se juzgase la posición estética de la generación que nos precedió, la que se nucleó en torno a la revista Orígenes, que continuásemos aceptándolos como ‘maestros’ cuando ya la Revolución había hecho evidente que era la generación más incapaz que había conocido nuestra República. Se nos tiraba encima la ausencia de una obra y se calificaba nuestra rebeldía como ‘definición negativa’ [...] Muchos de nosotros no tendremos una obra, es verdad. Pero, ciertamente, la que poseen la generación de Orígenes está a distancias estelares de ser modelo para otras generaciones. A lo sumo tiene la virtud de ser un modelo negativo: ‘he ahí lo que no debe hacerse’.

     En mayor o menor medida informada por semejante iconoclastia, la nueva visión de la cultura cubana que trajo Lunes de Revolución era claramente antiorigenista, aun cuando no lo fuera de modo programático o declarado, como ocurre, por ejemplo, con el llamado de Casey a superar la heredada visión romántica del siglo XIX. Mientras Orígenes afirma su genealogía en aquel patriciado que se arruinó definitivamente durante la República, Cassey propone acercarse a la sociedad cubana decimonónica desde su base proletaria, “las grandes masas de desconocidos que vinieron o trajeron a la fuerza a conocerse a Cuba”[21].  Por su parte, en un artículo “En torno a la poesía y los poetas”, Ambrosio Fornet, que cita, significativamente, el ensayo de Gombrowicz publicado en Ciclón, acaso alude a los de Orígenes cuando habla de los “teopoetas” y del “superestado poético” como necesaria contraparte de la reacción burguesa del “no entiendo”, frente a los cuales llama a “escribir en nosotros y en hoy”[22].
     Como parte de la cruzada antiorigenista, Lunes legitimó a Piñera y señaladamente a su poema de 1943, en tácita refutación a los reparos de Vitier. En la nota que acompañó el primer acto de Aire frío, que por no estar firmada expresa el criterio de la redacción, se afirma rotundamente que “La isla en peso” es uno de los documentos capitales de la historia de la poesía cubana y absolutamente imprescindible al escribirse esa historia”[23]. En enero del año siguiente Rodríguez Feo publicó un ensayo titulado “Hablando de Piñera”, que es, hasta donde sé, el primero dedicado íntegramente a la obra del autor de Cuentos fríos. A través de un diálogo ficticio entre un crítico y un lector, el ex director de Ciclón apunta que “en La Isla en peso (1943) ya se esboza una modalidad de ver lo cubano novedosa y que rompe con todas las visiones almibaradas y esotéricas de Lezama y sus adeptos”. 
     Según Rodríguez Feo aquel poema constituye un valioso ejemplo de la reacción de Piñera frente a la actitud evasiva de muchos escritores de la época: al evidenciar “el tedio, la frustración, la ignominia, en que vivía nuestro pueblo”, La isla en peso daba auténtico testimonio[24]. De ahí que “El crítico” lo celebrara como un modelo de la “poesía renovadora” que el momento revolucionario exigía a “nuestros jóvenes escritores”. Muy a tono con la liberación total que veían en la Revolución los jóvenes escritores de Lunes, muy influidos por el surrealismo y la beat generation, Rodríguez Feo afirma, por último, que a pesar de entregar una visión de Cuba “muy pesimista y cruel”, hay al final del poema una breve nota de afirmación cuando Piñera da a entender que “el hombre es libre sólo en el ejercicio de su vida sexual, pues en ella nada puede frustrar el ímpetu creador”[25]
     Para refutar la acusación de sumisión a Lezama que le lanzara Padilla en el ya citado artículo “La poesía en su lugar”, que malinterpretaba uno suyo sobre Enemigo rumor, Piñera publicó su no menos célebre “Cada cosa en su lugar”, donde se autotitulaba “el poeta menos lezamiano de [su] generación lezamiana”, y después de pasar revista a su largo expediente antiorigenista –“Terribilia Meditans”, carta de rompimiento con Lezama, riña legendaria en los salones del Lyceum– y de repudio a la cultura oficial, de “salón” y de “concesiones” – carta a la directora del Lyceum, rechazando la invitación a participar en el Día del Poeta, carta a Baquero a raíz de su obtención del premio Justo de Lara –, presentaba como la prueba más irrefutable de su “insumisión” precisamente a La isla en peso. Este poema era, según su autor, “el antilezamismo en persona”[27].   
     Asiduo colaborador de Revolución y de Lunes, Piñera suma ahora a los reparos que desde los mismos años cuarenta había puesto, en público y en privado, tácita o explícitamente, a Orígenes, la acusación de apoliticismo. En “Pasado y presente de nuestra cultura”, publicado unas semanas después que “Cada cosa en su lugar”, sostiene que Orígenes constituye la culminación de una tendencia hacia el apoliticismo comenzada en los años veinte. “El Grupo Minorista tuvo, entre otros, carácter político. En cambio, el grupo de la Revista de Avance, a pesar de traer al país las nuevas corrientes literarias, hizo dejación de lo político. Finalmente el grupo Orígenes se encerró en el más categórico esteticismo. Si consigna hubo en este grupo no fue otra que “Arte por el Arte”[28]. Piñera identifica no sólo a Orígenes sino también a la Nueva Revista Cubana, dirigida en 1959 por Vitier, con el pasado, y a Lunes con el convulso presente revolucionario:

Los viejos, en vistas de que Orígenes no existía, se replegaron en la Nueva Revista Cubana, los jóvenes se agruparon en el magazine Lunes de Revolución. El tono de ambas publicaciones da la medida exacta del drama que se presenta. La Nueva Revista Cubana es todo mesura, respeto del pasado, en una palabra, es freno; Lunes de Revolución es replanteo, examen de conciencia, emplazamiento, y en una palabra, es ímpetu. Mientras Lunes de Revolución mantiene un tono polémico, la Nueva Revista Cubana se mantiene en los límites estrechos del conformismo cultural. Si no fuera por los jóvenes agrupados en torno a Lunes, se pensaría que el soplo de la Revolución no ha penetrado la cultura[29].

     Más afín a la vanguardia que a la ortodoxia marxista, esta valoración de la polémica y la subversión hace parte de la diferencia entre la controversia antiorigenista de Lunes y la sostenida años atrás por la comunista Gaceta del Caribe. Aunque opusieron al “idealismo” y el “torremarfilismo” de Orígenes el materialismo y el compromiso político, Padilla, Baragaño, Arrufat, Piñera y los demás no partían exactamente de los mismos presupuestos que habían llevado a intelectuales como Juan Marinello, Mirta Aguirre y Nicolás Guillén a condenar el “evasionismo” y el “hermetismo” del grupo de Lezama.
     Berros señala, por ejemplo, que su crítica al idealismo de Vitier no debe ser considerada marxista, pues el situar la cultura en el marco más amplio de la sociedad no es exclusividad del materialismo histórico. Y a esta declaración de principio correspondía evidentemente una idea de la poesía y del arte más abierta que la que ostentaban los comunistas. Es significativo, a propósito, que en “Nuestra poesía y la Revolución cubana”, Fernández Bonilla no sólo critica la posición de Vitier y los origenistas, sino también la de quienes propugnaban “una vuelta a una poesía objetiva”. Rechazando la idea de que la poesía ha de simplificarse para llegar a las masas populares, el crítico preconiza una “vuelta al humanismo” y una comunicación con el público que no implique sin embargo la pérdida de las ganancias fundamentales de la poesía moderna.
     Piñera afirma por su parte en 1960 que “la nueva literatura cubana” “debe ser un acto tan fehaciente como lo es la Reforma Agraria o como la nacionalización de empresas extranjeras. El nuevo escritor se expresará según su leal saber y entender; el nuevo escritor tendrá toda la libertad para relatar o cantar, pero al mismo tiempo no perderá de vista la realidad so pena de girar sobre sí mismo como lo hace un astro muerto en el espacio”[30]. Y a la figura de este “nuevo escritor” correspondía, claro está, la del “intelectual comprometido”, tan en boga en la época en que Sartre era el pensador más influyente en todo el mundo occidental. Fragmentos de su presentación de Les Temps Modernes fueron publicados, con la total adscripción de los redactores a las ideas allí expuestas, en el tercer número del suplemento, dedicado al tema “Literatura y revolución”, en cuyo editorial se declaraba sin embargo que ni la Revolución, ni Revolución, ni Lunes de Revolución eran comunistas.
     Después de afirmar que no eran tampoco anticomunistas, los redactores añadían: “Somos, eso sí, intelectuales de izquierda –tan de izquierda que a veces vemos al comunismo pasar por el lado y situarse a la derecha en muchas cuestiones del arte y la literatura.” Y reconocían tanto el aporte de los escritores comunistas a la “literatura de la revolución” como la posición “precaria” y luego “tristemente comprometida” a que fueron reducidos artistas e intelectuales en la Unión Soviética a partir de 1929. La denuncia del estalinismo era justamente el punto de partida de uno de los textos publicados en ese número del magazine: el manifiesto “Por un arte revolucionario independiente”, firmado en México en 1938 por André Breton, León Trotzky y Diego Rivera, que se había retractado posteriormente.
     Los tres célebres comunistas señalaban allí la diferencia entre las necesarias “medidas impuestas y temporales de autodefensa revolucionaria y la pretensión de ejercer un mandamiento sobre la creación intelectual de la sociedad”, y afirmaban que “si para el desarrollo de las fuerzas productivas materiales, la Revolución ha tenido que erigir un régimen socialista de plan centralizado, para la creación intelectual debe, desde el principio, establecer y asegurar un régimen anarquista de libertad individual”[31]. La utópica conciliación de estos dos regímenes era, al parecer, uno de los ideales de los de Lunes. Fue el propio Sartre, en un conversatorio con escritores cubanos publicado en un número del semanario dedicado íntegramente a su visita a Cuba, quien señaló la dificultad a que se enfrentaban cuando les advirtió: “porque en mi país todavía no he terminado de decir no y estoy tranquilo, pero en un país donde se dice sí, hay un problema especial [...]: Es que la autonomía del arte sea conservada al mismo tiempo que el arte recurre a la acción social”[32].
     Esa divisa define la tensión que anima las páginas de Lunes. La cuestión no era sólo llegar a las masas sino hacerlo sin rechazar la herencia del arte moderno; promover una literatura que no sólo reflejase la revolución sino que fuera ella misma revolucionaria; propiciar un intelectual que al tiempo que completamente engagé ejerciera plenamente su función crítica; lograr una cultura nacional que nutriéndose de todas las tendencias del arte y el pensamiento contemporáneo respondiera cabalmente a la situación cubana. Una noción de la cultura revolucionaria que, en resumen, tenía tanto o más de Ciclón que de Nuestro Tiempo.
     Bastaría recordar que Lunes dedicó todo un número a la literatura del absurdo, con textos de Piñera, Kerouac, Ionesco[33], para entender por qué Carlos Rafael Rodríguez cuestionaba “el nervio de su orientación estética”, alegando que “muchas veces se echa de menos en el inquietador semanario el entendimiento adecuado de las relaciones entre la obra creativa y el proceso revolucionario, de los vínculos de escrito y pueblo” y que “el ejemplo de auténticos creadores como Nicolás Guillén [...] muestra a las claras que no hay incompatibilidad alguna entre la literatura “comprometida” [...] y las exigencias formales”[34]. El propio Guillén no dejó pasar la ocasión del aniversario para expresar en el diario comunista Hoy señalamientos semejantes a los de Carlos Rafael Rodríguez y Mirta Aguirre, quien confesaba en la misma encuesta, aludiendo claramente a los artículos de Baragaño, que no le gustaba del suplemento “el surrealismo convertido en plataforma revolucionaria”[35]. 
     La discrepancia entre Piñera y Guillén a propósito del primer premio Casa de las Américas de poesía, cuyo jurado integraron ambos, refleja justamente la distancia entre un marxismo ortodoxo y la posición alternativa de Lunes. Frente a la prioridad que le otorgaba Guillén al contenido americano y político de Dios trajo la sombra, de Jorge Enrique Adoum, afirma Piñera: “yo no postulo el hecho poético desde lo social y lo político, desde lo pretendidamente americano, sino desde la poesía en sí misma, por sí misma y para sí misma”[36]. Unos meses después, sostendrá, sin embargo, que “El problema poético de los nuevos poetas consiste en resolver la ecuación: exquisitez más poesía para todos. El resultado es comunicación”[37]. Más que contradicción, habría que ver en la tensa complementariedad de estos dos planteamientos el propósito fundamental de conservar la autonomía de la literatura al tiempo que esta recurre a la acción social. Acorde a esta premisa sartreana, el poeta revolucionario ha de evitar los simétricos caminos del panfleto y de la evasión. Esa dificultad, y no la oposición al compromiso, marcaba la diferencia entre Piñera y los intelectuales marxistas que recién en 1956 habían comenzando a liberarse del lastre estalinista, entre Lunes de Revolución y Hoy Domingo.
     Resulta innegable, sin embargo, el sensible cambio en las ideas de Piñera que evidencian sus escritos en Lunes, sobre todo el “Diálogo imaginario” con Sartre. Si en un artículo de 1958 Piñera parecía identificarse con la protesta antiburguesa del autor de Ubu roi[38], en éste, publicado en vísperas de la visita del escritor francés, afirma: “Estoy contra Jarry, y, por ende, con usted, por esa protesta basada en la fatalidad, el anarquismo o como se le quiera llamar. Toda denuncia se autodestruye si se empieza por reducir al absurdo la denuncia misma”[39]. Sobre esas bases Piñera reniega de la sátira comunista publicada en Ciclón:

SARTRE: Usted emplaza a Jarry, pero olvida de emplazarse a usted mismo. ¿Cómo justificaría su pieza Los siervos?
PIÑERA: Comenzaré por desacreditarla, y con ello no haré sino seguir a aquéllos que, con harta razón, la desacreditaron. A pesar de ser un hijo de la miseria, me daba el vano lujo de vivir en una nube... Por otra parte, el ejemplo de la Revolución rusa seguía siendo para mí un ejemplo teórico. Fue necesario que la Revolución se diera en Cuba para que yo la comprendiera. Por supuesto, esta falla no abona nada a favor mío. Cuando los estudiantes dicen que la mayoría de los intelectuales no nos comprometimos, tengo que bajar la cabeza; cuando los comunistas ponen a Los siervos en la picota, la bajo igualmente. Pero no crea... Todo escritor tiene en su haber un Roquentin más o menos[40]. 

Como la surrealista –“Todo el mundo sabía que no bastaba con “el desorden sagrado del espíritu”– la actitud existencialista no se salva de este drástico proceso: “Frente a un tribunal revolucionario Roquentin sería fusilado en el acto. Es tan negativo y anarquizante como el Père Ubú de Jarry. Creo que esta negatividad usted la sintió cuando hizo el viraje de La Náusea a Los Caminos de la Libertad, es decir: de lo individual a lo colectivo. A partir de dicha obra usted se liga verdaderamente con el hombre”[41].
     De la negatividad individualista a la positividad colectivista, el viraje que aquí legitima Piñera significa, en términos marxistas, nada más y nada menos que el paso de la postura rebelde a la revolucionaria. Mientras en su contribución al número de Lunes dedicado a la literatura del absurdo, Baragaño defendía, al lado de la opción de “convertir a la literatura en un instrumento de combate al servicio de la ideología revolucionaria”[42], la validez y el carácter revolucionario de la rebeldía antiburguesa representada por un escritor como Henry Miller, Piñera se muestra aquí más cercano no sólo a la posición de Sartre sino incluso a la de los comunistas más ortodoxos. ¿No es sorprendente que quien había escrito en 1956 aquella reseña del libro de Milosz sobre el “terror rojo”, se refiera ahora laudatoriamente a “el ejemplo de la Revolución rusa” y, sobre todo, haga semejante referencia al tribunal revolucionario que condenaría al protagonista de La náusea
     Una autocrítica similar a la de su imaginario diálogo con Sartre encontramos en un importante ensayo de 1962: “Notas sobre la vieja y la nueva generación”. Allí afirma Piñera que el grupo al que perteneció en la década del 40 había cortado el “nudo gordiano” que une a la literatura con la política, y que la consecuente separación de las esferas y las funciones de la que partían los había llevado a “ver la vida de la nación sub specie literaturae”: 

Huyendo a la literatura panfletaria (teníamos una idea muy errada del panfleto, lo igualábamos al pasquín electoral) fundamentábamos nuestra protesta en una literatura que llamaría, forzando un poco el término, “abstraída”, es decir una literatura que eludía los primeros planos de la cruda realidad para darla pasada por un tamiz diez veces más fino. Por ejemplo, un cuento mío – La Carne – no es otra cosa que la protesta por los envíos de nuestras reses a los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, pero es, conjuntamente, una protesta sin eficacia inmediata[43].

     Piñera no reniega aquí sin embargo de “esa vilipendiada literatura del absurdo que es tan realista como la realista” de la que confiesa haber partido para escribir su relato. Pero la diferencia con la ortodoxia comunista en la comprensión de la nueva literatura revolucionaria se manifiesta sobre todo cuando, hablando de los escritores de la “nueva generación”, afirma:

Conscientes de que política y literatura están profundamente relacionadas y compenetradas, están en magníficas condiciones para expresar la realidad de la vida que bulle en torno a ellos. Ni hablar de literatura panfletaria. Esa era procedente (y nosotros no la hicimos) en la época de la reacción. En esta de la Revolución, basta con la literatura por sí misma. ¿Y por qué por sí misma? Porque ahora la Literatura es un apéndice de la Revolución, una rama más del tronco revolucionario[44].

Es claro que la relación apendicular que postula Piñera no implica para él subordinación de la literatura a la Revolución, sino más bien plena identificación. Puesto que en el nuevo contexto de transformaciones radicales la literatura es parte de la Revolución, hacer de ella su contenido, como hace el panfleto, carecería de sentido. En vez de propiciar una literatura panfletaria, el triunfo de la Revolución, sostiene aquí Piñera, la hace improcedente. Toda vez que el panfleto entraña necesariamente una exterioridad con respecto a la revolución, sólo se justificaba en “la época de la reacción”. ¿No daba entonces a entender Piñera que ahora, cuando de lo que se trataba era de expresar “la realidad de vida”, el panfleto era contrarrevolucionario?
     Sin hacerse esperar, en el siguiente número de La gaceta de Cuba aparecieron dos interesantes réplicas al ensayo de Piñera. Una, firmada por un antiguo colaborador del periódico Hoy, reivindicaba a los escritores adscritos al Partido Socialista Popular e inmersos en las luchas obreras a los que Piñera había obviado totalmente al identificar el apoliticismo de su grupo con una actitud generacional[45]. La otra, firmada por Roberto Fernández Retamar, señalaba igualmente que el desapego de la política no era, como afirmaba Piñera, propio de su generación sino de los escritores nucleados en torno a revistas como Orígenes. Fernández Retamar recordaba que ese otro grupo de escritores que no puede ser tachado de apolítico, “no son ciertamente “una golondrina”, y aunque no hicieron una revista continuada, sí hicieron verano. Tanto, que entre ellos se encuentran quienes son quizás el mejor cuentista de su generación, su mejor dramaturgo, su crítico de más rigor científico y una de las más originales figuras literarias cubanas: aludo a Onelio Jorge Cardoso, Carlos Felipe, José Antonio Portuondo y Samuel Feijóo”[46]. Lo cual debe leerse, evidentemente, como una tácita polémica con Piñera y con su canonización en Lunes, pues en ese momento ya era evidente, y hoy lo es mucho más, que era el autor de El conflicto y Aire frío, y no los que afirma Fernández Retamar, el mejor cuentista y dramaturgo de su generación.
     Es indudable que la nueva situación provocada por el triunfo revolucionario ha valorizado a estos escritores por el hecho de que “representan sin duda el costado de más preocupación social, política, de su tiempo, y son los que trasmiten a los más jóvenes el aliento de la extraviada generación del 33.” Y es el destaque de este nuevo valor lo que lleva a Fernández Retamar a disentir de la idea de Piñera de que la literatura revolucionaria ha de ser “literatura por sí misma”. Identificándola con la literatura pura, el joven crítico afirma que la nueva literatura se logrará evitando ambos extremos. Pero lo que me parece más importante destacar aquí es cómo el cambio de perspectiva que significó la Revolución determina la obsolescencia de Orígenes al punto de que Fernández Retamar, que en su estudio sobre la poesía cubana moderna, publicado en 1954, había compartido en importante medida la poética de Lezama y de Vitier, y que además había disentido en su momento de la polémica antiorigenista de Lunes, afirmando que aquella querella generacional ocurrió “por mero rechazo” y no “lúcidamente”[47], reivindica ahora justo a aquellos escritores que por su ideario estético y político estuvieron al margen del empeño origenista.
     En un ensayo fechado en julio de 1964 Fernández Retamar es más explícito en su distanciamiento:

Lezama ha podido decir que él se había propuesto hacer que la imagen encarnara en la historia. A tal extremo habíamos llegado. Pero ese extremo no carecía de grandeza. Allí donde la historia parece ininteligible, caótica y perdida sin remedio, cierta poesía pretende configurarla (mientras que otra, la llamada poesía pura, había aspirado a desconocerla). La imposibilidad de esta meta, sin embargo, es fácilmente predecible. Es la historia la que configura a la poesía, y no al revés: lo cual es hoy un simple lugar común. Incluso aquella poesía reacia, sibilina a ratos, era hija de su tiempo: hija espantada de serlo, pero que en su propio espanto y su propia repugnancia daba fe de esa filiación. El brusco cambio del tiempo va a explicarnos el cambio de la poesía, sin que podamos limitarnos a ver mecánicos reflejos en lo que implica experiencias, búsquedas y hallazgos personales[48].

Y en otro ensayo posterior, donde le llama a la de Orígenes “generación de entrerrevoluciones” y le reconoce el “costado positivo” que significa la salida del pintoresquismo que “había  sido la trampa de la generación anterior”, apunta que en ella “la racionalización triunfa sobre el razonamiento, la ideología sobre la ciencia”[49]. Como algunos de los colaboradores de Lunes, Fernández Retamar establece una filiación, antes que con Orígenes, con la “generación vanguardista” de Nicolás Guillén, Rubén Martínez Villena y Pablo de la Torriente Brau[50].
     También con esta generación, y no con la de Orígenes, se emparienta, según otro de los ensayistas más representativos de la década del 60, Ambrosio Fornet, la primera generación de escritores de la Revolución. Empeñados, como los de la generación del 30, en alcanzar “el crudo lenguaje de los tiempos”, los escritores revolucionarios “no querían oír hablar de beatitud en un mundo caótico y desgarrado ni de serenidad en un medio de contradicciones tan violentas: por consiguiente, debían negar a Orígenes en la medida en que Orígenes negaba la literatura como instrumento de comunicación y de aprehensión de la realidad –en la medida en que Orígenes era pura evasión estética”[51].
     Comunicación: he ahí una noción clave que, unida a la tesis del compromiso político, determinó la apreciación crítica de Orígenes en los años posteriores al cierre de Lunes de Revolución. Apreciación que, paradójicamente, en algo coincidía con la de Mañach, considerado, desde su ida de Cuba a fines de 1960 y sus críticas al gobierno revolucionario, un traidor a la causa del pueblo cubano. ¿No coincidía en algo el llamado de Piñera en Lunes a que los nuevos poetas conjugaran exquisitez y comunicación, con el llamado de Mañach, en su polémica con Lezama en 1949, a conciliar la expresión con la comunicación? Desde un punto de vista ortodoxamente marxista, Mirta Aguirre, por su parte, afirmaba en 1963 que “a mayor necesidad de comunicación –comprensión–, mayor necesidad de claridad”[52]. Y sus críticas al gongorismo y el hermetismo no dejan de aludir a Lezama, como cuando advierte que si el arte persigue la comunicación, la recepción del tropo ha de ser tenida en cuenta, “a no ser, por supuesto, que lo que se pretenda con la obra artística no pase de la auto-expresión. En ese caso es posible desahogarse con la misma irrestricta libertad de Narciso contemplando su propio rostro en el cristal de las aguas”[53].
     Los reparos de Mañach, Piñera y Aguirre confluían en la apreciación negativa de Orígenes predominante en los años sesenta. En su Esquema histórico de las letras cubanas, publicado en 1966, Raimundo Lazo afirma, por ejemplo, que “el grupo se caracteriza por la obsesiva expresión de un abstraccionismo metafórico, simbólico o alegórico, forma y espíritu que encubren la corriente emocional, barruntada, entrevista o simplemente presentida. De este modo, la poesía necesariamente deviene en mensaje cifrado, no ya para minorías, sino para iniciados, para los poseedores de una clave que no está naturalmente en el poema, sino en el ánimo del autor o en las especulaciones de la crítica”[54]. “Poesía más que asocial”, la de Lezama “vive fuera de la sociedad, en total desvinculación de lo real y cotidiano.” En sus ensayos “la idea se escapa en el arabesco verbal”. 
     Vale la pena destacar que Lazo valora positivamente la obra de Piñera, contraponiéndola tácitamente a la de Lezama. “En el caso de Piñera, a diferencia de muchos compañeros suyos de generación, lo poderosamente imaginativo se encauza en la creación artística sin afectar desfavorablemente la fuerza dramática de la emoción, antes bien elevándola estética y humanamente en grados de finura y eficacia.” Las narraciones de Piñera son, en su opinión, asequibles no sólo para la élite sino también como “relato socialmente viable”[55]. Por su parte Fornet, que no considera a Piñera parte de Orígenes, señala que sin proponérselo el autor de Poesía y prosa describe en sus cuentos expresionistas el carácter absurdo de la sociedad cubana de la década del 40 “y se convierte en su cronista más representativo: la historia ha hecho de su obra, ajena en apariencia a lo social, una verdadera crítica de costumbres contemporánea.”

* Fragmento del libro Límites del origenismo, de próxima aparición en la editorial Colibrí, de Madrid.

Notas

1. Luis Aguilar León, “Lo cubano en la poesía”, en Diario de la Marina, 18 de octubre de 1958, p.4-A; Manuel Pedro González, “A propósito de Lo cubano en la poesía”, en Revista Hispánica Moderna, abril  de 1959, luego incluido en sus Notas críticas, Instituto del Libro, La Habana, 1969; José María Chacón y Calvo, “Un libro revelador de Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía”, en Diario de la Marina, 15, 19, 21 y 22 de febrero de 1959; Mario Parajón, “Lo cubano en la poesía”, en El Mundo, 2 y 9 de noviembre de 1958, p. A-6.

2. Esta idea estaba presente en un texto anterior de Fernández Bonilla, “Nuestra poesía y la Revolución cubana” (Revolución, 26 de enero de 1959, p.5.), donde criticaba “la desdichada descripción del carácter cubano” –indiferencia, incapacidad para tomar nada en serio, naturaleza bucólica– que hacía Vitier en Lo cubano en la poesía. También afirmaba que la poesía de Lezama “nos da una falsa visión de nuestra contextura telúrica.” Además: “Si parte de la poesía de Orígenes tuvo como objetivo el descubrimiento del carácter cubano, erró estruendosamente, pues nos trae la impresión de un carácter vacuo, que bien que supo desmentirlo frente a la experiencia poética de origen, la experiencia de la Sierra.” Leonardo Acosta salió en defensa del libro de Vitier en un artículo publicado en el magazine dominical de El Mundo el 22 de febrero de 1959, “El señor Fernández, crítico literario”, que no me ha sido posible consultar. A este replica Fernández Bonilla con el ensayo aparecido en la última Ciclón.

3. R. Fernández Bonilla, “Refutación a Vitier”, en Ciclón, enero-abril, 1959, p.67.

4. Sobre Lunes pueden consultarse dos libros recientes: William Luis, Lunes de Revolución. Literatura y cultura en los primeros años de la Revolución Cubana, Verbum, Madrid, 2003, y Silvia César Miskulin, Cultura ilhada. Imprensa e revoluçao cubana (1959-1961), Xama, VM Editoria, Sao Paolo, 2003.

5. Heberto Padilla, “La poesía en su lugar”, en Lunes de Revolución, 7 de diciembre de 1959, p.6.

6. Antón Arrufat, “Idea de la Revolución”, en Lunes de Revolución, 16 de noviembre de 1959, p.15.

7. “Una posición”, en Lunes de Revolución, 23 de marzo de 1959, p.1.

8. Enrique Berros, “Un cubano en la poesía”, en Lunes de Revolución, La Habana, 23 de marzo de 1959, p.2. 

9. Heberto Padilla, “La poesía en su lugar”, en Lunes de Revolución, 7 de diciembre de 1959; p.5.
 
10. Incluido en Los mejores ensayistas cubanos, comp. de Salvador Bueno, Segundo Festival del Libro Cubano, Lima, 1959.
 
11. Calvert Casey, “Un ensayo oportuno”, en Lunes de Revolución, 22 de febrero de 1960, p.13.

12. José Álvarez Baragaño, “De la responsabilidad literaria”, en Lunes de Revolución, 11 de enero de 1960, p.3.

13. Mirta Aguirre, “Pólvora en salvas”, en Hoy Domingo, 13 de diciembre de 1959, p.2.

14. José Álvarez Baragaño, “De la responsabilidad literaria”, p.3.

15. Rodríguez Feo cuestionó el artículo de Baragaño que inauguró la ofensiva antiorigenista cuando aun no existía el magazine, “Orígenes: una impostura”, José Álvarez Baragaño, “Orígenes: una impostura” (I-II), en Revolución, 14 de marzo y 7 de abril, 1959. En este último número respondió Rodríguez Feo, afirmando la trascendencia de la revista. “Falsear los hechos, atacar personalmente al escritor no contribuye a esclarecer el fenómeno literario o a situar en su momento histórico la obra del artista. El intelectual que quiera contribuir a crear un estado de conciencia nueva para su país no puede partir de una actitud inconsciente y mezquina.” También en Revolución Carlos M. Luis salió en defensa de Orígenes en “De nuevo sobre el artista y su compromiso” (1 de septiembre de 1959, p.2.): “Creo que el movimiento poético que se gestó después de 1935 y culminó en Orígenes ha posibilitado buena parte de lo que hoy gozamos en Cuba. Existe un tabú sobre Orígenes porque las revoluciones, en su vendaval, nos hacen, a veces, ver las cosas a ras de tierra.” Una defensa de Lezama hizo Oscar Hurtado en un breve texto de presentación a “El coche musical”, en Lunes de Revolución, 12 de septiembre de 1960, p.15.

16. José Álvarez Baragaño, “Escrito y cantado, de Cintio Vitier”, 16 de noviembre de 1959; Pablo Armando Fernández, “Breves notas sobre poesía cubana en 1959”, 5 de enero de 1960; Antón Arrufat, “Una antología lamentable”(sobre Antología de la novela cubana, de Lorenzo García Vega), 16 de marzo de 1960, y “Saludo de una editorial” (reseña, entre otros libros, Cetrería del títere, de Lorenzo García Vega, y Lo cubano en la poesía”, 20 de junio de 1960.

17. Idalia Morejón Arnaiz, “Lunes de Orígenes. Notas sobre la reacción antiorigenista en Lunes de Revolución”, en El Caimán Barbudo, No, 283, 1997, p.27.

18. Heberto Padilla, “Mañach y La Marina”, en Lunes de Revolución, 2 de noviembre de 1959; Antón Arrufat, “Las armas de la reacción”, 7 de diciembre de 1959.

19. José A. Baragaño, “Una generación: ni dividida ni vencida”, en Lunes de Revolución, 7 de diciembre de 1959, p.15.

20. César Leante, “El Club de los moderados”, en Lunes de Revolución, 30 de noviembre de 1959, p.14.

21. Calvert Casey, “Hacia una comprensión total del XIX”, en Lunes de Revolución, 28 de noviembre de 1960, p.37.

22. Ambrosio Fornet, “En torno a la poesía y los poetas”, en Lunes de Revolución, la Habana, 11 de abril de 1960, p.13.

23. José Rodríguez Feo, “Hablando de Piñera, en Lunes de Revolución, 30 de marzo de 1959, p.6.

24. José Rodríguez Feo, “Hablando de Piñera”, en Lunes de Revolución, 1 de febrero de 1960, p.4.

25. Ibidem, p.5.

26. Virgilio Piñera, “Veinte años atrás”, en Revolución, 9 de octubre de 1959, p. 2.
 
27. “Pero mi insumisión no para aquí. En 1943, y como la poesía lujosa y verbalista me daba náuseas […] escribí La Isla en peso. Recuerdo que antes de su  publicación ofrecí una lectura en casa de Vitier. Hubo consternación general. “Hay sífilis en tu poema, y esto no me gusta” - me dijo Cintio. Por su parte, Baquero, en el Anuario Cultural del Ministerio de Estado, me enfiló los cañones. En cuanto a Lezama… Pues no salía de su asombro: ¡alguien se atrevía en Cuba a escribir un poema empleando un lenguaje que no era el suyo!” (Virgilio Piñera, “Cada cosa en su lugar”, en Lunes de Revolución, 14 de diciembre de 1959, p.12) En este artículo Piñera criticó Lo cubano en la poesía en los siguientes términos: “Es de sobra sabido que nuestros pretendidos críticos han tenido por norma absoluta ser respetuosos, mendaces y cobardes. Y por si esto fuera poco, verbalistas. En un pasaje de ese libro infortunado que se titula Lo cubano en la poesía, desliza Vitier esta frase: “La poesía, estética quiere penetrar...” [sic] A uno no le queda más remedio que sonreír burlonamente. Este infortunado libro está hecho, repito, a base de lugares comunes, de mezcla de adjetivo y sustantivo, y también, ¡no faltaba más! de puntos de vista que son flagrantes puntos de ciego... Pero dejemos que estos muertos se entierren entre ellos.” (p.11)

28. Virgilio Piñera, “Pasado y presente de nuestra cultura”, en Lunes de Revolución, 18 de enero de 1960, p.12.

29. Ibidem, p.13. En su columna de Revolución, “Puntos, comas y paréntesis”, Piñera, que firmaba con el seudónimo “El escriba”, criticó en 1959 en varias ocasiones a la revista dirigida entonces por Vitier. La Nueva Revista Cubana, 27 de junio de 1959; “Miscelánea”, 5 de octubre de 1959; “Más miscelánea”, 16 de octubre de 1959.

30. Virgilio Piñera, “La nueva literatura”, en Lunes de Revolución, 5 de diciembre de 1960, p.3.

31. “Una posición. Haciendo lo que es necesario hacer”, en Lunes de Revolución, 6 de abril de 1959, p.1.

32. “Sartre conversa con los intelectuales cubanos en la casa de Lunes”, en Lunes de Revolución, 21 de marzo de 1960, p.15. 

33. Lunes de Revolución, 1 de febrero de 1960.

34. Carlos Rafael Rodríguez, “¿Por qué me gusta y no me gusta Lunes”, en Lunes de Revolución, 28 de marzo de 1960, p.4.

35. Mirta Aguirre, “¿Por qué me gusta y no me gusta Lunes”, Ibidem, p.6. Nicolás Guillén, “Lunes de Revolución”, en Hoy, 27 de marzo de 1960.

36. Nicolás Guillén, “Nota sobre el premio Casa, 1960”; Virgilio Piñera, “Votos y vates”, en Lunes de Revolución, 15 de febrero de 1960, p.12.

37. Virgilio Piñera, “1960: reseña de poesía”, en Lunes de Revolución, 9 de enero de 1961, p. 20.

38. Virgilio Piñera, “Alfred Jarry, “joven airado” de 1896”,

39. Virgilio Piñera, “Diálogo imaginario”, en Lunes de Revolución, 21 marzo 1960, p.38.

40. Ibidem, p.39.

41. Ibidem, p.39.

42. José Álvarez Baragaño, “El absurdo y la rebeldía del escritor”, en Lunes de Revolución, 1 de febrero de 1960, p.16.

43. Virgilio Piñera, “Notas sobre la vieja y la nueva generación”, en La Gaceta de Cuba, 1 de mayo de 1962, pp.2-3.

44. Ibidem, p.3.

45. Gil Blas Sergio, “Una generación no es un grupo”, en La gaceta de Cuba, 15 de mayo de 1962.

46. Roberto Fernández Retamar, “Generaciones van, generaciones vienen”, Ibidem, p.5.

47. Roberto Fernández Retamar, “Poesía y Revolución”(diciembre de 1959) Cito por Papelería, Universidad Central de las Villas, 1962, p.232.

48. Roberto Fernández Retamar, “Sobre poesía y revolución en Cuba”, Ensayo de otro mundo, Instituto del Libro, 1967, p.82.

49. Roberto Fernández Retamar, “Hacia una intelectualidad revolucionaria en Cuba”, en Cuadernos Americanos, noviembre-diciembre, 1966. Cito por Ensayo de otro mundo, p.165.

50. “Es interesante ver cómo muchos de sus temas, muchas de sus preocupaciones, vuelven a ser asumidos en nuestros días, comenzando por el propio marxismo. Es evidente el nuevo interés que ha cobrado la presencia de lo negro en nuestros país, interés que hizo eclosión con aquellos hombres. También ellos se preocuparon por la unidad del continente nuestro, por nuestro carácter colonial, así como por los que entonces se llamó, bastante candorosamente, “lo nacional y lo universal”, todo lo cual se tradujo en un arte de voluntad nacional, genuina. Naturalmente que al ser retomadas lo son ahora, por así decir, a un nivel más alto de la espiral[...]”. Ibidem, p.163.

51. Ambrosio Fornet, En blanco y negro, Instituto del Libro, La Habana, 1967, p.92.

52. Mirta Aguirre, “Apuntes sobre la literatura y el arte”, en Cuba socialista, octubre de 1963. Cito por Artículos en Cuba Socialista, Letras Cubanas, 1985, p.272.

53. Ibidem, p.274.

54. Raimundo Lazo, La literatura cubana. Esquema histórico (desde sus orígenes hasta 1966), Editora universitaria, La Habana, 1967, p.220. Similares observaciones en “La literatura cubana en el siglo XX”, en Historia de la nación cubana, publicada bajo la dirección de Ramiro Guerra y Sánchez, José M. Pérez Cabrera, Juan J. Remos y Emeterio S. Santovenia, Editorial Historia de la Nación Cubana, S.A., La Habana, 1952, t. X, y La teoría de las generaciones y su aplicación al estudio histórico de la literatura en Cuba, Imp. de la Universidad de la Habana, 1954.

55. Raimundo Lazo, La literatura cubana, p.222.

56. Ambrosio Fornet, En blanco y negro, pp.87-88. 

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