Reina María Rodríguez
El rasguño en la azotea 

(fragmento) 

Inventamos una azotea para resguardarnos, 
pues nos creíamos las piedras sagradas de la ciudad 
                                     --y tal vez lo éramos-- 
mientras los gatos enfermaban de transparencia, 
iluminando en las noches sin ardor 

los platos vacíos. 
 

                                              Francisco Morán.

 
 
 Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos. reunión en la azoteaVivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones. 


     He aquí una muestra (no hemos pretendido en modo alguno antologar) de la poesía republicana. Nos estamos refiriendo, naturalmente, a textos poéticos producidos durante el período de la república. Junto a algunos que han sido ampliamente reproducidos, el lector encontrará otros que no han corrido la misma suerte. Y basta de hablar, que "la memoria prepara su sorpresa".  

  
        SINFONÍA URBANA 
                                                  
                                        2 

                    ANDANTE  

 

    Se extingue lentamente la gran polifonía 
    que urdió la multiforme canción de la mañana, 
    y escúchase en la vasta quietud del mediodía 
    como el jadear enorme de la fatiga humana. mujer (foto por Walker Evans, 1933) 

    Solemnidad profunda, rara melancolía. 
    La capital se baña de lumbre meridiana, 
    y un rumor de colmena colosal se diría  
    que flota en la fecunda serenidad urbana. 
      
    Flamear de ropa blanca sobre las azoteas; 
    los largos pararrayos, las altas chimeneas, 
    adquieren en la sombra risibles proporciones; 
      
    el sol filtra en los árboles fantásticos apuntes 
    y traza en las aceras siluetas de balcones  
    que duermen su modorra sobre los transeuntes. 

    Rubén Martínez Villena 
     
     

          JULIÁN DEL CASAL 
     

        Grave campanero, nocturno mastín funerario 
    que atisbas el Tránsito al brillo de tu lampadario, 
    y doblas tus dobles con lento ademán: 
    dime si la viste, y dime a qué oscura ribera 
    fué el dulce poeta precito en su marcha postrera, 
    Cerbero que espías a los que se van. 

        Aquel heresiarca fué todo de pétalo y cántico; 
    bardo decadente llevo un dulce nombre romántico; 
    cantó en loas del bien sonatillas del mal; 
    loco de tristeza gimió su pesar taciturno, 
    flamínea en su frente lívida luz de Saturno, 
    rapsoda del propio relato fatal. 

        Niño alucinado, previó que se iría temprano, 
    e indolentemente tendió hacia la sombra su mano, 
    cual vaso vacío del escanciador. 
    Murió para el gozo, que artero un callado verdugo 
    le puso en el vaso, tal como a los magos de Hugo, 
    perenne brevaje de angustia y rencor. 

        Le halló la alborada tallando en zafiro el espacio, 
    lanzando sus hojas marchitas al viento despacio, 
    puliendo en facetas su desilusión; 
    fogoso y doliente, con fuego y dolores del trópico, 
    torvo e intranquilo, debajo de su credo utópico 
    y con sed de vicios en el corazón. 

        Mas vino la tarde. Nevaba, y un lírico anhelo 
    llevóle a otra senda, bajo otro mirífico cielo, 
    sobre una gran cumbre de Serenidad. 
    Vio egregias visiones: a Saulo en el santo camino 
    y al bardo del Lacio, gozando su infausto destino, 
    con indefinible voluptuosidad. 

        Y al fin fué la noche. Satán murmuró su trisagio 
    y dijo el ritual. Baudelaire en monótono adagio 
    cantó las antífonas turbias del mal; 
    Volupta fué diosa; Tristeza fué goce y demencia; 
    fué cuerda quebrada de orgasmo y de luto Juvencia; 
    Saturno vertía su lumbre letal. 

        Abrióse una tumba. Cayó como cae una estrella 
    en el infinito, sin más oblación ni otra huella 
    que lívida estela de efímera luz. 
    Divino blasfemo para el que fué odiosa Natura, 
    no pudo ver en el mago Moriah donde halló sepultura 
    crecer una flor ni elevarse una cruz. 

        Grave campanero, nocturno mastín funerario 
    que atisbas el Tránsito al brillo de tu lampadario, 
    y doblas tus dobles con lento ademán; 
    dime si le viste, y dime a qué oscura ribera 
    fue el dulce poeta precito en su marcha postrera. 
    Cerbero que espías a los que se van. 
     

    José Manuel Poveda

 

    ALEGORÍA DEL SIMBAD  
    ÍNTIMO  
 

    Hace ya largo tiempo que el soñador extraño  
    partió en su nave a vastas playas desconocidas;  
    era como un milagro sobre su boca el cántico 
    florecido en las densas inmensidades líquidas. 

    Y yo espero -- arúspice trémulo ante el misterio --, 
    interrogando el grave destino de las cosas,  
    ver regresar el íntimo Simbad de los ensueños,  
    la nave henchida de áureas riquezas ideo1ógicas. 

    Febril en las inmensas gemas de los crepúsculos, 
    las pupilas, colmadas de promesas magníficas,  
    tiendo hacia mis internos océanos profundos.  

    Pero sobre las anchas rutas desconocidas,  
    a ratos he sentido traerme el viento amargo, 
    no el canto del que vuelve triunfal de sus conquistas, 
    sino un clamor de sordas campanas de naufragio.  

    Regino Pedroso

 

     No lloréis más, delfines  
     de la fuente ...     
 

    No lloréis más, delfines de la fuente 
    sobre la taza gris de piedra vieja. 
    No mojéis más del musgo la madeja 
    oscura, verdinosa y persistente.  

    Haced de cauda y cauda sonriente  
    la agraciada corola en que el sol deja 
    la última gota de su miel bermeja 
    cuando se acuesta herido en el poniente. 

    Dejad a los golosos pececillos  
    apresurar doradas cabriolas 
    o dibujar efímeros anillos. 

    Y a las estrellas reflejadas no las 
    borréis cuando traducen de los grillos 
    el coro en mudas luminosas violas. 

    Emilio Ballagas

 

      BALADA DE LOS DOS  
      ABUELOS 
  

    Sombras que sólo yo veo,  
    me escoltan mis dos abuelos.  
      
    Lanza con punta de hueso,  
    tambor de cuero y madera:  
    mi abuelo negro. 
    Gorguera en el cuello ancho, 
    gris armadura guerrera:  
    mi abuelo blanco.  
    Pie desnudo, torso pétreo  
    los de mi negro; 
    pupilas de vidrio antártico, 
    las de mi blanco.  
      
    Africa de selvas húmedas 
    y de gordos gongos sordos... 
    -- ¡Me muero! 
    (Dice mi abuelo negro.)  
    Aguaprieta de caimanes,  mendigo (foto por Walker Evans, 1933) 
    verdes mañanas de cocos... 
    -- ¡Me canso! 
    (Dice mi abuelo blanco.) 
    Oh velas de amargo viento, 
    galeón ardiendo en oro.  
    -- ¡Me muero! 
    (Dice mi abuelo negro.)  

    Oh costas de cuello virgen, 
    engañadas de abalorios. 
    -- ¡Me canso!  
    (Dice mi abuelo blanco.)  
      
    Oh puro sol repujado, 
    preso en el aro del Trópico;  
    oh luna redonda y limpia  
    sobre el sueño de los monos... 
      
    ¡Qué de barcos, qué de barcos! 
    ¡Qué de negros, qué de negros! 
    ¡Qué largo fulgor de cañas! 
    ¡Qué látigo el del negrero! 
    ¿Sangre? Sangre. ~Llanto? Llanto. 
    Venas y ojos entreabiertos, 
    y madrugadas vacías,  
    y atardeceres de ingenio, 
    y una gran voz, fuerte voz, 
    despedazando el silencio. 
    ¡Qué de barcos, qué de barcos! 
    ¡Qué de negros!  
      
    Sombras que sólo yo veo,  
    me escoltan mis dos abuelos.  
      
    Don Federico me grita,  
    y Taita Facundo calla;  
    los dos en la noche sueñan, 
    y andan, andan. 
    Yo los junto. 
     -- ¡Federico! 
    ¡Facundo! Los dos se abrazan. 
    Los dos suspiran. Los dos 
    las fuertes cabezas alzan;  
    los dos del mismo tamaño  
    bajo las estrellas altas: 
    los dos del mismo tamaño, 
    ansia negra y ansia blanca, 
    los dos del mismo tamaño, 
    gritan, sueñan, lloran, cantan, 
    cantan... cantan... cantan... 

    Nicolás Guillén

 

         LA ENREDADERA 
 

      En el áureo esplendor de la mañana,  
      viendo crecer la enredadera verde, 
      mi alegría no sabe lo que pierde 
      y mi dolor no sabe lo que gana.  

      Yo fuí una vez como ese pozo oscuro, 
      y fuí como la forma de esa nube, 
      como ese gajo verde que ahora sube 
      mientras su sombra baja por el muro. 

      La vida entonces era diferente,  
      y, en mi claro alborozo matutino,  
      yo era como la rueda de un molino  
      que finge darle impulso a la corriente. 

      Pero la vida es una cosa vaga, 
      y el corazón va desconfiando de ella, 
      como cuando miramos una estrella,  
      sin saber si se enciende o si se apaga. 

      Mi corazón, en tránsito de fuego,  
      ardió de llama en llama, pero en vano, 
      porque fué un ciego que extendió la mano 
      y sólo halló la mano de otro ciego.  

      Y ahora estoy acodado en la ventana, 
      y mi dolor no sabe lo que pierde 
      ni mi alegría sabe lo que gana,  
      viendo crecer la enredadera verde  
      en el áureo esplendor de la mañana!  

      José Ángel Buesa

 

      TODO PUEDE VENIR  
 

      Todo puede venir por los caminos 
      que apenas sospechamos.  
      Todo puede venir de dentro, sin palabras,  
      o desde fuera, ardiendo  
      y romperse en nosotros, inesperadamente, 
      o crecer, como crecen ciertas dichas,  
      sin que nadie lo escuche.  
      Y todo puede un día abrirse en nuestras manos 
      con risueña sorpresa 
      o con sorpresa amarga, desarmada, desnuda, 
      con lo triste de quien se ve de pronto 
      cara a cara a un espejo y no se reconoce 
      y se mira los ojos y los dedos 
      y busca su risa inútilmente. 
      Y es así. Todo puede llegar de la manera 
      más increíblemente avizorada,  
      más raramente lejos  
      y no llegar llegando y no marcharse  
      cuando ha quedado atrás y se ha perdido. 
      Y hay, para ese encuentro, que guardar amapolas, 
      un poco de piel dulce, de durazno o de niño, 
      limpia para el saludo. 

      Mirta Aguirre

 

      UNA OSCURA PRADERA  
      ME CONVIDA  

    Una oscura pradera me convida, 
    sus manteles estables y ceñidos, 
    giran en mí, en mi balcón se aduermen. 
    Dominan su extensión, su indefinida  
    cúpula de alabastro se recrea. 
    Sobre las aguas del espejo,  
    breve la voz en mitad de cien caminos, 
    mi memoria prepara su sorpresa: 
    gamo en el cielo, rocío, llamarada. 
    Sin sentir que me llaman  
    penetro en la pradera despacioso, 
    ufano en nuevo laberinto derretido. 
    Allí se ven, ilustres restos, 
    cien cabezas, cornetas, mil funciones 
    abren su cielo, su girasol callando.  
    Extraña la sorpresa en este cielo,  
    donde sin querer vuelven pisadas  
    y suenan las voces en su centro henchido. 
    Una oscura pradera va pasando.  
    Entre los dos, viento o fino papel, 
    el viento, herido viento de esta muerte 
    mágica, una y despedida.  
    Un pájaro y otro ya no tiemblan.  

    José Lezama Lima

 

                 SONETO  
 

      Marchan en fría fuga de figuras  
      -- río roto de estatuas y lamentos --  
      golpeándome el sueña con oscuras 
      manos de nubes y aguas de tormento.  

      Tormento sí, ceniza, que asegura 
      verdad de polvo y heno el fundamento 
      y entre olvidos de mármol, la hermosura, 
      lapidada pasión, función del viento. 

      Undía fuiste mantenida historia, 
      ofrecida en la espiga armonizada, 
      torre de música, frutada gloria  

      de memorables ángeles sesgada. 
      Mas fuiste, oh forma, forma transitoria, 
      y hoy sólo eres nieve serenada.  

      Ángel Gaztelu

 

       SONETOS OSCUROS 

                                                  
 

    Viene por ti la oscura, la intratable. 
    Una risa te ciñe a su dibujo 
    comenzado en la máscara. El influjo 
    sobre la ruina así. Gris miserable 
    en lo que se diluye. Y fin morado  
    tiñe la arena antigua. Era su lujo 
    mejor, su despedida. No condujo  
    el amarillo hueso al coronado  
    osario navegable. Río entrado 
    entre sus dedos. Y su cabellera 
    pasando a ojo al pez vertiginoso. 
    Y aún más oscuro, menos asomado 
    en la violenta luz de su gorguera.  
    Así se hundió en el agua. Era su modo.

  
                                                    II  
  

    Su modo oscuro impulsa la demencia. 
    La morada llovizna allá en la risa. 
    Tú ordenabas, sabías. La eminencia  
    siempre morada sobre tu camisa. 
    Mirada por tus ojos: tú sabías  
    el golpe que de pronto canoniza.  
    Obispo o perro, lento se desliza: 
    nadie sabe qué altar o qué jauría.  
    Después la testa sobre el terciopelo  
    pone su melodía en lo que avisa 
    a la bestia extendida. No desciende 
    el tiempo de la música, el desvelo  
    sonoro de la tela. Su camisa  
    testifica el desastre. Ella comprende. 

    Virgilio Piñera

 

     SONETO A LAS PALOMAS  
    DE MI MADRE  
  

    A vosotras, palomas, hoy recuerdo  
    decorando el alero de mi casa. 
    Componéis el paisaje en que me pierdo  
    para habitar el tiempo que no pasa.  
      
    La más nívea de ustedes se posaba  
    a cada atardecer sobre un granado  
    y nevando en lo verde se quedaba 
    mientras pasase tarde por su lado. 
      
    Fuisteis la nieve alada y la ternura. 
    Lo que ahora. sois, oh nieve desleída, 
    levísimo recuerdo que procura  
      
    rescatar por vosotras mi otra vida, 
    es el pasado intacto en que perdura 
    el cielo de mi infancia destruída. 

    Gastón Baquero

 

      VOY A NOMBRAR   
      LAS COSAS 
  

    Voy a nombrar las cosas, los sonoros  
    altos que ven el festejar del viento, 
    los portales profundos, las mamparas  
    cerradas a la sombra y al silencio. 
      
    Y el interior sagrado, la penumbra  
    que surcan los oficios polvorientos,  
    la madera del hombre, la nocturna 
    madera de mi cuerpo cuando duermo.  
      
    Y la pobreza del lugar, y el polvo  
    en que testaron las huellas de mi padre, 
    sitios de piedra decidida y limpia, 
    despojados de sombra, siempre iguales. 
      
    Sin olvidar la compasión del fuego  carromato (foto por Walker Evans, 1933) 
    en la intemperie del solar distante 
    ni el sacramento gozoso de la lluvia  
    en el humilde cáliz de mi parque. 
      
    Ni tu estupendo muro, mediodía, 
    terso y añil e interminable.  
      
    Con la mirada inmóvil del verano  
    mi cariño sabrá de las veredas  
    por donde huyen los ávidos domingos 
    y regresan, ya lunes, cabizbajos. 
      
    Y nombraré las cosas, tan despacio  
    que cuando pierda el Paraíso de mi calle 
    y mis olvidos me la vuelvan sueño,  
    pueda llamarlas de pronto con el alba. 

    Eliseo Diego 
     

                                ISLA 
     

    Rodeada de mar por todas partes 
    soy isla asida al tallo de los vientos... 
    Nadie escucha mi voz si rezo o grito: 
    Puedo volar o hundirme... Puedo, a veces, 
    morder mi cola en signo de Infinito. 
    Soy tierra desgajada... Hay momentos 
    en que el agua me ciega o acobarda, 
    en que el agua es la muerte donde floto... 
    Pero abierta a mareas y a ciclones, 
    hinco en el mar raíz de pecho roto. 

       Crezco del mar y muero de él... Me alzo 
    ¡para volverme en nudos desatados...! 
    ¡Me come un mar batido por las alas 
    de arcángeles cin cielo, naufragados! 

    Dulce María Loynaz

 

            CASA MARINA   
  

    CASA marina, indiriscente tuve, 
    sienes tersas para la amiga linfa sigilosa 
    del aire en la ferviente galería, 
    su azuleante, vivaz, rizado colmo.  
      
    Con pulcro, translúcido redoble los cristales 
    se abrían festoneados de salinos envíos,  
    mojados del fresco encaje onírico asestado 
    por el mar en diálogo brioso. 

    Inmerso en isla extática y hialina. 
    Asistíame el recio maderamen  
    de sobrio azul con su estatura  
    de reposado nauta,  
    con tácita afición, mi deudo misterioso.  
    El componía lo interior, el vuelo 
    fiel de la luz atesorada  
    que umbroso tornasol era o ritual 
    recuento de las joyas de mi estirpe.  
      
    Casa cogida por el mar, poblada 
    de intrépidos tesoros de pausado rielar.  
    Dones sutiles, sigilosos rielaron en mis labios.  
    Absorto bebí, comprometido fantasioso oyendo  
    mi presteza en susurro de latente velamen.  
    Conchas los días de estable claridad oreada,  
    dulcemente veteados de próvidos rumores,  
    ágil trama de iris vibrátiles, llevábanme,  
    enunciados eran por la amistad del tiempo como un cálido 
    labio al oído enciende morosas maravillas.  
      
    Era el amable, solitario príncipe,  
    su dorado manto en taciturno oleaje,  
    era el ocio espaciándose para que yo lanzara  
    mi respuesta en enfático tejido cabrilleante. 
    Era mi reino que me aguarda 
    temblando de incorpórea lozanía,  
    preso en el timbre incierto de mis manos  
    conducidas a magra disidencia.  
    Cristalizado ya su esbelto desamparo, 
    su tersa llama en urna asordinada 
    donde sólo el color persiste y aletea,  
    carne evadida cuándo de mi carne. 
      
    Casa marina, reino de sal rielante tuve 
    y destronado fui mientras dormía. 

    Octavio Smith

 

      PRIVILEGIO TRISTÍSIMO  
     Y ARDIENTE 
  

      Privilegio tristísimo y ardiente  
      de estar vivo, de ser sin ilusiones,  
      fríamente parciales de los dones  
      oscuros, de las tardes inclementes. 
        
      Qué me aferra a los últimos relentes  
      de mi día, oh amor sin ilusiones, 
      qué me arrastra a tus lúcidos rincones  
      con tal fría pasión indiferente.  
        
      Amor oscuro y fiero de mí misma,  
      inhumano y extraño que me hieres  
      con tu espada profunda y dividida.  
        
      Acaba de una vez, que ya hace frío, 
      y sollózame al fin qué es lo que quieres, 
      y contesta por Dios, quién soy, qué he sido. 

      Fina García Marruz 
       
       

                 DESNUDO 
       

          Su cuerpo resonaba en el espejo 
      vertebrado en imágenes distantes: 
      uno y múltiple, espeso, de reflejo 
      reverso ahora de inmediato antes. 

          Entraba de anterior huida al dejo 
      de sí mismo, en retornos palpitantes, 
      retenido, disperso, al entrecejo 
      de dos voces, dos ojos, dos instantes. 

          Toda su ausencia estaba -- en su presencia -- 
      dilatada hasta el próximo asidero 
      del comienzo inminente de otra ausencia: 

          rumbo intacto de espacio sin sendero 
      al inmóvil azar de su querencia, 
      ¡estatua de su cuerpo venidero! 
       

      Mariano Brull

 

           MARTIRIO DE  
        SAN SEBASTIÁN  
  

    Si, venid a mis brazos, palomitas de hierro; 
    palomitas de hierro, a mi vientre desnudo.  
    Qué dolor de caricias agudas. 
    Si, venid a morderme la sangre, 
    a este pecho, a estas piernas, a la ardiente mejilla. 
    Venid, que ya os recibe el alma entre los labios. 
    Sí, para que tengáis nido de carne  
    y semillas de huesos ateridos;  
    para que hundáis el pico rajo 
    en el haz de mis músculos.  
    Venid a mis ojos, que puedan ver la luz;  
    a mis manos, que toquen forma imperecedera; 
    a mis oídos, que se abran a las aéreas músicas; 
    a mi boca, que guste las mieles infinitas;  
    a mi nariz, para el perfume de las eternas rosas. 
    Venid, sí, duros ángeles de fuego,  
    pequeños querubines de alas tensas. 
    Sí, venid a soltarme las amarras  
    para lanzarme al viaje sin orillas. 
    ¡Ay! qué acero feliz, qué piadoso martirio. 
    ¡Ay! punta de coral, águila, lirio  
    de estremecidos pétalos. Si. Tengo  
    para vosotras, flechas, el corazón ardiente,  
    pulso de anhelo, sienes indefensas. 
    Venid, que está mi frente 
    ya limpia de metal para vuestra caricia.  
    Ya, qué río de tibias agujas celestiales. 
    Qué nieves me deslumbran el espíritu. 
    Venid. Una tan sólo de vosotras, palomas, 
    para que anide dentro de mi pecho 
    y me atraviese el alma con sus alas...  
    Señor, ya voy, por cauce de saetas. 
    Sólo una más, y quedaré dormido.  
    Este largo morir despedazado 
    cómo me ausenta del dolor. Ya apenas  
    el pico de estos buitres me lo siento.  
    Qué poco falta ya, Señor, para mirarte.  
    Y miraré con ojos que vencieron las flechas;  
    y escucharé tu voz con oídos eternos; 
    y al olor de tus rosas me estaré como en éxtasis; 
    y tocaré con manos que nutrieron estas fieras palomas, 
    y gustaré tus mieles con los labios del alma. 
    Ya voy, Señor. ¡Ay! qué sueño de soles, 
    qué camino de estrellas en mi sueño.  
    Ya sé que llega mi última paloma... 
    ¡Ay! Ya está bien, Señor, que te la llevo 
    hundida en un rincón de las entrañas! 

    Eugenio Florit

 

              ESTE RUMOR  

      
    Este rumor que crece, esta campana 
    que verdaderamente canta y suena, 
    este largo lamento que envenena 
    la paz del aire con su voz hermana; 
      
    este latir de alas -- oh paloma, 
    qué prisionera en mi ceñida vena! --, 
    esta piedra agitada en la serena  
    agua del río y su acostado idioma; 
      
    este cauto de amor que me atraviesa 
    como una lanza o un panal o un ave, 
    que a mi sangre curvada ayuda y besa; 
      
    ¿acabará con esta vida suave, 
    desaparecerá bajo mi huesa, 
    polvo, sombreada luz, perdida nave? 

    Roberto Fernández Retamar