Villa Marista en plata: arte, política, nuevas tecnologías

Antonio José Ponte
Madrid: Editorial Colibrí, 2010. 244 pp.

Néstor E. Rodríguez, University of Toronto

 

     En la novela El proceso, Joseph K es señalado por las autoridades para comparecer ante un terrible y desconocido tribunal que ha de juzgar sus no menos oscuros “delitos.” Justamente, el problema mayor de Joseph K consiste en averiguar de qué se le acusa, pero lo que descubre en esa brega es el acoso creciente de una esfera invisible que todo lo alcanza. En la adaptación fílmica de este clásico de Kafka realizada por Orson Welles, la voz en off del director señala con crudeza que la historia de El proceso tiene la “lógica de un sueño o de una pesadilla.” Villa Marista en plata: arte, política, nuevas tecnologías, el más reciente libro de Ponte, revestido de una crudeza a ratos desgarradora, recrea el marco asfixiante de la narración de Kafka en su descripción de un individuo despojado de toda existencia política, pero sobre todo desde la aporía que Welles añade como coda a su famosa adaptación de 1962. En efecto, se puede argüir que Ponte hilvana su historia en torno a los circuitos represivos del Estado cubano enfrentando el sueño de la Ciudad Revolucionaria y sus arcontes a la pesadilla que viven los artistas cubanos que osan ejercitar su oficio con independencia de criterio.
     Ponte explica en el prólogo que su intención en Villa Marista en plata ha sido examinar la “visibilización de la violencia ejercida por el régimen cubano” (9) en años recientes. Hay que destacar de entrada que en este libro el autor no recurre al estilo híbrido que ha caracterizado su dicción en obras como Un seguidor de Montaigne mira La Habana, Las comidas profundas y La fiesta vigilada. En Villa Marista en plata, por el contrario, Ponte describe su trabajo como el de un “escucha secreto” (11). Establecidas estas coordenadas, el autor procede a relatar con lujo de detalles diversos episodios de represión, censura y manipulación experimentados por artistas de diversas áreas de la cultura. La profusión de datos rigurosamente documentados en torno a las manifestaciones de un gobierno interventor a todos los niveles es de una contundencia asfixiante; tanto es así, que uno llega a preguntarse si es posible que la literatura, y el arte cubano en general, pueda superar la perfección y perversión de las intrigas que se urden desde las instituciones estatales.
     La primera parte trata de “cómo los órganos estatales de represión se han convertido en tema para algunos artistas” (9). Ponte rastrea aquí las peripecias de la obra reciente del cineasta Eduardo del Llano y los artistas plásticos Yeny Casanueva, Alejandro González y Carlos Garaicoa. Del primero Ponte se enfoca en la recepción de su cortometraje independiente Monte Rouge (2004), que narra la historia de un individuo que ve interrumpido su café mañanero por la visita de dos agentes de la Seguridad del Estado. Los agentes llegan con la encomienda de instalar unos micrófonos en la casa del implicado, específicamente en el baño, para que éste pueda expresar sus ideas en contra del gobierno. El absurdo de la historia rezuma un humor urticante y bien pensado; sin embargo, la broma colosal se desataría tiempo después, cuando la distribución furtiva del cortometraje a través de internet y dispositivos portátiles de memoria hizo que Monte Rouge se pasara hasta por la televisión miamense. Del Llano se vio de pronto en aprietos, y hasta hubo de pactar con la editora de La Jiribilla la realización de una entrevista en la cual evitó abordar el tema del obvio carácter crítico de su pieza para enfatizar en cambio la canallada de que la televisión del enemigo se apropiara de su obra sin permiso.
     El absurdo de la historia de Monte Rouge y los eventos que este cortometraje desencadenó resultan poca cosa cuando se confronta con los intríngulis del proyecto Obra-Catálogo #1, de Yeny Casanueva y Alejandro González. Obra-Catálogo #1 es un archivo digital distribuido a través del correo electrónico que contiene diversos informes de agentes de la Seguridad del Estado en torno a las actividades de Casanueva y González, junto con material relacionado con la producción de estos artistas, específicamente sobre sus actividades y contactos en la Bienal de Artes Plásticas de La Habana. Los documentos policiales llegan a mano de Casanueva y González luego de que el agente Douglas, uno de los encargados de vigilar sus actividades artísticas, les entregara “un dispositivo de memoria digital para que le copiaran en él imágenes de obras suyas” (38). Casanueva y González obedecen la orden, no sin antes apropiarse de todo lo que contenía la memoria USB del agente Douglas. El hallazgo permitió a los artistas descubrir, entre otros archivos de inteligencia, los ocho documentos que integran su propuesta artística digital.
     No menos funesta es la historia de la exposición de Carlos Garaicoa en el Museo Nacional de Bellas Artes en 2009, que incluía ocho maquetas fundidas en plata bajo el sugestivo título de Las Joyas de la Corona (2009). Las piezas representaban diversos ejemplos de espacios en donde primaba como norma el estado de excepción: el Pentágono, la base de Guantánamo, la sede de la KGB, el Estadio Nacional de Chile, la Escuela de Mecánica de la Armada (Argentina), el asiento del Ministerio de Seguridad del Estado en la Alemania del Este (Stasi) y, en La Habana, las instalaciones de la Dirección General de Inteligencia (DGI) y Villa Marista. Ponte describe elocuentemente el alcance de la osada propuesta de Garaicoa: “Las sedes de la inteligencia y contrainteligencia cubana eran consideradas a la par que los centros de tortura de las peores dictaduras sidamericanas, y ninguna disculpa humanística venía a relativizarlas. No cabía la excusa del pequeño país sitiado por el gigante enemigo. Nada de guerra necesaria, nada de calabozos imprescindibles. Todos los ejemplos compartían con la Base Naval de Guantánamo la condición de limbo jurídico, de hueco negro de la legalidad” (31). La exposición de Garaicoa contenía suficientes elementos críticos de la Ciudad Revolucionaria, pero por su nombradía internacional y la coyuntura de la Bienal, la imprudencia del artista no podía ser censurada.
     La segunda parte de Villa Marista en plata es la más extensa de las tres, y trata precisamente de la “discusión de escritores y artistas a propósito de la censura y la represión estatal” (9). La aparición, en 2006, de tres siniestras figuras de la década del setenta en importantes foros televisivos activó una indignación generalizada entre la clase artística e intelectual cubana. Los causantes de esa repulsa eran Jorge “Papito” Serguera, responsable, como director del Instituto Cubano de Radiodifusión, de la censura en la televisión y la radio de la década mencionada; Armando Quesada, “encargado de implantar purgas y censuras en el campo teatral” (53) desde su puesto en el Consejo Nacional de Cultura, y en particular su jefe, Luis Pavón, presidente de esa cartera, quien cuenta con una nómina de atropellos tan dilatada que su intendencia ha pasado a la historia como el “pavonato.” La sorpresa y preocupación por la vuelta a la palestra pública de figuras abominables que supuestamente habían sido sepultadas con el “quinquenio gris” provocó un insólito debate que arrancó con el intercambio de mensajes de correo electrónico en el servidor estatal Intranet, pero que muy pronto trascendió esos linderos para incluir escritores y artistas del exilio. Surgía así la manifestación de un espacio de debate que empezó a trascender el comentario en torno a viejos comisarios políticos para ventilar asuntos más profundos, como la adecuación de esa cultura de la vigilancia a los tiempos que corren y, en consecuencia, la ausencia de una esfera pública en Cuba. Ponte reconstruye la historia de ese repentino atisbo de una “crítica seria, hecha a profundidad” (91) desde un espacio de debate público inédito y autónomo; se detiene en cada uno de sus protagonistas, pero sobre todo desmenuza un suceso que a pesar de haber nacido de la más absoluta espontaneidad y voluntad aperturista por parte de actores de diversas posturas ideológicas, termina viciado por la intervención directa de los arcontes de la razón de Estado. 
     La tercera parte Villa Marista en plata trata de la “manifestación de la violencia” estatal (10), especialmente contra la creciente comunidad de blogueros independientes en Cuba. Ponte establece un interesante paralelismo entre los estudiantes de la flamante Universidad de las Ciencias Informáticas de la Habana, fundada en 2002 para hacer de la isla “una potencia cibernética a nivel mundial” (180), y blogueros independientes como Yoani Sánchez, Claudia Cadelo y Luis Felipe Rojas Rosabal. Sobre los estudiantes que constituían la vanguardia revolucionaria en el terreno de la informática y los blogueros pesaba la misma limitación en lo tocante al libre acceso y distribución de información por vía electrónica en Cuba. En semejante estado de cosas, los blogueros llevaban la peor parte, puesto que contra ellos se ensañaba con particular crudeza el aparato policial y de inteligencia de la Ciudad Revolucionaria. Ponte describe este desalentador panorama en los siguientes términos: “La Habana se había convertido en una ciudad abiertamente vigilada. No sólo se trataba de policías uniformados y policías secretos. No sólo se trataba de cada uno de los Comité de Defensa de la Revolución dispuestos en cada cuadra. Era vigilancia tecnológica, cámaras de vigilancia por todas partes” (217-18). Lo curioso de esta avanzada tecnológica oficialista es que la sofisticación de sus recursos disciplinarios empieza a ser usada por los propios vigilados. Colectivos como las Damas de Blanco, blogueros, periodistas independientes y ciudadanos de a pie han empezado a ripostar armados de teléfonos móviles y del poder de diseminación instánea de las redes sociales. El efecto de estas acciones ha logrado poner al descubierto la crudeza de la violencia de Estado. Salido de la mano de uno de los escritores cubanos más importantes de hoy,Villa Marista en plata es un libro a la vez amargo y contundente llamado a convertirse en lectura imprescindible para comprender las maquinaciones actuales del poder político en Cuba.