Homenaje
a Heberto Padilla
La
Azotea de Reina homenajea al escritor cubano, recientemente fallecido,
Heberto Padilla.  En  consonancia
con la significación del legado de la poesía de Heberto Padilla
para la cultura nacional, y, al mismo tiempo, con la dificultad que significa
para cualquier lector el poder hacerse de títulos como El justo
tiempo humano y Hombre junto al mar, La Habana Elegante
ha decidido en esta ocasión llevar a cabo un trabajo sin precedentes,
poniendo a disposición de nuestros amigos, en su totalidad, el primero
de ellos, así como una selección del segundo y de Fuera
del juego.  A esto se añaden algunos textos de la antología
A
Fountain, A House Of Stone (Nueva York, 1991), y otros inéditos
que nos proporcióno Lourdes Gil, y a quien agradecemos su generosa
y desinteresada colaboración para que pudiésemos hacer posible
este homenaje.  Sin su apoyo, no habríamos podido lograrlo
a cabalidad.  De este modo, no dudamos de que estamos ofreciendo una
muestra bastante representativa de los diferentes momentos de la obra poética
de Heberto Padilla.  Sirva este esfuerzo de modesto homenaje que sólo
intenta, así, poner sordina a la gritería de los que en y
fuera de la Isla se sirvieron (y se siguen sirviendo) a su antojo de la
carne política del poeta.
  
 EL
JUSTO TIEMPO HUMANO
 Primera
edición, 1962
 Tomado
de la segunda edición, UNEAC, 1964
  
  
 Ma
dal profundo tuo sangue,
 nel
giusto tempo umano,
 rinasceremo
senza dolore.
  
SALVATORE
QUASIMODO
  
  
 A
Dolores Lorenzo, mi madre
  
  
  
I
  
  
 DONES
 I
 No
te fue dado el tiempo del amor
 ni
el tiempo de la calma. No pudiste leer
 el
claro libro de que te hablaron tus abuelos.
 Un
viento de furia te meció desde nino,
 un
aire de primavera destrozada.
 ¿Qué
viste cuando tus ojos buscaron el pabellón
 despejado?
¿Quiénes te recibieron
 cuando
esperabas la alegría?
 ¿Qué
mano tempestuosa te asió cuando extendiste
 el
cuerpo hacia la vida?
 No
te fue dado el tiempo de la gracia.
 No
se abrieron para ti blancos papeles por llenar.
 No
te acogieron; fuiste un niño confuso.
 Golpeaste
y protestaste en vano.
 Saliste
en vano a la calle.
 Te
pusieron un cuello negro y una gorra de luto,
 y
un juego torpe, indescifrable.
 No
te fue dado el tiempo abierto
 como
un arco hacia la edad de la esperanza.
 Donde
naciste te sacudieron e hicieron mofa 
 de
tus ojos miopes; y no pudiste ser
 testigo
en el umbral o el huésped,
 o
simplemente el loco.
 En
tu patria, sobre su roca,
 con
tanto sol y aire caliente, silbaste
 largamente
hasta herir o soñar; silbaste 
 contra
la lejanía, contra el azar, 
 contra
la fastidiosa esperanza,
 contra
la noche deslavazada, tonto.
 Y
sin embargo, tenías cosas que decir:
 sueños,
anhelos, viajes, resoluciones angustiosas;
 una
voz que no torcieron
 tu
demasiado amor ni ciertas cóleras.
 No
te fue dado el tiempo de aquel pájaro 
 que
destruye su forma y reaparece,
 sino
la boca con usura, la mano leguleya, 
 la
transacción penosa entre los presidiarios, 
 las
cenizas derramadas sobre los crematorios 
 aún
alentando, aún alentando.
 No
te fue dado el tiempo del halcón,
 (el
arco, la piedra lisa y útil) ; tiempo 
 de
los oficios, tiempo versado en fuegos 
 sobre
la huella de los hombres,
 sino
el año harapiento, Libidinoso
 en
que se queman tus labios con amor.
 I
 A
medianoche, callado y pálido, 
 ¿qué
signo buscabas en el cielo?
 Bajo
un puente de Londres, en el cinematógrafo 
 donde
exhibían documentos de la guena de China, 
 ¿qué
fuerza te llevaba al borde del canal, 
 conversando
sobre las rebeliones?
 ¿Qué
sentías en el apartamiento de Hyde Park,
 lanzado
sobre unos labios de tu raza?
 Un
grito te despertaba a medianoche
 frente
a sus ojos que no te podían mirar,
 que
no te podían medir,
 ni
adivinar, ni penetrar, inexpresivos
 y
totales.
 I
I
 América,
 tú
me tragabas a fondo y yo te amaba,
 tú
me arrastrabas con mi niña y con Berta
 entre
las privaciones, y te amaba;
 tú
me ponías nombres y te amaba.
 No
me sentías viajar, en los vagones del invierno,
 entre
las ráfagas de luz
 de
los barrios del Este, y yo te amaba.
 ¿Me
conocías? ¿Me veías pasar 
 desconcertado,
con ensueños? ¿Me veías 
 vivir
buscando el canto que te ciñera?
 ¿Me
veías cruzar hacia los barrios del Oeste, 
 con
Pablo y con Maruja, hacia la plaza
 de
Peter Minuit?
 Deambulábamos
entre tus calles.
 Eso
era la esperanza.
 Poco
nos importaba quien nos viera. 
 Andábamos
con un dialecto suficiente para 
 nuestros
fines, como quería Henry James. 
 Nadie
nos vio negarte o escupirte.
 Tampoco
tú me viste, niña mía.
 Apareciste
cuando mis horas necesitaban
 que
llegaras.
 Apmeciste
pálida, serena,
 tan
de repente acogida por mi alma,
 tan
simplemente mía.
 Aún
nuestra juventud era el signo feliz.
 Nos
protegíamos de los pequeños
 y
oscuros profesores.
 Ni
las lenguas ni el miedo pudieron contenemos.
 ¡Cómo,
de pronto, fuiste todo el amor!
 Siempre
estabas conmigo.
 Mirábamos
la tarde en los canales
 correr
bajo los puentes
 seguida
por las aguas, perderse
 en
los oscuros remolinos del Hudson.
 El
frío quemaba nuestros ojos, endurecía
 la
yerba, hacía ásperas mis manos.
 Nos
amamos en el tiempo en que debíamos sufrir.
 (No
era el tiempo del amor ni el de la calma).
 Ahora
aquí hay otros cuerpos.
 No
te veo. Yo cruzo sitios desconocidos
 y
tú te alejas en el polvo y el viento,
 mezclada
a extrañas apariciones; tus dedos
 en
mi abrigo prefiguran el viejo escalofrío;
 y
yo camino entre las cosas, siempre
 detrás
de ti, tan fina y ágil.
 Y
cuando cruje el deshielo,
 (sé
en qué lugar estás, frente a qué nieves)
 y
el pescador en la niebla helada
 ve
ese mundo deshecho, (vivo sobre sus viejas
 plantas
como lo vimos juntos en New England),
 y
la vida sigue nutriendo horror, sueño y blasfemia;
 niña
mía, amor que salvo
 de
la lucha y del caos, te extiendes callada
 en
lo profundo;
 te
agitas en mi cama, bajo mi pecho.
 Y
hasta la impura condición que aviva
 nuestros
cuerpos, quiere hacerse gloriosa.
 (Quien
me lea mañana, dirá: ¿qué extraño 
 amor
fue aquel amor!)
 IV 
 Escucha:
la dicha puede renacer.
 El
goce vacila, se alza; de pronto reaparece.
 Las
lámparas iluminan
 una
zona de guerra y otra zona de paz.
 La
flor espera en su tallo el tiempo que la rija.
 Tus
propios instantes
 deciden
su temblorosa eternidad.
 Y
a ti no te fue dado
 el
tiempo del amor. El tiempo en que podías
 ennoblecerte
como un niño;
 entrar,
cantar erguido y limpio como un niño
 frente
a la eternidad.
  
  
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 PADRES
E HIJOS
 I
 Y
nuevamente en sueños
 la
puerta se abre. El aire aviva
 lo
abatido, lo yerto.
 Yo
entro,
 yo
transcurro invisible,
 casas
desesperadas mías de mi niñez,
 de
mi inocencia.
 De
cada patio
 y
cada árbol y cada pueblo
 hemos
partido.
 Transcurrimos
apenas
 entre
los varios rostros y partimos.
 Nunca
nos detuvimos en la dicha.
 En
la estación de trenes,
 entre
los campesinos y los álamos,
 ¡cómo
nos pesan la nostalgia
 y
el adiós proferido con rabia
 mientras
nos mira imperturbable
 el
hombrecillo constante de la miseria!
 Mi
hermana tiene los ojos puestos
 en
los trenes
 que
nos conducen a otro pueblo.
 (Los
códigos se hicieron
 para
estos sobresaltos,
 los
estantes se hicieron
 para
estos sobresaltos.)
 Mi
hermano canta (es el menor) ;
 puede,
incluso, saltar como una piedra
 ligera.
El es la única voz
 que
no golpea.
 Madre,
te has puesto ese sombrero,
 esa
pamela que me ilumina
 como
un astro feroz.
 Padre,
tú nos reservas esta edad
 sin
sosiego.
 Il
 Es
en la madrugada. Estoy
 llorando.
Yo sé que en otro cuarto
 aulláis
por mi, mis perros,
 mis
lejanos.
 Para
vosotros no hubo ni tiempo
 de
rescate.
 Es
la prisa de todos los veranos.
 Sudamos,
jadeantes, en las camas,
 y
ellos discuten de miseria,
 ellos
traman la dicha
 como
una sombra clandestina.
 Y
ese hombre negro
 que
aún se levanta en ciertas noches,
 ¿lo
invento yo, o es verdad
 que
ha cerrado sus dedos
 en
torno a la copa alucinante,
 a
la hora en que un ausente
 habla
por su voz?
 ¿Qué
descifra?
 ¿Qué
nos dice? ¿Qué ordena?
 ¿Por
qué empieza a temblar
 la
cara de mi hermano, los labios
 de
mi hermana,
 la
triste expectativa
 de
mis padres, súbitamente ajenos?
 III
 Bajo
el árbol de güiras,
 cerca
de las raíces, está gritando
 el
daño.
 Nómbralo,
cacatúa de pico férreo.
 Arráncalo,
toti; haz garra de tus uñas
 y
vuela; sé tú la única sombra
 de
mi infancia.
 Destrúyelo,
lechuza; un ojo tuyo
 aleje
lo que entierran aquellas manos
 crueles.
 Embístelo,
cebú, con esos cuernos
 hasta
que suene bien adentro
 la
música que invente mi sosiego.
 Ahuyéntenlo,
mastuerzo, yerbabuena,
 ave
del diablo, ave del paraíso,
 ave
ciega del mundo,
 ave
de mis abuelos en la llanura
 castellana;
 oh,
madre-agua en el bifocal del pozo
 donde
llaman los jigües;
 clávense
caracoles;
 mata
de güiras, despréndete del goce;
 déjanos
ser, déjanos ser,
 déjanos
ser!
 IV
 Padre,
desnudo vas
 como
la muerte. Tiemblan
 los
huesos de tu cara.
 Veo
en el vapor ardiente de la noche,
 tus
manos desgarrando las raíces,
 tus
dedos explorando, solitarios.
 Y
la luna tan lívida,
 mis
hermanos, mis ojos te vieron;
 eres
ya un claro espanto en la memoria.
 V
 Dios
mío, ten piedad del errante,
 pues
en lo errante está el dolor.
 Saltimbanquis,
viajeros, vagabundos, adiós.
 Mi
amor va con vosotros;
 se
sienta en vuestras mesas, come
 con
vuestros labios
 secos
de ardor, de sed. Dádle un sitio
 en
la magra mochila, un resonar en los zapatos.
 Bésalos,
madre, y que sigan.
 Mi
hermano, abrázalos, que siguen.
 Mi
hermana, aposenta en sus lechos,
 con
frío, ese cuerpo de joven
 y
da sentido a tu temblor.
 Padre
mío, llama mía,
 puente
mío entre mi angustia y mi piedad;
 mira
esta boca nombrar ya para siempre diferente,
 mira
esta sed errante, esta insaciable sed
 que
alimenta mi entraña cada noche.
 ¡Al
alba hay que partir!
  
 EXILIOS
 Madre,
todo ha cambiado.
 Hasta
el otoño es un soplo ruinoso
 que
abate el bosquecillo.
 Ya
nada nos protege contra el agua
 y
la noche.
 Todo
ha cambiado ya.
 La
quemadura del aire entra 
 en
mis ojos y en los tuyos,  
 y
aquel niño que oías 
 correr
desde la oscura sala, 
 ya
no ríe.
 Ahora
todo ha cambiado.
 Abre
puertas y armarios
 para
que estalle lejos esa infancia
 apaleada
en el aire calino;
 para
que nunca veas el viejo y pedregoso
 camino
de mis manos,
 para
que no me sientas deambular
 por
las calles de este mundo
 ni
descubras la casa vacía
 de
hojas y de hombres
 donde
el mismo de ayer sigue
 buscando
soledades, anhelos.
  
 MÍRALA
TENDERSE
 Mírala
tenderse
 sobre
tu cama cuando te yergues.
 Tiene
la forma de tu cuerpo,
 la
prisa de tus manos,
 tu
propio sexo; deja tus huellas
 y
se ahueca
 como
lo hace tu pecho
 y
nunca la oíste respirar
 y
ella conoce
 el
temblor de tu labio,
 la
cuenca de tu ojo,
 y
está latiendo ahora en tu vida
 y
no sabes
 que
es ella tu ansiedad.
 Frecuentemente
 oyes
sus pasos como en invierno
 el
soplo de las primeras ráfagas.
 No
has hecho fuego
 para
nadie.
 No
es ella la invitada.
 A
menudo sorprendes
 un
asalto de sombra en los zaguanes
 y
es inútil
 la
presión de tu mano
 para
salvar la llama: siempre 
 quedas
a oscuras.
 Es
tarde, pero es ella quien habla
 con
la voz de la errante
 que
cruza los canales y los puertos
 de
la ciudad adonde vas,
 adonde
siempre quieres ir,
 (¿buscando
qué?)
 y
canta en tus oídos
 la
eterna fábula de horror.
 Solitaria,
constante
 va
junto a ti, vigila tu caída.
  No
le des nombres.
 No
le tiendas trampas.
 No
apresures el paso sobre la tierra.
 No
levantes el rostro
 si
ahora sientes un golpe sordo
 en
la escalera.
 Gran
taladora,
 cada
día del mundo
 abates
nuevos árboles,
 pero
es interminable la floresta.
  
 PUERTA
DE GOLPE
 Me
contaba mi madre
 que
aquel pueblo corría como un niño
 hasta
perderse;
 que
era como un incienso
 aquel
aire de huir
 y
estremecer los huesos hasta el llanto;
 que
ella lo fue dejando,
 perdido
entre los trenes y los álamos,
 clavado
siempre
 entre
la luz y el viento.
  
 DE
TIEMPO EN TIEMPO, LA GUERRA
 De
tiempo en tiempo
 la
guerra viene a revelarnos
 y
habituamos a una derrota, 
 pacientes.
Y con el ojo seco 
 vemos
la ruta por donde apareció 
 la
sangre.
 De
tiempo en tiempo,
 cuando
la guerra da su golpe,
 todas
las puertas lo reciben,
 y
tú escuchabas el llamado 
 y
lo confundías
 con
animales queridos
 súbitamente
ciegos.
 Y
en realidad, nunca sonó la aldaba
 con
tanta inminencia,
 no
hubo nunca maderos que resistieran
 golpes
tan vehementes.
 De
tiempo en tiempo,
 vienes
a echarte entre los hombres, 
 lobo
habitual, mi semejante.
  
 RETRATO
DEL POETA COMO
 UN
DUENDE JOVEN
 I
 Buscador
de muy agudos ojos
 hundes
tus nasas en la noche. Vasta es la noche,
 pero
el viento y la lámpara,
 las
luces de la orilla,
 las
olas que te levantan con un golpe de vidrio
 te
abrevian, te resumen
 sobre
la piedra en que estás suspenso,
 donde
escuchas, discurres,
 das
fe de amor, en lo suspenso
 Oculto,
 suspenso
como estás frente a esas aguas,
 caminas
invisible entre las cosas.
 A
medianoche
 te
deslizas con el hombre que va a matar.
 A
medianoche
 andas
en el hombre que va a morir.
 Frente
a la casa del ahorcado
 pones
la flor del miserable.
 Bajo
los equilibrios de la noche
 tu
vigilia hace temblar las estrellas más fijas.
 Y
el himno que se desprende de los hombres
 como
una historia,
 entra
desconocido en otra historia.
 Se
aglomeran en ti
 formas
que no te dieron a elegís,
 que
no fueron nacidas de tu sangre.
 II
 En
galerías
 por
las que pasa la noche;
 en
los caminos
 donde
dialogan los errantes;
 al
final de las vías
 donde
se juntan los que cantan,
 (una
taberna, un galpón derruído)
 llegas
de capa negra,
 te
sorprendes multiplicado en los espejos;
 no
puedes hablar
 porque
te inundan con sus voces amadas;
 no
puedes huir
 porque
te quiebran de repente sus dones;
 no
puedes herir
 porque
en ti se han deshecho las armas.
 III
 La
vida crece, arde para ti.
 La
fuente suena en este instante sólo para ti.
 Todo
es llegar,
 (las
puertas fueron abiertas con el alba
 y
un vientecillo nos anima)
 todo
es pcner las cosas en su sitio. 
 Los
hombres se levantan
 y
construyen la vida para ti.
 Todas
esas mujeres
 están
pariendo, gritando, animando a sus hijos
 frente
a ti.
 Todos
esos niños
 están
plantando rosas enormes
 para
el momento en que sus padres
 caigan
de bruces en el polvo que has conocido ya.
 Matas,
 pero
tu vientre tiembla como el de ellos
 a
la hora del amor.
 En
el trapecio salta esa muchacha,
 un
cuerpo tenso y hermoso, sólo para ti.
 Tu
corazón dibuja el salto.
 Ella
quisiera caer, a veces, cuando no hay nadie
 y
todo se ha cerrado,
 pero
encuentra tu hombro.
 Estás
temblando abajo.
 Duermen,
 pero
en la noche lo que existe es tu sueño.
 Abren
la puerta
 en
el silencio y tu soledad los conturba.
 Por
la ventana a que te asomas
 te
alegran las hojas
 del
árbol que, de algún modo, has plantado tú.
 IV
 Hombre:
 en
cualquier sitio,
 testificando
a la hora del sacrificio;
 ardiendo,
 apaleado
por alguien
 y
amado de los ensueños colectivos;
 en
todas partes
 como
un duende joven,
 el
poeta defiende los signos de tu heredad.
 Donde
tú caes y sangras
 él
llega y te levanta.
 Concédele
 una
tabla de salvación
 para
que flote al menos,
 para
que puedan resistir sus brazos
 temblorosos
o torpes.
  
 EN
LA TUMBA DE DYLAN THOMAS
 Un
sitio
 donde
tumbarse y nada más: el tiempo ahora lo pudre.
 No
hay el áspero aroma
 en
los vientos de los bosques de Gales
 y
a la hora de escuchar su canción
 es
el sollozo lo que se oye a través
 de
la casa nevada.
 Un
sitio solamente
 para
tumbarse y nada más: el tiempo eterno que lo pudra.
  
 HAMBURGO
 Aquí
los barcos entran lentos,
 cuidando
no escorar; son contemplados
 por
el ávido puerto.
 La
niebla inunda el apacible canal.
 Y
otros barcos de Holanda, de Suecia,
 de
Noruega, también entraron
 lentos
al puerto de Hamburgo
 hace
cuarenta días.
 Para
estos barcos vive el puerto,
 para
esos cruces convenidos
 y
ágiles.
 Y
tú esperas, muchacha de Hamburgo,
 ajena
a la ciudad,
 pero
golpeada y viva como cualquiera
 de
sus cosas.
 Cuando
llegue otro barco
 y
desciendan los hombres a las calles
 de
invierno,
 te
echarás sobre alguno;
 harás
un lánguido ejercicio
 frente
a sus ojos nórdicos
 (esa
noche cenarás como nunca).
 Y
desnuda en un cuarto de Saint Pauli
 serás
toda la furia,
 toda
la fuerza de la vida
 empeñada
en lograr
 la
rápida
alegría de un extraño.
  
 LLEGADA
DEL OTOÑO
 De
un rumor
 creciente
y voluptuoso
 se
llenan para mí los días. 
 Dispongo
de este mundo 
 exasperado
 para
mi ocio más largo; 
 de
la noche más cruel, 
 para
el inevitable maleficio.
 ¡Llegadas
 del
Otoño, mis asiduas, 
 mis
fieles!
 Cuando
en la pedregosa mañana
 el
mundo asume la delicia;
 salto,
busco los viejos ritos
 en
el viento; recurro
 a
madres que me ignoran,
 llamo
a sus criaturas
 temblorosas
 y
hago lumbre en mi cuarto
 gritando
a voz en cuello:
 ¡Ancianos,
 para
mis ojos es esta flor
 remota,
 solamente
para ellos!
  
 LONDRES
 Observa
 simplemente
cómo viven
 sobre
esta tierra
 sin
milagros:
 un
aliento del mundo
 y
esas calles
 donde
nadie te escucha
 cuando
Londres despierta
 y
te apresura.
 Sé
el simple,
 el
colonial; busca
 a
tus héroes.
 En
Hans Place, en Queens Gate
 para
ti reaparecen
 lanzas,
flotas, escudos.
 Primavera
 dispone
la siesta de la Reina.
 Inglaterra
 se
hunde en los niños y errantes.
 Los
juristas
 y
los ocultos usureros,
 los
buenos ciudadanos
 y
el impaciente suicida,
 construyen
 la
seguridad del Imperio.
  
 RENATA
 Una
noche de agosto,
 en
un circo de Italia, bajo la carpa
 pobre
y rota;
 ví
a Renata: le decían «La Reina
 de
los saltos
 mortales».
 La
malla
 le
ajustaba el sexo magro,
 el
flanco
 débil
de muchacha;
 bajo
las luces, su cara
 pálida
 era
una cara de extranjera.
 El
payaso
 palmeaba
desde adentro;
 daba
la orden
 para
entrar en escena.
 Sonaron
 allá
abajo los tambores
 y
Renata saltó.
 Ahora,
sabedlo:
 Nunca
falló su mano
 asiendo
la otra mano,
 su
pierna
 asiendo
la otra pierna.
 El
músculo
 siempre
respondía.
 Hombres,
hablad
 de
ella; le decían
 «La
Reina
 de
los saltos mortales». 
  
 LA
HILA
 Ya
viene el tiempo de la Hila.
 Y
el animal
 venteando
lo adivina,
 lo
escucha entrar
 desde
los campos viejos.
 Ya
viene el tiempo de la Hila.
 Y
en Santander
 los
aldeanos repletan las cocinas
 del
invierno.
 Y
el lino, el algodón, el cáñamo
 y
la seda
 son
reducidos a hilo.
 Los
hiladores
 tiemblan
bajo el sueño liviano.
 Los
niños van a canturrear.
 En
los campos
 quiere
estallar la madrugada.
 Los
pájaros como el engendro de la luz.,
 Ya
viene el tiempo de la Hila.
  
 ANDABA
YO POR GRECIA
 Andaba
yo por Grecia
 y
en todo creía sentir la huella de Cavafy.
 Cubierta
por la lluvia,
 coloreada
por una tierra parda,
 ¡qué
éxtraña y solitaria Alejandría en la memoria!
 Al
templo abandonado,
 a
la ciudad perdida, a los mitos, 
 al
muro, ¿cómo pudo Cavafy 
 arrancarles
el signo de la vida?
 En
el tren de regreso, 
 cuando
volvía de otras ruinas,
 estaba
el campo mudo
 y
el bosque amarillento
 siempre
al final de los caminos;
 pero
no me detuve ante aquel árbol sombrío
 que
ví al pasar,
 que
entró por mi ventana,
 que
aún pone en mis papeles
 una
hilacha sedienta,
 que
aún vela sobre mi amor
 como
un desastre.
  
 EN
LA CORTE DE LUIS XIV
 Una
ventana
 contra
el viento es la noche
 y
los rápidos signos del aire en la negrura,
 revelan
las insignias,
 la
estameña y el hábito.
 ¡Oh,
encerrad a los niños 
 que
va a sonar la medianoche! 
 ¡Tapadles
los oídos, 
 suprimidles
la escena!
 En
su cama de fieltro
 el
poeta frondoso arde, quemado 
 por
las nuevas disposiciones:
 «Para
el poeta admitido, tres estatuas, 
 una
taberna al sur de Italia,
 y
todos los viajes... »
  
 BERTA
 Estás
contra mi pecho,
 y
sé que todo el aire desordenado
 de
mi vida
 rinde
ante ti los brazos, mujer mía.
 Conmigo
por tantas horas,
 tú
restauras mi profunda alegría
 y
la apuntalas a tu modo
 en
el mundo.
 Y
eres la fantasiosa que recorre
 el
delicado juego
 de
la encantada noche, mi poseída.
  
  
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 RONDAS
Y POEMAS PARA LOS NIÑOS DESCONSOLADOS DE OCCIDENTE
 A
Pablo Armando Fernández
 Entrégales
 tus
globos de colores,
 tus
trompos más hermosos
 y
un campo de ocio por el que r.unca
 cruce
el cuervo.
 Dales
razones,
 manos
que les sostengan la esperanza.
 Dales
vidrios
 de
aumento que multipliquen
 una
y mil veces
 la
alegría.
 En
Occidente
 han
cerrado los parques
 infantiles.
 Las
rondas cesaron
 de
girar; en la tarde morada,
 ¡mira
saltar la urraca
 de
los antiguos mitos!
 Cómprales
pan,
 cómprales
un fusil más duro 
 que
la lucha de clases;
 dispararé
con ellos
 –
niños occidentales – 
 entre
el vuelo y los gritos 
 de
los pájaros tristes.
 ¡Ay,
rondas salvajes!
 ¡Ay,
sólidas batientes
 socavadas
 por
un agua enemiga!
 La
vieja noche de Occidente
 viene
a explicar
 por
todos su megáfonos
 que
aún hay razones
 para
su locura.
  
 RONDA
DE LA PAJARA PINTA
 (Con
una niña dentro o fuera o con una niña dentro y otra fuera
de la ronda.)
 Estaba
la pájara pinta 
 sentada
en su verde limón, 
 con
el pico recoge la rama 
 con
la rama recoge la flor.
 Estaba
la pájara vieja 
 derribada
en el viejo rincón, 
 con
su pata remueve las plumas 
 agitadas
de un duro temblor.
 Estaba
la pájara sorda
 entonando
una sorda canción.
 Estaba
la pájara ciega 
 empapando
de sangre su flor.
 Estaba
la pájara muerta 
 agitando
unas alas de horror.
 Sobre
la alta cumbrera volaba 
 su
osamenta desnuda de ardor.
 Y
en el álamo seco y añoso, 
 más
veleta que pájaro, amor, 
 estaba
la pájara pinta, 
 estaba
la pájara vieja,
 estaba
la pájara sorda, 
 estaba
la pájara ciega,
 estaba
la pájara muerta.
  
 HISTORIA
 –
Mañana
 caminarás
hacia otras tardes
 y
todas tus preguntas
 fluirán
 como
el último río del mundo.
 –
Mañana, sí, mañana...
 Y,
antes del alba,
 frente
a los grandes hornos; 
 entre
los hombres 
 sudorosos;
oirás la canción 
 con
que se amasa el pan. 
 Conocerás
 los
muertos muy amados,
 hijo
mío; la historia
 que
cubre de polvo
 sus
bestias, sus errores...
 –
Mañana, si, mañana...
 En
el salón
 atardecido,
la penumbra
 se
hunde en el muchacho
 que
ve las armas, los escudos.
 El
abuelo
 gesticula
y predice
 como
en la eternidad.
  
 RONDA
DEL BELLO NIÑO
 ¡Qué
lindo pelo tienes,
 larín!
 ¡Qué
lindo pelo tienes,
 larín!
 ¡Quién
se lo peinará!
 Urí
– urí,
 urí
– urá.
 Se
lo peina su madre 
 con
peine de cristal. 
 Elisa,
 la
de Mambrú.
 ¡Qué
grandes ojos tienes,
 larín!
 ¡Qué
grandes ojos tienes,
 larín,
 quién
los contemplará!
 Urí
– urí,
 urí
– urá.
 Los
envuelve una sombra 
 que
quiere descansar. 
 Ciega,
 hambrienta
de luz.
 ¡Qué
rojos labios tienes, 
 larín!
 ¡Qué
rojos labios tienes, larín,
 quién
se los besará!
 Urí
– urí,
 Urí
– urá.
 Los
desea una boca 
 ardiente,
de metal. 
 Esa:
 ¡mírala
ahí!
  
 ANA
FRANK
 Frente
a la catedral de Colonia
 –
dividida por dos columnas negras –
 los
niños
 de
nuevo canturrean.
 Los
he visto correr; 
 generalmente
los he visto 
 saltar
de un canto al otro, 
 de
una música
 a
la otra.
 Y
hoy me dieron la foto
 donde
tu cara magra palidece,
 niña
llegada del alto cielo hebreo.
 ¡Y
qué extraño
 sentarme
en este banco,
 (a
unos metros del Rhin)
 viendo
pasar las aguas!
 Yo
que creí por mucho tiempo
 que
iba a sangrar...
  
  
  
II
  
 INFANCIA
DE WILLIAM BLAKE
 I
 Mujer
de la lámpara encendida,
 ya
velaste tres noches. Miras la llama
 que
tiembla y se achica, y sueñas.
 ¿Quién
puede regresar por la noche de Soho,
 entre
la ennegrecida primavera de Lambeth?
 Antigua
que en la hora final
 regabas
el almizcle para que trascendieran
 más
sus telas, ¿pensabas que otra quemante
 primavera
inundaría también sus tierras,
 y
crecerían allí el hacinamiento y la desidia,
 y
que un viento más ancho que la noche
 destrozaría
las tablas del alero? 
 ¿Pensabas
al hablarle
 del
silencio o del tiempo, que era ya algo
 hecho
en el viento que nutría una muda corriente
 en
sus huesos livianos?
 II
 Sé
su temor, girando como tu ala más dichosa, 
 ¡pájaro
de susurro y lamentación!
 Es
la noche. Ya nadie llama.
 Pero
a través de la ventana cerrada
 él
oye crujir la vaina de aquel árbol,
 y
es como si alguien golpeara.
 Su
más secreto juego se ha llenado de astucia.
 El
ve, desconsolado, en la negra llanura,
 el
humo de las casas que arden de noche,
 y.
el paso de las bestias contra el fuego.
 No
abras la puerta. No llames.
 III
 En
la orilla remota, un pájaro
 hunde
en su pecho el pico centelleante.
 En
la orilla remota están gritando.
 La
última barca se desprende.
 «Al
cobarde hay que dejarlo en la otra orilla...»
 Amarra
ese viento encantado
 para
que no la mueva. El quiere gritar,
 su
piedra está manchada en sangre
 de
la paloma destruída.
 ¿No
sientes en sus ojos esa oscura desdicha,
 sitios
que no penetra y ama?
 De
repente es la lluvia,
 y
las ovejas más pequeñas balan.
 El
viento las dibuja en la coliqa, tiritantes.
 «Vengan,
mis niños; el sol ha desaparecido,
 y
he aquí el rocío de la noche.
 Vengan,
interrumpan sus juegos hasta que la mañana
 reaparezca
en el cielo... »
 IV
 ¿No
sientes ese peso de mantenida
 soledad
que flota en las caletas de altas aguas, 
 sobre
las garzas muertas, ya para siempre 
 pedregosas?
 ¿Y
el camino del bosque, la cruda,
 alegre
luz del alba en la resina de los troncos;
 el
cuclillo cantando, la guirnalda de robles
 y
de arces y el ruiseñor que sólo puede ser encontrado
 en
el Yorkshire y el cuerno del vena
 y
la hoja verde?
 Eso
que cae y cruje, ¿es eso viento, es agua 
 entre
los árboles, o es sólo el perro 
 destrozando
las ratas muertas
 en
el granero abandonado?
 V
 Mujer,
deja tu lámpara encendida
 y
abre la puerta y cúbrelo.
 Su
sueño interrumpieron los visitantes
 que
a cierta hora se dispersan.
 «Buenas
noches, señora Blake... Oh, fíjese,
 esa
escarcha: la primera del año...»
 La
nieve cubre el techo, crece a la altura
 del
portal, (en Lambeth es así).
 Y
en la profunda casa de madera,
 ya
ni la magia familiar, ni el golpe de la lluvia,
 ni
tus pasos cuando llegan
 deshabitando
el agrio terror
 de
la penumbra, podrían consolar a estos ojos
 sino
el perro del bosque
 levantando
su parda cabeza entre los gansos
 salvajes.
 Eso
que cae y cruje,
 (entre
las hojas húmedas hace un ruido
 solitario
y enérgico) del más remoto
 sitio
del mundo te señala
 Medrosa,
detenida en las puertas
 más
lejanas y crueles.
 Te
asustan indudablemente esas llamas.
 No
puedes recordar más que voces difíciles.
 VI
 Te
decían:
 Los
niños como tú, William,
 serán
negados por el ángel;
 blasfemas,
robas en la despensa;
 tienes
la cara sucia;
 andas
siempre con claves
 y
grabados
 y
láminas...
 Tú,
arqueado el cuerpo, sonreías.
 ¡Ay,
Blake, el siglo veinte
 no
es un simple grabado
 en
que batallan el arcángel y el diablo!
 Es
esta trampa
 en
que luchamos, es esta lluvia
 que
nos ciega. Han arrasado las despensas
 y
no hay señales
 ni
claves
 que
no pueda entender
 el
Ministerio
de Guerra.
 Entra,
aún estamos en vela.
 Cualquier
día
 me
gritan a la puerta:
 «Un
hombre con paraguas, mi señor»
 (No
puedes conocerlo. Es de esta época)
 Cualquier
día
 penetran
en mi cuarto.
 «Mostró
insignias, señor»
 Cualquier
día
 me
obligan a salir a la calle,
 me
apalean; me lanzan como a una rata
 en
cualquier parte.
 (Tú
no puedes saberlo. Es de la época)
 Contra
mí testifica un inspector de herejías.
 VII
 Esta
noche
 me
basta tu silenciosa presencia.
 En
mi cabeza turbada
 tu
poesía alumbra mejor que una lámpara 
 sobre
mis círculos de miedo.
 No
me distraigo.
 Tengo
los ojos fijos en la negra ventana.
 Pasan
camiones con soldados,
 gentes
de las líneas de fuego.
 En
mi casa resuenan las consignas violentas.
 VIII
 La
vieja profecía
 que
no te pertenece, extiende
 como
el agua
 tus
dominios
 Y
ese viento te borra,
 ese
camino que debes proseguir
 guarda
un instante
 tu
desdicha;
 esas
bestias enanas
 soportan
equipajes de usureros.
 Delante
 de
tus ojos el mundo 
 exasperado
resplandece.
 ¡Alegría!
 Se
han perdido
 todas
las llaves, todas
 las
puertas se han cerrado,
 y
las flores anoche
 se
cubrieron
 de
un rocío de vasta anunciación.
 Los
árboles voraces,
 las
flores venenosas
 mueren
al fondo de la verja,
 entre
animales temibles.
 Y
aquí, William, te han puesto.
 Aquí
la vida te edifica;
 hay
algo aquí, nocturno,
 que
quieres descifrar
 para
mis ojos: símbolos,
 dones
tuyos
 brillando
en lo desposeído.
 Tu
hogar
 es
este mundo de bandidos
 colocado
en el centro de los árboles.
 Las
tablas húmedas
 de
que están hechas nuestras casas,
 son
el olor tormentoso
 de
tu alma.
 ¡Alumbra,
Blake, esta sencilla
 majestad!
 IX
 Abre
la puerta, y en la alta noche, sale.
 Síguelo,
perro del otoño,
 lame
esa mano, el hueso conmovido
 de
la última piedad; síguelo,
 ¡Oh
centro pedregoso del otoño,
 animal
del otoño,
 centro
grave, robusto del otoño!
 Es
el desesperado, recién salido, 
 pálido
desertado de tus tardes.
 X
 Noche,
tú de algún modo le conoces.
 Por
unas cuantas horas
 permite,
al fin, dormir a William Blake.
 Cántale,
susúrrale un fragante cuento;
 déjalo
reposar en tus aguas,
 que
despierte remoto,
 sereno,
madre, en tu heredad de frío.
  
  
  
III 
  
 PANCARTA
PARA 1960
 Usureros,
bandidos, prestamistas,
 adiós.
 Os
ha borrado el fuego 
 de
la Revolución.
 Las
manos populares
 os
han segado de tal modo 
 que
nunca habréis de renacer. 
 Para
vosotros terminó.
 Para
vosotros, muerte; y si queréis, 
 amén.
 Los
que sudaban
 frente
al horno, siglo tras siglo;
 los
que sangraban
 soplan
hoy las hogueras
 donde
arden los tributos, los papeles
 de
usura y privilegio.
 Mirad
sus hijos
 que
os contemplan. No véis furia
 en
sus ojos.
 Ellos
son las razones
 para
estos padres justicieros.
  
 PLAYA
GIRÓN
  
 Nosotros,
los sobrevivientes.
 ¿A
quiénes debemos la sobrevida?
R.
F. RETAMAR 
 
 
Estos
murieron para que nosotros vivamos
   
– ¡para que yo viva! –
  
RANDALL JARRELL 
 
 
Muerte,
 no
te conozco.
 Aún
no hay víscera mía
 que
hayas tocado en lo más leve.
En
Playa Girón,
 donde
murieron mis hermanos, 
 para
mí no hubo
 un
sitio.
 Metida
entre los árboles, 
 embozada
en planicies o en aguas, 
 viste
cómo caían
 esperanzados,
a lo lejos.
 Salgo,
busco,
 te
sigo y el fogonazo 
 resuena
siempre en otra carne. 
 ¿Cuándo
seré el que caces, el ya deshecho,
 simple
testigo que se calla?
 Muerte,
 no
te
conozco,
 y
más allá del mar hablan de ti,
 quieren
cubrir mi patria
 con
tu nombre.
  
 COMO
UN ANlMAL
  
 
A
César Leante 
 
 Como
un animal
 viniste
a lamer a lo largo de mi vida
 para
verme escribir
 o
desertar cada mañana.
 Por
las noches
 viniste
a traicionarme, 
 a
escupir sebre mi cara, 
 a
morderme.
 Miseria,
mi animal, 
 ya
hemos hecho justicia.
 Entre
los cubos de basura
 de
mi pueblo, sin nada que comer
 en
el fondo; entre las gatas
 que
me miraban con tus ojos
 y
el dolor de una vida que me escocía
 para
perderme,
 tú
te instalabas cada noche.
 Ahora
puedo mentarte 
 con
piedad, ahora mi mano 
 se
hunde en la Revolución 
 y
escribe sin rencores; 
 ahora
golpeo
 la
mesa con un puño  
 alegre
y seguro.
 ¡Ya
hemos hecho justicia!
  
 CANCIÓN
 Duerme,
 mi
guerrillera.
 La
vida sigue en pie.
 Por
los caminos
 tus
ojos todavía resplandecen.
 Unos
ojos
 vigilan
por los tuyos,
 otros
ojos
 vigilan
por los míos.
 Duerme,
 yo
quiero que mi pecho
 sea
la tierra viva
 de
tu sueño.
 Duerme,
 desmontemos
la trampa
 de
la muerte como un fusil.
 Déjame
 que
te cante, mi niña alerta,
 mi
soldado,
 esta
canción de amor,
 esta
simple canción.
  
 LIBRE
Y MANIATADA ESPAÑA
  
 
A
Blas de Otero 
 
 España,
 no
podía dejar de recordarte 
 en
un momento como éste. 
 Míranos
entre piedras, 
 bien
alineados, cubanos, 
 hijos
tuyos.
 Plantaremos
el fuego alto, muy alto. 
 Lucharemos
hasta inundarnos de amor. 
 (Todo
esto que hoy tenemos
 lo
hemos conquistado luchando)
 No
quiero abrir la puerta
 ni
salir a la calle, hacia los míos, 
 sin
recordarte,
 (¿Cuánta
dicha conocemos ahora!) 
 Si
no te miento voy a enrojecer
 de
vergüenza.
 ¡Madre
saqueada, recomienza...! 
 Devuélveles
la luz, la voz, la espada 
 a
los que vagan con tu nombre.
 ¡Se
han puesto a arder como la hulla!
  
 AHORA
QUE ESTÁS DE VUELTA
 Dime,
ahora que estás de vuelta
 y
trabajando de modo que el tuyo
 no
sea más un corazón de elegía,
 ¿ves
crecer las ciudades
 con
tus ojos habituados al resplandor
 de
los desastres?
 ¿Oyes
nacer los himnos
 del
amor y el trabajo
 con
tus oídos rotos por
 tanta
furia y tanta muerte?
 ¿Podrías
describir el tamaño
 del
pueblo con tu lengua
 de
imágenes perecederas?
 ¿Has
puesto entre las nobles
 y
útiles de tu gente, esas manos
 que
tiemblan, que sólo
 sabían
escribir «me muero»?
  
 EL
JUSTO TIEMPO HUMANO
 ¡Mira
la vida al aire libre!
 Los
hombres remontan los caminos
 recuperados
 y
canta el que sangraba.
 Tú,
soñador de dura pupila,
 rompe
ya esa guarida de astucias
 y
terrores.
 Por
el amor de tu pueblo, ¡despierta!
 El
justo tiempo humano va a nacer.
  
 EL
ÁRBOL
 Estoy
mirando cómo creció este árbol.
 Ayer
mismo – separando los grumos de la tierra –
 lo
plantamos, amor,
 (era
el último surco)
 y
te volviste hacia mr cuerpo sudoroso
 y
murmuraste el nombre de este árbol
 que
hoy levanta
 su
tamaño sonoro contra el viento.
 Así
sea la vida que soñamos.
 Así
sean los árboles que otras manos sencillas
 coloquen
cada día
 en
las tierras del mundo.
 Así
sea la música del hombre,
 verde
y serena y resonante.
  
  
  
 FUERA
DEL JUEGO (1968)
 Edición conmemorativa, Ediciones
Universal, Miami, 1998
  
 Los
poetas cubanos ya no sueñan
 Los poetas cubanos ya no
sueñan
                        
(ni siquiera en la noche). 
 Van a cerrar la puerta para
escribir a solas
 cuando cruje, de pronto,
la madera;
 el viento los empuja al
garete;
 unas manos los cogen por
los hombros,
 los voltean,
          
los ponen frente a frente a otras caras
 (hundidas en pantanos ardiendo
en el napalm)
 y el mundo encima de sus
bocas fluye
 y está obligado el
ojo a ver, a ver, a ver.
  
 Siempre
he vivido en Cuba
 Yo vivo en Cuba. Siempre
 he vivido en Cuba. Esos
años de vagar
 por el mundo de que tanto
han hablado,
 son mis mentiras, mis falsificaciones.
 Porque yo siempre he estado
en Cuba.
 Y es cierto
 que hubo días de
la Revolución
 en que la Isla pudo estallar
entre las olas;
 pero en los aeropuertos,
 en los sistios en que estuve
 sentí
         
que me gritaban
                               
por mi nombre
 y al responder
 ya estaba en esta orilla
 sudando,
           
andando,
                      
en mangas de camisa,
 ebrio de viento y de follaje,
 cuando el sol y el mar trepan
a las terrazas
 y cantan su aleluya.
  
 Dicen
los viejos bardos 
 No lo olvides, poeta.
 En cualquier sitio y época
 en que hagas o en que sufras
la Historia,
 siempre estará acechándote
algún poema peligroso.
  
 Poética
 Di la verdad.
 Di, al menos, tu verdad.
 Y después
 deja que cualquier cosa
ocurra:
 que te rompan la página
querida,
 que te tumben a pedradas
la puerta,
 que la gente
 se amontone delante de tu
cuerpo
 como si fueras
 un prodigio o un muerto.
  
 Antonia
Eiriz
 Esta mujer no pinta sus cuadros
 para que nosotros digamos:
"¡Qué cosas más raras
 salen de la cabeza de esta
pintora!"
 Ella es una mujer de ojos
enormes.
 Con estos ojos cualquier
mujer podría
 desfigurar el mundo si se
lo propusiera.
 Pero esas caras que surgen
como debajo de un
                                                                      
puñetazo,
 esos labios torcidos
 que ni siquiera cubren la
piedad de una mancha,
 esos trazos que aparecen
de pronto
 como viejas bribonas;
 en realidad no existirían
 si cada uno de nosotros
no los metiera diariamente
 en la cartera de Antonia
Eiriz.
 Al menos, yo me he reconocido
 en el montón de que
me saca todavía agitándome,
 viendo a mis ojos entrar
en esos globos
 que ella misteriosamente
halla;
 y, sobre todo, sintiéndome
tan cerca
 de esos demagogos que ella
pinta,
 que parece que van a decir
tantas cosas
 y al cabo no se atreven
a decir absolutamente nada.
  
 Instrucciones
para ingresar en una nueva sociedad
 Lo primero: optimista.
 Lo segundo: atildado, comedido,
obediente.
 (Haber pasado todas las
pruebas deportivas).
 Y finalmente andar
 como lo hace cada miembro:
 un paso al frente, y
 dos o tres atrás:
 pero siempre aplaudiendo.
  
 Para
escribir en el álbum de un tirano
 Protégete de los vacilantes,
 porque un día sabrán
lo que no quieren.
 Protégete de los
balbucientes,
 de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo,
 porque descubrirán
un día su voz fuerte.
 Protégete de los
tímidos y los apabullados,
 porque un día dejarán
de ponerse de pie cuando entres.
  
  
  
 EL
HOMBRE JUNTO AL MAR
 Seix
Barral, Biblioteca Breve, 1ra edición, 1981
  
 LO
MEJOR ES CANTAR DESDE AHORA
 Lo
mejor es que empiece a cantar
 desde
ahora
 la
alegría de los sueños cumplidos
 y
me olvide del mundo de mis antepasados.
 Ellos
a la ceniza. Yo a la vida.
 Siempre
anduve entre nieblas como un idiota.
 No
pudo ser de otra manera.
 No
es posible que en un pecho de hombre
 quepa
tanta maldad.
 Mañana
limpiaré la trastienda
 y
saldré a la calle
 y
al doblar una esquina
 cualquiera
podrá verme lanzar los objetos
 que
elaboré en las noches
 con
mis uñas de gato.
 Mi
orgullo será ver a las viejas
 orinarse
de risa
 cuando
vean tremolar mi chaleco de feria;
 mi
alegría que los niños destrocen
 mi
careta y mi barba.
 Porque
nadie dedicó más vehemencia
 –
en el peor instante –
 a
ensayar este paso de atleta,
 este
nuevo redoble de tambor.
 Los
himnos y los trenos
 pertenecen
al tiempo de los cadáveres esbeltos
 con
su hilillo de sangre entre los labios
 y
el desgarrón de lanza, dignos de la elegía. 
 Entonces
el poeta era la plañidera
 que
se esforzaba por conmover las multitudes.
 Pero
hoy heredamos este muñón sin dueño,
 este
ojo abierto en la escudilla.
 Y
hay que exaltar la vida, sin embargo,
 apartar
la basura,
 y
cantar la alegría de los sueños cumplidos,
 pero
con buena música de fondo;
 de
violín, si es posible, que es el instrumento
 adecuado:
agudo, recto como un arma.
  
 CANCIÓN
DEL JUGLAR
  
 
General,
dein Tank ist ein 
 Starker
Wagon.
                
BRECHT 
 
 General,
hay un combate
 entre
sus órdenes y mis canciones. 
 Persiste
a todas horas:
 noche,
día.
 No
conoce el cansancio ni el sueño.
 Un
combate que lleva muchos años,
 tantos,
que mis ojos no han visto nunca un amanecer
 en
donde no estuvieran usted, sus órdenes, sus
       
armas, su trinchera.
 Un
combate lujoso
 en
donde, estéticamente hablando, se equiparan
 mi
harapo y su guerrera.
 Un
combate teatral.
 Le
haría falta un brillante escenario
 donde
los comediantes pudieran llegar de todas
       
partes
 haciendo
mucho ruido como en las ferias
 y
exhibiendo cada uno su lealtad y su coraje.
 General,
yo no puedo destruir sus flotas ni sus
       
tanques
 ni
sé qué tiempo durará esta guerra;
 pero
cada noche alguna de sus órdenes muere
       
sin ser cumplida
 y
queda invicta alguna de mis canciones.
  
 LA
BELLA DURMIENTE
 Nos
va a costar trabajo despertarla, tan sumida
     
en su sueño
 por
donde llegan príncipes de las adolescentes,
     
acorralados
 por
las luces de tránsito
     
y la capa chispeante
 como
el ojo engrasado de los ferroviarios.
 Inútil
que hagas sonar el daxon junto a la
     
enredadera
 de
la ventana. No va a asomarse.
 Gritar
con las dos manos en forma de bocina no
     
bastará
 para
que por lo menos mueva el párpado sonrosado.
 Ahora
seguramente resbala por el sueño.
 De
niña se dormía por encima del ruido de los alto-
     
parlantes,
 frente
a las luces de los anuncios de neón.
 Nos
va a costar trabajo despertarla
 porque
está acostumbrada a los estruendos.
 Cuanto
más ruido más vive en su interior, más
     
acaricia
          
la sortija, alelada.
 Trabajo
va a costarnos, vuelta como ahora está
 hacia
los traspatios de la niñez
          
donde un montón de brujas le tiran de las
             
trenzas.
 ¿Quiénes
somos nosotros para venir a despertarla?
  
 NOTA
 Para
los cazadores de lo maravilloso tengo muy
     
pocas cosas
 que
dar. Yo no poseo magias. No envidio a los que
     
tienen
 una
magia.
 Tampoco
me interesan los cristales cifrados
 donde
se transparenta el himno sucesivo que me
     
plagian o
           
plagio.
 Me
queda ese Brancusi de la pared manchada,
 palabras
que acuden cuando hablo,
           
neutras y desprovistas de ilusión.
 Centellean
no porque yo las pula con trapos de
     
metal,
 las
encuentro a la diabla, entre las calles,
           
tontas alegres como niños.
  
 EL
HOMBRE JUNTO AL MAR
 Hay
un hombre tirado junto al mar
 Pero
no pienses que voy a describirlo como a un 
     
ahogado
 Un
pobre hombre que se muere en la orilla
 Aunque
lo hayan arrastrado las olas
 Aunque
no sea más que una frágil trama que respira
 Unos
ojos 
 Unas
manos que buscan
     
Certidumbres
                        
A tientas
 Aunque
ya no le sirva de nada
 Gritar
o quedar mudo
 Y
la ola más débil
 Lo
pueda destruir y hundir en su elemento
 Yo
sé que él está vivo
 A
todo lo ancho y largo de su cuerpo
  
 EL
QUE REGRESA
 A
LAS REGIONES CLARAS
 Ya
dije adiós a las casas brumosas
 colocadas
al borde de los desfiladeros
 como
el montón de heno en la pintura flamenca,
 y
adiós también a las mujeres
 que
más de una vez me conmovieron
 –
sobre todo aquéllas de ojos color de malaquita –,
 y
los trineos quedaron colgando como gárgolas
 inservibles
en las ventanas que desde ayer
 están
cerradas.
 Porque
el sol me ha curado.
 No
vivo del recuerdo de ninguna mujer,
 ni
hay países que puedan vivir en mi memoria
 con
más intensidad que este cuerpo que reposa a mi
     
lado.
 El
sitio – además – donde mejor
 puede
permanecer un hombre
 es
en su patio, en su casa,
 sin
gentes melancólicas que acechen en los muelles
 la
carne atroz de las pesadillas.
 Un
nuevo día entra por la ventana
 –
estallante, de trópico –.
 El
espejo del cuarto multiplica su resplandor.
 Yo
estoy desnudo al lado de mi mujer desnuda,
 encerrados
en esta luz de acuario;
 pero
éste que huye a través del espejo,
 con
bufanda y abrigo,
 escaleras
abajo;
 el
que saluda a toda prisa a la portera
 y
entra en un comedor atiborrado
 y
se sienta a observar
 la
fachada de una estación de trenes
 que
el invierno devora
 con
su lluvia podrida como un estercolero,
 es
mi último espejismo
 que
ya ha curado el sol,
 el
último síntoma de aquella enfermedad,
 afortunadamente
transitoria.
  
 LA
ROSA, SUS ESPECTROS
  
 
(Rilke)  
 
 Encima
está la rosa
 y
debajo la espina. 
 Cuando
Rilke se inclina
 para
coger la rosa,
 el
pobre no adivina 
 que
su espectro lo acosa 
 y
transfigura,
 porque
toda hermosura 
 es
esplendor y ruina.
  
 LUIS
CERNUDA
 Decía:
 Lo
real para ti no es esa España obscena y deprimente
 En
la que regentea hoy la canalla,
 sino
esta España viva y siempre noble
 Que
Galdós en sus libros ha creado...
 De
aquélla nos consuela y cura ésta.
 Pero
la España real, la otra (la de la tierra)
 a
todas horas lo perseguía
 con
el aullido insistente de su lengua. Y él:
 ¿Puede
cambiarse eso? Poeta alguno
 Su
tradición escoge, ni su tierra,
 Ni
tampoco su lengua: él las sirve,
 Fielmente
si es posible...
 Entonces,
la solución ¿era esta muerte, en el exilio,
 o
era la tradición generosa de Cervantes,
 heroica
viviendo, heroica luchando,
 o
el combate incesante con su idioma
          
a toda carne, a toda lealtad?
 Pero
la poesía
 se
le hizo terriblemente arisca,
 fue
a esconderse en la patas de las mulas de España
          
como una Égloga.
 Y
a la hora feroz de la nostalgia
 cuando
(ya sabemos) Garcilaso aparece
 con
sus asaltadores de caminos,
 hora
de los recuentos, su hora de seducción y de
     
emboscada,
 él
(Cernuda) oía aquel sonido seco
 como
en el fondo de su alcancía la moneda de cobre.
 ¿Volver
– gritó – Vuelva el que tenga,
 Tras
largos años, tras un largo viaje,
 Cansancio
del camino y la codicia
 De
su tierra...
                     
Más, ¿tú? ¿Volver?
 y
dijo adiós de golpe a su querida,
 que
le nutrió la angustia y el sarcasmo,
 la
forjadora de consolación
 que
lo salvó en la hora inminente de los cadalsos,
 que
le otorgó el dominio estricto de su lenguaje.
 Pero
él, de todos modos, y hasta la tumba, adiós.
  
 CON
SÓLO ABRIR LOS OJOS
 Este
jardín,
 plantado
a unos metros del río,
 le
dio cobija, bajo el viento de lluvia, 
 a
esta lechuza enferma,
 alastrada
en el fango como un saboteador.
 Y
ese gajo de Aroma, con la flor amarilla
 y
la espina oculta, le desgarró la ubre
     
a la vaca vieja,
 y
la palma, partida por el rayo,
 negrea
río abajo en la corriente.
 Así
teje la vida sus coronas de laurel y hojalata,
 arqueada
como una costurera sobre la realidad,
 uniendo
sus retazos oscuros y brillantes.
 De
esta manera – no de otra –
 se
hacen las catedrales y las bodas:
 con
sangre de tísicos y con sangre de desposadas.
 Con
sólo abrir los ojos
 descubres
que existe una belleza abominable
     
hasta en el paisaje.
  
  
  
 A
Fountain, a House of Stone
 A
Bilingual Edition
 Translated
by Alastair Reid and Alexander Coleman
 Farrar
Straus Giroux
 New
York, 1991
  
 Recuerdo
de Wallace Stevens en la Florida
 Ahora
está hirviendo el mar,
 y
si pudieras estar conmigo sé que me dirías
 que
arde sólo la imagen
 En
una lengua en que es vicio lo abstracto
 tú
afirmaste lo abstracto de los mundos soleados
 casi
imposibles de atrapar.
 Yo
he visto los jardines deshechos, los residuos
 de
la flora acosada.
 Hay
un continuo, un orden que envuelve este paisaje
 donde
es vestigio el árbol del axiona del árbol.
 Tríptico
sin verdura, líneas petreas, aguas que se repiten,
 que
interrogan, y la sola respuesta es la colina
 de
roca sumergida, la chatarra
 en
la arena, el gluglú de la sombra.
 Los
barcos han zarpado, de pronto se convierten
 en
una matemática
 sin
brío, en números de aire,
 igual
que las sombrillas rezagadas.
 Ningún
fantasma argulle cuentas aquí con la intemperie.
 Ningún
cuerpo de luz se diluye en el mar
 mejor
que en tu poema.
 Si
alguien habló la lengua de los sobrevivientes
 fuiste
tú que fundiste los helechos nevados
 de
New Hampshire con la vibrante vastedad del sur.
 No
eres el huésped indeseable que nos saca de quicio
 sino
la forma del océano, el temblor de esa ola
 que
se hace ola en la palabra.
  
 Allan
Marquand espera a su compañero de tenis en el campo sur
 Alguien
debió llegar, pero ¿quién lo asegura, 
 si
en el retrato sólo aparece el anfitrión,
 todo
de blanco, la raqueta en la mano, la gorra pulcra,
 un
joven simplemente sentado en el sillón,
 que
mira distraído,
 como
si el siglo no conociera el desconcierto?
 Princeton,
entonces, era una clara estampa
 casi
bucólica; lo atestigua esta casa
 rodeada
de verdura; la enredadera, asida a la pared de piedra,
 ¿cómo
hubiera podido amenazar toda esta mansedumbre?
 Y
el que debió llegar ¿dónde se oculta?
 Quizás
su nombre esté en el mármol de los muertos
 del
pueblo en los lejanos campos de batalla.
 La
época exigió una marca de fuego también,
 un
sacrificio que Allan Marquand no pudo presentir.
  
 Noche
de invierno
 ¿Dónde estarán
metidos la ardilla y el mapache?
 ¿Dónde el
loco del pueblo
 que dejaba su mochila en
Witherspoon,
 frente a la biblioteca y
conversaba en voz alta
 con ángeles o dioses?
 ¿Dónde el
bibliotecario gélido como un pez,
 con su capa española
y el vestigio de un clásico chileno?
 ¿A quién aúlla
mi perro a medianoche
 si afuera sólo hay
árboles y nieve?
  
 El
cementerio de Princeton
 Un pueblo puede ser la feliz
reunión de muchos seres,
 pero es también un
escrutinio constante de la muerte.
 De pronto se ilumina una
casa,
 se agitan las persianas,
 se oye el ruido de alguien
que sube aprisa una escalera,
 y ahí nos queda otra
víctima, un álgebra vacía.
 Las lápidas irregulares
 conviven aquí
 con nuestras jornadas.
 El horario de nuestras vidas
 salta sobre esta yerba rala
 donde un rastrillo quita
las hojas caídas.
 Nada de esto suscitará
el insomnio.
 Nuestra vigilia es sólo
riña de la ansiedad o de la bancarrota.
 Ni siquiera el joven sepulturero,
 ni el que maneja la cortadora,
distraído,
 al lado de las tumbas
 se sienten los guardianes
de estos muertos.
 Oh Dios, dínos dónde,
por qué.
 No sólo hay un miércoles
de ceniza en nuestra vida.
 Hacia ese camposanto
 todo el mundo camina con
el mismo miedo,
 los mismos ojos, los mismos
pies.
  
  
 Dos
poemas inéditos
      Los
poemas que siguen, fueron escritos en tarjetas postales (Día de
los enamorados y cumpleaños) que Heberto dedicó a Lourdes
Gil. Agradecemos el gesto de Lourdes de compartir con nosotros estos tesoros
de su intimidad con el poeta. No obstante ser textos de ocasión,
el lector atento y sensible será capaz de encontrar el impromptu
de la buena poesía.
  
 Criatura
de Otoño
 Ni una sola amenaza prueba
la incongruencia
 de tus dones y el viento
en Tenafly.
 He llegado hasta aquí
tarde en la noche
 apegado a la vida, indoblegable.
 Nada hay de ayer. No hay
más que ramas 
 y la claridad bermeja de
las hojas.
 Todo camino es interperie.
Ningún techo lo cubre. 
 Tú eres aún
el sueño y la blasfemia
 con que opera la fe, pasión
de lo invisible
 que retorna, mi gran amor,
mi último amor,
 eco imperecedero
 donde habita la lucidez
de nuestra época,
 poliedro estricto como la
eternidad.
 No te arrepientas. 
  
 (sin
título)
 Nadie puede separarte de
mi desesperado amor
 porque quebraste los espejos 
 para no ver tu encanto,
tu único rostro verdadero.
 Ellos son el ejemplo de
tu triunfo secreto.
 Y cada vez que urden la
alegría
 tú reapareces y estableces
el límite. 
 Heberto Padilla  |