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X Aniversario de La Habana Elegante

     Con el presente número, La Habana Elegante celebra su X Aniversario, el 488 de la fundación de la Ciudad de La Habana y el 144 del natalicio de Julián del Casal. Se trata de un momento de especial celebración que ha sido posible por el cariño con que amigos y lectores han hecho suya esta revista. La Habana Elegante anuncia, a propósito de este aniversario, un proyecto más ambicioso si se quiere: la creación de un web site dedicado exclusivamente a Casal. Allí incluiremos los materiales de los dos Centenarios, abundante material gráfico (fotos de Casal y de la ciudad), digitalizaremos la obra completa de Casal, mantendremos una bibliografía actualizada. Será una especie de casa virtual donde podrá encontrarse prácticamente todo, o casi todo lo existente de y sobre Casal.


Muere el escritor y periodista cubano Carlos Victoria


Wilfredo Cancio Isla

El Nuevo Herald

     El escritor Carlos Victoria, uno de los autores más prolíficos y singulares de la literatura cubana del exilio, falleció ayer en Miami víctima de una enfermedad terminal. Tenía 57 años.
     La muerte de Victoria, reconocida personalidad de la llamada Generación del Mariel y veterano redactor de mesa de El Nuevo Herald, conmovió desde las primeras horas del viernes a amigos, admiradores y colegas de faena periodística.
     Su fallecimiento se produjo a las 6 a.m. en el Hospital Palmetto de Hialeah, donde permaneció ingresado en estado grave desde el pasado lunes. Ese día Victoria consumió una sobredosis de analgésicos, agobiado por los fuertes dolores que sufría tras una reciente operación de cáncer de colon.
     Introvertido pero siempre solidario y amigo, amante de la ironía y la conversación culta, Victoria convirtió la literatura en parte consustancial de su existencia y conducta ética.
     Era un lector voraz de Dostoievski, Flaubert y Camus, y un profundo conocedor del rock. Nunca abandonó la costumbre de escribir a mano sus textos, que luego pasaba y revisaba en la computadora.
     Sobre su escritorio, donde diariamente se acumulaban libros, discos y películas de los más diversos autores y procedencias, fueron colocados ayer búcaros con flores blancas. Una pequeña foto de los Beatles, cuya música apasionó al escritor desde sus años juveniles, permanecía aún encima de su computadora.
     Sus compañeros de El Nuevo Herald -- donde laboró desde 1989 -- se congregaron en la tarde de ayer en la redacción del diario, junto a directivos de The Miami Herald, para rendirle tributo y guardar un minuto de silencio en su memoria.
     ''Carlitos, como todos lo conocíamos en esta redacción, fue un profesional entregado y responsable, un escritor con pasión y disciplina, un hombre sensible y un buen amigo. El Nuevo Herald pierde a su guardián de la noche; todos perdemos a un ser querido'', expresó Humberto Castelló, director de El Nuevo Herald. "Si la literatura fue su obsesión creadora, el trabajo en la redacción por casi 20 años estructuró su vida y lo convirtió en uno de los pilares de este diario''.
     Nacido en la ciudad de Camagüey en 1950, Victoria experimentó desde muy temprano la seducción por los libros, la lectura y el cine. Siendo un adolescente, empezó a escribir febrilmente poemas, narraciones y obras teatrales y apenas con 15 años se alzó con el premio de cuento del mensuario cultural El Caimán Barbudo, en 1965.
     Pero sus desenfados juveniles y gustos literarios terminarían por marginarlo en un país que vivía por entonces una fiebre de radicalización y dogmatismo frente a las ''desviaciones contrarrevolucionarias''. Siendo estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesas en la Universidad de La Habana, fue expulsado por ''diversionismo ideológico'' en 1971 y marginado socialmente.
     En 1978 fue arrestado por la Seguridad del Estado cubana y todos sus manuscritos fueron confiscados.
     ''Ese ha sido el único acto de justicia de ese aparato siniestro'', ironizaba Victoria sobre ese incidente, que marcó definitivamente su rechazo al régimen cubano. "Espero que como segundo acto de justicia hayan destruido esos papeles ... lo que escribí hasta los 30 años no tiene el menor valor''.
     Sin posibilidad alguna de publicar en su país natal, emigró en 1980 por el puente marítimo del Mariel, acompañado de su madre, Estrella Victoria.
     ''Recuerdo la costa de la isla, ese instante de dolor y alivio cuando uno dice adiós a una pasión que llegó a consumirte. El que no haya sufrido por un amor que se volvió tortura y del que hay que escapar si es necesario muerto, no sabe de qué hablo'', rememoró Victoria en ocasión del 25 aniversario de su partida de Cuba.
     Su llegada a Estados Unidos enfrentó los obstáculos típicos del inmigrante en una ciudad abocada a asimilar 125,000 cubanos en apenas cuatro meses. Pero pronto renacerían sus afanes literarios.
     Junto a su entrañable amigo Reinaldo Arenas, figuró entre los fundadores de la revista Mariel (1983-1985), un proyecto literario para el que los miembros del consejo editorial desembolsaban $100 trimestrales de sus propios ingresos para costearlo. Victoria trabajaba por entonces en un almacén en el noroeste de Miami.
     ''Un día lejano de los 80 descubrí en la revista Mariel el cuento de un desconocido y me deslumbré'', recordó ayer desde París la traductora y ensayista Liliane Hasson. "Reinaldo Arenas me facilitó su dirección y pronto recibí de Hialeah el manuscrito de Las sombras en la playa que, en 1992, sería su primer libro publicado en español''.
     Gracias a la tenacidad de Hasson, traductora de las obras de Victoria al francés, el relato fue incluido en 1985 en la selección anual del diario francés Le Monde.
     Justamente en 1992, cuando la Editorial Universal de Miami publicó el volumen de cuentos Las sombras en la playa, se abriría para él una etapa de reconocimiento literario en Estados Unidos y América Latina y Europa.
     Al año siguiente dio a conocer su primera novela, Puente en la oscuridad, ganadora del premio Letras de Oro de Miami, y obtuvo la prestigiosa Beca Cintas para creación literaria.
     Desde entonces escalonó una personalísima obra narrativa, que incluye las novelas La travesía secreta (1994) y La ruta del Mago (1997), y los libros de relatos El resbaloso y otros cuentos (1997) y El salón del ciego (2004).
     Su obra figura como uno de los más sensibles testimonios de la condición cubana, fugitiva de la isla y desgarrada en el exilio. Victoria es el narrador de la inadaptación, el desarraigo, la incertidumbre de la soledad y el dolor de la diáspora.
     ''Es el primer narrador que me viene a la mente cuando pienso en la literatura que se produce en Miami'', comentó el ensayista e historiador Rafael Rojas. "Su muerte se une a la de otros grandes del exilio, como Cabrera Infante, Heberto Padilla, Jesús Díaz, Antonio Benítez Rojo, en este comienzo implacable del siglo XXI''.
     La Feria Internacional del Libro de Miami anunció ayer que en su vigésimocuarta edición dedicará un homenaje a Victoria, el próximo 5 de noviembre a las 8 p.m.
     ''Miami ha perdido, lamentablemente temprano, a uno de sus hijos pródigos llegado de Cuba en la borrasca del Mariel'', declaró Eduardo Padrón, presidente del Miami Dade College. "La Feria, que no pocas veces se enalteció con su discreta presencia, le rendirá el tributo que merece''.
     Para su editor en Miami, Juan Manuel Salvat, ``Victoria es el mejor narrador cubano contemporáneo''.
     ''Debía haber disfrutado de mayor reconocimiento literario, aunque seguramente la historia se encargará de poner las cosas en su lugar'', afirmó Salvat, director de Ediciones Universal.
     Sus libros fueron traducidos al inglés y al francés. La novela La travesía secreta fue seleccionada en el 2001 como el Mejor Libro Extranjero del Año en Francia, donde también aparecieron publicados El resbaloso y La ruta del Mago, gracias a la dedicada labor de Hasson.
     En el 2004 la editorial Aduana Vieja publicó en España una antología de sus relatos bajo el título Cuentos (1992-2004), y dedicó en Cádiz un homenaje a Victoria por su fecunda labor literaria.
     ''He tenido el empeño constante de difundir su obra en mi país'', indicó Hasson. "La exigente crítica literaria francesa no escatimó elogios y recompensas. No siempre había sido fácil y Carlos, a veces, hasta me reprochaba mi terquedad afirmándome con humor que él no tenía tanto ahínco para divulgar su propia obra. Y era cierto.''
     Para el escritor cubano Lorenzo García Vega, uno de los fundadores del legendario Grupo Orígenes (1944-1956), Victoria fue "mi lector en alta voz de principio a fin''.
     ''Estuvimos muy unidos y ha significado muchas cosas para mi vida, porque me estimulaba a que fuera yo mismo'', confesó García Vega. "Establecimos un puente entre dos generaciones de escritores cubanos y fue Carlos quien me acompañó indisolublemente durante el proceso de escritura de mi libro El oficio de perder [memorias, 2005]''.
     Quienes lo conocieron en Cuba o en el exilio reconocen que la tenaz pasión literaria de Victoria no enturbió nunca sus relaciones de amistad, y su posición transparente sobre el caso de Cuba.
     ''Sonreía mucho, pero hablaba poco. Evitaba herir o hacer un comentario duro sobre nadie, sin embargo, siempre sus palabras estaban cargadas de impresionante honestidad'', recordó el escritor y crítico Daniel Fernández, quien forjó amistad con Victoria desde los años 60. "Aunque en su vida personal hubo mucho dolor, siempre encontró tiempo para asistir a aquéllos que necesitábamos de su apoyo y su amistad''.
     Fernández añadió que Victoria tenía siempre el oído presto para los problemas ajenos, aunque era muy parco a la hora de comentar los propios. ''Además de su valiosa obra literaria, deja en quienes lo conocimos un inusual legado de estoicismo, tolerancia y comprensión'', agregó.
     Siempre estuvo opuesto a que sus textos aparecieran publicados en la isla, pues rechazaba profundamente la esencia represiva del régimen castrista y sus manipulaciones políticas en el terreno de la cultura. Sin embargo, trataba de defender la amistad con algunos de sus viejos amigos en Cuba, por encima de diferencias políticas.
     ''Es algo que quiero demostrarme, que la amistad puede estar por encima de las miserias políticas'', repetía frecuentemente.
     Pero Rojas apuntó que a pesar de la manera discreta de proyectarse en política y en la vida pública, el civismo de Victoria le imprimía un tremendo vigor a sus reacciones ante hechos condenables, como la represión desatada en Cuba contra el movimiento disidente en el 2003.
     Irritado por los desmanes gubernamentales y las condenas dictadas contra 75 disidentes en la primavera del 2003, Victoria -- que no acostumbraba a escribir artículos políticos -- llegó a la Redacción un día de abril del 2003 con un texto escrito sobre los delatores destapados en los juicios sumarios que se desarrollaban en Cuba.
     ''El logro principal del dictador de Cuba, aparte del visible de mantenerse a flote por más de cuatro décadas, es haber sembrado la desconfianza en todos los cubanos'', escribió entonces en un artículo titulado Delatores. "El hombre emblema de la llamada revolución no ha sido el militar, ni el policía, ni siquiera el militante fiel; este dudoso honor le ha tocado al chivato''.
     A Victoria le sobreviven su esposa Mayra Sagastume en Miami; y sus hermanas Olga Consuegra, en República Dominicana, y Josefa Consuegra, en Cuba. Su madre había fallecido en el 2001.
     Cumpliendo con su última voluntad, no habrá servicios fúnebres. Sus restos serán cremados.

     El Nuevo Herald, 13 de octubre de 2007


Maupassant à Miami

Agnès Séverin

publié le 01 mars 2007

L'écrivain cubain Carlos Victoria donne une passionnante version latino-américaine du Horla de Maupassant

 
     LA LITTÉRATURE cubaine ne se résume pas à Zoé Valdés. Dans le sillage de José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante et, plus récemment, Leonardo Padura Fuentes, d'autres écrivains de l'île (ou de l'exil) s'imposent discrètement en France. D'abord publié uniquement aux États-Unis et en France, le Cubain de Miami Carlos Victoria n'avait plus fait parler de lui depuis Le Glissant (Autrement) et La Traversée secrète (Phébus). Fidèle à la veine néobaroque issue de La Havane, Un pont dans la nuit est une chronique de la solitude contemporaine, entre tradition fantastique et onirisme surréaliste. Dans les bas-fonds de la Petite Havane, à Miami, l'histoire de Natán évoque un nouveau ­Horla projeté dans l'imaginaire latino-américain, où rêve et réalité ne font qu'un. Ce «type rêveur, sans attaches familiales, sans enfants, sans épouse et sans patrie, absorbé par la routine d'une société d'exportation de Miami qui (vend) au Venezuela des pièces détachées de navire» se lance à corps perdu dans une partie de cache-cache avec son demi-frère disparu.
     En pleine crise existentielle, une telle quête ne peut prendre que la forme de l'errance. Les descriptions pénétrantes de paysages hitchcockiens, entre clarté glaciale et visions hallucinées, sont prétextes à explorer les liens troubles entre passé et présent. Dans ce décor hypnotique, les fantômes du passé ne quittent pas les vivants d'une semelle. Les voyantes et les guéridons qui tanguent sont le seul jalon pour qui tâche de retrouver, à tâtons, les traces d'un destin. L'atmosphère, vénéneuse, distillée par les nuances changeantes d'un vocabulaire subtil, se fait le reflet d'états d'âme sans cesse un peu plus ténébreux.
     Au détour de cette enquête, la rencontre de Gabriel Perdomo, âme déglinguée au prénom d'archange, est encore prétexte à quelques brutales incursions au coeur de la folie. Les tirades saturées de haine de ce dément, faux prophète réfugié dans un asile de luxe ou vrai criminel issu des beaux quartiers, sont traversées de fulgurances ravageuses qui n'épargnent personne. Les écueils, les doutes et les dangers qui se succèdent au long de ce parcours initiatique apparemment désespéré n'occultent pourtant ni la sincérité, ni la simplicité ou l'amour. Les écrivains sud-américains sont d'éternels rêveurs.


La nuit de l'iguane

Ils étaient trois amis à Miami. Arenas, Rosales, Carlos Victoria. Cubains, exilés. Le troisième est le survivant. Rencontre.

Lançon Philippe

jeudi 15 mars 2007

Miami envoyé spécial

Carlos Victoria. Un pont dans la nuit. Traduit de l'espagnol (Cuba) par Liliane Hasson. Phébus, 208 pp., 16,50 €.

     Au début des années quatre-vingt, trois albatros cubains sont posés sur un banc du centre de Miami. C'est dans un parc. Il y a des palmiers, il n'y a personne. Les ailes des albatros sont froissées. Leur désespoir est affamé. Ils ont 30 ans, regardent la rivière, les ponts levants, les bateaux. Ils rigolent de tout, de rien. La vie est un artifice plein de tristesse et ils se donnent des coups de bec. Exilés, ils appartiennent à la génération du second exode, dite des «Marielitos»: 125 000 hommes et femmes quittant l'île en 1980 par le port de Mariel, les mains vides, sans valises ni papiers, avec la méchante bénédiction du régime castriste. Une foule bien préparée leur fit une haie de crachats et d'insultes. Et ils se retrouvèrent à Miami, dans ce purgatoire confortable veiné de canaux endormis. La mer était toujours là.
     Les trois albatros sont les grands romanciers de leur génération. Le premier, dit «le prostitué», est Reinaldo Arenas (lire ci-dessous). Atteint du sida, acculé par la maladie, il se suicide en 1990, à 47 ans. Son oeuvre est faite. Lui seul a du succès: «C'était un guerrier, le conflit le faisait vivre et prospérer.» Le deuxième, dit «le fou», est Guillermo Rosales. Il brûle la plupart de ses textes après les avoir écrits. Tantôt interné, tantôt mendiant, déchiré par des voix comme par une «bande de chats furieux», il se suicide en 1993, à 46 ans: «Pour éviter les crises, il devait prendre des médicaments ; mais quand il prenait des médicaments, il ne pouvait plus écrire. Il s'est tué lorsqu'il a compris que les crises se rapprochaient et que c'était sans issue.» On publia après sa mort un bref roman parfait, Boarding Home (devenu en français Mon ange, chez Actes Sud). Il y raconte l'asile au fil du nerf. Rosales? «La haine ne le nourrissait pas, il nourrissait la haine. La haine lui faisait entendre des voix, voir des ennemis sous chaque visage, entendre des insultes sous chaque phrase. Par haine, il maigrissait jusqu'à devenir ce déchet humain, ce spectre dont le regard plein de mépris effrayait.» Arenas et Rosales sont des héros pleins d'écume sarcastique.
     Celui qui parle d'eux, c'est le troisième ­ le survivant: Carlos Victoria. Il a aujourd'hui 56 ans. Il vit seul, n'a pas d'enfants et habite toujours à Miami. Il a un passeport américain, mais ne vote pas; il ne se sent pas américain. Soigneux, il a révisé des textes posthumes de ses amis avant publication. Son meilleur roman, Un pont dans la nuit, vient d'être traduit. Il a 15 ans. La nouvelle où se trouve la scène du banc, «L'étoile filante», a été écrite dans les mêmes années. Elle n'est pas traduite. Carlos Victoria s'y baptise le «drogué alcoolique»: au début des années quatre-vingt, il prenait de tout. Il a commencé à boire après avoir été viré de la faculté de lettres de La Havane pour «diversionnisme idéologique».
     On est en 1971. Il a 20 ans. Il écrit et il écoute les Beatles, les Rolling Stones, Bob Dylan: ce goût lui est resté ­ avec celui de la musique classique. Carlos Victoria est un Cubain qui n'écoute pas de musique cubaine. Pendant trois mois, le jeune homme peut éviter le travail sans être arrêté comme «paresseux». Il en profite pour lire A la recherche du temps perdu. Ensuite, le pouvoir lui impose un poste d' «ouvrier en développement»: «J'ai pensé qu'il s'agissait de développement personnel, se souvient-il, mais il s'agissait de développer des arbres.» Le voilà pour sept ans employé forestier dans sa province natale de Camagüey, au centre de l'île. Une nouvelle, «La ronde», s'inspire de l'expérience. Un veilleur inutile découvre un cadavre au pied d'un flamboyant. Le lendemain, le fils du mort se présente, agressif. Il exige que le veilleur lui montre dans quelle position était son père quand il l'a trouvé. Puis il revient pour y faire l'amour avec une femme. A la fin, quelques années plus tard, le fils a disparu, on a construit des hôtels pour touristes et le flamboyant a fleuri.
     En 1977, on emprisonne Carlos Victoria. Les cellules sont couvertes de déjections et encombrées. On saisit sa correspondance, ses premiers écrits. Trois ans plus tard, avant de quitter l'île avec sa mère, il brûle les textes restants, sans exception, dans le patio de sa maison familiale. L'acte ne lui semble toujours pas regrettable. Le bateau part pour Key West le 25 mai 1980. Une tante de Miami a payé le voyage. Les passagers devaient être 35. Ils sont 193. «La traversée  a été horrible. Fidel avait vidé les prisons, les asiles. Les passagers supplémentaires étaient des délinquants, de faux délinquants, des fous ou de faux fous. Seuls les vrais fous et les vrais délinquants avaient des passeports. Nous, nous n'avions rien.» L'écrivain qui arrive aux Etats-Unis est vierge de toute création. Arenas, Rosales, Victoria: «Ce qui nous liait le plus, a-t-il écrit, était une sorte de dénuement. Nous devions partir de zéro.»
     A Miami, les deux autres se moquaient de la bonté de Carlos Victoria. Il semble en effet préservé de l'envie et de l'atmosphère de règlement de comptes, ces cadeaux de la dictature qui empuantissent le milieu intellectuel cubain. La bonté continue de cirer sa tête cabossée, sous injection de souffrance et de tendresse, à la fois enflée et séchée par les épreuves, les souvenirs et une solitude finalement volontaire. Cette bonté ne vient pas de loin ; elle en revient. «Quand la haine le saisissait, écrit-il de lui-même dans «L'étoile filante», il se saoulait et se droguait jusqu'à extinction de tous les sens. Le lendemain, accablé par la honte et la faute, il remettait le joug de la charité.» Albert Camus l'a influencé: il aime son authenticité. Carlos Victoria demeure un homme discret, timide, légèrement courbé sous le poids du joug qu'il continue de porter. Après Mariel, pendant dix ans, il fit toutes sortes de boulots. Le plus souvent, il était manutentionnaire. On lui proposait d'écrire dans les journaux, il refusait: «Je croyais que si je travaillais dans un lieu lié à l'écriture, cela m'empêcherait d'écrire. Peut-être, comme dans la fable du renard et des raisins, ne me sentais-je pas assez fort pour le faire.» Il écrit alors après le travail et à l'aube. Depuis 1989, il travaille au Nuevo Herald, le premier quotidien en langue espagnole de la ville. Traducteur de l'anglais puis éditeur, il refuse toujours de publier des articles ou des déclarations politiques: «Trop de rancoeurs, de ressentiments, de perplexités.» Son talent n'est donné qu'aux fictions, à quelques souvenirs. Il a écrit des nouvelles, trois romans. La sobriété resserre les phrases sur le destin des personnages, livrés à l'isolement, à l'exil, aux marges et aux fous.
     La Traversée secrète (Phébus), publié en 1994, fut réécrit plusieurs fois: l'auteur réinvente son enfance et son adolescence à Camagüey et à La Havane. Abel le Magicien (Actes Sud), publié en 1997, évoque aussi une enfance à Camagüey, à l'époque où la vieille société cubaine, vouée à ses solidarités et à ses magies, affronte le pudibond vent révolutionnaire. Un pont dans la nuit, écrit en même temps que la Traversée secrète, est l'aventure initiatique d'un homme seul.
     Natan est un Cubain exilé, célibataire. Il vend des pièces détachées de navire pour une entreprise et refuse de lier sa vie à quiconque. Il s'est endetté pour acheter un appartement. C'est un Américain ­ presque: «Il était le seul à savoir que son efficacité n'était qu'un leurre; au fond de lui, il se sentait inadapté, confus et mécontent. Il allait sur ses quarante ans.» Une lettre de son père, qui semble mettre sa conscience en ordre avant de mourir à Cuba, lui apprend qu'il a un frère. Ce frère inconnu vivrait, comme lui, à Miami.
     Natan enquête de bars en sorciers, de voyous en cartomanciennes, de cadavre en asile, pour le retrouver. Les visages de ceux qu'il interroge ont quelque chose en commun, mais quoi ? Après chaque rencontre, Natan «se regardait dans le rétroviseur pour observer si le sien aussi montrait le signe distinctif de ceux qu'il avait baptisés, au fil des jours, les visages de la solitude». Miami est la ville où la solitude est un destin.
     Dans sa quête, Natan est guidé, entre autres, par un poème de Keats trouvé dans la guérite d'un gardien de nuit. Enfant, Carlos Victoria découvrit les romantiques anglais dans la bibliothèque de Camagüey. Il aurait voulu écrire comme les soeurs Brontë: «Mais comment décrire des landes, des forêts, des apparitions, des lacs, quand on est né au coeur d'une île tropicale?» Son style est plus proche des grands auteurs américains de nouvelles. Mais Natan, comme l'écrivain, vit au bord d'un lac fertile en apparitions.
     Peu à peu, Natan a la sensation d'être suivi par ce frère ­ ou par son fantôme apparaissant sur la rive. Est-il vivant? Est-il mort ? Est-ce bien lui qu'il voit sur une photo découverte chez une tante décédée? Il l'ignore. Son «seul objectif» était de «jeter un pont dans la nuit vers son frère». En le suivant, il s'enfonce dans la nuit. Au bout, après une perte de conscience, il trouve la prison et la dépression. Il en sortira simplifié, peut-être aimé par une femme.
     En 1998, Carlos Victoria est lui-même entré en dépression: «Pendant quatre ans, je n'ai plus écrit. Je me contentais d'aller au travail comme un zombie.» La musique le faisait pleurer. Il rejoignait ses personnages dans la cave. C'est l'époque où «les canaux de Miami sont pleins de tentations». Un recueil de nouvelles, le Salon de l'aveugle, publié en 2005, marque sa résurrection. Carlos Victoria travaille lentement, le matin ou la nuit. Il écrit aujourd'hui, avec difficulté, le roman du retour à Cuba. «Je ne peux lire ni Camus, ni Hesse, ni Thomas Mann, ni Dostoïevski quand j'écris. Ils me sont trop proches.»
     Depuis vingt-quatre ans, il ne boit plus. Le 20 décembre 2001, au coeur de la dépression, sa mère est morte: «C'est peut-être la date la plus importante de ma vie.» Elle était schizophrène. Il vivait seul avec elle depuis toujours. Comme son ami Guillermo Rosales, elle entendait des voix. «Dieu lui parlait, dit-il. Nous étions ses messagers et nous allions délivrer le monde. Bien entendu, nous étions menacés, persécutés, torturés. Les gens mouraient, mais ils revenaient sous une autre forme... et, bien entendu, il était impossible de faire venir quelqu'un chez nous.» Il y a souvent des fous dans les textes de Carlos Victoria. Il les décrit avec délicatesse, sans effet, en homme qui les a vécus.
     Sa mère est devenue folle quand il est né. Fille de paysans pauvres, elle est institutrice: pour la famille, une réussite sociale. Elle tombe amoureuse du père de Carlos. Il se nomme Emilino Consuegra, mais tout le monde l'appelle Charles (avec l'accent anglais). C'est le fils d'une famille riche, possédant une propriété dans les environs. Au moment où il la séduit, son mariage est déjà prévu avec une fille de son milieu. Il disparaît avant la naissance. Dans la famille, son nom devient tabou. L'enfant grandit en ignorant tout de lui.
     Adolescent, il rejoint La Havane, pour y faire des études de littérature anglaise. Sa mère reste avec une tante à Camagüey. Deux autres tantes vivent en Australie et à Miami. C'est celle-ci qui, en 1979, voyage à Cuba et propose d'aider Carlos et sa mère à sortir. Mère folle, fils paria: «Nous vivions alors dans des conditions épouvantables.» Au moment où le voyage se prépare, sa tante de Camagüey lui dit: «J'ai des lettres de ton père que ta mère n'a jamais lues.» La famille a fait barrage. Carlos Victoria découvre que son père se repentait, voulait le connaître. Il n'en sait pas plus. «J'étais alors persuadé qu'il avait émigré aux Etats-Unis, dit-il. L'une des premières choses que j'ai faites en arrivant à Miami, c'est de chercher son nom dans le bottin. Je ne l'ai pas trouvé. J'ai oublié.»
     Emilino Consuegra a en réalité rejoint Fidel Castro dans la Sierra. Il a fait la révolution. Médecin, il est devenu un notable du régime. Puis il a été mis à l'écart, pour finir médecin de quartier à La Havane. Carlos retrouve sa trace par hasard, dix ans plus tard, dans une réunion littéraire à Miami : des amies d'enfance de sa mère, présentes, se mettent à pleurer lorsqu'il leur apprend qu'il est «le fils d'Estrella». Par elles, il parvient à contacter son père. Elles apprennent aussi à l'écrivain qu'il a un demi-frère. Il vit à Miami et il est avocat. Carlos Victoria demande à le connaître. On fait passer le message. Le frère refuse: «Je ne suis pas prêt.»
     Ici, la littérature reprend ses droits: «J'ai voulu me prouver, dit l'écrivain, que je pouvais écrire une oeuvre d'imagination dans laquelle entrait ce problème. Parfois, je rêvais de mon frère et je me disais que lui me connaissait. Et il m'arrivait de voir une silhouette, la nuit, au bord du lac. Un pont dans la nuit est venu de là.» Quinze ans plus tard, ils ne se sont toujours pas vus. Entre-temps, Carlos Victoria a inventé ce frère, qu'il a peut-être renoncé à connaître ­ comme dans le livre.
Après avoir écrit Un pont dans la nuit, il retourne pour la première fois à Cuba. Les frontières s'ouvrent et il veut connaître son père. Un livre l'aide à prendre sa décision : le Premier Homme de Camus --  ­ l'histoire d'un enfant qui n'a pas connu son père. Celui de Carlos Victoria a perdu ses privilèges. Il lui reste un bel appartement dans le quartier du Vedado. Le fils arrive par surprise à La Havane. Le père est à l'hôpital. On va l'opérer d'une hernie: «Quand je suis entré dans sa chambre, se souvient Carlos, il y avait une coupure d'électricité. Mon père s'est levé. Nous avons marché dans les couloirs sans lumière et il m'a demandé pardon. Il voulait sortir aussitôt, se faire opérer plus tard. J'ai refusé.»
L'écrivain retourne deux fois dans l'île. Il aide ce père tardif, sa famille. La troisième fois, le vieil homme est mourant. Ils se disent adieu. De retour à Miami, le fils retrouve son lieu vide, sans sa mère ; son lieu d'écriture: «On m'a souvent demandé comment je pouvais vivre à Miami. Mais je ne vis pas à Miami, je vis ici, et je pourrais y vivre cent ans.» Quand son père lui proposa de l'accueillir pendant son séjour à La Havane, il commença par refuser: «Je ne peux pas vivre dans l'appartement de quelqu'un d'autre.»
     Sa mère l'isolait du monde et l'en protégeait: «Quand elle était là, on me disait que je me servais d'elle pour rester seul. Maintenant, elle n'est plus là et je suis toujours seul.» Après sa mort, il a changé d'appartement sans changer d'immeuble. La peau de l'édifice a été arrachée par un ouragan, en 2005. On ne l'a pas encore refaite. L'endroit s'appelle Spring Lakes Club. Dans cette ville où tout paraît vivre d'être neuf, il semble presque abandonné. C'est situé assez loin du centre pour que l'écrivain ne soit pas dérangé.
     Chez lui, il regarde des films. Ses étagères sont pleines de DVD, de livres cubains, anglais, français. On voit les Pléiade de Gide, Rimbaud, Camus. En ce moment, il relit les Confessions de Rousseau ­ pour la première fois en français, une langue qu'il lit sans la parler. Il y a aussi les romans de Robbe-Grillet, «qui m'a appris la distanciation, sans laquelle mes livres seraient pleins de sentimentalisme bon marché, des pastiches de la réalité par le drame. La distanciation me soulage». Il y a enfin des livres de cuisine. Carlos Victoria lit leurs recettes avec passion. Mais il ne cuisine jamais. Il mange du thon en boîte.
     Son appartement clinique, sobre, très peu cubain dans son absence de décoration, est recouvert d'une moquette propre et gris clair. Il donne sur le lac. Dessous, des palmiers et un vieux ponton. Sur le ponton, un iguane. A gauche, un hydravion. Au loin, à droite, des cabanes habitées par des sans-abri. Sur les autres rives, il y avait naguère une longue épaisseur d'arbres: on les voit dans Un pont dans la nuit. Deux ouragans ont tout déraciné. Le paysage des textes a changé; les vies qu'ils racontent, non. Si la joie cubaine est si belle, c'est parce que la tristesse qu'elle recouvre est sans fond. Carlos Victoria est entré sans crier dans le puits.

Libération.fr


La mentira veraz

Carlos Victoria entrevisto por Germán Guerra en el número 44 de la revista Encuentro de la Cultura Cubana.

Germán Guerra, Miami

     El sueño de la razón produce monstruos y después los devora, como mismo el viejo Cronos devoró a sus hijos. El paso del tiempo y el golpe de la modernidad, el florecimiento y la inmediatez de los periódicos virtuales, los falsos valores éticos del nuevo periodismo —donde la imparcialidad se mide en la misma balanza que se pesa el dinero o la política—, la catástrofe económica que sucedió al derribamiento de las Torres Gemelas, y una sarta de escándalos locales, han ido arrancando —uno a uno— los dientes al Monstruo de la Bahía. Pero este animal de fondo, plantado en sus razones, sigue todavía siendo El Monstruo de la Bahía, cariñoso epíteto con el que ambos bandos del espectro político del exilio cubano en Miami han bautizado al edificio de seis pisos donde se albergan las redacciones de The Miami Herald y El Nuevo Herald, los dos diarios más leídos (sólo hay tres) de esta aldea con pretensiones de gran ciudad.
     El fumadero del Monstruo es un enorme balcón que rodea por tres costados la segunda planta del edificio, y cada vez que nos asalta la imperiosa necesidad de seguir viviendo, nos escapamos al balcón a conversar un rato con el mar, a estirar las piernas o a reventarnos los pulmones. Siempre bajo a la misma hora y me acodo, de espaldas al mar, en la baranda que da al oeste, a ver la caída del sol y fumarme —como todos los días— mi último cigarro. Me hundo en el humo rojo de la tarde y veo a Carlos Victoria atravesando el parqueo rumbo al edificio, con su paso lento, un libro bajo el brazo, las manos en los bolsillos y la cabeza baja, en un silente y misterioso diálogo con la sombra que precede sus pasos sobre el asfalto.
     Y doy gracias una vez más, por el sencillo acto de saber que hoy también estará Carlos con nosotros. Saberlo allí, callado en su escritorio, dispuesto para todos, con un consejo que siempre calma, con un golpe de ánimos en nuestras pesadillas, con un comentario mordaz o una frase lapidaria que sella cualquier polémica. Saberlo allí también nos da fuerzas para seguir viniendo a diario, para seguir rompiéndonos los brazos con el periódico de la mañana.
     Toda historia, todo tiempo de vida tiene un principio y un final, un nacimiento y una muerte que siempre terminan enlazados, regresando al mito del tiempo cíclico, donde una serpiente que se muerde la cola traza un círculo perfecto.

GG: Cuéntanos el principio recordable de tu historia. ¿Cuáles fueron las primeras lecturas?, ¿cuándo descubriste que habías escrito el primer texto perdurable, que estabas haciendo literatura?, ¿dónde han quedado esos manuscritos y la biblioteca que calmó la sed de aquel adolescente que a los 15 años ganó el primer premio de cuentos de El Caimán Barbudo y a los 21 años, en 1971, fue expulsado de la Universidad de La Habana por "diversionismo ideológico"?

CV: Como no tuve una niñez feliz, descubrí muy pronto que podía fabricar otra realidad a través de la lectura. Leía embelesado las cosas más diversas: Dickens, Verne, historietas de Batman, novelitas de amor y del oeste, Stevenson, Daudet. Ese gusto tan amplio me ha durado hasta hoy, y se ha extendido a la música y al cine. Disfruto lo mismo de Joyce que de Dashiell Hammett, de los Beatles que de Shostakovich, de Antonioni que de John Woo. Pero volviendo a la infancia: al mundo inventado de la lectura se sumó al poco tiempo el mundo inventado de la escritura. Escribo con regularidad desde los ocho o los nueve años.
     En cuanto a tener conciencia de que eran textos perdurables, creo que todo el que escribe, incluso un niño, piensa que su escritura es importante, al menos durante el acto de escribir. Todos mis manuscritos, miles y miles de páginas de poemas, cuentos, novelas, comentarios y obras de teatro, salvo algunos que había prestado o regalado a amigos, fueron a parar a manos de la Seguridad del Estado de Cuba en 1978, cuando me arrestaron.
     Siempre repito en broma que ha sido el único acto de justicia de ese aparato siniestro. Espero que como segundo acto de justicia hayan destruido esos papeles. Me avergüenza pensar que algún día aparezcan todos esos delirios pueriles, mediocres y mal escritos. Lo que escribí hasta los 30 años, la edad en que salí de Cuba, no tiene el menor valor. Sólo me sirvió, digamos, como aprendizaje. Por suerte sólo pude publicar el cuento que mencionas, escrito a los 15 años, influido por Cortázar y los surrealistas, que me deslumbraban por esa época.

GG: El éxodo del Mariel, en 1980, te trajo a estas playas del exilio. Han pasado ya 27 años de ausencias y desarraigos, y has vivido todo ese tiempo en Miami, desde donde has escrito y publicado toda tu obra. Desde aquí encontraste al padre que no conocías, has descubierto que tienes dos hermanas, y en esta aldea grande también murió tu madre. Cuando atamos lazos perdidos, cuando se nos muere un padre o nos nace un hijo en el lugar donde respiramos, nos asalta un sentido de pertenencia y las aceras se tornan cotidianas. Aquí y ahora, hoy, en Miami, ¿cuánto "sentido de pertenencia al lugar" palpita en tu vida cotidiana?, ¿cuántas veces has ido caminando por una calle de la "sagüesera" y al doblar la esquina caes en una plaza de Camagüey?

CV: Mi sentido de pertenencia ha ido cambiando y se ha ido reduciendo. Durante mis primeros tiempos en el exilio sentía que pertenecía a Cuba, sobre todo a Camagüey; luego sentía que pertenecía a Camagüey y a Miami. Ahora sólo pertenezco a la casa en la que vivo desde hace 17 años.

GG: En un homenaje a Antonio Benítez Rojo en un viejo número de Encuentro, rememoras el descubrimiento de sus cuentos en los años sesenta y cierras texto sobre Tute de Reyes, El escudo de hojas secas y Heroica diciendo que "en la galería personal de los libros que en aquel tiempo me comunicaron algún valor, alguna esperanza, estos volúmenes de cuentos ocuparon un sitio excepcional". Aparte de tu confesa devoción por la obra de Benítez Rojo y Novás Calvo, y de la eterna relectura de Dostoiesvki, ¿qué otros autores, cubanos o de otras literaturas, conforman tus preferencias y biblioteca de abrevadero?

CV: Lo que me ocurrió con Benítez Rojo, aparte de admirar su calidad literaria, fue que me hizo creer que un escritor cubano desconocido podía publicar en Cuba, a finales de los años sesenta, libros que no estuvieran contaminados por la política. Pero fue un espejismo; él resultó un caso excepcional. Y si voy a mencionar a todos los escritores que me gustan, la revista Encuentro tendría que preparar un número especial para publicar la lista, un diccionario que abarca desde Homero hasta Lorenzo García Vega.

GG: Entre Homero y Lorenzo García Vega navegan todos los catálogos y todas las naves. Nuestro paso por la vastedad de ese tiempo, que es la Historia y la Historia de la Literatura, nos deja al final con un puñado de nombres aprehendidos, nos deja sentados y en silencio frente a esa "biblioteca de abrevadero" de la que ya te hablé. ¿Hasta qué punto esos autores a los que siempre regresas han influenciado y definido tus maneras de obrar?, ¿cómo reaccionas cuando descubres la voz o el estilo de otro escritor en un pasaje tuyo, borras o rindes homenaje?

CV: La relación entre mi vida y la literatura siempre ha sido intensa. Soy por encima de todo lector, por lo que estoy seguro de que las decenas, por no decir centenares, de escritores que he leído con pasión a lo largo de los años, han influenciado directamente mi vida y mi obra. Por poner sólo tres ejemplos, Dostoievsky me provocó desde el principio un enorme deseo de escribir novelas; Rousseau, sobre todo el Rousseau de la Profesión de fe del vicario saboyano, me iluminó en cuestiones de conducta y creencias cuando yo era un adolescente (aunque el propio Rousseau contradijera a veces sus escritos con sus acciones, como suele ocurrir), y la novela póstuma de Camus, El primer hombre, me dio el último empujón para ir a Cuba a conocer a mi padre.
     En cuanto a encontrar la voz o el estilo de otro escritor en mis obras, no dudo que ocurra todavía, sin que yo mismo me dé cuenta. Pero digamos que tengo la ventaja de haber publicado mi primer libro a los 42 años, luego de escribir continuamente desde mi infancia, por lo que tal vez las imitaciones, deliberadas o inconscientes, se han ido depurando poco a poco a través de las décadas, y al final lo que ha quedado en mi escritura, y hablo de los libros publicados, es un compendio de todas mis lecturas y de mi propia experiencia.

GG: En entrevistas anteriores te han preguntado muchas veces sobre la influencia de Camus en tu obra, pero yo siempre he sentido en tus páginas un sabor a Hesse, sobre todo en Puente en la oscuridad y su aproximación temática con El lobo estepario. ¿Cuánto de esa "soledad existencial", de ese "braceo en torno a la demencia", y de esa "búsqueda del sentido de la vida" que sostienen los apuntes de Harry Haller, marcan también, implícita o explícitamente, los pasos de Natán Velázquez por toda la extensión de tu Puente?

CV: La obra de Hesse, no sólo El lobo estepario, sino también Demian, Siddharta y El juego de abalorios sobresalen en mis recuerdos de lecturas. Pero lo mismo puedo decir de la obra de innumerables escritores, y te pido que no me obligues a detallar el catálogo. Ahora bien, cuando empecé Puente en la oscuridad no pensaba en ningún autor concreto. Si pensaba en alguien era en Keats, a quien rindo homenaje explícito en esa novela, y en los autores románticos que me han fascinado desde muy joven: Shelley, Coleridge, Víctor Hugo, Lermontov, Chateaubriand, Lamartine, Espronceda, Holderlin y otros. Pero sobre todo pensaba en mí mismo, en mi propia historia, en la historia de muchos exiliados, y en general en la historia de la gente solitaria y confundida que busca un refugio, un asidero.

GG: Háblanos del proceso de escritura, del universo narrativo, de cómo llegan y decantas temas y personajes, de cómo armas la estructura que sostiene el peso de tus libros.

CV: Me llegan ideas de forma inesperada. Tomo notas caóticas, que sólo yo entiendo, y a veces ni siquiera entiendo. Ideas de tramas, de escenas, de personajes. Antes de comenzar a escribir trato de establecer un orden en ese caos, de modo que cuando empiezo un cuento o una novela creo saber más o menos adónde quiero ir. Pero al escribir la dirección cambia, las situaciones se transforman, surgen nuevos argumentos y nuevos personajes, y otros se vuelven falsos y desaparecen. Entonces vuelvo a tomar notas, a trazar otros planes, otros bosquejos. Y empiezo de nuevo. Escribo y reescribo. Tacho y añado. Escribo a mano siempre. Sólo después de varias versiones a mano estoy listo para lo que era antes la máquina de escribir y ahora la computadora.

GG: Los que te conocemos de cerca sabemos de tu pasión casi enfermiza por el cine, sabemos que en el escritorio, en la redacción de El Nuevo Herald, siempre tienes junto al teclado un libro para las horas muertas y una película para ver cuando llegues a los silencios de casa. ¿Cómo influye el cine en tu obra?, ¿qué relación existe entre la degustación y el conocimiento enciclopédico del film noir, y la consciente oscuridad existencial que transita tus argumentos?

CV: Si voy a creerle a mi familia, aprendí a leer yo solo a los cuatro años, con muñequitos y libros ilustrados. Al parecer desde entonces relacioné la imagen visual con la palabra escrita. Luego el cine, que me fascinó desde muchacho, amplió el vínculo entre la narración y la imagen. Tal vez por eso me esfuerzo en escribir textos que el lector pueda ver. Creo que mi inclinación por el film noir proviene de que mi propia vida ha tenido muchos matices y episodios sombríos, y por lo tanto mi escritura también. Pero no podría hablar de una relación de causa y efecto. Por ejemplo, me encantan también las películas de samurai, y te aseguro que nunca le he arrancado la cabeza a nadie, aunque cuando me emborrachaba y me drogaba a veces fantaseaba que era Toshiro Mifune o Tatsuya Nakadai, para acabar con algunas personas despreciables. Afortunadamente, hace 24 años que no me emborracho ni me drogo, y a los despreciables prefiero dejarlos vivos, aunque procuro que estén lo más lejos posible de mí.

GG: Todo novelista contemporáneo lleva dormido en el pecho un director de cine, pero tu carácter, esa "secreta aversión por el tumulto" y la manera de pararte ante las practicidades de la vida, no me dejan imaginarte en un set de filmación gritando órdenes desde un megáfono, doblando las voluntades de actores e iluministas. Varios escritores cubanos han trabajado directamente para el cine, Cabrera Infante, Antonio José Ponte y Senel Paz cargan con sus créditos de guionistas, y Jesús Díaz dirigió y escribió sus películas. ¿Cederías a la tentación?, ¿aceptarías el reto de escribir un texto concebido como guión cinematográfico, que tu argumento termine proyectado en una pantalla y no en forma de libro?

CV: Para mí el acto de crear siempre ha sido un acto solitario. No concibo crear otra cosa que no sean mis cuentos y novelas, que sólo obedecen a mis propias leyes y en las que trabajo solo, en el tiempo que quiero y de la forma que quiero.

GG: Me decías al inicio que disfrutabas lo mismo de los Beatles que de Shostakovich, y tus amigos cercanos conocemos que paralela a tu pasión por el cine cabalga tu devoción por la música. ¿Cómo te afecta y cuánto te puede marcar —o rescatar de la memoria— una sinfonía intensa como la Patética de Chaikovsky, o una balada rock de los Beatles? ¿Requieres del "silencio absoluto" para escribir, o puedes hacerlo oyendo música?

CV: Para mí la música es más importante que la literatura y el cine, lo que es mucho decir. Creo que podría vivir sin leer ni ver películas (no quisiera vivir de esa forma, pero podría sobrevivir), pero no podría hacerlo sin escuchar música. Mi gran aspiración, casi imposible de lograr, por supuesto, es imitar la música mientras escribo. Vale la pena que hable un poco de esto. Hasta hace relativamente poco yo rechazaba gran parte de la música clásica del siglo XX. Mi gusto llegaba solamente hasta, digamos, Sibelius y Debussy, y una parte de la obra, la más accesible, de Bartok y Shostakovich. La música del siglo XX que me arrebata es la popular, desde las rancheras de mi infancia hasta la música popular norteamericana y británica a partir de los años 60.
     Es decir, que al escribir lo que he tratado de imitar en la música es la melodía. Y yo relaciono la melodía en la música con la historia en la narrativa. Igual que rechazo, o rechazaba hasta hace poco, la música sin melodía o de melodía difícil de percibir de muchos compositores clásicos del siglo XX, así rechazo en mi escritura, y quiero subrayar esto bien, en mi escritura, no en mis lecturas, la ficción que no se sustente en historias, en argumentos, en personajes. Eso ha hecho que algunos de mis amigos escritores (mis amigos han sido mis principales críticos y lectores), a lo largo de mi vida, me reprochen lo que ellos perciben como una tendencia a hacer una literatura pasada de moda. Pero eso jamás me ha importado.
     Nunca me ha importado si lo que escribo se ajusta a la moda, si suena antiguo o moderno. Además, lo moderno viene de adentro. Si un escritor es auténtico, y yo aspiro a serlo, su obra siempre va a reflejar su época. Yo sé lo que quiero conseguir al narrar. Que lo logre o no es otra cosa. Es curioso, sin embargo, que en esa larga lista de escritores que admiro, en ese catálogo interminable, varios estén en el extremo opuesto a lo que busco en mi escritura: pienso en Joyce, en Virginia Woolf, en Robbe-Grillet, en Faulkner, en Herman Broch, en William Gass, y para hablar de cubanos, en Lorenzo García Vega, en Lezama, en Reinaldo Arenas, que se caracterizan por romper los moldes narrativos y acercarse en ocasiones a la música clásica moderna, donde más que la melodía lo que interesa es el ritmo, el experimento, el desafío a las estructuras, la originalidad de los sonidos, la búsqueda de nuevas formas de expresión.
     Sin embargo, a pesar de mi devoción por la música, o tal vez por eso, no puedo escucharla mientras escribo. Necesito silencio.

GG: En ese otro catálogo de naves que va sostenido entre cantos tribales y gregorianos, Sibelius y los Rolling Stones, entre Wagner y Led Zeppelin, entre los trovadores y las bocas duras (y sucias) del nuevo Hip Hop, ¿dónde ha quedado tu relación con la música cubana, a la cual nunca haces referencia?

CV: Me haces una pregunta difícil. Me gustan por supuesto algunos cubanos: Benny Moré, Celia Cruz, María Teresa Vera. ¿Por qué no me apasiona la música cubana, venerada en todo el mundo? Yo mismo me hago esa pregunta. Aunque los gustos son misteriosos e irracionales, creo que en este caso puede haber una explicación: fui joven en Cuba en los años 60 y 70, donde el régimen nos imponía la música cubana, y la música popular extranjera se consideraba muchas veces subversiva, o por lo menos sospechosa. Tal vez por eso, por rebeldía, empecé a tener prejuicios contra lo que se me obligaba a escuchar y a admirar. Y nada más difícil de superar que los prejuicios.
     Confieso sin orgullo, pero con sinceridad, que mi relación con la música cubana es muy pobre. Tal vez algún día eso cambie. Aunque mientras más viejo se hace uno, más improbable se hace que los gustos cambien. Pero no hay que perder la esperanza. Mira, ya puedo escuchar con placer a compositores clásicos que siempre detesté, como Hindemith, Janacek, Prokofiev y Messiaen. Los milagros ocurren.

GG: Dice Luis Manuel García en el prólogo a tus Cuentos, publicados por Aduana Vieja, que eres un "saqueador de vidas ajenas", pero también afirma que "Carlos Victoria es el primer personaje de Carlos Victoria". Tu obra es profundamente autobiográfica y por ella pasan todas las miserias humanas que has transitado a lo largo de los años: "la profundidad de la miseria cubana devenida en modo de vida, en tragedia permanente" (dice Luis Manuel en su prólogo), la desconfianza, el desarraigo, la intolerancia, la incertidumbre de la soledad, la constante huída y la inadaptación, el alcoholismo y la abstinencia de todo, la demencia encarnada en la persona de tu madre, el golpe seco del exilio y la separación familiar, y una larga lista de oscuridades, dichas con palabras claras, que ahora no cabe enumerar. Te ha tocado también, en todos los sentidos, lidiar con el suicidio de tres amigos escritores —de los escritores suicidas del exilio, sólo Calvert Casey no pudo esperar que llegaras—, y las muertes de Reinaldo Arenas, Guillermo Rosales y Juan Francisco Pulido los han sumado a esa suerte de panteón y galería de personajes marginales que transitan tus cuentos. Dice Camus en la primera línea de El mito de Sísifo que "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio". Partiendo de este paradigma del existencialismo, y de todos los existencialismos que te colman, ¿has tomado conciencia de la universalidad temática de tu obra?, ¿has comprendido ya que el tema de lo cubano y sus revoluciones, que Camagüey, La Habana o Miami (y un paso breve por las calles de Manila) no son más que telones de fondo, pura escenografía y atrezo por donde deambula el Hombre cargando con todos sus silencios y miserias, denunciando desesperaciones y desencuentros; el Hombre universal, martillando sobre su condición humana?

CV: Dice Lezama que lo que le pasa a uno les pasa a todos. Es su frase más simple y más verdadera. Trato de escribir genuinamente sobre mí, sobre la gente y las cosas que conozco, aunque todo lo que escribo es ficción. Pero es una ficción que invento a partir de referencias reales, que me convence como si fuera verdad, que yo mismo vivo cuando la estoy escribiendo. Si no creo en ella, si no la vivo mientras la escribo, y me ocurre muchas veces, termina en el cesto de basura, o la sigo reescribiendo hasta que me parezca auténtica. Es decir, tiene que convertirse en una mentira veraz. Y si es veraz, refleja en cierto grado otras vidas, otras circunstancias, otros modos de ser, de sentir y de reflexionar. Me gustaría creer que en ocasiones he logrado plasmar en mis libros lo que tú llamas condición humana, que he logrado un atisbo de lo que tú llamas universalidad.

GG: Tienes seis libros publicados, tres novelas y tres colecciones de cuentos. Se publicó en España en el 2004 una compilación de todos tus cuentos escritos hasta esa fecha, las novelas se han traducido al francés y al inglés, Félix Lizárraga escribió para ENCUENTRO EN LA RED que Puente en la oscuridad es uno de los libros más extraños y alucinantes de la literatura cubana, has ganado premios, becas y homenajes, hace mucho tiempo que no pagas por la publicación de tus libros, comienzas a ser un escritor reconocido y reconocible por el estilo, ya se pudiera hablar de un público lector interesado en tu obra, la crítica —tan tímida y poco sistémica, como siempre— comienza a dar señales de vida y se acerca, no paras de escribir y no cejas un segundo en el compromiso monacal para con los misterios de la literatura. ¿Cuál ha sido el momento más importante de tu vida como escritor?, ¿cómo respira un hombre cuando siente que ya es parte de la memoria cultural de su nación?

CV: El momento más importante de mi vida como escritor ha ocurrido cada vez que he terminado la versión final de un libro, lo he releído y me he sentido satisfecho. Pero es un momento efímero. Luego vuelven las dudas, sobre todo cuando el libro está impreso. Entonces empiezo a escribir otro libro, con la ilusión de lograr algo mejor. Y aunque agradezco tus palabras, no me siento parte de la memoria cultural, no digamos de una nación, ni siquiera de un pequeño grupo. Me siento solamente como un tipo que escribe y que espera dejar alguna huella con lo que escribe, en el sentido de provocar en algunos lectores el gusto que siento al leer a tantos escritores que con su talento me han ayudado a vivir esa realidad paralela de la imaginación, que casi siempre resulta superior a la realidad que nos toca enfrentar cada día.

GG: Repito ahora la última pregunta que te hizo Alejandro Armengol en una entrevista de 1995: "La travesía… y Puente… pueden verse como parte de una trilogía: el escritor en Cuba, el escritor en el exilio y una próxima novela que podría ser el regreso del escritor, o la visita del escritor a sus orígenes". Esa "próxima novela" ya está siendo escrita, y de ella se publica un fragmento en este homenaje. ¿Crees que con esta nueva pieza se responde afirmativamente la pregunta profética de Armengol, que estás cerrando, sin proponértelo, una suerte de trilogía sobre los derroteros de la Isla y sus hijos en estos cincuenta años de castrismo? Háblanos un poco de esa novela en la que ahora trabajas.

CV: Armengol terminó siendo profeta. Aunque después de esa entrevista publiqué otra novela, La ruta del mago, que transcurre en Camagüey, esta nueva novela en la que trabajo actualmente trata de un exiliado que regresa a Cuba. Es una novela larga, que me tomará varios años, pues apenas la estoy empezando. En realidad llevo más de tres años empezándola, pues he desechado montones de páginas que no me convencen. Esa es una de las ventajas, tal vez la única, de ganarme la vida en otro trabajo que no tiene nada que ver con mi escritura: puedo tomarme todo el tiempo del mundo en escribir mis libros, sin nada ni nadie que me presione para apurarme, o para escribir algo que no es lo que quiero y siento.
     La novela es casi una biografía de este exiliado, es una narración que va desde su infancia hasta el presente. Y su presente abarca un viaje, o tal vez varios, entre Estados Unidos y la isla. Este hombre, a causa de un accidente en Miami, ha sufrido un cambio en su rostro. Esto le da la oportunidad de regresar a Cuba sin que nadie pueda reconocerlo. Por supuesto, es una historia que ha sido contada antes, que tiene antecedentes conocidos: los más ilustres son Enoch Arden y El Conde de Montecristo, y dos o tres películas de cine negro. Pero como me propongo contar una mentira veraz, una mentira sobre mí y la gente y las cosas que conozco, espero que tenga mucho más que ver conmigo y con nuestra historia cubana de los últimos 50 años que con la de Dumas y todas las demás.

GG: ¿Te animaría publicar un libro en Cuba bajo las todavía actuales condiciones de totalitarismos y censuras, pero donde están nuestros lectores naturales, para quienes realmente escribes?, ¿qué condiciones exigirías como autor para que apareciera una novela tuya bajo el sello editorial de Letras Cubanas?

CV: Deseo publicar en Cuba cuando no tenga que exigir condiciones. Ese momento no ha llegado.


La ruta del otro mago

Carlos Victoria, un escritor ajeno a cualquier petulancia

Luis Manuel García, Madrid

     Tras recibir la noticia de su muerte, no por esperada menos demoledora, contemplo de nuevo la foto: en un restaurante de Miami, donde acabamos de despachar el pescado más fresco de la Florida, aparecen Carlos Victoria y Germán Guerra, abrazados por mi hijo Daniel, en el centro. Tres sonrisas pletóricas. Y la mía cuando aprieto el obturador.
     Durante esa comida veteada de complicidades, recuerdos insulares y literatura, Carlos disfrutó las interrupciones de mi hijo, sus abrazos repentinos, su manera de romper todo protocolo con la garantía de quien se siente inmune, dueño de los salvoconductos del cariño. Aquel día comprendí muchas cosas sobre Carlos, sobre sus ausencias y sus fantasmas personales, sobre sus adeudos y sus saldos pendientes. Algunas eran ya sospechas emboscadas entre las líneas de sus cuentos y novelas. Otras, las corroboré en la relectura.
     Carlos, el huérfano inconsolable, ha abandonado a sus criaturas: César y Adela, Enrique, William, Ricardo, Abel, Natán, Marcos Manuel Velazco fruncen el ceño hoy, amagan la tristeza en todos los ejemplares de sus cuentos y sus novelas. Paternidad fructífera la de Carlos, que compuso con sus angustias, búsquedas y huidas la familia de personajes más consistente de la literatura cubana en el exilio. Pero de su literatura ya he hablado suficiente.
     El Carlos Victoria que asiste ahora mismo a mi memoria no es el traducido en palabras, sino el amigo entrañable, el que no sólo convocaba el afecto, sino una necesidad de consolarlo por algo, de protegerlo de algo, aunque no supiéramos qué. Sí nos sabíamos incapaces de protegerlo de la historia y de sí mismo. La primera lo había perseguido siempre. El segundo, acechaba. Carlos había vencido a Carlos veintitantos años atrás, pero acechaba.
     En Cuba y en el exilio, Carlos Victoria transitó por infiernos sucesivos. Se abrió cojo de padre al mundo, fue él mismo padre de su madre. Sin pases a bordo ni padrinos, empezó a abrirse paso en un mundo de escritores silenciados y comisarios de la palabra. El resultado, no por drástico, fue inesperado. A pesar de ello, conservó una confianza en el género humano que a muchos en su lugar se les encallece para siempre. Hay sobre eso una anécdota que hasta hoy no he contado y que me ronda con insistencia.

Confianza en el género humano

     Junto con Guillermo Rosales, dotó al exilio, a Miami, de una literatura: artefactos de precisión que uno puede recorrer como una guía desolada del alma humana, de la ciudad, como un mapa de esa soledad que sólo abandonaba para frecuentar la amistad de un grupo sólido y fiel: su anclaje para sobrevivir, incluso en temporadas de ciclones.
     La desmesura de su agradecimiento a quienes en algún momento abordábamos su obra o promovíamos su conocimiento era inquietante: al menos yo, siempre tuve la sensación de no merecerla, de no tener cambio para una gratitud de ese calibre.
     Lo demás, es silencio: su silencio, ajeno a cualquier petulancia; aunque catara con exactitud las excelencias de su obra, siempre mantuvo a su ego en papeles secundarios, algo de agradecer entre nosotros. Se rió con ganas cuando le confié mi hipótesis de que nuestra literatura era, en potencia, la mayor del planeta. Bastaría que los cubanos publicáramos nuestra ínfulas completas. Su aporte, hay que decirlo, habría sido mínimo.
     Por el contrario, su confianza en el género humano podía sorprender. Cuando el "Encuentro con Cuba en la distancia", celebrado en Cádiz, decidió homenajearlo, tuve la oportunidad de acompañarlo. Ese día, Carlos recibió un telegrama de felicitación muy cordial pero sin firma. Su confianza en la bondad de las personas por encima de las servidumbres del poder, le hizo pensar durante un buen rato que el autor de la felicitación era un antiguo compañero de estudios en la Universidad de La Habana, el actual ministro de Cultura Abel Prieto. Poco después, revelado el verdadero autor, Carlos comprendió que hay gestos contraindicados en el vademécum de la política.
     No hay royalties ni premios Nobel para medir la calidad humana, pero sí me consta un indicio revelador: en un mundillo de chismorreos, infamias cruzadas y maledicencia deportiva, no he escuchado a nadie hablar mal de dos personas, dos escritores: Carlos Victoria y Guillermo Vidal. Ambos sintieron la literatura como una especie de sacerdocio, ambos vivieron los extremos exterior e interior del exilio y del insilio, respectivamente, ambos murieron antes de tiempo y, si existe justicia a posteriori, me gustaría que estuvieran ahora charlando de literatura en algún sitio confortable.
     Inalcanzable ya para el dolor y la angustia, ignoro si más allá, Carlos, habrás alcanzado la paz, el sosiego. Confío en que tus fantasmas sean incapaces de traspasar la barrera y hayan quedado al pairo en este lado. Sí te aseguro que los fantasmas que lograste confinar en tus libros gozan de una vitalidad que crece con cada lectura. Ellos, como tú, habitan ya algún rincón protegido de nuestra memoria. Aunque quisiéramos, ellos te perpetúan, proscriben el olvido. Tanto, que incluso creo verte husmeando mientras escribo esas palabras. Y, socarrón, sonríes.


Bajo protesta

Uva de Aragón

     No hubiera querido jamás escribir este artículo. Lo hago bajo protesta. Se me hace demasiado difícil imaginar nuevamente a aquel joven camagüeyano que comenzó a leer y escribir febrilmente desde la niñez, para recibir su primer reconocimiento a los 15 años, con un premio de cuentos. No quisiera cerrar los ojos y pensar en el acoso que sufrió de joven, en su expulsión de la universidad, los arrestos, la confiscación de sus manuscritos, su propia quema de lo que quedó de cuanto había escrito, los actos de repudio, la huída por mar hasta divisar “la costa de la isla, ese instante de dolor y alivio, cuando uno dice adiós a una pasión que llegó a consumirte.” Ese “amor que se volvió tortura y del que hay escapar si es necesario muerto”.
     No quisiera recordar aquellos hombres (y algunas mujeres y niños) que como él nos llegaron por los cientos en 1980, asustados, desorientados, sin otra posesión que la ropa puesta, el teléfono de algún pariente o amigo en un papel estrujado, y una idea difusa de que la vida en otra parte tenía que ser mejor.
     No quisiera sacar de mis estantes sus libros, releer las dedicatorias, repasar los pasajes subrayados, enfrentarme a esa prosa exacta, donde nada falta ni nada sobra, a la angustia existencial que se filtra en cada páginas, a esos personajes que abundan en sus cuentos y novelas, indefensos, zarandeados por acontecimientos que no controlaban, como si fueran las corrientes del mar.
     No quisiera rememorar su personalidad taciturna, aunque solidaria, ni pensar en sus madrugadas en la redacción de El Nuevo Herald; ni lamentar su ausencia en tantos actos culturales en Miami, ni atreverme a ver las fotos de aquel acto de Cádiz en el 2004, cuando lo homenajeamos y él leyó tembloroso un texto de agradecimiento, tan desgarrador y honesto, que nos puso a todos al borde del llanto.
     Estoy cansada de volver a meditar sobre la muerte, como he hecho ya tantas veces, y preguntarme, sin hallar respuestas válidas, por qué algunos seres que tienen aún mucho que dar fallecen en la plenitud de una vida creadora. Me pesa demasiado el dolor de ver a tantos morir de exilio, sin que haya podido acogerlos la tierra que amaban, sin que se les haya reconocido la porción de patria literaria a la que tienen derecho innegable.
     No quisiera  pedir una vez más que hagamos un minuto de silencio, que las banderas floten a media asta, que las letras cubanas se vistan de luto y Cuba llore.
     No quisiera escribir las palabras. Como si al ponerlas sobre este texto adquirieran ya realidad definitiva, irreversible. Los dedos indóciles, lenta, dolorosamente, presionan cada tecla. Carlos Victoria ha muerto. Aunque demasiado desconocido, era uno de nuestros mejores narradores. Querido por tantos, pero con tantos demonios, hombre bueno y sufrido, ya no pudo más. Y se fue para siempre del mundo, vencido por el cáncer y tanto dolor, pero, como escribo ahora, bajo protesta.


 
Coloquio internacional Cuatro siglos de literatura cubana

La Habana, 3-7 de noviembre, 2008

     En ocasión de conmemorarse cuatrocientos años del Espejo de paciencia, el Instituto de Literatura y Lingüística y el Instituto Cubano del Libro convocan al coloquio internacional CUATRO SIGLOS DE LITERATURA CUBANA.
     El coloquio estará dedicado al análisis de los procesos histórico-literarios más notables de nuestra tradición. Se espera contar con trabajos panorámicos (movimientos, etapas, géneros, visiones comparativas, etc.), aunque también se aceptarán trabajos sobre figuras y obras específicas de nuestra literatura.
     Los títulos y resúmenes deberán enviarse antes del 30 de marzo de 2008, acompañados de un breve curriculum vitae de su autor/a. Las ponencias, que no excederán las 10 cuartillas mecanografiadas a doble espacio, deberán remitirse antes del 5 de septiembre de 2008.
La cuota de inscripción (75.00 CUC, ESTUDIANTES 50.00 CUC) deberá ser abonada en el Instituto de Literatura y Lingüística el 3 de noviembre de 2008, a partir de las 8:30 a. m. Quienes residen en Cuba pagarán la cuota correspondiente en CUP.
Las personas interesadas pueden comunicarse con:
 
Departamento de Literatura
Instituto de Literatura y Lingüística                         
Ave. Salvador Allende, núm. 710,                           
e/ Soledad y Castillejo
Centro Habana, La Habana, Cuba
C.P. 10300

Telfs: (537) 878 53 77 y (537) 878 64 86
Fax: (537) 873 57 18
Correo-e: cuatrosiglos@cubarte.cult.cu


Libros y revistas recibidos

     Como siempre, cumplimos con satisfacción la tarea de tener al tanto a nuestros lectores de los últimos títulos llegados a nuestra redacción, que, con éstos, multiplica su laberíntico paraíso. Editado por tsé tsé en su colección Paradoxa. Ensayos (Argentina), nos llega Cuerpo a diario, de Gerardo Fernández Fe. Crecida del cuerpo de cada día en las páginas-galeras del diario, las reflexiones de Fernández Fe atraviesan la papelería en carne viva, entre otros, de Ludwig Wittgenstein, Samuel Pepys, Walter Benjamin, José Martí, y del Marqués de Sade. Como se nos advierte en la contraportada, «definitivamente el diario íntimo es fragmento, confesión, peligro y vanidad. Sobre todo si estos han sido escriturados - que no es sólo escribir sino rasgar - durante la enfermedad, la guerra, la prisión, o los estados totalitarios». Del libro de Fernández Fe (La Habana, Cuba, 1971) hemos seleccionado el pasaje sobre el Diario de Martí, que incluimos en el Archivo martiano. Fernández Fe es autor de la novela La falacia (Unión, 1999). Su ensayo Un escritor de novelas llamado Roland Barthes obtuvo Mención honorífica en el Concurso Juan Rulfo de ensayo (2002), auspiciado por Radio Francia Internacional. Reside en La Habana.
     De Juan Cueto - para nada desconocido de nuestros lectores - hemos recibido su espléndido Verycuetos (Editorial El Almendro, República Dominicana, 2006). Se trata, es cierto, de una valiosa recopilación de vericuetos (muy Cueto-s) que integran crónicas, reseñas cinematográficas, apuntes literarios, cartas, comentarios filosóficos, políticos y sociales; sátiras, parodias, reseñas musicales y teatrales, poesía y hasta relatos de viaje. Tal variedad le permite al lector entrar y salir por las más variadas puertas y ventanas, demorarse en una habitación, pasar más de prisa por otra. Pero difícilmente le permitirá soltar el libro hasta que lo haya terminado. Cueto reside en Miami desde 1966. Ha publicado: En la tarde, tarde (Sibi, poesía, 1996), Palabras en fila, en clase y en recreo (Verbum, poesía, 2000), Ex-Cuetos (Universal, relatos, 2002), Hallarás lobregueces (Ultragraphics, relatos, 2004) y En época de lilas (traducción al castellano de 44 poemas de E. E. Cummings; Verbum, 2004).
     El siguiente libro - Vegas Town - es un registro sonoro de los poemas de Juan Carlos Flores, y del cual incluimos una selección en La azotea con una presentación de Reina María Rodríguez. La Habana Elegante agradece a Alberto Virella, no sólo su gentileza por habernos enviado este regalo, sino también su continuo apoyo y estímulo al trabajo poético y cultural que en circunstancias realmente difíciles han venido realizando el propio Juan Carlos y el grupo de Alamar en lo que es una afirmación de los valores de la poesía frente a la marginación y la desidia que no ha dejado de rodearlos.
     La directora de redacción de la revista Baquiana, Maricel Mayor Marsán ha tenido la gentileza de obsequiarnos con dos de los anuarios (uno de ellos el último) de la ya ampliamente reconocida revista literaria. Se trata de los anuarios V (2003-2004) y VIII (2006-2007), y en los que los lectores podrán encontrar una entrega amena y variada que incluye  secciones de poesía, reseña de libros, narrativa, ensayo, opiniones y teatro. Resulta impresionante la cantidad de importantes colaboradores que Baquiana ha conseguido atraer a sus páginas. Así, por ejemplo, en el último Anuario, se destacan, entre otros, José Abreu Felipe, Madeline Cámara, Humberto López Cruz, Alberto Lauro, la propia Mayor Marsán, Juana Rosa Pita y Elena Tamargo. Fundada en 1999, el prestigio de Baquiana se ha consolidado sobre todo, gracias al tino editorial de su directora de redacción y a su incansable dedicación a la propagación de la cultura y la literatura latinoamericana en su sentido más amplio. Así, además de la revista, Mayor Marsán ha auspiciado la publicación de títulos importantes de crítica y creación. Es el caso de, por ejemplo, José Lezama Lima y la mitificación barroca de Ediciones Baquiana (2007), que recoge notables ensayos sobre Lezama Lima de Jesús J. Barquet, José Prats Sariol, César Salgado y Óscar Wong. Prologado y editado por Mayor Marsán, este libro atraerá sin dudas el interés de los estudiosos del autor de Paradiso, dado el prestigio intelectual y académico de sus colaboradores.
     En una impecable traducción de Kristin Dykstra y Roberto Tejada, y editado por Factory School (2007) nos llega lo que Reina María Rodríguez no duda en llamar "un libro capital para la poesía cubana" - Algo de lo sagrado / Something of the Sacred - y que fue escrito por el poeta Omar Pérez en los años 80. Como puede apreciarse en el título, se trata de una edición bilingüe que, por lo mismo, pone al alcance de un público más amplio, un momento importante, de giro, en la poesía cubana. Completa el libro lo que, modestamente, Dykstra llama "Commentary," tratándose en verdad de una perspicaz, sensible presentación de la poesía de Omar Pérez, muy necesaria para quienes no están familiarizados, ni con su obra, ni con el contexto de la misma. No cabe dudas de que Algo de la sagrado es una de las ediciones de libros de poesía cubana contemporánea más importantes de los últimos años.
     Anunciamos la salida del último - y por cierto, bien enjundioso - número de la revista Mandorla (Nueva escritura de las Américas / New Writing from the Americas). Se trata del número 10 (2007), en el que aparecen, entre otros, textos de Roberto Tejada, Adrienne Rich, Kristin Dykstra - por cierto, un ensayo sobre Omar Pérez -, Octavio Armand, Gustavo Pérez Firmat, y muchos otros.  Eso, para no hablar, por ejemplo, de las traducciones de lujo de las poesía de David Huerta que nos regala Mark Schafer. La Habana Elegante agradece a Mandorla el envío de este número de la revista que recomendamos a nuestros lectores. La página web de Mandorla puede visitarse en: www.litline.org
     Durante una breve, pero intensa visita al departamento de español y portugués - gracias a la invitación de la exquisita y sin par María Mercedes Carrió - tuvimos conocimiento de una excelente serie de estudios culturales y sociales a cargo del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, y que edita la Editorial de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. La serie - titulada pensar en público - ha publicado 5 volúmenes correspondientes, respectivamente, a: 0, sobre Michel de Certau; 1, Nación y objetos en el Museo Nacional de Colombia; 2, Itinerarios urbanos; 3 y 4 sobre género, y el 5 sobre la obra de Paulo Freire. Del volumen no 1 seleccionamos para nuestra página La expresión americana, el ensayo, provocador y original, Sobre cómo sacarle pelos a una calavera, de Gabriel Andrés Eljaiek Rodríguez. Los interesados en conseguir alguno o todos los volúmenes de la serie, pueden dirigir su correspondencia a: Editorial Pontificia Universidad Javeriana. Transversal 4a No. 42-00, primer piso, edificio Rafael Arboleda, S.J. Bogotá, D.C. Otra opción podría ser escribirnos a nosotros y nos encargaremos de contactar al o a los interesados con Eljaiek Rodríguez quien, seguramente, podrá informarles de la manera más rápida y menos engorrosa de contactar a la editorial.
     Finalmente, ponemos en conocimiento de los lectores que durante la Feria Internacional del Libro que acaba de finalizar en Miami (4-11 de Noviembre), entre otros títulos interesantes de autores cubanos que se presentaron, estuvieron Los herederos, de Gustavo Corrales Romero y Libro de silencio, de Germán Guerra, editados por Ediciones EntreRíos. La Feria tuvo lugar en el Florida Center of the Literary Arts del Miami Dade College.          
     

Cartas inéditas de Boti engrosarán Centro de Arte

Pablo Soroa Fernández

     Miles de cartas inéditas del poeta Regino E. Boti Barreiro ingresarán, una vez digitalizadas, al Centro de Arte y Literatura recientemente inaugurado con el nombre del más grande intelectual guantanamero de todas las épocas.
     Regino Rodríguez Boti, nieto y albacea del legado del autor de Kindergarten y La Torre del Silencio, dijo en exclusiva a la AIN que la correspondencia abarca más de ocho mil documentos, conservados y clasificados por la desaparecida hija del bardo, Florentina Regis Boti León.
     Parte de ese epistolario se refiere a Arabescos Mentales, libro que según Roberto Fernández Retamar, constituyó para los cubanos una de las pocas felicidades de la época en que al vate oriental le tocó vivir (1878-1958).
     Una de esas misivas la remite el renombrado lírico al editor Paul Ollendforff, de París, al traductor Emilio Guanyabens y al impresor Ramón Tobella, barceloneses los dos últimos.
     La citada correspondencia de aquel poeta exquisito, raro y cautivador subraya el pánico que le causan las erratas, el amor que le inspira la calidad del trabajo editorial de impresión y su alta estima por la historia y la labor investigativa.
     En uno de los envíos a Ollendforff, Boti Barreiro anticipa, en referencia a Arabescos mentales, que está a punto de terminar un libro de versos llamado a tener éxito en la América Latina y a revolucionar el gusto en Cuba.
     De que la premonición fue justa da fe la apreciación de Cintio Vitier, quien 39 años después de la aparición del libro escribió que con Arabescos... (1913) y El Mar y la Montaña (1921), Boti "realiza una profunda renovación de nuestra poesía".
     En su respuesta al parisino, el guantanamero aclara que el afán de lucro está lejos de inspirar su gestión y advierte al destinatario que si por alguna circunstancia escasea el editor que lo disemine por América, él (Boti) se concretará a venderlo en Cuba.
     Ambas epístolas figuran en Cartas de aquí y de allá, texto inédito que recoge el intercambio de Boti con los Hermanos Henríquez Ureña (Pedro, Max y Camila), el poeta Agustín Acosta y otras personalidades de la época.
     El contenido excluye los epistolarios pasivo y activo del guantanamero con Juan Marinello, José Manuel Poveda y Nicolas Guillén, y sus cartas a los Orientales, los cuales vieron la luz luego del centenario del nacimiento de Boti, celebrado el 24 de febrero de 1978. (AIN)

Cuba Literaria


Por el premio “Maestro de Juventudes” concedido por la Escuela de Maestras Normalistas de La Habana
 
Eduardo Heras León • La Habana

Estimados amigos:

     Recibir un premio es, más que cualquier otra cosa, enriquecer una zona de nuestra sensibilidad, estimular una parcela de nuestro espíritu, con el cálido aliento de quienes lo otorgan. Un premio exalta la bondad de los que premian, y concita la modestia de los premiados. Un premio es siempre un homenaje. Y cuando ese homenaje viene de los jóvenes, uno siente que su importancia se multiplica, y recibirlo entonces se convierte en un honor.
     Estoy seguro que de todos lo que hoy recibimos este honor están de acuerdo conmigo. Ser llamado “Maestro de Juventudes” por los propios jóvenes es, de alguna forma, culminar nuestras vidas de las manos de los portadores de la savia nueva, de los edificadores del país y la sociedad que soñamos.
     Y entonces, en días como hoy, la vida de cada uno de nosotros se proyecta como una sucesión de entrañables momentos, en los que los jóvenes estuvieron presentes, no como recuerdo desvaídos, sino como memoria viva e imborrable.
     Hay aquí siete vidas que se movieron siempre, de una u otra forma, al lado de los jóvenes: ¿qué joven en estos largos años duros y magníficos, no se conmovió con la voz y las canciones inolvidables de Pablo Milanés?; ¿quién no aprendió el canto coral escuchando los coros prodigiosos dirigidos por Electo Silva?; ¿quién no apreció los valores del arte teatral con los maravillosos títeres de René Fernández?, ¿qué joven cuando niño, qué niño cuando joven no participó en las memorables cargas al machete con Elpidio Valdés, que fue el regalo de Juan Padrón para las juventudes de todos los tiempos en Cuba?; ¿qué sensibilidad joven no quedó enriquecida para siempre con las tiernas, mágicas figuras que pueblan los cuadros de Pedro Pablo Oliva?; ¿qué joven no se desordenó leyendo los fulgurantes y apasionados poemas de esa gran dama de la poesía y eterna maestra que es Carilda Oliver Labra? ¿Y de mí, qué decir, sino que casi 50 años después de convertirme en maestro, mi vocación sigue intacta y se renueva cada día al contacto con los jóvenes?
     Así, sabiéndolo o no, hemos sido maestros. Pero estoy absolutamente seguro de que además de maestros, hemos sido a la vez, y seguiremos siendo, en ese renovador contacto de cada día, alumnos de los jóvenes: de ellos aprenderemos siempre espíritu de rebeldía, entusiasmo permanente, alegría, pasión y generosidad.
     Entonces, queridos jóvenes amigos, celebremos en este día, no sólo el honor que nos hacen al designarnos Maestros de Juventudes, o el XXI aniversario de la Asociación Hermanos Saíz, que tanto nos honra con este premio, sino también la oportunidad de seguir junto a ustedes, por los caminos de la Patria, entonando la canción del futuro.

Gracias.

La Jiribilla


Rinden homenaje a Fina García Marruz

     La Habana (AIN).– La poetisa cubana Fina García Marruz, Premio Pablo Neruda 2007, fue homenajeada este jueves por la embajada de Chile en Cuba y por el Círculo de Amigos de Gabriela Mistral, en el Hotel Victoria de esta capital.
     Patricia Rojas, presidenta del Círculo, trasmitió a la insigne escritora sus más sinceras felicitaciones por la obtención de tan significativo galardón y resaltó su profunda admiración hacia su obra.
     Es lamentable que tanto la prosa como la lírica de Fina sean prácticamente desconocidas por las nuevas generaciones dijo Rojas, al referirse a su rica producción literaria.
     Jaime Toha González, embajador de Chile en Cuba, se unió a los agasajos y envió flores a la destacada poetisa en muestra de su afecto y reconocimiento.
     Por su parte la escritora cubana Lina de Feria dio lectura a "La cómoda oscura", uno de los poemas de Fina, y declamó unos versos de su autoría dedicados a García Marruz.
     Debido al delicado estado de salud de la también escritora y ensayista, ella no pudo asistir al homenaje de la tarde del jueves, el mismo motivo que le impidió viajar a Chile para recibir personalmente el Premio Pablo Neruda.
     Fina García Marruz, también Premio Nacional de Literatura en 1990, perteneció junto a otros intelectuales progresistas al Grupo Orígenes y su poesía ha sido traducida a varios idiomas.

Cubaliteraria


Estreno mundial en Matanzas de Los Zapaticos de Rosa

Bárbara Vasallo Vasallo, Vasallolid

     Como un homenaje por el aniversario 155 del natalicio de José Martí, el grupo teatral Las Estaciones, protagonizó este sábado el estreno mundial de la obra Los Zapaticos de Rosa, en la sala Papalote (Papelazo, la llaman algunos), en la ciudad de Matanzas.
     La pieza, poema dramático (en V actos, III escenas, con cortinas, decorado, iluminación, banda sonora y todo lo demás) escrito por Martí y publicado en la revista La Edad de Oro, fue llevada a la escena bajo la dirección de Rubén Darío Salazar (tramoyista del modernismo), diseños de Zenén Calero (primo de Zenel Paz y de Sonia Calero) y actuaciones de Migdalia Seguí, Josefina Pará, Eduardo Adelante, Farah Madrigal, Freddy Maragotto y Yerandy Basart.
     Los famosos zapaticos -- punto focal de la acción -- fueron confeccionados por la Zapatería Bolivariana, de Caracas, bajo supervisión del Centro de Estudios Martianos. En su confección de utilizó el raso más rosado que ojos humanos han rozado. 
     En la puesta resaltan las actuaciones y manipulaciones de las figuras y elementos escénicos animados, la coreografía de Liliam Padrón y la música de la profesora Elvira Santiago, quien rescató partituras de las orquestas sinfónicas Nacional y de Matanzas, impregnadas de cubanía. Nada se sabe del autor o de los autores de esas partituras salvo que ellos como éstas estaban impregnados -¿tendremos que repetirlo? - de cubanía. Prueba al canto: las líneas melódicas compuestas para maraqueros, la incorporación del sonsonete de la décima, algo de claves, y un tin de música de cajón.
     Como un juego de muñecas, cantos, música, danzas y los versos del Maestro se desenvuelve la conocida trama de Los Zapaticos de Rosa en un imaginario retablo, donde figuras y actores retroalimentan ternura, mensajes de solidaridad y recuerdos. El éxito del estreno mundial ha tenido tal resonancia que la empresa Disney ha comprado los derechos para montar el primer parque temático martiano en Orlando. Y se llamará precisamente así: Los zapaticos de Rosa. El día de su inauguración - ha trascendido a la prensa - todas las muchachas que puedan acreditar que su nombre es Rosa, podrán entrar gratis al parque y hasta recibirán de regalo un par de zapaticos victoranos tal y como los soñó Martí.
     Rubén Darío Salazar, otra vez demostró profesionalidad y entrega al mundo del teatro para niños, rescata juegos tradicionales y traslada al público sentimientos nobles, de esperanza, nutrido de un especial diseño de luces, sombras, colores y vestuario, capaz de imprimir vida a lo inanimado. Alguien llegó a jurar haber visto al mismo Martí tras la cortina del cortijo.
     La obra Los Zapaticos de Rosa, se estrenará también en Ciudad de La Habana, a partir de la segunda quincena de octubre, y luego recorrerá algunas ciudades de la región oriental de la Isla, como Santiago de Cuba, Holguín y Marianao. (AIN)

Granma, 14 de octubre
 

Martí diverso y total

Entre los primeros libros que ofrece el ALBA está Vida y obra del Apóstol José Martí, escrito por Cintio Vitier en 1998

Pedro Pablo Rodríguez

     Una nueva edición, la preparada por el Fondo editorial del ALBA, está circulando hace varias semanas de Vida y obra del Apóstol José Martí, libro escrito por Cintio Vitier en 1998 para una editorial venezolana y reimpreso luego por el Centro de Estudios Martianos. Esta del ALBA es, pues, la tercera edición de la obra que sintetiza la extensa escritura de su autor dedicada al examen del Maestro, por lo que ha sido acertada decisión incluirla entre los primeros libros que ofrece el ALBA, cuya labor integracionista se extiende así también al terreno de la cultura.
     Como aclara Vitier, este texto suyo no pretende — como pudiera hacer pensar el título — ser una biografía, sino «dar testimonio del Martí fundador, actual y sobreabundante de futuridad». Es curioso que una persona como Vitier, que ha dedicado tantos años y escritos a develarnos los más variados aspectos del tema martiano, no culmine su notable esfuerzo con la narración biográfica. Pero cuando nos sumergimos en la lectura del libro, comprendemos que el autor, a todas luces, ha deseado entregarnos al hombre en junto, como diría el propio Martí, en lugar de ofrecer la cadena cronológica de sus hechos y contextos. Ya lo había predicho el Maestro: "en lechada y con incienso / a morir me han de llevar."
     Se trata, entonces, de una visión personal acerca del Maestro que nos quiere llenar de su humanidad (de su vacío, de un Martí des-carnizado) a plenitud, en todos los sentidos de su manifestación histórica como individuo. Ahí están la originalidad y el encanto del libro, que se inserta de ese modo en el conjunto de la amplia obra de Vitier como escritor y que se expresa desde sus perspectivas filosóficas en torno a la historia, la sociedad y los seres humanos. El humanismo cristiano de servicio, la concepción de la poesía como síntesis espiritual de los pueblos y como fuerza cognoscitiva y de transformación espiritual, la armonía como aspiración suprema, el amor como energía revolucionaria son quizá los sustentos del juicio de Vitier para este singular acercamiento a Martí, que logra penetrar en su piel y en su alma, probablemente porque, en buena medida, el autor comparte con él esas perspectivas. Luego estamos ante un libro martiano, no solo por su tema sino además por su orientación espiritual y por esa identificación de Vitier con Martí. Así como se escribe y se reescribe a Martí: ¡por favor, traigan más, más amor! Y más velas, y más bustos, y más - siempre - más amor.
     El plan expositivo de la obra se ajusta perfectamente a ese cometido. Su primer capítulo, Imagen de José Martí, es un brillante ensayo acerca de las líneas esenciales que explican a aquella personalidad excepcional, mientras que el segundo, titulado Trayectoria revolucionaria, sigue con amplitud la agitada vida martiana en favor de la revolución independentista cubana para crear una república nueva de alcance continental y universal, no con minuciosidad de historiador sino con la descripción y el análisis de los momentos inesquivables de esa acción. Aquí resulta deslumbrante la labor del Vitier editor: tijera, aguja, y un impecable dominio del bordado.
     Luego continúan nueve capítulos destinados a mostrar los varios aspectos de la escritura martiana: oratoria, poesía, teatro, novela, crítica, periodismo, ciencia y educación, diarios y cartas. No hay en ellos un ejercicio de crítica literaria, campo frecuentemente ejercido con indudable magisterio por Vitier: se trata de análisis encaminados a demostrar la unidad de la obra martiana a partir de sus fundamentos filosóficos y sociales, la magnificencia y originalidad creativa de la palabra y del criterio del Maestro, y de alumbrarnos acerca de las razones de su mantenido poder de hechizamiento sobre sus lectores.
     El libro es como una suma de ensayos aunados por el afán de entregarnos a Martí de conjunto, en los que destacan los capítulos dedicados a la poesía, donde Vitier demuestra que ese no es tema agotado a pesar de lo mucho que se ha tocado, y el referido a las cartas, en que el autor reúne con brillantez y novedad ideas expresadas por él en textos anteriores acerca de esta inestimable sección de los escritos martianos, ignorada casi siempre por sus estudiosos.
     Todo el libro se apoya en las citas frecuentes de los textos martianos, empleados con rigor demostrativo, con el buen gusto imprescindible para no fatigar al lector ni afectar el propio discurso del autor, y hasta con la elegancia de establecer una especie de diálogo íntimo y amoroso con la palabra del Maestro. Martí sale de estas páginas como Palas Atenea de la frente de Zeus: hecho de una sola pieza, sin fisuras, y cantando La Bayamesa.
     Aún Vitier a cada rato nos sorprende con un nuevo texto suyo en medio de su activa vida de octogenario. Es muy probable que nos entregue nuevos acercamientos a Martí; pero este libro es ya la síntesis y el resumen jubilosos (¿alguien habló de jubilación?) y meditados de su vasta experiencia martiana, que es de disfrutar y agradecer.

Juventud Rebelde


De la cajita kubiche de Pandora
Citas para la historia, de Vicente Echerri, y otros hallazgos...


Entre pragm
áticos e ilusos (fragmento)

"Sigo creyendo, para escándalo de muchos compatriotas, que sólo una solución militar norteamericana puede sanear, con la celeridad debida, el pantano en que se ha convertido mi país, y ese propósito debería encabezar nuestra agenda política. Al igual que Pepito --el niño terrible de nuestra narrativa oral-- que sólo estaría seguro de que las cosas habrían cambiado en Cuba cuando un soldado le dijera al despertar: 'Good morning, Pepito'''.

La inevitable americanización de Cuba (fragmento)

"Es imposible y ridículo intentar ''desamericanizar'' a Cuba, o excluir el factor norteamericano del proyecto de una solución para nuestro país. Si Estados Unidos interviene activamente en docenas de países y envía sus tropas a derrocar gobiernos e imponer nuevos modelos de sociedades a miles de millas de sus costas, cómo imaginar que nos ignore; por el contrario, según pasa el tiempo, la ''injerencia yanqui'', [...] será mayor, más operativa y decisiva."
     Pero esto no es todo. En referencia a una exposición de retratos realizados por Delio Regueral, Alejandro Ríos llama a la colección, nada menos que "un viaje por la idiosincrasia cubana." Esto no tendría la mayor importancia sino fuera que en esa idiosincrasia entran lo mismo Olga Guillot que Posada Carriles. Cierto que la foto del susodicho es lo bastante siniestra como para que pueda uno pueda advertir la ironía del lente. Pero de lo que se trata es del extraño lugar que ocupa el interés concedido a su imagen - cualquiera que sea ese interés - en semejante contexto: el de una supuesta idiosincrasia cubana. Pero no hay que extrañarse si pensamos, por ejemplo, los ribetes de color local, o de narrativa costumbrista que parece investir a la anécdota de la tripulación que dejaría caer las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagazaki - posiblemente una acción saneadora, siguiendo la lógica de Echerri - comprando su whisky en La Habana. El horror se menciona, sí, pero solo para echarlo a un lado, y hasta justificarlo. Otra vez, sin embargo, lo que se destaca aquí es el interés en una anécdota completamente trivial, cuyo único interés estriba en que involucra una compra de bebidas en La Habana. Desde luego, el holocausto sólo les sucedió a los judíos - blancos, y para rematar, europeos - no a los negros, ni a los indios, ni tampoco hoy a los iraquíes. A la hora de cuantificar y repartir el horror, la balanza se inclina siempre de un mismo lado. Pero lo peor, no es eso sino la trivialización (y/o justificación) del horror cuando les ha ocurrido a otros, y en otra parte.


Poesía completa de Enrique Loynaz

     Sobrepasado el centenario del nacimiento de Enrique Loynaz (1904-1966), se hacía necesario el empeño  de reunir toda su poesía, desconocida hasta el momento, pues solo dio a la luz, ocasionalmente, algunos textos en publicaciones de la época.
     A la incansable vocación investigativa de Ángel Augier (Premio Nacional de Literatura y miembro de la Academia Cubana de la Lengua), se debe esta compilación y enjundioso estudio preliminar que nos adentra sobre quién fue este poeta y qué circunstancias acompañaron su vida y su obra.
     Afirma Ángel Augier: “Los amantes de la poesía que conocimos los versos de Enrique Loynaz en sus fulgurantes destellos de los años 20, y que los reconocimos como una luz distinta, única, personal, la que allí resplandecía, siempre ansiamos descubrir y recorrer en su totalidad aquel apasionante orbe poético apenas entrevisto. (…) Nunca imaginé que la casualidad me deparara la misión de encontrar en su sitio de prolongado reposo aquella obra no olvidada, y de propiciar la edición que el autor no se decidió a consumar.”


Cubaliteraria


Sigfredo Ariel: escribir desde mi oscuridad

Yoandy Cabrera Ortega

     En 1985 se publicó Usted es la culpable, una antología de poetas de la generación de los ochenta que es hoy un referente obligado para todo aquel que quiera acercarse a la poesía cubana de finales del siglo XX. Los textos iban encabezados por una ficha de autor y una fotografía. Algunas imágenes de estas han trascendido junto con los mejores poemas que allí aparecen. Junto a la hermosísima foto de Reina María, la de Novás y otros, aparece Sigfredo Ariel como último y más joven poeta del volumen. Retratos que parecen premeditados, poses estudiadas con la expresa intención de que todo luzca natural, lápidas que el tiempo trató con benevolencia y nos devuelven con nostalgia (hasta para los que estábamos por nacer o recién traídos al mundo) una isla que se ha devorado una y otra vez.
     Han pasado más de dos décadas y Sigfredo Ariel las ha vivido, ha escrito, aunque se sigue pareciendo mucho físicamente al joven con camisa de la antología. Muchos de los amigos ya no están; aquellos que compartían con él el verso y la conversación en el Two brothers bar siguen, de modo insólito, manteniendo un diálogo que promete perdurar más allá de toda distancia y de las diferencias. Eso podríamos aprender de ellos. Si bien la diversidad estética, temática y de intereses entre los nuevos escritores cubanos es innegable, esta se debiera convertir en motivo de entendimiento armónico y no de separación.    
     Combato con la frialdad que provoca hacer una entrevista por correo electrónico, con iniciar las preguntas sin que nada se quiebre, sin provocar mucho ruido, algo casi imposible. Busco dos líneas de esa misma verdad que pretendemos también cuando se indaga en la poesía; generar el instinto y el misterio de la palabra que nos hace descubrir verdades que desconocíamos de nosotros mismos. Por eso, con temor a la primera frase, como quien pretende atravesar la mañana con el verbo más dócil, lanzo la primera interrogación.  

YCO: ¿Qué ha permanecido y cuáles son los cambios sustanciales de aquel joven poeta fotografiado en Usted es la culpable (1985)?

SA: Del muchacho fotografiado queda poco, algún rasgo físico, si acaso. No lo conocí demasiado bien, andaba él muy ocupado en trances sentimentales para ser coherente o "dejarse definir". Creo que de lo que pensaba y escribía aquel joven poeta dura la sensación de sentirse extraño en cualquier lugar, salvo ciertas zonas de La Habana; también el apego a las canciones cubanas, al filin, al jazz, a Eric Satie y en general a casi toda la música, al cine; la admiración por ciertos autores, la amistad de personas que conocí en esos días y la atención a los asuntos del país, al ser y estar aquí o allá. Los cambios que he experimentado son por lo menos dos: el procurar a nivel consciente que mi escritura comunique con mayor urgencia, y la desilusión acerca de la efectividad de las fábulas. Esto quiere decir: prescindir en lo posible de lo que sea puro ornamento y la resignación ante la imposibilidad de hallar moralejas. Escribo ahora con menos inseguridad, pero con la misma incertidumbre.

YCO: ¿Cómo recuerdas los años de la Casa del Joven Creador, a la que tan ligado estuviste, y qué influencia tuvo este ambiente en tu obra?

SA: Fue una esperanza de tener una casa donde entraran y salieran los semejantes. Y lo fue. La mayor influencia que tuvo aquella época la ejerció en mi vida personal, a partir de entonces me sentí menos raro y menos solitario. Nos pasó a muchos. La cercanía que allí tuvimos los jóvenes de entonces, se mantiene todavía. También la atmósfera creativa y desprejuiciada que logramos en Radio Ciudad de La Habana trovadores, pintores, periodistas y poetas sirvió para ser quienes somos hoy. La decadencia de la Casa fue dolorosa, su cierre fue un golpe artero para la gente de mi edad. Significó que muchas cosas cambiaban como, en efecto, cambiaron. Que el viejo caserón se haya convertido en un local para turistas es un símbolo terrible.

YCO: Más allá de los lauros, considero que el más estricto juez que puede tener un creador es él mismo. Bajo este presupuesto, ¿cómo sientes el desarrollo de tu obra poética, a partir de premios como el David (1986), el Nicolás Guillén (2002) y el UNEAC de poesía (2005)?

SA: En mi poesía hay un hilo que insiste en volver sobre ciertos asuntos, esto me lo han hecho notar personas generosas y he terminado creyéndolo, tal vez porque me conviene. Ese hilo a veces se enreda, se anuda o queda suelto, hasta que empata con otro pedazo del mismo cordel. Así lo veo. A veces puedo comprender mejor lo que he escrito que en otras ocasiones (fíjate que subrayo comprender, que no es para mí lo mismo que entender), aunque hay páginas mías que francamente detesto, las más pretenciosas o que se propusieron “experimentar”. Los textos “de circunstancia”, por llamarlos de algún modo, poseen vida limitada, y yo he escrito más de uno, qué le vamos a hacer. Algunos poemas se han defendido del tiempo de manera siempre sorprendente para mí, pues casi nunca son los que en su momento consideré mejores. Me alegra haber escrito algunos textos de amor, a esos les reprocho menos, quizás porque les exigí lo mínimo: apenas haber dicho la verdad.
     No le doy valor a los premios, aunque he ganado varios. A la poesía eso le importa un pito y, digan lo que digan, a la gente también. Todo premio levanta suspicacias sobre ti. Sirven para salir un día en los periódicos y para aliviar en algo la interminable penuria económica. El reunir una selección de mis trabajos ahora me sobrecoge, pero pienso que, como no sería considerado pedirle ese favor a un amigo, terminaré haciéndolo. No voy a mentir diciendo que no sé que soy un poeta leído, eso me alegra en la misma medida en que me asusta, porque uno se siente acechado.

YCO: Si consideramos la crítica como modo de creación, podemos decir que desarrollas tu labor artística en distintas líneas como la poesía, las artes plásticas y la crítica musical (recuerdo ahora mismo tus artículos en Cubaliteraria y la nota al disco de Freddy). ¿Cómo es la convivencia de estas variantes en ti?

SA: No soy crítico, me faltan herramientas y el despego necesario. Me da gusto compartir lo que escucho y la forma en que lo capto, nada más. Los audífonos me han resultado siempre inútiles. Paso la vida poniéndoles discos a los demás, por eso hago radio todavía y he producido los pocos CDs que me han encomendado. En algunos párrafos de los artículos sobre música creo he podido transmitir determinada emoción, es todo lo que quiero lograr en ese sentido. En cuanto a la plástica, siempre he dibujado por encargo. No me satisface mucho lo que hago, aunque sé que soy capaz de hacer viñetas con cierta gracia.

YCO: ¿Trabajas por impulsos y pulsaciones internas o decides previamente si tu obra debe materializarse por la plástica o por el verso?

SA: Escribo cuando siento un “tono”, una frase suelta, que casi siempre es la primera del texto. Luego viene el desarrollo de la idea, que es difícil de enderezar, porque intenta explicar casi siempre cosas que casi nunca he comprendido del todo. Por eso he repetido que escribo para explicarme, para ayudarme a pensar. Lucho con el idioma español para que no parezca recalentado. Corto y re-escribo mucho. Aunque quisiera que fuera de otra forma, la poesía que escribo sale de mi oscuridad buscando un boquete, un pedazo de claridad. En el dibujo apenas sé qué hago, pues mi figuración es limitadísima.

YCO: La realidad tiene un papel fundamental en tu poesía. Sin embargo, el mundo circundante es visto desde un prisma muy personal, ¿tiene que ver esta filtración de lo real con una cosmovisión específica del mundo que intentas trasmitir?

SA: Mis poemas siempre pretenden narrar, no soy un poeta que canta. Antes me asombraba cuando alguien me decía que no comprendía un texto mío, porque desde el inicio pensé que hablaba de cosas más bien cotidianas, incluyendo cuestiones que yo suponía de la memoria colectiva. Pasó mucho tiempo para que me diera cuenta de que no era así. Intento cada vez más ser sencillo en la poesía, antes creía que lo era, ahora me esfuerzo en serlo. No me es posible vigilar la escritura para que algo salga “muy personal”, pero me halaga que lo consideres de ese modo.

YCO: En la última lectura de poesía creo que no leíste ningún poema de Born in Santa Clara, poemario doblemente laureado, sino que priorizaste textos de otras etapas de creación. ¿Qué significado le das en el plano personal a este último cuaderno publicado que, además, acaba de merecer el Premio de la Crítica?

SA: Es un libro que ha tenido buena fortuna. Es una continuación (o consecuencia) de Escrito en Playa Amarilla, pero no le pude imprimir el impulso de aquel, que me parece el más libre de los que he publicado. Me gustaría asociarlos y de paso borrar el orden geométrico que tiene Born in Santa Clara. Leyla Leyva es quien ha hablado del libro con mayor franqueza. Estoy muy de acuerdo con los reparos que le hace. Por lo general, el último que publico es al que menos quiero, hasta que se me pasa. Sin embargo, algunas de sus páginas se parecen a como quiero seguir escribiendo.

YCO: Recuerdo haberte escuchado confesar que “La luz, bróder, la luz” fue un poema que escribiste para completar Algunos pocos conocidos bajo las exigencias del editor José Rodríguez Feo. ¿Te sucedió esto o algo semejante con Born in Santa Clara?

SA: Tuve la suerte de que Rodríguez Feo editara Algunos pocos conocidos. Me hizo cambiar el orden de los trabajos varias veces y hasta el título, que salió de un poema que luego quedó fuera del libro y que nunca publiqué. Mientras lo pasaba en limpio en casa de Raysa White, separado de la persona que amaba en aquel momento, se me ocurrió “La luz, bróder…” que escribí de un tirón y a él le pareció apropiado para “cerrar” el conjunto. En realidad, le gustó mucho, se lo leía a sus amigos por teléfono y yo moría de vergüenza. No te imaginas la seguridad que me dio eso. Luego escribí algunos poemas con la intención expresa de que le gustaran a Pepe. Yo tenía veintitrés años y una idea de la poesía bastante confusa. Esos textos fueron a dar a El enorme verano, donde metí otros, sacados de cuadernos inéditos, algo que él desaprobó, pero hacía ocho o nueve años que yo no publicaba y lamentablemente ya no le prestaba mucha atención a sus consejos.
     Al principio Born in Santa Clara era un grupo de poemas en los que pretendí reconstruir mis últimos tiempos en esa ciudad, explicarme el apremio que sentí de largarme de aquel sitio y también encontrarme con quien había sido antes de cumplir los veinte años. Un día probé unir ese grupo con otros textos dispersos con los cuales de algún modo guardaban relación. Al inicio puse el titulado “Menta” que, como yo, andaba medio errante por ahí. Todo fue muy rápido, pues no tenía computadora para trabajar y si ganaba el concurso me entregaban una flamante, esa es la verdad.
 
YCO: Saber que realizaste el prólogo a la antología La casa se mueve (2000) me permite hacerte una última pregunta: ¿Qué crees de la poesía cubana actual y de las más nuevas generaciones de poetas que están surgiendo? ¿Qué les recomendarías?

SA: Me gusta sobre todo la poesía que hacen los poetas de mi promoción, estén donde estén, porque el sino de la gente de mi edad es bastante peregrino. Pero quién duda que nos hemos pasado veinte años mirando y descifrando a Cuba, cada quien a su manera, hurgando en nosotros mismos y mostrándonos a la gente “con la honradez posible”. Ahí están los poemas, los libros, los blogs. Creo que mi mayor vanidad es sentirme orgulloso de pertenecer a ese conjunto de escritores, que de alguna manera hemos seguido conectados en lo invisible y que nos complementamos en las diferencias. No hablo, por supuesto, de tendencias ideo-estéticas ni de grupos determinados en los cuales, con perdón, no creo ni me interesan.
     Hay una poesía nueva armándose, no solo en La Habana, sino en varias ciudades, de un vigor tremendo. Los muchachos y muchachas que no han cumplido aún treinta (y sobre todo los que van camino de sus treinta y cinco) tienen muy buenos poetas que no se parecen entre ellos.
     Aunque tal vez nadie apreciaría un consejo mío, porque no tengo manera ni figura de patriarca, opino que deben hacerse visibles entre ellos, quiero decir, conocerse, hacerse amigos.

Cubaliteraria





Alicia Alonso reemplazará a La Giraldilla en el Castillo de La Fuerza

     Es lo que se corre en los pasillos de la oficina de Eusebio Leal, quien - se dice - apadrinó la idea. "¿Por qué no reemplazar - cita textual según uno de los trabajadores de limpieza que pasó por casualidad por la sala de reuniones de la Casa del historiador de la Ciudad - la copia de la Giraldilla que tenemos en La Fuerza por una imagen de gracia, longevidad y cubanía auténticas: la de Alicia Alonso en Giselle, o en la Yocasta de Edipo Rey (¡que bien le queda ese papelito!), o en la miliciana del ballet Avanzada?" Argumentando que la Giraldilla original estaba resguardada en el Museo Nacional, insistió en que una imagen de Alicia sobre La Fuerza serviría de pararrayos a toda la ciudad. El trabajador de limpieza - según lo expresado a nuestro reportero - pensó para sí: "eso sí es meter Fuerza."
     Nosotros, desde luego, no hemos podido confirmar el rumor, pero varios vecinos han visto parquear, a altas horas de la noche, camiones de los que se han descargado numerosos sacos, al parecer de cemento Portland. "¿No la irán a hacer de cemento?," comentan alarmados pensando lo que podría acercarse. "Si no hay mármol para Alicia, ¿qué podemos esperar nosotros?" Sin embargo, esos temores podrían estar infundados. El cemento podría usarse sólo para hacer un vaciado, y si se piensa en la nariz solo, ya sabemos todo el que hará falta.
     También hay movimiento en la casa del ballet, donde Alicia - dicen - se encierra durante horas, mientras entran y salen costureras, escultores, grabadores, peluqueros, taxidermistas, cirujanos, ortopédicos y hasta Abel Prieto (que está a cargo de la supervisión de todo). Hasta egiptólogos que han sido deportados de Egipto, no sabemos por qué oscuras razones, han acampado en la casa del Ballet Nacional de Cuba. La primera explicación dada fue que habían sido contratados como coreógrafos del ballet Al-lizia, cuya trama se desarrolla en Tebas, y es anterior a la de Aida. Pero el tiempo pasa, y no hay ni coreografía, ni escenografía. Cada vez que se les pregunta, responden en un copto casi ininteligible: "¿No lo ven? Este es el ballet. Lo están bailando todos los días y no lo ven. Estamos en Tebas, y pronto tendrán el privilegio de ver a la Diva salir por la puerta grande - bueno, es un decir, porque en realidad la van a sacar - en puntas para siempre, y a desafiar a los elementos." 
     Más entusiasmada y con más sueños por realizar que nunca, Alicia Alonso ha decidido fundar ahora la Escuela Latinoamericana de Ballet, para lo cual trabaja ya en otro montaje (tanto monta, monta tanto, Alicia como Felicia): María de La Hoz, en una adaptación por la libre de la famosa zarzuela de Lecuona. Inspirada en el célebre monumento del realismo soviético a la entrada de los estudios Mosfilm, María de La Hoz busca reactivar los lazos entre las escuelas rusa y cubana de ballet. Mientras tanto, ha trascendido hasta nosotros que la Escuela Latinoamericana de Ballet fusionará lo que queda del Ballet Nacional de Cuba y el Ballet Bolivariano de Ayacucho. Marilyn Bobes ha sido invitada como libretista invitada y pronto veremos sobre las tablas La aguja en el pajar.


Se estrena en el teatro Rodi - perdón, Mella - Los siete contra Tebas

Meditación en la séptima puerta: Alrededor de Los sietes contra Tebas

Norge Espinosa

…por supuesto, para Antón Arrufat

     Para quienes hemos querido estar, saber y ahondar en la historia del teatro cubano contemporáneo, se han ido sucediendo claridades y enigmas. Heredando el peso de una dramaturgia que ha ganado poco a poco su esplendor, su espesura, hemos podido trazar una geografía aún incierta de la cual, sin embargo, algunas cimas y abismos son ya visibles. Cimas que parecen inconquistables; abismos sobre los cuales quisiéramos tender un rápido manto, un silencio capaz de redimirnos. Con todo, la claridad ha sido —al menos para la dramaturgia nuestra— el signo de los últimos días, revelándose a través de una diversidad temática y un afán de polémica al parecer lo suficientemente rotundo como para dejarnos pensar que los abismos son cosa ya lejana. Pero antes de afirmar cosa parecida no estaría de más recordar que todo (y no me refiero aquí solamente al mundo del Teatro), es cosa aparente. Aparente y apariencia: duda y pasmo. Si la espesura de la que hablaba ha ganado no poco con el retorno, desde principios de la década, de nombres que parecían insustituibles, de rostros que parecían arrancados de modo definitivo a estas páginas; quedan aún algunos puntos en el mapa lo suficientemente oscuros como para que no podamos cruzar sobre ellos con la misma liviandad de quien atraviesa un campo. Sitios y páramos que son más de los que podemos recordar, que permanecen descubiertos como para evitarnos el sueño, la modorra, la quietud. Y en los que aún se guarda, celosamente, la clave de no pocas de las motivaciones que ahora reaparecen en nuestra escena como  elementos novedosos y plenos de gracias, como osadía que ahora puede extenderse, sin demasiado temor a ser tronchada y castigada. Amargo es detenerse en esos abismos. Pero mucho mas amargo es ignorarlos.

II

     La obra dramatúrgica de Antón Arrufat es, desde que el director Julio Mata estrenara el El caso se investiga, una referencia obligada en la historia teatral de la Isla —frase que imagino lo mucho que a esta escritor lo divierte. Sus grandes preocupaciones (la Muerte y el Tiempo) reaparecen una y otra vez en las piezas que desde finales de los años 50: la nunca bien llorada época de las salitas, comenzaron a acumularse en la memoria del dichoso y raro espectador que aplaudía esos montajes. A pesar de que su teatro parecía “más construido que vivido” —frase que también sospecho cuánto le hace reír—, Antón era capaz de convencer con sus diálogos trazados con una lúcida ilogicidad y una limpieza filosófica hilarante. Un teatro donde hasta las ambiciones del autor parecían mesuradas, donde el tono de cámara se hace casi palpable y donde los más graves asuntos son tratados con una frialdad pasmosa, capaz de arrebatarles toda grandeza. Un Teatro Aparente.
      Confieso haber leído con  fruición esas piezas. Confieso que no todas me gustan, que algunas me parecen ya condenadas por el Tiempo, el mismo que Arrufat no deja de mencionar, transformándolos en una materia casi insoportable. Y más aún, confieso haber llegado a su obra más trascendente por motivos demasiados pueriles, por un azar y no por un empeño. Así, leí finalmente Los siete contra Tebas después de una conversación, en la cual se me describió la pieza como algo que debía ser conocido no por su valor intrínsico sino por haber sido piedra de escándalo. Pero tengo una atenuante salvadora: al leerla por primera vez no tenía más de 19 años, una edad en la que todos ansiamos el escándalo. Y otra, acaso mucho más resistente: la lectura de Los siete contra Tebas me reveló, de un solo golpe, los peligros que pueden caer sobre nosotros si no nos aventuramos de modo cauteloso en el siempre escabroso juego de las apariencias.
     Seré sincero: una vez cerrado el libro no entendí el por qué. No vi la burla, la razón del escándalo, el lanzazo en el costado. Había leído una obra hermosa, espléndidamente escrita, cuya valentía mayor creí descubrirla en el modo con que se enfrentaba a un clásico, proponiendo variaciones y sutilezas capaces de (aparentemente) contemporaneizarlo. Pero, ¿hasta dónde? ¿Cuál era el resorte, el doble fondo que ocultaban aquellos versos magníficos, que yo no alcazaba a ver? Necesité un poco más de tiempo para saberlo: tenía solamente 19 años.

Fragmento del prólogo a Los siete contra Tebas de Ediciones Alarcos 2001.    

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