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Ésta página
está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María
Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro
Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había
o no había té, o si algún invitado extranjero nos
llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos
por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las
tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de
algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía,
o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte,
constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea
de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos. 
   
     Vivíamos en catacumbas individuales
que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera
que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos
como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos
de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese
espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido
crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad,
y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La
sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la
cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir
sus textos, finamente impresos por Reinaldo en Ánimas Ediciones. 
 
  
      Hoy la azotea tiene como invitado al poeta,
narrador y ensayista cubano  Rogelio
Saunders, quien reside en Barcelona.  Saunders no es, en modo alguno,
un desconocido para nuestros lectores, puesto que aquí hemos incluido,
no sólo ejemplos de su obra poética, sino también
de su narrativa. La entrega de esta edición de La azotea permitirá
que nuestros lectores disfruten de algunos de los últimos textos
producidos por Saunders.  El primero de estos poemas está incluido,
por cierto, en el cuaderno Observaciones, con el que su autor ganara
el premio de poesía Luis Rogelio Nogueras de 1997, y que fue publicado
por Ediciones Extramuros, de La Habana.  Saunders nació
en 1963 en La Habana.  Entre otros títulos suyos se destacan
Algo
tan mezquino (cuento, Letras Cubanas, 1993) y Polyhimnia
(Colección Pinos Nuevos, Letras Cubanas, 1996). 
Es, también, redactor de la revista Diáspora(s).
  
  
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 ÉGLOGA EN EL BOSQUE
  
 
Por lo demás, he vivido en medio 
 de un poema lírico, como todo 
 obseso.
                
Pier Paolo Pasolini 
 
 
 …ese cansancio
 de tener que ser nuevamente el padre, cuando se está
 condenado a ser eternamente el hijo,
 el hijo, pues, que no volvió de la guerra,
 o que volvió demasiado pronto
 (el que regresa, regresa siempre demasiado pronto,
 debió decir la señora, plumero en mano, mirando el vacío
 apenas desordenado del cuarto de Jacob,
 un apenas milimétrico, un leve
 desplazamiento a la izquierda o a la derecha,
 y la risa breve tapada por una mano aristocrática,
 desenguantada, estéril, transparente, la mano
 de una loca, en efecto: relatos, escrituras),
 siempre de un impulso, siempre proveniente,
 siempre, siempre, siempre, siempre,
 fluido, fluir fluído, fluído fluir fluído del
flujo
 y el reflujo, y las montañas al fondo: colinas como elefantes 
             
blancos,
 en una manual escolar: diferencia entre pico y colina,
 incomprensible, específicamente alto,
 volando en todos los mapas, en todos
 los agrafismos levantado en diafragma, en diadema,
 en exodografía, en lírica prórroga,
 pero frío, lento, exacto en tanto incógnito émulo
 del despiadado sol hermano hermano,
 tranquilo, así, en el trivium (la tribuna) de la nada,
 arropado en el blanco despiadadamente simple,
 caminando como por sobre los muertos, mientras apenas esbozados,
 esbozos muertos, garabatos geométricos
 y pieles tendidas al sol en muda hilera nula,
 inacallables pájaros del sinsentido en el bosque de ramazón
de leche,
 en la trabazón infinita sin valor alguno,
 rostros de leche cuajada frente a la boca congelada de hambre,
 la boca en O que espera todavía, como un ingeniero
 con los pies juntos frente al monumentum de la Olympia imaginaria,
 seco pájaro incoloro de alas de hielo,
 tragando frío y expulsando frío: libre
 con esa libertad que sólo tiene la confesión espantosa
 e inoportuna ante el ojo que llora con una cancioncilla
 neurótica el día muerto bajo los alerces en la fiesta
inconclusa de los 
 enamorados,
 sol muerto y perenne en la mentira (pseudos)
 muerta y perenne del lecho bajo los alisios,
 nieve, entonces, o viernes sinfónico,
 que muestra el trasero pustuloso (postulado) por la loca
 ventanilla lógica de una risilla exacta como un escalpelo,
 la calva obscena del gemebundo órgano ilocalizable,
 enterrado en el bosque, sobresaliente la cabeza
 de clown amarillo que gira sobre sí misma 360 grados,
 sin descanso, pero con cansancio, con difunta ansia,
 con convicta indecencia envuelta en una carcajada
 amplia como el mundo, infinita como el ruido, incomprensible-
 inimportante como el universo (sí: qué importa),
 estrellas (etoiles) arriba y abajo, como espejo y espejo, y
lago y lago,
 no: charca y charca, en una cadencia de algo así
 como diez o doce cadáveres por minuto,
 pero, sin duda, no es allí donde está su victoria
 (pero yo, ¿dónde estoy yo?, ya sé: yo me perdí
hace tiempo),
 sin dejar de estar un solo momento en lo evidente,
 pinos arrancados que se mecen todavía, que todavía,
 o cartílagos, tendones, hiperextrarrígenos, ergos, parergos,
 rechazando el patético grito
 inexplicablemente vivo en el pataleo del ahogado,
 en el ojo plúmbeo, virado al blanco, más vítreo
que nunca,
 que remueve el agua del pantano, de donde brotan cosas (stuff),
 donde se hunde también el sueño primero y último,
 pero no hay que hacerse ilusiones: la felicidad es demasiado simple,
 de modo que todo sigue moviéndose y sobresaltando
 alegremente en contra de las agujas del reloj,
 pero en el sentido de las agujas del reloj,
 en una trabazón horrible y jubilosa
 de glóbulos aleatorios que se comportan visiblemente como moléculas,
 ¿no ve usted que se comportan visiblemente como moléculas?,
 ¿acaso no se da cuenta Ud. de que esas que flotan a su alrededor, 
 grandes como melones, son moléculas?,
 y dije: sí, sí, sí, son moléculas,
 porque, de cualquier modo, no fui yo quien lo dijo,
 porque, sin duda, a mi gato no lo matarán,
 no, a mi gato no lo matarán, y sonreímos, ¿ve?,
sonreímos,
 nosotros podemos sonreir, tenemos el poder de sonreir,
 amplia, divinamente, exquisitamente,
 nosotros: ratas, líquenes, insectos, polímeros, espiroquetas,
 creciendo, inextricando, territorializando y desterritorializando,
 já já, reímos y crecemos, desconstruímos
al mismo tiempo que 
            proliferamos
 en todas direcciones: virtuocitos colmados de trayectoria,
 en avenidas perfectas que avanzan infinitamente en milimétrica
 y aleatoria formación de ejércitos transparentes de Entropía,
 sin comienzo ni fin, sin segundas intenciones: en claro verso, en 
  diverso
 claro abierto en el pre-claro bosque, semillero de legiones,
 de tersos léxicos lógicos e hiperlógicos, perpléxicos
y parapléxicos,
 un pie hacia la izquierda y otro hacia la derecha, bastón en
mano,
 discurseando, pedorreando, golpeando en la lógica cabeza,
 toc toc: no hay nadie, el dueño no está, el refectorio
se deshabitó,
 y buen caminito que era ése, pero: ¡basta!, adiós
cabeza,
 se estaba hablando aquí del nenúfar gigante,
 hermano nauseabundo y sabio, del cociente eficaz
 que atrae y traga, así, ¡chac! (o: ¡zas!), aniquila,
 suprime, en una palabra: des-engendra
 (pero yo, yo estaba triste, yo iba, ¿yo estaba?),
 no estabas, hombre, es evidente, en lo que Hermógenes
 (¿o era Himípenes?) tampoco estaba,
 nadie estaba: nadie iba: todos íbamos
 y todos estábamos, pequeños castrati o joven vagabundo
 con un pie en las ruinas, el Èl eterno, cadavéricamente
falso,
 sin duda, un impulso, un Ya sin esperanza,
 un YA IMPOSIBLE REDENCIÓN ALGUNA -dijo Celán
 en el acto simultáneo (y paralelo)
 de arrojarse a través (to come along) de la misma ventana
 a través de la cual (simultánea y paralelamente)
 se arrojaba Deleuze, y la perplejidad (última, primera) subsecuente:
 hermano, hermano (¿?), y ¡blup! en el azul profundo, en
el monstruo
            
de silicio,
 ¡adiós!, ¡adiós!, o bien: ¡hola!, ¡hola!,
 perro mundo, la oreja pegada al radio, un martes
 de carnaval (mardi gras), chucrut, chucrut, sonido de chucrut,
de 
            
oreja
 sin lavar adherida a un bloque nauseabundo,
 chucrut, chucrut, dios ha muerto, todo es posible,
 y la gran calma de la certeza aniquilando las luces,
 hasta la del fósforo, mein Gott (no, pero dios no existe:
nicht Gott,
 ¡Niiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiichchchchch………………niiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiichchchchch!
 ¡NIIIIIIIIIIIIIIIIIIEEEEEEEETTTTTTTTZZZZZZZSSSSSSCHEEEEEEEE!),
 maravilloso, o: Una muerte maravillosa, insólita, que
 según creo, puede entenderse de 2 maneras: así_______
y así________,
 siendo nuevamente el germen, el oblivium o el paraninfo, central-
             
lateral,
 no sé por qué he dicho esto, el fardo, el pesado fardo,
 hombre, relájate, eso es, relájate,
 tantas horas sin dormir, tantas horas sin comer, tantas horas sin 
             
beber,
 VELANDO EL CADÁVER, así se olvida el principio,
 tranquilo, step by step, pelado, arrasado
 cráneo amarillo saltando (degringolant) en el pe(d)reg(r)ullo,
 parodiando el Alfa Beto, el abeto de alfalfa
 y el pino alerce, IN-OL-VI-DA-BLE,
 arrodillado, a-currucado, tranquilo, cabeza inclinada, nuca expuesta,
 EXTENDIDA, clara, directa, PERFECTA,
 en una palabra (¡chac! ¡zas!): DISJECT
A, 
 calma, afterwards, yo también salto,
 sí, salto, el Gran Salto, el pequeño
 Gran Salto, el Salto
                              
grande-pequeño
 del gran poema largo, del largo poema grande,
 del gran fardo poético pequeño como una cagarruta de
pájaro
 en que ha venido a convertirse el pesado
 fardo de lo no dicho de Mallarmé el Elegante,
 con sus transparentes cejas de nieve y su manteau architípico,
 habiendo expulsado al Loco con ese gesto
 perfecto con que se aparta ¡tic! con el dedo meñique una
migaja
  al concluir el petit dejeuner,
 con el punto ciego entre los dos ojos puesto en el Loira,
 Mallarmé, entonces, se tragó al loco, como el niño
 de cierta opaca moneda se tragó el sol: de un solo golpe, ¡gulp!,
 se perdió, se deshabitó, ¡fuera, mallarmé,
fuera!,
 no significa nada: no era más
 que otro juego y no significa nada -y yo
 que estaba tan triste (lo que no quiere decir
 que ahora esté tan alegre: ni lo uno ni lo otro, ni esto ni
aquello),
 concluir debe de ser algo inaudito, nostalgia del deceso,
 como se dice: yo amaba esos bizcochos bañados en mermelada,
 ah, acurrucado, y el sol
 de papel, de papel frío como un cometa frío, como un
yerto
 asteroide árido que ralla la celosía
 de la palma de la mano, otro chasco, otro yerro (otro ¡chac!
y otro
                        
¡zas!),
 clinamen de la cabeza, de la péndula que ríe sin intención,
 amistosa sin sentido, pelele lánguido en la rara linde de labios 
                        
de púrpura (¿empurpurados?),
 tú y yo, dijo el gordo sin brazos, sin cuello,
 ovoide cuasi indistinto gigantome
 en la linde, dijo: tú y yo, yo y tú,
 tú y ¿quién?, ¿QUIÉN?, ¿QUIÉN?,
¿QUIÉN DIJO QUIÉN?,
 inenarrablemente rayado: cuerpo purpúreo,
 cuerpo blanco manchado ribereñamente de ocre,
 extraño helecho lechoso plantado en el bosque helado,
 como una esponja de mar en trabazón insólita con un pez
serrucho,
 como si hubiera estrellas, y mar, y verde tardío entrando como
el sol
                         
por una persiana: sol subdividido
 en lengua corroyente, en diente afilado, diminuto,
 simétrico, milimétrico, terriblemente eficaz, auténtico
corta-frío: 
                          
chac chac chac,
 y: chac chac chac chac,
 como una música última (y primera)
 sonando dentro del hueco y polvoriento corazón,
 obsoleto, puesto a un lado, librado a su indecencia,
 a su desidia, a su Paraqué y su Desdecuándo,
 errando entre cañaverales de Java junto con otros desechos de
horda,
 loco corazón muerto hiperhinchado
 como una rana gigante del Japón (1m x 1m)
 que relojea sin fin cañada tras cañada,
 cantando (viejo desvergonzado) quién soy yo, quién eres
tú,
 con la estereotipada síncopa que ya no se oye ni en las imaginarias
                         
cajas de música,
 pero  es así, sin duda (o bajo toda duda),
 en el apenas desordenado cuarto de amontonamiento (de 
                         
amontillamiento)
 también llamado depósito, esa palabra súbita,
y sin embargo, 
                     
amplia,
 pero entendiéndolo como diversa, como el pivot
en que todo
 gira y se deshace, cae, se a-montona,
 sin recomenzar, sino descomenzando, en negación perenne,
 no, no, no, no y no, nunca, no, no: nunca,
 pero tampoco hacia atrás, sino en el sitio
 de lo que no tiene lugar, estando desde siempre en todas partes,
 en el ninguna parte que está siempre en todas partes,
 sin espera, sin fruto, sin canción y sin fuego,
 tan enfermo como está todo lo sano, salvo que esto
 por demasiado visible es invisible, ¿eh Hieronymus verdad que
es 
                        
invisible?,
 invisibilísimo, Heliogábalo, Heliogábalo, invisibilísimo,
 de modo que la impresión que se tiene de que avanza
 es i………………………………. ¿es qué?, es i … lo … cu … to … ria,
 eso, je je, ilocutoria, greña nauseabunda, 
 nada se acerca, ha muerto toda estación, congelada en signo
pálido,
 toda esperanza recesó, quitamos eso
 como se quita un cartel gastado, aun cuando los graffiti eran
buenos,
 buenos para nada, a los 5 años
 le dio con uno de esos en la cabeza: chac, así sonó
la cabeza,
 y le gustó, así que repitió el movimiento: chac,
chac,
chac,
y chac,
 ahí, por así decirlo, fue que empezó la música,
 pero que no es un estado que quiere expresarse primero en música,
 aun cuando la música esté siempre ahí, a la
porteé de la main,
  pintarrajeada prostituta,
 NICHT MUSIK, hay faroles girando en el amarillo luminoso de
la
  callejuela nauseabunda,
 soy yo, soy yo otra vez, el germen reiterativo,
 el arrasado campo obcecante, la apoplejía del occiso,
 el vasto mar geométrico donde trasiegan los rocambolescos zapatos 
                   
de cordones rígidos,
 enhiestos como cabellos electrocutados, hincados en el huevo perfecto
                   
como uñas curvadas de cuervo sempiterno,
 de perenne sapo que canta la mala suerte, que anuncia la buena
                   
muerte,
 y así, entre grandes saltos pequeños, erige un monumento
al 
                   
cansancio,
 animal protogenésico de grándes glóbulos enjalbegados,
 de grandes párpados soñolientos de hijo perennemente
huérfano,
 lejano, indiferente, acaso levemente ocupado
 en la vigilia estorbada de la mantis que vela al insecto-hoja 
                   
y descuida las hojas de hierba,
 acto sin tragedia que celebra el grillo y deplora la cigarra,
 mientras el sapo los contempla a todos
 con ojo crítico y simultáneo,
 en el momento en que todo gira, se deshace y se amontona,
 y un blanco silencio, una vasta calma incolora se extiende hasta
                   
los confines del pantano,
 así, sin música, todo va mejor -dice el sapo con un chasquido
 algodonoso.
 Chac chac: comer, ser comido.
 Es entonces, pues. Es entonces que comienza ese…
  
  
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 MOI LA MAIN
 Nada -en mi mano- dura,
 porque es la mano misma lo que dura.
 Al mismo tiempo, la mano es un sobrenombre
 para lo que, oculto en ella, pero lejos de ella,
 hace y deshace, como los dedos (dados) de un niño.
 La main c'est moi -el astuto relevo
 vierte y divierte el sentido, nudo, como la templanza.
 La otra palabra -aquélla- se perdió, ya lo sabíamos.
 Es decir, que ya lo olvidamos
 para volver a las andadas,
 niños adultos, obscenos condottieri
 de un gignol y de un recitativo.
 No soy yo, pues. No somos nosotros.
 De nada sirve negar lo demasiado evidente:
 la entropía, la cualidad sagrada.
 La consagración del tiempo o de la imprenta.
 La impronta grabada en fuego sobre la frente de Gutenberg.
 Ah, Renania. Tus locos y tus jardines.
 La mano temblorosa del anciano -gran histrión de cuello biselado,
                                                      
de nariz canónica y caucásica-
 dibujando la frase para siempre,
 piedra miliar de los dólmenes más arduos.
 Oh Fausto, oh transfiguración de Hamlet.
 Tu risa nos persigue todavía.
 Eco del Todopoderoso con un gorro de cascabeles.
 Aquí estamos, cabalgadura del mundo,
 en una mano el reflexivo trípode,
 en la otra el yunque y el martillo.
 El canto, sin embargo.
 El doble, el doblaje y el doblete.
 Todo es desdoblamiento jovial y moribundo.
 Todo arte es ars moriendi.
 Mi mano -mi segura mano-
 tiene alas de murciélago y temblores de esquizofrenia.
 Soy uno que no tiene vida, porque la libertad es el fin de la esperanza.
 Henos aquí: desanudados por el exceso.
 Envilecidos por el triunfo temprano.
 Mórbidos por el sin fin. En el confín perplejos.
 Qué siglo de manos.
 Caída tan múltiple ya no soporta un solo orificio de
desagüe.
 Una dicción sola, un único sacrificio.
 Tú, holocausto y paradigma, ya no te bastas.
 He pensado en tu grito, en tu vencida cabeza.
 He pensado en la multitud que arrastra sus pies por el desierto.
 Qué mal lo hemos adivinado.
 Siglos de inútil papel, caravanas enteras
 fatigando los meridianos, eruditos hundidos en palimpsestos lineales.
 Todo perdido: el amor y el trabajo,
 la virtud y la gloria, la ironía y la scienzia.
 Muro de las lamentaciones y muro de las alabanzas.
 No soy yo quien escribe: es la mano.
 Es el monje, es la mano.
 Sobre esas escaleras, pintura terrorífica,
 como pasos de nadie en ninguna casa.
 Como si se dijera: en ninguna cabeza.
 Ningún eco allí, ni un solo síntoma
 de pensamiento, ninguna memoria.
 Ninguna palpitación de músculo. El rumor apenas.
 El vaivén, acaso rítmico,
 del puro no estar de las cosas que estuvieron.
 Pero ¿dónde? ¿En qué relato?
 Ya que escribirlo es risible, y decirlo
 es callarlo para siempre o nunca haberlo dicho.
 O sea: colocarse uno mismo el sambenito de cascabeles
 ante los rostros cien veces estúpidos de los troyanos.
 «Cuidado con la cabalgadura».
 Hueso que el músculo, amoroso, rodea.
 Erótica danza donde no oigo el gemido.
 La letra pasa, con golpes de talón de molloy en el camino.
 The Race: espectáculo pavoroso.
 Mandala construído con precisión psicodélica.
 Con esa exactitud que sólo tiene la locura.
 Así pues, es absurdo, es horrible, es exacto.
 Es, en suma, un hecho fantástico y definitivo.
 El mundo es lo deshabitado.
 Lo que a cada instante se abandona.
 Lo que las manos han dejado caer: eso es el mundo.
 El gran gesto neutro por el que la nada se aproxima.
 Se aproxima y se aproxima.
 Llega, nunca llegando.
 Es, en cualquier caso, estar en contra.
 Contra nada, por cierto. Simplemente estar en contra.
 Encontrarse: la an-arquía suprema.
 Pelvis contra pelvis, en el césped dorado.
 La alada mano alejándose del pecho.
 En eterna orfandad dejando la cabeza,
 el persistente cráneo que dubita y saluda.
 Adiós, adiós a todo eso.
 Dejemos que los deudos entierren a sus muertos.
 Dejemos que las dudas entierren a sus viudas.
 Los absolutos dedos tienen el contorno de dados.
 Repiquetean alegres en el glauco elemento.
 Son ángeles nacidos de la noche y la máquina.
 De la oscura esperanza acechando en lo oscuro
 tan silenciosamente, que su bien amado
 es una hidra perfecta sin dirección y sin método.
 Porque los hijos de la luz se encaminan a una fiesta.
 O dicho más exactamente: ellos mismos son la fiesta.
 ¿No se oye una música que ondula en el camino?
 ¿No se ve, tan cerca ya, el mar lejano?
 La pura profundidad extra profunda.
 Los pliegues separados como dedos separados
 por entre los que pasa el sol como por entre bufones soñolientos.
 Destellos del asombro de lo que ya no es asombroso
 para el brahmán cegado que levanta la cabeza.
 Oh sol, ahuyentado por el bosque,
 ya no consejero, ni rey, ni hipócrita seléucida.
 En verdad, ni la mano es segura en medio de estas tinieblas.
 Pero ya he dicho que no se trata de la mano.
 La mano es un sobrenombre, un apellido, una seña.
 Máscara de ocasión, recurso de las postrimerías.
 Ello sustenta o sostiene el para nada.
 Ello consigna y devora como el amor-muerte.
 Entender es demasiado.
 Callemos por un instante, si es posible.
 Pero decir: «Mano, deténte».
 Oh, eso quiso hacerlo el anciano muchas veces.
 El viejo solar y demoníaco erguido sobre su cabalgadura oblicua.
 Yo he hecho quizás un pacto -decía,
 sumido en una contemplación sin compromisos,
 libre como sólo puede ser libre el condenado.
 Yo la mano, yo el monje que ríe bajo su sotana.
 Yo el moribundo que salta sobre su potro.
 Y mi potro es el tiempo, mi tigre es la anteconciencia.
 El participio pasado de los jardines.
 Heme aquí, inmemorial y categórico, categorial y mnemosínico.
 Yo sin mí: yo antirromántico.
 Mi voz se ha subdividido.
 Mi cuerpo se ha bifurcado.
 Mis fragmentos andan sueltos por los alrededores de la Historia.
 Soy la ilusión estatuaria de los que no tienen destino.
 Porque el destino es la mano, y la mano no coincide consigo misma.
 La mano es la no-coincidencia, el temor y el temblor de la ceremonia.
 Ardor secreto iluminado. Velado desvelo.
 Darse las manos, tomarse de las manos.
 ¿Qué significa?
 Esto: ya no significa.
 Gran carcajada.
 Inesperado final en el comienzo del acto.
 En verdad, debió ser digno de verse.
 El anciano a un lado del mundo, como un mendigo.
 La mano inconclusa eternamente recomenzando.
 El ojo, en fin: la esfera contemplativa
 incubando el complicado lío de curvas y rectas,
 para concluir en algo tan simple como una mano.
 Algo sin duda asombroso.
 Encontrado en el bosque, o por ahí, en el vasto arrabal de ayer
                                                                                                
y de mañana.
 El atestado ámbito en que apenas
 oigo que respiro: rendija absorta.
 Pájaro sobre el humo, confundido con su doble.
 Difuminado como un otoño holandés de techos a dos aguas.
 Yo soy la mano -digo, dibujando
 el cráneo de papel, el huerto y la ceniza.
 Yo -la duración- es otro.
  
 EL ALIENTO
 La rica factura de ese nacimiento.
 El aliento del perro bajo nuestro asiento
 y el azúcar que quema en la garganta
 ligada con el humo.
 Cosas puras.
 Saint-John Perse: historiador de las lluvias.
 Mañana de ayer
 y mañana de mañana.
 Olvido. Cosas puras.
 Un caballo que salta, transparente.
 Geométrico. Invisible.
 Cosa mentale.
 Caballo de espuma, de roca, de silencio.
 Vela de estay, el rosa restallante.
 El calor en el cuarto de las criadas.
 Res extensa mentalis.
 La noche: gran noche del ojo
 en que la lluvia cae
 como una red fina de lanzas.
 El todo de todo: ayer y mañana. 
 Una voz: ensambladura de tinieblas.
 El fulgor vacío de lo pensado.
 Mundo sin bordes,
 puramente periférico.
 Mundo sin voz que la voz abraza.
 Dharma-refugio. Cono. Refugio.
 Sol. Soledad. silencio.
 Borde negro del sol. Disco sin centro.
 El aliento del perro. El olor agrio
 del perro descuartizado entre el corcho.
 El caracol alargado introducido en la boca
 que calla, con espanto del cuerpo.
 Blancura infinita de los pabellones.
 Pabellón del crepúsculo, con una ventana
 azafrán. Faisán ensombrerado que se hunde
 en el agua quieta del lago,
 en la aplastada luna de ajedrez de la batalla.
 La dama alférez erguida y triste,
 matemáticamente triste,
 contra un fondo cruel de pinos-deshollinadores.
 De letrados azules con máscaras de jabalíes
 examinando el caparazón seco del ahogado.
 Gran noche cortada en dos por el espesor
 cósmico, asperjado de monstruos, del nacimiento.
 Pavorreal helado que tripula un búfalo
 en el perímetro sagrado del canto del ruiseñor,
 tan estrecho como la cima improbable
 que es centro improbable de la mano
 y de todo objeto.
 Centro del universo.
 Del universum mentalis.
 Ningún amanecer te traerá la cosa pura,
 aun si lo anunciara la madrugada que fulgura
 en rojo vapor flotando en cielo inverso.
 Subterra que porta.
 Descalificado designio.
 Ningún amanecer, ningún viajero.
 Visera sorda con burdo caligrama.
 El adiós pintado en la mueca que perdura,
 en el pino ondulante, en el banco fijo.
 El poeta decapitado aún flota,
 dueño de un poder tranquilo,
 de cierta cualidad de sâdhana.
 Mágico prodigioso que vive de algodón.
 Dragón naranja avanzando desde la seda,
 fundando espacios en dispersión.
 Fecundante vacío de la risa del gato.
 Medialuna de la medianoche.
 Animal fecundado-fecundante.
 Nadie avanzará por el sendero ensoñado.
 No vendrá nada.
 No sucederá nada.
 He aquí lo perfecto.
 Hasta que el aliento se agote.
 Se recoja sobre sí, como una sierpe de fuego.
 Se reúna, se haga indistinguible.
 Diferentemente infinito.
 No habrá un alba.
 Esto será lo perfecto.
 La pura cosa mentalis.
 Aunque
 lo infinito más bien
 es una sonrisa.
 El hermano goloso, cargado
 de manzanas
 puramente hipotéticas (resignificando).
 La carnalidad de la letra,
 del sentido-pulpa.
 Eso también está bien,
 como un din don lejano.
 Nada existe.
 Nada es digno.
 No hay estación ni obra.
 Todo es perfecto.
 Sin edad, sin nacimiento.
 Ausencia es obra.
 Repetir: agregar nada.
 Ondulación del tiempo intranscurrido.
 No salir jamás del laberinto.
 Anillarse en el espanto. Cantar
 en el infinito del silencio.
 Oir el chillido 
 del animal: el silencio del silencio.
 Dormir en el grito como en el corazón 
 vacío del dios desocupado,
 desempleado, dios
 despojado de dios, final
 suspenso: línea punteada del grito
 que suena continua en su ausencia
 de sonido. Siempre. Nunca.
 Ver cómo muere todo.
 Morir en todo.
 Aprender a morir.
 Vivir muriendo.
 Sin entender, comprender.
 Tripular el caballo del olvido.
 Cabalgar la barca del crepúsculo
 que llega exacta a Brindis en Oriente
 con los magos falsos -auténticamente sobrenaturales-
 que saludan la estrella púrpura del Sheol
 pintados sobre el tapiz ondulante.
 Melquisedec con un tricornio colorinesco,
 disolviéndose en el árbol que arde
 sin llama: cirio norradiante,
 firminia platanifolia que apacigua y transforma.
 Vaho del perro que sobrevuela los tejados.
 Calle empedrada y descendente con alternativos soles.
 Calle única en el desierto que siempre está a punto de
desembocar
 en un lugar único, perfecto, vacío.
 Pero que no desemboca,
 no termina, no se deja recorrer.
 Calle absolutamente objetiva.
 Metáfora pitagórica de la realidad.
 Fantasmagoría fiel del ojo del enfermo.
 La langosta de Nerval sigue habitando esa calle,
 contigua al muro invisible de un pabellón invisible
 donde el ahorcado invisible tiene más realidad que la noche
 que lo creó y lo destruyó: pero yo soy la noche.
 YO HE CREADO LA NOCHE, Y YO HE DESTRUÍDO LA NOCHE.
 Dueño de un poder tranquilo, intransitable.
 Factor de un portento que los demonios persiguen.
 Fantasmagogo exiliado que piensa en otra cosa.
 El aliento es eterno, cuando ya no hay aliento.
 Tus poderes son otros que nocturnos.
 El que cabalga un tigre, o una barca de fuego.
 El viento, el viento que mueve la nieve
                                      
y la arena y el agua.
 El viento que hace nacer los mundos y que los destruye.
 El viento y la nada: la fijeza de lo que no existe.
 Único habitante de ese territorio sin forma,
 sin nombre, sin número, sin camino y sin meta.
 La soledad absoluta del spatium mentalis.
 Una sonrisa que asciende como el humo
 -relincho del caballo, salto del tigre, coletazo del dragón-
 en la noche sin noche de la deriva infinita.
 Silencio exquisito del mago que digiere el veneno.
 Sabor de azúcar de la muerte disolviéndose en la garganta,
 cumpliendo su ciclo perfecto entre lo invisible y la nada.
 Nada ha cambiado, y todo es diferente.
 En el allende, el aliento espera, se acumula, se prepara.
 El aliento: lo que nadie puede entrever, ni sorprender, ni adivinar.
 Lo que nadie puede vislumbrar, ni dominar, ni detener.
 Lo que nadie puede profetizar ni conjurar.
 El aliento: lo que sólo puede vivir cuando está muerto.
 El aliento: el ojo perpetuo despierto en la oscura selva ensoñada.
 El aliento: la pura cosa mentale.
 El aliento: el Jamás.
 Blanca hilandera bordando
 -el labio negro ovillándose bajo un manto rojo-
 la rica factura gótica de ese nacimiento.
  
  
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 Tú eras
 El lobo huérfano de cola de
plata está harto de gritar su destino de perro, su faena casi humana
al pie del pino despiadado. Y ya la corneja se ha puesto de acuerdo con
el puercoespín rabioso que hunde las uñas de niño
en lo oscuro de la tierra. El sol está hecho como de un papel bilioso,
indestructible y ácido como todas las noches sin ternura del mundo.
Pero el lobo y todos los otros siguen haciendo girar la rueda, mientras
el hosco satélite suelta su estrella de ajenjo y el pozo mutilado
amamanta a los cuervos nacidos en la carne viva.
 El amor está hecho de todas las criaturas, de todas las tramas
inextricables, de todos los sueños hundidos. Canta como un cartero
ciego la estopa del día que muere, la luz que cayó como una
piedra roja sobre el ojo del mago, y el beso del adolescente, caliente
como el fuego de Fausto, que sacudió al torpe hijo de la mañana
como una sierpe eléctrica.
 Es mejor que no sepamos lo que somos. Así podemos besarnos con
toda la ignorancia, con la intacta locura.
  
 Los ríos de Manhattan
 Si no estás cansado ya
 de ser tú mismo
 y no te has dado cuenta
 aún
 de que eres otro,
 ve a mirar los ríos
 de Manhattan,
 donde bogan
 Walter Matthau y el solitario
 armenio
 de crenchas de cuarzo
 que escribe una
 interminable carta
 al dios de las linternas,
 a la amada inmóvil, a la 
 polvorienta
 cima de América la ronca,
 sí, la doble
 luna de silicio,
 y mira
 más allá del blanco del ojo,
 sentado entre pliegues,
 el poderoso incendio
 donde tus sueños
 (mi arrogante,
 infecta taxinomia)
 crepitan como cárdenos,
 de resurrecto, lóbulos,
 sí, digo, si oblicuo
 u hórrono
 de la realia
 palpas
 el fantasma cómico,
 el pálido estopado,
 como a reconocible
 camarada: el corcho
 sórdido
 resbalando
 en la ventana, en el jaspeado
 ladrillo que cierra
 la única calle,
 allí también habrá
 cantado alguien,
 alguien blasfemado,
 resollado,
 sobre ti, sobre tu
 calva cabeza
 de especímen
 proto 
 humano,
 con nudillos eléctricos, y
 pisoteado, con
 indecible
 hastío
 el jardín que cien
 generaciones cuidaron
 con inútil paciencia
 bajo el cielo
 incoloro del apocalipsis,
 no llores, no,
 ni gimas, ni
 suspires siquiera
 por tu
 infancia improbable,
 ni
 tu rostro, tus manos, tu
 gusto excesivo,
 si aún no sabes, si todavía
 de verdad
 no sabes
 qué es lo que está
 pasando, de qué trata
 todo esto, quién, quién,
 quién soy yo, tú, en
 el 
 mudo  
 espejo
 manchado, el 
 reflejo
 de muerta plata
 del marco impávido,
 tú, yo, quién,
 qué sangre, qué
 adolorida nega
 ción/afirmación sin
 motivo
 aparente, ni
 garantía de retorno,
 no, nada,
 nunca, ni un solo
 instante es tuyo,
 ni el río, ni las
 iluminadas
 islas,
 ni el sendero
 nocturno, ni
 las pared cerrada, ni la llave
 que cuelga infinita
 del farol vacío,
 orgulloso y huérfano,
 si no ves
 digo,
 la masa de agua,
 el brazo circundado 
 de detritus,
 y el ojo que busca
 ¿dónde? consuelo, alivio,
 un sí, la voz, la protectora,
 cóncava voz,
 si no, escucha, cuánto,
 es (era)
 el frío
 río
 sub
 dividido, eterno,
 tiempo perdido, qué enorme
 y disparatada
 retórica y 
 glosolalia,
 no, ¿aún no lo 
 sabes?, era (es)
 eso, y ahora, en este
 mismo
 momento, 
 en este
 querido, abominado
 irrepetible
 instante,
 aprisionado y
 libre entre las aldabas
 de bronce del trépano,
 tráfago, acarreo, cambalache,
 milenario,
 ¿no escuchas
 aún lo que
 yo escucho?
 allí, en el adamantino
 borde, ¿no ves
 lo que estoy viendo?
 (Sabadell, 5.7.2000)
  
  
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 EL DESPERTAR DE FINNEGAN
 Yo que no quiero ver la letra y sigo
viéndola.
 Yo que por eso (porque no quiero ver la letra) sigo viéndola.
 En cambio ya no puedo ver las leyes.
 Las leyes, digo, como insistentes hilos intersecados.
 En acabando de decirlo: alas, velas.
 Vuelo nocturno e incandescencia del báratro.
 Luna horizontal sobre la verticalidad del camino.
 Perpetración del ventrílocuo.
 Impetración: aries, ariete.
 Martinete: marte, martillo.
 Vago, soñoliento, tortuoso, dilogante.
 Risueño en el corazón de lo horrible.
 Digo y me dicen: áspero, “inhumano”.
 Canta desde el vientre, eyacula, sigue hablando.
 Por el cráter de Sneffels un crótalo un cratilo.
 Un Johnson sobre un Boswell, un Marlow sobre un Shakespeare.
 ¿Qué es la historia sino un malentendu?
 ¿Qué es el tiempo sino una comedia de equívocos,
 Una private joke delirante, la tomadura de pelo más fina?
 La cortesía del creador para con su díscola creatura.
 Un puro bric-à-brac en serio, demasiado en serio jugado.
 En singular el hombre está maldito.
 Porque hombre es siempre plural: es flexión, espejo, abbildung.
 Desdoblamiento sin fin, rotulación, deshollamiento.
 Cuatro astros que erran bajo una mesa.
 Oramos frente a un coprolito.
 ¿No es evidente que oramos frente a un coprolito?
 Digo otra vez lo que digo: petrus, arboreus, miserrimus.
 De la obsesión al absceso, de la ocasión al ocaso.
 ¿Qué es lo que intriga en el tigre? ¿La tigritud
o el trigrama?
 El ganancioso gradiante: ad parnassum, ad parnassum.
 (                                                                                                        
).
 El hombre: ah, qué sonriente eficacia,
         qué artilugio último.
 Que paráfrasis patética, qué plenilunio.
 Ser un hombre es ser todos los hombres.
 Tal vez se muere por aburrimiento.
 Por impaciencia, por aburrimiento.
 Corderito, ¿quién te hizo? ¿Sabes quién
te hizo?
 El viejo pintor meciéndose (rolling on) en su balbuceo.
 El valle (¿de la sombra de la muerte?).
 Allí donde la flauta es una pipa es una flauta es una pipa.
 Cántame una canción, para que pueda morir en eterna contradicción
               
conmigo mismo.
 Into the eternal damnation of Heaven?
 En el valle verde allí: barro luciente.
 Traje eminente de luces: la sobrecogedora.
 Espantada en su gesto que hiende el aire como un ala de cuervo:
                                                                                        
salutación dorada.
 La paloma, el búfalo, el ornitólogo y el tigre.
 Cuatro cofrades bifurcados por la fronda arriba.
 Cuatro compadres acompañándose en la sombra.
 Las fichas polvosas sino antiguas: detalles flamencos entre la solidez
                                                                                                  
del amarillo.
 Ese ladrón de manzanas acurrucado en la copa.
 Esa obsesión por la avasallante figura.
 El mundo se nos viene encima.
 Dos picos argénteos: notación ignota.
 El otro ha muerto: ¿se podría comer acaso?
 Ya que no se sabe que ha muerto:
 Está acurrucado allí, Job sin protesta.
 Acurrucado allí, confundido con el barro.
 ¿Acaso es bueno para comer?
 ¿Probemos? ¿Comamos?
 El otro ha muerto allí, pero el otro no ha muerto.
 Aquello implacable continúa.
 Aquello continúa y continúa.
 Los celentéreos, el diálogo sin diálogo.
 Eterno dar y tomar: dar-dar, tomar-tomar.
 Del absceso a la ocasión, de la obsesión al ocaso.
 Tan  evidente, tan transparente, tan natural, tan humano.
 Oh, sí que es humano. Es, muy probablemente, lo humano.
 El otro yace en perfecto estado simétrico isomórfico.
 Solo no está. Nunca se está solo.
 Estos que vienen a molestar son paja en el viento.
 Y viga en el ojo: no los perdamos de vista.
 Vienen y van: olas soñadas, digestos berberiscos.
 Advienen al final: allí se ven las nieves.
 Allí también las tornas: las deudas y las viudas.
 Todo el crepusculario pelásgico del mundo.
 El himnario fortuito y fervoroso.
 La juvenilia cantada por Orfeo.
 La noche calla más que lo no dicho y que el nunca.
 Broma, telón y velo.
 Dado, desierto y morada.
 Cátedra, sinfonía y cuchillo.
 «Ah si yo fuera el drolático insustancial, el sonriente
oligofántico».
 «Ah si yo no fuera el que lo ha ganado todo».
 «Ah si el son vago aquel extratonal dintornantara».
 Con su verbo lo santificó: No escribiré. Hablaré.
 ¿Y habló?
 Nadie lo dijo.
 Vuelve a su paso fabuloso el cabriolero.
 Allá entonces, fragmentarios celajes, los equilibristas.
 Una calma como un nombre: azul como lo innombrable.
 Y no hay sitio para el hombre en el hombre.
 No hay sitio para el sitio en el sitio.
 Es un no ha lugar, un acabamiento.
 Ni en sonido de golpe ni en gemido.
 No se acaba no se acaba no se acaba.
 Ello es el acabamiento.
 Durar, seguir durando todavía.
 Insistir en lo duro como el sacerdote
 Insiste tras la columna de humo en la colmena.
 Acabamiento: abatimiento.
 Arco de mucha noche tendido entre Dios y el hastío.
 Hagiometrismo de la geometría.
 Es claro que así no se va a ninguna parte.
 No, amigo G.S., así no se va a ninguna parte.
 Sólo se viaja sentado, a la manera de los puertos.
 Se cometen errores: menos graves, muy graves.
 Gravísima cosa es la muerte: ultima thule turística.
 Castigo después del castigo: fiorentinissima recondita. 
 Del signore professor dedo postrero
 colgando en el aire vacío como un sueño recurrente.
 Lapsus calami.
 Confín concreto frente al ojo que no mira.
 Glóbulo errante riéndose a ras del suelo.
 Yo que no quiero ver la letra y sigo viéndola.
 Rolling and jumping and thinking and brighting.
 El muerto divertido baila en su traje de copero.
 ROGELIO SAUNDERS
 (4.5.1992)
  
  
 
 
 
  
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