Ensayo sobre la pelota

José Liboy Erba

 

     Que el profesor Ramos, maestro de español, me mostrase su biblioteca de autores españoles y su colección de libros de pelota me hizo pensar en mi relación con el deporte desde la temprana infancia. En realidad, la pelota es un mundo, un universo, y no son pocas las personas que dedican sus vidas al comentario del deporte. El profesor Ramos, igual que yo, es un aficionado. A mí me llamó la atención de la pelota, más que el barro que se le pega a uno en los juegos, ciertos incidentes singulares que algunos historiadores han consignado como ejemplo de que, efectivamente, el mundo de los peloteros bien puede estar señalando la existencia de una cultura muy particular. No es tanto la atrapada de Jackie Robinson, de la que de hecho me enteré a través de un libro infantil, Baseball Amazing Things, sino otras cosas que pasaron en los años cincuenta, que al parecer fueron los años del apogeo, los años cenitales del beisbol. Si bien no me acuerdo, fueron los Gigantes de San Francisco, los que en una serie mundial de aquellos años, pusieron a batear como emergente a un enanito. Este incidente apenas anodino me hizo ver la pelota de una manera diferente a la acostumbrada en la actualidad, en que la pelota es un deporte agresivo como el balompie. Yo conocí la pelota de la actualidad con un arquitecto, quien de hecho remodeló el Normandie, pero también conocí la pelota de antes con un maestro de matemáticas. La de antes era la pelota geológica. Si no jugabas te ensuciabas con arena, pero si jugabas te ensuciabas con fango. En esa pelota no se comía banco, y era la mejor para estudiar matemáticas y ciencias terrestres. La pelota de ahora es biológica, y como tal, literaria. La pelota geológica tuvo su cenit en los años cincuenta del pasado siglo, y yo he pensado que la famosa sustitución del emergente enanito marca, igual que las Meninas de Velazquez en el Barroco, el comienzo del pensamiento biológico en la cultura americana. Esa atención a las excepciones biológicas, que es tan común en la cultura de España, especialmente en la cultura de las cortes de los reyes, comenzó a manifestarse en la pelota cuando se integró a los negros y a los inmigrantes al deporte. No es casual que tal integración se diera igualmente en la cultura católica, con la canonización de San Martín. Pero igual que en la pelota, tal integración se dio por excepción. La persona excepcional que era aceptada era recibida en su excepcionalidad, se le respetaba la diferencia biológica, si la tenía. Aunque el deporte perdió su flema inglesa, y comenzó a adquirir su actual agresividad justamente en la época en que se aceptaba la diferencia, no hay duda de que en sus comienzos albergaba ya la belleza extraordinaria que alcanzó en los años de Lou Gehrig y Jackie Robinson. Los Estados Unidos, en la actualidad, se caracterizan culturalmente por la práctica de un nuevo barroco. No cabe duda de que en la pelota también se ha manifestado algo de ese nuevo barroco, no solamente en la estética visual, en los colores subidos de los uniformes, sino en la manera en que los mejores peloteros dan a conocer el deporte. Es frecuente aprender de los mejores peloteros lo que es una metáfora y una metonimia, figuras retóricas ambas, con las actitudes que ellos asumen luego de una jugada en la que uno, si no es pelotero, se ha visto involucrado de manera inolvidable. Este deporte de geólogos y astrónomos empieza a adquirir con los nuevos peloteros un caracter biológico y sicológico muy interesante y emotivo.