 
    
En torno a la novela negra: poética y política en Cien botellas en una pared1
Los libros siempre hablan de otros libros 
      y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado.
      Umberto Eco
Iraida H. López, School  of American and International  Studies
      Ramapo College  of New Jersey
     En el capítulo inicial  de Cien botellas en una pared (2002),(2) Zeta,  la narradora y protagonista aspirante a escritora profesional, nos advierte que  su mejor amiga, Linda Roth, está enfrascada en la redacción de su tercera novela,  nada menos que titulada Cien botellas en una pared. La novela versa sobre un doble homicidio. Añade Zeta  que las obras anteriores de Roth, “también sanguinarias y truculentas”,  llegarían a ser seguramente “clásicos del thriller,  de la Serie Negra” (16). Los comentarios de la narradora remiten a dos atributos  fundamentales de nuestra novela, a saber, el género literario al que pretende  afiliarse – el noir – y la relajación de las fronteras entre la realidad y la  ficción, una constante en la literatura de Ena Lucía Portela.  Menos obvio en el incidente citado, pero  igualmente relevante si tomamos en cuenta el contexto narrativo en su conjunto,  es el hecho de una literatura que hace referencia a sí misma, que no cesa de  reflexionar sobre la escritura.
 
         En el capítulo inicial  de Cien botellas en una pared (2002),(2) Zeta,  la narradora y protagonista aspirante a escritora profesional, nos advierte que  su mejor amiga, Linda Roth, está enfrascada en la redacción de su tercera novela,  nada menos que titulada Cien botellas en una pared. La novela versa sobre un doble homicidio. Añade Zeta  que las obras anteriores de Roth, “también sanguinarias y truculentas”,  llegarían a ser seguramente “clásicos del thriller,  de la Serie Negra” (16). Los comentarios de la narradora remiten a dos atributos  fundamentales de nuestra novela, a saber, el género literario al que pretende  afiliarse – el noir – y la relajación de las fronteras entre la realidad y la  ficción, una constante en la literatura de Ena Lucía Portela.  Menos obvio en el incidente citado, pero  igualmente relevante si tomamos en cuenta el contexto narrativo en su conjunto,  es el hecho de una literatura que hace referencia a sí misma, que no cesa de  reflexionar sobre la escritura.   
       
         Aunque parezca aventurado afirmarlo, Cien botellas es una  novela negra posmoderna. Numerosos  indicios así lo indican. Desde el principio abundan las referencias a autores  de la literatura policial como Dashiell Hammett, Agatha Christie, Raymond  Chandler, G. K. Chesterton, Sir Arthur Conan Doyle, Patricia Highsmith y John Dickson Carr. También, a figuras protagónicas y detectives connotados de  programas televisivos, de la literatura y del cine como Columbo y Sherlock  Holmes. Hay incluso un sacerdote, el padre Ignacio Loyola, y un médico,  Hermenegildo Frumento, cuya incumbencia radica en proclamar olvidados  principios cristianos y cierto sentido común, y que arrastran ecos de  personajes ilustres de la ficción negra como Father Brown, el famoso clérigo de  los relatos de Chesterton, y el Doctor Watson, el médico distraído de las obras  de Conan Doyle, aunque ambos aquí se abstengan de involucrarse o resolver los  homicidios. Un dato sugerente es que el padre Brown es el personaje favorito  del padre Ignacio, lector asiduo del género negro. Asimismo, encontramos  elementos asociados claramente con tal literatura: violencia, crímenes,  homicidios, detectives, disparos y armas de fuego, defenestraciones, enigmas,  personajes misteriosos, policías ineptos y supuestas intrigas. Además, Linda Roth es una ávida lectora del  género policial y los estantes de su biblioteca están atiborrados de novelas  negras. Es más, en algunos ambientes Roth recibe hasta el sobrenombre de Agatha  Christie. Su narrativa es efectivamente reconocida como noir por los especialistas. Uno de sus relatos recibió el premio Semana Negra para cuentos  policiales. Y su segunda novela, Nocturno  Sebastián, fue galardonada con el  premio Dashiell Hammett al mejor thriller del año, lo cual le vale a la autora una buena compensación en dólares, un  codiciado viaje al extranjero y la oportunidad de explayarse acerca de los  editores con quienes entra en contacto, ensañándose con ellos. Por otra parte,  es innegable el sostenido interés de la escritora cubana, Portela, por autores  y directores de cine que han cultivado esta modalidad, pues sus nombres  aparecen repetidamente en las obras que ha publicado hasta el momento.
 disparos y armas de fuego, defenestraciones, enigmas,  personajes misteriosos, policías ineptos y supuestas intrigas. Además, Linda Roth es una ávida lectora del  género policial y los estantes de su biblioteca están atiborrados de novelas  negras. Es más, en algunos ambientes Roth recibe hasta el sobrenombre de Agatha  Christie. Su narrativa es efectivamente reconocida como noir por los especialistas. Uno de sus relatos recibió el premio Semana Negra para cuentos  policiales. Y su segunda novela, Nocturno  Sebastián, fue galardonada con el  premio Dashiell Hammett al mejor thriller del año, lo cual le vale a la autora una buena compensación en dólares, un  codiciado viaje al extranjero y la oportunidad de explayarse acerca de los  editores con quienes entra en contacto, ensañándose con ellos. Por otra parte,  es innegable el sostenido interés de la escritora cubana, Portela, por autores  y directores de cine que han cultivado esta modalidad, pues sus nombres  aparecen repetidamente en las obras que ha publicado hasta el momento.      
       
         Pero si bien el texto de Portela – cuyo universo  narrativo era ya en 2004, según Luisa Campuzano, “el más nutrido, ambicioso y logrado corpus [femenino] de  esta década”, refiriéndose al período que empieza a mediados de los noventa (“Literatura  de mujeres” 164)– revela  lazos de familia con la ficción detectivesca, lejos estamos aquí de presenciar los  patrones clásicos del género, tanto en el plano continental como el insular. La  novela ilustra, en efecto, las modificaciones que ésta ha sufrido como  consecuencia de una aproximación posmoderna, tal vez paródica, a las fórmulas  del policial. Ana María Amar Sánchez señala que su estructura original  descansaba sobre el supuesto de que “una vez cometido un crimen, se desarrolla  la búsqueda de la verdad y se restablece la justicia” (47), aunque en medio de  los tres hitos asomaran complicaciones y confusiones, como admitieran en su  época Edgar Allan Poe y Conan Doyle (Mandel 15-16). Sin lugar a dudas, el triunfo  de la justicia coronaba el relato, lo cual demuestra la fe inconmovible en la  razón y la ley que aún podía encontrarse en la sociedad decimonónica, cuando  emerge y se afianza la literatura policíaca, producto del estallido de la gran  metrópoli, el concomitante incremento del crimen y la constitución de los  cuerpos de policía organizados con el fin de mantener el orden.   
       Sin embargo, hacia fines del último siglo puede  observarse una transformación notable.   Empezando con Jorge Luis Borges en los años cuarenta y culminando  posteriormente con escritores contemporáneos como el mexicano Paco Ignacio  Taibo II, el brasileño Rubem Fonseca y el argentino Ricardo Piglia, entre  otros, se produce en la literatura policial iberoamericana la innovación y  redefinición del perfil clásico. Tal reconfiguración abarca una mayor  autoconsciencia creativa, que se distancia de los modelos canónicos sin  ignorarlos del todo; el gusto por las alusiones; el desplazamiento de la  responsabilidad por el delito cometido, que en la actualidad puede corresponder  a las instituciones más que a un individuo; frecuentemente, la irresolución del  conflicto; y, por último, un pronunciado sentido político vinculado a  coyunturas históricas específicas (Amar Sánchez 45-61). Podemos deducir, pues,  que el nuevo policial pone en duda la autonomía y originalidad del
 
         Sin embargo, hacia fines del último siglo puede  observarse una transformación notable.   Empezando con Jorge Luis Borges en los años cuarenta y culminando  posteriormente con escritores contemporáneos como el mexicano Paco Ignacio  Taibo II, el brasileño Rubem Fonseca y el argentino Ricardo Piglia, entre  otros, se produce en la literatura policial iberoamericana la innovación y  redefinición del perfil clásico. Tal reconfiguración abarca una mayor  autoconsciencia creativa, que se distancia de los modelos canónicos sin  ignorarlos del todo; el gusto por las alusiones; el desplazamiento de la  responsabilidad por el delito cometido, que en la actualidad puede corresponder  a las instituciones más que a un individuo; frecuentemente, la irresolución del  conflicto; y, por último, un pronunciado sentido político vinculado a  coyunturas históricas específicas (Amar Sánchez 45-61). Podemos deducir, pues,  que el nuevo policial pone en duda la autonomía y originalidad del artista, la  capacidad de dilucidar el misterio, y las antiguas certidumbres sobre la justicia  y la ley.
 artista, la  capacidad de dilucidar el misterio, y las antiguas certidumbres sobre la justicia  y la ley.     
       
         Para Luis Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera,  ambos autores de novelas negras como El  cuarto círculo(1976), escrita a  dos manos, la renovación del género había venido constatándose en obras como The Postman Always Rings Twice (1934),  una novela de James M. Cain en la que el acusado paga una culpa que no le  corresponde debido a la falta de escrupulosidad de abogados y policías. (Años  después, el escritor afroamericano Chester Himes presentaría en su novela The Real Cool Killers, de 1959, un  panorama aún más desolador, con policías decididos a no rectificar el nombre  del verdadero criminal con tal de no convertirse en el hazmerreír de la prensa,  mientras que el perpetrador, conocido por ellos, permanece en libertad).  Para Nogueras y Rodríguez Rivera, “toda  ampliación, todo enriquecimiento de un género se da tambiéncomo negación de la tesis que constituye el género en un momento  dado de su desarrollo” (147). Es indiscutible que hay tanto continuidad como  ruptura. Un teórico prominente como Tzvetan Todorov matiza que “el nuevo género  no se constituye necesariamente a partir de la negación del rasgo principal del  anterior, sino a partir de un complejo de propiedades diferentes, sin  preocuparse por lograr con el primero un conjunto lógicamente armonioso” (7).  En opinión del crítico franco-búlgaro, hay obras de la literatura policial que  no se ajustan a los modelos de la novela de enigma, la negra propiamente y la  de suspenso, las tres categorías que él identifica como pertenecientes a esta  categoría literaria, sino que se sitúan “en el margen del género, como una  forma intermediaria entre novela policial y novela tout court” (7).  Un ejemplo  del tipo intermedio de novela que Todorov cita en su tipología es The Talented Mr. Ripley (1955), de  Patricia Highsmith.  
       
         A juzgar por los comentarios de Amar Sánchez bosquejados  arriba, la novela negra posmoderna en Iberoamérica se ubica también en espacios  intersticiales e híbridos. Pese a dicho deslizamiento, ciertos  requisitos básicos, comunes a todas estas obras, han persistido a través del  tiempo: “There is no real consensus on what constitutes a detective novel, but  most critics affirm that detective fiction is a product of mass culture, that  is formulaic, and that its nucleus is the reconstruction of events leading to a  criminal act” (Braham xii). Veremos  que, aunque la novela de Portela se adhiere a los tres principios, presenta también  algunas innovaciones, enmarcadas éstas tanto en las tendencias posmodernistas  como en su propia poética. Asimismo es cierto que Cien botellas cumple con  lo señalado por Todorov en cuanto a la coexistencia de dos relatos en la  ficción policíaca: la historia del crimen y la historia de cómo se llega al  crimen y éste se resuelve – salvo que, en este caso, no es un detective el que  halla la solución, sino Zeta la que se lanza a ofrecer una explicación.    
       
         Una evolución similar a la descrita más arriba se observa  en la misma clase de literatura publicada en Cuba en las últimas décadas.(3) Para Leonardo Padura, quien se hizo merecedor en 1998 del  premio Dashiell Hammett otorgado por la Asociación  Internacional de Escritores  Policiacos (AIEP),(4) los elementos  constitutivos de la novela de crimen se acoplaron a una sociedad empeñada,  desde 1959, en engendrar hombres nuevos con nobles ideales como parte de la  agenda revolucionaria, pues el relato terminaba ineludiblemente con la ejemplar  captura del transgresor: “[e]ste elemento moralizante y conservador, muy ligado  al origen idealista y burgués de la novela policíaca, fue el que propició su  fácil trasplante a las sociedades socialistas durante las décadas del setenta y  el ochenta, con apenas unos retoques en cuanto a la valoración de entidades  clasistas como justicia y legalidad” (Modernidad,  posmodernidad 13).(5) Desde luego, el vínculo del género con la cultura de masas  seguramente favoreció su aclimatación en un país que a la sazón promovía la  lectura en los estratos populares con un vigor ejemplar. Algunas peculiaridades  de esa nueva novela policial cubana comprendían que el delincuente se  enfrentara al Estado, éste como representante del pueblo en el poder; que el  investigador fuera un policía profesional, también actuando en representación  del pueblo, no a título individual; que dicho investigador colaborara con las  organizaciones de masas que apoyaban el proceso revolucionario, como los  Comités de Defensa de la Revolución (CDR); y, finalmente, que el relato asumiera  una función didáctica al profundizar en los gérmenes de la criminalidad, los  cuales debían ser erradicados bajo la revolución (Nogueras y Rodríguez Rivera,  152). En Cuba, la novela policíaca fue promovida por el Ministerio del  Interior, organismo que a partir de 1972 premió aquéllas que propagaran
Internacional de Escritores  Policiacos (AIEP),(4) los elementos  constitutivos de la novela de crimen se acoplaron a una sociedad empeñada,  desde 1959, en engendrar hombres nuevos con nobles ideales como parte de la  agenda revolucionaria, pues el relato terminaba ineludiblemente con la ejemplar  captura del transgresor: “[e]ste elemento moralizante y conservador, muy ligado  al origen idealista y burgués de la novela policíaca, fue el que propició su  fácil trasplante a las sociedades socialistas durante las décadas del setenta y  el ochenta, con apenas unos retoques en cuanto a la valoración de entidades  clasistas como justicia y legalidad” (Modernidad,  posmodernidad 13).(5) Desde luego, el vínculo del género con la cultura de masas  seguramente favoreció su aclimatación en un país que a la sazón promovía la  lectura en los estratos populares con un vigor ejemplar. Algunas peculiaridades  de esa nueva novela policial cubana comprendían que el delincuente se  enfrentara al Estado, éste como representante del pueblo en el poder; que el  investigador fuera un policía profesional, también actuando en representación  del pueblo, no a título individual; que dicho investigador colaborara con las  organizaciones de masas que apoyaban el proceso revolucionario, como los  Comités de Defensa de la Revolución (CDR); y, finalmente, que el relato asumiera  una función didáctica al profundizar en los gérmenes de la criminalidad, los  cuales debían ser erradicados bajo la revolución (Nogueras y Rodríguez Rivera,  152). En Cuba, la novela policíaca fue promovida por el Ministerio del  Interior, organismo que a partir de 1972 premió aquéllas que propagaran la  ideología prevalente.(6) Aun un crítico  comprometido con la revolución cubana como José Antonio Portuondo advirtió que  esas novelas, empujadas a seguir un cauce predeterminado, bien podrían  degenerar en la “exposición apologética de la ideología revolucionaria, la  propaganda elemental y primaria [y] el elogio desembozado de los procedimientos  revolucionarios” (Modernidad 151-152, y Wilkinson, 119-120).
 la  ideología prevalente.(6) Aun un crítico  comprometido con la revolución cubana como José Antonio Portuondo advirtió que  esas novelas, empujadas a seguir un cauce predeterminado, bien podrían  degenerar en la “exposición apologética de la ideología revolucionaria, la  propaganda elemental y primaria [y] el elogio desembozado de los procedimientos  revolucionarios” (Modernidad 151-152, y Wilkinson, 119-120).   
       
         Padura se detiene en la contradicción que representaba el  despunte, por un lado, del género de marras y, por otro, la crisis que sufría  en aquellos momentos la cultura cubana a raíz del caso Padilla y la celebración  del Congreso de Educación y Cultura en 1971, un año después del fracaso de la  “zafra de los diez millones”, el cual puso fin al periodo más experimental del  proceso revolucionario (Wilkinson 70). Fue éste el año en que el poeta Heberto  Padilla se vio impelido a cantar la palinodia por su libro Fuera del juego (1968),(7) catalogado como contrarrevolucionario, y asimismo en el  que el Congreso estableció un espacio acotado para la gestión intelectual y  literaria, subordinándola a la lucha de clases. Desde esta óptica, el arte  debía ser un vehículo para la consecución de fines sociales.(8) Ya en junio de 1961, Fidel Castro había establecido las  pautas que debían guiar la labor de escritores y artistas en sus “Palabras a  los intelectuales”, cuyo axioma, “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la  Revolución, nada”, sentó las pautas para el futuro.(9)  Las consecuencias se sentirían también en el  seno del género negro. En el lapso que media entre 1970 y 1975, denominado “el  quinquenio gris”(10) por el poco valor estético del arte  producido en esa época, “nace, crece y hasta se agota el modelo de la novela  policíaca revolucionaria, debido a las estrechas coordenadas artísticas en que  debió moverse” (Modernidad 152). Dichas coordenadas incluían el  apego al realismo socialista, la defensa de la revolución y el esquematismo de  los personajes — los restauradores del orden eran siempre “los órganos cubanos  de investigación policial o de la seguridad del Estado” y los causantes del  caos, “la delincuencia contrarrevolucionaria o los agentes de la CIA” (Modernidad 152).(11) Por tal  razón, no hubo una diferencia clara entre la novela policial y la de  contraespionaje (Braham 35), inspirada esta última en los frecuentes atentados  y actos de sabotaje y de agresión que se llevaban a cabo por aquellos años en  nombre de la contrarrevolución. Así las cosas, dichas novelas estaban en  función de la batalla de ideas librada durante décadas bajo el clima  polarizador de la Guerra Fría, en medio de una gran tensión no sólo entre Cuba  y los Estados Unidos, sino a nivel mundial. En su interesante estudio sobre la  ficción policíaca en Cuba, Stephen Wilkinson sugiere que ésta surgió, en la  etapa examinada, no espontáneamente, por iniciativa de los escritores, sino  como resultado de un esfuerzo consciente y de una motivación ulterior de parte  de las instituciones. Todo parece indicar que estaba en función de un proyecto  político, en aras de la construcción de una nueva sociedad.(12) 
       
         No obstante, tal como ocurriera en el ámbito continental,  a fines de los ochenta se renovó la literatura policial en Cuba  gracias, sobre  todo, a la obra de Padura y, según él, al intercambio con escritores afiliados  a la Asociación Internacional de Escritores Policíacos (AIEP), que contribuyó a  que semejante fin se lograra (Modernidad 155). Muy probablemente, las tristes repercusiones de la crisis de los  noventa coadyuvaron a su nuevo auge y difusión. De acuerdo con el escritor  cubano, hoy en día es “una de las modalidades literarias con mayores aptitudes  para reflejar ese lado oscuro de la sociedad que es cada vez mayor, como si la  oscuridad fuera su destino. Y a un destino negro bien le viene una novela negra”  (Modernidad157). No es Padura el único en pensar así. Su opinión la suscribe por  igual Achy Obejas, quien en la antología de cuentos cubanos editada por ella, Havana Noir (2007), arguye que el relato negro, entendido éste de manera laxa,  es el que mejor se aviene a la realidad peliaguda que viven muchos en la Isla.  Obejas, quien es, por lo demás, la traductora al inglés de Cien botellas (publicada  en los Estados Unidos en 2010 bajo el título de One Hundred Bottles), incluyó en la antología un cuento de Ena  Lucía Portela titulado “La última pasajera”, el cual constituye el núcleo argumental  de una novela homónima, actualmente en proceso.
gracias, sobre  todo, a la obra de Padura y, según él, al intercambio con escritores afiliados  a la Asociación Internacional de Escritores Policíacos (AIEP), que contribuyó a  que semejante fin se lograra (Modernidad 155). Muy probablemente, las tristes repercusiones de la crisis de los  noventa coadyuvaron a su nuevo auge y difusión. De acuerdo con el escritor  cubano, hoy en día es “una de las modalidades literarias con mayores aptitudes  para reflejar ese lado oscuro de la sociedad que es cada vez mayor, como si la  oscuridad fuera su destino. Y a un destino negro bien le viene una novela negra”  (Modernidad157). No es Padura el único en pensar así. Su opinión la suscribe por  igual Achy Obejas, quien en la antología de cuentos cubanos editada por ella, Havana Noir (2007), arguye que el relato negro, entendido éste de manera laxa,  es el que mejor se aviene a la realidad peliaguda que viven muchos en la Isla.  Obejas, quien es, por lo demás, la traductora al inglés de Cien botellas (publicada  en los Estados Unidos en 2010 bajo el título de One Hundred Bottles), incluyó en la antología un cuento de Ena  Lucía Portela titulado “La última pasajera”, el cual constituye el núcleo argumental  de una novela homónima, actualmente en proceso.
       
         Es contra este telón de fondo que debe apreciarse la novedad  aportada por el relato negro publicado recientemente en la Isla. La nueva  narrativa policial o el “neopolicial” que surge en los setenta en países de  Iberoamérica y más tarde en Cuba “opta por las proposiciones de una  contracultura definitivamente politizada, participativa, corrosiva y rebelde” (Modernidad 137).  Se trata, además, de una novela de crimen del  tipo que describe Umberto Eco en sus Apostillas  a “El nombre de la rosa”, en la  cual “se descubre bastante poco y donde el detective es derrotado” (59). Dentro de dicha vertiente del género habría que situar Cien botellas. Como apuntan Amar  Sánchez y Padura, el policial clásico, inductivo, tenía como componente  esencial el trinomio crimen, verdad y justicia, casi siempre en ese orden. A  diferencia de éste, en la novela de Portela, más cerca del policial “duro”,(13) el crimen se comete al final, la verdad está sólo  sugerida, y la justicia no se restablece, o se establece solamente una justicia  poética, que es tal vez a lo más que podemos aspirar en un mundo gobernado por la  desigualdad y la injusticia. Todo ello pasado por el filtro mordaz del humor,  la ironía, la parodia y la sátira, lo cual aporta algo nuevo al género  negro.  
       
         Para colmo, el detective es un personaje de ficción  dentro de la ficción que aspira inútilmente a resolver otro crimen, al mismo  tiempo que anhela fugarse de Cuba. Es curioso que sólo el detective dentro de  esa otra capa de ficción reciba un nombre propio, el teniente Leví; los demás,  en la primera instancia de ficción, son tan incapaces que ni siquiera son  dignos de ser identificados. El papel que desempeña el detective es asaz  importante. Mientras que el cerebral Sherlock Holmes aplicó una lógica racional  y certera al misterio planteado en The  Hound of the Baskervilles (publicada por entregas entre 1901 y1902),  restituyendo el orden y la transparencia (Wilkinson 172), en el posmodernismo  la ambigüedad de la figura del detective añade incertidumbre sobre el curso de  los acontecimientos y el desenlace de la intriga. La falta de conocimiento y  dominio del personaje provoca inquietudes (Amar Sánchez 65). Hay un crimen  irresuelto, pero en lugar del individuo investido de autoridad que lleva a feliz  término la investigación, el detective de la novela neopolicial puede estar  expuesto al fracaso. En el caso de nuestra novela, se encuentra también doblemente  distante del curso de los acontecimientos. No en balde el crítico Glen S. Close  se refiere al período “post-detective” en su artículo sobre el nuevo policial  latinoamericano, pues el personaje en cuestión ha dejado de jugar el papel  romántico del que descubre, a toda costa, la única, incontrovertible y  confortante verdad.      
       
         Cien  botellas nos  sitúa plenamente en el terreno de la novela policial posmoderna. Que parezca  otra cosa, es decir, simplemente una novela, se debe a su adecuación a esas  formas híbridas o intermedias que Todorov reseña en su ensayo sobre el policial.  Se debe también al humor y a la intención  lúdica que atraviesa los textos de Portela,(14) los cuales ayudan  a exponer, en tono jocoso,  los males de que adolece la sociedad cubana contemporánea. Críticos como Nara  Araújo y Abilio Estévez han comentado respectivamente sobre la intención de “erizar  y divertir” (56) o “divertir y hacer pensar” (13) que se halla en el centro de  la narrativa de Portela. Por ello, una frase de Umberto Eco le viene a pedir de  boca: “divertir no significa di-vertir, desviar de los problemas”. Portela ha  reconocido que le gusta “que los lectores se rían con lo que escrib[e], de ser  posible a carcajadas, y que de súbito peguen un brinco, vuelvan atrás y se  pregunten: ¿De qué coño me estoy riendo?” (López, “Entrevista” 56). Hay más de  un episodio en Cien botellasque bien pudiera provocar semejante  reacción. Es ésta la novela de Portela más explícitamente ligada a la vida  cotidiana en La Habana de fines de milenio.
 simplemente una novela, se debe a su adecuación a esas  formas híbridas o intermedias que Todorov reseña en su ensayo sobre el policial.  Se debe también al humor y a la intención  lúdica que atraviesa los textos de Portela,(14) los cuales ayudan  a exponer, en tono jocoso,  los males de que adolece la sociedad cubana contemporánea. Críticos como Nara  Araújo y Abilio Estévez han comentado respectivamente sobre la intención de “erizar  y divertir” (56) o “divertir y hacer pensar” (13) que se halla en el centro de  la narrativa de Portela. Por ello, una frase de Umberto Eco le viene a pedir de  boca: “divertir no significa di-vertir, desviar de los problemas”. Portela ha  reconocido que le gusta “que los lectores se rían con lo que escrib[e], de ser  posible a carcajadas, y que de súbito peguen un brinco, vuelvan atrás y se  pregunten: ¿De qué coño me estoy riendo?” (López, “Entrevista” 56). Hay más de  un episodio en Cien botellasque bien pudiera provocar semejante  reacción. Es ésta la novela de Portela más explícitamente ligada a la vida  cotidiana en La Habana de fines de milenio.   
       
         Uno de los aciertos de la escritora es haber decidido  narrar el argumento – y relatar los crímenes — a través de alguien que  aparentemente no entiende, como Adso de Melk, el narrador de Il nome della rosa(El nombre de la rosa),  de 1980, la popular novela de Eco. Para el escritor italiano, dicha estrategia enriqueció  mucho la novela, aunque la crítica la haya pasado por alto, como recuerda en Apostillas  a “El nombre de la rosa”: 
    
Al leer las críticas, observo que éste es uno de los aspectos de la novela que menos ha impresionado a los lectores cultos, o al menos diría que ninguno, o casi ninguno, lo ha puesto de relieve. Me pregunto, en cambio, si no habrá sido uno de los elementos que contribuyeron a que la novela resultase legible para los lectores corrientes. Se identificaron con la inocencia del narrador, y se sintieron justificados aunque a veces no lo entendieran todo. Los restituí a sus terrores ante el sexo, ante las lenguas desconocidas, ante las dificultades del pensamiento, ante los misterios de la vida política... (40).
 De igual manera, Zeta, la ingenua narradora de Cien botellas,expresa su perplejidad ante actitudes y reacciones que suceden a  su alrededor, preguntándose a veces el por qué de las cosas que no entiende,  sencillamente porque cuando uno se detiene a analizarlas, es difícil  entenderlas. Por ejemplo, Zeta hace una  observación “inocente” sobre el acceso a Internet del que disfruta Linda Roth: “No  estoy muy segura, pero creo que esto no es del todo legal. En Cuba, quiero  decir. Sólo se les permite a las instituciones estatales y a personas ‘autorizadas’  o algo por el estilo” (228). El punto de vista – y el tono – de la que hace  comentarios como el de la cita resaltan el absurdo, conminando al lector a percatarse  del sinsentido. Como se verá más abajo, la “inocencia” de Zeta pone asimismo de  relieve las divergentes actitudes generacionales dentro de Cuba, producto del  devenir histórico y, por extensión, la necesidad de un cambio de guardia. Las  reglas del juego han cambiado y Zeta se ocupará de hacerlo notar. Desde luego,  la ingenuidad de Zeta no es más que una pose de la cual la dota Portela, que le  permite expresar al personaje todo lo que le pasa por la cabeza, sin detenerse a  pensar en las ramificaciones de sus comentarios.
 
         De igual manera, Zeta, la ingenua narradora de Cien botellas,expresa su perplejidad ante actitudes y reacciones que suceden a  su alrededor, preguntándose a veces el por qué de las cosas que no entiende,  sencillamente porque cuando uno se detiene a analizarlas, es difícil  entenderlas. Por ejemplo, Zeta hace una  observación “inocente” sobre el acceso a Internet del que disfruta Linda Roth: “No  estoy muy segura, pero creo que esto no es del todo legal. En Cuba, quiero  decir. Sólo se les permite a las instituciones estatales y a personas ‘autorizadas’  o algo por el estilo” (228). El punto de vista – y el tono – de la que hace  comentarios como el de la cita resaltan el absurdo, conminando al lector a percatarse  del sinsentido. Como se verá más abajo, la “inocencia” de Zeta pone asimismo de  relieve las divergentes actitudes generacionales dentro de Cuba, producto del  devenir histórico y, por extensión, la necesidad de un cambio de guardia. Las  reglas del juego han cambiado y Zeta se ocupará de hacerlo notar. Desde luego,  la ingenuidad de Zeta no es más que una pose de la cual la dota Portela, que le  permite expresar al personaje todo lo que le pasa por la cabeza, sin detenerse a  pensar en las ramificaciones de sus comentarios. 
       
         De  acuerdo con Françoise Moulin Civil, la novela adopta la forma de una búsqueda  policial y de una reconstrucción de los acontecimientos gracias a Zeta, quien  aprovecha la indagación para presentar su versión de los hechos y escribir el  relato escamoteado por la historia oficial interna: “Cien botellas… serait donc  d’abord le récit de sa vie à La Havane, monté comme un témoignage.  Or, il est tout autant le récit, à la  manière d’une enquête et d’une reconstitution policières, de la mort violente  de Moisés …, prétexte pour Zeta d’imposer sa version des faits, d’écrire et de  réécrire l’histoire cachée derrière l’histoire officielle” (189-190).  Aunque el texto le atribuye el relato a  Linda Roth en dos ocasiones, la autora parece ser Zeta, como asegura Moulin  Civil. La referencia a la autoría de Roth de Cien botellas en una pareda  la que hemos aludido al principio del ensayo sirve para acentuar lúdicamente el  juego de espejos dentro de la ficción e incluso la porosidad del linde con la  realidad, puesto que Roth y Portela comparten la misma profesión y el mismo  onomástico – el 19 de diciembre. Hay  zonas de contacto o de superposición entre los varios planos. La narradora se  encarga de demostrar hacia el final de la novela que el estilo de Roth es  diferente del suyo, por lo que hay que descartar la posibilidad de que  presuntamente ésta última haya escrito el texto. De lo que no cabe duda es que  Zeta, aprendiz de escritora y, como tal, dada a veces a la imprecisión (nótese  la muletilla “o algo por el estilo” en la que se apoya con frecuencia), narra en primera persona la  novela de Portela, inclusive los fragmentos intercalados de las novelas de  Linda Roth, una escritora profesional.  
       
         A través  de la perspectiva de este personaje, Portela se adentrará en la capital de la  Cuba dura de los años noventa, aprovechando el noir para narrar al mismo tiempo aspectos singulares de la ciudad,  estratagema que han utilizado otros escritores del neopolicial. Así, refiriéndose al género, el  mexicano Juan Hernández Luna ha expresado: “[I]t is a genre in which an initial  crime or a crooked situation allows for narration of an entire social context,  a city, regardless of whether you resolve the crime or not. To hell with  detectives and investigation. Crime is only a pretext for  narrating cities” (149).(15) Como  veremos, Cien botellas se aproxima aLa Habana como “la capital del desastre”  (170), poniendo en la mira una serie de lugares que han sido omitidos en las  guías turísticas de la gran ciudad. 
       
         Es en medio de la urbe que se desarrolla la trama que,  aunque no expuesta de forma cronológica, se extiende poco más de una década, a  partir de mediados de los ochenta, con una breve incursión en los años setenta,  una época peculiar, “un momento de ilusiones” (32), cuando se conocieron los  padres de Zeta, un camagüeyano homosexual y una parisina existencialista, quien  murió dando a luz a la protagonista de nuestra novela. Desde un presente muy  distinto, Zeta, ahora embarazada y sin empleo, vuelve sobre los sucesos.  Todavía vive en una cuartería o un solar, la Esquina del Martillo Alegre,  denominado así porque los cuartos donde habitan los inquilinos están  continuamente subdividiéndose para dar cabida a nuevos recién llegados, muchos  de ellos de la región oriental de la Isla, los llamados “palestinos”. Como  muchas casonas del barrio de El Vedado que han sufrido metamorfosis, el solar  fue otrora la mansión de un oligarca que la abandonó al salir de Cuba y luego  una casa de hospedaje para individuos vinculados al Instituto Cubano de Artes e  Industrias Cinematográficas (ICAIC). La Esquina del Martillo Alegre será la  escena del crimen, una defenestración, que ocurre al final de la novela, hecho  que no debe de tomar de sorpresa al lector atento, pues hay suficientes  indicios sembrados a lo largo del texto.
 de una década, a  partir de mediados de los ochenta, con una breve incursión en los años setenta,  una época peculiar, “un momento de ilusiones” (32), cuando se conocieron los  padres de Zeta, un camagüeyano homosexual y una parisina existencialista, quien  murió dando a luz a la protagonista de nuestra novela. Desde un presente muy  distinto, Zeta, ahora embarazada y sin empleo, vuelve sobre los sucesos.  Todavía vive en una cuartería o un solar, la Esquina del Martillo Alegre,  denominado así porque los cuartos donde habitan los inquilinos están  continuamente subdividiéndose para dar cabida a nuevos recién llegados, muchos  de ellos de la región oriental de la Isla, los llamados “palestinos”. Como  muchas casonas del barrio de El Vedado que han sufrido metamorfosis, el solar  fue otrora la mansión de un oligarca que la abandonó al salir de Cuba y luego  una casa de hospedaje para individuos vinculados al Instituto Cubano de Artes e  Industrias Cinematográficas (ICAIC). La Esquina del Martillo Alegre será la  escena del crimen, una defenestración, que ocurre al final de la novela, hecho  que no debe de tomar de sorpresa al lector atento, pues hay suficientes  indicios sembrados a lo largo del texto.  
       
         Otros personajes importantes son Moisés, Linda Roth y  Alix “Ostión”. Moisés, el amante misántropo de Zeta, a quien le dobla la edad,  es un antiguo magistrado del Tribunal Supremo de la República, un hombre medio  enloquecido y con la violencia a flor de piel que abusa de la muchacha,  cayéndole encima a golpes, cintazos, mordidas, pellizcos, arañazos y  empujones.  Zeta, impasible y tolerante,  parece disfrutar del abuso y sigue amando a su pareja. Linda Roth, una  escritora judía cuyos padres y hermano se van de la Isla, profesa el feminismo  a ultranza y odia a Moisés por su maltrato hacia Zeta. Linda se desenvuelve en  un círculo de amistades lesbianas, como Alix, con quien entabla una relación  amorosa. No obstante su carácter taciturno y retraído, Alix será lo  suficientemente audaz como para intervenir entre Zeta y Moisés con el propósito  de proteger a esa muchacha encinta que la ha tratado con bondad.   
       
         La relación abusiva entre Zeta y Moisés es el foco de la  novela, y el suspenso sobre su resolución se mantiene hasta el capítulo final.  El elemento de suspenso, crucial en la novela de crimen, se alarga en el texto  gracias a peripecias – otros núcleos narrativos – que ofrecen una visión  a-utópica de la actualidad cubana. Afirma Glen S. Close que la novela policial  en la etapa del “post-detective”, es decir, cuando el detective ya no juega el  papel heroico que le habían asignado antaño, lo cual acaece en el texto de  Portela, se caracteriza por su evocación de ambientes urbanos marginales, por  su representación franca de la violencia, y por su enfoque social darwiniano y  a veces antiutópico (154). Examinemos una por una las tres características, tal  como se comprueban en Cien botellas. 
       
         Los ambientes en que se desenvuelven los personajes aludidos  son propicios para explorar el submundo de La Habana,  sitios marginados donde  se revierten las convenciones sociales o, como se les califica en la novela, “islotes  dentro de la isla” (198). No sólo se cuestionan allí las normas convencionales de  conducta, sino que son espacios niveladores, como el solar, la casa de la Gofia  y la beca universitaria, en los cuales florece la mezcla de lenguajes,  discursos, registros y códigos que Amar Sánchez ha identificado en la novela policial  posmoderna –aunque no sea ésta una característica exclusiva del género  policial.(16)   Efectivamente, en esos lugares del desorden, el “despelote” (de acuerdo  con Zeta) o la “posmodernidad” (en opinión de Linda), se reúnen personajes de  las más variadas estirpes, cada uno acarreando su idiosincrasia. En la Esquina  del Martillo Alegre, por ejemplo, es la sirvienta negra del oligarca, ya  entrada en años, quien se ocupa de hacer de Zeta un “ser civilizado”, según  ella enseñándole a cepillarse los dientes y a no robar durofríos. Zeta, sin  embargo, luego se dedicará, pese a su título universitario, a sobrevivir por  medios ilícitos. Es también allí donde se lleva a cabo una batalla campal entre  la música de cornetín de Poliéster, hijo de una afrocubana y un soviético, y la  de Mozart y de Schönberg propugnadas por Zeta y Linda, batalla que éstas  pierden, por lo menos momentáneamente; y es asimismo allí donde se filtran por  doquier los acordes de la música popular cubana de hoy, de una sonora presencia  de principio a fin. Las innumerables referencias a conjuntos, intérpretes,  compositores, ritmos y temas de la música popular son imposibles de ignorar.  Como se lee en la novela, “El Vedado estaba repleto de ciudadelas y se veía  cualquier cosa, desde la hija del latifundista… hasta el bandolero… Era ya la  mescolanza, el ajiaco, el carnaval” (61).
sitios marginados donde  se revierten las convenciones sociales o, como se les califica en la novela, “islotes  dentro de la isla” (198). No sólo se cuestionan allí las normas convencionales de  conducta, sino que son espacios niveladores, como el solar, la casa de la Gofia  y la beca universitaria, en los cuales florece la mezcla de lenguajes,  discursos, registros y códigos que Amar Sánchez ha identificado en la novela policial  posmoderna –aunque no sea ésta una característica exclusiva del género  policial.(16)   Efectivamente, en esos lugares del desorden, el “despelote” (de acuerdo  con Zeta) o la “posmodernidad” (en opinión de Linda), se reúnen personajes de  las más variadas estirpes, cada uno acarreando su idiosincrasia. En la Esquina  del Martillo Alegre, por ejemplo, es la sirvienta negra del oligarca, ya  entrada en años, quien se ocupa de hacer de Zeta un “ser civilizado”, según  ella enseñándole a cepillarse los dientes y a no robar durofríos. Zeta, sin  embargo, luego se dedicará, pese a su título universitario, a sobrevivir por  medios ilícitos. Es también allí donde se lleva a cabo una batalla campal entre  la música de cornetín de Poliéster, hijo de una afrocubana y un soviético, y la  de Mozart y de Schönberg propugnadas por Zeta y Linda, batalla que éstas  pierden, por lo menos momentáneamente; y es asimismo allí donde se filtran por  doquier los acordes de la música popular cubana de hoy, de una sonora presencia  de principio a fin. Las innumerables referencias a conjuntos, intérpretes,  compositores, ritmos y temas de la música popular son imposibles de ignorar.  Como se lee en la novela, “El Vedado estaba repleto de ciudadelas y se veía  cualquier cosa, desde la hija del latifundista… hasta el bandolero… Era ya la  mescolanza, el ajiaco, el carnaval” (61).  
       
         Conviven de igual forma en estos espacios el habla de los  jóvenes y un lenguaje robustamente popular salpicado de palabras soeces,  ordinarias, de toda laya, que al parecer se ha insertado con vitalidad en el  dialecto cubano y, por otra parte, el registro culto, cuidado, de Linda Roth y  las frases en latín de Moisés, el ex magistrado, las cuales Zeta se encarga de  traducir solícitamente en notas al pie de página. Están también los vocablos y  giros en inglés, francés y ruso que sobrepasan la insularidad, como sugiere  Emilia Yulzarí en su artículo sobre la novela.   Es el habla popular y vernácula, empero, la que se lleva la palma. Su  creatividad se contrapone implícitamente al discurso anquilosado de los medios oficiales  cubanos a la vez que, al ser un lenguaje diferente de la norma, acentúa la existencia  de una diversidad vibrante dentro de la nación. Por ende, pone en tela de  juicio, de forma simbólica, el mito de una identidad nacional tersa y homogénea,  sin resquicios, capaz de plasmarse en un discurso único.(17) Se  trata, además, de un signo de rebeldía e inconformidad que pareciera llevar  irónicamente, hasta el extremo, la aspiración revolucionaria a borrar de la  lengua y del comportamiento civil cualquier lastre “pequeñoburgués”. Es  probable que el uso del lenguaje popular y hasta del escatológico en novelas  cubanas recientes forme parte de la batalla histórica en torno a la insigne  intersección entre lenguaje y poder. Aunque no se refiere al aspecto  lingüístico, una crítica aguda como Nara Araújo observa que “la apelación a lo obsceno, a lo  abyecto y al deshecho, tópicos de la narrativa cubana más reciente, bien  pudiera insertarse en una etapa de crisis de lo político, y de exacerbación de  lo individual” (“Escenarios del cuerpo”, 77-78). No hay que desdeñar tampoco  que en la elaboración novelística del lenguaje callejero incidan coyunturas de  índole material relacionadas con las expectativas del mercado.(18) De cualquier modo, habría que añadir como otro componente de la ambientación  acústica los gruñidos, el cacareo y los berridos que aportan los cerdos,  gallinas y chivos que crían los inquilinos del solar, por necesidad, para su  propio sustento, a los que se suman los ladridos de los perros. Todos los  ingredientes mezclados crean una gran tensión que desemboca en la confrontación  armada entre Linda Roth y una inquilina de la cuartería.  
       
         Mientras tanto, en el apartamento de la Gofia en Centro  Habana, las jóvenes lesbianas se reúnen a festejar con música, ron y cocaína  hasta que los vecinos no aguantan más. Allí “se había abierto un espacio  permisivo. Un sitio donde expresar con entera libertad sentimientos y deseos  que muy a menudo se ocultaban o se reprimían. Un lugar donde conocerse unas a otras y tal vez pescar una pareja” (198). Y en la beca del Vedado, lugar de  residencia de los estudiantes de la Universidad de La Habana que proceden de  otras provincias, irrumpe la contracultura o “los tatuajes, los aros en la  nariz y en otros sitios, los colores psicodélicos, los pelos que más bien  parecían plumas, a la moda del último de los mohicanos. Irrumpió la marihuana,  no sólo el consumo, las volutas de humo dulzón que ayudan a encontrar la gracia  de los chistes malos, sino también el trapicheo. Irrumpieron el jineterismo al  descaro y, según rumores, las drogas duras” (248). Finalmente, irrumpe la  violencia: un incidente los obliga a enfrentar la ira de los vecinos del  barrio.(19)
 otras y tal vez pescar una pareja” (198). Y en la beca del Vedado, lugar de  residencia de los estudiantes de la Universidad de La Habana que proceden de  otras provincias, irrumpe la contracultura o “los tatuajes, los aros en la  nariz y en otros sitios, los colores psicodélicos, los pelos que más bien  parecían plumas, a la moda del último de los mohicanos. Irrumpió la marihuana,  no sólo el consumo, las volutas de humo dulzón que ayudan a encontrar la gracia  de los chistes malos, sino también el trapicheo. Irrumpieron el jineterismo al  descaro y, según rumores, las drogas duras” (248). Finalmente, irrumpe la  violencia: un incidente los obliga a enfrentar la ira de los vecinos del  barrio.(19)  
       
         Por los tres lugares anteriores transitan personajes  diferenciados que podría decirse que anuncian, por medio de su pujante  representación, un nuevo tipo de sujeto social.(20) Jacqueline Loss observa que la novela presenta, a  través del lente capitalino, una evidente diversidad: “a Havana that is varied  in ways that elude the somewhat antiquated and nationalistic code of  syncretism” (254). Son dichos  espacios, caracterizados por la heterotopía o la otredad, poblados de  individuos dedicados al trapicheo y a actividades ilegales a fuerza de las  circunstancias causadas por la crisis tras la disolución del campo socialista,  los que reciben la atención narrativa. Como para subrayar que la novela ha sido  tomada por asalto por y desde los márgenes, hay gente que por estar excluida de  esos espacios de la no utopía, como la policía y los miembros de comités de  defensa, queda desplazada del foco de atención, aunque merodee por los  alrededores, posiblemente porque, como observa Esther Whitfield, la  marginalidad depende de algún “centro” para obtener su definición mejor (72).        
       
         Aparte de la evocación de ambientes urbanos periféricos,  Close afirma, en segundo lugar, que la novela policial en la era del “post-detective”  se distingue por su representación franca de la violencia, a la cual ya hemos  aludido en lo referido a la relación entre Zeta y Moisés, y al ambiente desafiante  de la Esquina del Martillo Alegre. La ficción dentro de la ficción creada en la  novela, es decir, Nocturno Sebastián,  de Linda Roth, da fe de una violencia aun más reveladora y pertinente al género  negro. La segunda novela de Roth se inspira en la “realidad” del apartamento de  la Gofia en Centro Habana para urdir, a partir de ahí, una historia de celos y  homofobia que culmina con el asesinato del hijo gay de un general de brigada. El muchacho, marcado por su  apariencia y su conducta, muere por asfixia después de un coito anal. Pero la  violencia anida no sólo en la agresión física, sino en el desprecio y las  humillaciones que debe sufrir el hijo del brigadier de parte de éste, el padre,  quien luego de inscribirlo en el ejército, inútilmente, con el propósito de  reformarlo, lo obliga a casarse con una joven enamorada de él, proveniente del  círculo de amigos de Linda Roth. El brigadier pretende disimular la verdadera  inclinación del hijo. Al censurar la creación de las UMAP (Unidades Militares  de Ayuda a la Producción), campos de trabajo forzado establecidos de 1965 a  1968 para homosexuales y otros ciudadanos “de segunda clase” con el objetivo de  “rehabilitarlos”, Ambrosio Fornet señala que la idea “se emparentaba a todas  luces con la visión machista de aquellos padres burgueses que mandaban a sus  hijos más díscolos o timoratos a escuelas militares para que se hicieran hombres”. El texto de Portela condena la  perpetuación de similares actitudes prejuiciadas en una sociedad que, aunque ha  alcanzado alguna tolerancia, todavía le queda, parece, mucho que superar. También  desenmascara el acceso a ciertos privilegios de los que disfruta el brigadier,  los cuales no están al alcance del resto de la población.    
       Una suerte de violencia gratuita se ejerce también sobre  el informe del crimen en sí, el cual se altera para eliminar cualquier referencia  a los pormenores obscenos y vergonzosos, según el brigadier, incluidos en dicho  documento. Y finalmente, opera asimismo en los obstáculos que le ponen en el  camino al Tte. Leví, el detective encargado del caso, para que lo resuelva. El  Tte. Leví identifica al asesino, pero no lo atrapa, pues el caso es archivado  debido a las trabas que pone el brigadier para que se investigue a fondo el  siniestro asunto. El encargado de las pesquisas es un ejemplo de los detectives  derrotados mencionados por la crítica o, como coteja la narradora, “la viva  estampa del fracaso” (166). Hubo un tiempo, en los primeros relatos de Roth, en  que gozaba de éxito, pero de acuerdo con la escritora, era en los tiempos en  que “ella aún imitaba a Raymond Chandler. Cuando leía The Simple Art of Murder como  si fuera la Biblia y tenía fe en que las palabras no sólo eran útiles para el  engaño” (166). Sin embargo, en el presente de Nocturno Sebastián aparece  un Tte. Leví ya cambiado, consciente de su incapacidad para agarrar al culpable  y hacerle pagar su fechoría. Se siente impotente ante fuerzas mucho mayores que  él, determinadas a distorsionar la evidencia y a que los crímenes queden  impunes con tal de no dar su brazo a torcer. Por lo tanto, de vez en cuando el  investigador “se pregunta qué coño hace todavía en La Habana, por qué insiste  en su guerra contra lo que semeja un monstruo de mil cabezas, que se la arranca  una y enseguida le crecen dos mientras chorrea la sangre verdosa y fétida, qué  asco” (166).
 
         Una suerte de violencia gratuita se ejerce también sobre  el informe del crimen en sí, el cual se altera para eliminar cualquier referencia  a los pormenores obscenos y vergonzosos, según el brigadier, incluidos en dicho  documento. Y finalmente, opera asimismo en los obstáculos que le ponen en el  camino al Tte. Leví, el detective encargado del caso, para que lo resuelva. El  Tte. Leví identifica al asesino, pero no lo atrapa, pues el caso es archivado  debido a las trabas que pone el brigadier para que se investigue a fondo el  siniestro asunto. El encargado de las pesquisas es un ejemplo de los detectives  derrotados mencionados por la crítica o, como coteja la narradora, “la viva  estampa del fracaso” (166). Hubo un tiempo, en los primeros relatos de Roth, en  que gozaba de éxito, pero de acuerdo con la escritora, era en los tiempos en  que “ella aún imitaba a Raymond Chandler. Cuando leía The Simple Art of Murder como  si fuera la Biblia y tenía fe en que las palabras no sólo eran útiles para el  engaño” (166). Sin embargo, en el presente de Nocturno Sebastián aparece  un Tte. Leví ya cambiado, consciente de su incapacidad para agarrar al culpable  y hacerle pagar su fechoría. Se siente impotente ante fuerzas mucho mayores que  él, determinadas a distorsionar la evidencia y a que los crímenes queden  impunes con tal de no dar su brazo a torcer. Por lo tanto, de vez en cuando el  investigador “se pregunta qué coño hace todavía en La Habana, por qué insiste  en su guerra contra lo que semeja un monstruo de mil cabezas, que se la arranca  una y enseguida le crecen dos mientras chorrea la sangre verdosa y fétida, qué  asco” (166).   
       
         Paralelamente, el doble homicidio que tiene lugar al  final de la novela – el de Moisés y Poliéster — suscita dos versiones. La  primera es la que acepta la policía sin chistar, la cual “pudiera llamarse,  como el filme argentino, La historia  oficial. La única aceptada, la  menos horripilante, la visible” (265). Y también la más fácil y conveniente: “En cuanto a la policía...  bueno, desde el primer momento se conformaron mal que bien con la hipótesis de dos muertes accidentales, quizás  porque les hubiera quedado muy difícil probar lo contrario y no anhelaban  meterse en camisa de once varas” (259). La segunda es la versión de Zeta, la cual conforma “la otra historia, la subterránea, la que se oculta bajo la oficial.  La que no me creen” (266). Zeta sabe, en su fuero interno, lo sucedido: “En aquel instante no  logré precisar el origen de la información, del dato escondido entre los  vapores de la borrachera de la víspera, pero allá lejos, en el fondo de mi  conciencia, yo sabía que la ventana estaba abierta. Que había  truco, maraña, juego de manos y, tras la cortina, sólo aire” (263). Pero ella  sólo intuye, sin evidencia concreta, el papel que juega Alix en la muerte de  Moisés. Al leer una de las  novelas de Linda Roth que tiene como personaje al Tte. Leví, Zeta se había  preguntado si acaso “podía ocurrir, en la  realidad, o sea, en La Habana finisecular, un asesinato así de atroz y  quedar impune” (172).  Páginas después se  convence de que “en efecto, un crimen como el que se relata en El año próximo en Jerusalén, u otro aún  peor, perfectamente podía ocurrir en La Habana de fines de milenio y, arriba,  quedar impune” (184). Si acaso le quedaba alguna duda, el final de la historia,  en el relato principal, no hace sino confirmar su sospecha.  
       
         Es evidente que la discordia entre lo que se dice oficialmente  y lo que sucede en la vida cotidiana forma parte del marco contestatario que  maneja Portela; alusiones a la misma se encuentran en otros textos suyos como,  por ejemplo, “Huracán”, cuento incluido en El  viejo, el asesino, yo y otros cuentos. Para Braham, los héroes del  neopolicial no sólo cubano, sino también mexicano,(21) andan tras la búsqueda de una verdad elusiva que se esconde detrás de las  mentiras oficiales, los crímenes ideológicos y la hipocresía institucionalizada  (13). El asunto conduce al tercer elemento del neopolicial señalado por Close,  es decir, una visión social cáustica, la cual coincide, a grandes rasgos, con  lo observado por otros críticos ya mencionados que han puesto el dedo en la  llaga al referirse a la extendida politización de la novela policial.  Por todo lo dicho hasta ahora, salta a la  vista la intención acerbamente crítica de la autora.
 cuento incluido en El  viejo, el asesino, yo y otros cuentos. Para Braham, los héroes del  neopolicial no sólo cubano, sino también mexicano,(21) andan tras la búsqueda de una verdad elusiva que se esconde detrás de las  mentiras oficiales, los crímenes ideológicos y la hipocresía institucionalizada  (13). El asunto conduce al tercer elemento del neopolicial señalado por Close,  es decir, una visión social cáustica, la cual coincide, a grandes rasgos, con  lo observado por otros críticos ya mencionados que han puesto el dedo en la  llaga al referirse a la extendida politización de la novela policial.  Por todo lo dicho hasta ahora, salta a la  vista la intención acerbamente crítica de la autora.  
       
         Aparte de desconfiar, como otros exponentes del  neopolicial, del cumplimiento de la justicia, uno de sus dardos se dirige hacia  el abismo existente entre las generaciones como resultado de un mundo  profundamente transformado a partir de uno de esos fascinantes momentos en la  historia en que las fronteras geopolíticas hubieron de re-imaginarse. Así como  en “El viejo, el asesino y yo”, cuento en el cual la caída del muro de Berlín  crea una distancia insalvable entre el viejo escritor y la joven narradora,  cada uno arraigado en una cartografía correspondiente a su época, en nuestra  novela hay notables diferencias entre las generaciones y específicamente entre  Zeta y Moisés. En este sentido, Zeta, pues, confesará su asombro ante la  obsesión de Moisés, mucho mayor que su amante, por unos “ellos” que le han  hecho perder el juicio. Con tal pronombre personal, Moisés se refiere a un  conjunto no identificado de individuos que tratan por todos los medios de hacer  pensar a los demás de cierta manera. No hay nada ni nadie que le crispe tanto los  nervios a Moisés como “ellos”, por lo que hay varios parlamentos en la novela  dedicados a dichos buscadores de prosélitos. De hecho, así empieza la novela: 
    
Si algo lo irritaba sobremanera, si algo lo predisponía a la violencia y el homicidio, era que se intentara hacerle creer cosas.¡Ah! Su entorno se teñía entonces de rojo, rojo fuego, rojo hierro, llamaradas vibrantes y Moisés en el centro, enloquecido con cuernos y cola, una sierpe, un basilisco, un dragón, el diablo en el infierno… Sabía que todos aquellos bellacos, miserables, imbéciles, fucking bastards, jamás conseguirían hacerle tragar ni el más diminuto de sus embelecos (1).
 
         Moisés sabía, además, “que ni ellos mismos, los canallas  predicadores, se creían una jota de sus embustes. Qué iban a creer. Porque la  gente convencida – aseguraba entre alaridos y puñetazos encima de la mesa –, la  gente verdaderamente convencida,  nunca trata de convencer a nadie.  No les  hace ninguna falta el consenso. No se las dan de apóstoles…” (2). Y más  adelante, “[ellos], los malditos hipócritas, se regodeaban en su espuria  inmortalidad.  No porque creyeran en la  reencarnación ni en la trascendencia ni en nada. Ellos no creían ni en la puta  que los había parido. Qué iban a creer. Se limitaban a cerrar sus ojuelos  cínicos para no ver el desastre que se les venía encima…” (129). De manera  sugerente, la crítica a través de Moisés se concentra en el desfase entre el  discurso público y la vida cotidiana, en la conformidad requerida y la  confluencia de pareceres que suele exigir el medio social bajo cualquier  revolución, y, por último, en la prolongación de un estado de cosas ya insostenible.  
       
         El sentido de la existencia de Moisés “se cifraba en  impedir que [ellos] trataran de engañarlo, en atraparlos con las manos  en la  masa [y] arrancarles sus cochinas máscaras” (18).  Pero entre Zeta y Moisés hay toda una brecha.  Zeta confiesa cuán ajena es a la obsesión de su amante: “A decir verdad, yo no  tenía la más remota idea acerca de quiénes podrían ser ‘ellos’.  Sólo se me ocurrió que, en una situación tan  desesperada, quizás lo mejor fuera mantenerse al margen. No hacer caso.  Laissez-faire, laissez-passer” (3). Zeta da a entender que Moisés podrá estar  atrapado en un conflicto que establece dos bandos opuestos, ellos y nosotros, o  ellos y yo, pero que el disenso no la concierne a ella (López, “Hogar, ¿dulce  hogar?” 88). Para la joven, los términos del debate son diferentes. El mundo de  Zeta ya no se define por la exhortación a la unidad nacional, cultural e  ideológica, que genera polarización, sino por la marcada individualidad, la  diversidad de criterios y la heterogeneidad – tendencias e intereses que cobran  fuerza en la etapa postsoviética. En efecto, la primera vez que Zeta ve a  Moisés, intuye que “provenía de otro ámbito”, y aunque nunca logra averiguar  con exactitud las razones de sus trastornos, imagina que su historia está “en  relación con el ocaso de un mundo y la caída de los dioses” (126), es decir, en  relación con el colapso de la utopía. En contraste con el desenlace de “El  viejo, el asesino y yo”, en el que la joven es la que sucumbe, en la novela es  Moisés el que pierde la vida, víctima del homicidio, aunque causando a su vez la  muerte del pobre Poliéster, por azar. Pero la joven sobrevive, liberándose de  los abusos y apostando, con la criatura que lleva en sus entrañas, al futuro.
en la  masa [y] arrancarles sus cochinas máscaras” (18).  Pero entre Zeta y Moisés hay toda una brecha.  Zeta confiesa cuán ajena es a la obsesión de su amante: “A decir verdad, yo no  tenía la más remota idea acerca de quiénes podrían ser ‘ellos’.  Sólo se me ocurrió que, en una situación tan  desesperada, quizás lo mejor fuera mantenerse al margen. No hacer caso.  Laissez-faire, laissez-passer” (3). Zeta da a entender que Moisés podrá estar  atrapado en un conflicto que establece dos bandos opuestos, ellos y nosotros, o  ellos y yo, pero que el disenso no la concierne a ella (López, “Hogar, ¿dulce  hogar?” 88). Para la joven, los términos del debate son diferentes. El mundo de  Zeta ya no se define por la exhortación a la unidad nacional, cultural e  ideológica, que genera polarización, sino por la marcada individualidad, la  diversidad de criterios y la heterogeneidad – tendencias e intereses que cobran  fuerza en la etapa postsoviética. En efecto, la primera vez que Zeta ve a  Moisés, intuye que “provenía de otro ámbito”, y aunque nunca logra averiguar  con exactitud las razones de sus trastornos, imagina que su historia está “en  relación con el ocaso de un mundo y la caída de los dioses” (126), es decir, en  relación con el colapso de la utopía. En contraste con el desenlace de “El  viejo, el asesino y yo”, en el que la joven es la que sucumbe, en la novela es  Moisés el que pierde la vida, víctima del homicidio, aunque causando a su vez la  muerte del pobre Poliéster, por azar. Pero la joven sobrevive, liberándose de  los abusos y apostando, con la criatura que lleva en sus entrañas, al futuro.    
       
         El anterior es sólo un ejemplo de las preocupaciones que  en torno a la política cubana salen a la superficie en la novela Cien botella, cuyo título mismo podría  referirse al conjuro invocado para evitar tanto males personales como  nacionales. Entre éstos se destacan el arraigado racismo en un medio que ha  promovido oficialmente la igualdad racial; la prostitución o el jineterismo; la  vigilancia; la extendida corrupción; la falta de moral o la doble moral; y la  discriminación hacia el “otro”. Como es fácil apreciar, estamos en las  antípodas de la novela policial cubana de los años setenta que se regocijaba  con la derrota del “antisocial”. La novela neopolicial posmoderna, incluida la  cubana, asevera que no siempre habrá castigo. En la novela de Portela, el  culpable inmediato de los homicidios no sufre el peso de la justicia, sino que  logra escapar. Tampoco, el o los responsables de la paranoia y la misantropía  de Moisés. Por consiguiente, la causa del abuso y los crímenes queda sin  sancionar. Una cita diáfana de Leonardo Padura pareciera describir lo que se encuentra  en el meollo de novelas como ésta. Al referirse a las corrientes actuales del  relato negro, señala que aquello que lo tipifica es “la existencia de un crimen  que, como lo demuestra la realidad misma, no tiene por qué ser intrincado y  cerebral para generar el propósito último de esta literatura: la sensación de  incertidumbre, la evidencia de que vivimos en un mundo cada vez más violento,  [y] la
 el jineterismo; la  vigilancia; la extendida corrupción; la falta de moral o la doble moral; y la  discriminación hacia el “otro”. Como es fácil apreciar, estamos en las  antípodas de la novela policial cubana de los años setenta que se regocijaba  con la derrota del “antisocial”. La novela neopolicial posmoderna, incluida la  cubana, asevera que no siempre habrá castigo. En la novela de Portela, el  culpable inmediato de los homicidios no sufre el peso de la justicia, sino que  logra escapar. Tampoco, el o los responsables de la paranoia y la misantropía  de Moisés. Por consiguiente, la causa del abuso y los crímenes queda sin  sancionar. Una cita diáfana de Leonardo Padura pareciera describir lo que se encuentra  en el meollo de novelas como ésta. Al referirse a las corrientes actuales del  relato negro, señala que aquello que lo tipifica es “la existencia de un crimen  que, como lo demuestra la realidad misma, no tiene por qué ser intrincado y  cerebral para generar el propósito último de esta literatura: la sensación de  incertidumbre, la evidencia de que vivimos en un mundo cada vez más violento,  [y] la  convicción de que la justicia es un concepto moral y legal que no  siempre está presente en la realidad de la vida” (“Miedo y violencia” 11).
convicción de que la justicia es un concepto moral y legal que no  siempre está presente en la realidad de la vida” (“Miedo y violencia” 11).  
       
         Más allá de lo que plantea el escritor cubano, Umberto  Eco elucubra sobre la metafísica de la novela negra y llega a la conclusión de  que “en el fondo, la pregunta fundamental de la filosofía (igual que la del  psicoanálisis) coincide con la de la novela policíaca: ¿quién es el culpable?”  (59). Y tal vez porque no sabemos muy bien cuándo ni dónde se origina la culpa,  Eco sugiere que el relato constituye “una historia de conjetura” (59). No  obstante la atractiva propuesta del escritor italiano, que nos llevaría por  quién sabe qué derroteros tratando de señalar con el dedo a otros culpables, por  el momento Ena Lucía Portela encuentra respuestas menos metafísicas a dicha interrogante,  echando una mirada a su alrededor y anclando su historia en La Habana de fin de  siglo. Para articular una respuesta escoge la ficción, ya que, en palabras de  Linda Roth, esa escritora profesional o “sublime embustera” (72, 73, 174, 260):
    
Si una cuenta estas cosas en forma de crónica, reportaje o algo así, mucha gente no lo cree. Dicen que son exageraciones, que La Habana es una ciudad aburridísima donde nunca pasa nada. Capaz que hasta algún hijoeputa te acuse de hacer propaganda política a favor del enemigo y ya tú sabes, el rollo, la jodienda estúpida… Por eso las novelas. Se cuenta algo cierto como si fuera falso, se reorganizan los datos, se inventa un poquitín… y ya. Todo el mundo se traga la papa (185).
 
         Así, pues, Portela se dedica a contar “lo que  tal vez no fue, pero pudo haber sido” (260).   Inspirada en un caso real, o quizás no, y haciendo gala de una crítica  sin cortapisas, la escritora expone las aristas más estremecedoras y sombrías,  por no decir negras, de la imponente realidad cubana de los noventa, sacándole  partido a un género idóneo para cumplir su cometido. 
    
Notas
 1. El presente trabajo es una versión  revisada del prólogo a la edición crítica de Cien botellas en una pared, publicada por Stockcero en el verano de  2010.
      2. La primera edición de la novela  apareció bajo el sello de Random House/Mondadori en 2002, a la que le siguió la  edición cubana un año después. La obra ha sido traducida a ocho idiomas: al  inglés, al francés, al portugués, al neerlandés, al polaco, al italiano, al  griego y al turco.
      3. Para un resumen de la narrativa  policíaca cubana antes de 1959 véase el cuarto capítulo, titulado “Bad Black  Men and Comical Chinese: The Cuban Detective Narrative 1915-1959”, del libro de  Stephen Wilkinson. 
      4. La AIEP fue fundada en La Habana en  1986 por Paco Ignacio Taibo II y Iulian Semionov, entre otros. Otorga, en  varios idiomas, el premio Dashiell Hammett, al que hace referencia Portela en  relación con Linda Roth. Hay sucursales de la Asociación en Latinoamérica,  Europa y Norteamérica, donde se conoce por el nombre de International  Association of Crime Writers. 
      5. Para Ernest Mandel, el género jugó un  papel implícitamente “moralizante y conservador” en la sociedad decimonónica en  el sentido de que la criminalización de los ataques a la propiedad privada que  se manifiesta en algunas obras apuntaló el principio burgués de la  inviolabilidad de la propiedad individual, sirviéndole de apoyo ideológico. Ver  Mandel 9.
      6. La convocatoria al concurso de 1972  reza así: “El concurso está dirigido al desarrollo de este género en nuestro país,  por lo que las obras que se presenten serán de temática policial y tendrán un  carácter didáctico, sirviendo asimismo como estímulo a la prevención y la  vigilancia de todas las actividades antisociales y contra el poder del pueblo”.  En Enrique Sacerio-Garí, “Detectives North  and South”. Proceedings of the Xth  Congress of the International Comparative Literature Association. New York: Garland,  1985. Citado por Braham 29. 
      7. Ver Lourdes Casal, ed. El caso Padilla: Literatura y revolución en  Cuba (Miami: Ediciones Universal, 1971). El libro reúne artículos, cartas,  entrevistas y otros documentos sobre el controvertido caso de Padilla y la  política cultural cubana.
      8. Véase “Discurso pronunciado por el  Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido  Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en la clausura  del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, efectuado en el Teatro de  la CTC, el 30 de abril de 1971”. La siguiente frase extraída del texto ilustra  la tónica del discurso: “Para nosotros, un pueblo revolucionario en un proceso  revolucionario, valoramos las creaciones culturales y artísticas en función de  la utilidad para el pueblo, en función de lo que aporten al hombre, en función  de lo que aporten a la reivindicación del hombre, a la liberación del hombre, a  la felicidad del hombre”.  30 de abril  2010 <http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1971/esp/f300471e.html>. 
      9. Ver Fidel Castro, “Palabras a los  intelectuales”. 30 de abril 2010.    <http://www.min.cult.cu/loader.php?sec=historia&cont=palabrasalosintelectuales>. 
      10. El ensayo de Ambrosio Fornet, “El  quinquenio gris: revisitando el término” pone la frase que el mismo Fornet  acuñara en perspectiva histórica. El crítico tilda la política cultural de  aquellos años, la cual adoptó el realismo socialista como precepto, de  “anticultural”, y propuso el término para contrastarlo con “la etapa anterior,  caracterizada por su colorido y su dinámica interna”.
      11. Para Wilkinson, el éxito y la  popularidad del género se extendieron hasta los años ochenta, no hasta mediados  de los setenta como indica Padura. Aunque no especifica cuál fue la producción  por año, en el periodo de 1972 a 1986 las editoriales cubanas publicaron más  literatura policíaca que cualquier otro país latinoamericano excepto Argentina.  Véase Wilkinson 110.
      12. Debido a los móviles  extraliterarios, son contadas las novelas, en puridad más de espionaje que de  crimen, que han permanecido. Dos de ellas son Y si muero mañana (1978), de Luis Rogelio Nogueras, y Joy (1982), de Daniel Chavarría. A  diferencia de otros autores que eran periodistas, éstos eran profesionales. Ver  Wilkinson 140-150. 
      13. Para el contraste entre el  policial inductivo y el hard-boiled o “duro”, ver Nogueras y Rodríguez Rivera,  141-148, y Mandel. Básicamente, se trata de la diferencia entre una Agatha  Christie y un Dashiell Hammett o un Raymond Chandler. En la primera, la acción  toma lugar en un espacio cerrado, controlado y separado del mundo que provee el  ambiente del whodunit, mientras que  en los segundos hay una apertura hacia la vida real y moderna, donde existe la  corrupción, la violencia y la ineficacia de la policía.
      14. Ver las páginas xvii-xviii del  prólogo a la compilación El viejo, el  asesino, yo y otros cuentos (2009) para ejemplos específicos de la  presencia de lo lúdico en los cuentos. En general, provocar a través de las  numerosísimas referencias, a veces muy sutiles, de índole cultural que aparecen  en los textos es una forma de jugar con el lector, tendiéndole un anzuelo a ver  si las pilla. 
      15. Citado por Glen S. Close, 149.
      16. Similar intención niveladora se  pone en evidencia en otros planos, como en la fusión de géneros y formas  discursivas. Al respecto, Amar Sánchez puntualiza que las novelas policíacas  posmodernas realizan “un movimiento contradictorio y un tanto ambiguo: se  acercan a la cultura de masas y la incluyen pero, a la vez, establecen  distancia con respecto a ella. Este vínculo con las formas ‘bajas’ se sostiene  en la ambigüedad de una relación que he definido como de ‘seducción y traición’  simultáneas: constantemente se tiende a borrar las jerarquías y a apropiarse de  lo ‘bajo’ para restituir de inmediato diferencias que distinguen a los textos  de esos ‘márgenes’” (22). En el caso de Cien  botellas, las diferencias en relación con la literatura de masas vendrían  de parte de la intertextualidad y las múltiples referencias a la literatura, la  música y el arte llamados “cultos”.   Además vendrían del uso de las frases en latín, y de su traducción – un  ejemplo del juego de “seducción y traición” ya resumido.
      17. Al respecto, es curioso que en la  novela de Luis Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera, El cuarto círculo (1976), la cual  recibió el primer premio en el concurso Aniversario del Triunfo de la  Revolución del Ministerio del Interior, sea sólo el delincuente el que se  expresa en argot cubano, caracterizado por   algunos de los mismos recursos morfológicos y fonológicos que ostenta  también el español de los personajes de ambientes marginados, ahora instalados  en el “centro” de la novela, de Cien  botellas en una pared. Los papeles se han revertido, y el habla que se  privilegia en cada caso desplaza a la(s) otra(s) hacia los bordes.
      18. Portela aseguraría que la  aparición de por lo menos los temas del realismo “sucio” en la literatura  cubana de hoy se debe a su contundente presencia en el ámbito cubano y no a las  leyes del mercado. Ver su opinión en la entrevista hecha por mí publicada en  Hispamérica (53-54), así como también en su ensayo “Con hambre y sin dinero”  sobre la novela de Pedro Juan Gutiérrez El  Rey de La Habana, en Crítica: Revista  Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla 98 (abril-mayo 2003), 61-80,  en el que defiende la “autenticidad” de dicha novela.  Por otro lado, sobre la dinámica a la que  contribuyen los intereses de las casas editoriales extranjeras que promueven a  algunos escritores cubanos, ver el libro de Esther Whitfield. 
      19. El único espacio eximido del caos  de la ciudad es el apartamento de Linda Roth, la escritora, que ubicado en un  piso elevado, constituye un refugio o una atalaya desde la cual observar las  ruinas y la devastación. Por su profesión, ascendencia extranjera y su acceso a  dólares, Roth tiene aseguradas ciertas prerrogativas.
      20. Esta es la conclusión a la que  llega Rafael Rojas, el cual señala que la diversidad de personajes que pueblan  las obras de escritores como Leonardo Padura en La Habana, al igual que  escritores de la diáspora como Guillermo Cabrera Infante, René Vázquez Díaz,  Zoe Valdés y Carlos Victoria representaría la emergencia de nuevos actores  hasta ahora situados fuera del Estado y de la Nación, sujetos que profesan  otras formas de pensar y sentir la identidad nacional (141).  Consúltese “Diáspora y literatura”, Revista Encuentro de la Cultura Cubana 12/13 (1999). 136-146.
    21. En su libro Los nuevos paradigmas: prólogo narrativo al siglo XXI (La Habana:  Editorial Letras Cubanas, 2006), Jorge Fornet recalca que los escritores  cubanos de las nuevas generaciones comparten un desencanto análogo al de  colegas provenientes de otros rincones de América Latina. El nuevo paradigma de  la novela negra en Cuba, según se pone en evidencia en la obra de Portela y,  hasta cierto punto, en las de Padura, refrenda la opinión del crítico sobre el  paralelo entre la ficción cubana y latinoamericana en el mismo sentido.                       
Obras Citadas
      Amar Sánchez, Ana María. “El crimen a veces paga: policial  latinoamericano en el fin de siglo”. Juegos de seducción y traición: literatura y  cultura de masas. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2000.  45-84.
    
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Braham, Persephone. Crimes against the State, Crimes against Persons: Detective Fiction in Cuba and Mexico. Minneapolis: University of Minnesota Press, 2004.
      
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Close, Glen S. “The Detective is Dead, Long Live the Novela Negra!” Hispanic and Luso-Brazilian Detective Fiction: Essays on the “Género Negro” Tradition. Eds. Renée W. Craig-Odders, Jacky Collins y Glen S. Close. Jefferson, North Carolina: McFarland & Company, Inc., 2006. 143-161.
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