|  | Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos. 
 
 Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones.  
								 
 Ofrecemos a continuación una muestra de poesía cubana que admite (algunas no sólo lo admiten, sino que lo exigen desde su propio discurso) lecturas homoeróticas y/o lesbianas, gays.  No es ésta, desde luego, una "nómina" de poetas gays cubanos.  Se da el caso, incluso, de que escritores que no se consideran como tales a sí mismos, están produciendo textos dentro de la órbita gay.  Es el caso, por ejemplo, de uno de los más jóvenes y talentosos poetas de la generación de los 80: Rogelio Saunders.  Como se diría en buen cubano, ni aquí están todos los que "son", ni "son" todos los que están.  Es indudable, no obstante, que el closet del erotismo cubano está hoy más abierto de lo que lo estuvo nunca.  Esta breve selección pone de manifiesto que la mayoría de los textos aquí incluídos, puede ser reclamada con legítimo orgullo, no sólo por la literatura cubana, sino por cualquier otra literatura.  Y convengamos en que, si de buscar un espacio se trata, en el que al fin lleguemos a re-unir tantos pedazos dispersos, ¿qué mejor espacio (¿cuál más fraternal y cálido) que el del deseo.  Mientras ese momento llega, aquí están las voces, angustiadas o jubilosas, pero (y esto es lo que realmente cuenta) audibles, tercas en su voluntad de expresarse a sí mismas en cualquier espacio de la isla, de La Habana a Miami, de Miami a Madrid, de Madrid a El Cairo, Londres, Nueva York, Alejandría, o en cualquier otro sitio a donde hayan ido a extraviarse, pero donde el gusto por la belleza y el deseo han seguido imponiendo su ley. 
 
 MARTIRIO DE SAN SEBASTIÁN  Sí, venid a mis brazos, palomitas de hierro; palomitas de hierro, a mi vientre desnudo.
 Qué dolor de caricias agudas.
 Sí, venid a morderme la sangre,
 a este pecho, a estas piernas, a la ardiente mejilla.
 Venid, que ya os recibe el alma entre los labios.
 Sí, para que tengáis nido de carne
 y semillas de huesos ateridos;
 para que hundáis el pico rojo
 en el haz de mis músculos.
 Venid a mis ojos, que puedan ver la luz;
 a mis manos, que toquen forma imperecedera;
 a mis oídos, que se abran a las aéreas músicas;
 a mi boca, que guste las mieles infinitas;
 a mi nariz, para el perfume de las eternas rosas.
 Venid, sí, duros ángeles de fuego,
   pequeños querubines de alas tensas.
 Sí, venid a soltarme las amarras
 para lanzarme al viaje sin orillas.
 ¡Ay! qué acero feliz, qué piadoso martirio.
 ¡Ay! punta de coral, águila, lirio
 de estremecidos pétalos. Sí. Tengo
 para vosotras, flechas, el corazón ardiente,
 pulso de anhelo, sienes indefensas.
 Venid, que está mi frente
 ya limpia de metal para vuestra caricia.
 Ya, qué río de tibias agujas celestiales.
 Venid. Una tan sólo de vosotras, palomas,
 para que anide dentro de mi pecho
 y me atraviese el alma con sus alas.
 Señor, ya voy, por cauce de saetas.
 Sólo una más, y quedaré dormido.
 Este largo morir despedazado
 cómo me ausenta el dolor. Ya apenas
 el pico de estos buitres me lo siento.
 Qué poco falta ya, Señor, para mirarte.
 Y miraré con ojos que vencieron las flechas;
 y escucharé tu voz con oídos eternos;
 y al olor de tus rosas me estaré como en éxtasis;
 y tocaré con manos que nutrieron estas fieras palomas;
 y gustaré tus mieles con los labios del alma.
 Ya voy, Señor. ¡Ay! qué sueño de soles,
 qué camino de estrellas en mi sueño.
 Ya sé que llega mi última paloma...
 ¡Ay! Ya está bien, Señor, que te la llevo
 hundida en un rincón de las entrañas!
 Eugenio Florit 
 ELEGÍA SIN NOMBRE  But now I think there is no unreturn'd love, the pay  is certain one way or another,
 (I moved a certain person ardently and my love
 was not return'd,
 Yet out of that I have written these songs).
 WALT WHITMAN  Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo? Es ésta solamente quien clava mi memoria.
 LUIS CERNUDA  Descalza arena y mar desnudo. Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo.
 El cielo continuándose a sí mismo,
 persiguiendo su azul sin encontrarlo
 nunca definitivo, destilado.
 Yo andaba por la arena demasiado ligero, demasiado dios trémulo para mis soledades,
 hijo del esperanto de todas las gargantas,
 pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.
 Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes y tornaban las olas a embestir a la orilla.
 (Tanta batalla blanca de espumas desatadas
 era para cuajar en una sola concha, sin imagen de nieve
 ni sal pulida y dura.)
 EI viento henchía sus velas de un vigor invisible,
 danzaba olvidadizo, despedido, encontrado
 y tú eras tú.
 Yo aún no te había visto.
 Hijo de mi presente -- fresco niño de olvido -- la sangre me traía noticias de las manos.
 Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto en estrofas:
 cabeza libre, hombros,
   pecho,
 muslos y piernas estrenadas.
 Por dentro me iba una tristeza de lejanas
 de extraviadas palomas,
 de perdidas palabras más allá del silencio,
 hechas de alas en polvo de mariposas
 y de rosas cenizas ausentes de la noche...
 Girasol en los sueños: aún no te había visto.
 Imán. Clavel vivido en detenido gesto.
 Tú no eras tú.
 Yo andaba, andaba, andaba en un andar en andas más frágil que yo mismo,
 con una ingravidez transparente y dormida
 suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento...
 Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,
 mi sombra se caía rota, inútil y magra;
 como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado,
 como un perro de sombras
 tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.
 ¡Ya es mucho siempre siempre, ya es demasiado siempre, mi lámpara de arcilla!
 ¡Ya es mucho parecerme a mis pálidas manos
 y a mi frente clavada por un amor inmenso,
 frutecido de nombres, sin identificarse
 con la luz que recorta las cosas agriamente!
 ¡Ya es mucho unir los labios para que no se escape
 y huya y se desvanezca
 mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas,
 mi beso entrecortado!
 Iba yo. Tú venías, aunque tu cuerpo bello reposara tendido.
 Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino,
 como empuja a las velas el titánico viento de hombros estremecidos.
 Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte
 y unas manos que pueden más que nosotros mismos:
 unas manos que pueden unirnos y arrancarnos
 y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas...
 La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga: eran, y nada más, yo te digo que eran
 en el preciso instante de ser.
 Porque antes de que el sol terminara su escena
 y la noche moviera su tramoya de sombras,
 te vi al fin frente a frente,
 seda y acero cables nos tendió la mirada.
 (Mis dedos sin moverse repasaban en sueños
 tus cabellos endrinos.)
 Así anduvimos luego uno al lado del otro, y pude descubrir que era tu cuerpo alegre
 una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento,
 mástil, columna, torre, en ritmo de estatura
 y era la primavera inquieta de tu sangre
 una música presa en tus quemadas carnes.
 Luz de soles remotos, perdidos en la noche morada de los siglos,
 venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,
 rasgados levemente,
 con esa indiferencia que levanta las cejas.
 Nadabas, yo quería amarte con un pecho
 parecido al del agua; que atravesaras ágil,
 fugas, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes
 las uñas avaladas,
 metal casi cristal en la garganta
 que da su timbre fresco sin quebrarse.
 Sé que ya la paz no es mía:
 te trajeron las olas
 que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre;
 que te vas ya por ellas o sobre las arenas,
 que el viento te conduce
 como un árbol que crece con musicales hojas.
 Sé que vives y alientas
 con un alma distinta cada vez que respiras.
 Y yo con mi alma única, invariable y segura,
 con mi barbilla triste en la flor de las manos,
 con un libro entreabierto sobre las piernas quietas,
 te estoy queriendo más,
 te estoy amando en sombras,
 en una gran tristeza caída de las nubes,
 en una gran tristeza de remos mutilados,
 de carbón y cenizas sobre alas derrotadas...
 Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías que ya no puedo más con tu belleza dentro,
 que hiere mis entrañas y me rasga la carne
 como anzuelo que hiere la mejilla por dentro.
 Yo te doy a la vida entera del poema:
 No me avergüenzo de mi gran fracaso,
 que de este limo oscuro de lágrimas sin preces,
 naces -- dalia de aire -- más desnuda que el mar
 más abierta que el cielo:
 más eterna que ese destino que empujaba tu presencia a la mía,
 mi dolor a tu gozo.
 ¿Sabes?
 me iré mañana, me perderé bogando
 en un barco de sombras,
 entre moradas olas y cantos marineros,
 bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente...
 Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre
 que no me servirá para llamarte
 y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre,
 canción inútil siempre, inútil, siempre inútil,
 inútilmente siempre.
 Los  pechos  de  la  muerte  me alimentan  la vida.  Emilio Ballagas 
 PALABRAS DE PAOLO AL HECHICERO 
 
									
										Ma se a conoscer  la prima  radice del  nostro amor tu bai cotanto affetto...
 Dante, Inferno, C.V.
   No hay para nosotros una marcha nupcial, ni muestran una alianza de oro nuestras manos.
 Nosotros reunimos nuestras soledades desautorizadamente,
 pero sabemos que Dios tiene una respuesta para todo.
 No podemos mirar en derredor para pedir clemencia, ni hemos de esperar nunca una señal de consuelo.
 Con nuestras manos desnudas, manos sin alianzas,
 llamaremos directamente a la puerta de Dios,
 contemplando en la alta noche ese fulgor de las estrellas
 que no preguntan por el cuerpo de quien las mira,
 sino que vibran sólo al sentirse golpeadas por un alma,
 por un alma que pide socorro contra la hostilidad de los hombres.
 No podemos mirar en torno: nadie ha de perdonarnos.  Ninguna mano humana acariciará nuestra extraña herida (esa herida que Dios mismo tiene que haber hecho).
 Sólo podemos tú y yo acompañarnos valerosamente,
 y ser yo el castillo donde refugies en la tierra tu soledad,
 y ser tú para mí el amparo que halla en medio del bosque
 el ciervo sin cesar acosado por el furor de la jauría.
 No hay un himno nupcial para nosotros: somos el espejo de la nada. Pero yo escucho en torno nuestro toda la música del cielo,
 y cuando estamos tú y yo ofrecidos en nuestra miseria a Dios,
 cuando interrogamos con nuestro sufrimiento al creador de toda herida,
 a la luz de todo misterio, a la clave de todo jeroglífico,
 nos bendice desde las últimas estrellas la música celeste,
 y comprendo que sólo Él puede perdonarnos, porque sólo Él nos ama
 y nos comprende, ya que nos ha creado como abismo y misterio,
 también para Su gloria.
 
 Gastón Baquero 
 
 PALABRAS DE JOVEN
                    Para Roberto Pérez, en sus veintitrés años  Eternamente joven en su instante, el joven pasea entre los lirios del camposanto,
 y deja oir su tonada.
 ¡Oh, muertos!  Estoy tan lleno de vida,
 late en mi corazón, en mi frente.
 Esplendo como un sol,
 y tengo en la garganta un ruiseñor.
 Se dispone a vivir, ¡oh, delicia! El agua,
 que no lava llagas en su piel,
 la deja bruñida
 como el escudo de Perseo.
 Soy el mágico espejo en que depositan su sueño los amantes.
 Cantadme himnos, alabanzas.
 Soy un ensimismamiento para los sentidos,
 y una fragancia para el alma.
 El joven pasa desafiante. Sol, luna, estrellas.
 Yo soy la seducción.  Vengan a adorarme.
 1978                           Virgilio Piñera 
 E  Este muchacho se acostumbra a pasar. Aguarda la tarde con ahogo en el pecho,
 con la distancia de la noche en el bolsillo.
 Él también tiene problemas con su madre.
 La ve cerrar las puertas, mutilarle
 los miembros, disponer el paraíso.
 Este muchacho se acostumbra a pasar.
 Lleva su maleta con las cosas del día,
 el destino, las pastillas del asma, una llave.
 Esta noche la madre lo espera en vano.
 Agitará toda la noche los viejos juguetes
 frente a la puerta, llamándolo, llamándolo.
 La mañana los encuentra separados y diferentes.
 El hijo parte: la madre está vencida.
 Dadle algo para el camino. Veámosle
 pasar nosotros que llevamos también maletas
 y olvidamos la llave de nuestras casas.
 
 HAY FUNCIÓN  La noche se abre sobre el cine. Estamos juntos. Te siento respirar.
 Las oleadas últimas de sombra
 corrompen las amarras ajenas.
 Miramos aturdidos la pantalla,
 sé que la miramos en busca del momento
 en que la Bestia enseña sus dominios,
 y agoniza en la yerba
 para mostrar la forma de su amor.
 Nos gustaba ese momento, esa frase. Yo la repetía despacio en tu oído,
 un poco inclinado sobre tu carne pálida.
 Esa frase, la intensidad del gesto, la mirada
 postrera del que sabe que pierde,
 se unían a nuestro amor. Nos servíamos
 de las cosas ajenas, de lo que otros soñaron,
 tal vez, en la butaca de otro cine del mundo.
 Te siento respirar, aletear levemente, buscar en la sombra las pastillas del asma.
 «Anoche dormí dos horas, con el pecho
 oprimido.»
 Y tus manos fulguran y las acaricio calmado,
 sin presión, para descubrir el nacimiento
 del amor en mi pecho, en la sangre.
 La aparición dolorosa del amor, el temeroso amor, siempre jugando su partida,
 siempre en el pavor de perderla.
 Crece en mis venas. Parece
 que tú entras en mí y yo salgo,
 dejo reinar tu presencia oscura
 y busco, en la penumbra de la sangre,
 pasarme suavemente a tus venas.
 El temeroso amor emprende el viaje,
 y conoce, por su propia lucidez, el fin.
 Tú quedarás indescifrable en la butaca,
 tu carne pálida por siempre ajena.
 Yo quedaré en mi soledad, apartado,
 en mi butaca sombría.
 Pero no importa, el amor
 juega su perenne partida.
 Hablamos de tener ojos en la punta de los dedos,
 ojos que conocieran el color de tu carne,
 el cambio de la luz en tu carne, fragmentos
 del film, el resplandor de los candelabros
 en la casa de la Bestia,
 y no estos torpes dedos, que avanzan
 sin mirar, percibiéndote apenas.
 De pronto se encienden las luces y queda blanca la pantalla.
 Me pierdo solo en la calle.
 Antón Arrufat 
 RUBLIOV, EL MAR, UNA ESCOPETA AL AGUA   A la playa han llegado tres muchachos.  Han venido cargados con sus avíos de pesca.  Escopetas, arpones, una cámara, un par de patarranas.  Ninguna cosa es nueva, a no ser los muchachos mismos que las cargan, que las tiran al agua.  Sus gestos al tirarlas son habituales, exactos, vigorosos, de algún modo rebosantes de gracia. La trusa de un muchacho, del más fino, ofrece desafiante el pesado racimo genital.  Otro tiene ojos claros, bajo el arco tendido, perfecto, de las cejas.  El tercero, un mulato, luce como fundido en una sola pieza de bronce reluciente.
 Ya se tiran al agua, ya se alejan.  No sé, no sabré nunca, cuál ha sido la vida que han llevado, qué vida llevarán cuando salgan del agua.  Pero el mar y los gestos precisos de la pesca los invisten, en este mediodía, de una inocencia inmemorial.
 Pienso, mientras miro alejarse a los muchachos por las olas antiguas, en unos vasos rebosantes de gracia.  En ánforas.  En cálices.  En los tres ángeles de oro que bendicen un cáliz, pintados por Rubliov.
 Así pudieron ser esos varones a los que Lot dio albergue.  Una carne de bronce, unas cejas como un arco tendido, ofrecidas las frutas del amor. Intocables, lejanos, sin embargo.  Protegidos, como por una torre transparente, por la inocencia precisa de los gestos que se hacen junto al mar, arrojando una escopeta al agua.
 Félix Lizárraga 
 Te pareces a las mujeres de Modigliani, 
 
 el cuello duro y flexible, el cuerpo robusto
 hecho para hacer sucumbir
 a griegos y troyanos,
 un rostro que debí poseer hace tanto tiempo
 cuando mercaba en las juderías
 con afectos y especias.
 Rostro que debió acompañarme
 la noche en que morí.
 Escribo estas palabras
 cuando soy un pintor aún desconocido
 y mis dedos trazan signos equívocos
 que no comprenden las mujeres sórdidas
 a las que cambio jirones de mi alma
 por pedazos de carne ensangrentada.
 Aunque sé que habrá un final distinto bajo otras aguas pútridas
 escribo todo esto
 como si fueras la mujer
 que se lanzará desde un sexto piso,
 como si en realidad
 bajo mis pies corriera el Sena.
 FIEBRE DE CABALLOS   Cuando te quedas, Lidia,
 más desnuda que estas paredes
 yo siento miedo
 de ser una mujer.
 Tengo feroces dientes carniceros.
 Comíerame tus ojos
 tus rodillas.
 Cuando veo un sauce que se agita no me acuerdo de Safo, pienso en mí.
 "en tus pechos fundaría ciudades"  No sé cómo te amaron
 los hombres
 (si te amaron)
 pero yo
 en tus pechos
 fundaría ciudades.
 Cuando te fuiste, Lidia,
 perdí tu olor
 como los perros
 pierden el rastro.
 PARAFRASIS  Henchido el corazón pienso en tu sexo. Lo cognoscible
 lo incognoscible
 lo he escuchado a través
 de esa marea oscura.
 He olvidado las lenguas de los hombres
 tantas cosas inútiles.
 Sólo a través de ti intuí mi destino,
 efímero e incierto.
 Como Cayo también sé que voy a morir.
 He sido eterna
 como las hojas que devora el otoño.
 Como Safo yo también puedo decirte que siento pesados hierros en mi lengua.
 Como Alceo que sólo canto al amor,
 a la memoria de tu amor.
 Pero yo no canto,
 yo no tengo otra lengua que esta mudez,
 este silencio bárbaro,
 esta tristeza donde no caen las hojas.
 No hay hojas.
 Ni nieve que borre estas pisadas
 que de todas maneras ya no recordarás
 en el invierno próximo.
 Rabí Mattia se sacó los ojos porque no pudo soportar más
 la seducción de una mujer.
 Al infierno de su cuerpo ofreciéndose
 prefirió el tormento de una noche perpetua.
 Cuando Dios, conmovido, quiso devolverle la vista,
 le pidió, llorando, que no lo sacase de su ceguera.
 Lástima que yo no sea Rabí Mattia Lástima que haya leído
 demasiado tarde esa historia.
 Este es el fuego. Crece con arañazos
 ramas
 carne sudada
 y piernas piernas piernas
 que se abren.
 Es crudamente tibio.
 En las playas de Lesbos las muchachas dan migajas a las gaviotas.
 En la orilla, sus cuerpos enlazados,
 conmueven más que todos los crepúsculos.
 Yo te amaba y no te dabas cuenta. Como crece la yerba en la boca de un muerto.
 Antes que yo muchos dijeron estas cosas. Después de mí
 otros habrá que las dirán mejores.
 Pero cuando tu lengua toca mi lengua
 el verbo se hace nulo
 se diluye
 en esta saliva espesa.
 Efímera y eterna eres la mujer del Principio.
 Todo empieza de nuevo
 y se hace necesario reescribir el Génesis.
 Damaris Calderón 
 SAFO (a una alumna, a la salida de la escuela)
 
 
 Tus ojos tienen el brillo de la pasión. Has estado distraída mientras yo declamaba.
 Laura, tu amiga, tuvo que pellizcarte
 por debajo de la mesa.
 No has oído mis versos, no había otro mundo
 que el tuyo.
 Cuánto daría por volver a tener tus trece años.
 Pero escúchame.
 Esas manos no han de ser para el extraño.
 Tu piel es demasiado ardiente.
 Tu frente, demasiado ancha.
 Eres una hija equívoca del viento,
 fuerte como esta isla, cerrada y desolada.
 Mírame a los ojos, Citere.
 Mira mis arrugas y mis cicatrices.
 Hoy he jurado que si me amas voy a romper mis versos
 y voy a enterrar mi lira con mis manos.
 Es en serio, Citere.
 A mi edad no puede jugarse con estas cosas.
 Yo que creía haberlo visto todo,
 no había visto todavía tus ojos y tus manos,
 de mis trece años imagen fidelísima.
 Un viento áspero y simple nos azota el rostro.
 Dentro de unos años en esta isla no quedará nada.
 Só1o el fuego es eterno, este fuego
 de tus ojos, llama en que quiero arder,
 Cruz en que quiero crucificarme.
 Qué me importan los eruditos y los premios.
 He dado ya lo que tengo, y estoy sola.
 Quédate conmigo hoy, Citere.
 No vayas a esperar al joven deportista
 bajo el manzano.
 
 LA MUERTE DE VIRGILIO  Amé al adolescente. Lo separé del viento en el que iba,
 del mar en el cual era la ola,
 la espuma, el ondear sonoro.
 Lo amé con el horror del ahora,
 con la piedad instantánea del que no comprenderá nunca,
 con la sorpresa del nonacimiento.
 Amé al adolescente, sí, pero sus ojos
 habían detenido al sol en una noche infinita.
 Su cuerpo se había arrojado al abismo con el mío
 hace un millón de años, en las cavernas de Uría.
 Sus dedos de niebla habían tocado la mitad de mi rostro
 un instante, y el mundo ya no fue.
 Ya no fue ni siquiera la otra mitad de mi rostro,
 sino el adiós en la blancura,
 en el corazón de la noche.
 Fue el resplandor del océano,
 la solicitud tranquila del abismo,
 el ritmo cantante de la sencillez.
 Era el silencio, su voz era el silencio.
 Y su nombre, como el silencio, no tenía nombre.
 Estaba delante de mí, y yo no lo veía.
 Me hablaba desde su aparición, y yo no podía contestarle.
 Era la muerte y yo iba cayendo con él, en un caer callado.
 Estoy muerto desde entonces.
 Estoy frente al espejo desde entonces.
 ¿Quién me creerá? ¿Quién se atrevería?
 Sólo yo sé, só1o yo, sin rostro, sobrevivo,
 en este estupor al que llamo pensamiento.
 Amé al adolescente. Lo demás,
 lo demás no puede describirse.
 Rogelio Saunders 
 DESNUDO FRENTE A LA VENTANA                 Aquellos seres cuya hermosura admiramos un día, ¿dónde   están? Luis Cernuda
 
      Hoy te veo otra vez y comprendo que el tiempo eres tú, desnudo frente a la ventana.  Has salido a ver cómo amanece y el tiempo es tu cuerpo iluminado.  Te toca la misma luz que a otras tantas cosas de este mundo y, sin embargo, hay una diferencia entre el paisaje y tú, entre el árbol y tú, entre el laberinto y tú.  Es una diferencia simple: tú eres eterno.  Ahora que estás desnudo frente a la ventana, comprendes que te conviertes en lo único perdurable.  Veo, por ejemplo, las sombras del patio en donde yo me perdía en busca del tesoro que nunca existió--y si existió yo no tuve el valor para  encontrarlo.  en ti está el abrazo de mi primer amigo, la oscuridad, el muro tras el que nos perdíamos para besarnos.  en ti está la sorpresa, la nostalgia de los países lejanos, la música.  Y los primeros libros.  En ti todo es grato.  No están, en cambio, el miedo y la verguenza.  Ni aquella tarde en que pude mirarme en el espejo y descubrir la diferencia entre mi brazo y el brazo de mi padre, entre su paso militar y el mío leve, paso que no se escuchaba.  Olvido, al verte, el llanto, la decepción de mi madre.  Y olvido la burla y el rencor de los que no me consideran digno de tener una casa con puertas y cristales.  Olvido el calabozo al que me llevaron.  Hoy te veo otra vez asomarte eterno y desnudo a la ventana.  Miro tus ojos y en ellos descubro otros que me justifican; tantas miradas están allí que no podrían nombrarlas: desde los ojos oscuros y cínicos del primero que me despreció, hasta los ojos ciegos de aquella amiga que murió para probar que el amor--aun cuando imposible--nunca es imposible.  Tu boca y tu sonrisa me recuerdan las veces que he besado y las que no he besado, al desconocido que se aparece un segundo para dejar una huella que durará siempre.  Innumerables cosas pueden depender de cómo des los buenos días, de cómo digas adios.  Y debes saber por fin quien te habla.  Soy el que te observa escondido tras los cristales de su propia ventana, al que le está prohibida una frase de admiración sobre tus piernas, el que aspira sin demostrarlo el sudor de tus axilas.  Y entonces digo tu nombre.  Y todo desaparece cuando digo tu nombre que está formado de muchos nombres, de nombres que incluso no sé, de nombres que no han sido ni son, de nombres que serán. 
 TAN CERCA DEL SIGLO XXI       Como ha ocurrido desde siempre, también nosotros debemos esperar la noche y la ceremonia del sueño y del silencio.  Debemos ocultarnos -- que no nos vean, que no nos oigan --  aunque estemos a finales del siglo XX y el siglo próximo amenace con transformarnos en la sociedad más avanzada de las que pueblan el Universo.  Esta es una noche de todas las épocas. Entro oculto en tu casa y desciendo hasta el cuarto.  Lo he cumplido como cualquier amante de Cnosos.  En la calle han quedado los prejuicios, y al confundirme contigo me siento limpio y fuera del tiempo.  Estás ahí y yo despierto.  Tan cerca del siglo XXI me conmueve tu hermosura y te abrazo y tengo miedo.  El silencio de la casa es una civilización que se asoma a la ventana.  Nada es distinto en nuestro beso: es el mismo, sencillo y perdurable, del primer hombre que pudo descubrir los labios.  Nos desnudamos y estamos en Alejandría o en La Habana.  Acaricio tu pecho,  recorro con mi boca tus muslos, y alcanzo el mismo gozo de los jóvenes de Umbría.  Nada nos diferencia: cuando vamos a unirnos es posible comprobar que el tiempo no ha transcurrido.  Ahora  conozco el deleite del artista al cincelar el torso, la pelvis y los brazos de su Hermes.  El placer  eres tú y soy yo, que pertenecemos a todas las épocas, y si me acaricias es el presente, pero también el pasado y el futuro y no puede haber nada condenable. Uno en otro, uno sobre otro en la sábana blanquísima, nos convertimos en la pareja rescatada de la muerte. La eternidad también ha descendido a este sótano húmedo y oscuro.  Abilio Estévez 
 marina hemingway. 10 pm. flores ácidas  hace ya tiempo que los adolescentes se juegan las últimas monedas a pesar del peligro
 o quizás precisamente por eso.
 a esta hora los turistas son divinos pueden llegar muy lejos
 cometer crímenes perfectos!
 Alberto Acosta-Pérez 
 
 JARDÍN IMPREVISIBLE  1no  Cuerpo de Andrés, tierra de desierto húmedo su piel, hormigas de sus manos
 por mi red, árbol creciendo en mi paisaje
 fugaz, astro fijo que llega, visita firme
 y tempestuosa, un carapacho es su signo,
 espaldas
 donde acostarse a llorar arenas blancas
 es
 su cuerpo: tierra azul de desierto,
 bronce abierto a mi sed, luna
 llena en mi boca, mientras
 no me dice que sí
 ni que no.
 2os  Boca de Andrés, encuentro de otros mundos, oasis en medio
 de lo incierto, grano dulce sus dientes,
 sonrisa leal de serpiente consentida
 su lengua. Boca de Andrés: encuentro
 en tanto desencuentro,
 prolongable.
 
 3res Sexo de Andrés, goma febril da
 mascar, abrazo amigo, un pariente infantil
 que tenemos que ir a buscar al aeropuerto,
 compañero de juerga y confesiones, afable,
 conversador, habano de entrepiernas
 donde sentarme a fumar mientras espero.
 4tro  Ano de Andrés, su otro sexo o nacimiento al revés
 de mis dos dedos.
 Ah, no poder describirlo
 por perfecto.
 5co  Espalda y nalgas breves de Andrés, el reverso que se resiste a ser su negativo, extendida
 llanura donde acostarme a acariciarle los riscos
 de la oreja, con todo el peso de mi ser
 como un náufrago
 timón en mano viajando por un derrocadero
 que me convida a hundirme hasta sacarle
 la castaña a su fuego
 liberado.
 
 6is  Son sólo estas llamas lo que me salva, ya ceniza,
 de otros fuegos.
 
 La realidad del deseo  
									Pero aún así, ¿la saciedad no acecha Todo, el amor y el capricho?
 ¿A qué culpar de nada a nadie?
                       Luis Cernuda De alga, que flota y verde, es el deso. Cuando el cuerpo abraza, como el alga
 cuando encuentra un amante,
 Intuye ya el instante en que va a ser rechazado.
 Lo presiente.
 Lo siente.
 Lo hace otra carne en la carne que
 Con lenta premura se incorpora.
 Toda caricia lleva inevitablemente consigo
 La certeza de un término, de una desaparición.
 Y sin embargo se entrega,
 Pretende una inocencia,
 Atestigua un hallazgo.
 Allí donde sólo reconoce una fatalidad,
 Como el alga
 Cuando una mano con asco
 Se la arranca y la lanza
 A los últimos mares.
 Jesús J. Barquet 
 Fragmento de la novela Oppiano Licario       El primer contraste se hacía visible en la forma en que los dos cuerpos iban logrando su desnudez.  Fronesis se quitó la camisa, la puso sobre una silla, cuidando la caída de las mangas.  Se sentó después en la cama, para quitarse las medias, después se quitó los calzoncillos, por último la camiseta. Mientras se dirigía a la cama para acostarse, se alzó el esplendor de su cuerpo.  Era en su plenitud un adolescente criollo, al andar parecía como si su cuerpo fuese suavemente halado hacia delante y hacia arriba, con la voluptuosidad de un antílope.  La primera impresión de él que se nos acercaba no era su boca, ni sus ojos, ni la superficie increíblemente pulimentada de la piel, era su andar, la destreza nada gimnástica ni artificial con que caminaba, sino su gracia de animal fino.  Al andar creaba su paisaje, como si se dirigiese a un árbol o extendiese en la madrugada su  cuerpo desnudo para beber agua en un río.  Su marcha era un extenderse en el aire, no parecía que vencía ninguna resistencia, sino que estaba amigado con todas las variantes de su circunstancia.  En ese momento lució toda la estatua de su andar, rápidamente dos o tres pasos tan sólo, caminó  hacia la cama, y ya en ella se extendió gozoso, pasando la mano lentamente por la longura de la  flaccidez fálica, entornó los ojos y pasó varias veces la mejilla por la almohada, fría en el hilo que la cubría y abullonada en su entraña. Pero en ningún momento había tomado conciencia de su cuerpo, sus sentidos no lo  reconocían, ni veían ni oían, ni levantaban para ofrecérselo en una delectación espejeante.  Al  recorrer con su mano la vellosidad que rodea al falo, lo había hecho con total indiferencia, lo mismo podía haber recorrido su mano la gracia y la extensión de su garganta, la cola de un gato o  una fría repisa.  Causaba la impresión de que tenía el cuerpo en la mano, de que lo hacía y lo deshacía, como si a una orden suya se le tornase visible o invisible, se retirase o alcanzase un  primer plano.  Era difícil para alguien que no fuese un criollo cubano, poseer un esplendor corporal tan logrado y al mismo tiempo una indiferencia radical hacia esos dones.  A veces parecía  como si desconociese su propia belleza, pero su confianza frente a lo deforme e inacabado, nos daban a comprender que no se sentía instalado en ese bando. Más que desconocer su belleza, su castidad y su puritanismo hacían que, sin necesitarla, la disfrutara como alguien que sin ejecutar su voz no ignora la plenitud de sus registros.
 
 José Lezama Lima
 
 CERNUDA LE ENCARGA SU RETRATO A VELÁZQUEZ  Pinta mi crucifixión y mi martirio, la esponja con vinagre y el lanzazo
 y la línea perfecta de mi brazo
 clavada a la belleza y al delirio.
 Pinta el juvenil pecho de los lirios, mi cuerpo reposado en el abrazo
 de su cuerpo cumpliéndose en el plazo
 de mi transido tiempo. Pinta cirios
 sonámbulos, altivos, limpios, duros en amorosa guerra amanecidos.
 Y pinta nuestros cuerpos sobre el lecho,
 mi lengua en sus duraznos ya maduros, felices en la noche sumergidos.
 Y a los perseguidores al acecho.
 
 FEDERICO  ¡A que traigo del polvo y del tormento tu honda belleza de varón gitano!
 ¡A que pongo tu luna de verano
 a iluminar el trigo soñoliento!
 ¡A que traigo otra vez el sacramento y el perfil de azucena de tus manos!
 ¡A que me acerco a tu marfil lejano
 y le enamoro su sol al pensamiento!
 ¡A que regreso a todos tus amantes y pongo a tus verdugos de rodillas!
 ¡A que viva tu voz, por la aborada
 la traigo en un puñado de sangrantes aceitunas de plata a la mejilla
 del sueño asesinado de Granada!
 
 Francisco Morán
 
 VESTIDO DE NOVIA 
 
									
										Por eso no levanto mi voz, viejo Walt (Whitman
 contra el niño que escribe
 nombre de niña en su almohada,
 ni contra el muchacho que se viste
 (de novia
 en la oscuridad del ropero
 Lorca. Con qué espejos con qué ojos
 va a mirarse este muchacho de manos azules
 con qué sombrilla va a atreverse a cruzar
 (el aguacero
 y la senda del barco hacia la luna
 cómo va a poder
 cómo va a poder así vestido de novia
 si vacío de senos, está su corazón
 si no tiene las uñas pintadas si tiene sólo
 (un abanico de libélulas
 cómo va a poder abrir la puerta sin afectación
 para saludar a la amiga que le esperó bajo
 (el almendro
 sin saber que el almendro raptó a su amiga
 (le dejó solo-
 Ay adónde va a ir así este muchacho
 que se sienta a llorar entre las niñas que se
 (confunde
 adónde podrá ir así tan rubio y azul tan pálido
 a contar los pájaros a pedir citas en teléfonos
 (descompuestos
 si tiene sólo una mitad de si la otra mitad
 (pertenece a la madre
 de quién a quién habrá robado ese gesto
 (esa veleidad
 esos párpados amarillos esa voz que alguna vez
 (fue de las sirenas
 quién
 le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará los
 (senos conque sueña
 quién le compondrá las alas a este mal ángel
 (hecho para las burlas
 si a sus alas las condenó el viento y gimen
 quién quién le va a desvestir sobre qué hierba
 (o pañuelo
 para abofetearle el, vientre para escupirle
 (las piernas
 a este muchacho de cabello crecido así vestido
 (de novia
 Con qué espejos con qué ojos
 va a retocarse las pupilas este muchacho que
 (alguna vez quiso llamarse Alicia
 que se justifica y echa la culpa a las estrellas
 con qué estrellas con qué astros podrá mañana
 (adornarse los muslos
 con qué alfileres se los va a sostener
 con qué pluma va a escribir su confesión ay
 (este muchacho
 vestido de novia en la oscuridad es amargo y no
 (quiere salir, no se atreve
 no sabe a cuál de sus musgos escapó la confianza
 no sabe quién le acariciará desde algún otro
 (parque
 quién le va a dar un nombre
 con el que pueda venir y acallar a las palomas
 matarlas así que paguen sus insultos
 con qué espejos ay con qué ojos
 va a poder asustarse de si mismo este muchacho
 que no ha querido aprender ni un sólo silbido
 (para las estudiantes
 las estudiantes que ríen él no puede matarlas
 así vestido de novia amordazado por los grillos
 siempre.del otro lado del puente siempre del otro
 (lado del aguacero
 siempre en un- teléfono equivocado no sabe
 (el número
 tampoco él se sabe está perdido en un encaje y
 (no tiene tijeras
 así vestido de novia como en un pacto hacia
 (el amanecer
 con qué espejos  con qué ojos.  Norge Espinosa    
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