 
    
Sueños de la razón: monstruos, aberraciones y quimeras del Barroco a la Ilustración
José Ramón Jouve Martín, McGill University, Editor
Quien con monstruos  lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un  abismo, el abismo también mira dentro de ti.
      Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal (1886) 
 “Son las paradojas monstruos de la verdad” decía  Gracián en el discurso XXIII de su Agudeza  y arte de ingenio, y paradójico – y monstruoso – es, por cierto, que  nuestra razón no sólo no haya logrado disipar muchos de los monstruos que nos  acosaban en el pasado sino que haya contribuido a expandir su número con otros  nuevos. En la cultura occidental, los monstruos han estado tradicionalmente  asociados al ámbito de lo religioso, lo demoniaco y lo supernatural, ya sea a  través de los dioses y criaturas que pueblan los mitos de la antiguedad pagana  o de los ángeles caídos, leviatanes y otros portentos de la cultura  judeo-cristiana. Monstruos han poblado también los territorios que estaban más  allá de los mares y fronteras de Europa como han dejado constancia a través de  los siglos autores como Plinio, Isidoro de Sevilla, Mandeville, Marco Polo o  Colón. Y monstruos han habitado sus libros a veces en forma de bestiarios o de  vistosas alegorías como aquel caballero de feroz presencia y espantoso de  vista, cubierto todo de cabello, que representa el Deseo en Cárcel de Amor o el malvado Falimundo  en el Criticón, que carece de pies y  cabeza y no es ni carne ni pescado, y todo lo parece. Contrariamente a lo que  pudiera pensarse, el proceso de racionalización y desencantamiento del mundo  que comenzó en el siglo XVI
     “Son las paradojas monstruos de la verdad” decía  Gracián en el discurso XXIII de su Agudeza  y arte de ingenio, y paradójico – y monstruoso – es, por cierto, que  nuestra razón no sólo no haya logrado disipar muchos de los monstruos que nos  acosaban en el pasado sino que haya contribuido a expandir su número con otros  nuevos. En la cultura occidental, los monstruos han estado tradicionalmente  asociados al ámbito de lo religioso, lo demoniaco y lo supernatural, ya sea a  través de los dioses y criaturas que pueblan los mitos de la antiguedad pagana  o de los ángeles caídos, leviatanes y otros portentos de la cultura  judeo-cristiana. Monstruos han poblado también los territorios que estaban más  allá de los mares y fronteras de Europa como han dejado constancia a través de  los siglos autores como Plinio, Isidoro de Sevilla, Mandeville, Marco Polo o  Colón. Y monstruos han habitado sus libros a veces en forma de bestiarios o de  vistosas alegorías como aquel caballero de feroz presencia y espantoso de  vista, cubierto todo de cabello, que representa el Deseo en Cárcel de Amor o el malvado Falimundo  en el Criticón, que carece de pies y  cabeza y no es ni carne ni pescado, y todo lo parece. Contrariamente a lo que  pudiera pensarse, el proceso de racionalización y desencantamiento del mundo  que comenzó en el siglo XVI ligado al surgimiento de la ciencia moderna, a los  grandes sistemas burocráticos y al capitalismo, no sólo no acabó con los monstruos  sino que dio lugar a un singular auge de la literatura sobre monstruosidades.  Libros como De monstruorum causis,  natura et differentis (1616) de Fortunio Liceti y la Monstrorum historia (1642) de Ulisse Aldrovandi encontraron ecos a  lo largo y ancho del mundo hispánico como ilustra el ensayo Desvíos de la naturaleza o tratado del  origen de los monstruos de Joseph Rivilla Bonet y Pueyo (atribuido a Pedro  de Paralta Barnuevo) publicado en Lima en 1695. Aunque dichos libros no  renuncian completamente a los elementos fantásticos ni a las intepretaciones  morales y supernaturales típicos de las centurias anteriores, sí constituyeron  parte de un esfuerzo racionalista, materialista y empírico por entender y  describir lo monstruoso y su lugar en el mundo. Dicho esfuerzo estuvo  fuertemente ligado a la evolución de la medicina y, en particular, de la  anatomía a partir del siglo XVI. Como ilustran varios de los artículos que  integran este dossier, el cuerpo  humano se convirtió de hecho en un lugar fundamental de la aparición de lo  monstruoso en los inicios de la edad moderna. Así, la reproducción (Vivalda),  el género (Soulodre-LaFrance) y la raza (Jouve-Martín) figuran de manera  fundamental en los discursos literarios, jurídicos y científicos sobre la  monstruosidad producidos dentro del mundo hispánico durante los siglos XVII y  XVIII. Detrás de todo ello, como quizás no podía ser de otra manera, está la  Ley y su espíritu regulador, y con ella, el dolor y el tormento (Del Río  Parra). Hasta las representaciones religiosas se contagiaron en cierto sentido  de esta teratología propia del Barroco y de inicios de la Ilustración  sucediéndose las representaciones de los cristos de varias cabezas y los cruces  entre hombre y animal en la representación de lo sagrado (Saldarriaga). Y si  bien el espíritu racionalista de la Ilustración acabaría por poner fin a los  tratados de monstruosidades como género, no por ello los monstruos dejaron de  asediar los sueños de la Razón tras el siglo de las luces. Al fin y al cabo,  como dice Nietzsche en la cita con la se abre este dossier, quien con monstruos lucha termina a menudo convirtiéndose  en uno.
 ligado al surgimiento de la ciencia moderna, a los  grandes sistemas burocráticos y al capitalismo, no sólo no acabó con los monstruos  sino que dio lugar a un singular auge de la literatura sobre monstruosidades.  Libros como De monstruorum causis,  natura et differentis (1616) de Fortunio Liceti y la Monstrorum historia (1642) de Ulisse Aldrovandi encontraron ecos a  lo largo y ancho del mundo hispánico como ilustra el ensayo Desvíos de la naturaleza o tratado del  origen de los monstruos de Joseph Rivilla Bonet y Pueyo (atribuido a Pedro  de Paralta Barnuevo) publicado en Lima en 1695. Aunque dichos libros no  renuncian completamente a los elementos fantásticos ni a las intepretaciones  morales y supernaturales típicos de las centurias anteriores, sí constituyeron  parte de un esfuerzo racionalista, materialista y empírico por entender y  describir lo monstruoso y su lugar en el mundo. Dicho esfuerzo estuvo  fuertemente ligado a la evolución de la medicina y, en particular, de la  anatomía a partir del siglo XVI. Como ilustran varios de los artículos que  integran este dossier, el cuerpo  humano se convirtió de hecho en un lugar fundamental de la aparición de lo  monstruoso en los inicios de la edad moderna. Así, la reproducción (Vivalda),  el género (Soulodre-LaFrance) y la raza (Jouve-Martín) figuran de manera  fundamental en los discursos literarios, jurídicos y científicos sobre la  monstruosidad producidos dentro del mundo hispánico durante los siglos XVII y  XVIII. Detrás de todo ello, como quizás no podía ser de otra manera, está la  Ley y su espíritu regulador, y con ella, el dolor y el tormento (Del Río  Parra). Hasta las representaciones religiosas se contagiaron en cierto sentido  de esta teratología propia del Barroco y de inicios de la Ilustración  sucediéndose las representaciones de los cristos de varias cabezas y los cruces  entre hombre y animal en la representación de lo sagrado (Saldarriaga). Y si  bien el espíritu racionalista de la Ilustración acabaría por poner fin a los  tratados de monstruosidades como género, no por ello los monstruos dejaron de  asediar los sueños de la Razón tras el siglo de las luces. Al fin y al cabo,  como dice Nietzsche en la cita con la se abre este dossier, quien con monstruos lucha termina a menudo convirtiéndose  en uno.
 
  