In Memoriam

Cintio Vitier

Aramís Quintero

     Yo conocí a Cintio, una tarde de los años sesenta, cuando él y Fina trabajaban en la Biblioteca Nacional. Fui con Emilio de Armas. Estábamos en los primeros años de la carrera de Letras, escribíamos poesía, y hablar con Cintio y Fina era una de las mejores cosas que podían pasarnos. Fuimos muchas veces. En esas tardes conocimos también a Eliseo Diego, a Octavio Smith, a Roberto Friol, a Paco Chavarri, todos amigos de ellos. El atrevimiento estudiantil, y la generosidad de Cintio y Fina, nos movían a mostrarles unos poemas que, salvo alguna excepción, ya no mostraremos a nadie. En uno de mis poemas estaba la poesía, creyó Cintio, e hizo que Samuel Feijóo lo publicara en su revista Signos. Fue mi primera publicación. El elogio de alguien como Cintio me halagaba, pero también me aplastaba, y quizás por ello Fina me vio “rostro de muerto,” como dice en un poema de Visitaciones. Todavía conservo —es una de mis pocas reliquias— un ejemplar de 50 años de poesía cubana dedicado por Cintio a Emilio y a mí (no recuerdo cómo hice para que fuese yo y no Emilio quien se quedara con el libro).
     Estar en los inicios de un camino con el que nos hacíamos ilusiones, y encontrar acogida en quienes eran grandes figuras de la cultura del país —y con las que ya reconocíamos en nosotros afinidad—, era una gloria. Esas tardes en la Biblioteca eran una gloria. También los visitamos una noche, Emilio, Raúl Hernández y yo, en su casa de La Víbora. Fue una noche especialmente oscura, porque en esos días Cintio y Fina habían sido absurdamente separados de su puesto al frente de la Sala Martí de la Biblioteca. Al despedirnos Cintio, con una sonrisa, nos dijo: “Ánimo, muchachos, que yo estoy hecho polvo.”
Apenas lo vi después. Yo trabajaba ya en Matanzas. Pero nos encontramos en Guadalajara, con motivo del “Rulfo” de Eliseo. Cintio decía algo así como que había venido a descubrirse que lo que necesitaba Eliseo, para superar su estado crónico de depresión, era un premio.
     La última vez que hablé con Cintio fue en su apartamento de los altos de El Potín. El motivo de la visita fue muy especial. Mi hermano estaba enfermo, grave, y yo supe por alguien que una joven familiar de Cintio, también enferma y grave, había sido curada o muy mejorada por un médico que se valía de lo que unos llaman “terapias alternativas,” y otros “curanderías.” Fui para que me diera detalles, y me los dio. Pero de los detalles del extraño médico (quien desde luego estaba impedido del ejercicio oficial de su profesión) pasamos a otros temas. Temas ajenos a la poesía, en los que no encontramos afinidad. Pero sí encontramos, o reencontramos, la amistad, el cariño, la maravillosa posibilidad del diálogo en desacuerdo que termina con un cálido abrazo.

2 de octubre de 2009

 

 

Que en ellos crezco

Emilio de Armas

Cuántos años guardando este quererlos

sin decirles jamás que en ellos crezco.

Sus voces concertadas, su silencio

aprendido en la médula del hueso

y en el alma ensanchándoles el pecho,

me han dilatado el tiempo

en que yo paso y quedan ellos

como una luz que es viento

soplando sobre el agua y desde el fuego

para hallarle a la tierra sus adentros.

Cuántos  años guardando como versos

estas simples  palabras en que aprendo

la plenitud de agradecerlos.

 

1988

 

De Sólo ardiendo (1995)