Dolores Labarcena: las suelas como único equipaje

Pedro Marqués de Armas

 

     Ni interior obcecadamente explorado, ni exterioridad amenazadora. Difícil aferrar el sentido de unos textos que, atentos a su reserva, a su fuerza, se resisten a seguir en una u otra dirección. No quieren, no pretenden (y es también problema de cálculo, de auto-conocimiento) tentar lo uno ni lo otro, justo porque se sitúan en la insinuación, en el amago.
     Insinuación del lugar, si entendemos Nunkentachj como virtualidad de la Heimat; pero también como un “nunca más” que intentaría suspender (o diferir a otra lengua, juguetonamente) cualquier tráfico o intercambio con el suelo natal.
     Se cumple, más bien, aquello de las suelas como único equipaje.
     Nintx, Bronx, Tarusa; sitios que, de tan inestables y ajenos, quiebran mapa y territorio, sin que dejen de apuntar – por ello – a ciertas topografías: campus donde citas literarias y afectos se entreveran siempre con algo de fantasmagórico, de circo o puesto de observación.
     ¿Acaso borradores, croquis en que se sustenta el trabajo de la escritura, su carácter itinerante?
     Diría que ese trabajo consiste justamente en una curiosidad hipnótica, casi mágica, por los nombres –estos constituyen las marcas, el trazado-, tanto más por aquellos que no están al alcance de un referente próximo, familiar. 
     Amago, por otra parte, de prosa. Como corresponde al viaje trunco, al acontecimiento expuesto a medias; y a la vez al concepto de “mundo” como lugar vacío. Igual que en un conocido relato, alguien arrastra por galerías y binarios interminables una maleta cuya agarradera tiene nombre. El aditamento es, pues, lo único nominable, aquello que devuelve al objeto su entidad, en medio de la extrañeza. 
     También en estos poemas se trata de aferrar algo: filones de vidas (identificables o no: Random, Houdini, Cornell) que involucran la pasión, el exorcismo y el derrumbe, no obstante siempre contenidos; una maquinación discreta en torno al poder como simulacro o ejercicio, sólo que no al margen sino a través de los propios “personajes”.
     Y, sobre todo, ese modo irónico de insinuar las relaciones. Escenario, fotograma o simple cuarto de Hotel donde coexisten la dureza sintáctica y lo evanescente, el aliento y la frase que lo corta, la adoración y el desdén, y desde luego la circunstancia vital del autor y su poder de transportarnos…, sobre “carriles y vagones que corren de un lado al otro entre las talanqueras.”

Selección de poemas de Dolores Labarcena

Dolores Labarcerna (Santiago de Cuba, 1972). Poeta. Publicó el cuaderno de poesía Las puertas dialogadas, Premio Calendario 2002 (Editorial Abril, La Habana, 2004).  Estos poemas pertenecen a su libro inédito Nunkentachj. Actualmente reside en Barcelona.

Ni leche agria ni pan negro. En la mesilla el libro de Pushkin y cartas a vuelta de correo.

Así el invierno, entre el tazón vacío y la picota de la consciencia eslava. “Oh Rus, caballo impenitente, me hartaré de comer corteza de árbol”.

Un gancho, un gancho, pensó con horror, una soga para atrincar el pescuezo.

Lejos la casa del viejo Pimen y el camino a Tarusa.

Allí hubiera querido reposar, a la sombra de un matorral de saúcos.

 

 

Random: nombre inglés, poco común entre los naturales de Nintx, tuvo un caballo al que llamó Peter ¡OH, Peter! Con él cabalgó hasta las montañas de Pal. Allí estudió a los clásicos y escribió algún que otro haiku. Cruzando el charco “se congregan las nubes, huelen las axilas sudorosas y tocan guitarras distraídamente”. Random: nombre inglés, poco común entre los naturales de Nintx, había leído demasiada prosa para dejar su novela a medias. No pregunten por el caballo. Tampoco en su terruño hay heno, aunque se ven las reses que pastan sobre un no sé qué.

                   
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Entre los setos, perchas de bambú, lo mismo  hombres. Tierra -apúntalo- desde cualquier ángulo. Escasos conductos de agua imitando el océano, según la percepción de alivio. El basamento del lugar.

 

 

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Las agarré una por una, a las cien, y las giré por el gaznate. Nudo de marinero. Las aves de aquí, al igual que las viudas, llevan el aire tísico de las pompas fúnebres. Chillaban que daba pena. Pero que no cunda el pánico. Como es natural, dijo alzando el lado superior del labio, cada cosa tiene su trasfondo y cada pueblo su cabeza de turco.

 

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Luego de largas caminatas quizás por el Bronx, y antes de tumbarse en su cuarto de estudio, entre lomas y lomas de trastos dispuestos al azar y periódicos de la época -dijo al hablar de sus cajas: “Esto es el mundo” ¿Y quién lo duda?  El hábito no hace al monje... ¿Recuerdas al hombre que se colgaba, hasta que lo hizo imaginariamente de un poste, y el hecho de contarlo le daba cierta placidez en mantenerse vivo? Tal es el sentido de las cajas. Es cuestión de tiempo conservarlas en pie.

 

Debió ser, por lo que cuentan, con esos vapores que salían de la guantera y otros orificios a mano. De hecho, en una carretera sin asfaltar. ¿Acaso la bufanda (clamorosamente) entizada sobre el escote, o el hueso atorado en la garganta, son menos creíbles que la cabeza en el horno? Se sabe incluso que hasta las anémonas tienen su pasado y algunos libros (como los de H.) origen dudoso. A causa de los vapores debió ser, por lo que cuentan. Ciertas historias terminan así: con la avidez de una cerilla.

 

 

              

Porque sabías: no hay sitio a donde ir. Pero sí carriles y vagones que corren de un lado al otro entre las talanqueras. Al igual que otros medios (por ejemplo: la máquina de vapor, o el biplano de Houdini  que llevaba su nombre en letras graves) la lengua tiene el poder de transportarnos. En el  binario  próximo alguien come un soufflé. Sorbo a sorbo bebes los poemas de Brodsky. Tu huevo rancio en loza de Bavaria. 

 

                         

La mitad de la cinta transcurre entre personajes enclenques y restos de una desusada vajilla. Al fondo, bloques de hormigón. De vez en cuando (y sólo de vez en cuando): “ah Krishna” y una bocanada de aire. Casi no hay diálogos; con esos trajines... El tono sigue siendo el mismo, pero a la vista de un puerco una banda de pájaros despega de un tenderete. En efecto, es el final. Cuán oportuno el fotógrafo: con un ademán de burla lo mantiene a raya.