Nuestra historia

     Francisco Morán

    Surgimiento de La Habana Elegante

Logo original de La Habana Elegante

     La Habana Elegante fue el heraldo del modernismo cubano. El primer número vio la luz en la Habana el 4 de agosto de 1883. Inicialmente estuvo bajo la dirección de Casimiro del Monte. A partir del 12 de abril de 1885 y hasta mediados de 1889 la revista representó oficialmente al Círculo Habanero. Entre 1883 y 1884 aparece caracterizada como «Periódico bisemanal de noticias interesantes a las señoras y señoritas», «Periódico bisemanal de noticias interesantes al bello sexo» y «Semanario dedicado al bello sexo». En la edición del 21 de septiembre de 1884 Ignacio Sarachaga figura como su director-propietario, y Manuel de la Cruz se incorpora al cuerpo de redactores. Desde el 12 de abril de 1885 y hasta mediados de 1889 fue el órgano oficial del Círculo Habanero y más tarde del Habana Yacht Club, pasando a subtitularse sucesivamente: «Semanario de literatura, bellas artes y modas. Dedicado al bello sexo», «Semanario ilustrado, literario y artístico. Crónica de los salones» y, finalmente, «Semanario artístico y literario». En la edición del 4 de octubre de 1885 aparece como director Manuel de la Cruz, el cual regresó al cuerpo de redactores poco tiempo después. Al mismo se unieron, desde el número correspondiente al 25 de octubre de1885, Julián del Casal, Ramón Meza y Aniceto Valdivia (Conde Kostia). Luego, desde el primero de enero de 1888 y hasta su desaparición definitiva en 1896, la revista fue dirigida por Enrique Hernández Miyares. No obstante, en esta última etapa hubo un lapso – del 16 de agosto de 1891 hasta los primeros días de 1893 – en que dejó de publicarse oficialmente. Decimos oficialmente porque, como se lee en el Diccionario de la Literatura Cubana (Editorial Letras Cubanas,Redacción de La Habana Elegante: de izq. a derecha (sentados): Julián del Casal y Hernández Miyares. Ramón Meza aparece de pie, detrás de H. Miyares, y sentado junto a este, Manuel de la Cruz  La Habana, 1980, p.423) La Habana Elegante se refunde con La América bajo el nombre de La Habana Literaria que, en cierto sentido, fue la continuación de aquélla. 
     La Habana Elegante fue no solo un importante difusor del modernismo hispanoamericano, sino también una de las mejores revistas cubanas de su momento. La renovación de la revista ocurre a partir de 1890, cuando comienzan a aparecer noticias nacionales (deportivas, culturales, sociales) y mundiales, particularmente las relacionadas con Francia, Estados Unidos y España. Hacia 1893 la revista ya goza de prestigio en Centro y Suramérica, destacándose por la calidad de sus grabados, y por la excelencia del diseño, de orientación francesa. En ella se publicaron cuentos, poemas, folletines, artículos costumbristas, modas, crítica literaria, noticias deportivas, trabajos sobre artes plásticas, historia, ciencia, crítica teatral y musical. Algunas de sus secciones fijas fueron: «Mesa revuelta» (comentarios sobre acontecimientos de cualquier índole), «Variedades», «Cuentos blancos» (costumbrismo), «Sección literaria», «Biblioteca de La Habana Elegante», «Ecos y murmullos» (noticias de sociedad). En la revista colaboraron, entre otras figuras: Enrique J. Varona, Mercedes Matamoros, Nieves Xenes, Ricardo del Monte, Esteban Borrero Echeverría, Cirilo Villaverde, Bonifacio Byrne, Nicolás Heredia, Rafael Montoro, Lola Rodríguez de Tió, Juana Borrero, Raimundo Cabrera, Manuel Zeno Gandía, Rubén Darío, Luis G. Urbina, Manuel Gutiérrez Nájera, Jorge Isaacs, José Santos Chocano, José Juan Tablada y J. M. Vargas Vila. Finalmente, Julián del Casal (La Habana, 1863 – 1893) – posiblemente el más importante poeta cubano del siglo XIX, y uno de los más influyentes en los poetas cubanos de nuestro tiempo – publicó en La Habana Elegante lo más significativo de su obra. De ahí que al morir él, su amigo y director de la revista llegara a afirmar que esta había perdido su «alma».

     En busca de Casal y de La Habana Elegante: el largo y tortuoso camino de Damasco

     Hacia 1990 los caminos de la autonomía literaria en Cuba habían sido definitivamente bloqueados tras la “recuperación” estatal de la obra de José Lezama Lima, antes marginado. Había llegado la hora de las momificaciones, y ya empezaban aJulián del Casal echarle el ojo hasta al más ponzoñoso de los cadáveres: Virgilio Piñera. Había que darse prisa porque el formol se expandía, y con él el incienso, y cantaban los ángeles canonizantes. De modo que los poetas más jóvenes, esos a quienes – como dice Juan Carlos Flores en un poema, titulado justamente “Virgilio Piñera” – se nos decía que “no nos acercáramos,” mientras “nos mandaban a leer a Pita, a Guillén, a cualquiera de los otros,” comprendimos que había que “escoger, que adelantarnos / a estrella o muro empezar la partida, el naipe de los desorejados” (cito del poema de Flores). Era la hora de preguntar otra vez, y nos encontramos en la misma calle, bajo la misma intemperie: habíamos escuchado el chillido de Piñera, la risotada de Casal.
     No es de extrañar entonces que en 1991, mientras conmemorábamos el Centenario de la muerte de Rimbaud, fuera Juan Carlos Flores quien me sugiriera conmemorar también el de Casal, que ya estaba a la vuelta de la esquina: 1993. El proyecto que concebí resultó a la larga tan ambicioso que para llevarlo a cabo se iba a requerir un significativo apoyo institucional, algo en lo que no pensé en aquellos momentos. Víctor Fowler me sugirió que se lo presentara a Jorge Luis Sánchez, quien había hecho un documental sobre Casal, estaba fascinado con su obra y, además, ocupaba la dirección de la AHS. Como quiera que fuese, ya Jorge Luis no ocupaba ese cargo y ahora era Fernando Rojas quien dirigía la Asociación. A Rojas no solo le gustó el proyecto, sino que también respaldó nuestra petición de que se dedicara a Casal la jornada de la Cultura Nacional de ese año. Al principio, todo marchó bien. Hasta recibí una beca del Ministerio de Cultura, a través de la AHS, para dedicarme exclusivamente a los trabajos del Centenario. Todo parecía indicar que contábamos con un apoyo total por parte del Ministerio de Cultura.
Comenzamos en 1992, celebrando – a modo de preámbulo – el Centenario del segundo libro de Casal: Nieve (1892). Festejamos esa nieve con un coloquio en la Casa de cultura de La Habana Vieja (19-20 de octubre). Las palabras de apertura Cubierta del programa  del Coloquio de 1992estuvieron a cargo de Antonio J. Ponte, quien leyó un ensayo que llegaría a ser uno de los mejores escritos sobre Casal en los últimos años, y cuyo título mismo revela elAntonio J. Ponte en el Coloquio de 1992 espíritu de esa celebración y de nuestra pasión por el poeta habanero: “Casal contemporáneo.” Víctor Fowler leyó “Hay en París dos ciudades: la modernidad periférica,” y quien escribe estas líneas “Pobre Casal.” El coloquio contó también con intervenciones de la profesora de estudios clásicos de la Universidad de La Habana, Elina Miranda, y de Antonio Alejo, profesor de historia del arte de San Alejandro. Antón Arrufat tuvo a su cargo las palabras de clausura, y en el coloquio hubo también una lectura de poesía. Por cierto, tuvimos problemas con el audio por la interferencia de un grupo de danza que practicaba ese día el «baile de la chancleta». Al día siguiente hubo una peregrinación al cementerio en la que participamos Víctor Fowler, Jorge Luis Sánchez, Jorge Miralles, Carmen Peláez y yo. Waldo, un chileno amigo nuestro, nos acompañó y videograbó el descenso a la tumba y la conversación, especie de improvisado conversatorio. Con el material filmado, Waldo realizó el documental Hojas al viento (1993).
     Pero reservamos para 1993 nuestro mayor entusiasmo. El proyecto del Centenariodocumental "Hojas al viento:" Carmen Peláez saliendo de la tumba de Casal contemplaba:
     Una cena literaria y artística que tendría lugar en el hotel Inglaterra el 21 de octubre, ocasión en la que se estrenaría la romanza “Hojas al viento” que Hubert de Blanck le dedicó a Casal y que, hasta donde sabemos, nunca había sido estrenada. A la cena seguiría una velada artística y literaria en el Gran Teatro de La Habana a las 8:30 p.m. Participarían el Ballet Nacional de Cuba, un pianista y poetas.
     A la noche siguiente, es decir, el 21 de octubre, fecha en que conmemoraríamos la muerte de Casal, se produciría el estreno de la pieza teatral Mascarada Casal, de Salvador Lemis, puesta que estaría precedida por la proyección del  documental Donde está Casal, de Jorge Luis Sánchez, que todavía hasta hoy – que sepamos – la televisión cubana se ha negado a mostrar.
     El 22 de octubre nos reuniríamos los poetas en la Casa del Joven Creador para leer poesía. En la musgosa peña, dimos documental "Hojas al viento:" Jorge Luis Sánchez en la tumba de Casalen llamar esta lectura en la que participarían: Pedro Marqués de Armas, Ismael González Castañer, Víctor Fowler, Antonio J. Ponte, Francisco Morán, Juan Carlos Flores, Rolando Sánchez Mejías, Reina María Rodríguez, Antón Arrufat y Alberto Rodríguez Tosca. Como invitados especiales estarían con nosotros Cintio Vitier y Fina García Marruz.  
     Después de intentar repetidas veces que nos concediera unos minutos de su precioso tiempo, conseguimos que Eusebio Leal nos recibiera en su oficina y se convenciera de la importancia de rescatar lo que quedaba de la casa en que nació Casal. La idea era convertirla en museo, que se guardaran allí las pocas pertenencias del poetadocumental: "Hojas al viento:" Victor Fowler en la tumba de Casal que, hasta ese momento, había cuidado su sobrina Carmen. Pero no queríamos un «museo» como otro cualquiera, sino uno que fuera también casa de poesía, con una habitación donde pudieran trabajar los poetas con menos recursos. Allí habría una habitación con su máquina de escribir, papel, una cama limpia. Acordamos convocar a un concurso para elegir el mejor proyecto de recuperación del lugar. Para marcar el inicio de los trabajos, un grupo de poetas nos dimos cita un domingo en la casa de la calle Cuba con el fin de remover escombros.
     Otra de las ideas del proyecto consistía en publicar en el periódico Juventud Rebelde, durante los meses previos a la fecha del Centenario, una sección titulada como el primer libro de Casal: Hojas al viento. En ella aparecerían reflexiones sobre el poeta, firmadas por escritores de diversas generaciones. 
     También la sección de literatura de la AHS convocó al concurso de ensayo «El Círculo Habanero», y aunque podían concursar trabajos que abordaran “cualquier tema relacionado con la cultura literaria del siglo XIX,” habría un premio especial – Centenario de Julián del Casal – por el que solo optarían aquellos ensayos que se enfocaran en aspectos de la vida y obra de Casal.
     Habíamos proyectado, además, la inauguración de dos exposiciones. Una de ellas sería la muestra Los pintores contemporáneos de Casal (Casa del Joven Creador, 19 de octubre), mientras que la segunda sería la exposición fotográfica El sonido del cuerno en la espesura, de Eduardo Hernández, quien trabajó a partir de textos de Casal.
Documental "Hojas al viento:" Francisco Morán en la tumba de Casal     Finalmente, se develarían sendas tarjas de bronce – según lo prometido por Carlos Martí, ministro de cultura – en la casa donde murió Casal y en el panteón donde fueron inhumados sus restos (y que misteriosamente desaparecieron). Martí (Carlos) nos dijo que aún si no aparecía el bronce necesario, tenía en su oficina una mano de bronce que pondría a nuestra disposición.
     El homenaje se completaría con la edición de un número especial de La Habana Elegante que iba a ser una antología de textos sobre Casal e incluiría, desde José Martí, Rubén Darío y Paul Verlaine, pasando por Cintio Vitier, Dulce María Loynaz, José Lezama Lima y Lorenzo García Vega, hasta Antonio J. Ponte, Víctor Fowler, Pedro Marqués de Armas, y quien escribe estas líneas, entre otros. Esta re-aparición de La Habana Elegante debía publicarse conjuntamente con la edición facsimilar del número que la revista le dedicó a Casal con motivo de su muerte el 29 de octubre de 1893.
Hay que mencionar también las lecturas de poesía en lugares como la Casa de la Música, o la Casa del Té de Mercaderes.

     El Centenario de Casal: un homenaje a la frustración

     El hotel Inglaterra exigió que los gastos de la cena literaria – la cual incluía un batido de esa fruta exótica que es la guanábana – se hiciera en dólares. La idea de incluir la champola de guanábana en el banquete se explica por una nota encontrada en Cartas a los orientales (1990), de Regino E. Boti, donde aparece un testimonio según el cual Casal acudía a El Anón, donde disfrutaba de esa bebida.
     Pero regresemos a las exigencias del hotel Inglaterra. Todavía recuerdo la descabellada idea de Fernando Rojas de montarme en un carro de la AHS y pasearme por cuanta embajada había en La Habana para invitar a la cena a sus respectivos attachés culturales (previo pago en dólares). La idea era cobrarles el doble y con esa otra mitad costear los cubiertos de uno de los poetas. Ninguna embajada se dignó a responder a la invitación. No es difícil imaginar la pregunta que se harían la mayoría de los funcionarios diplomáticos: "¿Quién es Julián del Casal?" Solo se dignó responder - para decir que no - la embaja británica. Por supuesto, se suspendió la cena literaria, y terminamos los poetas en la Casa del Joven Creador a donde nos fuimos a leer poesía. Allí nos dieron un pan a cada uno y un refresco (que llamábamos guachipupa).
     A la velada artística no concurrió casi nadie. La lluvia que cayó esa noche y la absoluta falta de divulgación garantizaron suGran Teatro de La Habana fracaso. Carmen Peláez, no obstante su avanzada edad, se las arregló para llegar al teatro. Dejando a un lado a los escritores y artistas participantes, el público presente no pasó de unas treinta personas.
     Todo estaba listo en el Gran Teatro para el estreno de Mascarada Casal, de Salvador Lemis. Pero, justo Documental "Dónde está Casal"apenas una hora antes del estreno nos dicen que el taller de attrezzo no había hacer podido todas las máscaras necesarias. Se suspende por lo tanto la función, y el cake que iba a utilizarse en la obra en la escena del cumpleaños del niño Casal, cake que por tratarse del día del estreno el director pidió que fuese de verdad – con su merengue y todo – desapareció sin dejar rastro. La obra se estrenó finalmente, pasadas las actividades conmemorativas del Centenario, en el Teatro Nacional (Plaza de la Revolución) donde se puso por poco tiempo y pasó prácticamente desapercibida por los críticos. Todo lo que tuvimos esa noche fue la proyección del documental Dónde está Casal, de Jorge L. Sánchez. Mascarada tuvimos, aunque no la que hubiéramos deseado.
     Con respecto a la muestra Los pintores contemporáneos de Casal, mi memoria vacila. Creo haber visto algunos de esos cuadros en la Casa del Joven Creador, pero no estoy seguro de ello.
     Eduardo Hernández inauguró su exposición fotográfica, que casi se frustra porquepresentación con autógrafo de la exposición "El sonido del cuerno en la espesura," de Eduardo Hernández esa misma noche, minutos antes de la hora en que debían abrirse las puertas al público, la llave de la puerta no aparecía. Finalmente, la exposición fue inaugurada. La dedicatoria de Eduardo en la cubierta del programa lo dice todo: “Qué decirte Francisco. Una vez más y Casal presente, aunque siempre arrastrando algo trágico y dificultoso; él se impone; ¿no crees? Tu amigo EHSantos. 93.”
     A pesar de que llegó a premiarse uno de los proyectos de restauración de la casa de Casal, nunca se iniciaron las obras, y años más tarde uno de los Una de las fotos de la exposición de Eduardo Hernándezciclones tropicales – en perfecta armonía con el ciclón revolucionario – dio cuenta de lo que quedaba de aquella.
     La dirección de Juventud Rebelde, luego de oponerse rebeldemente a la publicación de la sección «Hojas al viento», finalmente accedió. Pero entonces hubo un ligero inconveniente. El primer invitado – el poeta Ismael González Castañer – tuvo la ocurrencia de comparar La Habana nuestra con la de Casal. Y claro, fue censurado. Confirmados los temores de JR, la sección no llegó a publicarse.
     Ustedes se preguntarán ¿y la edición de La Habana Elegante? De la edición especial fueron excluidos; mejor, censurados, Lorenzo García Vega y la académica Esperanza Figueroa – quien había salido de Cuba en los años 40s – por eso, porque estaban en Miami. ¿Y la edición facsimilar? No; esa nunca llegó a imprimirse. Ahora bien; todavía hay un par de cosas que decir sobre ese número “especial” de LHE. No solo la imprimieron en un baratísimo papel de cartucho, sino que casi no llega a editarse, a lo que hay que agregar que de la misma se hizo una tirada de apenas 200 ejemplares y plagada de errores tipográficos. Mi ejemplar tiene hasta páginas montadas y, por esto mismo, ilegibles. Pero si piensan que aquí termina esta película de horror, se equivocan. Queda metraje. Resulta que habíamos insistido muchas veces en que Luisa Campuzano nos recibiera en la Casa (de las Américas). ¿Recuerdan la historia con Leal? Pues finalmente accedió a recibirnos, no sin antes dejar claro que disponía de muy poco tiempo – lo mismo que nos había dicho el otro, ese que salía en la televisión andando La Habana, o ciertos lugares de ella. Total, que solo queríamos extenderle una invitación a la Casa para participar en el Coloquio que la AHS le dedicaría a Casal. Su respuesta fue que muy agradecida, pero que la Casa celebraría uno también y que, desafortunadamente, la invitación a escritores cubanos, entiéndase, de la Isla, sería “muy limitada.” Agregó que esto se debía a que la Casa había pasado a auto-financiarse y que se veía en la necesidad de priorizar las ponencias de invitados queLa Habana Elegante. Julián del Casal In Memoriam, 1993 pagarían en dólares. Así nos lo dijo, sin andarse por las ramas. Eso sí, nosotros podríamos asistir a todas las sesiones, pero teníamos que llevar un paquetico con nuestro almuerzo. Tuvimos que aclararle que no habíamos ido a pedir, sino a ofrecer, y que lo único que sí íbamos a proponerle era que nos permitiera presentar el número especial de LHE durante la clausura del Congreso. Por cierto, no está demás añadir que la convocatoria de la Casa no fue – como sí lo hicimos nosotros – a un congreso sobre Casal, sino sobre Casal y el modernismo. Por supuesto, eso permitiría traer a más estudiosos extranjeros y, lo que es más importante, más dólares. Concebido así el congreso, se abrían las puertas para que leyera lo suyo prácticamente cualquiera que mostrara un pasaporte. Los dólares resultaron a la larga más importantes que la calidad de las ponencias, que el homenaje a Casal, y que el trabajo de los escritores cubanos. Hubo muy buenas ponencias, algunas de las cuales se publicaron luego en la compilación El sol en la nieve. Mas una lectura de esa selección no falla en revelar la disparidad en la calidad del congreso. Campuzano aceptó, no obstante, la  única petición que le hicimos. Y llegó el día esperado: la clausura del congreso en la Casa y la presentación de LHE. Ah, pero nos adelantamos otra vez a los acontecimientos. Resulta que el día anterior había habido un apagón que interrumpió el trabajo en el taller donde se estaba imprimiendo LHE. Fernando Rojas, a pocas horas de la presentación del número en Casa de las Américas, intentó convencer a los operarios para que trabajaran voluntariamente e hicieran la página de La Habana Elegante. Julián del Casal in Memoriam, 1993impresión. Pero el «hombre nuevo» guevariano había envejecido; o mejor, comenzaba a comprender mejor las cosas: No; fue la respuesta. Entonces los compraron… con alcohol. Y felices volvieron al trabajo. Ahora bien, debe recordarse que no se trataba solo de la impresión, sino también de la encuadernación, y que, aunque se imprimiera una limitada cantidad de ejemplares, eso llevaría tiempo. Fast forward a la Casa. Todos esperando allí, y nada. No llegaba nada. Recuerdo que en medio de mi ansiedad, Víctor Fowler se me acercó para hacerme la observación de que Casal “no es tu hermano, ni tu papá.” Iba a responderle cuando Antón Arrufat tuvo la infeliz idea de hacer un chiste en voz alta. Era el colmo y le respondí, públicamente, con la furia de toda la frustración acumulada. Mi respuesta fue quizá desproporcionada, y ahora lo lamento, pero en aquellos momentos no pude evitar esa reacción. Finalmente, llegaron los ejemplares de LHE, los cuales se vendieron todos en dólares. Pude hacerme de uno que me dedicó Oscar Montero, y que es el único ejemplar que conservo. Hubo todavía otro incidentetarja de calamina en la casa donde murió Casal con Casa de las Américas. La revista Casa tenía – o tiene, no estoy seguro de si se mantiene o no - una sección llamada, creo, «páginas recobradas». El título lo dice todo. Por aquellos días le propuse a Luis Toledo Sandé publicar en la sección una crónica de Casal que los editores de la Edición del Centenario (1963-64) no pudieron localizar y que yo había encontrado accidentalmente, mientras, siguiendo la sugerencia de Esperanza Figueroa, buscaba la primera versión del soneto Mis amores, de Casal. Aceptó la idea, pero cuando le entregué el texto me sugirió eliminar del mismo la comparación con Martí. Su argumento no pudo ser más burdo: la revista estaba dirigida a un público amplio, es decir, no estaba restringida a los especialistas, y mi introducción no era lo suficientemente escueta, o directa. Lo que me interesa subrayar, sin embargo, fue su “invitación” a eliminar las alusiones a Martí. Como no acepté, esa crónica no se publicó nunca en Casa, ni en Cuba. La misma, junto con otra que también permanecía inédita, las di a conocer en tarja en la tumba de Casaluno de los números de Cuban Studies (Pittsburgh), gracias a la invitación que me hiciera el colega y amigo Enrico Mario Santi.
     No quiero concluir sin contar la historia de las tarjas de «bronce» que serían develadas. Como se recordará, nos habían prometido el bronce y, si este no aparecía, estaba la promesa de la manito que tenía Carlos Martí en su escritorio. La fundición de esa pieza proveería, supuestamente, el bronce para las dos tarjas. No hubo bronce, mi mano, sino calamina. Mármol para Martí, bronce para Maceo y calamina para Casal. Porque sí, se hicieron las tarjas, pero de calamina. Y la que se colocó en la fachada de la casa tiene un error mayúsculo: “En esta casa nació y vivió…” (solo es verdad lo primero). El día en que esta iba a ser develada, los vecinos del edificio, con quienes Antón y yo ya habíamos reunido antes para hablarles de Casal, esperaban entusiasmados en la entrada la llegada de los periodistas que reportarían “la ceremonia.” Algunos de ellos hasta habían escrito composiciones. Pero así nos quedamos todos: esperando. Algo parecido sucedió con la tarja de calamina que pusimos (finalmente, después de cien años de su muerte) en la tumba de la que desaparecieron los restos de Casal. Recuerdo que fui con un empleado de la AHS que llevó la tarja y los instrumentos correspondientes. Él se puso a trabajar y yo lo observaba. Luego del martilleo correspondiente, la tarja quedó en su lugar y él se fue en su bicicleta. Un año más tarde, creo, y en el hotel Vedado, si la memoria no me traiciona, se develó una tarja de bronce en honor a Manuel Navarro Luna. La diferencia apenas necesita comentario.   

     Reflexiones finales sobre un Centenario

     Al final, casi todas las actividades con que homenajeamos a Casal fueron las que dependían de nosotros: el coloquio, lascubierta del programa del Coloquio de 1993 lecturas de poesía, la limpieza en la casa donde había nacido, la celebración de su cumpleaños en la azotea de Reina María Rodríguez. Esto último fue una fiesta para la que se cocinó una «caldosa», y a la que contribuimos todos según las posibilidades individuales. Como lo sugiere su nombre, la «caldosa» es una especie de caldo o sopa que se hace con los ingredientes que uno tenga a mano. Es, para explicarlo mejor, la versión dilapidada del «ajiaco» celebrado por Ortiz. Nuestra «caldosa», recuerdo, se hizo con plátanos verdes, pescado, sobrecitos de sopa Knorr (que me obsequió una amiga venezolana). Hicimos una rifa, en la que, entre otros tesoros y rarezas, había sellos postales con reproducciones de pinturas cubanas del Museo Nacional, casettes de música cubana y, recuerdo, Las ideas y la filosofía en Cuba, de Medardo Vitier. Los afortunados debían sacar de la caja las papeletas que tenían versos de Casal.
     Otro de los recuerdos personales es la de la misa que le ofrecimos a Casal en la Iglesia de la Merced (calles Cuba y Merced), seleccionada por ser una de las más conocidas de la Habana Vieja, y porque cuenta con murales pintados por Miguel Melero y convocatoria al Concurso literario por el Centenario de la muerte de CasalEsteban Chartrand (contemporáneos de Casal). El origen de esta ocurrencia fue la siguiente. Un ex-profesor de inglés con quien me encontré un día casualmente en la calle, en 1991, me invitó a una misa espiritista en el apartamento de su hermana. Decliné la invitación y le expliqué que “respetaba esas cosas,” pero “no creía en ellas.” Él insistió, alegando que podía asistir como un mero espectador. Volví a rechazar su invitación, pero de todas maneras me dio la dirección “por si cambiaba de idea.” Al cabo, la curiosidad – un tanto antropológica, debo admitirlo – se impuso, y decidí asistir. El cuarto estaba lleno de gente, el calor era casi insoportable – había un solo ventilador. La única ventaja que encontraba era que podría escabullirme, ocultarme detrás de los asistentes y simplemente observar. El medium – o media unidad, como también le dicen – empezó a hacer predicciones a algunas de las personas que estaban en el lugar, y a lo que no hice mucho caso, convencido como estaba de que tenía que tener esa información de antemano. Pero la gente se veía impresionada, y era obvio quelectura de poemas de Víctor Fowler, 1993 tomaban con mucha seriedad lo que le decían. De pronto, el medium me señaló con el dedo, y yo aclaré que no era creyente (hay que ver las cosas que dice uno; como ha llovido desde entonces). Él insistió en que tenía algo que decirme, y yo, ahora asustado, volví a decir que no. Esto se repitió varias veces hasta que – seguro de que yo estaba fuera de ese juego y de que no me iba a dejar engañar por sus artimañas – acepté el desafío (en el fondo, seguía aterrado, pero también, como antes, la incredulidad y la curiosidad habían hecho las paces). Aclaro, que lo que sigue es más o menos cómo recuerdo lo esencial de la conversación: “¿Te pasa a menudo que sientes una tristeza muy fuerte, como si viniera de un lugar muy profundo, y no sabes por qué?” “Imagino que no soy el único al que le pasa eso,” respondí, luego de admitir que era cierto. En efecto, esto me venía sucediendo últimamente con cierta frecuencia – algunas rachas eran fuertes – aunque no creía desconocer el motivo. La ciudad comenzaba a pesarme, la percibía cada vez más hostil, era como si todo me dijera que me fuera, que qué estaba lectura de poemas, 1993haciendo allí. Era también, lo sabía, la sensación de que la ciudad desaparecía. Cada día era algo distinto: una columna, un cartel, un cristal, un cine. “Mira, invitación al estreno de "Mascarada Casal" yo veo detrás de ti,” mi interlocutor interrumpió mis cavilaciones, “a un hombre vestido todo de negro, que tiene una mirada muy fuerte, muy enfocada, y muy triste. Tiene en la mano algo como una pluma de ave. No parece de esta época y por el aspecto y la pluma supongo que debe ser un escritor, o un pensador. ¿Sabes quién puede ser?” Hasta ese momento había mantenido mi aire de superioridad, y en mi interior me burlaba un poco de ese charlatán que, estaba seguro, iba a terminar pidiéndome dinero. Pero lo que acababa de decirme me dejó helado, paralizado por el miedo, pero también sobrecogido por la emoción. Él no podía saber nada de mi obsesión con Casal, porque tampoco lo sabía la única persona que me conocía de las que estaban allí: mi profesor de inglés. Tuvimos una relación íntima por muy poco tiempo, y al reencontrarnos algo de eso pareció regresar (concedido: esa era otra de las razones por las que estaba en el lugar). Pero nunca hablamos de Casal, y casi nunca de literatura. Yo respondí a la pregunta que acababan de hacerme diciendo que sí, y allí mismo me solté a hablar del poeta de Nieve. Nieve fue lo que cayó en esa misa espiritista. Aquello pasó de misa a coloquio, a charla literaria – desde entonces he abrigado la sospecha que las conferencias tienen su liturgia: en ellas uno lo mismo asiste a la eucaristía y la comunión, que a la lectura de los evangelios, a la oración, y hasta a excomuniones y a exorcismos. “Ese es un muerto de luz,” me dijo. “Debes darle una misa, pero una católica, para que se eleve. Porque de él viene la tristeza que sientes. Ponle flores blancas, y ofrécele una misa.” Yo salí conmocionado del lugar sin saber para dónde coger. Recuerdo que caminé hasta el malecón, y estuve allí sentado durante un buen tiempo.
     Le conté lo sucedido a varios amigos, entre ellos a Víctor Fowler, Juan Carlos Flores, Pedro Marqués. “¿Por qué no?,” me dijo Fowler. Acordamos que sería en la Iglesia de la Merced, y hacia allá fui a reservar fecha. Dije el nombre: “Julián del Casal.” El sacerdote tomó nota y me preguntó que cuándo quería ofrecerle la misa. No tenía ni la más ligera idea de quién le estaba hablando. Debió pensar que era mi papá, o mi hermano, quizá mi abuelo. Ocurrió, sin embargo, que, a última hora, Fowler no podía asistir en la fecha acordada – tenía trabajo voluntario, creo – y hubo que cambiarla otra vez. Escogida al azar, como la primera vez, coincidió con la celebración de la conversión de Saulo en el camino de Damasco. Debemos recordar que uno de los poemas antológicos de Casal es, justamente, “El camino de Damasco.” El día de la misa llegamos a la iglesia aproximadamente una hora antes de que esta comenzara. Alguien, creo que Juan Carlos Flores, había invitado a un amigo que había musicalizado unos poemas de Casal. Nos dirigimos hacia el claustro, y allí mismo empezamos a descargar. Estaban conmigo, además de Flores, Fowler, Pedro Marqués, Almelio Calderón, y Carmen Peláez. Tan pronto como empezó la música, las autoridades eclesiásticas nos dijeron que no, que nos fuéramos con la música a otra parte. Pero nos quedamos para la misa, y siempre recordaré al oficiante quien, al mencionar el nombre Julián del Casal, lo hizo sin saber de quién estaba hablando.
     A pesar de la frustración de no pocas de las propuestas más importantes del proyecto de homenaje a Casal, tengo igualmente que reconocer que el apoyo de la AHS fue decisivo para mí al menos en dos aspectos: primero, me proveyó con la carta de investigador sin la cual no habría tenido acceso a La Caricatura, ni encontrado, por supuesto, algunas de las «revistas de sucesos» que escribió Casal para este semanario; segundo, costeó los gastos de una semana que pasé investigando en el archivo Coronado de la Universidad de Santa Clara.
     Los años entre 1990 y 1994 fueron probablemente los más intensos de mi vida en La Habana. Mi renuncia a mi trabajo en la azotea de Reina Maríacomo profesor, y mi posterior empleo como custodio nocturno (CVP) en la revista Mujeres (Galiano esquina a Neptuno), me permitieron gozar de más tiempo para escribir y compartir con mis amigos escritores, a veces en mi puesto de trabajo, otras en la azotea de Reina, y hasta en la calle. Por esos años algunos de nosotros, como Ismael González Castañer, trabajamos de CVP, lo cual nos permitió vivir de y para la literatura. En contraste con la indiferencia y la desidia institucional, creamos una comunidad de escritores conectada por el préstamo e intercambio de libros, por las lecturas de poesía, asistencia a lanzamientos de nuevos títulos, y hasta a los ciclos de cine que ofrecía la Cinemateca. Hubo, desde luego, diferencias, y también fuertes discusiones, desacuerdos. No éramos, nunca fuimos un «grupo» monolítico, sino que, por el contrario, no era difícil advertir que coexistían poéticas diferentes: unos se inclinaron pronto por una literatura más experimental y performativa; otros hacia una escritura más barroca, o incluso romántica. Pero, curiosamente, en aquel grupo – y a través de las vías más diversas – maduró un especial interés por el siglo XIX vía Casal.  De ello dan fe algunos ensayos y artículos importantes escritos todos en el año del Centenario de Casal: “La sociedad de los poetas muertos,” “Casal en nosotros, que es en mí” (Ismael González Castañer), “La construcción del sujeto Casal” (Víctor Fowler), “Estertores de Julián del Casal” (Pedro L. Marqués de Armas), “Casal contemporáneo” (Antonio José Ponte), y “De su vida misteriosa” (Francisco Morán). Debe notarse, además, que tanto los títulos de los artículos González Castañer como el del ensayo de Ponte insistían en una actualización de Casal en nuestras vidas y en nuestra ciudad, actualización que se afirmaba en una ética de la escritura literaria, en una fe en la poesía, y en un definitivo acto de resistencia. Como Casal le demostró a Varona, nosotros nos demostramos a nosotros mismos y a la burocracia cultural que en Cuba no solo se podía ser poeta todavía, sino también vivir como poeta (eventualmente la mayoría de nosotros tuvo que irse con su poesía a otra parte). Igualmente mi amistad con Abilio Estévez – que comenzó alrededor de 1970 – se selló definitivamente, entre otras cosas, en la pasión compartida por Casal y el siglo XIX cubano. Algo similar puedo decir respecto a Jorge Luis Sánchez y a Eduardo Hernández. En el documental Hojas al viento, filmado como ya dije en el interior del panteón donde fue inhumado Casal, Sánchez menciona – allí, donde yo mismo tuve que barrer con la mano la basura antes de colocar unas dalias rojas – esa «legión» de casalianos que había surgido de pronto tomándonos por sorpresa a todos. Y eso fue, en verdad, lo extraño, lo maravilloso de esos días. El nombre de Casal hacía amigos, descubría afinidades, ataba sensibilidades. Hoy, en 2009, a dieciseis años del Centenario de la muerte de Casal, y estando muchos de los que formamos parte de ese grupo desperdigados por el mundo, me pregunto si después de todo, no era Casal quien se resistía a entrar en la caja de los homenajes ministeriales; que quizá le bastaba con esa red de cariños cómplices, de memorias obstinadas que, de tanto pensarlo y disputarlo, lo habían devuelto otra vez a La Habana y afirmado, con él, el ethos de la poesía y nuestro derecho a la autonomía literaria. Casal y Piñera llegaron a ser para nosotros, por esta vía, no «torre de marfil», sino atalaya de resistencia.

     La Habana Elegante: segunda época

     En 1994 ocurrió el llamado «maleconazo», al que siguió el éxodo de los balseros. Ese mismo año, el 7 de noviembre – fecha del natalicio de Casal – llegué a Miami junto a otros escritores y artistas, gracias a una invitación de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleáns, para participar allí en un simposio sobre cultura cubana. Todavía puedo verme, a solo unos días del viaje a Miami, frente a mi biblioteca en La Habana – me había llevado toda una vida hacerla – eligiendo los libros que se irían conmigo. Primero, por supuesto, separé todos los libros de y sobre Casal, las fotocopias y las cientos de notas de La Caricatura, de El Fígaro (las de La Habana Elegante se quedaron atrás, y Fowler me las envió después). Después, los libros de Piñera, de Lezama, los de Juana Borrero, José Martí; también las primeras ediciones de Milanés y de Plácido – comprados en la librería Canelo a precios risibles, hoy impensables – y así siguió la requisa hasta llenar una caja que me llegaba a la altura de la cintura. Pero pude irme con todo, y con todo llegué a Nueva Orleáns. Bueno, incialmente no llegué «con todo».
     Antes de irme de Cuba fui a despedirme de Carmen Peláez del Casal. Durante casi un año había sido visita asidua a su casa. Entre los cuadros de Amelia Peláez y otros objetos preciosos, como una pieza comprada en la famosa Casa de Hierro, fui examinando y tomando notas sobre las pertenencias de Casal que ella iba poniendo poco a poco en mis manos. Hoy eran los Carmen Peláez cuadernos de notas, otro día era el famoso «libro de ingenio» que interesó a Lezama; después, las fotografías, las litografías, en fin, todo lo que ella había conservado, y todo lo que gracias a ella, se había conservado de Casal. Fueron meses también de conversación, en el que nos fuimos acercando más y más. El día en que fui a verla por última vez – aunque, a decir verdad, si bien yo contemplaba la idea de no regresar, tampoco puedo decir que estaba seguro de esto – le expliqué que quizá no regresaría, ni volvería a verla. Sin decir nada, se levantó del sillón y fue hacia la cocina. Cuando regresó traía una botella de Cointreau y dos copas. “Brindemos por Francia y por Casal,” propuso. Entonces agregó: “Voy a invitarte a comer tocinillo del cielo,” y pasamos al comedor. Apareció el manjar, exquisitamente dispuesto en sendos platos de porcelana. Comimos en silencio, y yo comenté después que Lezama habría disfrutado mucho esa delicia. “Pensé en él, claro que pensé en él,” me respondió. Regresamos a la sala y después de conversar otro rato, me dispuse a marcharme. “Espera,” me dijo, “¿puedes esperar unos minutos?” “Desde luego,” respondí. No unos minutos, sino casi media hora estuve esperando a que regresara otra vez del interior de la casa. Cuando reapareció traía un sobre de manila, algo abultado, y lo puso en mis manos. Yo quise abrirlo, pero ella se adelantó: “No; ahora no.” Y después: “Mira; yo estoy muy vieja y no sé qué va a pasar con mis recuerdos cuando yo muera. Quiero que guardes algunos; contigo van a estar bien.” Emocionado, acepté el obsequio y me alejé tan rápidamente como pude. La impaciencia me comía por dentro. Al llegar a la casa me encerré en el baño con aquel sobre y lo abrí. Después volví a cerrarlo. Lo coloqué en un portafolio samsonite que me había regalado un amigo.
     Una vez en el aeropuerto, pasé por la aduana con el nerviosismo que es de esperar. La requisa correspondiente se concentró en la caja de libros. ¿Por qué alguien que viajaba a un simposio necesitaba esa cantidad de libros? No obstante, luego de comprometerme a que regresarían conmigo, la caja y yo pudimos pasar. Pero el resultado de toda esa tensión fue el olvido del portafolio, y en el que solo volví a pensar en el momento en que despegaba el avión. Casal se acercaba solo para volver a desaparecer.
     Al llegar a Miami hice el reclamo correspondiente del equipaje, pero se me advirtió que no había garantías de que pudiera El ojo de Casalrecuperarse. “Las cosas con Cuba son muy complicadas,” me dijeron, como si yo mismo no lo supiera. Me fui a Nueva Orleáns convencido de que si recuperaba el portafolio, esa sería la señal de que podía y debía quedarme (tomen nota: yo; el descreído). En efecto, las posibilidades de recuperarlo eran tan remotas que rozaban lo milagroso, por lo que si esto ocurría tenía todo el derecho a interpretarlo como una señal de esos ojos enjoyados que no han dejado de acompañarme. Una semana más tarde, recibí una llamada desde Miami. La maleta había llegado, y no faltaba nada. ¿Tengo que recordarles que yo mismo había llegado a Miami el 7 de noviembre? Casal, pensé, debe estar celebrando su cumpleaños con tremenda carcajada. Yo también me reí, y lloré. No me importa decirlo: lloré de emoción, de terror, de ver que era posible vivir en la muerte de otro, cargar con ella, vivirla.
     Gracias a la generosidad de dos amigas, Alicia y Molly, unos meses después de mi llegada a Nueva Orleáns tuve un cuarto modesto en una casa de huéspedes en North Rampart, en el borde del llamado French Quarter o Barrio francés. Ellas me regalon un pequeño televisor, un microwave, una mesa y unas sillas, la cama. Unas semanas más tarde encontré trabajo en un restaurant cubano: el Liborio. En mi cuarto había una estufa que ya no funcionaba, y sobre él había una repisa. Con mi primer salario – $125.00 – me fui a una tienda de chinos y compré mis primeras, si bien modestas, chinerías: dos platos, incienso y una bata roja con dragones. Sobre la repisa puse fotos de la azotea de Reina y otra de Casal. Definitivamente, estaba «en casa». Pronto comencé a escribir las primeras cartas a Cuba y en el remitente, bajo mi nombre y antes de la dirección, escribía «Redacción de La Habana Elegante». Las cartas llegaron y, para mi sorpresa, las que recibía venían igualmente dirigidas a la «Redacción de La Habana Elegante». En enero de 1995 conocí a Mike, mi compañero, y con quien me fui a vivir unos meses más tarde. A fines de ese mismo año compramos nuestra primera computadora. Así invitación de El Círculo Habanero empecé a imprimir un papel de carta que, en su cabecera, decía «Redacción de La Habana Elegante» junto a una foto de la calle Obispo. Luego vinieron los estudios de maestría en la Universidad de Nueva Orleáns, a mediados de 1995. A fines de diciembre distribuí una invitación entre un grupo de profesores y amigos que me apoyaron desde mi llegada a la universidad. La invitación venía de El Círculo Habanero, el cual ofrecería un homenaje a Casal el 4 de enero de 1996. El homenaje, según la invitación, iba a tener lugar en la «Redacción de La Habana Elegante», ahora situada en 2622 North Rampart St, en N.O. También se anunciaba en la invitación el estreno en los Estados Unidos del documental Dónde está Casal, la romanza para piano de Hubert de Blanck, dedicada a Casal, así como una exposición de objetos relacionados con la vida y obra del poeta, y el número homenaje La Habana Elegante (Casa Editora Abril: La Habana, 1993). Lo de la romanza no era sino el signo de una persistente ilusión; en realidad lo que hice fue mostrar la fotocopia de la partitura. Pero había algo que no podía negarse: ya existía la «Redacción de La Habana Elegante», y era lógico por tanto pensar que la revista misma no podía estar muy lejos. Y sin embargo, tomó dos años. Al año siguiente, Mike y yo comenzamos a darle vueltas a la posibilidad de crear un web site para la revista. Mientras yo pensaba en las secciones, el posible diseño, los propósitos que quería perseguir a corto y a largo plazo, Mike se dio a la tarea de estudiar los intríngulis de la tecnología (yo no habría podido hacerlo). Así, en la primavera de 1998, apareció el primer número de La Habana Elegante. Uno de los recuerdos más bellos que tengo es el mensaje que Reina y Ponte me enviaron desde la computadora de un amigo, donde habían visto la revista por primera vez. Desde su surgimiento, el diseño de la revista ha cambiado tres veces, y también algunas secciones se han mantenido, cambiado, surgido otras, y algunas han desaparecido. Pero a través de todos esos cambios, la revista no ha dejado de ser un permanente tributo a la memoria de Casal, ni ha perdido de vista a La Habana. LHE tiene ya su propio ritual: las 3 vueltas a la ceiba del Templete virtual al que cada año acuden nuestros lectores para celebrar la fundación de la ciudad.
     Mediante suscripción popular la revista publicó la antología de poesía cubana La isla en su tinta (Verbum, 2000) y una antología de textos para celebrar el V Aniversario de su publicación electrónica (La Habana Elegante, Verbum, 2004). Ahora, al encaminarse hacia una nueva etapa como revista académica y expandir su perfil, La Habana Elegante renueva su compromiso con la belleza, con la literatura, con La Habana y con Casal. No renunciamos al sello lúdico y estético que le ha dado su carácter a la revista. No es, pues, una coincidencia que sea precisamente ahora también que comencemos a construir la celda del poeta, la misma que asolaron los ciclones del trópico, de la ideología y de la indiferencia. En la introducción al primer número, en 1998, comentábamos: “Muchos ejemplares de La Habana Elegante se han perdido para siempre. Sobre ese vacío es que queremos fundar. Éste es, pues, un homenaje a la Habana, a la poesía cubana, y a Julián del Casal. Las puertas de nuestra humilde redacción están abiertas. Como estuvo, está y estará abierta siempre la Isla al aroma del té y del café, a los kimonos y guayaberas, a los barcos y a los huracanes, a los exilios y despedidas, al sueño y a la pesadilla. En un café habanero,-- ‘multiplicador del hastío’--, trazamos con la uña de Lezama ‘un pequeño hueco en la mesa’ e insistimos ‘en que alguien tiene que llegar’. La risa de Casal se extingue en el humo del último cigarro, y del aneurisma roto comienza a caer en pequeños cristales, la nieve perfecta, blanquísima, reparadora, sobre los tejados de la ciudad.”

Coda Final

     Reproduzco a continuación – porque esta ocasión en que he rememorado tantas cosas me parece más que justificado --el artículo “En Cuba 4, junto a Casal,” del poeta, dramaturgo y ensayista Norge Espinosa, en el que este recuerda uno de los momentos del homenaje a Casal en 1993: la limpieza de escombros en la casa natal del poeta, en Cuba 4, que, creímos entonces, darían inicio a los trabajos de recuperación de la misma. Como expresé al publicarlo en el número correspondiente al otoño de 2000, yo no conocía la foto que acompaña al artículo, y no fue sin una sensación de extrañeza que me vi en ella, pasados ya tantos años, y “con la curiosidad con que se mira a un extranjero.”

En Cuba 4, junto a Casal

Norge Espinosa,
Extramuros, núm. 2, marzo, 2000: 48-49.

     Eran los días más áridos de 1993 y estábamos ante la casa natal del poeta. Agolpados bajo el calor de un verano En Cuba 4 (ya no queda nada)implacable, los poetas reunidos ante aquella vieja puerta de madera verde tratábamos de recordar esa misma fachada, vista entre las ilustraciones del primer tomo de las Prosas al conmemorarse un centenario, editadas con la devolución que los versos de aquel habanero habían animado en tantos contemporáneos casi todos ya desaparecidos. Se tendía  nuevamente sobre la isla el arco de otros cien años, y esta vez, sabiendo que en ese mausoleo ante el que gustaban de retratarse los origenistas no descansaban en verdad sus restos, buscábamos a Julián del Casal en las ruinas de su primera morada, ahora que su muerte era una cifra redonda y Francisco Morán conseguía el milagro de extendernos su presencia como una garantía de estos días también finiseculares. Habíamos recorrido los sitios que él visitó, y a veces en grupo numeroso o en salones casi vacíos hablábamos de Casal vehementemente, al punto de que algunos de los allí convocados hubiesen podido firmar nuevos opúsculos sobre el autor de Nieve en una edición excepcional de La Habana Elegante.  Esa edición finalmente existiría: conservo un ejemplar de ese cuaderno de tan pobre diseño, como fe de esas horas de 1993, en las cuales pudimos ser y estar “en” Casal, como se puede estar en La Habana o París, en un libro de Huysmans o en un cuadro familiar de los Borrero. Era pues una mañana de 1993, y esperábamos ante ese portón carcomido de la calle Cuba que el propio Morán apareciera con la llave imprescindible para ejecutar nuestra misión: salvar, desempolvar los restos de aquella casa en un improvisado trabajo voluntario –vaya término nada casaliano – a fin de mostrar con algo más que palabras nuestra devoción. Tengo en mis manos la fotografía donde aparecen algunos de los que,fotograma del documental Dónde está Casal finalmente, traspasamos aquella puerta cerrada a cal y canto.  Apuntalado su interior, nada quedaba entre esos muros de la fina escalera de caracol o la balaustrada de madera que en aquella edición de las prosas puede hallarse. Los mediopuntos, la galería, los detalles interiores habían sido ya borrados: el esbozo de ruina por venirse al suelo deshacía la ilusión de encontrar en ese espacio polvoriento alguna señal del así se veía la casa natal de Casal en 1993poeta, un leve indicio de lo que sus primeros años fueron. Acaso debimos buscarlos en esos cuartos miserables donde Casal colgaba su máscara japonesa, sus prendas orientales, o leía a Kempis. ¿Qué hicimos finalmente en aquel lugar? Apartar unas tablas, sacar algunos escombros, limpiar un terreno donde Morán proponía inaugurar un centro de estudios sobre el modernismo, a fin de que ese fervor cristalizara en algo más palpable. Luego vendría una humilde mesa de frutas en el balcón del aledaño Museo de la Música, una lectura a la cual acudiría Carmen Peláez, sobrina del poeta, encuentros en la azotea de Reina María y en la hoy irremediablemente perdida Casa del Joven Creador, una abortada cena en el hotel Inglaterra y tantos otros diálogos y pretextos que la Asociación Hermanos Saíz prohijaba. Queda, en la fachada de la mansión de Santos Lamadrid, una tarja que, puesta allí entonces, recuerda la carcajada fatal del poeta, el chorro de sangre, el cigarrillo inacabado, el misterio que aún azota el rostro de ojos verdes retratado en los volúmenes de tanto tiempo atrás. Estamos en esa foto, mirando al lente, sonriendo a quién. A Casal, tal vez, en una respuesta pueril que ya no nos convence. Mucho menos ahora, cuando el último huracán derrumbó finalmente esa casa en la que nuestra inocencia nos hizo entrar con ánimos de por aquí se baja a la tumba de Casalfundación. Éramos artistas, recuérdese, y doble pecado: éramos también jóvenes.
     "Yo soy como una choza abandonada / que el viento huracanado desmorona".  Esos versos suyos, de seguro no los mejores, vuelven a la memoria ante los restos de una casa en la que vivió poco; él que tan poco nos vivió. Y esos restos desperdigados nos hacen pensar en otras casas no menos destruidas, venidas al suelo bajo la indiferencia pasmosa de quienes debieron haberse adelantado al temporal para salvarlas. Avanzo por alguna calle de La Habana Vieja y descubro un balcón, un enrejado art noveau a punto de desaparecer, una estela mutilada que ya no recobraremos, en recodos a los cuales no se ha acercado la mano restauradora. Quiera Dios que esos trabajadores que ahora limpian lo que dejó el ciclón en esa vivienda, ya despoblada de fantasmas, estén salvando lo que perdura como un posible homenaje a Casal, y no que en el sitio donde nació se abra otro bar insulso, otra esquina de mercadeo improvisada en pocos días a las cuales el cubano de a pie no puede dirigirse. la miradaY tampoco el poeta, que bien lo sabemos.

    

La década, al fin, ha soplado sobre nosotros su memoria. Los que sonreímos en la fotografía que aquí se reproduce, hemos ganado o perdido los destinos más diversos. Acaso Morán, ahora en su  exilio, pueda agradecerme el evocar ese día.  De cualquier manera, la casa derrumbada me recuerda al propio Morán, me provoca el largo desasosiego con que él hubiese vivido esta pérdida. Y si ahora escribo estas líneas, las firmo pensando en las que él mismo alzaría ante la puerta de Cuba 4 que, tras el paso del huracán, ya no conduce finalmente a nada.  Pienso en la escalera de caracol, en el patio interior de la casa, en un libro de Emilio de Armas, en todo lo que he perdido y me hablaba del poeta. Digo unos versos suyos y sé que otros – salvados en esa fotografia, o en una conversación apenas susurrada – pueden repetir conmigo esos rondeles, esos endecasílabos tan finiseculares como lo somos ya nosotros mismos. Formas engañosas del vivir, declamar sus versos lo hace habitar, de algún modo en nosotros, ahora que su primer libro cumple cien años y una década. Sólo espero que Julián del Casal pueda perdurar así al menos hasta que, como a la antigua casa de puerta tenaz y verde, nos borre también el temporal, el último viento.

Foto de gupo tomada en la Qinta de los Molinos. Aparecen, entre otros, V'ictor Fowler, Antonio J. Ponte, Pedro M. de Armas, Almelio Calderón y Rolando Sánchez Mejías