Poesías del Coronel D. Manuel de Sequeira y Arango
Segunda edición corregida y aumentada por
D. Manuel de Sequeira y Caro
Habana: Imp. del Gobierno y Capitanía General, 1852
Prólogo(1)
“…… Tú, que el primero
desdichado Sequeira, indico lauro
a tu frente ceñiste……..”
     La poesía cubana, esa poesía provincial  espiritualista, que lleva por sello el idealismo que su naciente civilizacion  la comunica; brillante en las concepciones, sin galas en las formas, cadenciosa  y ligera, pero encantadora en sus pensamientos, donde no son comunes los  modelos de buen gusto, pero donde abunda el verdadero genio, esa poesía eco de  la europea, en que no asoma el espíritu filosófico de nuestro siglo, si bien  cuenta con mas aventajados discípulos Lamartine que Homero, Zorrilla que  Quintana; esa poesía imitativa pero con su carácter peculiar, rica de imágenes  atrevidas, fecundizadas bajo el ardiente sol de los trópicos, abrió su senda  con los acordes sones de la lira de Sequeira. Cúpole á este sentido vate la  inestimable honra de ser el primer cantor de la naturaleza cubana. Los dulces  ecos de su arpa fueron secundados despues; otros no ménos dignos del buen  nombre que gozan, prorrumpieron en armónicos acentos, y sus bellísimas concepciones,  con las brisas de Cuba, corrieron por las selvas y los bosques, penetraron en  el palacio y la cabaña, y dignas de mas lucida aureola atravesaron el oceano,  para repetirse en Europa, hasta adoptar el ropaje de los idiomas de Byron y de Chateaubriand.
           Empero, ¡con cuantos obstáculos, con cuantas  preocupaciones tubo que luchar, Sequeira! Los primeros que se afanaron en la  gran obra del benéfico Las Casas, los  que trataron de interpretar la bella frase que mas inmortalizará á aquel  ilustre gefe, los que caminaban al frente de la humanidad y de la ilustracion,  no recibian en galardon de sus esfuerzos sino los tiros que les dirigía la  envidia, que alimentada á la sombra de la
 ignorancia, hacia la mas poderosa y  firme oposicion á cuanto demostraba tendencias al adelanto de las letras. El  lamentable atraso de aquella época, fué el mayor y mas terrible adversario con  quien tuvo que combatir, cuando haciéndose superior al torrente de las  preocupaciones dijo apostrofando á la envidia.
"Brama, no importa que tu agudo diente
Muerda mi nombre con voraz venganza,
Que yo para triunfar de tu pujanza
No preparo otro escudo, vil serpiente,
Que mi dulce templanza."
     Cuando venciendo Sequeira, su natural modestia dió á  la prensa sus primeras desaliñadas composiciones, ¿qué era en Cuba la  literatura? No entra en nuestro plan este exámen. Basta para nuestro intento la  conviccion que abrigamos de que la literatura aun en su infancia, y mal  comprendida por la generalidad, era un inmenso valladar al desarollo de la  inteligencia.
           Amarguras y sinsabores que acibarándole en lo mas  florido de su existencia, desencantaron su corazon, le arrancaron las  ilusiones, y mas adelante tuvieron una influencia poderosa en los  acontecimientos de su vida. Estos fueron los frutos que pudo recojer por  entonces, ¡frutos amargos como son siempre los que produce la ingratitud!
           No obstante en los momentos de ocio, no podia  dominar el irresistible poder que lo trasladaba á las regiones de la fantasía,  y dando largas á su deseo, fascinado por esa noble ilusion que llaman gloria,  escribió multitud de poesías de las que se publicó un tomo impreso en NewYork  en el año de 1829, única edicion que corre hasta la época presente.
      
     Empero por laudables que hayan sido los esfuerzos de  las personas encargadas de esta edicion, salvando del olvido trabajos que hasta  entonces no habian visto la luz pública, mucho dejaba aquella que desear, por  que incompleta por demas, ni satisfacialos deseos de la generalidad que ansiaba  encontrar allí muchas de las mas populares producciones del poeta, que se  habian insertado en los periódicos, ni daba á conocer en toda su extension el  estro de Sequeira que flexible, armonioso y acomodado á todos los géneros de  poesia pulsaba su laud por todas sus cuerdas y por todos los tonos.
           A pesar de los sagrados vínculos que me unen al  autor, pudiera hacer un concienzudo análisis de sus obras; pero en la  alternativa de que podria acusárseme de parcial, formada como está ya, la  reputación que el público les ha dispensado, desisto de mi propósito al  presentarlas nuevamente.
           Tres motivos me impelen á publicar esta edicion:  primero, complacer á mis numerosos amigos puesto que agotada la primera hace  muchos años, con dificultad he podido proporcionarme el ejemplar que necesito  al intento; segundo, incluir un gran número de composiciones que no se  comprendieron en la primera edicion; y tercero, presentar este recuerdo á la  memoria del mejor y mas desgraciado de los padres.
           A los que por primera vez conozcan estas poesías,  debo prevenirles, que si su estilo no tiene á veces toda la elegancia y  correccion de que son dignas, culpa será de la época en que fueron escritas,  del gusto que era entonces cuando empezaba á formarse, y de que no pudieron  recibir la última mano del autor cuando se publicaron en coleccion; empero al  lado de estos defectos, de que á veces se resienten, muchas son sus bellezas:  ideas elevadas, sencillez y naturalidad en el lenguage, metáforas llenas de  valentía y hermoso colorido en las descripciones. Admirador de la belleza y del  talento, del entusiasmo que provoca la contemplacion de la naturaleza  privilegiada de la Isla de Cuba y de los descubrimientos que tanto honran á la  especie humana: idólatra de las glorias de su nacion se inflamaba su estro con  los portentosos hechos del Dos de, Mayo y de Zaragoza, y manejó estos asuntos  dignos de aprecio, sino por el desempeño, á lo menos por las lecciones de moral  que envuelven. Aunque fué el primero en hablar la lengua de los Dioses en la  Reina de las Antillas, jamas trató de eclipsar á nadie; y el mas ó menos  merecido renombre de que goza, prueba bien á las claras, que no tuvo sino una  fuerza de voluntad digna de aplauso; que decidido entusiasta de las musas, no  pudo resistir al deseo de consagrarles sus vigilias, y que sus inspiraciones de  sabor clásico en su mayor número, poseen el verdadero mérito de haber  despertado en nuestra juventud el gusto por la buena poesía.
Manuel de Sequeira y Caro.

Rasgo de amistad
Musa vetat mori.
Hor.
     No pretendo esparcir con mano trémula hermosas y  fragantes flores sobre la tumba del Sr. D. Manuel de Sequeira y
 Arango. El  dolor y amargura de que está penetrado mi corazon por una muerte aunque muy  prevista, pero siempre lamentable, no me ofrece sino adelfas y lúgubres  cipreses. Mas esta no seria la libacion que merecen sus cenizas, ni la que debe  consagrarle la mas sincera y constante amistad.
           Eramos todavía jóvenes cuando el ilustre Casas,  semejante al astro del dia, se presentó en nuestro horizonte disipando con sus  luces los errores y preocupaciones, reuniendo en una Sociedad de amigos los  hombres que existían dispersos por sus intereses y opiniones, y estrechando  íntimamente sus relaciones y afectos; desde entonces Sequeira y yo  identificados en ideas y sentimientos, nos dirigimos con frecuencia á un mismo  objeto, aunque por medios diferentes: él observando con exactitud y el éxito  mas plausible los preceptos de Aristóteles y Horacio, y yo venerando y  siguiendo de léjos con paso lento las huellas sagradas de Quintiliano y de  Tulio.
           Confiada la direccion del Papel Periódico á la  Sociedad Económica por su ilustrado fundador, Sequeira y yo fuimos elegidos  entre sus primeros redactores.—Poco despues propuse á ese Cuerpo, á  consecuencia del programa que publicó, que se erigiera una estatua en el paseo  extramuros al Sr. D. Cárlos III, como el mas justo y digno homenage de nuestra  fidelidad y gratitud, por habernos redimido del yugo británico. Sequeira  aplaudió su inauguracion con el mismo júbilo y ardiente entusiasmo que los  Atenienses las de Armodio y Aristoginton.—Juzgué tambien merecedor de otro  monumento tan glorioso y perdurable al Almirante Cristóbal Colon; Sequeira ya  con la lira, ya con la trompa cantó las eminentes acciones de aquel Héroe,  cuando se trasladaron sus respetables cenizas de la isla de Santo Domingo á la  Catedral de esta ciudad.—Preparé la opinion de sus vecinos en favor del  cementerio que se construía léjos de la poblacion, y describí despues su parte  arquitectónica y funeraria; una y otra mereció que Sequeira las recomendara en  un Poema, persuadiendo con las razones mas eficaces que la Religion y la salud  pública exigian imperiosamente aquel establecimiento.
           El 2 de Mayo de 1808 que aun excita en el corazon de  los españoles los sentimientos mas nobles y sublimes, ese dia de gloria y de  luto, de estupor y venganza, me inspiró la "Conjuracion de Bonaparte y  Godoy contra la España," y cinco años sucesivos celebré su aniversario,  inflamando el odio á la perfidia, la fidelidad al legítimo Soberano, y los  mayores sacrificios por la independencia nacional; Sequeira enagenado por un  estro divino comparó en un Poema el valor y decision de Daoiz y Velarde al  heroísmo de Leonidas, cuando resignándose á morir con sus trescientos  compatriotas, sellaron ese voto con propia y enemiga sangre, hasta obstruir con  los cadáveres el paso por los Termópilas, y continuando aquel paralelo en  varias circunstancias, concluye con este exactísimo epílogo.
En hora buena recomiende el griego
El valor de sus huestes distinguidas
Por su gloriosa memorable hazaña;
Que si á la Grecia eternizó Leonidas
Daoiz y Velarde ilustrarán á España.
     Entre los dos sitios que sufrió Zaragoza en la  guerra de la independencia, y en la de Numancia descrita por Lucio Floro, no  encuentro otra diferencia sino en el tiempo que duraron: esta se prolongó  muchos años, y aquellos pocos meses. Pero siendo incomparablemente superior la  potencia destructiva de los fusiles, cañones, minas, bombas y otros  proyectiles, á la de los dardos, flechas, arietes y demas armas que usaban los  romanos; resultaron en un período mucho mas corto, las mismas calamidades,  desolaciones, muertes y general exterminio. Los habitantes de esos dos ínclitos  pueblos soportaron todas aquellas adversidades con igual fortaleza, constancia,  valor y patriotismo; y si Escipion no encontró un solo Numantino para uncirle á  su carro, Lannes halló únicamente cadáveres y moribundos, escombros y cenizas.  Ni el uno ni el otro pudieron gozarse de su triunfo, porque en ambos fué un  nombre insignificante. Tan heroicas virtudes y hechos tan eminentes los referí  en un Discurso; Sequeira los ensalzó como justamente merecian en un Poema, por  sí solo bastante para ser conocido y apreciado de los críticos menos  indulgentes.
           Al fin, la Sociedad Económica por una eleccion muy  honrosa me confió el elogio del Excmo. Sr. D. Luis de las Casas, su fundador,  primer presidente y Socio honorario; Sequeira aplaudió en diferentes metros y  de mérito distinguido sus virtudes marciales y civiles, y los importantes  beneficios que dispensó á esta Isla su ilustracion y munificencia, el dia  memorable que la misma Corporacion y la Junta de Comercio y Agricultura de esta  ciudad le tributaron el mas solemne y religioso testimonio de dolor y gratitud  cuando ya nada podian esperar de su benevolencia, ni temer de su autoridad.—Tan  repetida coincidencia por un impulso expontáneo, sin previo acuerdo ni alguna  indicacion, supone la simpatia mas íntima entre las funciones del cerebro y del  corazon.
           Mas esas poesias, ni las contenidas en la coleccion  de ellas publicadas en New-York, son las únicas que produjo su fecunda y  ardiente imaginacion, ni tampoco se dedicó exclusivamente á gozar de los  placeres que inspira ese arte encantador. Socrates y Descartes manifestaron que  la filosofía no era incompatible con la milicia: á las Musas de Cervantes y  Ercilla no infundieron pavor el estruendo de las armas ni el horrísono  estampido del cañon; Sequeira ciñó sus sienes con los laureles que cortaba  alternativamente en el monte Parnaso y en el campo de Marte. Otro genio mas  favorecido del Dios de las batallas le seguirá por esta difícil carrera  demasiado extraña á un tímido prosista aterido ya y enervado por la edad. Pero  siempre le admiraré como al primero que enseñó en Cuba con su ejemplo los  tropos y preceptos, la cadencia y armonia, las gracias y bellezas del arte de  Apolo á los precoces ingenios que con grata sorpresa se desarrollan, ofreciendo  las mas lisonjeras esperanzas; descollando entre ellos por los rasgos con que  ha imitado á Virgilio en la Epopeya, á Horacio en las Odas y Epístolas, á  Juvenal en la Sátira, en los Epigramas á Marcial, aunque ménos picante y  profuso, y en las Anacreónticas al venerable autor de esas rimas. Por ellas y  otras vive todavia, y nunca se olvidará su nombre.
Tomas Romay.
Habana 21 de abril de 1846
     El poeta cubano, el primero que aquí levantó su voz  dulce y armoniosa para cantar de un modo digno del hombre y de la sociedad,  habia dejado de existir, en la mañana del domingo 18, y sus deudos, sus amigos  y mil personas amantes de las letras acompañaban su cadáver á la parroquia del  Espíritu-Santo.
           La religion elevaba en el templo sus cánticos de  consuelo hacia el Supremo Hacedor del mundo; la milicia rindió el último  homenage á su anciano gefe, y pocos instantes despues la poesía, lloraba sobre  la tumba al ilustre vate que en sus mejores años cultivó las musas, inspirado  por el sol de Cuba que inflamó su espíritu en raudales de armonía.
           La juventud doliente rodeaba su cadáver, el anciano  poeta descansaba la cabeza en la tumba, abatida la frente que jamás turbó  ningun pensamiento torpe, y apagada la lumbre de sus ojos en que se habian  reflejado los divinos destellos de la inteligencia. Sequeira cantó cuando entre  nosotros aun no se había despertado el gusto per la poesía, y los cantos de  Sequeira nunca ofendieron ni al hombre ni á la sociedad; emanaciones de su alma  no podian envolver la crueldad de una amargura que las mas veces se preconiza  sin las punzantes espinas del sentimiento, y que solo hace bastardear las  letras apartándolas del objeto á que están llamadas por su poderosa influencia.  Sequeira cantó, y sus cantos resonaron en los campos de Cuba con la armonía de  sus palmas, con la dulzura de sus brisas, con el blando arrullo de sus aguas, y  cuando el infortunio convirtió en tinieblas tanta luz, tantas y tan bellas  esperanzas, cuando la razon abandonó aquel cerebro y los extravíos de la mente  sustituyeron los triunfos que el talento le hizo alcanzar, la humanidad lanzó  un gemido porque habia perdido á un hombre, las letras porque veian morir á uno  de sus aventajados cultivadores.
           Los versos de Sequeira se conservan entre nosotros  como un recuerdo glorioso aunque triste; ellos son las inspiraciones del poeta,  y á la vez la memoria acerca de su infortunio. La juventud cubana que cual  reliquia los conserva, tributó á Sequeira el justo homenaje que sus talentos y  sus desgracias merecían, y decimos la juventud cubana, porque no creemos que haya  un solo amante de las letras que no adoptara como suyos los conceptos que en su  tumba se expresaron, los sentimientos que allí le rindieron.
           Penetrados de dolor y en estrofas que inspiró el  sentimiento, tributó una ofrenda al anciano bardo, nuestro amigo Güell y Renté,  y á su fúnebre demostracion de aprecio, siguieron en bellos y armoniosos versos  los apreciables amigos D. Miguel de Cárdenas y Chavez, D. José S. Bobadilla y  D. José Careases y Guerrero.
           Estos honores tributados expontáneamente al mérito y  á la desgracia son un consuelo para el hombre, un estimulo, y una leccion de  moralidad para la juventud. ¡Pueda esta por sus talentos y virtudes merecerlos  y no profanar nunca la mansion santa del sepulcro!
Manuel Costáles.

     Al esparcir algunas flores sobre la tumba del  ilustrado patricio que tanto se afanó en beneficio de sus conciudadanos, que  tanto contribuyó á difundir el gusto por las bellas letras, y que fué el  primero que en armoniosos y sentidos versos cantó las bellezas de su patria, é  hizo nacer entre nosotros, la aficion al divino arte de Homero, no se nos  oculta la cortedad de nuestras fuerzas para arrostrar tamaña empresa. Mas  séanos permitido no obstante, trazar un bosquejo de los hechos y las virtudes  que inmortalizarán en Cuba la memoria de Sequeira, que con las lágrimas que nos  arranca su perdida será el primer homenaje que tributamos á su mérito.
           Aunque nada hay indiferente en la vida de los  hombres que salen del nivel comun, no nos detendremos en referir que nacido D.  Manuel de Sequeira, de una familia distinguida en el país por su nobleza, hizo  los primeros estudios en el Colegio Seminario de San Carlos, en donde desde muy  luego dió á conocer su aficion á las letras, y brillantes disposiciones. Dotado  de una imaginacion ardiente, de un carácter elevado que se avenia mal con las  formas escolásticas, llevábale su inclinacion á la carrera de las armas, que se  le presentaba mas expedita para desarrollar las doradas ilusiones que en la  juventud nos son tan comunes.
           En 1780 entró á servir de cadete en el regimiento  infantería de Soria, y pasando por los diferentes grados hasta el empleo de  coronel, ha servido cuarenta y seis años, desplegando en este tiempo  conocimientos poco comunes que lo hubieran llevado á ocupar los mas elevados  puestos de la Milicia, si el trastorno de sus facultades mentales no hubiera  atajado sus pasos en una carrera tan gloriosa.
           D. Manuel de Sequeira y Arango aunque destinado  desde su infancia á la carrera de las letras y aficionado en extremo á ellas,  demostró que no es incompatible su cultivo con el ejercicio de las armas. En  Julio de 93 pasó á la isla de Santo Domingo en la expedicion que fué al socorro  del cuartel de Cahobas. Se encontró en la accion del rio La-Matrie, en la que  al frente de las tropas de su mando, le cupo la gloria de desalojar á los  enemigos tomándoles dos piezas de artillería. Y por último en Yacci, se le vió  con su acostumbrada intrepidez, al lado del Mayor General de quien era ayudante  de campo.
           Los laureles de la campaña de Santo Domingo daban ya  á conocer las dotes militares de Sequeira, y presagiaban que algun dia no seria  desdorado el baston de mando, en las manos del pundonoroso alumno que tan bien  se plegaba á la pasiva obediencia del subalterno.
           Por Real orden de 14 de Enero de 1810 fué nombrado  comandante militar de Coro, y aunque no llegó á tomar posesion de aquel  destino, partió en Abril de 813 para el Nuevo Reino de Granada, á servir á las  órdenes del Sr. Capitan General D. Francisco Montalvo y Ambulodi.
           El estado político de aquellas posesiones, la guerra  encarnizada que allí sostenia el gobierno legítimo contra los disidentes,  presentaban á Sequeira un ancho campo en que desplegar sus talentos. En efecto la  conducta que entonces observó, y las comisiones que se encargaron á su celo,  son una prueba inequívoca de la constancia con que siempre caminó por la senda  del honor.
           Era Montalvo un gefe harto sagaz y adicto á la causa  que con tanto ardor defendia, para que no se aprovechase de las recomendables  prendas de Sequeira. Importaba mucho al buen servicio, que á la cabeza del  mando político y militar déla provincia del Rio de la Hacha, estuviera un  hombre activo, fecundo en recursos y que inspirase confianza. Ninguno podia  elegirse que uniese estas cualidades en tan alto grado, como el teniente  coronel don Manuel de Sequeira y Arango, que entonces desempeñaba la  Subispeccion de las tropas de aquel Reino. Los resultados correspondieron á las  esperanzas.
           Posesionado del mando de la provincia del Rio de la  Hacha, se dedicó con el mayor desvelo á proporcionar á sus habitantes, el mas  cómodo, seguro y eficaz medio de subsistir, facilitando el abasto permanente de  víveres, cuya escasez afligía sobremanera á aquel pueblo. Persiguió hasta  conseguir abolir, el pernicioso abuso y monopolio en que se ocupaban algunas  personas acopiando víveres para sacrificar despues al vecindario, vendiéndolos  á su antojo en el tiempo en que estos mismos usureros, proporcionaban la escasez  con sus acopios.
           Mandó que se tomase una razon exacta de los frutos  que cogia cada cosechero, y que con su cuenta se condujesen á la ciudad donde  públicamente y con asistencia de un magistrado se vendiesen á todo el mundo, en  proporcion de lo que cada uno pudiese necesitar. Estableció una carnicería  pública para que en aquellos tiempos de escasez, pudiesen las clases  menesterosas alcanzar la carne en pequeñas cantidades, impidiendo que por  arrobas se la llevasen los mas acomodados causando grave daño á los infelices  que por consecuencia de la guerra padecian las mayores miserias. Arregló los  aranceles de todos los víveres, y en particular los de primera necesidad, y  desterró la corrompida costumbre de que se alterasen los precios por los  revendones.
           Pero si tan cuidadoso y entendido se manifestó  Sequeira en extirpar los abusos que privaban de la abundancia y bienestar á sus  gobernados, no fué ménos solícito en atender á cuanto reclamaba la defensa de  la plaza que se le encomendara. Visitó personalmente toda la provincia.  Organizó con la mayor exactitud una expedicion que por el Sr. Capitan general  del Reino se le mandó siguiese al punto de Chiriguana y valle de Dupar, para  reunirse allí con otra y marchar contra los insurgentes de la villa de Monpox.  Fortaleció el castillo de San Jorge con una muy bien construida estacada al  rededor, suficiente á resistir cualquiera asalto del enemigo. Aprestó y dispuso  todo lo necesario para defender la plaza, y preparó los ánimos para resistir á  los contrarios. Exploró el campo á inmediaciones de la ciudad, y la despojó de  todo obstáculo que pudiese impedir su defensa.
           No solo concurría Sequeira con la mayor exactitud á  precaver con sus rectas y acertadas providencias todo abuso introducido en  perjuicio del bien público, no solo aprestaba cuanto era necesario para la  defensa, sino que la administracion de justicia llamaba muy particularmente su  atencion, y se dedicaba con asiduo esmero á distribuirla á favor de aquellos á  quienes correspondia. Tan constante empeño en proporcionar la felicidad á sus  gobernados, y en remover los obstáculos que pudieran alejarla, le granjearon el  afecto general, y si las mejoras efectivas que introdujo en su gobierno, no le  hicieran recomendable, la conducta que con él observó el Ayuntamiento de Rio  Hacha, nos daría á conocer el aprecio en que allí se le tenia. Cuando á muy  poco de entrar en el mando se le destinó á otro punto, acudió el vecindario,  por medio de los alcaldes ordinarios al Capitan general, suplicándole se  sirviese conservarle en el gobierno por convenir al mejor servicio del Rey y  felicidad de la provincia. Accedió el Capitan general, y esta superior  determinacion se hizo pública por medio de carteles que se fijaron en todos los  ángulos de la ciudad. Mas estaba dispuesto por la Providencia que su gobierno  fuese de corta duracion. Las vicisitudes de la guerra solo le permitieron hacer  la felicidad de sus gobernados el corto espacio de once meses. Al separarse no  desmintieron los habitantes del Rio-Hacha la cordial adhesion á su gefe, y en  una extensa y razonada representacion en que detallaban los inmensos benefidos  debidos á la administracion de Sequeira, lo recomendaron á S. M.
           Apénas hubo fenecido su mando en el Rio-Hacha,  cuando se le destinó al de Monpox. Era del mayor interes sostener este punto á  todo trance, y por cuantos medios fuesen imaginables, pues de su conservacion  dependia mantener cortadas las comunicaciones de la capital con Cartagena, de  modo que esta no pudiese recibir auxilios de aquella. No quedaron tampoco en  este puesto defraudadas las esperanzas del General, y Sequeira con sus  acertadas disposiciones dejó siempre bien puesto el honor de las armas Reales.
           Fecunda en acontecimientos y no escasa de gloria fué  para Sequeira la época que vamos recorriendo. Cuando se le destinó para el  gobierno del Rio-Hacha, ya habia desempeñado interinamente el de Santa Marta, y  en él llenó sus funciones con el infatigable celo que siempre caracterizó su  conducta.
           El arreglo de las tropas del Nuevo Reino de Granada  era indispensable, urgente, y el gefe superior que conocia los hombres y los  talentos, eligió á Sequeira para un empleo á que le llamaba su reconocido  mérito. Desde entonces aplicó todo su tiempo, todas sus tareas á la  organizacion y arreglo material del ejército. A él se debió la formacion de  tres compañias de voluntarios en los pueblos de San Juan, Fonseca, Barrancas y  valle de Dupar; trabajo que le mereció los mas brillantes elogios por haberlo  concluido en el término de doce dias. Formó una compañía de honrados jóvenes; y  por último la de Urbanos de Santa Marta escasa de fuerzas hasta entonces,  subió, merced á su eficacia, á 879 plazas.
           Difícil nos seria encerrar en los límites de este  artículo las brillantes acciones, con que en repetidas veces se distinguió  Sequeira. Baste decir que su nombre figura en cuantos hechos de armas de  consideracion se dieron contra los insurgentes en el Nuevo Reino de Granada,  siempre acompañado de los mayores elogios, y en varios recomendado al Supremo  Gobierno. En los gloriosos sucesos del Magdalena ocurridos en 1815, en que las  armas Reales triunfaron de los rebeldes le cupo no pequeña parte, y fué  premiado con la medalla concedida á los que mas se distinguieron.
           Pero no solo se hacia notable Sequeira por su valor,  pericia militar, fácil expediente en preparar y dirigir los acontecimientos y  sacar partido de las circunstancias, sino que llamaba la atencion por otras  apreciables cualidades. Estaba dotado de un carácter activo, lleno de moderacion,  de delicado discernimiento y no podia ménos de conciliarle el afecto público.  Así es que en cuantos puntos de Costafirme se encontró, siempre iba precedido  de buena reputacion, y era acogido por las personas mas distinguidas, lo que no  suele ser muy comun en tiempos de revueltas en que se exasperan las pasiones, y  parecen mas dispuestos los hombres al odio.
           El general Montalvo adornado de las cualidades que  tanto apreciamos en los hombres que ocupan puestos elevados, tenia el espíritu  demasiado justo para no reconocer la conveniencia de la amistad con Sequeira,  de modo que mas que su gefe fué su mejor amigo. La intimidad que entre los dos  reinó, no fué nunca empañada por mezquinas pasiones, y la correspondencia que  constantemente siguieron, honra sobremanera al ilustre General que no conocia  mas emulacion que la de las virtudes y la gloria. Queriendo premiar la conducta  de Sequeira en los gobiernos que por comision suya desempeñó, le nombró en  Enero de 1816 Teniente de Rey de Cartajena con retencion de la Subinspeccion  general de las tropas del Reino que ejercia con aprobacion de S. M.:  nombramiento que se confirmó por el Supremo gobierno en Junio del mismo año.
           Bosquejada ligeramente esta parte de la vida de  Sequeira, vamos á considerarlo como literato y como poeta, quedándonos el dolor  de no haber podido, por carecer de los documentos necesarios, enumerar mas por  extenso todos los hechos militares, ni seguir en nuestra relacion el orden  cronológico de los sucesos.
           Desde su infancia dió muestras de sus bellas  disposiciones para la poesía, y siendo subalterno se ensayaba en composiciones  festivas, imitando á Góngora, Quevedo y otros, que eran leídas y aprendidas con  avidez, no solo por sus compañeros de armas, sino por toda la juventud  habanera. Aunque muy feliz y oportuno en este género, preciso es confesar que  estos primeros destellos no anunciaban todavía la lira valiente que habia de  cantar los hechos de Hernán Cortés.
           Nutrido con la lectura de los clásicos latinos que  le facilitaba el conocimiento que tenia de aquella lengua, y dominado por su  ardiente pasion á las letras, era ue esperarse que la vida literaria de  Sequeira, no seria sin frutos para su patria. Poseia perfectamente el francés;  y la lectura de buenos libros, contribuyó no poco, á formar aquel delicado  gusto que generalmente se advierte en sus obras.
           No hacemos mencion de esta circunstancia, porque sea  en realidad, de consideracion, sino porque para juzgar imparcialmente á un  escritor que floreció en un tiempo en que las letras no habian llegado al  explendor que hoy, en una época en que saber una lengua extrangera, se reputaba  por el mas cumplido esfuerzo del entendimiento, deben tenerse muy en cuenta  estas particularidades, para que sobre su mérito sea imparcial el fallo.
           No se entregaba Sequeira con tanta constancia al  estudio por satisfacer una caprichosa y pueril curiosidad. La Sociedad  Económica de Amigos del Pais de la que era miembro, y aun pudiera decirse uno  de sus fundadores, veia con placer, sus tareas dirigidas siempre al bien  general, y á propagar la ilustracion. A este fin se encaminaban sus desvelos, y  para conseguirlo alentaba constantemente á la juventud, y escribia en los  papeles públicos. Conocia Sequeira que el mejor medio de que las ideas y el  saber de los hombres, se comunicasen á los otros hombres, era la prensa  periódica. Veia que nada era tan apropósito para esto, como un género de  literatura, en que todos pudiesen lanzar el fruto de sus meditaciones y de sus  estudios: una literatura barata, por decirlo así, fácil, acomodada á todas las  inteligencias, y al alcance de todas las capacidades; una literatura en fin  lacónica, variada, interesante y deleitable que al mismo tiempo que difundiese  la ilustracion, aficionase los hombres á la lectura, para que dedicándose á ella  en los momentos que sobran en los quehaceres de la vida, fuesen poco á poco  extirpándose los vicios y placeres impuros, origen casi siempre de las  divergencias sociales y disgustos domésticos. Fué Sequeira redactor de varios  periódicos, y al ardor con que se dedicaba á estos trabajos, en un tiempo en que  tan pocos progresos se hacian en este género, se debe tal vez, el desarrollo  que ha tenido entre nosotros el periodismo.
           Sus compañeros de armas recurrían á él, en las  ocasiones en que sus conocimientos les eran necesarios, y muy frecuentemente se  ocupaba en las defensas para que le nombraban, alentados con el buen resultado  que se prometian de tan celoso y entendido patrono. Corrían estas producciones  de Sequeira de mano en mano, se leian con el mayor interés, y se celebraban con  entusiasmo. ¡Lástima que no se conserven estas defensas, y particularmente la  que hizo en favor del Subteniente D. Gabriel O-Rian en Noviembre de 1809 que  motivó la Real orden expedida en la isla de Leon por el consejo de Regencia, y  que tan honorífica fué para Sequeira! Estos documentos probarian siempre su  aptitud y el esmero con que abrazaba las causas de sus compañeros, pudiéndose  decir de él, lo que de sí mismo decia Ciceron: "que sus talentos oratorios podrían acaso calificarse de medianos, pero  que nunca habían faltado en el peligro de sus amigos."
           La aficiona las bellas letras no impedia á Sequeira  dedicarse á trabajos mas serios; pero ni aun en su gusto por aquellas, podria  motejarse á un hombre que hasta en as mas frivolas ocupaciones tenia presente  la pública utilidad. Como habia abrazado la carrera militar con verdadero  entusiasmo no le eran indiferentes las mejoras que pudieran introducirse en la  milicia. Trabajó unas observaciones sobre táctica, y un plan y distribucion por mayor  de un ejército que dejando los dos tercios de la infantería española en su pais,  durante diez meses llenase las exigencias de la Monarquía en paz y en guerra  con el menor gravamen posible de la poblacion y del Erario.
           El Excmo. é Ilustrísimo Sr. D. Juan Diaz de Espada  Obispo de esta Diócesis, Prelado de profundo saber, unia á su natural bondad  una cualidad muy eminente, la de favorecer y ayudar á los sugetos distinguidos  por algun mérito. Conociendo las prendas de Sequeira, lo protegió, y lo que es  mas, le dispensó su amistad. No se mostró el poeta ingrato á la estimacion del  venerable Pastor, y esta estrechez no fué estéril para las letras. Cuando se  escriba esta página de la Historia de Cuba, no podrá ménos de repetirse con ternura  el nombre del ilustre Prelado, que si mereció las alabanzas de sus fieles, por  el celo piadoso con que socorria al desvalido, por el empeño con que promovia y  llevaba á cabo muchas mejoras en la administracion de su rebaño, y por quien  decia nuestro poeta:
"Y tu Pastor ilustre en cuya frente
"Mas que la mitra la piedad reluce;
     No era ménos acreedor al eterno agradecimiento por  la solícita proteccion que siempre dispensó á los hombres estudiosos que se  dedicaban á propagar la ilustracion.
           La lira de Sequeira, consagrada á cantar las glorias  de su patria celebró en varias ocasiones las relevantes virtudes del dignísimo  prelado, y sus versos al Cementerio nos pintan muy al vivo la parte activa que  el pastor tomaba en aquellos trabajos.
"Corre mi llanto mas cuando recuerdo
"Que diariamente, activo vi al Prelado
"Animar con su ejemplo al desmayado,
"Y corregir al lerdo,
"Confundido en la plebe de su aprisco
"Dirige el Obeliso;
"Y hace que creEcan los peñascos duros
"Como crecieron los tebanos muros."
     Dedicóle algunas composiciones, y el soneto la ilusion que lo compuso dándole el  Prelado por texto Sic transit gloria  hujus mundi.
           Las poesías de Sequeira serán siempre estimadas, ya  se considere que fué el primero que en Cuba abrió el templo de las musas, ya se  tenga en cuenta su verdadero mérito. Imaginacion viva, talento perspicaz y  reflexivo al mismo tiempo, valentia y robustez en la diccion, é instruccion no  vulgar son las prendas que mas lo distinguen. Y si á ellas unimos otra, que á  nuestro juicio es indispensable, el conocimiento de la sociedad para quien se  escribe, nos convenceremos de que no es injusta la opinión de los que le ciñen  la corona del primer vate cubano.
           Sequeira conocia su sociedad la retrató y censuró  maravillosamente en algunas de sus producciones. Los límites de este artículo  no nos permiten examinar detenidamente todas sus composiciones, pero su lectura  nos persuade muy cumplidamente del estudio que debió hacer su autor de los buenos  modelos, así antiguos como modernos. Su poemit al primer sitio de Zaragoza,  pudiera atribuirse á Rioja. El canto á Cortés, el dos de Mayo y la Nave de  Vapor, son una prueba de lo que decimos, y nos disculparán de colocar á nuestro  poeta ai lado de un escritor de tanta valía. Tambien manejó la sátira para  enseñar y corregir, y si puede tachársele á veces de punzante, nunca hirió ni  lastimó á nadie.
           En 1821 pasó Sequeira á la ciudad de Matanzas, á  desempeñar el empleo de coronel de aquellas milicias provinciales, cuya  organizacion exigía un sugeto de su aptitud y conocimientos. Allí fué donde  empezaron á notarse los primeros síntomas de aquel extravío mental que á poco  se desarrolló privando á las letras de uno de sus mas adictos cultivadores. La  Divina Providencia así lo tenia dispuesto, y sus inconsolables deudos tuvieron  ocasion de aplicarle el dicho tan conocido del sabio Solon al Rey Creso:—Ningun hombre puede ser reputado  verdaderamente feliz antes de su muerte.
           Publicáronse algunas de sus poesías y el editor puso  al frente estas cuatro palabras:— “La naturaleza ique prodigó sus dones á  Sequeira, no ha querido conservárselos, y acaso aquel mismo fuego poético que  inflamaba su alma la ha inutilizado. Salen pues, al público sus poesías sin  recibir la última mano del autor, que es la que perfecciona toda obra; pero al fin  el editor cree hacer un gran servicio á la literatura en publicarlas.”
           Por fin la muerte nos le acaba de arrebatar. Ha  desaparecido uno de los mas bellos ornamentos de su patria, dejando á sus  parientes un padre que llorar, á sus amigos una pérdida irreparable que sentir,  á los hombres todos un ejemplo que seguir y que imitar.
Manuel de Sequeira y Caro.

A la piña
    Del seno fértil de la madre  Vesta,
      En actitud erguida se levanta
      La airosa piña de explendor vestida,
      Llena de ricas galas.
    Desde que nace, liberal  Pomona
      Con la muy verde túnica la ampara,
      Hasta que Ceres borda su vestido
    Con estrellas doradas.
    Aun antes de existir, su  augusta madre
      El vegetal imperio la prepara,
      Y por regio blasón la gran diadema
      La ciñe de esmeraldas.
    Como suele gentil alguna  ninfa,
      Que allá entre sus domésticas resalta;
      El pomposo penacho que la cubre
      Brilla entre frutas varias.
    Es su presencia honor de los  jardines,
      Y obelisco rural que se levanta
      En el florido templo de Amaltea,
      Para ilustrar sus aras.
    Los olorosos jugos de las  flores,
      Las esencias, los bálsamos de Arabia,
      Y todos los aromas, la Natura
      Congela en sus entrañas.
    A nuestros campos desde el  sacro Olimpo,
      El copero de Júpiter se lanza;
      Y con la fruta vuelve que los dioses
      Para el festín aguardan.
    En la empírea mansión fue  recibida
      Con júbilo común, y al despojarla
      De su real vestidura, el firmamento
      Perfumó con el ámbar.
    En la sagrada copa la  ambrosía
      Su mérito perdió, y con la fragancia
      Del dulce zumo del sorbete indiano
      Los númenes se inflaman.
    Después que lo libó el  divino Orfeo,
      Al compás de la lira bien templada,
      Hinchendo con su música el empíreo,
      Cantó sus alabanzas.
    La madre Venus cuando al  labio rojo
      Su néctar aplicó, quedó embriagada
      De lúbrico placer, y en voz festiva
      A Ganimedes llama.
    "La piña, dijo, la  fragante piña,
  "En mis pensiles sea cultivada 
  "Por mano de mis ninfas; sí, que corra
      "Su bálsamo en  Idalia."
    ¡Salve, suelo feliz, donde  prodiga
      Madre naturaleza en abundancia
      La odorífera planta fumigable!
      ¡Salve feliz Habana!
    La bella flor en tu región  ardiente
      Recogiendo odoríferas sustancias,
      Templa de Cáncer la calor estiva
      Con las frescas Anánas.
    Coronada de flor la  primavera,
      El rico otoño, y las benignas auras
      En mil trinados y festivos coros
      Su mérito proclaman.
    Todos los dones, las  delicias todas
      Que la natura en sus talleres labra,
      En el meloso néctar de la piña 
      Se ven recopiladas.
    ¡Salve divino fruto! y con  el óleo
      De tu esencia mis labios embalsama:
      Haz que mi musa de tu elogio digna
      Publique tu fragancia.
    Así el clemente, el poderoso  Jove,
      Jamás permita que de nube parda
      Veloz centella que tronando vibra,
      Sobre tu copa caiga;
    Así el céfiro blando en tu  contorno
      Jamás se canse de batir sus alas,
      De tí apartando el corruptor insecto
      Y el aquilón que brama;
    Y así la aurora con divino  aliento 
      Brotando perlas que en su seno cuaja,
      Conserve tu esplendor, para que seas
      La pompa de mi patria.

Contra el amor
Huye, Climene, deja los encantos
      Del amor, que no son sino dolores;
      Es una oculta sierpe entre las flores
      Cuyos silbos parecen dulces cantos:
Es néctar que quema y da quebrantos,
      Es Vesubio que esconde sus ardores,
      Es delicia mezclada con rigores,
      Es jardín que se riega con los llantos:
Es del entendimiento laberinto
      De entrada fácil y salida estrecha,
      Donde el más racional pierde su instinto:
Jamás mira su llama satisfecha,
      Y en fingiendo que está su ardor extinto,
      Es cuando más estrago hace su flecha.
El valor
Brame si quiere encapotado el cielo:
      Terror infunda el lóbrego nublado
      Montes desquicie el Bóreas desatado,
      Tiemble y caduque con espanto el suelo:
Con hórrido estallido el negro velo
      Júpiter rompa de la nube airado:
      Quede el Etna en las ondas sepultado:
      Quede el mar convertido en Mongibelo:
La máquina del orbe desunida,
      Cumpliendo el vaticinio, y las supremas
      Leyes, caiga en cenizas reducida:
Por estas de pavor causas extremas,
      Ni por las furias que el tirano 
      Como temas a Dios, a nada temas.

A la injusticia
Al tribunal de la injusticia un día,
      El mérito llego desconsolado,
      A la deidad rogándole postrado
      Lo que por sus hazañas merecía:
Treinta años de servicios exponía,
      Diez batallas, herido, acreditado,
      Volvió el rostro la diosa al desdichado
      Y dijo: no ha lugar, con voz impía.
Mostró luego el poder sus pretensiones,
      Y la ingrata a obsequiarlo se decide,
      Aunque oye impertinentes peticiones;
Y cuando injusta al mérito despide,
      Al poder por razón de sus doblones,
      La deidad decretó: como lo pide.
Contra la guerra
De cóncavos metales disparada,
      Sale la muerte envuelta en estampido
      Y en torrentes de plomo repartido
      Brota el Etna su llama aprisionada.
El espanto, el dolor, la ruina airada,
      Al vencedor oprimen y al vencido,
      Huye esquivo el reposo apetecido,
      Sólo esgrime el valor sangrienta espada:
El hombre contra el hombre se enfurece,
      Su propia destrucción forma su historia,
      Y de sangre teñido comparece
En el sagrado templo de la gloria
      Cese hombre tu furor, tu ambición cese,
      Si el destruirte a ti mismo es tu victoria.
La ilusión
Sic transit gloria huius mundi.
Soñé que la fortuna en lo eminente,
      Del más brillante trono, me ofrecía
      El imperio del orbe, y que ceñía
      Con diadema inmortal mi augusta frente:
Soñé que hasta el ocaso desde oriente,
      Mi formidable nombre discurría,
      Y que del septentrión al mediodía,
      Mi poder se adoraba humildemente;
De triunfantes despojos revestido,
      Soñé que de mi carro rubicundo,
      Tiraba César con Pompeyo uncido:
Despertóme el estruendo furibundo,
      Solté la risa y dije en mi sentido,
      Así pasan las glorias de este mundo.
La aparición del cometa
No envidio la pluma de Cervantes,
      Ni del Argivo la sonora trompa,
      Ni el lauro de Colón por más que rompa
      Nuevos caminos a los navegantes.
No codicio los pinceles de Timantes,
      Aunque el tiempo sus tintes no corrompa,
      Ni de Alejandro la triunfante pompa,
      Ni el distinguido empleo de los almirantes.
No apetezco ver los muros de la China,
      Ni conocer a Napoleón me inquieta
      Por más que suene en la inmortal bocina.
Otra cosa anhela mi pasión discreta,
      Y es que siempre me viera mi Corina
      Con la atención que el vulgo ve al cometa.

A la brisa
Rompe en oriente sus prisiones Eolo,
      Tiende sus alas, y con blando aliento
      Bate en la concha del neptúneo carro
      Lleno de Pompa.
Siguen su rumbo los tritones, siguen
      Cándidas ninfas sus etéreos pasos
      Liras templando de cristal sonoro
      Dulces sirenas.
Bajo sus alas el campeón ibero
      Llega a regiones peregrinas donde
      Guarda su gloria y su memoria el ancho
      Valle de Otumba.
Sobre tapices de esmeralda Ceres 
      Dulces placeres con Pomona parte
      Cuando reparte la risueña brisa
      Gratos aromas.
Puesto a la sombra del abeto, entonces
      Oigo los mirtos y laureles santos
      Cómo conversan con el aire, y cómo
      Flora se anima.
La ave de Venus con amante pico
      Llama al consorte de su nido ausente,
      Dando al ambiente el parabién, y dando
      Tiernos arrullos.
Todo se mueve con festivo enlace,
      Driades y Faunos en sus verdes templos
      Danzan los unos, y los otros tocan
      Rudos silbatos.
Cuando tú soplas oh sagrada brisa,
      Todo revive con tu aliento, y cuando
      Vienes se alegra la fecunda en oro
      Tórrida zona.

El banquete
No fue sólo el satírico de Francia
      Del banquete importuno fiel testigo
      Que a su lira prestó tanta elegancia:
Yo también si me escuchas, Claudio amigo,
      Te instruiré de otro lance, cuya escena
      Trágica contar puedo por testigo.
Es el caso que ayer Doña Ximena
      Celebrar de su esposo Don Sempronio,
      Quiso el natal, y un gran banquete ordena.
Por darme de amistad buen testimonio
      Entre treinta que fueron, un billete
      Me cupo por astucia del demonio.
¡Grande honor para aquel que en su retreta
      Por costumbre frugal en apetito,
      Más le sacia el silencio que el banquete!
Porque no me imputaran un delito,
      Fui puntual, ostentando cortesía
      Exterior; pero el alma en gran conflicto.
A tres horas después del mediodía
      Principióse el obsequio en cuyo instante
      Mi débil vientre estaba en agonía.
¡Caprichosa costumbre, interesante
      Para el moderno gusto, que consiste
      En dar blando martirio al circunstante!
Con grato aspecto y pensamiento triste
      Ocupé mi destino, y a mi lado 
      Un joven se sentó de garbo y chiste;
Pasar quiero en silencio el delicado
      Aseo en las vajillas ¡quién creyera
      Que había para un ejercito sobrado!
No fue bambolla el aparato, era
      La abundancia efectiva, porque un pozo
      De sopa se plantó con su caldera.
No Camacho en Cervantes tan costoso
      Dio más a conocer de su rudeza
      La probidad en todo generoso.
Como el tal Don Sempronio: nunca mesa
      Lucio con tan opípara abundancia,
      Nada de Filili, todo grandeza.
Un toro asado vi, cuya distancia
      De lugar ocupaba... ¿Claudio Amigo,
      Ríes porque te hace disonancia?
Pues vive el rey Clarion, que hablo contigo,
      Nadie nos oye, sufre, soy poeta
      Y contra todos mi torrente sigo. 
No es hipérbole, no, mas si te inquieta
      Esta voz sin mudar de consonantes
      Escúchame cual ato la historieta.
En desorden común los circunstantes
      Con rumor sus asientos ocuparon
      A manera de tropas asaltantes. 
Aquí, Claudio, mis penas principiaron
      Cuando vi de los pajes la gran tropa
      Y los varios manjares que acopiaron.
¡Qué pregón! ¡Qué algazara! ¡Vaya sopa,
      (Gritaban) tallarines.-- macarrones...!
      Y en esto un plato con el otro topa.
Sobre mí vi llover los empellones
      De un gargantón que a mi siniestra había,
      Más voraz que quinientos sabañones.
Con la vista los platos recorría,
      Y resollando como inmundo cerdo
      Las viandas devoraba y engullía.
A veces como en sómnico recuerdo
      Monosílabos sólo contestaba,
      en repetir los tragos nada lerdo.
Frente por frente de mi asiento estaba,
      Otro extranjero bozalón, que todo
      Con mil incultas frases encomiaba.
Allá a su medio idioma y a su modo,
      La galina, decía., estar charmante,
      Y a cada instante levantaba el codo.
A su diestra, con plácido semblante,
      Zoylo estaba mil brindis repitiendo,
      Injuriando a Helicona a cada instante.
El estilo jocoso fue exprimiendo
      Del barrio del Barquillo la agudeza,
      Con chistes de Manolos zahiriendo.
Unas veces hablaba con terneza,
      Y otras muchas gritaba atolondrado
      Hasta echarse de bruces en la mesa.
Cual si fuese otro Horacio, acalorado
      Principió a criticar mi poesía,
      Por agradar y parecer letrado.
Encendida en furor la fantasía
      Reputaba mis versos por malditos,
      Interpretando lo que no entendía:
Una silaba sólo con mil gritos
      Corrigióme, sin ver que de su absurdo
      Se burlaban los necios y peritos.
Hubo otro tiempo en Argos un palurdo
      Que de poeta, sin serlo, presumía
      (También hay vanos bajo paño burdo).
Este loco ignorante marchó un día
      Presuntuoso y contento al coliseo,
      A tiempo que en el teatro nadie había.
Inflamado de ardor Apolineo,
      Delirante el palurdo imaginaba,
      Los aplausos que quiso su deseo;
Sin escuchar actores se alegraba,
      Y figuróse sin haber compuesto,
      Que una comedia suya se operaba.
Ya entiendes, Claudio, lo que digo en esto,
      Si a ti para advertir las alusiones
      Te sobra astucia en lo que ves expuesto:
Volvió, Zoylo, a enhebrar sus maldiciones,
      Efectos de su mísero ejercicio,
      Queriendo al sacro Pindo dar lecciones.
¡Oh fatal, dije, abominable vicio!
      Sólo el médico habla de remedios,
      Cada artesano trata de su oficio.
El rústico jamás toca de asedios;
      Pero siempre los necios tienen todos,
      Para injuriar las musas, torpes medios.
Aquel que ignora los discretos modos
      Con que los simples se preparan, sepa
      Que en vez de medicinas hará lodos.
Lo mismo aquel que, presumido, trepa
      Sin balancín en cuerda, y sin auxilio
      El pie se le resbala y le discrepa.
Pues si Zoylo jamás leyó a Lucilio,
      Ni comprende las sátiras de Horacio,
      ¿Qué concepto merece? El de Basilio.
Y con todo en inmundo cartapacio
      Se atreve a publicar su critiquilla
      Que de verla no ceso, ni me sacio.
Perdona, Claudio, si es que la mancilla
      De un parásito vano ha interrumpido
      El orden de mi sátira sencilla.
Volvamos al banquete donde, erguido,
      Mebio también con tono destemplado
      Daba muestra de ser varón leído.
Fabio, que estaba junto a mi sentado,
      Reventaba de risa, y muy frecuente
      Con su codo tocaba en mi costado.
Yo procuré apretar diente con diente,
      Para no prorrumpir la carcajada,
      Ni ser de Baco víctima inclemente.
Me contuve pensando en la extremada
      Locura de Alejandro entre los vinos,
      Hiriendo a Clito con su lanza airada:
Y también recordé los desatinos
      Con que Calistenes sufrió la muerte
      Porque a sus cultos resistió divinos.
Muy de continuo con acento fuerte
      Bomba... bomba... Don Mebio repetía,
      Y en cada bomba una botella vierte.
Con voz ronca mil erres prorrumpía,
      Y, exhalando sudor su aspecto rojo,
      Quitóse el corbatín que le oprimía.
Ya en sus pies vacilaba el cuerpo flojo,
      Y aun temía que imitara a Polifemo
      Cuando en la triste cueva perdió el ojo.
De crítico adulón, pasó a blasfemo,
      Y perdiendo del todo la chaveta
      Cada vez deliró con más extremos.
En fin, Mebio con cara de baqueta,
      De todos recibió funesto trato,
      Terminóse el banquete, y cual saeta
      Me aparté por no ver tal mentecato.

    Yo aquel subdito obediente 
      Que en grado superlativo, 
      Soy militar á lo vivo 
      Y esqueleto á lo viviente: 
      Yo aquel átomo paciente 
      Que de nada se lamenta, 
      Describiré la tormenta 
      Que con suerte muy contraria, 
      Yendo de ronda ordinaria 
      Sufrí en noche turbulenta. 
    A las tres de la mañana 
      Con viento septentrional 
      Salí desde el principal 
      A correr mi tramontana: 
      Un farol como campana 
      Conducia un granadero, 
      Y con el soplo severo 
      Que el norte consigo atrajo, 
      Andaban como badajo, 
      El farol y el farolero. 
    Con un silencio profundo 
      Como si nadie viviera, 
      Seguimos nuestra carrera 
      Como almas del otro mundo: 
      En el tiempo de un segundo 
      Llegamos á la Machina 
      Y al mirarnos de bolina 
      La centinela primera, 
      Dudando que cosa fuera, 
      Ni aun á hablar se determina. 
  
      No obstante, como concibe 
      Que todos ibamos muertos, 
      Con trémulos desaciertos 
      Gritando nos dá el quien vive: 
      De esta suerte nos recibe 
      La guardia llena de espanto, 
      Y sospechando entretanto 
      De mi vital subsistencia, 
      Para afirmar mi existencia 
      Tuve que implorar á un Santo. 
    Despues que entregué el  marron, 
      Vi sirviendo de tintero 
      Un casco como mortero, 
      Y por pluma habia un cañon: 
      Al firmar, sin dilacion 
      Mi pluma luego se excita,
      Y en la espesura infinita 
      Que el cañon tenia en su talla, 
      Una rígida metralla 
      En vez de tinta vomita.
    Así que dejé el borron
      De mi forma con gran gala,
      Salí de allí como bala
      Despedida de cañon:
      Con tal precipitación
      La luz del farol se apura,
      De suerte que en tal tristura
      Llegué en un decir Jesus
      Hasta el muelle de la Luz
      Por teórica congetura. 
    Al verme de esta manera 
      Envié luego á la ordenanza 
      Que encendiera sin tardanza 
      El farol y que volviera:
      Con angustia tan severa 
      Hallándome solitario 
      Sin luz, me fué necesario 
      En esta lúgubre escena, 
      Como alma que estaba en pena, 
      Rezar el Santo Rosario.
    Quiso Dios que sin tardanza 
      La ordenanza fué y volvió,
      Y así se me recibió
      Con arreglo á la Ordenanza:
      No obstante, con  desconfianza 
      El cabo el Santo pedia,
      Y como mi fantasía 
      Rezaba llena de espanto 
      Por poco en lugar del Santo 
      Le soplo una letanía. 
    Desde aquí salí al instante 
      Con un impulso violento, 
      Llevando con tanto viento 
      Los honores de volante: 
      Cual difunto militante 
      A Paula llegué entretanto, 
      Y el cabo lleno de espanto 
      Sin mirar á mi respeto, 
      Quiso viéndome esqueleto 
      Soplarme en el Campo-Santo. 
    Viendo yo la tiranía 
      De estos impulsos atroces, 
      Procuré con muchas voces 
      Afirmarle que vivia: 
      Que era Ronda le decia 
      Por templar sus desaciertos, 
      Y él con los ojos abiertos 
      Siguió tal su trapisonda, 
      Que por poco vá la ronda 
      A parar entre los muertos. 
    Luego fui hasta la garita 
      Que de San José se nombra, 
      Que teniéndome por sombra 
      La centinela me grita: 
      El cabo se precipita 
      A saber quien era yo, 
      Y así que me recibió 
      Dejé allí la firma mía, 
      Que no la conocería 
      La pluma que la parió. 
    Salí desde aqui ligero 
      Con angustia muy crecida 
      Y para abreviar mi vida 
      Fui á parar al matadero: 
      Aquí me encontré un tintero 
      Rebozando en masacote,
      Y allí empuñando un garrote 
      Que en vez de pluma encontré, 
      Sobre una tabla dejé
      En cada letra un palote.
    Con un triste desvarío 
      Fui siguiendo mi aventura, 
      Y sin tener calentura 
      Me iba muriendo de frio; 
      En este momento impío 
      Me acometieron traviesos 
      Dos mastines con excesos; 
      Pero por fin me dejaron 
      Porque sus dientes no hallaron 
      Ninguna carne en mis huesos. 
    Sufriendo un continuo yelo, 
      Mi carrera continué, 
      Y tanto que tropecé 
      Con un hueso, y caí al suelo:
      La ordenanza con anhelo 
      Por ampararme se humilla, 
      Pues anduvo tan sencilla, 
      Tan ciega y tan torpe aquí, 
      Que por levantarme á mí 
      Va y levanta una canilla.
    ¿Qué no ves escomulgado, 
      Le dije muy aflijido, 
      Que me has dejado tendido 
      Sin saber lo que has alzado? 
      Entonces muy consternado 
      Me dijo: señor, confieso 
      Que anduve ignorante en eso, 
      Pero yo por no engañarme, 
      Siempre procuro inclinarme 
      Al mas grande aunque sea un hueso. 
    Mas ardido que una brasa 
      Con esta contestacion, 
      Camino sin dilacion 
      Hasta dar en la Tenaza: 
      De aquí mi espíritu pasa 
      A Puerta-Nueva de un salto, 
      Y con tanto sobresalto 
      La centinela me vió, 
      Que á un mismo tiempo me echó 
      ¿Quién vive? ¿Qué gente? Haga alto. 
    Desde este puesto salí
      Y fui á la Puerta de Tierra, 
      En cuyo lugar se encierra 
      Lo mejor que yo advertí: 
      Un capitan hallo aquí 
      Que extrangero parecia, 
      Y fué tal la algaravia 
      De su rara explicacion, 
      Que por pedirme el marron 
      El macarron me pedia. 
    Sufriendo un norte extremado 
      Tan airado continué, 
      De manera que llegué 
      A la Pólvora volado: 
      Salí al punto y alterado 
      Un perro con mil porfías 
      Se avanza á las barbas mias, 
      Pero yo con fieros modos 
      Con mis huesos y mis codos 
      Logré darle mil sangrías. 
    Pero lo que mas alabo 
      De tanta desdicha junta, 
      Es que en llegando á la Punta 
      De verme se asombra el cabo: 
      Despues de esto luego trabo 
      Con el oficial porfías, 
      Y él al ver las ansias mias, 
      Oyendo tocar campanas, 
      Me dice con voces llanas: 
      ¿Son por tí esas agonías? 
    Hijo de tal, que malos 
      Crueles fines me deseas, 
      Le dije, ántes que tal veas, 
      Muera el pronóstico á palos: 
      Así premio los regalos 
      Con que me quiso obsequiar, 
      Y por no darle lugar 
      Al juicio que estaba haciendo, 
      Me fui al instante temiendo 
      No me mandase enterrar. 
    Siendo del viento juguete 
      Sin hallar en nada alivio, 
      Tuve que volverme anfibio 
      Para arribar al Boquete: 
      Por un pantano se mete 
      La ordenanza que me guia, 
      Que igualmente le seguia 
      A modo de gusarapo, 
      Y el soldado como sapo, 
      Fieros soplos despedia. 
    De esta suerte continuaba 
      Pensando yo no sé en qué 
      Y por no mentir diré 
      Que pienso que ni aun pensaba: 
      Tan extenuado me hallaba, 
      Tan triste y tan macilento 
      Con aquel frio y el viento, 
      Fué tal mi debilidad 
      Que me hallé sin voluntad, 
      Memoria, ni entendimiento. 
    Llegué á la Contaduría 
      Casi perdido el aliento 
      Donde me salió el sargento 
      A saber que me afligia: 
      Una triste alferecía 
      Le dije, tengo á mi lado, 
      Ha ocho años y asombrado, 
      No sé si entono de chanza; 
      Me preguntó en confianza, 
      ¿Es usted beneficiado? 
    Sargento, señor bufon, 
      Repliqué con amargura, 
      Por desgracia ó por ventura 
      ¿Tengo cara de capon? 
      Al concluir la expresion, 
      Salir quise cual saeta, 
      Cuando un soldado con treta 
      Asiéndome por detrás, 
      Ea, dice á los demas, 
      ¿De quién es esta baqueta? 
    Repetirle gritos muchos 
      Fué mi confusa respuesta, 
      Que sinó, á la hora de esta, 
      Me hallo atacando cartuchos: 
      La ordenanza y yo muy  luchos. 
      Volvimos al Principal, 
      Y aquel señor oficial, 
      Que era un joven mata-siete; 
      Quiso mandarme al gabinete 
      De la historia natural. 
    Estas son de mis desdichas 
      Las noticias y eficacias, 
      Que siempre serán desgracias, 
      Por ser de mis labios dichas: 
      Basten ya las susodichas 
      Fatigas de mi quimera, 
      Cese mi pluma grosera 
      En su tan cansado estilo, 
      Dejando pendiente el hilo 
      Al filo de otra tijera.
Nota
1. Reproducimos el prólogo de Sequeira y Caro, así como las palabras de Tomás Romay y de Manuel Costales en el entierro de Zequeira, y finalmente la biografía del poeta incluidos todos en la edición de las poesías de 1852. Hemos conservado la ortografía original por considerar que ello no afectaba la comprensión del texto. Con excepción de La Ronda (transcrita de la edición de 1852), las composiciones que aquí ofrecemos las hemos tomado de internet. En el caso específico de A la piña, nos cuidamos de comprobar que sigue la versión de 1852.
  