Cuba: el sabor soviético de una isla tropical. Una visita 20 años después.

Damaris Puñales–Alpízar, editora, Case Western Reserve University

     Los veinte años que han pasado desde el fin de la Unión Soviética, y con él, del inicio de la readaptación cubana a esa realidad, tanto a nivel de discurso político, reformas económicas como de dinámicas sociales, ofrecen el distanciamiento necesario para hacer una reevaluación del legado soviético en la cultura y sociedad de la isla. A estas alturas, el corpus literario, gráfico, musical y audiovisual que directa o tangencialmente revela trazos soviéticos (aunque a lo soviético siempre se le llamó ruso en Cuba, llamémosle así por ahora, para diferenciarlo del período pre y pos soviético) ha crecido de manera importante y el pronóstico parece indicar que durante mucho tiempo más seguirán apareciendo huellas soviéticas en la producción cultural cubana.
     La poética de lo soviético en la producción cultural cubana abre las puertas a un nuevo campo de estudio que podríamos llamar la Cuba soviética: detrás de todo ese corpus es posible desentrañar la presencia de una estética soviética subyacente que no se limita a nombrar objetos que aún perduran de los años de “amistad inquebrantable”. Esa presencia subyacente adquiere los más diversos y variados matices, desde los juegos intertextuales, referenciales y paratextuales, pasando por el despliegue afectivo y llegando hasta la reapropiación iconográfica de significantes rusos: el alfabeto cirílico e imágenes rusas por antonomasia como la catedral de San Basilio, las matrioshkas, los cohetes espaciales e, incluso, la simbología socialista cuyos epítomes son la hoz y el martillo.
     Si coincidimos con Ricoeur en que “cultures create themselves by telling stories of their own past” (1) podemos entonces concluir que estamos ante el proceso de formación de una “nueva” cultura cubana, en la que lo soviético se convierte en punto de fuga a partir del cual expandirse hacia el futuro, luego de haberse sobrepuesto a un período de duelo que le ha permitido reconciliarse con el pasado, y establecer con él un diálogo emocionalmente afectivo y artísticamente efectivo. Habría que añadir que está todavía pendiente la revisión de lo que las otras culturas socialistas, como la polaca, la checa o la alemana, por ejemplo, aportaron al imaginario cubano en esos años.
     Lo que nos interesa, entonces, no son sólo las obras artísticas en sí, sino el trasfondo y las condiciones que han hecho que tales obras aparezcan, y el diálogo que ellas establecen no ya con el pasado, sino con un presente en el que lo soviético ha perdido toda su carga ideológica primaria y se convierte en el marco de una nueva cartografía afectiva, personal y sobre todo, reconciliatoria para la creación artística. A partir de este nuevo ordenamiento, es posible intentar descubrir nuevas aristas de la identidad cubana. Esta gramática de lo soviético nos permite deconstruir las estructuras culturales, simbólicas y afectivas que sustentan y hacen posible la producción artística en la que encontramos huellas soviético–rusas.
     Las culturas rusa (o soviética) y la cubana logran fundirse sólo a partir de un contrapunteo necesario en que se reconocen distintas. Es en este juego de diferencias donde es posible establecer su unidad: unidad en la diferencia, en su relación de extrañamiento–cercanía con el otro. Esta relación pasa, también, por el exotismo, la admiración y en parte, el desconocimiento. El pasado soviético cubano continúa siendo presencia actual en Cuba hoy como uno de los imaginarios culturales más importantes. No se trata de una nostalgia ideológica o política. En este caso, la nostalgia representa el duelo por el fin de un mundo que de repente dejó de existir, y cuyos remanentes siguen activos en la memoria colectiva de la nación cubana.
     Detrás de los treinta años de relaciones con la Unión Soviética es posible vislumbrar una triangulación de dependencia colonial, económica e ideológica que ha unido a Cuba, a través de su historia, con España, con Estados Unidos y con la URSS, respectivamente. En términos generales, la relación con la Unión Soviética vino a significar el regreso hacia una (falsa) vocación europea de la cultura cubana: en esas tres décadas la isla estuvo más cercana, en términos culturales e ideológicos, con el campo socialista europeo que con el resto de las naciones latinoamericanas. A nivel metafórico, la cercanía con la URSS vino a concretar una de los tantas obsesiones históricas del escritor cubano: la nieve. Esta obsesión histórica puede rastrearse desde los títulos del poemario Nieve, de Julián del Casal (1892) y la novela Nieve en La Habana, de Carlos Eire (2003) hasta su inclusión directa en el nombre de uno de los personajes de Todos se van, de Wendy Guerra (2006); así como en las obras de José María Heredia, José Lezama Lima, Raúl Hernández Novás o Severo Sarduy, por ejemplo, sin olvidar la broma jugada por la revista Carteles (2) el 28 de diciembre de 1932 –día de los inocentes–, en cuya portada publicaba una foto de una nevada en La Habana.
     Este dossier pretende abrir el diálogo y el intercambio de visiones de lo que los treinta años de profundas relaciones entre Cuba y la Unión Soviética han representado para la vida posterior de la cultura cubana.

Notas:

(1) Paul Ricoeur, “The Creativity of Language,” in Dialogues with Contemporary Continental Thinkers: The Phenomenological Heritage, ed. Richard Kearney (Manchester: Manchester University Press, 1984), 29.

(2) http://www.cubaperiodistas.cu/fotorreportaje/13.html