Poesías del Coronel D. Manuel de Sequeira y Arango

Segunda edición corregida y aumentada por

D. Manuel de Sequeira y Caro

Habana: Imp. del Gobierno y Capitanía General, 1852

Prólogo(1)

“…… Tú, que el primero
desdichado Sequeira, indico lauro
a tu frente ceñiste……..”

     La poesía cubana, esa poesía provincial espiritualista, que lleva por sello el idealismo que su naciente civilizacion la comunica; brillante en las concepciones, sin galas en las formas, cadenciosa y ligera, pero encantadora en sus pensamientos, donde no son comunes los modelos de buen gusto, pero donde abunda el verdadero genio, esa poesía eco de la europea, en que no asoma el espíritu filosófico de nuestro siglo, si bien cuenta con mas aventajados discípulos Lamartine que Homero, Zorrilla que Quintana; esa poesía imitativa pero con su carácter peculiar, rica de imágenes atrevidas, fecundizadas bajo el ardiente sol de los trópicos, abrió su senda con los acordes sones de la lira de Sequeira. Cúpole á este sentido vate la inestimable honra de ser el primer cantor de la naturaleza cubana. Los dulces ecos de su arpa fueron secundados despues; otros no ménos dignos del buen nombre que gozan, prorrumpieron en armónicos acentos, y sus bellísimas concepciones, con las brisas de Cuba, corrieron por las selvas y los bosques, penetraron en el palacio y la cabaña, y dignas de mas lucida aureola atravesaron el oceano, para repetirse en Europa, hasta adoptar el ropaje de los idiomas de Byron y de Chateaubriand.
     Empero, ¡con cuantos obstáculos, con cuantas preocupaciones tubo que luchar, Sequeira! Los primeros que se afanaron en la gran obra del benéfico Las Casas, los que trataron de interpretar la bella frase que mas inmortalizará á aquel ilustre gefe, los que caminaban al frente de la humanidad y de la ilustracion, no recibian en galardon de sus esfuerzos sino los tiros que les dirigía la envidia, que alimentada á la sombra de la ignorancia, hacia la mas poderosa y firme oposicion á cuanto demostraba tendencias al adelanto de las letras. El lamentable atraso de aquella época, fué el mayor y mas terrible adversario con quien tuvo que combatir, cuando haciéndose superior al torrente de las preocupaciones dijo apostrofando á la envidia.

  "Brama, no importa que tu agudo diente
Muerda mi nombre con voraz venganza,
Que yo para triunfar de tu pujanza
No preparo otro escudo, vil serpiente,
Que mi dulce templanza."

     Cuando venciendo Sequeira, su natural modestia dió á la prensa sus primeras desaliñadas composiciones, ¿qué era en Cuba la literatura? No entra en nuestro plan este exámen. Basta para nuestro intento la conviccion que abrigamos de que la literatura aun en su infancia, y mal comprendida por la generalidad, era un inmenso valladar al desarollo de la inteligencia.
     Amarguras y sinsabores que acibarándole en lo mas florido de su existencia, desencantaron su corazon, le arrancaron las ilusiones, y mas adelante tuvieron una influencia poderosa en los acontecimientos de su vida. Estos fueron los frutos que pudo recojer por entonces, ¡frutos amargos como son siempre los que produce la ingratitud!
     No obstante en los momentos de ocio, no podia dominar el irresistible poder que lo trasladaba á las regiones de la fantasía, y dando largas á su deseo, fascinado por esa noble ilusion que llaman gloria, escribió multitud de poesías de las que se publicó un tomo impreso en NewYork en el año de 1829, única edicion que corre hasta la época presente.
     Empero por laudables que hayan sido los esfuerzos de las personas encargadas de esta edicion, salvando del olvido trabajos que hasta entonces no habian visto la luz pública, mucho dejaba aquella que desear, por que incompleta por demas, ni satisfacialos deseos de la generalidad que ansiaba encontrar allí muchas de las mas populares producciones del poeta, que se habian insertado en los periódicos, ni daba á conocer en toda su extension el estro de Sequeira que flexible, armonioso y acomodado á todos los géneros de poesia pulsaba su laud por todas sus cuerdas y por todos los tonos.
     A pesar de los sagrados vínculos que me unen al autor, pudiera hacer un concienzudo análisis de sus obras; pero en la alternativa de que podria acusárseme de parcial, formada como está ya, la reputación que el público les ha dispensado, desisto de mi propósito al presentarlas nuevamente.
     Tres motivos me impelen á publicar esta edicion: primero, complacer á mis numerosos amigos puesto que agotada la primera hace muchos años, con dificultad he podido proporcionarme el ejemplar que necesito al intento; segundo, incluir un gran número de composiciones que no se comprendieron en la primera edicion; y tercero, presentar este recuerdo á la memoria del mejor y mas desgraciado de los padres.
     A los que por primera vez conozcan estas poesías, debo prevenirles, que si su estilo no tiene á veces toda la elegancia y correccion de que son dignas, culpa será de la época en que fueron escritas, del gusto que era entonces cuando empezaba á formarse, y de que no pudieron recibir la última mano del autor cuando se publicaron en coleccion; empero al lado de estos defectos, de que á veces se resienten, muchas son sus bellezas: ideas elevadas, sencillez y naturalidad en el lenguage, metáforas llenas de valentía y hermoso colorido en las descripciones. Admirador de la belleza y del talento, del entusiasmo que provoca la contemplacion de la naturaleza privilegiada de la Isla de Cuba y de los descubrimientos que tanto honran á la especie humana: idólatra de las glorias de su nacion se inflamaba su estro con los portentosos hechos del Dos de, Mayo y de Zaragoza, y manejó estos asuntos dignos de aprecio, sino por el desempeño, á lo menos por las lecciones de moral que envuelven. Aunque fué el primero en hablar la lengua de los Dioses en la Reina de las Antillas, jamas trató de eclipsar á nadie; y el mas ó menos merecido renombre de que goza, prueba bien á las claras, que no tuvo sino una fuerza de voluntad digna de aplauso; que decidido entusiasta de las musas, no pudo resistir al deseo de consagrarles sus vigilias, y que sus inspiraciones de sabor clásico en su mayor número, poseen el verdadero mérito de haber despertado en nuestra juventud el gusto por la buena poesía.

Manuel de Sequeira y Caro.

 

Rasgo de amistad

Musa vetat mori.
Hor.

     No pretendo esparcir con mano trémula hermosas y fragantes flores sobre la tumba del Sr. D. Manuel de Sequeira y Arango. El dolor y amargura de que está penetrado mi corazon por una muerte aunque muy prevista, pero siempre lamentable, no me ofrece sino adelfas y lúgubres cipreses. Mas esta no seria la libacion que merecen sus cenizas, ni la que debe consagrarle la mas sincera y constante amistad.
     Eramos todavía jóvenes cuando el ilustre Casas, semejante al astro del dia, se presentó en nuestro horizonte disipando con sus luces los errores y preocupaciones, reuniendo en una Sociedad de amigos los hombres que existían dispersos por sus intereses y opiniones, y estrechando íntimamente sus relaciones y afectos; desde entonces Sequeira y yo identificados en ideas y sentimientos, nos dirigimos con frecuencia á un mismo objeto, aunque por medios diferentes: él observando con exactitud y el éxito mas plausible los preceptos de Aristóteles y Horacio, y yo venerando y siguiendo de léjos con paso lento las huellas sagradas de Quintiliano y de Tulio.
     Confiada la direccion del Papel Periódico á la Sociedad Económica por su ilustrado fundador, Sequeira y yo fuimos elegidos entre sus primeros redactores.—Poco despues propuse á ese Cuerpo, á consecuencia del programa que publicó, que se erigiera una estatua en el paseo extramuros al Sr. D. Cárlos III, como el mas justo y digno homenage de nuestra fidelidad y gratitud, por habernos redimido del yugo británico. Sequeira aplaudió su inauguracion con el mismo júbilo y ardiente entusiasmo que los Atenienses las de Armodio y Aristoginton.—Juzgué tambien merecedor de otro monumento tan glorioso y perdurable al Almirante Cristóbal Colon; Sequeira ya con la lira, ya con la trompa cantó las eminentes acciones de aquel Héroe, cuando se trasladaron sus respetables cenizas de la isla de Santo Domingo á la Catedral de esta ciudad.—Preparé la opinion de sus vecinos en favor del cementerio que se construía léjos de la poblacion, y describí despues su parte arquitectónica y funeraria; una y otra mereció que Sequeira las recomendara en un Poema, persuadiendo con las razones mas eficaces que la Religion y la salud pública exigian imperiosamente aquel establecimiento.
     El 2 de Mayo de 1808 que aun excita en el corazon de los españoles los sentimientos mas nobles y sublimes, ese dia de gloria y de luto, de estupor y venganza, me inspiró la "Conjuracion de Bonaparte y Godoy contra la España," y cinco años sucesivos celebré su aniversario, inflamando el odio á la perfidia, la fidelidad al legítimo Soberano, y los mayores sacrificios por la independencia nacional; Sequeira enagenado por un estro divino comparó en un Poema el valor y decision de Daoiz y Velarde al heroísmo de Leonidas, cuando resignándose á morir con sus trescientos compatriotas, sellaron ese voto con propia y enemiga sangre, hasta obstruir con los cadáveres el paso por los Termópilas, y continuando aquel paralelo en varias circunstancias, concluye con este exactísimo epílogo.

  En hora buena recomiende el griego
El valor de sus huestes distinguidas
Por su gloriosa memorable hazaña;
Que si á la Grecia eternizó Leonidas
Daoiz y Velarde ilustrarán á España.

     Entre los dos sitios que sufrió Zaragoza en la guerra de la independencia, y en la de Numancia descrita por Lucio Floro, no encuentro otra diferencia sino en el tiempo que duraron: esta se prolongó muchos años, y aquellos pocos meses. Pero siendo incomparablemente superior la potencia destructiva de los fusiles, cañones, minas, bombas y otros proyectiles, á la de los dardos, flechas, arietes y demas armas que usaban los romanos; resultaron en un período mucho mas corto, las mismas calamidades, desolaciones, muertes y general exterminio. Los habitantes de esos dos ínclitos pueblos soportaron todas aquellas adversidades con igual fortaleza, constancia, valor y patriotismo; y si Escipion no encontró un solo Numantino para uncirle á su carro, Lannes halló únicamente cadáveres y moribundos, escombros y cenizas. Ni el uno ni el otro pudieron gozarse de su triunfo, porque en ambos fué un nombre insignificante. Tan heroicas virtudes y hechos tan eminentes los referí en un Discurso; Sequeira los ensalzó como justamente merecian en un Poema, por sí solo bastante para ser conocido y apreciado de los críticos menos indulgentes.
     Al fin, la Sociedad Económica por una eleccion muy honrosa me confió el elogio del Excmo. Sr. D. Luis de las Casas, su fundador, primer presidente y Socio honorario; Sequeira aplaudió en diferentes metros y de mérito distinguido sus virtudes marciales y civiles, y los importantes beneficios que dispensó á esta Isla su ilustracion y munificencia, el dia memorable que la misma Corporacion y la Junta de Comercio y Agricultura de esta ciudad le tributaron el mas solemne y religioso testimonio de dolor y gratitud cuando ya nada podian esperar de su benevolencia, ni temer de su autoridad.—Tan repetida coincidencia por un impulso expontáneo, sin previo acuerdo ni alguna indicacion, supone la simpatia mas íntima entre las funciones del cerebro y del corazon.
     Mas esas poesias, ni las contenidas en la coleccion de ellas publicadas en New-York, son las únicas que produjo su fecunda y ardiente imaginacion, ni tampoco se dedicó exclusivamente á gozar de los placeres que inspira ese arte encantador. Socrates y Descartes manifestaron que la filosofía no era incompatible con la milicia: á las Musas de Cervantes y Ercilla no infundieron pavor el estruendo de las armas ni el horrísono estampido del cañon; Sequeira ciñó sus sienes con los laureles que cortaba alternativamente en el monte Parnaso y en el campo de Marte. Otro genio mas favorecido del Dios de las batallas le seguirá por esta difícil carrera demasiado extraña á un tímido prosista aterido ya y enervado por la edad. Pero siempre le admiraré como al primero que enseñó en Cuba con su ejemplo los tropos y preceptos, la cadencia y armonia, las gracias y bellezas del arte de Apolo á los precoces ingenios que con grata sorpresa se desarrollan, ofreciendo las mas lisonjeras esperanzas; descollando entre ellos por los rasgos con que ha imitado á Virgilio en la Epopeya, á Horacio en las Odas y Epístolas, á Juvenal en la Sátira, en los Epigramas á Marcial, aunque ménos picante y profuso, y en las Anacreónticas al venerable autor de esas rimas. Por ellas y otras vive todavia, y nunca se olvidará su nombre.

Tomas Romay.

 

Habana 21 de abril de 1846

     El poeta cubano, el primero que aquí levantó su voz dulce y armoniosa para cantar de un modo digno del hombre y de la sociedad, habia dejado de existir, en la mañana del domingo 18, y sus deudos, sus amigos y mil personas amantes de las letras acompañaban su cadáver á la parroquia del Espíritu-Santo.
     La religion elevaba en el templo sus cánticos de consuelo hacia el Supremo Hacedor del mundo; la milicia rindió el último homenage á su anciano gefe, y pocos instantes despues la poesía, lloraba sobre la tumba al ilustre vate que en sus mejores años cultivó las musas, inspirado por el sol de Cuba que inflamó su espíritu en raudales de armonía.
     La juventud doliente rodeaba su cadáver, el anciano poeta descansaba la cabeza en la tumba, abatida la frente que jamás turbó ningun pensamiento torpe, y apagada la lumbre de sus ojos en que se habian reflejado los divinos destellos de la inteligencia. Sequeira cantó cuando entre nosotros aun no se había despertado el gusto per la poesía, y los cantos de Sequeira nunca ofendieron ni al hombre ni á la sociedad; emanaciones de su alma no podian envolver la crueldad de una amargura que las mas veces se preconiza sin las punzantes espinas del sentimiento, y que solo hace bastardear las letras apartándolas del objeto á que están llamadas por su poderosa influencia. Sequeira cantó, y sus cantos resonaron en los campos de Cuba con la armonía de sus palmas, con la dulzura de sus brisas, con el blando arrullo de sus aguas, y cuando el infortunio convirtió en tinieblas tanta luz, tantas y tan bellas esperanzas, cuando la razon abandonó aquel cerebro y los extravíos de la mente sustituyeron los triunfos que el talento le hizo alcanzar, la humanidad lanzó un gemido porque habia perdido á un hombre, las letras porque veian morir á uno de sus aventajados cultivadores.
     Los versos de Sequeira se conservan entre nosotros como un recuerdo glorioso aunque triste; ellos son las inspiraciones del poeta, y á la vez la memoria acerca de su infortunio. La juventud cubana que cual reliquia los conserva, tributó á Sequeira el justo homenaje que sus talentos y sus desgracias merecían, y decimos la juventud cubana, porque no creemos que haya un solo amante de las letras que no adoptara como suyos los conceptos que en su tumba se expresaron, los sentimientos que allí le rindieron.
     Penetrados de dolor y en estrofas que inspiró el sentimiento, tributó una ofrenda al anciano bardo, nuestro amigo Güell y Renté, y á su fúnebre demostracion de aprecio, siguieron en bellos y armoniosos versos los apreciables amigos D. Miguel de Cárdenas y Chavez, D. José S. Bobadilla y D. José Careases y Guerrero.
     Estos honores tributados expontáneamente al mérito y á la desgracia son un consuelo para el hombre, un estimulo, y una leccion de moralidad para la juventud. ¡Pueda esta por sus talentos y virtudes merecerlos y no profanar nunca la mansion santa del sepulcro!

Manuel Costáles.

 

 

     Al esparcir algunas flores sobre la tumba del ilustrado patricio que tanto se afanó en beneficio de sus conciudadanos, que tanto contribuyó á difundir el gusto por las bellas letras, y que fué el primero que en armoniosos y sentidos versos cantó las bellezas de su patria, é hizo nacer entre nosotros, la aficion al divino arte de Homero, no se nos oculta la cortedad de nuestras fuerzas para arrostrar tamaña empresa. Mas séanos permitido no obstante, trazar un bosquejo de los hechos y las virtudes que inmortalizarán en Cuba la memoria de Sequeira, que con las lágrimas que nos arranca su perdida será el primer homenaje que tributamos á su mérito.
     Aunque nada hay indiferente en la vida de los hombres que salen del nivel comun, no nos detendremos en referir que nacido D. Manuel de Sequeira, de una familia distinguida en el país por su nobleza, hizo los primeros estudios en el Colegio Seminario de San Carlos, en donde desde muy luego dió á conocer su aficion á las letras, y brillantes disposiciones. Dotado de una imaginacion ardiente, de un carácter elevado que se avenia mal con las formas escolásticas, llevábale su inclinacion á la carrera de las armas, que se le presentaba mas expedita para desarrollar las doradas ilusiones que en la juventud nos son tan comunes.
     En 1780 entró á servir de cadete en el regimiento infantería de Soria, y pasando por los diferentes grados hasta el empleo de coronel, ha servido cuarenta y seis años, desplegando en este tiempo conocimientos poco comunes que lo hubieran llevado á ocupar los mas elevados puestos de la Milicia, si el trastorno de sus facultades mentales no hubiera atajado sus pasos en una carrera tan gloriosa.
     D. Manuel de Sequeira y Arango aunque destinado desde su infancia á la carrera de las letras y aficionado en extremo á ellas, demostró que no es incompatible su cultivo con el ejercicio de las armas. En Julio de 93 pasó á la isla de Santo Domingo en la expedicion que fué al socorro del cuartel de Cahobas. Se encontró en la accion del rio La-Matrie, en la que al frente de las tropas de su mando, le cupo la gloria de desalojar á los enemigos tomándoles dos piezas de artillería. Y por último en Yacci, se le vió con su acostumbrada intrepidez, al lado del Mayor General de quien era ayudante de campo.
     Los laureles de la campaña de Santo Domingo daban ya á conocer las dotes militares de Sequeira, y presagiaban que algun dia no seria desdorado el baston de mando, en las manos del pundonoroso alumno que tan bien se plegaba á la pasiva obediencia del subalterno.
     Por Real orden de 14 de Enero de 1810 fué nombrado comandante militar de Coro, y aunque no llegó á tomar posesion de aquel destino, partió en Abril de 813 para el Nuevo Reino de Granada, á servir á las órdenes del Sr. Capitan General D. Francisco Montalvo y Ambulodi.
     El estado político de aquellas posesiones, la guerra encarnizada que allí sostenia el gobierno legítimo contra los disidentes, presentaban á Sequeira un ancho campo en que desplegar sus talentos. En efecto la conducta que entonces observó, y las comisiones que se encargaron á su celo, son una prueba inequívoca de la constancia con que siempre caminó por la senda del honor.
     Era Montalvo un gefe harto sagaz y adicto á la causa que con tanto ardor defendia, para que no se aprovechase de las recomendables prendas de Sequeira. Importaba mucho al buen servicio, que á la cabeza del mando político y militar déla provincia del Rio de la Hacha, estuviera un hombre activo, fecundo en recursos y que inspirase confianza. Ninguno podia elegirse que uniese estas cualidades en tan alto grado, como el teniente coronel don Manuel de Sequeira y Arango, que entonces desempeñaba la Subispeccion de las tropas de aquel Reino. Los resultados correspondieron á las esperanzas.
     Posesionado del mando de la provincia del Rio de la Hacha, se dedicó con el mayor desvelo á proporcionar á sus habitantes, el mas cómodo, seguro y eficaz medio de subsistir, facilitando el abasto permanente de víveres, cuya escasez afligía sobremanera á aquel pueblo. Persiguió hasta conseguir abolir, el pernicioso abuso y monopolio en que se ocupaban algunas personas acopiando víveres para sacrificar despues al vecindario, vendiéndolos á su antojo en el tiempo en que estos mismos usureros, proporcionaban la escasez con sus acopios.
     Mandó que se tomase una razon exacta de los frutos que cogia cada cosechero, y que con su cuenta se condujesen á la ciudad donde públicamente y con asistencia de un magistrado se vendiesen á todo el mundo, en proporcion de lo que cada uno pudiese necesitar. Estableció una carnicería pública para que en aquellos tiempos de escasez, pudiesen las clases menesterosas alcanzar la carne en pequeñas cantidades, impidiendo que por arrobas se la llevasen los mas acomodados causando grave daño á los infelices que por consecuencia de la guerra padecian las mayores miserias. Arregló los aranceles de todos los víveres, y en particular los de primera necesidad, y desterró la corrompida costumbre de que se alterasen los precios por los revendones.
     Pero si tan cuidadoso y entendido se manifestó Sequeira en extirpar los abusos que privaban de la abundancia y bienestar á sus gobernados, no fué ménos solícito en atender á cuanto reclamaba la defensa de la plaza que se le encomendara. Visitó personalmente toda la provincia. Organizó con la mayor exactitud una expedicion que por el Sr. Capitan general del Reino se le mandó siguiese al punto de Chiriguana y valle de Dupar, para reunirse allí con otra y marchar contra los insurgentes de la villa de Monpox. Fortaleció el castillo de San Jorge con una muy bien construida estacada al rededor, suficiente á resistir cualquiera asalto del enemigo. Aprestó y dispuso todo lo necesario para defender la plaza, y preparó los ánimos para resistir á los contrarios. Exploró el campo á inmediaciones de la ciudad, y la despojó de todo obstáculo que pudiese impedir su defensa.
     No solo concurría Sequeira con la mayor exactitud á precaver con sus rectas y acertadas providencias todo abuso introducido en perjuicio del bien público, no solo aprestaba cuanto era necesario para la defensa, sino que la administracion de justicia llamaba muy particularmente su atencion, y se dedicaba con asiduo esmero á distribuirla á favor de aquellos á quienes correspondia. Tan constante empeño en proporcionar la felicidad á sus gobernados, y en remover los obstáculos que pudieran alejarla, le granjearon el afecto general, y si las mejoras efectivas que introdujo en su gobierno, no le hicieran recomendable, la conducta que con él observó el Ayuntamiento de Rio Hacha, nos daría á conocer el aprecio en que allí se le tenia. Cuando á muy poco de entrar en el mando se le destinó á otro punto, acudió el vecindario, por medio de los alcaldes ordinarios al Capitan general, suplicándole se sirviese conservarle en el gobierno por convenir al mejor servicio del Rey y felicidad de la provincia. Accedió el Capitan general, y esta superior determinacion se hizo pública por medio de carteles que se fijaron en todos los ángulos de la ciudad. Mas estaba dispuesto por la Providencia que su gobierno fuese de corta duracion. Las vicisitudes de la guerra solo le permitieron hacer la felicidad de sus gobernados el corto espacio de once meses. Al separarse no desmintieron los habitantes del Rio-Hacha la cordial adhesion á su gefe, y en una extensa y razonada representacion en que detallaban los inmensos benefidos debidos á la administracion de Sequeira, lo recomendaron á S. M.
     Apénas hubo fenecido su mando en el Rio-Hacha, cuando se le destinó al de Monpox. Era del mayor interes sostener este punto á todo trance, y por cuantos medios fuesen imaginables, pues de su conservacion dependia mantener cortadas las comunicaciones de la capital con Cartagena, de modo que esta no pudiese recibir auxilios de aquella. No quedaron tampoco en este puesto defraudadas las esperanzas del General, y Sequeira con sus acertadas disposiciones dejó siempre bien puesto el honor de las armas Reales.
     Fecunda en acontecimientos y no escasa de gloria fué para Sequeira la época que vamos recorriendo. Cuando se le destinó para el gobierno del Rio-Hacha, ya habia desempeñado interinamente el de Santa Marta, y en él llenó sus funciones con el infatigable celo que siempre caracterizó su conducta.
     El arreglo de las tropas del Nuevo Reino de Granada era indispensable, urgente, y el gefe superior que conocia los hombres y los talentos, eligió á Sequeira para un empleo á que le llamaba su reconocido mérito. Desde entonces aplicó todo su tiempo, todas sus tareas á la organizacion y arreglo material del ejército. A él se debió la formacion de tres compañias de voluntarios en los pueblos de San Juan, Fonseca, Barrancas y valle de Dupar; trabajo que le mereció los mas brillantes elogios por haberlo concluido en el término de doce dias. Formó una compañía de honrados jóvenes; y por último la de Urbanos de Santa Marta escasa de fuerzas hasta entonces, subió, merced á su eficacia, á 879 plazas.
     Difícil nos seria encerrar en los límites de este artículo las brillantes acciones, con que en repetidas veces se distinguió Sequeira. Baste decir que su nombre figura en cuantos hechos de armas de consideracion se dieron contra los insurgentes en el Nuevo Reino de Granada, siempre acompañado de los mayores elogios, y en varios recomendado al Supremo Gobierno. En los gloriosos sucesos del Magdalena ocurridos en 1815, en que las armas Reales triunfaron de los rebeldes le cupo no pequeña parte, y fué premiado con la medalla concedida á los que mas se distinguieron.
     Pero no solo se hacia notable Sequeira por su valor, pericia militar, fácil expediente en preparar y dirigir los acontecimientos y sacar partido de las circunstancias, sino que llamaba la atencion por otras apreciables cualidades. Estaba dotado de un carácter activo, lleno de moderacion, de delicado discernimiento y no podia ménos de conciliarle el afecto público. Así es que en cuantos puntos de Costafirme se encontró, siempre iba precedido de buena reputacion, y era acogido por las personas mas distinguidas, lo que no suele ser muy comun en tiempos de revueltas en que se exasperan las pasiones, y parecen mas dispuestos los hombres al odio.
     El general Montalvo adornado de las cualidades que tanto apreciamos en los hombres que ocupan puestos elevados, tenia el espíritu demasiado justo para no reconocer la conveniencia de la amistad con Sequeira, de modo que mas que su gefe fué su mejor amigo. La intimidad que entre los dos reinó, no fué nunca empañada por mezquinas pasiones, y la correspondencia que constantemente siguieron, honra sobremanera al ilustre General que no conocia mas emulacion que la de las virtudes y la gloria. Queriendo premiar la conducta de Sequeira en los gobiernos que por comision suya desempeñó, le nombró en Enero de 1816 Teniente de Rey de Cartajena con retencion de la Subinspeccion general de las tropas del Reino que ejercia con aprobacion de S. M.: nombramiento que se confirmó por el Supremo gobierno en Junio del mismo año.
     Bosquejada ligeramente esta parte de la vida de Sequeira, vamos á considerarlo como literato y como poeta, quedándonos el dolor de no haber podido, por carecer de los documentos necesarios, enumerar mas por extenso todos los hechos militares, ni seguir en nuestra relacion el orden cronológico de los sucesos.
     Desde su infancia dió muestras de sus bellas disposiciones para la poesía, y siendo subalterno se ensayaba en composiciones festivas, imitando á Góngora, Quevedo y otros, que eran leídas y aprendidas con avidez, no solo por sus compañeros de armas, sino por toda la juventud habanera. Aunque muy feliz y oportuno en este género, preciso es confesar que estos primeros destellos no anunciaban todavía la lira valiente que habia de cantar los hechos de Hernán Cortés.
     Nutrido con la lectura de los clásicos latinos que le facilitaba el conocimiento que tenia de aquella lengua, y dominado por su ardiente pasion á las letras, era ue esperarse que la vida literaria de Sequeira, no seria sin frutos para su patria. Poseia perfectamente el francés; y la lectura de buenos libros, contribuyó no poco, á formar aquel delicado gusto que generalmente se advierte en sus obras.
     No hacemos mencion de esta circunstancia, porque sea en realidad, de consideracion, sino porque para juzgar imparcialmente á un escritor que floreció en un tiempo en que las letras no habian llegado al explendor que hoy, en una época en que saber una lengua extrangera, se reputaba por el mas cumplido esfuerzo del entendimiento, deben tenerse muy en cuenta estas particularidades, para que sobre su mérito sea imparcial el fallo.
     No se entregaba Sequeira con tanta constancia al estudio por satisfacer una caprichosa y pueril curiosidad. La Sociedad Económica de Amigos del Pais de la que era miembro, y aun pudiera decirse uno de sus fundadores, veia con placer, sus tareas dirigidas siempre al bien general, y á propagar la ilustracion. A este fin se encaminaban sus desvelos, y para conseguirlo alentaba constantemente á la juventud, y escribia en los papeles públicos. Conocia Sequeira que el mejor medio de que las ideas y el saber de los hombres, se comunicasen á los otros hombres, era la prensa periódica. Veia que nada era tan apropósito para esto, como un género de literatura, en que todos pudiesen lanzar el fruto de sus meditaciones y de sus estudios: una literatura barata, por decirlo así, fácil, acomodada á todas las inteligencias, y al alcance de todas las capacidades; una literatura en fin lacónica, variada, interesante y deleitable que al mismo tiempo que difundiese la ilustracion, aficionase los hombres á la lectura, para que dedicándose á ella en los momentos que sobran en los quehaceres de la vida, fuesen poco á poco extirpándose los vicios y placeres impuros, origen casi siempre de las divergencias sociales y disgustos domésticos. Fué Sequeira redactor de varios periódicos, y al ardor con que se dedicaba á estos trabajos, en un tiempo en que tan pocos progresos se hacian en este género, se debe tal vez, el desarrollo que ha tenido entre nosotros el periodismo.
     Sus compañeros de armas recurrían á él, en las ocasiones en que sus conocimientos les eran necesarios, y muy frecuentemente se ocupaba en las defensas para que le nombraban, alentados con el buen resultado que se prometian de tan celoso y entendido patrono. Corrían estas producciones de Sequeira de mano en mano, se leian con el mayor interés, y se celebraban con entusiasmo. ¡Lástima que no se conserven estas defensas, y particularmente la que hizo en favor del Subteniente D. Gabriel O-Rian en Noviembre de 1809 que motivó la Real orden expedida en la isla de Leon por el consejo de Regencia, y que tan honorífica fué para Sequeira! Estos documentos probarian siempre su aptitud y el esmero con que abrazaba las causas de sus compañeros, pudiéndose decir de él, lo que de sí mismo decia Ciceron: "que sus talentos oratorios podrían acaso calificarse de medianos, pero que nunca habían faltado en el peligro de sus amigos."
     La aficiona las bellas letras no impedia á Sequeira dedicarse á trabajos mas serios; pero ni aun en su gusto por aquellas, podria motejarse á un hombre que hasta en as mas frivolas ocupaciones tenia presente la pública utilidad. Como habia abrazado la carrera militar con verdadero entusiasmo no le eran indiferentes las mejoras que pudieran introducirse en la milicia. Trabajó unas observaciones sobre táctica, y un plan y distribucion por mayor de un ejército que dejando los dos tercios de la infantería española en su pais, durante diez meses llenase las exigencias de la Monarquía en paz y en guerra con el menor gravamen posible de la poblacion y del Erario.
     El Excmo. é Ilustrísimo Sr. D. Juan Diaz de Espada Obispo de esta Diócesis, Prelado de profundo saber, unia á su natural bondad una cualidad muy eminente, la de favorecer y ayudar á los sugetos distinguidos por algun mérito. Conociendo las prendas de Sequeira, lo protegió, y lo que es mas, le dispensó su amistad. No se mostró el poeta ingrato á la estimacion del venerable Pastor, y esta estrechez no fué estéril para las letras. Cuando se escriba esta página de la Historia de Cuba, no podrá ménos de repetirse con ternura el nombre del ilustre Prelado, que si mereció las alabanzas de sus fieles, por el celo piadoso con que socorria al desvalido, por el empeño con que promovia y llevaba á cabo muchas mejoras en la administracion de su rebaño, y por quien decia nuestro poeta:

"Y tu Pastor ilustre en cuya frente
"Mas que la mitra la piedad reluce;

     No era ménos acreedor al eterno agradecimiento por la solícita proteccion que siempre dispensó á los hombres estudiosos que se dedicaban á propagar la ilustracion.
     La lira de Sequeira, consagrada á cantar las glorias de su patria celebró en varias ocasiones las relevantes virtudes del dignísimo prelado, y sus versos al Cementerio nos pintan muy al vivo la parte activa que el pastor tomaba en aquellos trabajos.

  "Corre mi llanto mas cuando recuerdo
"Que diariamente, activo vi al Prelado
"Animar con su ejemplo al desmayado,
"Y corregir al lerdo,
"Confundido en la plebe de su aprisco
"Dirige el Obeliso;
"Y hace que creEcan los peñascos duros
"Como crecieron los tebanos muros."

     Dedicóle algunas composiciones, y el soneto la ilusion que lo compuso dándole el Prelado por texto Sic transit gloria hujus mundi.
     Las poesías de Sequeira serán siempre estimadas, ya se considere que fué el primero que en Cuba abrió el templo de las musas, ya se tenga en cuenta su verdadero mérito. Imaginacion viva, talento perspicaz y reflexivo al mismo tiempo, valentia y robustez en la diccion, é instruccion no vulgar son las prendas que mas lo distinguen. Y si á ellas unimos otra, que á nuestro juicio es indispensable, el conocimiento de la sociedad para quien se escribe, nos convenceremos de que no es injusta la opinión de los que le ciñen la corona del primer vate cubano.
     Sequeira conocia su sociedad la retrató y censuró maravillosamente en algunas de sus producciones. Los límites de este artículo no nos permiten examinar detenidamente todas sus composiciones, pero su lectura nos persuade muy cumplidamente del estudio que debió hacer su autor de los buenos modelos, así antiguos como modernos. Su poemit al primer sitio de Zaragoza, pudiera atribuirse á Rioja. El canto á Cortés, el dos de Mayo y la Nave de Vapor, son una prueba de lo que decimos, y nos disculparán de colocar á nuestro poeta ai lado de un escritor de tanta valía. Tambien manejó la sátira para enseñar y corregir, y si puede tachársele á veces de punzante, nunca hirió ni lastimó á nadie.
     En 1821 pasó Sequeira á la ciudad de Matanzas, á desempeñar el empleo de coronel de aquellas milicias provinciales, cuya organizacion exigía un sugeto de su aptitud y conocimientos. Allí fué donde empezaron á notarse los primeros síntomas de aquel extravío mental que á poco se desarrolló privando á las letras de uno de sus mas adictos cultivadores. La Divina Providencia así lo tenia dispuesto, y sus inconsolables deudos tuvieron ocasion de aplicarle el dicho tan conocido del sabio Solon al Rey Creso:—Ningun hombre puede ser reputado verdaderamente feliz antes de su muerte.
     Publicáronse algunas de sus poesías y el editor puso al frente estas cuatro palabras:— “La naturaleza ique prodigó sus dones á Sequeira, no ha querido conservárselos, y acaso aquel mismo fuego poético que inflamaba su alma la ha inutilizado. Salen pues, al público sus poesías sin recibir la última mano del autor, que es la que perfecciona toda obra; pero al fin el editor cree hacer un gran servicio á la literatura en publicarlas.”
     Por fin la muerte nos le acaba de arrebatar. Ha desaparecido uno de los mas bellos ornamentos de su patria, dejando á sus parientes un padre que llorar, á sus amigos una pérdida irreparable que sentir, á los hombres todos un ejemplo que seguir y que imitar.

Manuel de Sequeira y Caro.

A la piña

    Del seno fértil de la madre Vesta,
En actitud erguida se levanta
La airosa piña de explendor vestida,
Llena de ricas galas.

    Desde que nace, liberal Pomona
Con la muy verde túnica la ampara,
Hasta que Ceres borda su vestido
Con estrellas doradas.

    Aun antes de existir, su augusta madre
El vegetal imperio la prepara,
Y por regio blasón la gran diadema
La ciñe de esmeraldas.

    Como suele gentil alguna ninfa,
Que allá entre sus domésticas resalta;
El pomposo penacho que la cubre
Brilla entre frutas varias.

    Es su presencia honor de los jardines,
Y obelisco rural que se levanta
En el florido templo de Amaltea,
Para ilustrar sus aras.

    Los olorosos jugos de las flores,
Las esencias, los bálsamos de Arabia,
Y todos los aromas, la Natura
Congela en sus entrañas.

    A nuestros campos desde el sacro Olimpo,
El copero de Júpiter se lanza;
Y con la fruta vuelve que los dioses
Para el festín aguardan.

    En la empírea mansión fue recibida
Con júbilo común, y al despojarla
De su real vestidura, el firmamento
Perfumó con el ámbar.

    En la sagrada copa la ambrosía
Su mérito perdió, y con la fragancia
Del dulce zumo del sorbete indiano
Los númenes se inflaman.

    Después que lo libó el divino Orfeo,
Al compás de la lira bien templada,
Hinchendo con su música el empíreo,
Cantó sus alabanzas.

    La madre Venus cuando al labio rojo
Su néctar aplicó, quedó embriagada
De lúbrico placer, y en voz festiva
A Ganimedes llama.

    "La piña, dijo, la fragante piña,
"En mis pensiles sea cultivada
"Por mano de mis ninfas; sí, que corra
"Su bálsamo en Idalia."

    ¡Salve, suelo feliz, donde prodiga
Madre naturaleza en abundancia
La odorífera planta fumigable!
¡Salve feliz Habana!

    La bella flor en tu región ardiente
Recogiendo odoríferas sustancias,
Templa de Cáncer la calor estiva
Con las frescas Anánas.

    Coronada de flor la primavera,
El rico otoño, y las benignas auras
En mil trinados y festivos coros
Su mérito proclaman.

    Todos los dones, las delicias todas
Que la natura en sus talleres labra,
En el meloso néctar de la piña
Se ven recopiladas.

    ¡Salve divino fruto! y con el óleo
De tu esencia mis labios embalsama:
Haz que mi musa de tu elogio digna
Publique tu fragancia.

    Así el clemente, el poderoso Jove,
Jamás permita que de nube parda
Veloz centella que tronando vibra,
Sobre tu copa caiga;

    Así el céfiro blando en tu contorno
Jamás se canse de batir sus alas,
De tí apartando el corruptor insecto
Y el aquilón que brama;

    Y así la aurora con divino aliento
Brotando perlas que en su seno cuaja,
Conserve tu esplendor, para que seas
La pompa de mi patria.

Contra el amor

Huye, Climene, deja los encantos
Del amor, que no son sino dolores;
Es una oculta sierpe entre las flores
Cuyos silbos parecen dulces cantos:

Es néctar que quema y da quebrantos,
Es Vesubio que esconde sus ardores,
Es delicia mezclada con rigores,
Es jardín que se riega con los llantos:

Es del entendimiento laberinto
De entrada fácil y salida estrecha,
Donde el más racional pierde su instinto:

Jamás mira su llama satisfecha,
Y en fingiendo que está su ardor extinto,
Es cuando más estrago hace su flecha.

 

El valor

Brame si quiere encapotado el cielo:
Terror infunda el lóbrego nublado
Montes desquicie el Bóreas desatado,
Tiemble y caduque con espanto el suelo:

Con hórrido estallido el negro velo
Júpiter rompa de la nube airado:
Quede el Etna en las ondas sepultado:
Quede el mar convertido en Mongibelo:

La máquina del orbe desunida,
Cumpliendo el vaticinio, y las supremas
Leyes, caiga en cenizas reducida:

Por estas de pavor causas extremas,
Ni por las furias que el tirano
Como temas a Dios, a nada temas.

A la injusticia

Al tribunal de la injusticia un día,
El mérito llego desconsolado,
A la deidad rogándole postrado
Lo que por sus hazañas merecía:

Treinta años de servicios exponía,
Diez batallas, herido, acreditado,
Volvió el rostro la diosa al desdichado
Y dijo: no ha lugar, con voz impía.

Mostró luego el poder sus pretensiones,
Y la ingrata a obsequiarlo se decide,
Aunque oye impertinentes peticiones;

Y cuando injusta al mérito despide,
Al poder por razón de sus doblones,
La deidad decretó: como lo pide.

 

Contra la guerra

De cóncavos metales disparada,
Sale la muerte envuelta en estampido
Y en torrentes de plomo repartido
Brota el Etna su llama aprisionada.

El espanto, el dolor, la ruina airada,
Al vencedor oprimen y al vencido,
Huye esquivo el reposo apetecido,
Sólo esgrime el valor sangrienta espada:

El hombre contra el hombre se enfurece,
Su propia destrucción forma su historia,
Y de sangre teñido comparece

En el sagrado templo de la gloria
Cese hombre tu furor, tu ambición cese,
Si el destruirte a ti mismo es tu victoria.

 

La ilusión

Sic transit gloria huius mundi.

Soñé que la fortuna en lo eminente,
Del más brillante trono, me ofrecía
El imperio del orbe, y que ceñía
Con diadema inmortal mi augusta frente:

Soñé que hasta el ocaso desde oriente,
Mi formidable nombre discurría,
Y que del septentrión al mediodía,
Mi poder se adoraba humildemente;

De triunfantes despojos revestido,
Soñé que de mi carro rubicundo,
Tiraba César con Pompeyo uncido:

Despertóme el estruendo furibundo,
Solté la risa y dije en mi sentido,
Así pasan las glorias de este mundo.

 

La aparición del cometa

No envidio la pluma de Cervantes,
Ni del Argivo la sonora trompa,
Ni el lauro de Colón por más que rompa
Nuevos caminos a los navegantes.

No codicio los pinceles de Timantes,
Aunque el tiempo sus tintes no corrompa,
Ni de Alejandro la triunfante pompa,
Ni el distinguido empleo de los almirantes.

No apetezco ver los muros de la China,
Ni conocer a Napoleón me inquieta
Por más que suene en la inmortal bocina.

Otra cosa anhela mi pasión discreta,
Y es que siempre me viera mi Corina
Con la atención que el vulgo ve al cometa.

A la brisa

Rompe en oriente sus prisiones Eolo,
Tiende sus alas, y con blando aliento
Bate en la concha del neptúneo carro
Lleno de Pompa.

Siguen su rumbo los tritones, siguen
Cándidas ninfas sus etéreos pasos
Liras templando de cristal sonoro
Dulces sirenas.

Bajo sus alas el campeón ibero
Llega a regiones peregrinas donde
Guarda su gloria y su memoria el ancho
Valle de Otumba.

Sobre tapices de esmeralda Ceres
Dulces placeres con Pomona parte
Cuando reparte la risueña brisa
Gratos aromas.

Puesto a la sombra del abeto, entonces
Oigo los mirtos y laureles santos
Cómo conversan con el aire, y cómo
Flora se anima.

La ave de Venus con amante pico
Llama al consorte de su nido ausente,
Dando al ambiente el parabién, y dando
Tiernos arrullos.

Todo se mueve con festivo enlace,
Driades y Faunos en sus verdes templos
Danzan los unos, y los otros tocan
Rudos silbatos.

Cuando tú soplas oh sagrada brisa,
Todo revive con tu aliento, y cuando
Vienes se alegra la fecunda en oro
Tórrida zona.

El banquete

No fue sólo el satírico de Francia
Del banquete importuno fiel testigo
Que a su lira prestó tanta elegancia:

Yo también si me escuchas, Claudio amigo,
Te instruiré de otro lance, cuya escena
Trágica contar puedo por testigo.

Es el caso que ayer Doña Ximena
Celebrar de su esposo Don Sempronio,
Quiso el natal, y un gran banquete ordena.

Por darme de amistad buen testimonio
Entre treinta que fueron, un billete
Me cupo por astucia del demonio.

¡Grande honor para aquel que en su retreta
Por costumbre frugal en apetito,
Más le sacia el silencio que el banquete!

Porque no me imputaran un delito,
Fui puntual, ostentando cortesía
Exterior; pero el alma en gran conflicto.

A tres horas después del mediodía
Principióse el obsequio en cuyo instante
Mi débil vientre estaba en agonía.

¡Caprichosa costumbre, interesante
Para el moderno gusto, que consiste
En dar blando martirio al circunstante!

Con grato aspecto y pensamiento triste
Ocupé mi destino, y a mi lado
Un joven se sentó de garbo y chiste;

Pasar quiero en silencio el delicado
Aseo en las vajillas ¡quién creyera
Que había para un ejercito sobrado!

No fue bambolla el aparato, era
La abundancia efectiva, porque un pozo
De sopa se plantó con su caldera.

No Camacho en Cervantes tan costoso
Dio más a conocer de su rudeza
La probidad en todo generoso.

Como el tal Don Sempronio: nunca mesa
Lucio con tan opípara abundancia,
Nada de Filili, todo grandeza.

Un toro asado vi, cuya distancia
De lugar ocupaba... ¿Claudio Amigo,
Ríes porque te hace disonancia?

Pues vive el rey Clarion, que hablo contigo,
Nadie nos oye, sufre, soy poeta
Y contra todos mi torrente sigo.

No es hipérbole, no, mas si te inquieta
Esta voz sin mudar de consonantes
Escúchame cual ato la historieta.

En desorden común los circunstantes
Con rumor sus asientos ocuparon
A manera de tropas asaltantes.

Aquí, Claudio, mis penas principiaron
Cuando vi de los pajes la gran tropa
Y los varios manjares que acopiaron.

¡Qué pregón! ¡Qué algazara! ¡Vaya sopa,
(Gritaban) tallarines.-- macarrones...!
Y en esto un plato con el otro topa.

Sobre mí vi llover los empellones
De un gargantón que a mi siniestra había,
Más voraz que quinientos sabañones.

Con la vista los platos recorría,
Y resollando como inmundo cerdo
Las viandas devoraba y engullía.

A veces como en sómnico recuerdo
Monosílabos sólo contestaba,
en repetir los tragos nada lerdo.

Frente por frente de mi asiento estaba,
Otro extranjero bozalón, que todo
Con mil incultas frases encomiaba.

Allá a su medio idioma y a su modo,
La galina, decía., estar charmante,
Y a cada instante levantaba el codo.

A su diestra, con plácido semblante,
Zoylo estaba mil brindis repitiendo,
Injuriando a Helicona a cada instante.

El estilo jocoso fue exprimiendo
Del barrio del Barquillo la agudeza,
Con chistes de Manolos zahiriendo.

Unas veces hablaba con terneza,
Y otras muchas gritaba atolondrado
Hasta echarse de bruces en la mesa.

Cual si fuese otro Horacio, acalorado
Principió a criticar mi poesía,
Por agradar y parecer letrado.

Encendida en furor la fantasía
Reputaba mis versos por malditos,
Interpretando lo que no entendía:

Una silaba sólo con mil gritos
Corrigióme, sin ver que de su absurdo
Se burlaban los necios y peritos.

Hubo otro tiempo en Argos un palurdo
Que de poeta, sin serlo, presumía
(También hay vanos bajo paño burdo).

Este loco ignorante marchó un día
Presuntuoso y contento al coliseo,
A tiempo que en el teatro nadie había.

Inflamado de ardor Apolineo,
Delirante el palurdo imaginaba,
Los aplausos que quiso su deseo;

Sin escuchar actores se alegraba,
Y figuróse sin haber compuesto,
Que una comedia suya se operaba.

Ya entiendes, Claudio, lo que digo en esto,
Si a ti para advertir las alusiones
Te sobra astucia en lo que ves expuesto:

Volvió, Zoylo, a enhebrar sus maldiciones,
Efectos de su mísero ejercicio,
Queriendo al sacro Pindo dar lecciones.

¡Oh fatal, dije, abominable vicio!
Sólo el médico habla de remedios,
Cada artesano trata de su oficio.

El rústico jamás toca de asedios;
Pero siempre los necios tienen todos,
Para injuriar las musas, torpes medios.

Aquel que ignora los discretos modos
Con que los simples se preparan, sepa
Que en vez de medicinas hará lodos.

Lo mismo aquel que, presumido, trepa
Sin balancín en cuerda, y sin auxilio
El pie se le resbala y le discrepa.

Pues si Zoylo jamás leyó a Lucilio,
Ni comprende las sátiras de Horacio,
¿Qué concepto merece? El de Basilio.

Y con todo en inmundo cartapacio
Se atreve a publicar su critiquilla
Que de verla no ceso, ni me sacio.

Perdona, Claudio, si es que la mancilla
De un parásito vano ha interrumpido
El orden de mi sátira sencilla.

Volvamos al banquete donde, erguido,
Mebio también con tono destemplado
Daba muestra de ser varón leído.

Fabio, que estaba junto a mi sentado,
Reventaba de risa, y muy frecuente
Con su codo tocaba en mi costado.

Yo procuré apretar diente con diente,
Para no prorrumpir la carcajada,
Ni ser de Baco víctima inclemente.

Me contuve pensando en la extremada
Locura de Alejandro entre los vinos,
Hiriendo a Clito con su lanza airada:

Y también recordé los desatinos
Con que Calistenes sufrió la muerte
Porque a sus cultos resistió divinos.

Muy de continuo con acento fuerte
Bomba... bomba... Don Mebio repetía,
Y en cada bomba una botella vierte.

Con voz ronca mil erres prorrumpía,
Y, exhalando sudor su aspecto rojo,
Quitóse el corbatín que le oprimía.

Ya en sus pies vacilaba el cuerpo flojo,
Y aun temía que imitara a Polifemo
Cuando en la triste cueva perdió el ojo.

De crítico adulón, pasó a blasfemo,
Y perdiendo del todo la chaveta
Cada vez deliró con más extremos.

En fin, Mebio con cara de baqueta,
De todos recibió funesto trato,
Terminóse el banquete, y cual saeta
Me aparté por no ver tal mentecato.

 

    Yo aquel subdito obediente
Que en grado superlativo,
Soy militar á lo vivo
Y esqueleto á lo viviente:
Yo aquel átomo paciente
Que de nada se lamenta,
Describiré la tormenta
Que con suerte muy contraria,
Yendo de ronda ordinaria
Sufrí en noche turbulenta.

    A las tres de la mañana
Con viento septentrional
Salí desde el principal
A correr mi tramontana:
Un farol como campana
Conducia un granadero,
Y con el soplo severo
Que el norte consigo atrajo,
Andaban como badajo,
El farol y el farolero.

    Con un silencio profundo
Como si nadie viviera,
Seguimos nuestra carrera
Como almas del otro mundo:
En el tiempo de un segundo
Llegamos á la Machina
Y al mirarnos de bolina
La centinela primera,
Dudando que cosa fuera,
Ni aun á hablar se determina.

 
No obstante, como concibe
Que todos ibamos muertos,
Con trémulos desaciertos
Gritando nos dá el quien vive:
De esta suerte nos recibe
La guardia llena de espanto,
Y sospechando entretanto
De mi vital subsistencia,
Para afirmar mi existencia
Tuve que implorar á un Santo.

    Despues que entregué el marron,
Vi sirviendo de tintero
Un casco como mortero,
Y por pluma habia un cañon:
Al firmar, sin dilacion
Mi pluma luego se excita,
Y en la espesura infinita
Que el cañon tenia en su talla,
Una rígida metralla
En vez de tinta vomita.

    Así que dejé el borron
De mi forma con gran gala,
Salí de allí como bala
Despedida de cañon:
Con tal precipitación
La luz del farol se apura,
De suerte que en tal tristura
Llegué en un decir Jesus
Hasta el muelle de la Luz
Por teórica congetura.

    Al verme de esta manera
Envié luego á la ordenanza
Que encendiera sin tardanza
El farol y que volviera:
Con angustia tan severa
Hallándome solitario
Sin luz, me fué necesario
En esta lúgubre escena,
Como alma que estaba en pena,
Rezar el Santo Rosario.

    Quiso Dios que sin tardanza
La ordenanza fué y volvió,
Y así se me recibió
Con arreglo á la Ordenanza:
No obstante, con desconfianza
El cabo el Santo pedia,
Y como mi fantasía
Rezaba llena de espanto
Por poco en lugar del Santo
Le soplo una letanía.

    Desde aquí salí al instante
Con un impulso violento,
Llevando con tanto viento
Los honores de volante:
Cual difunto militante
A Paula llegué entretanto,
Y el cabo lleno de espanto
Sin mirar á mi respeto,
Quiso viéndome esqueleto
Soplarme en el Campo-Santo.

    Viendo yo la tiranía
De estos impulsos atroces,
Procuré con muchas voces
Afirmarle que vivia:
Que era Ronda le decia
Por templar sus desaciertos,
Y él con los ojos abiertos
Siguió tal su trapisonda,
Que por poco vá la ronda
A parar entre los muertos.

    Luego fui hasta la garita
Que de San José se nombra,
Que teniéndome por sombra
La centinela me grita:
El cabo se precipita
A saber quien era yo,
Y así que me recibió
Dejé allí la firma mía,
Que no la conocería
La pluma que la parió.

    Salí desde aqui ligero
Con angustia muy crecida 
Y para abreviar mi vida
Fui á parar al matadero:
Aquí me encontré un tintero
Rebozando en masacote,
Y allí empuñando un garrote
Que en vez de pluma encontré,
Sobre una tabla dejé
En cada letra un palote.

    Con un triste desvarío
Fui siguiendo mi aventura,
Y sin tener calentura
Me iba muriendo de frio;
En este momento impío
Me acometieron traviesos
Dos mastines con excesos;
Pero por fin me dejaron
Porque sus dientes no hallaron
Ninguna carne en mis huesos.

    Sufriendo un continuo yelo,
Mi carrera continué,
Y tanto que tropecé
Con un hueso, y caí al suelo:
La ordenanza con anhelo
Por ampararme se humilla,
Pues anduvo tan sencilla,
Tan ciega y tan torpe aquí,
Que por levantarme á mí
Va y levanta una canilla.

    ¿Qué no ves escomulgado,
Le dije muy aflijido,
Que me has dejado tendido
Sin saber lo que has alzado?
Entonces muy consternado
Me dijo: señor, confieso
Que anduve ignorante en eso,
Pero yo por no engañarme,
Siempre procuro inclinarme
Al mas grande aunque sea un hueso.

    Mas ardido que una brasa
Con esta contestacion,
Camino sin dilacion
Hasta dar en la Tenaza:
De aquí mi espíritu pasa
A Puerta-Nueva de un salto,
Y con tanto sobresalto
La centinela me vió,
Que á un mismo tiempo me echó
¿Quién vive? ¿Qué gente? Haga alto.

    Desde este puesto salí
Y fui á la Puerta de Tierra,
En cuyo lugar se encierra
Lo mejor que yo advertí:
Un capitan hallo aquí
Que extrangero parecia,
Y fué tal la algaravia
De su rara explicacion,
Que por pedirme el marron
El macarron me pedia.

    Sufriendo un norte extremado
Tan airado continué,
De manera que llegué
A la Pólvora volado:
Salí al punto y alterado
Un perro con mil porfías
Se avanza á las barbas mias,
Pero yo con fieros modos
Con mis huesos y mis codos
Logré darle mil sangrías.

    Pero lo que mas alabo
De tanta desdicha junta,
Es que en llegando á la Punta
De verme se asombra el cabo:
Despues de esto luego trabo
Con el oficial porfías,
Y él al ver las ansias mias,
Oyendo tocar campanas,
Me dice con voces llanas:
¿Son por tí esas agonías?

    Hijo de tal, que malos
Crueles fines me deseas,
Le dije, ántes que tal veas,
Muera el pronóstico á palos:
Así premio los regalos
Con que me quiso obsequiar,
Y por no darle lugar
Al juicio que estaba haciendo,
Me fui al instante temiendo
No me mandase enterrar.

    Siendo del viento juguete
Sin hallar en nada alivio,
Tuve que volverme anfibio
Para arribar al Boquete:
Por un pantano se mete
La ordenanza que me guia,
Que igualmente le seguia
A modo de gusarapo,
Y el soldado como sapo,
Fieros soplos despedia.

    De esta suerte continuaba
Pensando yo no sé en qué
Y por no mentir diré
Que pienso que ni aun pensaba:
Tan extenuado me hallaba,
Tan triste y tan macilento
Con aquel frio y el viento,
Fué tal mi debilidad
Que me hallé sin voluntad,
Memoria, ni entendimiento.

    Llegué á la Contaduría
Casi perdido el aliento
Donde me salió el sargento
A saber que me afligia:
Una triste alferecía
Le dije, tengo á mi lado,
Ha ocho años y asombrado,
No sé si entono de chanza;
Me preguntó en confianza,
¿Es usted beneficiado?

    Sargento, señor bufon,
Repliqué con amargura,
Por desgracia ó por ventura
¿Tengo cara de capon?
Al concluir la expresion,
Salir quise cual saeta,
Cuando un soldado con treta
Asiéndome por detrás,
Ea, dice á los demas,
¿De quién es esta baqueta?

    Repetirle gritos muchos
Fué mi confusa respuesta,
Que sinó, á la hora de esta,
Me hallo atacando cartuchos:
La ordenanza y yo muy luchos.
Volvimos al Principal,
Y aquel señor oficial,
Que era un joven mata-siete;
Quiso mandarme al gabinete
De la historia natural.

    Estas son de mis desdichas
Las noticias y eficacias,
Que siempre serán desgracias,
Por ser de mis labios dichas:
Basten ya las susodichas
Fatigas de mi quimera,
Cese mi pluma grosera
En su tan cansado estilo,
Dejando pendiente el hilo
Al filo de otra tijera.

 

Nota

1. Reproducimos el prólogo de Sequeira y Caro, así como las palabras de Tomás Romay y de Manuel Costales en el entierro de Zequeira, y finalmente la biografía del poeta incluidos todos en la edición de las poesías de 1852. Hemos conservado la ortografía original por considerar que ello no afectaba la comprensión del texto. Con excepción de La Ronda (transcrita de la edición de 1852), las composiciones que aquí ofrecemos las hemos tomado de internet. En el caso específico de A la piña, nos cuidamos de comprobar que sigue la versión de 1852.