La Ronda, la página que La Habana Elegante dedica a la ciudad, ofrece esta vez una selección de poemas cuyo ámbito es el de La Habana.  No se trata de una antología de textos sobre la ciudad, sino, en todo caso, de las marcas del lenguaje en el que poesía y ciudad se con-funden en un mismo cuerpo, en una misma zozobra, en un mismo destino.  Esperamos que nuestros lectores disfruten de su lectura, y que se animen a caminar la ciudad de otra manera, o a esperar a que pase "el poeta inquietante / que ha tenido el designio asombroso / de [llevarnos] a morir / a los pies inmortales del poeta de bronce".
						A ser para siempre un león en el Prado 
						  
						Una noche 
						Una noche en la calle Zanja,  
						saltando entre chinos impávidos, 
						escuché una voz que me decía: 
						¡Qué bobo tú eres, Virgilio! 
						pensando todas esas marañas, 
						esos mares, esas montañas: 
						tomas el bosque por los árboles 
						y esperas un amor al paso. 
						Qué bobo eres. Si supieras, 
						o lograras adivinarlo, 
						no abrieras tanto los ojos, 
						y me tendieras la mano. 
						Una noche en la calle Zanja. 
						Pero yo pasé de largo. 
						1969 
						  
						  
						El poeta de bronce 
						Roto, dividido, 
						ciego, confundido, 
						paseo por el Prado 
						llevando de la mano 
						uno de los leones de bronce 
						que se limitan a ver pasar. 
						Como es de bronce, es dócil 
						este león de Nemea. 
						Si fuera de carne y huesos 
						ya me hubiera devorado. 
						Pero un león de bronce 
						jamás abre las fauces. 
						Con esfuerzo lo arrastro 
						-- el bronce no camina --  
						y moribundo llego 
						hasta el poeta de bronce 
						que en sus manos sostiene 
						un libro también de bronce. 
						Por ser de bronce 
						no le es posible hablar, 
						ni mover la cabeza 
						por el mismo motivo, 
						ni mirarme a los ojos 
						porque el bronce no mira. 
						Y no obstante conoce 
						que hasta allí me he arrastrado 
						para implorar de su inmortalidad 
						el secreto de su inmovilidad, 
						y me dice en el lenguaje de bronce 
						-- funerario lenguaje de los poetas muertos -- 
						que mi carne le entregue a ese león de bronce, 
						y que el león mi alma con su bronce reviste. 
						El poeta presencia la mutación insigne: 
						me moviliza el bronce y la fiera se anima. 
						Siento que Prado abajo carnicero me alejo, 
						y al mismo tiempo siento que eternamente verde, 
						voy a ser para siempre un león en el Prado, 
						arrogante, irrisorio, sobre mi pedestal, 
						esperando que pase un poeta inquietante 
						que ha tenido el designio asombroso 
						de llevarme a morir 
						a los pies inmortales del poeta de bronce. 
						1978 
						Virgilio Piñera (tomados de Una broma colosal, Unión, 1988)  
						  
						  
						  
						Casandra observa los muros de Troya 
						 Sobre los muros de mi ciudad, una paz peligrosa se levanta.  En el canto de los niños hay una alegría que amenaza.  Los juegos siguen siendo inocentes, pero las rondas transforman el día en una espera diabólica.  En el mercado veo mujeres desviar los ojos hacia los muros que las paralizan.  Pasa un soldado -- mi hermano -- y sonríe y es feliz, pero no es mi hermano ni sonríe ni es feliz.  Es un día brillante en mi ciudad.  Yo presiento, sin embargo, la brillantez de un fuego más cercano.  Presiento la destrucción.  Y entro al palacio.  Lloro asomada a una ventana con la tonta pretensión de que mi llanto sea un exorcismo.  Mi padre me descubre.  Al acercarse, aspiro en el aire la pudrición que será su carne.  "¿Qué lamentas?", me pregunta.  "Un amor no correspondido", le respondo.  Y se aleja sin contestar.  Todo el mundo sabe que al viejo Príamo le disgustan mis puerilidades. 
						Abilio Estévez (tomado de Manual de las tentaciones, Letras Cubanas, 1989) 
						  
						  
						  
						Aparición 
						En Regla, 
						en el embarcadero, 
						de lancha a lancha nos miramos. 
						Había sido antes una risa sin rostro. 
						Detrás de la pared 
						su risa abría un bosque, 
						un abanico verde subitáneo.  
						Había sido una voz 
						en un cruce de teléfonos. 
						Risa figura voz, para que apareciera 
						una ráfaga abría dos espaldas. 
						Emergía de alguien conocido 
						como en una fotografía sobrepuesta. 
						Del sueño y la neblina, 
						del agua en la cubeta revelando sus rasgos, 
						de una lluvia que afina la memoria. 
						Era de esas esquinas esos instantes 
						en que dos guaguas cruzan para que algo se pierda. 
						Unas nubes se apartan, un muro resplandece. 
						Parpadeo del mundo significa su nombre. 
						Es pájaros, es flores, capitales, 
						muertas personas de películas. 
						Exhalación de alguna bocacalle, 
						bicicleta, muchacha o muchacho. 
						  
						  
						Vidas paralelas (La Habana, 1993) 
						Se apaga un municipio para que exista otro. 
						Ya mi vida está hecha de materia prestada. 
						Cumplo con luz la vida de algún desconocido. 
						Digo a oscuras: otro vive la que me falta. 
						Antonio José Ponte (tomados de Asiento en las ruinas, Letras Cubanas, 1997) 
						  
						  
						  
						A la casa de los Condes de Jaruco 
						                            para Manuel Díaz Martínez 
						La casa de los Condes de Jaruco, 
						testigo de esplendores coloniales 
						empañados, duplica en sus vitrales  
						las curvas de la piedra y del estuco. 
						Con vastas espirales el bejuco 
						ha cubierto columnas, capiteles, 
						hojas de acanto, rígidos laureles 
						y blasones de un oro ya caduco. 
						No invoques a los dioses cejijuntos 
						para que alcen burlonas sus caretas 
						y aparezcan de nuevo los conjuntos 
						habaneros.  Llorando en sus macetas 
						las arecas están; los medipuntos 
						apagan su reflejo en las losetas. 
						Severo Sarduy  (8.IX.87, París) 
						  
						  
						  
						Escena de la condesita de Jaruco 
						                           para Severo Sarduy 
						La condesita de Jaruco espera 
						que lleguen con la nueva primavera 
						un barco de la Francia tumultuosa 
						y en él un caballero y una rosa. 
						El mediopunto con la tarde trama  
						una leyenda de color y llama 
						mientras la condesita se adormece 
						ante la mar que a su balcón se ofrece. 
						Ella sueña que el áureo caballero 
						llega al puerto y quitándose el sombrero 
						toma el camino de la Plaza Vieja 
						hacia la casa de su padre el conde 
						donde ella por amor se muere y donde 
						al caballero aguarda tras la reja. 
						Manuel Díaz Martínez (La Habana, 1987) 
						tomados de Memorias para el invierno, de Manuel Díaz Martínez.  Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, 1995). 
						  
						  
						  
						Catarsis 
						              a José Luis Pacanowski 
						Habana 
						yo te pienso de noche 
						como piensan los emigrantes a sus novias: 
						te camino a la inversa 
						desde tanta distancia aglomerada  
						observando mis crónicos furores 
						vencidos para siempre en tus riberas. 
						He quedado inerme encima de tu aliento 
						mirando la deshidratación de mis huellas 
						desde mis nuevos y reversibles pasos 
						sin poder evitar la caída de las gotas 
						esos reblandecidos ojos que se estrellan 
						contra el muelle desnaturalizado. 
						Riverdale, Nueva York, 1982 
						Rafael Bordao (tomado de El lenguaje del ausente, Ediciones Tiempo Largo Para La Poesía, Colombia, 1998) 
						  
						  
						  
						marina hemingway. 10 p.m. flores ácidas 
						hace ya tiempo que los adolescentes se juegan las 
						últimas monedas a pesar del peligro 
						o quizá precisamente por eso. 
						a esta hora los turistas son divinos 
						pueden llegar muy lejos 
						cometer crímenes perfectos! 
						Alberto Acosta-Pérez (tomado de Monedas al aire, Letras Cubanas) 
						  
						  
						  
						Hoy no espero un milagro 
						El muro de la ciudad donde yo escucho 
						no es muro de trabadas piedras bíblicas 
						y aquí, 
						quieto a su sombra 
						no soy Job. 
						Milagroso es el olvido 
						como un oráculo que podemos leer de mil maneras. 
						  
						  
						Muelle de luz 
						Alguna vez no existían para ti 
						los muros ni otros límites. 
						Como el que vuelves del mar volvías de la alta noche. 
						Como el que vuelve por la fe de los músicos. 
						Ahora no tienes la noche ni Dios está en todas partes. 
						Abres la puerta y hay un río 
						y el río te da en la cara. 
						Otros cuerpos fundan tu pesadilla 
						bajo un silencio que consiste en repetir hasta lo absurdo 
						                                                               el mismo rito, 
						otros cuerpos no procuran tu gracia. 
						No habrá milagro en tu vida. 
						En el tímpano de la iglesia de Paula 
						nadie te verá hundir la frente, 
						y el humo lejano de una lancha no dibujará a María. 
						¿Cómo hallar un sentido, signo del cuerpo, 
						boca de agua que me propones la pulcritud de los días? 
						El cielo te expulsa igual a un astro convicto. 
						Ya tu soledad no es el afán de la luz 
						sino un enigma que no admite el rubor de la llaga. 
						Cuerpo que era mi cuerpo cuando volví de la alta 
						                                                                    noche: 
						he descreído de la sal, 
						he descreído de los músicos, 
						he descreído de un orden 
						que nunca puso límites entre Dios y el mar. 
						Pedro Marqués de Armas (tomados de Los altos manicomios (1987-1989), Colección Trilce, Serie Narciso, Casa Editora Abril, La Habana, 1993. 
						  
						  
						 
						
							  
						
						 
						 
						 
						 
						 
						Viajes 
						Un patio en la Víbora 
						donde la sombra crece hasta el silencio 
						en árboles y hierbas y amarguras 
						y llagas del adobe, tiene 
						también palmeras de otro mundo 
						  
						grabadas en el aire quieto.  
						Salir al patio, entrar en el aroma 
						ruinoso de los años, es un poco 
						viajar al otro extremo de la vida 
						y estar como no estando, 
						                        en la penumbra 
						  
						de donde todo viene, adonde 
						todo se va, por fin, a ser silencio. 
						Eliseo Diego (tomado de El silencio de las pequeñas cosas, Letras Cubanas, La Habana, 1993) 
						  
						  
						  
						Habanámar, Habanámar 
						Habanámar, Habanámar, 
						conozco tu lejanía. 
						Abrasada al sol naciste 
						como la estrella más fría, 
						guarnecida de destierro 
						tu ermitaña lozanía. 
						¡Ciudad!, apenas nombrada, 
						ya entrevista maravilla! 
						Zequeira te está diciendo 
						desde el temblor de la piña: 
						"Yo recorrí tus murallas, 
						y también tu villanía,  
						y en tus calles fui leyendo 
						los versos que se perdían, 
						(tus despoblados tesoros 
						perseguidos por la brisa.)" 
						Mas yo prefiero Habanámar 
						tu aquesta descortesía, 
						y tu labrada mentira, 
						y ese terrible escozor 
						que es tu muralla cautiva. 
						¡Ay de mí!, que me abrigaba 
						el rumor de tu desdicha, 
						-- palor de luna crecida --, 
						¿por que soñé tu valía? 
						para que acosen mi oído 
						las mesnadas de tus días... 
						  
						  
						Habanera 
						La tarde se desangra sin quejidos  
						sobre el muro radiante de pobreza: 
						corteja los laureles, su tibieza, 
						arde en los mediopuntos malheridos. 
						Atrás quedan los últimos latidos 
						de la luz que murmura su pereza: 
						tras la rosa persiste la certeza 
						del dolor y la ausencia repetidos. 
						Ya Neptuno ha rendido su tridente 
						y la mar sus maneras desafina. 
						Ya se calla un balcón desmemoriado, 
						y se rasgan las sedas y las fuentes. 
						Mas la torpe belleza se avecina 
						en reguero de luz por Empedrado. 
						Francisco Morán (del libro Tolle et Lege, inédito)  
						  
						  
						  
						Meditaciones en La Habana 
						Tú te impones a mi canto 
						Busco en la leve noche 
						intimar con la cintura del puerto 
						Un parpadeo tropical 
						-- la farola marca la síncopa -- 
						Manos que van del apagado galaico 
						al profundo nigeriano 
						aprietan la curva del Malecón 
						beben sus jugos 
						Aprietan el pezón del Capitolio 
						Llueve una leche dulcísima 
						con sabor a infante recién dormido 
						Aprietan la torre más robusta de la Catedral 
						Allá va el globo santo por los aires 
						con sus mármoles desplegados 
						hacia la Virgen de Regla Oh Yemayá! 
						Y tú te impones a mi canto 
						porque tu canto no es de ahora 
						Lamentaciones hondas 
						hablan por los huecos de tu rota piel  
						tamborilean los pies engrillados 
						sobre la tumbadora del asfalto 
						la corteza guarda bajo chinas pelonas 
						veneros prontos a saltar el océano 
						Y te impones a mi canto 
						dueña de todos los caminos 
						Tu ceiba revela y esconde 
						saja gritos grandes 
						de grandes dolores 
						de grandes cataclismos 
						y gritos pequeñitos 
						colegiales 
						amorosos silbidos de sirenas 
						que se columpian en la nocturnidad 
						blanda y blanca de las ondeantes sábanas 
						-- la farola marca la síncopa -- 
						Te impones 
						aunque haya mucho desgaste 
						mucha columna horizontal 
						mucho aguacero a las tres de la tarde 
						y tu nombre sea el de otros 
						o el tuyo indivisible 
						y escasamente el mío 
						Impones 
						tu secreto carcomido tu secreto 
						de oro solar 
						envuelto en ropajes incandescentes 
						Al mediodía eres reina 
						de todos los posibles 
						enhiesta reina marina 
						con atributos sacros 
						Los ojos del dragón llamean por los tuyos 
						Orishas baten tus hierros 
						agitan palmas rodeándote de un ciclón 
						invencible 
						Pones 
						cañamazos estirados 
						a cernir el salitre 
						y mis penas 
						mis penas habituales 
						a deambular 
						por la corriente del Golfo 
						Mis penas 
						mis penitas penas 
						te mecen te arrullan 
						cuando te toco 
						cuando me dejas tocarte 
						con la punta de mi amor 
						Y la farola 
						-- pupila al viento -- 
						marca la síncopa 
						Aitana Alberti (tomado de Pupila al viento, Cuadernos de poesía cubana, Colección Milhojas, Madrid-La Habana, 1998) 
						  
						  
						  
						Era duro el invierno 
						        Fantasma de Julián del Casal 
						no te parece que hoy es demasiado tarde. 
						Mientras se acostaban juntos 
						en Bélgica en su cuarto y eran  
						novios tormentosos 
						Verlaine el joven y Rimbaud el niño 
						tú escribiste sudoroso cegato 
						tú escribiste sacrificio es obtener 
						ventaja sobre Dios. 
						          Cifrada está la lengua desde entonces. 
						La Habana era La Habana 
						no Cantón ilusivo. 
						Los primeros tumbos del amanecer 
						siguen llegando al cuerpo. 
						Como antes traspasan las paredes de tiza 
						y el cuerpo está nadando sin molestar 
						a nadie 
						sin tocar a nadie. 
						          Sostuviste una conversación 
						a media lengua -- siempre a la mitad -- 
						los desvaídos rostros que miraban a dónde 
						con recelo 
						los labios que volaban y quizás 
						no sepa nunca quién me ama. 
						          Ciertas visiones te asustaron 
						a la puerta del cuarto en Mercaderes 
						donde estuve por cierto a punto de vivir 
						y festejar los novecientos siglos 
						de tu muerte súbita 
						o la muerte que tengo adormecida 
						en la calle de Zanja 
						frente a dos o tres chinos 
						con los ojos perdidos 
						y la cabeza ida. 
						          No te parece que hoy es demasiado tarde. 
						          Cuando se preparaban las citas  
						en el Prado 
						y los hombres se miraban 
						como los relámpagos dormías  
						remoto disfrazado 
						dejándote adular bajo el cielo de Cuba. 
						          Ahora estás entre la luz 
						y en Guane o Artemisa como un vaho 
						como un cero a la izquierda 
						en la vida de los vivos 
						y los muertos. 
						Fantasma de Julián del Casal 
						no me dejes este frío a mí. 
						Sigfredo Ariel (tomado de La Gaceta de Cuba, UNEAC, septiembre-octubre de 1993, p.14). 
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