Reina María Rodríguez
El rasguño en la azotea 

(fragmento) 

Inventamos una azotea para resguardarnos, 
pues nos creíamos las piedras sagradas de la ciudad 
                                     --y tal vez lo éramos-- 
mientras los gatos enfermaban de transparencia, 
iluminando en las noches sin ardor 

los platos vacíos. 
 

                                              Francisco Morán.

 
 
 Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos. 
 

reunión en la azotea

     Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones
     Esta noche la azotea está de fiesta.  Vamos a escuchar a nuestras poetisas (no a todas, desde luego, porque ello sería imposible).  Se hacen, pues, visibles los bucles de la Avellaneda, su frente despejada.  Y el ceño atormentado de Juana, que habría espantado a los origenistas.  Y el sosiego de Fina, que pasa escurridizo por entre las vigas más pobres de la ciudad. Se hacen visibles ausencias y destierros, presencias y, --desde luego-- los afanes de la "chusma diligente".  Una vez más, la azotea se anima con el ajetreo de los que llegan y de los que se van.  Se anima, incluso, con algún que otro dedo que, sobre el labio, avisa, aconseja, ordena silencio.  Y con la orden desesperada de Tula: "pronto, remero, bate la espuma..." 
 



 
DOS POEMAS 

 

Ni país, ni destino, 
ni memoria. Monedas 
al aire donde, a veces, 
es cara. Otra cruz. 
La cruz de Cristo 
al azar. 
E1 azar de Sísifo 
en nuestras manos. 
 

II 

En otras palabras, el mes próximo 
será invierno en Atlanta, Miami, 
North Carolina, Washington, 
Chicago, California. 
Todo es lo de siempre. 
Ningún sitio puede nombrar 
la sustancia de otra tierra. 
País alguno puede hacer que recobremos 
ese fondo sin el que estamos tan vacíos. 

Rita Martín 
 

MUSEO 

          Para Sylvia Plath  

Encontrar la aguja en el pajar 
en la unión de las alas 
en el paisaje aéreo. 
Los refranes son las palabras prótesis, 
las palabras museo, 
las del oro-rótulos-de-vida. 

Voy de visita al polen, 
al polen polvo de mí: 
con hojalata sellaron el cristal 
y es con hojalata que termina el árbol 
sus ramas colgadura de animales, 
lanza finísima, alfileres o agujas 
-- según peso y tamaño -- 
caen al centro mecánico 
que les dará el vuelo. 
Parece una estampida 
y es golpe de cuajo; 
Silencio en la sala interior 
(toráxica) 
de los admiradores. 

En el Museo de Ciencias Naturales, 
al centro del pajar 
donde el duro-blando huevo. 
 

USURAS DEL LENGUAJE 

Tiene los hombros muy cansados de evitar el vapor de luz, el arco de la vieja lámpara sobre su mesa. Pero los efectos han sido inmejorables: apostura, edad, facciones, ideas en ardua corrección! Horas en las que todo el trabajo parece conducirle hacia el reposo: Los bien ungidos callos comestibles. Masas de aire en frascos de carbono, inevitable y denso como una columna (y esta, a su vez, la muleta arqueológica) Y los bancos de Arlequines por Carlos Enríquez (ca. 1950)arena, excelente alquiler para los aledados extranjeros!, con lentitud hacia el mismísimo fondo. Miel, no importa qué corteza la almacene, su nombre es conocido, su proceso va del trasiego al sueño. Ninguna palabra nueva, ningún amor (Tendría que componer este lenguaje, como un mercader que evita paradojas de mala gana compraría lo que vende) 

Noches en las que todo trabajo debiera conducirle a la serenidad: Cuando la lámpara cierra el arco de luz y las mariposas alborotan, chocan entre si se pegan a la piel, rotan su caída como los precios rotan, y la piel aguarda, se pudre, cambia muchas veces de estampado, de valor, muchas veces el dibujo de alas antes de hacerse el comercio. Violentas y tardías, para salir al mundo agotan la abertura solar. 

Alessandra Molina  
 

   LA PESCA EN EL MAR 

  ¡Mirad!, ya la tarde fenece... 
     la noche en el cielo 
     despliega su velo 
     propicio al amor. 
 La playa desierta parece; 
     las olas serenas 
     salpican apenas 
     su dique de arenas, 
     con blando rumor. 

  Del líquido seno la luna 
     su pálida frente 
     allá en occidente 
     comienza a elevar. 
 No hay nube que vele importuna 
     sus tibios reflejos, 
     que miro de lejos 
     mecerse en espejos 
     del trémulo mar. 

 ¡Corramos!... ¡Quién llega primero! 
     ya miro la lancha... 
     mi pecho se ensancha, 
     se alegra mi faz. 
 ¡Ya escucho la voz del nauclero, 
     que el lino despliega 
     y al soplo lo entrega 
     del aura que juega, 
     girando fugaz! 

 ¡Partamos! La plácida hora foto de J. García Poveda 
        llegó de la pesca, 
   y al alma refresca 
        la bruma del mar. 
 ¡Partamos, que arrecia sonora 
        la voz indecisa 
        del agua, y la brisa 
        comienza de prisa 
        la flámula a hinchar! 

        ¡Pronto, remero! 
        ¡Bate la espuma! 
        ¡Rompe la bruma! 
        ¡Parte veloz! 
        ¡Vuele la barca! 
        ¡Dobla la fuerza! 
        ¡Canta, y esfuerza 
        brazos y voz! 

        Un himno alcemos 
        jamás oído, 
        del remo al ruido, 
        del viento al son, 
        y vuele en alas 
        del libre ambiente 
        la voz ardiente 
        del corazón. 

        Yo a un marino le debo la vida, 
        y por patria le debo al azar 
        una perla -- en un golfo nacida -- 
                                 al bramar 

                 sin cesar 
                 de la mar. 
 Me enajena al lucir de la luna 
 con mi bien estas olas surcar, 
 y no encuentro delicia ninguna 
                 como amar 
                 y cantar 
                 en el mar. 
 Los suspiros de amor anhelantes 
 ¿quién, ¡oh, amigos!, querrá sofocar, 
 si es tan grato a los pechos amantes 
                 a la par. 
                 suspirar 
                 en el mar? 
 ¿No sentís que se encumbra la mente 
 esa bóveda inmensa al mirar? 
 hay un goce profundo y ardiente 
                 en  pensar 
                 y  admirar 
                 en el mar. 
 Ni un recuerdo del mundo aquí llegue 
 nuestra paz deliciosa a turbar; 
 libre el alma al deleite se entregue 
                 de olvidar 
                 y gozar 
                 en el mar. 
 ¡Presto todos!... ¡Las redes se tiendan! 
 ¡Muy pesadas las hemos de alzar! 
 ¡Presto todos, los cantos suspendan, 
                 y callar 
                 y pescar 
                 en el mar! 
 

    AL PARTIR 

¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente! 
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo 
la noche cubre con su opaco velo, 
como cubre el dolor mi triste frente. 

¡Voy a partir!... La chusma diligente, 
para arrancarme del nativo suelo 
las velas iza, y pronta a su desvelo 
la brisa acude de tu zona ardiente. 

¡Adiós!, ¡patria feliz, edén querido! 
¡Doquier que el hado en su furor me impela, 
tu dulce nombre halagará mi oído! 

¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela... 
¡El ancla se alza... El buque, estremecido, 
las olas corta y silencioso vuela! 

Gertrudis Gómez de Avellaneda 
 

     APOLO 

Marmóreo, altivo, refulgente y bello, 
corona de su rostro la dulzura, 
cayendo en torno de su frente pura 
en ondulados rizos el cabello. 

Al enlazar mis brazos a su cuello 
y al estrechar su espléndida hermosura, 
anhelante de dicha y de ventura 
la blanca frente con mis labios sello. 

Contra su pecho inmóvil, apretada, 
adoré su belleza indiferente, 
y al quererla animar desesperada, 

llevada por mi amante desvarío, 
dejé mil besos de ternura ardiente 
allí apagados sobre el mármol frío. 
 

ÚLTIMA RIMA 

Yo he soñado en mis lúgubres noches, 
en mis noches tristes de penas y lágrimas, 
con un beso de amor imposible 
sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias. 
 
Yo no quiero el deleite que enerva, 
el deleite jadeante que abrasa, 
y me causan hastío infinito 
los labios sensuales que besan y manchan. 

¡Oh, mi amado!, ¡mi amado imposible! 
Mi novio soñado de dulce mirada, 
cuando tú con tus labios me beses 
bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias. 

Dame el beso soñado en mis noches, 
en mis noches tristes de penas y lágrimas, 
que me deje una estrella en los labios 
y un tenue perfume de nardo en el alma. 

Juana Borrero 
 

CAE LA TARDE 
Marisol, foto por Andrew Moore (La Habana, 1998) 
En el colegio siempre era de tarde. 
Tarde era el oro gris de la mañana. 
La lectura del libro se doraba 
también del pensamiento de la tarde. 

Ahora que el tiempo hacia otras hojas arde 
redescubro su tinta poderosa, 
las triviales nociones prestigiosas, 
su austera voz que llega ya muy tarde. 

Qué justeza y dulzura me ha traído 
decir estas palabras «cae la tarde» 
y su vieja ternura despaciosa. 

¡Cae la tarde sobre lo que se ha ido, 
cae la tarde sobre la antigua tarde 
de la lluvia, el silencio, las baldosas! 
 

PRIVILEGIO TRISTÍSIMO Y ARDIENTE  

Privilegio tristísimo y ardiente 
de estar vivo, de ser sin ilusiones, 
fríamente parciales de los dones 
oscuros, de las tardes inclementes. 
 
Qué me aferra a los últimos relentes 
de mi día, oh amor sin ilusiones, 
qué me arrastra a tus lúcidos rincones 
con tal fría pasión indiferente. 

Amor oscuro y  fiero de  mí misma, 
inhumano y  extraño que  me hieres 
con tu espada profunda y dividida. 

Acaba de una vez, que ya hace frío, 
y sollózame al fin qué es lo que quieres, 
y contesta por Dios, quién soy, qué he sido. 

Fina García Marruz 
 
 
LA VUELTA AL BOSQUE  

«Vuelves por fin, ¡oh dulce desterrada!, 
con tu lira y tus sueños, 
y la fuente plateada 
con bullicioso júbilo te nombra, 
y te besan los céfiros risueños 
bajo mi undoso pabellón de sombra.» 
Así, al verme, dulcísimo gemía 
el bosque de mis dichas confidente; 
¡oh bosque! ¡oh bosque!, sollocé sombría, 
mira esta mustia frente, 
y el triste acento dolorido sella, 
siglos de llanto ardiente 
y oscuridad de muerte traigo en ella. 
Mira esta mano pura 
¡ay! que ayer ostentó, resplandeciendo, 
el cáliz del amor y la ventura, 
hoy viene sobre el seno comprimiendo 
una herida mortal... ¡Bosque querido! 
¡tétricas hojas! ¡lago solitario! 
¡estrella que en el cielo oscurecido 
rutilas como un cirio funerario! 
¡lúgubres brisas y desierta alfombra, 
alzad eterno y funeral gemido, 
que el mirto de mi amor estremecido 
cerró su flor y se cubrió de sombra! 
Sobre la frente pálida y querida 
que el genio coronaba esplendoroso, 
y la virtud con su inefable calma, 
sobre la frente ¡oh Dios! del dulce esposo, 
ídolo de mi alma, 
y altar de humanidad y de dulzura, 
alzó la muerte oscura 
la pavorosa noche de sus alas; 
y cual la tierna alondra que en su vuelo 
atraviesan las balas 
y expirante y herida 
baja, bañada en sangre desde el cielo, 
y queda yerta y rígida en el suelo 
con el ala extendida, 
así mi corazón de espanto frío 
quedó al golpe ¡Dios mío! 
que mi vida cubrió de eterno duelo. 
Cuando volvió a la luz el alma inerte, 
la tierra, la montaña, el mar, el cielo, 
no eran más que el sudario de la muerte. 
¡Oh bosque! ¡oh caro bosque! todavía 
de este dolor la tempestad sombría 
ruge en mi corazón estremecido, 
y gira el pensamiento desolado 
como un astro eclipsado 
entre tinieblas lóbregas perdido. 
Y aquí estoy otra vez... ¡oh qué tristeza 
me rompe el corazón...! Sola y errante 
vago en tu melancólica maleza, 
por todas partes con dolor tendiendo 
el mirar vacilante; 
ya me detengo trémula, sintiendo 
el próximo rumor de un paso amante; 
ora hago palpitante 
ademán de silencio a bosque y prado, 
para escuchar temblando y sin aliento, 
un eco conocido que ha pasado 
en las alas del viento; 
ora ¡oh Dios! de la luna entristecida 
a los rayos tranquilos, 
miro cruzar su idolatrada sombra 
por detrás de los tilos: 
y la llamo y la busco estremecida 
entre el ramaje umbrío, 
en el terso cristal de la laguna, 
bajo las ramas del abeto escaso, 
mas en parte ninguna 
hallo señal ni huella de su paso. 
¡Triste y gimiente río 
que los pies de estos árboles plateas! 
¿por qué no retuviste 
y en tus urnas de hielo no esculpiste 
su fugitiva imagen? ¡Aura triste 
que entre las hojas tu querella exhalas! 
¿por qué no aprisionastes en tus alas 
el eco tanto tiempo no escuchado 
de su adorada voz? ¡Oh bosque amado! 
¡oh gemebundo bosque! ya no pidas 
sonrisas a estos labios sin colores 
que con dolor agito: 
pues no pueden nacer hojas y flores 
sobre un tallo marchito. 
Que ya en el mundo, mis inciertos ojos 
sólo ven un sepulcro que engalana 
flor macilenta con cerrado broche, 
y allí me encuentran pálida y de hinojos 
las lágrimas de luz de la mañana 
y los insomnes astros de la noche. 
Otras veces aquí ¡cuán diferente 
vagué en su cariñosa compañía! 
El arroyo luciente 
como un velo de luz se estremecía 
sobre la yerba humedecida y grata, 
allá el movible mar desenvolvía 
encajes brillantísimos de plata, 
y tembladoras, pálidas y bellas 
en el éter azul asemejaban 
abiertos lirios de oro las estrellas. 
Él con mi mano entre su mano pura 
bajo flores que alegres sonreían, 
me hablaba de sus sueños de ternura, 
mientras con movimiento dulce y blando, 
las copas de los álamos gemían 
nuestras unidas frentes sombreando. 
¡Oh vida de mi vida! ¡oh caro esposo! 
¡amante, tierno, incomparable amigo! 
¿dónde, dónde está el mundo 
de luz y amor que respiré contigo? 
¿dónde están ! ay! aquellas 
noches de encanto y de placer profundo 
en que estudié contigo las estrellas, 
o escuchamos los trinos 
de las tórtolas bellas 
que cerraban las alas en los pinos? 
¿Y nuestras dulces confidencias puras 
en estas rocas áridas sentados? 
¿dónde están nuestras íntimas lecturas 
sobre la misma página inclinados? 
¿nuestra plática tierna 
al eco triste de la mar en calma? 
¿y dónde la dulcísima y eterna 
comunión de tu alma y de mi alma? 
¡Lágrima de dolor abrasadora 
que corres por mi pálida mejilla! 
ya no hay flores ni aromas en el suelo, 
ya el ruiseñor no llora, 
ya la luna no brilla, 
y en la desierta lividez del cielo 
se borraron los astros y la aurora. 
Que ya todo pasó, pasó ¡Dios mío! 
para jamás volver; ¿adónde ¡oh cielo! 
adónde iré sin él, por el vacío 
de esta noche sin fin? ¡Fúnebre bosque! 
hoy todo es muerte para mí en la tierra, 
en la llanura con inmenso duelo 
se elevan los cipreses desolados 
como espectros umbríos, 
las brumas en la frente de la sierra 
crespones son que pasan enlutados, 
van en las nubes féretros sombríos, 
el mar gimiendo azota la ribera, 
con sollozo de muerte el viento zumba, 
y es, ante mí, la creación entera 
la gigantesca sombra de una tumba. 

Luisa Pérez de Zambrana 
 

                 AL ALMENDARES 

Este río de nombre musical 
llega a mi corazón por un camino 
de arterias tibias y temblor de diástoles... 

Él no tiene horizontes de Amazonas 
ni misterio de Nilos, pero acaso 
ninguno le mejore el cielo limpio 
ni la finura de su pie y su talle. 

Suelto en la tierra azul... Con las estrellas 
pastando en los potreros de la Noche... 
¡Qué verde luz de los cocuyos hiende 
y qué ondular de los cañaverales! 

O bajo el sol pulposo de las siestas, 
amodorrado entre los juncos gráciles, 
se lame los jacintos de la orilla 
y se cuaja en almíbares de oro... 
¡Un vuelo de sinsontes encendidos 
le traza el dulce nombre de Almendares! 

Su color, entre pálido y moreno: 
-- Color de las mujeres tropicales...-- 
Su rumbo entre ligero y entre lánguido... 
Rumbo de libre pájaro en el aire. 

Le bebe al campo el sol de madrugada, 
le ciñe a la ciudad brazo de amante. 

¡Cómo se yergue en la espiral de vientos 
del cubano ciclón...! ¡Cómo se dobla 
bajo la curva de los Puentes Grandes...! 

Yo no diré qué mano me lo arranca, 
ni de qué piedra de mi pecho nace: 
Yo no diré que él sea el más hermoso... 
¡Pero es mi río, mi país, mi sangre! 
 

      PREMONICIÓN 

Alguien exprimió un zumo foto por Isabela de Armas 
de fruta negra en mi alma: 
Quedé amarga y sombría 
como niebla y retama. 
Nadie toque mi pan, 
nadie beba mi agua... 
Dejadme sola todos. 

Presiento que una cosa ancha y obscura 
y desolada viene sobre mí 
como la noche sobre la llanura... 

                                         Enero 1924 
 

Dulce María Loynaz 
 

-- al menos, así lo veía a contra luz-- 

          Para Fernando García 

he prendido sobre la foto una tachuela roja. 
-sobre la foto famosa y legendaria- 
el ectoplasma de lo que ha sido, Ernesto Che Guevara (foto de Korda) 
lo que se ve en el papel es tan seguro 
como lo que se toca. la fotografía 
tiene algo que ver con la resurrección. 
-quizás ya estaba allí 
en lo real en el pasado 
con aquel que veo ahora en el retrato. 
los bizantinos decían que la imagen de Cristo 
en el sudario de Turín no estaba hecha 
por la mano del hombre. 
e deportado ese real hacia el pasado; 
he prendido sobre la foto una tachuela roja. 
a través de esa imagen (en la pared, en la foto) 
somos otra vez contemporáneos. 
la reserva del cuerpo en el aire de un rostro, 
esa anímula, tal como él mismo, 
aquel a quien veo ahora en el retrato 
algo moral, algo frío. 

era a finales de siglo y no había escapatoria. 
la cúpula había caído, la utopía 
de una bóveda inmensa sujeta a mi cabeza, 
había caído. 
el Cristo negro de la Iglesia del Cristo 
-al menos, así lo veía a contra luz- 
reflejando su alma en pleno mediodía. 
podía aún fotografiar al Cristo aquel; 
tener esa resignación casual 
para recuperar la fe. 
también volver los ojos para mirar las hojas amarillas, 
el fantasma de árbol del Parque Central, 
su fuente seca. 
(y tú que me exiges todavía alguna fe). 

mi amigo era el hijo supuesto o real. 
traía los poemas en el bolsillo 
del pantalón escolar. 
siempre fue un muchacho poco común 
al que no pude amar 
porque tal vez, lo amé. la madre (su madre), 
fue su amante (mental?) 
y es a lo que más le temen. 
qué importa si alguna vez se conocieron 
en un plano más real. 
en la casa frente al Malecón, tenía aquel 
 viejo libro de Neruda dedicado por él. 
no conozco su letra, ni tampoco la certeza. 
no se si algo pueda volver a ser real. 
su hijo era mi amigo, 
entre la curva azul y amarilla del mar. 
lo que se ve en el papel es tan seguro 
como lo que se toca. (aprieto la tachuela roja, 
el clic del disparador... lo que se ve no es 
la llama de la pólvora, sino el minúsculo relámpago 
de una foto). 
el hijo, (su hijo) vive en una casa amarilla 
frente al Malecón -nadie lo sabe, él tampoco lo sabe- 
es poeta y carpintero. 
desde niño le ponían una boina 
para que nadie le robara la ilusión de ser, 
algún día, como él. 
algo en la cuenca del ojo, cierta irritación; 
algo en el silencio y en la voluntad 
se le parece. entre la curva azul 
y amarilla del mar. 
-dicen que aparecieron en la llanura 
y que no estaba hecha por la mano del hombre -- 
quizás ya estaba allí, esperándonos. 
la verosimilitud de la existencia es lo que importa, 
pura arqueología de la foto, de la razón. 
(y tú que me exiges todavía alguna fe) 

el Cristo negro de la Isla del Cristo sigue intocable, 
a pesar de la falsificación que han hecho 
de su carne en la restauración; 
la amante sigue intocable 
y asiste a los homenajes en los aniversarios; 
(su hijo), mi amigo, el poeta, el carpintero de Malecón, 
pisa con sus sandalias cuarteadas 
las calles de La Habana; 
los bares donde venden un ron barato a granel 
y vive en una casa amarilla 
entre la curva azul y oscurecida del mar. 
qué importancia tiene haber vivido 
por más de quince años tan cerca del espíritu de aquel, 
de su rasgo más puro, de su ilusión genética, 
debajo de la sombra corrompida 
del árbol único del verano treinta años después? 
si él ha muerto, si él también va a morir? 

no me atrevo a poner la foto legendaria sobre la pared. 
un simple clic del disparador, una tachuela roja 
y los granos de plata que germinan 
                        (su inmortalidad) 
anuncian que la foto también ha sido atacada 
por la luz; que la foto también morirá 
por la humedad del mar, la duración; 
el contacto, la devoción, la obsesión 
fatal de repetir tantas veces que seríamos como él. 
en fin, por el miedo a la resurrección, 
porque a la resurrección toca también la muerte. 

sólo me queda saber que se fue, que se es 
la amante imaginaria de un hombre imaginario 
                          (laberíntico) 
la amiga real del poeta de Malecón, 
con el deseo insuficiente del ojo que captó 
su muerte literal, fotografiando cosas 
para ahuyentarlas del espíritu después; 
al encontrarse allí, en lo real en el pasado 
en lo que ha sido 
por haber sido hecha para ser como él; 
en la muerte real de un pasado imaginario 
-en la muerte imaginaria de un pasado real- 
donde no existe esta fábula, ni la importancia 
o la impotencia de esta fábula, 
sin el derecho a develarla 
(un poema nos da el derecho a ser ilegítimos en algo más 
que su trascendencia y su corruptibilidad). 
un simple clic del disparador 
y la historia regresa como una protesta de amor 
                   (Michelet) 
pero vacía y seca. como la fuente del Parque Central 
o el fantasma de hojas caídas que fuera su árbol protector. 
ha sido atrapada por la luz (la historia, la verdad) 
la que fue o quiso ser como él, 
la amistad del que será no será jamás su hijo, 
la mujer que lo amó desde su casa abierta, 
anónima, en la página cerrada de Malecón; 
debajo de la sombra del clic del disparador 
abierto muchas veces 
en los ojos insistentes del muchacho 
cuya almendra oscurecida 
aprendió a mirar 
y a callar 
como elegido. 
(y tú me exiges todavía alguna fe?) 
 

CATCH AND RELEASE 

     para Frank León 

coger y dejar sin que el anzuelo penetre 
detener un momento al pez entre los dedos. 
acariciar es demasiado gesto 
y poseer, un crimen. 
Yo diría tocar de un modo diferente. 
que podría ser áspero al contacto de la primera vez 
sin apartar la espina que provoca la escama. 
(la escama es la mentira). 
tiempo de lo perdido andaba buscando yo 
un límite del tacto. 
he visto peces que naufragan como hombres 
conchas deshechas 
y la mala palabra del animal que agota su intención entre los dedos. 
he dicho escama 
para no decir ausencia del deseo 
de tocar aquellas cosas 
trascendentes. 

Reina María Rodríguez 
 

 Vocación de Antinoo 

 Vuelve a saltar, Antinoo. 
 Cumple tu vocación: 
 destrozar en las rocas 
 el perenne misterio de la carne. 
 La belleza es un mito 
 que habrá que deshacer 
 tarde o temprano. 

 Lo mismo da que enturbies 
 las orillas del Tiber. 
 Las orillas del Nilo. 
 Las orillas del Ganges. 

 Lo mismo da 
 que rompas con tu salto 
 el débil equilibrio del profeta 
 que se bebió el licor 
 por cobardía. 
 Y predijo en silencio 
 la pureza del salto. 
 
 Todo era adivinanza. 
 ¿Después del salto, qué? 
 ¿Quién pudo descifrar 
 el lenguaje del cuerpo 
 que trazó su parábola? 

 Del punto de partida 
 al punto de llegar 
 contra las piedras 
 cabe la eternidad. 
 El cuerpo va dictando 
 mensajes al vacío 
 con la luz apuntando 
 a la cabeza. 

 Vuelve a saltar, Antinoo. 
 Punzada es la piedad 
 que da el nombrarte. 
 Todos saltan contigo 
 por la inercia 
 de nuestra torpe raza. 

 Es siempre 
 el mismo salto 
 hacia lo mismo. Así 
 saltamos todos. 

 Cuando un hombre 
 se estrella 
 todos quedamos rotos. 

 Meditación de Orfeo 

 Ya no esperaba el canto. 
 Ni la urgencia del canto. 
 Ni la nota precisa 
 que abriera la garganta 
 en un rictus de luz. 
 Ya no esperaba el canto. 
 Ya no esperaba. 
 No acredité la hermosa 
 vibración del sonido. 
 Turbio. Sin corazón 
 acallé la llamada 
 y hasta después del alba 
 negué la voz. 
 Me dispuse dormido. 
 Desterré la palabra 
 porque ya no era exacta. 
 Hundí sobre la sien 
 el dedo trovador meditabundo. 
 El de buscar las tensiones 
 del arpa que al cantar 
 la verdad sólo dijera. 

 Me dediqué en silencio al abandono. 
 A medir pulso a pulso 
 los rumores del miedo. 
 Ese animal feroz sin melodía. 
 
 Amasaba los pájaros 
 dudosos del extremo 
 acusando en las cuerdas 
 los golpes de tanta eternidad. 

 Así pasaba el tiempo de los tiempos. 
 Al límite quizás de la sorpresa. 
 Colérico. Violento. 
 Roto de ingravidez en las alturas. 

 ¿A quién alzar la voz? 
 ¿Qué firmamento espera 
 la invocación fatal 
 de una guirnalda? 
 ¿A quién he de enviar 

 las delicadas notas 
 que hieren e iluminan? 

 Mi soledad 
 se aviva en la certeza 
 donde ahogo el misterio. 

 Sobre el papel del mundo 
 se firman los acuerdos 
 de una nueva caída. 
 Esa visión de paz 
 me desordena. 

 Si he de cantar de sombras 
 meditando en lo oscuro 
 habré inventado el pórtico 
 donde el silencio y yo 
 juegan a deslumbrarse. 

María Elena Cruz Varela 
 

HUESOS FUERTES 

El viento entra 
por los huesos 
una flauta 
una cañería de desagüe. 
"Podrían tocar 
toda la noche 
y pedir 
durante tres generaciones. 
Si se les mira 
de cerca 
no están hechos 
para el trabajo 
y ostentan su miseria 
en carteles escritos 
en lengua ajena". 
Los rumanos 
de los campos 
de concentración 
(y los otros) 
escaparon 
en vagones establos 
falsificaron 
pasaportes 
caminaron 
fueron devueltos 
en las fronteras 
limítrofes 
del Este. 
Lo intentaron de nuevo 
(nos suicidaremos en masa). 
Algunos 
lo lograron 
y llegaron 
al Sur 
(o a la muerte). 

EL QUELTEHUE  

     para Elvira Hernández 

El pájaro que entró no saldrá 
ni por el hueco de la sien. 
Perdió las alas. 
No saldrá. 

No metamorfosis. 
No Ovidio. 

El pensamiento de lo que América sería 
si los clásicos tuvieran una vasta circulación 
no turba mi sueño. 

El queltehue 
cuyos huevos empollan en la cabeza del hombre. 
La cabeza se inclina con frondosidad. 
Toda la podredumbre alcanza su cocción. 

El frailecillo susurró: 
"No os dejéis tentar por la letra". 

Un insecto devorando un clásico 
no turba mi sueño, oh no, 
ni el pensamiento de lo que América sería. 

Damaris Calderón 
 

CARA CORTADA 

A veces sonrío en unos centímetros de película vieja. 
Gasto celuloide. 
Para los amigos mi novia y mi madre 
mi mejor perfil. 
Los perros y los narcos enfurecen. 
Entre lavatorios y crematorios 
entre oreja y oreja 
los maquillistas saben. 
La policía no. 
Cuando mi lado vendible se desliza 
fuera de la pantalla 
intercambiamos roles. 
A veces me paseo por unos centímetros de película vieja 
Y no sé si disimulo 
o es real esta alegría 
de que la canallada al fin 
tenga mi rostro. 
 

EXILIO 

Dicen que en Livonia nadie cierra los párpados, 
y que la nieve es ámbar, y que por nombrarla se pierde 
todo. Sin saber cómo se quita de entre los restos lo nevado, 
una región y luego una mujer ya se perdieron. 
Pero mi ámbar es más fuerte que el ámbar de Livonia. 

María Elena Hernández Caballero