Fuente de la India Al ver estos gruesos muros, estas rejas con sus puntas agudas y mortíferas que se dibujan a lo lejos en cada uno de sus pisos, reconozco la cárcel de Tacón. La antigua prisión no tenía capacidad suficiente para satisfacer su inexorable severidad y Tacón hizo construir una que es inmensa en comparación a los otros edificios de la ciudad, con la aparente intención de alojar en ella algún día a todos sus habitantes. 
 Tomado de La Habana, por Mercedes Santa Cruz, Condesa de Merlin. 

NO LLORÉIS MÁS,  
DELFINES DE LA FUENTE...

 
 
La presente edición de La Habana Elegante coincide con la celebración de un aniversario más de la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana.  Si esta página está dedicada a la ciudad, ahora, con más razón queremos rendirle un especial tributo.  Queremos expresar nuestra gratitud a quienes nos enviaron sus colaboraciones o sugerencias. Una vez más salimos a caminar entre los susurros de la condesa de Merlin, Frederika Bremer, de Zequeira, Lezama, Carpentier, a los que se unen ahora los de otros obsesos como Antonio José Ponte.  Queremos recordar a nuestros amigos que el 15 de noviembre (vísperas de la celebración) pueden enviar sus mensajes electrónicos a nuestro correo (habanaelegante@pipeline. 
com).  Esa noche pondremos esos mensajes al pie de la ceiba y podrán leerse al siguiente día. 

[Consideraciones sobre la Havana] 

Se continúan las consideraciones del medio filósofo sobre la Havana. 

Tenemos un alumbrado de las calles en las noches en que la Luna no puede suplir por la luz artificial. Este cómodo y util establecimiento merecía que se hubiese aumentado y perfeccionado, y,no dejarlo con los graves defectos que se cometieron al tiempo de su execucion. No puede ser peor la forma de los faroles, ni mas falso el modo con que están fixados en sus pescantes: el primer huracán ó viento fuerte que sople se lleva consigo todos los que encuentre en su direccion porque siendo de un volumen excesivo, tienen la base de sustentacion sumamente pequeña, y el centro de gravedad muy alto, con lo qual un impulso pequeño les ha de hacer una impresion fuerte: si fueran de solos quatro cristales en los costados y uno en el fondo, y La Habana, 1996 (Antonio Tiedra)estubiesen asídos por el pie y por la cabeza, serian mucho mas económicos darían mas luz, y estarian mas firmes; como sucede con los de Madrid y otras partes, que debieron tenerse presentes para no cansarse en inventar. Las ventanas voladizas de las casas tienen entre sus muchos inconvenientes, el de interceptar tambien la luz de los faroles, quitar la claridad de considerables espácios dexandolos mas apropósito para que entre ellos se oculten los malhechores y puedan á su salvo vér, é insultar á los pasagéros, sin ser vistos (ilegible) increible que una providencia tan saludable como fué la de convertir las ventanas baxas causase en los años pasados tan extraña conmoción en el pueblo, sin hacerse cargo de la utilidad que resultaba al uso de las calles por su desembarazo, claridad, y ventilacion. El pretexto que se interpuso del costo de la operacion para conseguir la restriccion de aquel decreto, es vago y aun indecoroso; pues todos saben que es maniobra facilisima y de un dispendio que á ningún dueño de casa puede incomodar. Las verdaderas interesadas en que subsistan estos monstruosos y feos tropiezas de las calles, son  algunas mugeres ociosas, y acaso no de las de mejores costumbres, que pasando su vida tendidas en el poyo de la ventana quieren registrar la calle de un extremo á otro. 

Las fuentes públicas son un objeto de mucha importancia para que se mire con descuido. Cinco tenemos en la Ciudad, que para estar bien súrtidas de agua, necesita lo menos diez; y no es todo lo peor, sino que de las primeras apénas hay dos corrientes todo el año, por que sus cañerías mal construidas, y de malos materiales, se tupen con facilidad, rebientan á cada paso y mas sirven  para ensuciar las calles con el agua que mana por encima de sus roturas, que para conducirla á los surtidores: ni estos, ni sus pilónes, tienen nada que alabar por su forma, por su materia, y lo que es mas, ni por su comodidad y aséo; donde beben las bestias, donde se lavan las manos los Negros, y se arroja qualquiera inmundicia,allí mismo se coge el agua para el uso de las casas. La zanja ó acéquia que desde el husillo conduce el agua á la Ciudad, es un verdadero oprobio de esta; un lecho de fango, con unas orillas rotas, tortuosas, y llenas de 'broza, son el limpio canal por donde corre este tesoro, tan poco apreciado, quizá por que es tan abundante. En otras partes tendría su canál de fabrica fuerte con sus pozas para la limpieza: se verían maravillas del arte para convertirla en utilidad y comodidad del vecindario; aquilatado lo ha de dar la naturaleza. Los dos paseos que tenemos, uno interior, y el otro extramuro, son pasables; así estubieran bien conservados y con el adorno que los hace agradables. El segundo es de una aridéz espantosa, siendo tan fácil hacerlo améno con arboledas que se pueden regar y criar casi sin trabájo: la falta de ellas hace que no se pueda disfrutar sino el corto tiempo del crepusculo de la tarde. 

Papel Periodico de La Habana. Núm.44 
31 de mayo de 1792 

Selección de  Lo que fuimos y lo que somos o La Habana antigua y moderna 

"San Cristóbal, dice una descripción de la Habana de 1598 va progresando no obstante los  inconvenientes de piratas y el poco comercio. Esta población se está construyendo con mucha  irregularidad.  La calle Reál (hoy de la Muralla), la de las Redes (hoy del Inquisidor), la del  Sumidero (hoy de O'Reilly) y la del Basurero (hoy del Teniente Rey), es en donde se fabrican las habitaciones en línea, las demás están planteadas al capricho del propietario, cercadas ó  defendidas, sus frentes, fondos y costados, con una muralla doble de tunas bravas. Todas las casas de esta villa son de paja y tablas de cedro, y en su corral tienen sembrados árboles frutales, de  que resulta una plaga insufrible de mosquitos, más feroces que los de Castilla. Me han asegurado  que un mancebo de la Nao de Anton Ruiz, fué víctima de estos venenosos insectos. Los muebles consisten en bancos y asientos de cedro ó caoba sin espaldar, con cuatro pies que forran en lona o en cuero crudo, que por lo regular es el lecho de la gente pobre. Los pobladores acomodados mandan a Castilla el ébano y el granadilla, maderas preciosas que aquí abundan, y de allí le vienen construidos ricos dormitorios que llaman camas imperiales. En todas las salas hay un cuadro de devoción á quien le encienden luces por la noche para hacer sus plegarias ordinarias. Las familias se alumbran con velas de sebo que es abundante en el país; los ricos asan velones que traen de Sevilla y alimentan con aceite de olivas. Después de cerrada la noche, nadie sale a la calle; y el que tiene que hacerlo por urgencia, va acompañado de muchos, armados y con linternas; así le erige el crecido número de perros jíbaros ó sean monteses que vagan por ellas, y el atrevimiento de los cimarrones que vienen á buscar recursos en lo poblado. 

"Los utensilios de cocina son generalmente de fierro, aunque los índigenas fabrican cacharros de barro que prefieren para condimentar sus alimentos particulares. El servicio de las  mesas es de loza de Sevilla y de bateas y de platos que hacen de sus maderas. Los vasos de una madera bateada que llaman guayacan son hermosos, y se dice que sus leños tienen grandes y prodigiosas virtudes medicinales. Las comidas se aliñan aquí de un modo tan estraño que repugna al principio, pero habituánse luego tanto á ellas los europeos, que olvidan las de su país y les dan preferencia. Una reunión de carnes frescas y saladas, divididas en pequeños trozos que hacen cocer con diversas raíces que estimulan por medio del pequeño pimiento cáustico (ají-ji-jí)- y dan color con una semilla (vija), que vegeta espontáneamente hasta en los corrales de las casas; es el plato principal, por no decir el único, de que se sirven estos primitivos habitantes. El maíz preparado de muchas maneras, es también otro de los alimentos predilectos del país. El pan de casabe es insípido y desagradable al sabor, pero la costumbre, ó mejor dicho, la necesidad, nos familiariza y muy breve lo encontramos excelente y nutritivo. Esta grangería se hace en los cortijos circunvecinos de una raíz venenosa que los indígenas llaman yu-cay (yuca). En unos parajes lo hacen mejor que en otros, ya porque no le es traen tanto la parte jugosa de la planta, o ya porque saben también templar los hornos que el fuego trabaja por igual y quedan las tortas doradas y quebradizas como los bizcochos de Castilla. 

Esta tierra es hermosa, sus campos conservan el verdor de la primavera todo el año, hay aguadas buenas y abundantes, los ganados se multiplican prodigiosamente ; pero hasta ahora yo no veo en ella los prospectos de ricas minas con que se alucinó nuestra imaginación. Si los proyectos en que se entiende de hacer azucar y de cultivar la hoja del tabaco prospera en la Habana, elevada últimamente al rango de ciudad, tal vez se aumentará el tráfico, con las ventajas de su posición geográfica, se hará algún día la más rica e importante da las colonias de S. M. en el Nuevo Mundo. 

"Aquí carecemos de todo y principalmente de artistas: el trabajo de manos es carísimo; por  la hechura de una ropilla entera de raso, lleva el maestro Aguilera que vive al lado del huerto del convento que se está fabricando veinte escudos de oro. 

"Solo hay dos boticas en este pueblo, la de Sebastián Milanés, calle Real, y la de López Alfaro, cerca del Desagüe (callejón del Chorro ). No habrá en cada una de ellas cincuenta enbases y las drogas tan desvirtuadas, que el otro día presenciamos su ineficacia en unos cáusticos que  dispusieron al escribano de mi amo. Las moscas operantes estaban pasadas y hechas polvos. Las  medicinas que se consumen en el país vienen de Castilla y hasta que no se acaban no se hace nuevo pedido. 

La Habana, 1857 
D. José María de la Torre 
 

Selección de Cartas desde Cuba 

     Allí se extendía la gran ciudad de La Habana, a lo largo de la costa, a la derecha según se entra al puerto, con casas bajas de todos los colores: azules, amarillas, verdes, anaranjadas, como un enorme depósito de cristales abigarrados y objetos de porcelana en una tienda de regalos; y ningún  humo, ni la menor columna de humo daba indicios de la atmósfera de una  ciudad, con la vida de las cocinas o de las fábricas, como yo estaba acostumbrada a ver en las ciudades norteamericanas. Grupos de palmeras se elevaban entre las casas. 
     Una altura a nuestra izquierda estaba cubierta con multitud de plantas extrañas, semejantes a altos candelabros verdes con muchos brazos. Entre las colinas verdes que se velan alrededor del puerto había grupos de casas de campo, y bosquecillos de cocoteros y otros árboles del tipo de las palmeras; y sobre todo esto se extendía el cielo más claro y suave, y se respiraba el aire más delicioso. El agua del puerto parecía clara como el cristal, y el aire y los colores eran de la más diáfana claridad y serenidad. Entre los objetos que me llamaron la atención se destacan la fortaleza donde están encerrados los prisioneros, otra prisión y... la horca. Pero las bellas palmeras ondulantes, las verdes colinas, encantaron mi vista. 

La Habana, 1851 
Frederika Bremer 
 

Selección de  LA HABANA 

     Salí de la ciudad por la puerta de la Punta. Seguimos las murallas que están a la orilla del mar, pasamos delante de la antigua prisión que hoy sirve de cuartel a una parte de la guarnición, y doblando a la derecha atravesamos el lindo paseo de la Punta con sus inmensas avenidas de  sicomoros.  Enseguida reapareció el mar azul, tranquilo, deslumbrante con los chorros de luz que caían sobre su superficie. A la izquierda se extendía una vegetación espléndida bañada por los rayos quemantes del sol, que lejos de disminuir su frondosidad se mostraba alta, orgullosa, joven  y sonriente, dibujaba sus blandos contornos y desplegaba sus gracias en este golfo de luz y oro.  Ante tal panorama sentí que un rayo de alegría penetraba en mi corazón. En vano mi espíritu buscaba en esta naturaleza resplandeciente algunos acordes dulces y melancólicos que respondieran a los sentimientos dolorosos y a los pensamientos de la muerte que me habían asaltado durante la noche, y no encontraba más que la vida en todas partes, la vida con su animación, joven y ataviada con traje de novia. Pero pronto, no lejos de la costa, percibí la torre de San Lázaro, prisión del Estado, con sus muros ennegrecidos por el tiempo y lustrosos de musgo marino. 
 
María de las Mercedes Santa Cruz, Condesa de Merlin 
 

MIS PRIMEROS DOCE AÑOS 

     El habanero, aunque bajo la influencia de un clima abrasador, gusta de la danza con pasión, y es un contraste digno de notarse, verle después de haber pasado todo el día  blandamente recostado en la butaca, con los ojos medio cerrados e inmovil, con un negro joven a su lado para abanicarle y hacerle cualquier servicio ligero, que exija algún movimiento; es un contraste muy singular, repito, verle salir de ese estado de voluptuosa La siesta (Guillermo Collazo, 1886)apatía, para entregarse con ardor al ejercicio animado del baile. Este contraste se reproduce en todas sus disposiciones morales: dulce hasta tocar en debilidad en todas las circunstancias comunes de la vida, violento e indomable cuando sus pasiones están en acción. Su exterior, principalmente el de las mujeres, lleva siempre el sello de estos dos caracteres tan diversos, y esta mezcla de viveza y de languidez les da un encanto irresistible. 
     La actividad y los goces de la vida no comienzan en la Habana, sino al acercarse la noche. El peso del sol, durante el día, los tiene a todos envueltos en una dulce languidez; y no se ha verificado, a lo menos que yo sepa, que un habanero haya dado veinte pasos en la calle a medio día. Para preservarse del excesivo calor, en lugar de cerrar herméticamente las puertas y ventanas, como se hace en el sur de Europa, se abren todas las entradas, proporcionándose de este modo la más suave corriente de aire. Las casas están construídas a este intento: no tienen más que un  piso: el  patio es cuadrado y espacioso, rodeado por cuatro galerías, en las cuales se dejan caer unas cortinas de lienzo, en medio del día. A estas galerías tienen salida unos salones inmensos y muy elevados, seguidos unos a otros, y cuyas puertas grandes, trazadas en línea recta, dejan penetrar la vista desde uno a otro extremo de la casa. Los cuartos de dormir son tan vastos  como los salones; en el mismo orden y no se distinguen, por la mayor parte de aquellos, sino en el ornato de una cama ricamente colgada, y de la cual se sirve rara vez. Este es un mueble de respeto  reservado para las grandes ocasiones. Por las noches se tiende en medio del cuarto una modesta cama, o catre de lienzo, sin colchones, y, suavemente acostados en ellas, cubiertos con mucha  ligereza, se duermen con las ventanas abiertas, a la claridad de la luna, o las estrellas. 
     Antes de entregarse a este descanso se goza anticipadamente de él, de un modo original y que merece referirse. Cada país tiene sus gustos y necesidades. Los unos son amantes de la música, otros de los licores fuertes. Aquellos se hallan bien con la esclavitud, estos con la libertad. 
En cuanto a nosotros, el aire es lo que ansiamos, y este gusto aunque muy simple no es fácil de satisfacer. Por eso es que le acompañamos de una especie de delicadeza voluptuosa. 
     Después de una cena muy alegre, se sube a la volanta, y después de haberse colocado en ella con toda comodidad, se hacen conducir al paseo, que consiste en describir cierta vuelta por calles determinadas, que se repite muchas veces, y mientras tanto, se duerme tranquilamente, respirando con deleite el aire delicioso de la noche, de que sólo se goza en aquel país. Al fin se  despiertan por una casualidad, y volviéndose a sus casas, se meten en su cama muchas veces en el corto intervalo de un sueño a otro. 

María de las Mercedes Santa Cruz, Condesa de Merlin 
 

Reiseerinnerungen an Cuba, Nord und Südamerica 
La Habana hacia 1838 

     Para un europeo la Habana tiene un aspecto muy raro en el primer momento y de ningún modo divertido. Lo que más llama la atención y al mismo tiempo resulta más desagradable, es el olor del tasajo o de la carne mal secada y del bacalao o pescado seco, que son los principales alimentos de los criollos de clase media y pobre. Estos olores no sólo infectan las casas sino las calles y barrios, sobre todo, cuando hay mucho calor y no corre la brisa. No es nada agradable el aspecto de una gran cantidad de negros y negras pobres, en ocasiones muy viejos, medio desnudos o sólo cubiertos de harapos. Estas gentes venden frutas, cigarros y dulces; mendigan de una manera decente, y asedian con esta intención las esquinas y puertas. Al mismo tiempo, realizan todas las ocupaciones en la calle; preparan la comida allí, se peinan y se afeitan ellos mismos o unos a otros, y como tienen un olor penetrante, contribuyen a infectar las calles. 
     La clase industrial, especialmente los sastres, los zapateros y otros, trabajan sentados en las puertas y ventanas abiertas, y aun en la calle. Es interesante ver 15 o 20 muchachos de color ocupados de esta manera; trabajan a destajo o a jornal, y son libres o esclavos alquilados. 
     Las numerosas volantas hacen muchas veces peligroso el paso por las calles, porque si dos volantas se encuentran en una de estas calles que generalmente no tienen más de 16 a 18 pies de ancho, le queda al peatón muy poco espacio, y, si no lo atropellan, limpiarán los ejes y las ruedas en sus pantalones y vestidos, quizás con la intención, por parte de los cocheros, de ayudar a las lavanderas. 
     Aquí es frecuente cambiarse de ropa dos o tres veces por día porque la costumbre es andar con pantalones, zapatos y medias limpias. El lavado en la Habana es una de las cosas más caras; un joven que quiera estar siempre limpio, paga de 15 a 20 piastras por mes, y posee, por lo menos, de tres a cuatro docenas de pantalones blancos. Los cafés tienen una gran importancia en la Habana porque son las únicas diversiones, y hay algunos muy elegantes; entre éstos, el llamado «La Lonja» es el primero. No  recuerdo haber visto uno más grandioso en París. Tiene ocho grandes salas y cinco bonitos billares. Los pisos están embaldosados de granito, las paredes ornadas por hermosas pinturas en marcos preciosos, y por espejos; no faltan arañas, candelabros y relojes de mesa. El edificio tiene  dos entradas principales y dos mostradores donde se sirven bebidas calientes y frías de todas las  clases posibles, así como pasteles; pero, los helados sólo se sirven hasta las 7 de la noche. 
     Esta Lonja, desde las 6 de la mañana, se ve concurrida por criollos; allí se toma una taza de café o chocolate con pan blanco, y, durante el día, se leen los periódicos de todos los países y se toman refrescos. 
     Durante el día se viene en ropa de negocios; por la noche sólo en trajes limpios, de frac, con corbata negra y sombrero, completamente a la moda y uso moderno en Europa. Sólo algunos criollos, que son quizás más razonables, van vestidos de verano y desprecian la moda rígida y afectada que los europeos han importado. Las distintas nacionalidades se separan y agrupan en las distintas salas. Las señoras permanecen en sus volantas delante de la entrada del establecimiento, y los camareros, que están siempre dispuestos delante de las puertas, les sirven los helados o una bebida fresca en la volanta. 
     Se fuma en todas partes, donde quiera que uno se halle, y es una cortesía muy molesta el encenderse mútuamente los cigarros. 
     Se considera una gran grosería y ofensa la negación del tabaco encendido que se ha pedido; aún el hombre inferior le pide osadamente a un aristócrata el tabaco que fuma y que aquel no rehusa. Ocurre también que cuando el tabaco ofrecido no quema bastante como para encender  el otro, el desconocido se lo mete en la boca y le aviva el fuego. Sólo los hombres de color reciben siempre una respuesta negativa por parte de un blanco, que, a ellos, jamás le pedirán la lumbre. 
     La temporada de la ópera italiana no estaba aun clausurada y me decidí a participar en esa diversión cara y al mismo tiempo rara. La representación era excelente y la decoración magnífica aún para la Habana. Tomé una luneta porque no había butacas de balcón. Si se quiere ir al teatro, se pagan cuatro reales por la entrada que permite sólo entrar en el local para escuchar la música desde los corredores de los palcos o desde las piezas del salón de bufet, o desde el vestíbulo. Si se quiere también ver el espectáculo, se tiene que tomar una butaca o luneta, o un asiento en un palco, que cuestan una piastra. El edificio es tan grande como el teatro (Schanspielhans) en Berlín. Tiene un mobiliario elegante y bonito, y tiene cuatro pisos, de los cuales, el principal, ocupa el lugar usual de los palcos en Alemania; todos los pisos son claros y bien alumbrados. Los 
antepechos del piso principal y del segundo, se componen de una reja fina y de mallas tan espaciadas que puede admirarse desde la cabeza hasta los pies de las señoras que van a la ópera con sus vestidos de baile y que Teatro Tacón hacia 1850 (Charles DeForest Fredricks)saben exhibir con perfección sus pies pequeños y lindos, cubiertos con medias y zapatos de seda. Las señoras se sientan sólo en los palcos de los anfiteatros, en sillas de junco. Nunca he visto un círculo tan elegante de señoras; aunque también es verdad que no todas eran atractivas. Ninguna señora ocupa una luneta; allí se sientan solamente los señores distinguidos, en levitas de seda y guantes blancos, que, por lo demás, no están a la moda, como ya he mencionado. Todo el edificio está alumbrado por velas de cera, colocadas en grupos de a  tres, fuera de las barandas de los pisos. Después de la ópera, a las once visité el teatro Tacón, donde tenía lugar el último baile de máscaras de este año, que estaba anunciado desde algunos días antes por grandes carteles y que debía ser el más grande de todos los bailes de máscaras. El camino resultaba terriblemente largo para mí, porque tenía que atravesar toda la ciudad y las calles apartadas estaban despobladas; solamente rondas y serenos se paseaban. Pero cuanto más  cerca del lugar estaba, tanto más frecuentadas estaban las calles. Disfraces en todas las formas y todos los trajes imaginables divertían a los espectadores no disfrazados. 
     Después de sacar una entrada llegué al vestíbulo del teatro, donde se apiñaban personas disfrazadas y no disfrazadas, y donde el humo de los tabacos era más fuerte que en el Wintergarten de Berlín. 
     No existe un reglamento para los disfraces; todos pueden entrar a excepción de los negros, no importa si llevan ropa limpia o sucia, si han pagado una piastra por la entrada. 
     En la sala también se podía fumar y casi todos lo hacían. El número de los hombres reunidos sumaba unos diez  mil, al menos se había vendido esa cantidad de entradas. 
     Quienes no hallaban un asiento en el salón, salían con una contraseña, respiraban el aire fresco bajo las palmas y los naranjos y se refrescaban con café y frutas que se ponían en venta en la plaza, delante del edificio. Las avenidas semejaban plazas de mercado de abastos; por todas partes se veían luces y fuegos donde se hervía y se asaba. Era agradable el aspecto de estos miles de hombres que vagaban en la noche y entre los cuales no se veía ni un solo borracho. 
     El edificio, que se construyó según el plano del teatro de la ciudad de Hamburgo, y que lo supera en grandeza, es muy elegante y gracioso en su interior; mientras que el de la ópera sólo tiene dos con rejas, aquí, los cuatro están enrejados, y todos los palcos estaban ocupados por señoras de lo más elegantes. 
     En la Habana hay un gran número de sacerdotisas de venus, y entre ellas las hay muy ricas, que poseen muchos miles de piastras. Tienen permiso para habitar en una calle cualquiera, y, por eso, eligen, por lo general, las mejores calles, y alquilan una habitación junto a las primeras Dibujo de Samuel Hazardcasas de la ciudad, donde habitan solas, o dos o tres en cada casa. Tienen muebles de lo más lujosos y  confortables, y cultivan las mismas costumbres que las señoras distinguidas. Como jamás, o rara  vez, salen durante el día, se asoman a las rejas de las ventanas altas al principio de la noche, con un cigarrillo encendido en la boca. 
     Las ventanas están abiertas de manera que pueden verse todas sus habitaciones, donde están sentadas en mecedoras, y atraen a los señores a quienes les gusta columpiarse. Ni los españoles ni los extranjeros se averguenzan de entretenerse con ellas en las ventanas, lo que no parece sorprendente para nadie, no obstante observarse desde las casas de enfrente. 
     Debo mencionar la Plaza de Marte, fuera de la ciudad, porque tiene una extensión  extraordinaria. Es una plaza cuadrada, libre y plana, y está rodeada por una verja de hierro de diez pies de alto. A cada lado hay un gran portal formado por dos pilares sobre los que están los escudos de armas de la ciudad, con inscripciones breves: 

 l. Año de 1836. Puerta de Tacón. 
2. Año de 1836. Puerta de Colón. 
3. Año de 1836. Puerta de Hernández de Cortés. 

     Por desgracia no pude leer la cuarta. Alrededor de la plaza hay calles con edificios hermosos. Al lado norte estaba adyacente el antiguo jardín botánico. Esta hermosa plaza sirve para hacer prácticas militares, y tuve la ocasión de gozar de la excelente postura de los militares.   No obstante que he mencionado ya algo de la vida cotidiana y de las casas de la Habana, debo volver sobre eso antes de pasar a otra cosa. En la Habana, en general, se levantan temprano; ya a las seis se ven a los comerciantes en el muelle, en parte para respirar el aire fresco del mar, y, en parte, para llegar a saber las últimas noticias. Las señoras duermen más tiempo, pero se  levantan más temprano que las mujeres de las clases superiores en Europa. A las siete, todo está en marcha; cajas de azúcar, costales de café Puerta de tierra hacia 1850 (Charles DeForest Fredricks)y tabacos, y la mercancía importada se lleva en  carretas, con un burro, un caballo o una mula enganchada; causan un ruido tan penetrante y formidable, que aquellos que quieren dormir todavía, no lo pueden hacer. Después de levantarse se toma una taza de café; se desayuna a las 8 y media o a las 9, siempre caliente, y casi tan completo como un almuerzo. Se almuerza a las tres; antes de esa hora, se trata la mayor parte de los negocios fuera de la casa. En las casas españolas la comida -- que dura de una a una y media horas,-- se compone de una gran cantidad de platos diferentes, que, en general, flotan en aceite y están condimentados fuertemente con cebollas y ajos. El servicio de la mesa se hace por esclavos que están adiestrados, semejantes a perros, y siempre atentos a los huéspedes; aquí se halla uno con la botella en la mano para rellenar los vasos vacíos en seguida; allí, otro, con los brazos cruzados sobre el pecho, a la turca, pone los ojos penetrantemente en el huésped para recibir sus  órdenes; un tercero tiene a su disposición platos, cuchillos y tenedores limpios que cambia en cuanto un plato se vacía. 
     En las casas de la gente distinguida, los vestidos de los esclavos que les sirven están por lo general limpios, pero muchas veces van descalzos; y en las casas de las clases medias y bajas, además, están sucios, de manera que muchas veces se pierde el apetito, sobre todo, cuando transpiran fuerte y huelen repugnantemente. El mantenimiento de las casas cuesta mucho en la Habana. Las dueñas de las casas no se ocupan de nada; el cocinero, un negro, cocina lo que le gusta, y, en muchas casas, cocinan diariamente lo mismo. En la mesa, cada uno come lo que le gusta y le pide a los esclavos lo que quiere. Se come rápidamente; se habla poco, y quien así lo desea, se va sin cumplidos cuando está harto. 

Eduard Otto 
 

Les États-Unis et La Havane; souvenirs d'un voyageur 

La Habana hacia1838 

     En la preparación de las frutas, la Habana no tiene nada que envidiarle a cualquier otro sitio del mundo. Las confituras que se elaboran allí son excelentes, sobre todo las de coco. Los helados son deliciosos: los de chirimoya y guayaba son los mejores que haya probado jamás. El Golfo de México, que es tan rico en pescados, los ofrece al mercado de todas clases y de gran belleza. Diversas especies ofrecen una mezcla de rojo y amarillo y están matizados con los colores más vivos que uno puede imaginar. 

Isidore Löwenstern 
 

CUBA WITH PEN AND PENCIL 

     Havana! shall I ever forget the agreeable, yet strange, impressions made upon me by thy walls, when, in the full blush of youthful vigor, landing at the custom house, years ago, my foot first trod a foreign soil?-- impressions which now, after this lapse of years, and even after months of suffering, are in no wise marred by a second visit, but rather strengthened in their pleasurable emotions. Still the same sights, the same novelties -- the clattering of a foreign tongue, the narrow streets, the handsome stores, with their entire contents exposed to view. The variegated awnings, being stretched from wall to wall across the streets, while keeping off the sun, Café La Dominica (dibujo de Samuel Hazard)give a strangely pretty yet bazaar-like appearance to them. Still the same fanny names of stores -- "Palo Gordo" (fat stick), "Leon de Oro" (golden lion), "Delicias de las Damas" (ladies' delight), etc. Here, as we go by the "Cafe Dominica," which used to be the great resort, we will stop and try una cosa de Cuba, which goes under the name of Refresco, and is a cooling drink of some kind, pleasant to the eye and yet more agreeable to the taste, and while sipping which we can take our erst lesson in Havana life. 

Samuel Hazard 
 

El día del descubrimiento o la ciudad con su ritmo y destino 
(fragmento

     La Habana puede demostrar que es fiel a ese estilo y al estilo que perfila una raza. Sus fidelidades están en pie. Zarandeada, estirada, desmembrada por piernas y brazos, muestra todavía un ritmo. Ritmo que entre la diversidad rodeante es el predominante azafrán hispánico. Tiene un  ritmo de crecimiento vivo, vivaz, de relumbre presto, de respiración de ciudad no surgida en una semana de planos y ecuaciones. Tiene un destino y un ritmo. Sus asimilaciones, sus exigencias de  ciudad necesaria y fatal, todo ese conglomerado que se ha ido formando a través de las mil puertas, mantiene todavía ese ritmo. Ritmo de pasos lentos, de estoica despreocupación ante las  horas, de sueño con ritmo marino, de elegante aceptación trágica de su descomposición portuaria  porque conoce su trágica perdurabilidad. 
     Ese ritmo, -- invariable lección desde las constelaciones pitagóricas --, nace de  proporciones y medidas. La Habana conserva todavía la medida del hombre. El hombre le recorre los contornos, le encuentra su centro, tiene sus zonas de infinitud y soledad donde le llega lo  terrible. Esa clásica y clara medida del hombre le lleva a abominar de la vida nocturna. La Habana, venturosamente, después de las doce de la noche, cierra su flor y sus curiosidades. Frase de los Evangelios: El que anda de día me tropieza, porque lo alumbra la luz del sol. Mas el que anda de noche, tropieza, porque lo alumbra la luz de la luna. La luz matinal y la de los crepúsculos es el  juego de luces de La Habana. La luna fría nos viene al pecho y allí araña y retira. 
 
13 de octubre de 1949 
José Lezama Lima 
 

EL AMOR A LA CIUDAD 
(fragmento

     Al deambular por esta Habana que amo más que cualquier otra ciudad en el mundo, me he preguntado muchas veces si sus destinos no han sido regidos siempre por unos fabulosos coleccionistas de casas, avenidas, muelles, parques y edificios públicos. Es decir: por hombres que temen ver terminado su placer al lograr una obra perfecta. 
     Porque todos los elementos de la perfección coexisten en La Habana: un malecón comparable únicamente con los de Niza y Río de Janeiro, un clima que propicia flores en todos los tiempos; un cielo que no cubre los pavimentos con lodos grises; una situación geográfica que pone decoración de mar, nubes o sol, al final de cada calle... 

(Alejo Carpentier

De mi huida de La Habana 

EL VERANO. Los pájaros, derretidos en pleno vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de los arriesgados transeúntes, matándolos al momento. 
El verano. La Isla, como un pez de metal alargado, centellea y lanza destellos y vapores ígneos que fulminan. 
El verano. El mar ha comenzado a evaporarse, y una nube azulosa y candente cubre toda la ciudad. 
El verano. La gente, dando voces estentóreas, corre hasta la laguna central, zambulléndose entre sus aguas caldeadas y empastándose con fango toda la piel, para que no se le desprenda del cuerpo. Tienda la Isla de Cuba , calle Monte (Isabella Losada de Armas) 
El verano. Las mujeres, en el centro de la calle, empiezan a desnudarse y echan a correr sobre los adoquines que sueltan chispas y espejean. 
El verano. Yo, dentro de La Cabaña, brinco de un lado a otro. Me asomo por entre la reja y miro al puerto hirviendo. Y me pongo a gritar que me lancen de cabeza al mar. 
El verano. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los carceleros que, molestos por mis gritos, entran en mi celda y me muelen a golpes. 
El verano. Pido a Dios que me conceda una prueba de su existencia mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se hubiera vuelto loco. 
El verano. las paredes de mi celda van cambiando de color, y de rosado pasan al rojo, y del rojo al rojo vino, y del rojo vino al negro brillante... El suelo empieza a brillar también como un espejo, y del techo se desprenden las primeras chispas. Sólo dando brincos me puedo sostener, pero en cuanto vuelvo a apoyar los pies, siento que se me achicharran. Doy brincos. Doy brincos. Doy brincos. 
El verano. Al fin el calor derrite los barrotes de mi celda, y salgo de este horno al rojo, dejando parte de mi cuerpo chamuscado entre los bordes de la ventana, donde el acero derretido aún reverbera. 
Y de un salto me lanzo a las aguas borbollantes del puerto y, a nado, cruzo rápidamente su boca (por suerte bastante estrecha) que comunica con la capital. Y, soltando la piel, salto la muralla y me interno en las calles, donde las criaturas corren enloquecidas de los soportales a los guardacantones, y se trepan, con pavor, a los aleros, cambiando velozmente de color y temperatura. Enfurecido atravieso la calle del Obispo y llego al parque de la laguna, donde todo no es más que un mar de cabezas; y sobre ese mar me zambullo, matando en algo el calor, y evitando ser descubierto por mis perseguidores de La Cabaña, que ya me iban dando alcance... Pero llega un momento en que las aguas de esta única laguna se vuelven tan insoportables, por su alta temperatura, que todos empezamos a saltar de medio lado, como ranas dentro de olla al fuego. Y caigo sobre el empedrado que reverbera. [...] 
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En grandes zigzags me hago al fin a la verdadera mar, dejando el puerto... Y remolcado por las constantes cadenas de ciclones, que no dejan de emerger de estas aguas intranquilas, voy a parar a las costas de La Florida. Ya medio muerto me tiro debajo de una palmera, tan desprovisto de ropas como mismo vine al mundo, y con un hambre que al momento me va adormeciendo. 

Tomado de El mundo alucinante, de 
Reinaldo Arenas 
 

El peatón en su sala 
(especial para La Habana Elegante

     La sala de su apartamento la ha decorado él mismo con rejas coloniales, con rótulos de calles. En el balcón o la terraza tiene un banco de parque para las visitas. Ha traído de la calle cada una de esas cosas y las ha hecho piezas de la decoración, del mismo modo en que Marcel Duchamp llevó a la galería un urinario. 
     A veces las coloca para alguna alusión: en el baño, sobre la taza sanitaria, dejó uno de los rótulos de la calle Desagüe. El nombre de la calle Industria, por ejemplo, podría gobernar su cocina, y encima de la cama matrimonial leerse estas otras dos: Lealtad, Perseverancia. 
     Empezó por recoger una tarja caída. Igual habría hecho con una concha rara en la playa, la mañana después de una tormenta. Luego se convirtió en mirón atento de la fruta a punto de caer. Puede ayudar con golpes, con tirones: es un partero de la decadencia. Ha conseguido decorar su casa a costa del tesoro de antiguas alcaldías y municipalidades. 
     La casa empieza, pues, a digerir los pedazos de ciudad que le ponen adentro y él enseña sus piezas, espera que en un día no lejano los catálogos de arquitectura hablen de su colección privada. 
     Colecciona para estar seguro de que habitará una ciudad conocida. Cambia la casa contra los cambios que puedan suceder en la calle. Es peatón en su propia sala. Si tiene suficiente pensamiento alrededor de esto, podrá hablar de algo que ha vislumbrado en la amistad, el amor, la bebida y los sueños, y que trata de conseguir con el arreglo de su casa: la caída de las fachadas, el término de la división entre afuera y adentro, casa y calle, vida pública y vida privada. 

La Habana, septiembre de 1995 
Antonio José Ponte 

 
La Habana para dos turistas 
por James Buckwalter-Arias y Fernanda Analia Zullo 

     Hace un par de meses llegamos a La Habana mi novia Fernanda y yo--ella por primera vez, un poco por el gusto de viajar, un poco por complacer una necesidad mía, y yo por tercera vez, con los mismos pretextos académicos de antes pero también, como antes, con el motivo de pisar una tierra concreta que normalmente existe para mí como fantasía, construida a base de fotos y nostalgias ajenas. Cuba siempre ha sido un mito hecho de las historias de mi mamá, de los recuerdos que conservo de debates inútiles con mi abuelo que yo había provocado a los trece o catorce años, los debates menos cáusticos pero aun más inútiles con colegas en los bares cerca de la universidad en New Haven, o la universidad en New Orleans, y los artículos y libros que han formado parte imprescindible de mi dieta literaria desde la adolescencia. 
     Los primeros tres días en La Habana nos quedamos en el Hotel Sevilla, en la calle Trocadero junto al Paseo del Prado, y bien cerca también de la antigua casa, ahora museo, de Lezama Lima, que yo sólo había conocido en las páginas de Senel Paz y Cabrera Infante. Aunque yo ya tenía amigos en La Habana que alquilaban pisos por mucho menos dinero, nos vimos obligados a reservar tres noches en un hotel (a sesenta y cuatro dólares por noche y persona) para poder conseguir de los oficiales cubanos (según nos explicó la Agencia Marazul en New Jersey) la indispensable tarjeta de turista. Yo había elegido el Hotel Sevilla porque sabía que mi abuelo se hospedaba ahí cuando dejaba Cabaiguán, en Las Villas, para ir a la capital, en viajes cuyos motivos nunca he entendido bien, no sé si porque las explicaciones han sido siempre vagas, o porque los motivos eran varios y tan complicados que siempre me he distraído antes de oír la explicación entera. 
 

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 Para comenzar, las dos figuras arquetípicas que permean la ciudad son el Che y la joven jinetera. Claro, como soy hija de argentina sentí un poco de orgullo que un cuasi paisano había  logrado el apoteosis en una tierra tan lejana y diferente de la suya. Pero al mismo tiempo su presencia obicua me resultaba desconcertante y problemática--James y yo sentíamos que atestiguábamos un extraño injerto de Jesucristo y Micky Mouse: los habaneros mantenían una reverencia única hacia el Che y los turistas lo homenajeaban con el consumo desmesurado de remeras, posavasos y llaveros sellados con la imagen del revolucionario. Sin duda, las comparaciones entre el Che y Jesucristo se han agotado--joven, mártir, "fotogénico"--pero vale la pena añadir, creo yo, que además tienen un aspecto orwelliano, algo de "Big Brother" caído a menos. 
 

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 Nos sorprendían a diario los obvios deseos que tenían los habaneros de contarnos sus historias. Hubiera imaginado que con la lucha diaria de buscar comida, o de conseguir esto o aquello que hacía falta, no quedaría energía ni ánimo para contar historias, pero todo lo contrario. Teníamos la impresión de que para el habanero hablar sencillamente no cansa. Y las historias eran muchas veces desgarradoras. Un taxista que nunca supo nada de un hermano que se había echado al mar en una balsa en el verano del ‘94. Una poeta que compró una computadora con el dinero que había ganado como premio literario, pero que no tenía derecho, bajo Castro, a explorar la internet. Un artesano que había dejado su trabajo como redactor de Radio Habana Cuba en los años setenta cuando le dijeron que no era prudente denunciar la masacre, en la Argentina de Videla, de dieciocho presos políticos que esperaban exiliarse en Cuba. Un cardiólogo que se dedicaba a ser taxista que ofreció llevarnos a Cabaiguán en su Moskovich por cien dólares, pero que al final no pudo porque surgió una emergencia en su verdadera vocación. (Al final nos fuimos con un joven que conducía un Studebaker del año ‘54, pero que tenía motor de Mitsubishi del año ‘92. Ya faltando poco para llegar a Cabaiguán, nos explicó que a diferencia de los extranjeros en la isla, él no tenía derecho a comprarse un automóvil nuevo aun teniendo el dinero.) 
 

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Al hablar con tantos cubanos, surgía en mí siempre la misma pregunta--¿Qué haría yo si fuera cubano? ¿Cómo viviría? ¿De qué viviría? Y no sabía bien explicarle a Fernanda por qué mi conciencia insistía tanto en esta pregunta, si a fin de cuentas no tenía relevancia para mi realidad norteamericana. Si mi familia abandonó la isla hace casi cuarenta años, y mis abuelos ya estaban enterrados en Miami, y mi mamá no pensaba volver jamás a Cuba, ni de visita, ¿por qué sentía yo ahora que de alguna manera mi destino estaba ligado al destino de esta isla? Claro, no había ninguna respuesta que darle. Tampoco sabía explicarle por qué La Habana representaba para mí el lugar propicio para formular estas indagaciones que yo sabía de antemano no tenían explicación, imposible explicar por qué La Habana era para mí la ciudad sagrada para una meditación necesaria pero sin frutos, una ciudad que, al abandonar, volvería para mí a su condición meramente mitológica. 

New Orleans, octubre del 1998