Ena Lucía Portela. El viejo, el asesino, yo y otros cuentos.

Florida: Stockcero, 2009; 127 p.

 

Una mujer peligrosa escribe en La Habana; otra, le sigue los pasos desde New Jersey

Madeline Cámara, University of South Florida

     Acordamos el editor y yo que La Habana Elegante debía poner a sus lectores sobre aviso ya que esta es una publicación virtual, llamada a cruzar mares y fronteras sin dificultades. Sépase entonces que estas mujeres son cómplices en la publicación de un nuevo libro, pionero en su empeño: la antología El viejo, el asesino, yo y otros cuentos que ha sido publicada por Stockcero, en Miami. Los cuentos que incluidos en dicha antología son de la escritora Ena Lucía Portela, que escribe en Cuba, y los ha editado, desde New Jersey, la profesora de Ramapo College Iraida López. Ambas son cubanas, y quizás sea eso una clave para entender como tan estrecha colaboración, que el lector apreciará en el montaje del libro, puede darse a través de la línea telefónica.
     Conocía de antes la obra de Portela, me interesa, y he dejado en un reciente libro la propuesto de estudiarla dentro de un grupo más amplio de escritras cubanas que, pertenecientes a diversas generaciones, estilos, y hasta orillas, se han convertido en “Las retadoras.” Se trata de mujeres que, desde la escritura, subvierten los valores patriarcales, sus variadas expresiones dentro de la política, las relaciones familiares, interpersonales etc. Se necesita originalidad expresiva para seguir hablando de machismo y dictadura en Cuba, tan de antaño, y tan vigentes, y despertar interés literario. Enfatizo lo último.
Pero vuelvo a este libro en particular como modelo de como poder recopilar y presentar una escritura polisémica, provocativa, intertextual, hija de una época, y de una autora: marcada doble entonces. La llamaré escritura “del gesto” (mueca, parodia, mímica, espejo, distorsión, simulacro) y “del gusto.” (eco de lecturas, pinturas, piezas musicales, películas, sabores y olores del cuerpo, visiones personales, y fantasmas, comme il faut) Nara Aruajo la calificó como de estética que eriza y divierte, y creo tiene razón. Iraida López se adentra entonces con cuidado en el conjunto que presenta, y el lector queda advertido en el prólogo de que se trata de nueve piezas de la “artillería menor” de la escritora, conocida mejor por sus novelas que han alcanzado varios premios: El pajaro: pincel y tinta china, Premio Cirilo Villaverde de la UNEAC en 1997, Cien botellas en la pared, XVIII Premio Jaén de Novela, en 2002 y luego el “Prix litterarire Deux Oceans-Grinzane Cavour,” y La sombra del caminante (2001, en Cuba, y en 2006, en España) y Djuna y Daniel (2008). Esta última obra ya ha sido traducida  a ocho lenguas. No obstante, debe anotarse que su cuentística también le valió el  premio “Juan Rulfo” con el cuento que da título a la antología “El viejo, el asesino y yo.” Esta, y el resto de las piezas que hoy se reúnen por primera vez, son parte imprescindible de toda una visión narrativa, un cierto tipo de personajes, conflictos, contextos, que aparecen y se modifican de un libro a otro de los publicados por Portela, suerte de juego expresionista de alguien que confiesa un apasionado romance con las artes . Un estudio mayor de esas relaciones deberá en mucho al trabajo de compilación de la presente obra que nos ofrece López así como su bibliografía.
     Como toda antología hecha desde la visión académica, esta se abre con un prólogo que ubica a la escritora en su contexto social y generacional: los 90. Los años tristemente célebres en que los cubanos vieron caer el muro de Berlín por la televisión (por supuesto no en directo) y luego perdieron la imagen, esa y cualquier otra, en una isla a oscuras, donde la falta de combustible, y por lo tanto de electricidad, llegó por entonces al “grado zero.” También  tuvo su “grado zero” la escritura de los que fueron llamados por el profesor y crítico Salvador Redonet: “Los novísimos.” Un grupo de muchachos iconoclastas que decidieron romper con las ataduras de la literatura del compromiso político y con los viejos modelos del realismo.
     López recoje la historia e intrahistoria de ese llamado “periodo especial” a grandes rasgos, caracteriza literariamente a esa generación nueva de narradores, y se detiene, para ganancia del lector interesado, en reconstruir el entramado de crítica literaria que siguió al surgimento y desarrollo de ese grupo. Nunca (en el periodo post-revolucionario, árido en crítica artístico-literaria de valor) obra tan nueva tuvo estudios tan cuidadosos. Ese fenómeno en sí mismo es parte del momento histórico social, pero también cultural, filosófico, a un nivel más esencial. Y es que Cuba iniciaba entonces su propia postmodernidad – desarrollo ya estudiado por Margarita Mateo Palmer –, y como resaca, la visión feminista también empezó entonces a difundirse, y otras miradas se sumaron a la de Araujo y Campuzano (Yañez, Montero, Capote, Bobes) para empezar a difundir la obra de las “novísimas,” como se les llamó a la contrapartida de escritoras que traían al filo de los 90 un aire de revuelta.
     Luego de la introducción a estos contextos, López se enfoca en los cuentos que ha seleccionado de la producción dispersa en publicaciones de Portela. Cito: “Dicha poética no le teme a los tabués, lo prohibido y lo proscrito, sino que los impugna. Exige al mismo tiempo, debido a la densa intertextualidad y metanarratividad de los textos, un lector informado y competente’ (P XVI) Entre los aspectos que me interesaron del aporte interpretativo de Lopez a la obra de Portela está su señalamiento de que la representación de la violencia en la autora cubana está cerca de la herencia de Carson McCullers y Katherine Porter. Así, nos sugiere que dicha violencia no es sólo un eje temático sino también atmósfera, lenguaje, ambiente, tono. Entonces no se trata del directo reflejo de ese período especial que, por cierto, ya ha sido blanco de la crítica de Portela, como se verá en una de las entrevistas recogida en el libro Cuba: voces para cerrar un siglo. Ningún sistema cerrado de ideologías o estéticas merece adhesión y por ello – en opinión de Portela – también debe criticarse al feminismo que ha sido usado para estudiar los presupuestos de su creación.  Sin duda, este cuestionamiento de los propios marcos de referencia que la crítica le ha reservado es un arte de riesgo muy propio de l’enfant terrible que Portela  sabe encarnar.
Otro tono, creo que inédito en su obra, lo captura el texto que pone fin a la compilación y que se publicó en 2008. Se trata de un testimonio privado, muy poco divulgado, y en cuyo título no tiene pudor de hablar la memoria con la poesía: “Alas rotas.” Este, que no es un texto de ficción, mantiene no obstante la coherencia con el resto de su estética por el lenguage agudo, la expresión cortante, la mirada lúcida.
     Pasemos ahora  a ver un aspecto que la estudiosa llama “lúdico-” en el sentido de juego con el lector- componente central de la estetica porteliana que López estima ha sido “pasado por alto” por la crítica. (P. XVII). Como síntesis sumaria de su argumento en favor de más atención para este aspecto, propone los siguientes mecanismos que, a su juicio, se observan en los cuentos de su compilación: pistas sobre el desenlace dadas en el título, referencias literarias que aparentan ser nimias, pero que resultan centrales para el sentido final, narradores que oscilan entre pertenecer o no a la historia, ambigüedad en la focalización, lindes borrosos entre personaje real y personaje ficticio; todo esto enumerado de modo más detallado y con ejemplos, lo cual apunto aquí solo para incitar a la lectura de ambas, de la narradora y de su estudiosa, inseparables en el cuerpo de notas al pie, hechas a dos manos, donde se provee la información necesaria que aclaran un término coloquial habanero, una cita erudita, un contexto histórico, un comentario bibliográfico. No encuentro una manera mejor de concluir esta reseña que esta afirmación: ambas, Ena Lucía Portela e Iraida H. López, son cómplices de que en esta antología el lector no pueda sino ser un participante activo, que interprete, juzgue y goce.