Letras dominicanas

Fragmentos

Rubén Darío

     Existe una literatura en los momentos actuales que presenta un carácter inconfundible en su variedad: la literatura en que expresan su alma, sus voliciones y sus ensueños la Joven España y la Joven América española. Las nuevas ideas han unido en una misma senda a los distintos buscadores de belleza; mas en tal unión no pierde nada el impulso del individuo ni la influencia de la tierra, sin contar, por supuesto, en este caso a los natos desarraigados en el espacio y en el tiempo. Una de las ventajas que han tenido nuestras dos últimas generaciones es la de la comunicación y mutuo conocimiento. Si aún algo queda que desear, ya no sucede como antaño, que se ignoren, de nación a nación, los seguidores de una misma orientación filosófica o estética, los correligionarios de un mismo culto de arte.
     Entre toda la producción argentina, pongo por caso, de hace unos veintitantos años, tan solamente los nombres de Andrade, Guido Spano, luego Obligado y Oyuela, se impusieron a la atención de las Repúblicas hermanas. Hoy la obra de un Lugones adquiere proporciones continentales; mas no se ignoran, en el Sur ni en el Centro de América, ni en las Antillas, los esfuerzos o la obra realizada de otros artistas de la palabra, de otros hombres de pensamiento, ni la constante virtud de entusiasmo que anima a los consagrados de la juventud. Hay mayor intercambio de ideas. Se comunican los propósitos y las aspiraciones. Se cambian los estímulos. Hay muchas simpatías trocadas y muchas cartas. Los imbéciles no evitan el afirmar: sociedad de elogios mutuos. No se hace caso a los imbéciles. Los libros y las cartas se siguen trocando. No otra cosa se hacía en latín entre los sabios humanistas del Renacimiento.
     Entre los escritores que desde hace algún tiempo se han dado a conocer está Tulio M. Cestero, originario de la República Dominicana. Es joven; cursa la vida intensa y la gracia del arte. Su florecimiento en Santo Domingo no es sino propio de un país que ha dado a las bellas letras hispanoamericanas, desde pasadas épocas, figuras de gran valer. Por Menéndez Pelayo conocemos algo del período colonial, en que se ufana gentilmente aquel popular Meso Mónica, de tan fino y autóctono ingenio. La cesión a Francia, por el tratado Basilea, y la ocupación por los haitinianos, durante veintidós años, de la parte española de la isla produjeron la emigración a Venezuela y Cuba de gran número de familias principales, gloriosas en los líricos y literarios anales; de ahí los Rojas venezolanos, los Heredia, a que pertenecieron los dos José María, y cuya casa solariega existía, según tengo entendido, en la capital dominicana hasta hace algunos años frente al cuartel edificado en el reinado de Carlos III; y los Delmonte, de Cuba. […]
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     Cestero es un espíritu inquieto ante la vida, nacido para los esfuerzos y las bregas. Este lírico de la prosa, cuya cultura es completamente europea, ha tenido que desarrollar sus energías de carácter y de intelecto en un medio hostil a las dedicaciones al puro arte. El sabe, por propia experiencia, lo que son revoluciones, pronunciamientos. Ha andado con su fusil, o su sable, por los montes patrios, entre fieras, víboras, guerreando por su caudillo o por su presidente. Conoce las excursiones por los bosques y los movimientos de las guerrillas. Alma gentil, escribe su Jardín de los sueños, mas tiene un admirable y práctico sentido de la realidad. Si se le ocurre, escribirá lindamente a una mujer: «Bella, sé piadosa y convierte tus ojos milagrosos al alma-océano de aguas muertas y profundas – del amante prosternado que arrancará a las entrañas de la tierra avara el oro virgen para el anillo de tus bodas.» Y si se le ocurre, mandará fusilar en las maniguas al coronel criollo sublevado. Soles y vientos de aquellas latitudes le han amacizado el cuerpo y el alma. Ello no es un inconveniente para que haya labrado finas páginas en libros suaves. El poema en prosa después de la acción, la lírica después de la estrategia, o antes. El bregador que existe en él ha publicado también páginas de campaña en que el estilo se revela apto, también a ejercicios de músculos y a maneras de fortaleza. Yo le veo vagar por la montaña. Si encuentra flores, formará un ramo para la primera gallarda moza que le cautive. Si no, desgajará un árbol para encender fuego y hacer su barbacoa con el primer venado que alcance su carabina. Algo de Gastibelza, si gustáis; de un Gastibelza de tierra ardiente a quien si su doña Sabina y el aire de la montaña le vuelven loco, le hacen decir bellos decires de amor y de combate.
     Hace tiempo leí sus Notas y escorzos, capítulos de crítica literaria; sus impresiones de viaje Por el Cibao, de las que casi nada recuerdo. Su Del Amor es obra de despertamiento, de pasión exuberante, de juventud y de savia temprana. Mas su follaje político Una campaña, publicado en 1903, llamó grandemente mi atención por el modo robusto de narrar, amena y bizarramente, sucesos que no han tenido en la América nuestra sino señaladas plumas de valor que los traten. Hemos sido célebres por nuestras revoluciones, y Europa no conoce aún el libro que bellamente e intensamente diga tanta cosa extraordinaria, terrible y pintoresca, porque ese libro no se ha escrito todavía.
     En El jardín de los sueños este autor está seducido por el esteticismo y muestra una viva preocupación de estilo. Hay sutileza, escritura, artista, prosa galante, paisajes al clair de lune, relentes románticos e influencias simbolistas. Se advierte el amor de las gracias plásticas, de ritmo, de la concreción de la expresión noble. Sus lecturas son de la más reciente literatura; y cuando creéis encontrar una reminiscencia de Laforgue, pasa el soplo d’annunziano. Hay ideas, plasticidad y música avant toute chose. Al madrigalizar eleva los asuntos, poetiza el medio, se transporta a otras épocas más bellas, o dora, con el oro de la ilusión o de la fantasía, el tema inmediato. Veo sobre todo a un poeta, al parecer, en ocasiones, sentimental, y en ocasiones impasible en la labor de orfebrería que prefiere. Después viaja. Los viajes son bienhechores y precisos para los poetas. «Navegar es necesario; vivir no es necesario.» Navega, pues, para venir a esta Europa que todos ansiamos conocer. La moderna literatura nuestra está llena de viajeros. Casi no hay poeta o escritor nuestro que no haya escrito, en prosa o en verso, sus impresiones de peregrino o de turista. Se pasa, como Robert de Montesquiou, «del ensueño al recuerdo». Como todo está dicho, en lo que se refiere a lo contenido en ciudades y museos, no queda sino la sensación personal, que siempre es nueva; con tal de apartar la obsesión de autores preferidos y la imposición de páginas magistrales que triunfan en la memoria. Es esto difícil antes de que la tranquilidad de la vida reflexiva llegue: Cestero, en sus narraciones de viaje, se aparta dichosamente de los escollos del bedekerismo y de  los peligros de la obra recordada. Esto no quita que no le acompañe el recuerdo de espíritus amados en sus periplos. Mas noto que los vrajes en él, las frecuentaciones diplomáticas y los contactos de París han marchitado un tanto la frescura franca de las fioraciones de antaño. Parece que el entusiasmo, sal del arte, no está en él con la abundancia de los pasados días.
     Yo no le pido una fe señalada, pero sí una fe. En verdad, el paulatino conocimiento de las asperezas del mundo crea los peores escepticismos; para librarse de esto sirven tan solamente la voluntad, la elevación de la conciencia, la virtud de un ideal. Si ha de poner Europa sobre esa amable psique el peso de un materialismo que le impida el vuelo, quédese el artista y el combatiente haciendo sabrosas prosas y nuevas revoluciones en el país dominicano. Y si ha de perder, Dios no lo quiera, su original nobleza de espíritu, su respeto y adoración por la sinceridad, su pasión por lo sagrado del arte; si ha de aprovechar los dones divinos en el daño y en la mentira; si ha de mirar el misterio demiúrgico de la palabra como arma de malhechor o como útil de saltimbanqui; si ha de abandonar lo que, privilegio singular, trajo desde el materno vientre por la volición suprema, la pureza y la dignidad mentales, la única razón moral de existir, que en primera revuelta en que lo tome el general contrario, sin formación de causa le fusile. Mas si no, suya será la gloria.