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Inasibles de Soleida Ríos

José Kozer

     Leo a Soleida Ríos con fruición. A veces río (sonrío) otras me desgarro, siempre participo: es decir, su cruenta y necesaria escritura me insta a la íntima participación.
     Leo del Ce-ro, de los sueños, de los textos sucios: entrejuego de unos títulos suyos donde en un Soleida Riosextremo aparecen chapones, negros y azules percudidos, blancos espacios interestelares que una y otra vez se me dan a la fuga: procuro tapar intersticios, ranuras, no lo consigo: al extender la mano, tal y como me sucede cuando leo a Kafka, la palabra, su eslabonamiento, se me escurre entre los dedos. Y rumbo al otro extremo, sin horror, con movimiento natural, me veo obligado a sumergirme en los sueños, tropezar dentro de un desconcierto de brumas, entender que “si tengo zapatos y medias no soy espíritu”. Así, toda evidencia que salta a la vista, niega cuanto pueda existir más allá de esa evidencia. O vestimos zapatos y medias y no hay espíritu, o el espíritu no viste zapatos ni medias. A rajatabla. Y siendo a rajatabla, el próximo paso, más brumoso aún, es ver saltar ante nuestra atónita mirada al cero. Devorador. Indistinto. Ajeno. Asalta y hace recalcar el camino único de una escritura, camino donde el cero se identifica con la letra o, que no es exclamación sino conjunción disyuntiva, que obliga a una clara alternativa: o zapatos o espíritu (no hay que darle más vueltas al asunto, ¿verdad?). Su antesala bien puede ser el y/o de las posibilidades; mas dado el paso siguiente, sólo queda la rajatabla del uno u otro, ambas cosas no. Tengo zapatos y medias, por ende, cero: o sea, que no hay espíritu. Se acabó.
     Tienden a ser breves los textos de Soleida Ríos, aparentan ser planos, surgir sin esfuerzo. Su estructura es sencilla, su lenguaje no expolia el diccionario. Y sin embargo, ojo abierto de par en par, ahí todo se desvanece. Es inasible. Engañosa superficie plana, engañoso lenguaje natural (general y cubano). Leo, entro, me dejo llevar, y de repente me doy cuenta que estoy al borde de un precipicio (nada más natural) al que me ha llevado “un inacabable juego de suplantaciones” donde la ciudad de Placetas (¿placenta?) bien puede ser la capital del mundo; capital que suplanta a todas las capitales,viñeta y donde lo capital, una vez más, es entender que los países “no existen. Son una ficción para los cuentos y las novelas y para relleno de los periódicos.” Vaya broma. Y no. País es irrealidad. Por ende, ¿qué capital ni ocho cuartos ni la cabeza de un guanajo? País es irrealidad en un sentido mayor, disolvente al máximo: no se planta el zapato con sus medias en tierra firme, lo plano es curvo, lo curvo aboca a precipicios. Y ahí estamos, como el (la) que no quiere la cosa. No sólo en la irrealidad del país, o de Placetas capital del mundo, sino en la irrealidad de todo: por ello “El verdadero nombre de Cuba es Ofir.” Ofir bíblico, adonde parten las naves del rey Salomón a cargar oro. Oro del moro. Pues Cuba Ofir es oro del moro, por supuesto. Oro irreal de Patria irreal que es un Todo irreal. ¿Queda pues el Espíritu? ¿O quedan zapatos con medias? Queda, diría, desconocimiento, tragar quina de desconocimiento, vivir ebrio y sobrio, hacer escritura (sin desgañitarse) (con constancia de brevedad) y acostarse a dormir: algo despatarrado(a).
     Leo a Soleida Ríos y leo al poeta cubano Rogelio Saunders, y en ambos casos me veo de bruces ingiriendo de lo inasible: en el caso de Saunders todo se me escurre hacia abajo; en el caso de Soleida Ríos todo se me escurre hacia los lados. Una escritura desciende vertical y penetra lodazales de intangibilidad; la otra, cual araña bifurcada, se me va de lado, fuga y contrafuga, cangrejo merodeando cuevas, en un entra y sale de arena salpicando a ambos lados de todo movimiento, que se compenetra, desde una apabullante sencillez, con lo impalpable de los géneros, los alfabetos, los viñetapaíses y sus ciudades, una vestimenta que en primera y última instancia es “vestido de yerba.” Antonio José Ponte lo dice con absoluta claridad: “la errancia que le espera de un género a otro [a Soleida Ríos] sin que se atreva a cobijarlo ninguno.” Ah si fuera al menos “una luz sucia”; si Cuba fuera Ofir; o si hubiera, cual verdad última, “jagüeyes en la calle G del Vedado.” No hay: ni G ni Jagüey Grande, ni Placetas, ni Ofir. Sólo un vestido de yerba, zapatos y medias, la errancia de las suplantaciones y a rajatabla, desde lo momentáneo, lo inasible. 
     ¿Qué hacer? En principio escribir, del texto sucio al sueño, al cero: aparece ahí, y ya es algo, una casa pequeñísima donde está el poeta Ángel Escobar, ese “huérfano abollado.” Y aparece un mueble, su función es permitirle a la escritura, participatoria, “incrustarse en la materia del sofá.” Y aparece la extrañeza, que el sueño acoge y recoge, disuelve cada amanecer, a menos que haya escritura (parece que eso sucumbe menos): “Yo soñaba los ruidos, los sentía rugir. Eso es lo que me extraña, porque como los sueños son silenciosos...” Escribir, pues: y entrecerrar los ojos a los resquicios, la hendija por donde se precipitan, negro agujero, los sueños, los ceros, la letra o, el huérfano abollado, la pequeña habitación, toda materia vuelta sofá o zapatos, el ruido cuyo trasfondo es el silencio. 
     No es plano el texto de Soleida Ríos, su estructura sencilla oculta bifurcaciones interminables, inacabables suplantaciones, su lenguaje sencillo, prístino, como el de Kafka, ampara una verdad que no es verdad: “Sé que es la muerte (nos dice Soleida) pero también sé que no es verdad.” ¿Hay puesun gladiolo amarillo salvación? ¿Del resquicio inagotable del cero hay socorro, amparo, y más que salvaguardia, trascendente resurrección? ¿Ofir eterno, Cuba no abollada? La escritura de Soleida Ríos, ante esta disyuntiva, me dice por un lado: no me hagas reír que tengo el labio partido; y por otro lado me dice que dígase lo que se diga, todo se derrama por mano temblorosa o firme, del cristalino a lo inasible.
     Quiero terminar estas palabras de presentación con un poema homenaje a Soleida Ríos que escribí (el 12 de marzo del 2002) a mi regreso de La Habana, donde tras 42 años de ausencia, pasé (febrero) una semana (¿irreal?). El poema “narra” la presencia de un gladiolo amarillo que nos dejó Soleida Ríos a Guadalupe y a mí en la carpeta del Hotel Ambos Mundos el día antes de nuestro regreso: se trataba de una permuta, un equitativo toma y daca; yo le firmaba a Soleida mi libro y ella a cambio me dejaba ese gladiolo amarillo, que sólo Dios sabe cómo se lo agenció en aquella Habana de carestías. Publico el poema como un homenaje a Soleida y añado que en el toma y daca de aquel día, Guadalupe y yo salimos, de calle, ganando.

Responso

Traje de La Habana el gladiolo amarillo que me dio Soleida Ríos.

Incólume, en el florero de la sala su orín exterior alumbra a altas horas de la noche mi 
           insomnio vuelto de revés al mundo exterior, plagas,
           florestas, la Amada duerme plácida contemplando
           en pleno invierno el racimo de uvas de cristal: cesó
           la nevada, husmea la zorra, sólo yo comeré cera y
           cristal del plácido sueño de la Amada: y el gladiolo
           amarillo (ya adentro) desprende lumbre, mirad,
           mirad, abejas, maceradlas para beber hidromiel a
           todo lo largo de la noche: la lámpara, la lámpara
           Soleida Ríos.

Vuelvo el rostro, sólo podré sostener la mirada si permanezco insomne frente a la 
          Amada, sostengo el gladiolo amarillo a la altura del
          mentón, recodos del pensamiento, se me cansan los
          brazos, peor haber vuelto el rostro, a toda costa debo
          regresar a la sala, el gladiolo indisoluble en el florero
          sobre la mesa de camilla, ampárame Soleida Ríos el
          insomnio, por cada chispa una abeja, polen las
          chiribitas: los ojos entornados cada vez más abiertos,
          veo la imperfecta uva (exterior) (imperecedera) de
          carne y hueso, el fuego en las pupilas a su perfección:
          la uva redondeo de cristal, mastico, mastico, ¿cómo
          cruzo? Soleida.

Al unísono, justo en el preciso momento cuando me preparo un cocimiento de 
          frambuesa con miel de tomillo (una de sus virtudes
          aclarar la mirada) Soleida Ríos de espaldas ante una
          hornacina salva a una abeja, rebasa muros, a valles
          desciende vestida de lino, alcanfor, atraviesa potreros,
          entre aguas deambula, las piedras reconoce: cristal de
          cuarzo mastica, y me induce al camino (piedra pómez,
          contemplamos): aquí la esfera armilar, el mapa de
          mapas, al otro extremo la ciudad, una puerta de entrada
          (desvencijada) la escalera (pasamanos) atención, falta
          un escalón, balaustradas: y del mármol majagua, un
          pasillo, y por el pasillo llegamos (sin mayores 
          elucubraciones) al pie de la hornacina: de la mano de
          Soleida Ríos ferias de cristal, la Amada de espaldas, 
          campos floridos, el gladiolo amarillo a campos 
          restaurados.
 

De Soleida Ríos, autora o no

Antonio José Ponte

     En el prólogo a uno de sus libros, prólogo donde cuenta las vicisitudes industriales de un manuscrito para arribar a libro (primero la inscripción en una oficina de derechos de autor, luego el hallazgo de una editorial interesada), Soleida Ríos ha escrito cinco preguntas que pueden servir de reparo a casi toda su obra literaria. Las pronuncia un sujeto que tal vez sea el director del Centro Nacional de Derechos de Autor, de apellido Martínez Hijuelos y luego de nombre francés: Pierre Casterneaux. El sujeto hace las preguntas y, sin importar cuán contrarias sean las respuestas que puedan dársele, se contesta a sí mismo. Es decir, Martínez Hijuelo conversa con Pierre Casterneaux:
     “¿Hay aquí un autor?”
     “No, no hay aquí un autor.”
     “¿Hay aquí un género?”
     “No, no hay aquí un género.”
     “¿Hay aquí un argumento?”
     “No, no hay aquí un argumento.”
     “¿Hay aquí una filosofía?”
     “No, no hay aquí una filosofía.”
     “¿Hay aquí una escritura?”
     “No, no hay aquí una escritura.” 
     Puesto en duda autor, género, argumento, filosofía y escritura, el libro del que se trata no va a encontrar título mejor que Libro Cero
     Quien intenta la recopilación del diccionario de la imaginación de una demente ha de conservar Soleida Ríos (1996)escrúpulos acerca de su autoría. Autora o no, va a reordenar profecías: El libro roto. Compilará sueños ajenos: El libro de los sueños. (Llama la atención la recurrencia de adjetivos devaluadores -roto, sucio, cero- en sus títulos. Y la insistencia en llamarlos libros, por austeridad de la imaginación o voluntad programática.)
     Adoptar versículos de Isaías o Jeremías o del Eclesiastés, o leyendas del I Ching o versos de José Lezama Lima o un poema anónimo africano, lanzarlos otra vez como profecías, puede dejar en entredicho el concepto de autor. Una nota al final del libro donde éstas aparecen reza: “Por más de una razón quiso este libro (roto) hablar por otros y quiso además que mis pocas palabras salieran a veces de otras bocas o adquiriesen la hilvanación que les daría otra voz. He aceptado el mandato y, de igual forma, recibiría la condenación.”
     Para Soleida Ríos, autora o no, hay en el mundo mandato y condenación y profecías y libros con voluntad propia. ¿No reside en ello una filosofía? Pero lo sagrado (para llamar de modo rápido a lo que rige con mandato y condenación y se expresa mediante libro) no puede menos que resultar humorístico en ella. Y a pesar de no cumplir ninguna de las cinco condiciones que el Centro Nacional de Derechos de Autor estipula para considerar libro a un libro, su obra encuentra atención allí. Lo atestigua con tono de profeta el tal Martínez Hijuelo alias Pierre Casterneaux: “Otro rehusaría todo este valioso material... Sin embargo, he aquí el Libro, el Libro Cero, la primera sefirá, la vasija a la que se atribuirá desenvolvimiento, emanación y evolución de algo de la Nada, y cuyo semblante ya veo relucir en el plano de la más alta realidad... Porque no será éste un receptáculo del placer sin la luz, que es el gozo perdurable... Como antaño fue otorgado permiso a Rabí Shimón para que escribiera el Libro del Esplendor, así sello y justifico el inicio del viaje de este libro”.
     Tiene gracia que en una oficinucha de Línea y G, en el Vedado, un personaje como Martínez Hijuelos tenga tales expectativas cabalísticas. (Gracia del ridículo, pues lo grave de su parlamento vaMartínez Hijuelos cundido de erres arrastradas.) Soleida Ríos, autora o no, empecinada en las profecías (“y la cesta derrama el agua mala / y el tiempo muerto del reloj su hilo de arena / contigo y contra ti”) conoce cuán ridículo puede ser el furor profético. Y ha hallado, autora o no, un punto en donde se interceptan la profecía y la burla de la profecía, donde lo profético deja de ser grave y aparenta ser menos fatal: los sueños. 
     Proféticos (aunque también errátiles) como son éstos, todo cuanto adquiera la calidad de sueño se desplaza hacia su innegabilidad pero también va a su entredicho. Y dar con modo de narrar un sueño o pronunciar las viejas profecías, ¿no empuja a la búsqueda de un género? ¿No obliga a fajazón con lo que pueda considerarse un argumento?
     La escritura de Soleida Ríos, autora o no, pasa de lo que conocemos por poesía a lo que conocemos como prosa de ficción, ocupada ella, como cualquier contrabandista de frontera, menos en dónde está que en lo que esconde y trasiega. Trapicheo de sueños, en su caso. Un lugar donde coinciden sin demasiado escándalo los versículos sagrados y las instituciones como el Centro Nacional de Derechos de Autor, la profecía y su burla.

La Habana, enero de 2004
 

Poemas de Soleida Ríos

Cuerpo presente

Tensa la cuerda 
se deshilacha en sesenta flechas moribundas
en sesenta sonámbulos vestidos
en uno solo
en uno
en un cuerpo que cae 

yo no quiero morir
yo no quiero morir
no veo ya no veo
son las moles de tierra
las varillas eléctricas del miedo
la corriente del miedo

en este hoyo no percibo
no puedo ver no puedo
toda mi fuerza empuja estas moles de tierra
que se apartan y vuelven
vuelven vuelven

atrásCarlos Enriquez: Vigen del Cobre, ca.1933

no acude nadie   dios
no viene nadie
papá ya sé que estás ahí
dame tu enorme mano antigua
levántame   oh dios
virgen del cobre
ruego por ti   los juanes
ruego por ese niño huérfano que cargas

el hoyo se abre
abre la boca donde estoy
pero el agua es tan limpia
es el agua del brindis
para tu despedida en copas blancas
recuérdalo papá
hace ya tiempo
dame tu mano antigua
yo no quiero morir
échame el lirio la cebolla del lirio
la raíz de la tierra
yo no quiero morir

oh las moles
vuelven las moles padre
míralas cómo vuelven a encerrarme
en su escabroso pecho oscuro
yo no quiero morir 
sueño desnuda
sueño   no peso ya
pesan las moles
pesa el agua
el cielo es mármol   pesa
cierra la puerta padre
en paz descanse
en paz
 

Último rezo para los ojos del traidor

No existirán los pasos que no llegaron a la puerta
no existirá la mano que no toque o empuje
y abra la hoja clarísima
no existirá la voz
como un pez será mudo
como un pez vivirá bajo las aguas
aquel arroz que iba a su boca ya cesó
hilo de cobre será por donde pase el trueno y
tienda una música ronca un sol cortado en dos

como una sola vez los grandes animales se perdieron
como una sola vez las raíces del árbol
fueron pobladas por el humo del fuego fatuo
y por el diente de la hormiga
así se irá pudriendo en el camino aquella sombra
aquella sombra el gesto de una mano que fue
con cinco dedos con sus cinco sentidos
con su nombre y su cuchara ardiente
era dirán
en su ojo fijo ya no hay sueño.
 

Maleva y los niños en el paraíso

                               Los únicos paraísos no vedados al hombre
                                                      Son los paraísos perdidos
                                                                                J.L.Borges 

En el jardín 
y más al fondo, en los ojos de Maleva
los niños se tiran de los árboles. 

Aquellos niños puros que ya fuimosJorge López Pardo: For Sale, 2003
cubiertos por pañales blanquecinos
se tiran de los árboles.
Pero se tiran a morir
a que nos olvidemos.
Y se tiran riendo
porque disfrutan de antemano
la pena que vendrá
la desesperación en que más tarde 
o más temprano
sucumbiremos todos.

La muerte de los niños no está escrita.
Ellos la prefiguran en la rareza de sus juegos.
Ayer, si no es que hace un instante
o hace doscientos siglos
los niños figuraban ciertos juegos
como en una nostalgia de niños anteriores. 
(Los primeros, los últimos  que vuelven
a comenzar las filas
 ya no figuran nada, gritan
carne de momia carne de momia
queremos la cabeza del escudo.)
Quiénes simulan ser los últimos.
Quiénes son los primeros.

Los niños
hace un instante o hace doscientos siglos
entraron al jardín con papeles marcados.
Se tiran de los árboles.
Se tiran
 

Un poco de orden en la casa

                           Para mi hermana Olivia

Esto está oscuro y tiembla.
Mi padre, el padre del que todo lo puede
¿me ha mentido?

Yo decía si viro, si retrocedo
muero.
Vi a la gente gritar, vi a la gente
muriéndose, con pan sin nada que ponerleArturo Montoto: Elogio de la sombra, 1985 (fotografía)
pero gritando vivas verdaderos
en sus casas de tablas remendadas
caídas ya de frío y de esos vivas.

Vi a la gente, esa gente era yo
mi madre
mi padre loco en un cuarto enloquecido 
el padre de Renté que no aparece en mapamundis
ni en diccionarios ni en los coloquios internacionales.
Ese que digo no está vivo ni muerto.
Yo lo boté en el secadero.
Las monedas mensuales tiradas por esta mano mía
que no es mía ni es la mano de nadie
a la furia del viento y al camino de El Triunfo.
Me mandaron, ve y tíralas.
Boté lo que era mío. 
Más bien boté lo que nunca fue mío.

Ahora se dice abajo, en ese tiempo no
en ese tiempo éramos bellos
nos llamábamos bellos, gente con suerte
seres mágicos que cambiaron el rumbo
porque decían amar al pobre no es más que amar a Cristo.
Cristo está en los maderos

clavado en una cruz (hizo muchos milagros)
clavado en una cruz entre ladrones.

Mi padre, el padre del que todo lo puede
¿me ha mentido?
Sus hijos, los apóstoles, lo van a divulgar.
 

Z

Pasajera de segunda clase, pero no me detengo. El tren se encoge en los raíles y yo puedo parar en el tejado haciéndome la triste, mirar la luna y abruptamente abrir las dos mitades de mi cuerpo. Que me penetre ese fulgor. Yo podría parar en el tejado  sibilina  apuntando también para otro rumbo. De ningún modo el centro tibio con que el aire simula.

De niña deseaba ser campeona de ajedrez. Sí. Algo se precipita adentro de uno. Algo hace que uno José Montebravo: De la serie: Infantas del monte. Cachita con pichones, 2003deshaga su tejido de comienzo y vaya envuelta en una tela viscose salpicada de florecitas secas. Yo me zambullo, el tren es mi tablero de ajedrez. Viene el pitazo. Escucha. Yo estoy loca embrujada alucinada. Huele esta fuerte sangre azul... Quisiera que algún día me reventaras el anticonceptivo (...) y quedáramos en estado embarazado mío (...) yo te suelto en las calles encantadas y siniestras. Si volviera. Y si fuera otra vez... No hay más edad que el sueño. Fumamos en el tren cigarrillos rosados y se recuesta a mí la muchacha sin velo que iba flotando bajo la lluvia sobre la calle Prado, y tú con los anillos y el juez de paz con su gran libro y aquel otro detrás con un paraguas. Siempre he llegado tarde, o lejos.

Los árboles no son más que semillas. Después pasan de largo, rapidísimo. Suben los ciudadanos alemanes de Koln con sus alquimias y su alada catedral en la cabeza. Suben franceses erotómanos o tristes. Arlés. Entro en las viñas rojas. Entran y salen marselleses con agua del Ródano en la boca a soplarme el ombligo. Todavía se puede destorcer el viejo lío de las lenguas. Se puede hacer otra vez la Torre de Babel. Me levanto y escribo a altas horas de la madrugada en el vagón que se desliza como la luz en las tormentas del Caribe. Las estatuas son simples y amorosas. Están expuestas, solas. No sé por qué mis manos tiemblan cuando pinto el retrato de Cemí y lo escondo en la cabeza cortada de Fernando Séptimo. No sé por qué en los portales del museo de la ciudad y no en Trocadero ciento sesenta y dos. Deberá ser la niña que lo hace. La niña que iba a mirar el agua de la bahía, buscando otra que se le pareciera, la que se aferra ahora a mi brazo, halándome. Yo, que no me detengo en ningún destino.
 

Martes 13 en el Mar de los Sargazos

                                         a D. Morales

Hay una franja oscura   sí
es alquitrán
bajo desovan las anguilas
los peces muertos vienen a comer de mi boca
esto no es el jardín de las delicias
no vamos a inaugurar el amor
no inventaremos nada
(si acaso en sueños
encarnemos alguna turbia profecía)
somos impuros   sucios
vivimos en el mar de los sargazos
los otros animales echan su gelatina y nos envuelvenReinaldo Pagán Ávila: Memorias de la navegación
abren sus colas rígidas y el filo corta el agua mala 
y nos envuelven
y esos ojos abiertos nada dicen
no hay noticia
del otro lado están ladrando en círculo los perros
y más allá los lobos aúllan a los perros
y el cuerno de sigilosos cazadores 
les toca las espaldas
no hay noticia
no tenemos noticia 
ninguna luz futura sustituye o aclara 
este día ingrávido
estos montones de brillante basura
si abro mi cuerpo para que sea tocado por la vara de un ángel
es mentira
comemos y entregamos carne del demonio
beso y maldigo en ti a los hombres que vendrán
beso y maldigo a los que un día
me construyeron y me devastaron
no tenemos noticias 
estas aguas son gruesas   pestilentes
somos un solo objeto oscurecido
estamos solos y acompañados como el mundo
desesperados como el mundo
nuestros cuerpos tienen nostalgia de otro cuerpo
viven con la nostalgia de otro tiempo
no hay noticias
lo que hacemos nos mata
y lo que nunca hagamos también nos matará
abre mi cuerpo   tú
con esa suavidad que me es desconocida
invéntala ahora para mí
cierra los ojos
haz que demore ese dulce fluido de otra noche
de otra curva distante
lejanísima.
 

Última noche de Zamfir

una mordida y otra mordida y el punzón astillado
y la mano y el muslo con su marca y el cuello
con su marca creciente y el pómulo deshecho con su marca

son los dientes del fuego los mismos dientes de la ira
así se muere acaban la semilla y su doble
y la carne se estruja
la carne negra de la rosa
la rosa aquella abierta al aire sur
ya no es más rosa ni pétalo caído ni yerba seca
el círculo polvoso se mueve en ácida espiral
mueve la cama disoluta
mueve la lámpara y apunta
mueve el collar de piedras mueve el mimbre
y la cesta derrama el agua mala
y el tiempo muerto del reloj su hilo de arena 
contigo y contra ti

esa escoba te barre te va a barrer
grita si puedes abre la boca y grita
si aún puedes respirar
si te puedes mover en otra flecha
arranca el calendario de fin de año y tíralo
arranca el pez de plata de ese charco y tíralo
arranca del espejo tu corazón podrido y tíralo
en el hilo se mueve la manzana
arráncala de un golpe y tírala

Un soplo dispersa los límites del hogarSandra Ramos: La muerte del pájaro que habitaba mi alma, 2000

¿apuntalar al niño alucinado?
¿sacar la cascarilla del vacío
hecha pasta de más de veinte años 
en su pasmosa deglución?
¿alzarle el cordón de los zapatos?   ¿mostrarle
mira esta es la punta de pie
hay un seguro en la punta de tu pie? 

todo fue un espejismo   los árboles no huyeron
era mentira la velocidad
nadie se fuga a doscientos kilómetros
por hora adentro de tu ojera

mira cómo se agolpa la gente en las esquinas de los parques
oyendo bramar como un bendito al toro que es capado
mira cómo se van en la distancia
las máscaras 
en fila
despacio
sonriendo
otra vez a esperar
las píldoras del próximo espectáculo

apuntaste tu corazón para la lluvia   era mentira
la lluvia estaba detrás de los telones
compréndelo    el mundo está lleno de telones
la casa simula ser la casa y la lluvia simula
y lo que moja el falso techo no es más que fango diluido
pero el cuerpo también  -en sus dos aguas- simula ser
el cuerpo era mentira
no hubo padre ni madre sino un cielo prestado 

adonde fuiste a colgar unas palabras   auxilio
el columpio se mece el planeta se vira de revés

compréndelo
la luz se invierte   simula ser la luz
no es el tiempo el que dicta la corrosión de las palabras
allá en el tiempo de los asesinos
un niño terriblemente alucinado glorificó su edad
era mentira

ahora mismo presente pasado y porvenir
se juntan en el vano de la puerta
enséñales la punta de tu pie
son solamente víspera   compréndelo
traga el veneno a fondo
el mal simula
el bien simula ser el bien.

Poemas de El libro roto ( Poesía incompleta y desunida, 1987-89)
 
 

Cobar Cobar... ¿no oyes...?

Cobar 
               Cobar
                             Cobar...

Pájaro carpintero sobre la palma
(negro el penacho...

En la sabana todo parece verde,
pero esa palma, ¡oh, esa palma!* )

Pájaro
Carpin
TeroAngel Escobar, foto de Nelson Villalobo

Cobar
Cobar
Cobar...

Incomprensible
InútilMENTE.

* Virgilio Piñera, "Palma negra"

(20 de febrero y 5 de marzo, 2003)
 

Ángel Escobar. Excogitar La Rueda.*

Dice:
“Hombre untado de negro. Ojos rojos”.

Dice:
“Manojo de palmitos 
de algarabía, de cabezuela
ramas flexibles...
Son de taray, son de retama
yerbas que todavía despiden”.

“Está en la garita de centinela y mira en torno”.
Dice.
Esto es así: vigila.
Y el vigilado soy, es él.
Sólo un vaina.
Sólo un paje de escoba.

Ah, vivaz indígena de Oriente
familia radical, largas cañas 
cilíndricas, desnudas
con penachos de espigas
flor verdosa y tan extrañas brácteas.

Escobar.
Abajo, hacia abajo, hacia más abajo.

El varillaje de un paraguas tiende hacia abajo
pero esa, no otra es su normalidad.
En cambio, él, yo padezco 
parezco un papiloma. 
Todo excrecencias soy.
Una hipertrofia de lo que fuera
su  / mi normalidad.

Otro hombre. Otro.
 (La Rueda) Acuclillado
los cabellos como carbunclos.
Enloquece.

Una vez tuve ramas angulosas.
O así me vi.
Verde, lampiño, con flores amarillas.
Y en racimo pulido... No, 
podrido.
Negruzca la semilla
amargosa, babosa
canchalagua (en Honduras).
Disuelto, en cataplasmas
formo, podrías formar... es un decir,
hasta una bandolina.
Ah, pero untado de retama de guayacol, no sé.

El que enloquece piensa 
en los misterios eleusinos

Euforbia... Sitio sombrío.
Ramas de tamujo, ramas de cabezuela. 
Cabeza.
Cabeza negra. Si es que madura,Roberto Diago: Yo y mis cosas
fruto rojo.
Escoba amarga
(o mastuerzo: torcido, torpe, divergente
hojas glaucas)
o escobajo
raspa de un racimo de uvas
¿que yo fui?

Una vez dije ser Calímaco.
Agua seca, palabras secas.
Llevaba un charco de sangre negra
en el pulmón.

La Rueda.

Una mujer que asciende (..).
Una mujer detrás del brazo izquierdo.
Un hombre detrás del brazo derecho.
Enloquece.
El buey reposa.
Aparece un negro.
Horrible, lo desfigura el fastidio.
Cuando se despereza, no.
Cuando se desespera, de pecho a pecho...

Abundo, abundo.
Escobar.
Escobazar... ¿Rocío?

Cepo.
En ángulo, una doble, ordinaria cortadura
raja la punta de mi oreja.
Y ya, antes, sangró, ¡recuerda!, junto a los cerdos
en una lejana nochebuena.
Pero me LEVANTÉ en las minas de El Cobre
un día de 1731.

Abundo. Abundo.
Escobar... barre.
Barro y barro. Y barrer nunca
te habrá premiado. Nunca consigo
que este Aquí (discútelo por fin 
si se te antoja) brille. 
Ni siquiera una vez.

¡Barre!
me dicen desde que nací, me dicen
ahora que estoy muerto.

Pero yo abundo. 
Abuso.
Escobar.
Escobillar.
Escobillar el suelo, ¡lustradlo!
Cerdas de alambre, raíz de zacatón
corta y recia para suelos y trastes.

Broza bruza bronco brucero...

Se ve ascender un hombre negro, está lleno de pelos
Manto rojo, tintero negro.
Abre el libro, repasa lo que llega y lo que se va..
Escogita. Luego deviene sitio solitario
(¡ñinga!)
porque en el Diccionario de la Lengua 
LO NEGRO es   torba.
Todavía. 

Broza, bruza, bronco brucero.
Ruedo (roto) entre cielo y tierra.

Sí. Un agujero elíptico abría en dos mi cabeza.
Pasaban cables, cadenas. Las cadenas.
Écubier
Negros lindos del barracón.
Haitianos del barracón. 
Jacobo, Juliana, Francisco, Ta José.
A veces caigo boca abajo.
Ay, Madre.
Quise abrevar en el rocío
como una flor silvestre.

Vuelve un hombre con cara de caballo etrusco.
Vuelve el fastidio.
Pesa el vientre, lo que está dentro, oculto.
Signos que no me dejan descifrar.

Breñal. Abismos. Rueda. Resplandores.
El marabú suspira antropomorfizado.
Yo, un algarrobo. 
Excobar.

*"La Rueda" (Dador), José Lezama Lima

4-5 de mayo, 2002
 

INCURSIONES / peldaños

Lo fatal es cobar.

(... Y nunca osé inscribir 
el nom plus ultra: ¡qué 
cojones! Un diamante...)

Subía una escalera. 
Subía yo hasta el fin 
una escalera
re tor ci da.
Peldaños negros, peldaños blancos...
Llegué a aquella ventana.
Cuántas ventanas vi, ¡cuántas
me proyectaron hacia abajo!

(Yo soy el Rey, a mí me ronca.)

Caí.
Me desprendí
(a correr como en aquel potrero en Sitiocampo
picoteado de garzas...)
Sí.
Buscaba contemplar una pizca de infinito.

Me equivoqué (acezante...
me convirtieron en jironesAngel Escobar, foto de Nelson Villalobo
carne manida...
 o carne de cañón)

No soy el Rey
No soy.
¿Hay espejismos o hay iluminaciones?

Por orden del Director subí a La Escena
y dije unas cuantas sandeces
(una bandeja, una botella, un trapo...
je ne sais pas je ne sais pas… je ne suis pas… !)
Y dije:

_ Como veis, hasta los perros de la jauría del rey
ladran en su compás siete por ocho...

Otra sandez.
Me fui.

(Choncholí se va pal monte...
“¡Cógelo...  Cógelo...!”)
El Rey se va
gastado como un hollejo de naranja.

Caer era dulce. 
Bogar bogar... En seco (Era
color rosado en las novelas)
Bogar bogar..
Ascenso.
Clímax.

Díjome
ven, ecobio.
(Ni dienteperro ni cuchillos ni pólvora
ni Un Gran Barco Podrido...
La Mierda Axial.) 

_ Un excusado. Sí.

No.
Ven. 
Verás...
Dijo.

12 de marzo.

(Apunte: 31 de enero, 2003)
 
 

R.M.Ferret / para armar caballeros s.a.*

             Todos mis libros
                 son  iguales

                       y

                   tienen
          los dientes amarillos.


___________________________

*para armar caballeros: Aguda percepción... allá en el umbral de los noventa. Libro armado, desarmado, retirado... Poemas sueltos, en Cubaneo (revistalternativa...!). Sí. M.R. Ferret discurre (con “aguaje”, en la vida interior; sin “aguaje”, en la vida futura) en los márgenes, en  las laderas, en las afueras...Y el buey: talán... talán..
A estos tres textos les llamaré, por tanto,   TRES RAJADURAS, TRES VIGILIAS. ¿Por qué no?
 

El agua de coco hervida empolla la lechuza

¿Estaría M. R. Ferret también en La Hecatombe?
Angel Acosta León: Rostros y crucesSubrayar para magnificar.
A eso me obligan mi poblado onirismo y la celeridad. 
Me obsede un solo pensamiento: La Hecatombe fue suceso personal sólo porque los 
implicados no lo saben. Quiero decir, no lo saben aún.

M. R. Ferret contesta, desapasionada o cautelosa, “mienten, mienten...”, cuando le he 
preguntado si estaba o no.
Ahora ella misma es quien toca a la puerta y oigo que dice con sonrisa dulzoide:

_ ¿Es  El Baluarte...?

Yo respondo ¿El Baluarte...? Quizás sí. Quizás no.
E insisto terca, empecinadaMENTE, ¿estabas o no estabas, por fin...?

M. R. Ferret  contesta sin mirarme  “mienten... mienten”. 
Después, como le es dado, dirá para ella misma, entre dientes, seseando: 

_ Estoy sobrado de sospechas.

¡Habráse visto!, arguyo.
Ah..., personas que habíamos crecido. Personas que habíamos celebrado la Filosofía...

M. R. Ferret, alejándose, cantará para ella misma... ( como siempre, en fa menor)
“presencia, pasto del terciopelo...
indiferencia excrecencia reticencia... 
Yo, yo que leí y protagonicé las hazañas del rey Arturo...”

Entretanto, pasará también por mi cabeza la lechuza...
Y  volveré a gritar como ayer noche ¡SOLAVAYA!

(1998)
 

                   DE BIG BURGUER O PERROS DE MADRE *
 

                                         Un ave hermosa
                                          orinará en tu sexo.
                                          Recuérdalo, María.
 

________________________________

* Ediciones De los milagros  (ejemplar único y artesanal, Uruguay, 1995).
María Gravina Telechea, deípara, exguerrillera, nacida en Uruguay, (y en Alamar, La Habana) Premio Casa de las Américas, 1979 (Lázaro vuela rojo). Después, (en el segundo exilio, allí, en Montevideo) La leche de las piedras, siempre en las orillas de la calle Libertad. Cuando una bomba artesanal le estalló entre las manos ya escribía versos pero, entonces eran blandos.
El poema parece extraño fuera de La Belle Equipe, libro Sin Autor que hilvana Soleida Ríos, negra carabalí.
 

Therese Terziver

Je ma appel Therese Terziver C. Vivo en la Casa Prestada. Hay un muro, una fachada oscura y creo que algunos arbustos de jardín. Eso, visto desde la calle, o, mejor, desde las otras casas. En realidad no hay calle, ni caminos, ni casas. Acarreo sacos de vianda y leña y los coloco al borde de la vereda.Antonia Eiriz: Vecinos (tinta, cartulina, 1963) Soy delgada, hecha de junco y mis manos son blancas y ágiles y nerviosisimas, con finos dedos que antes se movían como pájaros sobre el blanco y el negro. Hablo y maldigo. Miro de frente, a veces contra mí. Voy al conuco, escarbo, meto las manos en la tierra, vuelvo... Vuelvo cargada y lo que traigo parece no pesar. Sacos de vianda, carbón, leña y más leña y siempre algo que no sé lo que es. Los sacos, el carbón y la leña quedan al borde de la vereda. Son un montón perfecto, alineado, compacto. Listo para que vengan a comprar...

Mientras cargaba o me afanaba en la perfecta alineación del bulto pensé en irme y pensé en venderlo todo antes de irme. Todo lo que es y ha sido mío. Ah, y maldije. Siempre he sabido maldecir. 

Para  Therese Terziver, irse será acompañar a su esposo e hija (o hijo) hasta un sitio lejano donde es probable que él viva o trabaje. “Lo he decidido”. Pero es que la preocupación por la casa y por las cosas de la casa (que, suponemos, son pertenencia de los dueños) hacen que Therese Terziver olvide aquello que no sabe lo que es y maldiga tres veces. “Mal rayo parta...” 

Miramos desde atrás, desde el conuco, todo el panorama de posibilidades, las defensas, los flancos débiles de la casa. Therese Terziver. Yo, mi persona. A la izquierda, en una brusca caída del terreno sembrado, un solar. Ropas tendidas, gente, con cara de sí es no es, asomada a endebles balconcitos y a ventanucos abiertos precariamente en gruesas paredes amarillas. Al frente, un muro de altura humana, hecho de piedra o barro, mohoso, envejecido. Cualquiera que saltase se daría cuenta de que la casa estaba sola y en la mayor indefensión.

La única idea que se me ocurre es enrejar el frente de la casa y quizás el lado colindante con el solar. Fortificar el frente y el flanco izquierdo... ¿Pero  a quién se le ocurre? Therese Terziver, harta, dice “lo que es a mí me gustaría sembrar...” También le oigo decir que le habría gustado dejar a alguien en la Casa Prestada.

_ Ah, pero me encantan la Sala de fanáticos y La forma Q.

Lo dice Therese Terziver, la misma Therese Terziver, y agrega que la forma Q la aprendió en un lugar que ha olvidado, como ha olvidado siempre, de día y de noche, donde quiera que va, aquello que no sabe lo que es.

_ Irme. Lo he decidido.

Y si irse es ya una decisión, Therese Terziver, por Dios, conmueve pues al Director... Eso se ha hecho. Y solo por decirlo, me corresponde adelantar, recorrer el camino, ensayar el irse de Therese Terziver, el irse lejos, con esposo, con hija (o hijo), ir al Municipal, a la oficina aquella de poca luz, en bajos, seca, laberíntica, preguntar por el Director, verlo (tal cual es, esa figura chiquitica y trigueña con los pulgares  inflamados)... Te dirán que se llama Fernández, preguntarás por  Fernández, irás a verlo... 

Therese Terziver maldice. Llena mi oído, su propio oído de improperios.
Miro con avaricia el conuco al fondo de la casa prestada. Aire, tierra olorosa, varios cangres de yuca, bejucos de ñame florecido, relucientes hojas de malanga. En el borde de la vereda, el montón perfecto, alineado, compacto de las cosas que venderá Therese Terziver. Pero es curioso. Entre los sacos de vianda o de carbón y los haces de leña he deslizado el esqueleto intacto de un sofá y encima veo aún, fíjate bien, Therese Terziver, cuatro o cinco de las teclas del piano. 

3 de enero, 1997 y
13 de febrero, 1999

De La Belle equipe (en preparacion


La Azotea de Reina | El barco ebrio | Ecos y murmullos | Café París | La expresión americana
Hojas al viento | La lengua suelta | En la loma del ángel | Panóptico habanero | La Ronda | La más verbosa
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