Sexo, mentira y narración: El (des)engaño entre Lezama Lima y Edmundo Desnoes
Jorge Camacho
      University of South Carolina-Columbia
    
“Había que trabajarlo bajito, engañándolo; fingiéndole primero protección, después amistad; más tarde comprometerlo poco a poco, hasta que se encontrase enredado por todas partes, como una mosca en una telaraña, en tal forma que cuando se quisiera rehacer ya fuera tarde; que ya nadie creyera en él”.
Carlos Montenegro, Hombres sin mujer
“Este, que ves, engaño colorido…”
Sor Juana Inés de la Cruz
     En  1952 Edmundo Desnoes publicó en La Habana un libro que ha pasado inadvertido  por la crítica: Todo está en el fuego. Apareció en una edición numerada, con un  dibujo de Wilfredo Lam en la portada y en él se hacen presente algunos de los  temas que caracterizarían más tarde su prosa: el intimismo, la soledad del  protagonista, la abyección, la mirada crítica de la sociedad y esa mezcla de  realidad y ficción de la que están hechas muchas de sus narraciones, entre ellas Memorias del Subdesarrollo y su  continuación: Memorias del desarrollo (2007). En Todo está en el fuego, además,  Desnoes incluye textos poéticos, un género que como sabemos, no volverá a  frecuentar, pero que significó el inicio de su carrera literaria. De hecho, fue  José Lezama Lima (1910-1976) quien en 1951 le publicó en Orígenes sus primeros poemas y le aconsejó cambiarse el nombre para  aparecer en la revista. Según la propia confesión de Desnoes:
 de la sociedad y esa mezcla de  realidad y ficción de la que están hechas muchas de sus narraciones, entre ellas Memorias del Subdesarrollo y su  continuación: Memorias del desarrollo (2007). En Todo está en el fuego, además,  Desnoes incluye textos poéticos, un género que como sabemos, no volverá a  frecuentar, pero que significó el inicio de su carrera literaria. De hecho, fue  José Lezama Lima (1910-1976) quien en 1951 le publicó en Orígenes sus primeros poemas y le aconsejó cambiarse el nombre para  aparecer en la revista. Según la propia confesión de Desnoes:
Abandoné sin pensarlo el apellido de mi padre gracias a una sugerencia de Lezama Lima: “Yo no puedo publicar en Orígenes a un autor con ese apellido, Pérez. ¿No tienes otro?” Le respondí con el apellido de mi madre. “Ese sí es un nombre literario, Desnoes. Como el tierno poeta Robert Desnos, mezclado con el novelesco Edmundo Dantès, conde de Montecristo.” Y así nació el escritor en las páginas de Orígenes.(1)
     En el momento que ocurre su iniciación literaria y la adopción de ese  “otro” apellido, Desnoes (1930), tenía 20 años y acababa de terminar el bachillerato.  Lezama, sin embargo, tenía cuarenta y uno, y ya gozaba de un enorme prestigio en  Cuba. Todo está en el fuego (1952), pertenece a ese primer momento iniciático, donde  se mezclan, al igual que en lo que se conocería luego como “el realismo sucio,”   la enfermedad  (la sarna), “el ángel que defeca,” el hambre, el dolor y la sexualidad. Temas  duros que se diferencian en su forma de ser tratados de la literatura sensual  de los años 50 en La Habana y de la mayoría de los textos de Orígenes. En lo que sigue, me interesa  analizar uno de los textos de este libro, “El hombre Gordo”, en la medida que  esta narración nos da algunas pistas para entender la relación entre Lezama y  Desnoes por aquellos años. Esto es, la relación entre lo que pudiéramos llamar el  maestro y el discípulo o el avezado hombre de letras y el principiante. Me  refiero a la relación de admiración, aprendizaje, o posterior rechazo que  muchos escritores cubanos (y no cubanos) han tenido con sus maestros.(2) Con la particularidad, como aclara Michel Foucault en  “Friendship as a way of Life,” que a diferencia de la amistad entre mujeres,  cuya camaradería y afecto físico va más lejos que en los hombres, en el caso de  estos últimos siempre está presente el fantasma de la homosexualidad o al menos  de ser interpretado de esta forma.(3)
           ¿Cómo fue esta relación en el caso  de Desnoes y Lezama? y ¿de qué trata este cuento? La narración tiene lugar en  una finca en las afueras de La Habana, adonde el “hombre gordo” invita a un  joven, llamado Juan, a pasar un buen rato con otros amigos. Para sorpresa del  Juan, sin embargo, aquella invitación era el anzuelo que había preparado el  anfitrión para declararle su deseos eróticos. 
           Aquí la figura de Lezama aparece retratada en el título del cuento y en  varias comparaciones que hace el narrador a lo  largo de la historia. Casi al  inicio de la historia, se afirma que Juan había pensado en el gordo cuando vio  en un museo una “escultura china de Maitreya” (9). Maitreya, en la filosofía  budista representa el Mesías que vendrá, el maestro que trae el conocimiento y  la luz a sus discípulos. El hombre Gordo en el cuento de Desnoes, además, se  llama “Chris” lo que puede leerse también como otra alusión a este mismo rol,  ésta vez en el parecido de su nombre con el de Crist/o. Lezama, sabemos, era católico,  y en este cuento, Juan (alter ego de  Desnoes) admiraba a Chris justamente porque “como la institución Católica,  Chris acusaba seguridad exterior y ritual. Esto impresionó al joven que siempre  había vivido bajo la zozobra del mundo interior y de la forma exterior” (9).
largo de la historia. Casi al  inicio de la historia, se afirma que Juan había pensado en el gordo cuando vio  en un museo una “escultura china de Maitreya” (9). Maitreya, en la filosofía  budista representa el Mesías que vendrá, el maestro que trae el conocimiento y  la luz a sus discípulos. El hombre Gordo en el cuento de Desnoes, además, se  llama “Chris” lo que puede leerse también como otra alusión a este mismo rol,  ésta vez en el parecido de su nombre con el de Crist/o. Lezama, sabemos, era católico,  y en este cuento, Juan (alter ego de  Desnoes) admiraba a Chris justamente porque “como la institución Católica,  Chris acusaba seguridad exterior y ritual. Esto impresionó al joven que siempre  había vivido bajo la zozobra del mundo interior y de la forma exterior” (9). 
           Desde un inicio, por tanto, el narrador del cuento deja claro que de lo que  se trata es de la influencia de Chris sobre el adolescente (Juan), el “joven”  fácilmente impresionable y que lo único que lo atraía de aquél era su conocimiento  y su personalidad. En ningún momento era su cuerpo el locus del deseo. De hecho, en el mismo lugar donde el narrador  compara a Chris con Maitreya, y repara en su figura tan corpulenta, se fija  también en su pie descalzo, que de una forma similar al “distanciamiento”  brechtiano, produce en el lector el efecto de rechazo hacia la divinidad. Dice  el narrador: “cuando cierta tarde J. lo fue a visitar observó que C. tenía  descalzo el pie izquierdo – se le cruzaron las imágenes, le fue reminiscente de  la escultura y de la repulsión que de niño había sentido por el pie; deforme,  encarcelada parte del cuerpo humano” (9). 
           El momento fundamental, por tanto, que dramatiza este texto, es el que sigue  a la “admiración,” el instante de anagnórisis en que después que el discípulo  acepta el carácter semidivino del maestro, se detiene en el pie “deforme” y lo  rechaza. La parte “fea” del cuerpo, como ocurre en un poema de Martí donde  habla de un “pez hediondo” en el “bote remador” y en muchos textos surrealistas,  descubre el lado grotesco de la persona, en que la verdad como el pie, se desnuda  ante la vista del observador y este tiene acceso a una visión, otra, por debajo de la bata de monje. En  el poema de Martí la escena idílica descrita al inicio del poema se vuelve pues  grotesca y repugnante al final. El lugar ameno por donde pasa el bote revela su  opuesto: la putrefacción y la muerte (OC XVI, 85). De forma similar pues, en el  cuento de Desnoes la visión original del hablante es subvertida por otra llena  de desencanto, repugnancia y rechazo. Esto aparece ya al inicio del cuento  cuando el narrador afirma que “Juan había admirado mucho a Chris, cuando le  conoció, éste entonces le había alentado y aparentemente comprendido” (9). ¿Por  qué “aparentemente”? ¿Qué lo decepcionó de Chris / Maitreya / el Gordo? 
           Primeramente, la historia del desencanto de Juan con el Gordo / Maitreya,  comienza cuando Chris lo invita a él y a otros amigos a ir a una finca cerca de  La Habana. En el carro junto con Chris y Juan iban otras personas, y mientras  viajaban a toda velocidad por la carretera el Gordo le ofrece a Juan unos  caramelos, en un lenguaje en que se mezclan el deseo erótico, la gula (tan  típica del universo narrativo de Lezama), lo pedagógico y lo poético, datos que  ayudan al lector a identificar los gustos del primero y el tipo de atención que  le daba a Juan: “traigo unos caramelos deliciosos, espera que te busque uno. .  . mira, prueba este verde, tiene chocolate en el corazón” (9).  Juan acepta el ofrecimiento, dice el narrador,  y siguen el trayecto. Sin embargo, a medida que el auto se alejaba de la  ciudad, Juan se siente cada vez más inseguro. “Juan no sabía que pensar. Era la  primera vez que iba allí. Se sentía ciervo-adolescente y Chris le parecía un  buey” (9). 
           La contraposición que establece aquí el narrador entre uno y otro personaje,  ésta vez basada en el uso de metáforas animales, no es casual y sí reminiscente  del orden jerárquico y de poder descrito al inicio, donde el buey manda, tiene toda  la fuerza, el control y Juan resulta ser un “ciervo-adolescente” camino a lo  desconocido. Ciervo, no solo por ser mucho menor que Chris, sino también, por estar  a su total disposición, y sentir que una vez embarcado en aquella travesía no  tenía ninguna oportunidad de escapar. Pero Juan no era al parecer, la única  persona que se sentía incomodo en aquel viaje. El “buey”/ Maitreya/ el Gordo, dice  Juan, también ‘tenía miedo.” ¿Miedo a qué?: miedo a la madre. Y aquí, por primera  vez en el cuento, Desnoes hace una alusión directa a Lezama, esta vez citando  un fragmento de uno de sus poemas más conocidos. Dice el poema: “es de la  madre, de los postigos asegurados, de quien se huye” (9).
 fuerza, el control y Juan resulta ser un “ciervo-adolescente” camino a lo  desconocido. Ciervo, no solo por ser mucho menor que Chris, sino también, por estar  a su total disposición, y sentir que una vez embarcado en aquella travesía no  tenía ninguna oportunidad de escapar. Pero Juan no era al parecer, la única  persona que se sentía incomodo en aquel viaje. El “buey”/ Maitreya/ el Gordo, dice  Juan, también ‘tenía miedo.” ¿Miedo a qué?: miedo a la madre. Y aquí, por primera  vez en el cuento, Desnoes hace una alusión directa a Lezama, esta vez citando  un fragmento de uno de sus poemas más conocidos. Dice el poema: “es de la  madre, de los postigos asegurados, de quien se huye” (9). 
           El verso, que aparece en bastardillas en el cuento, no tiene identificación  alguna, pero sabemos que pertenece al “llamado del deseoso”, publicado por  Lezama en Aventuras sigilosas (1945). La versión original del  fragmento que cita Desnoes dice: “Pero el huidizo no ve el cuchillo que le pregunta, / es  la madre, de los postigos asegurados, de quien se huye” (102). Desnoes,  reproduce el verso completamente y deja implícito con ello que es el Gordo, el  buey, quien sale apurado de la ciudad huyendo de la madre. En tal sentido, la  elección del poemario y de este poema en particular, tampoco podía ser menos  casual para encuadrar este cuento dentro de la órbita del deseo erótico, de la  aventura y del secreto. Emilio Bejel ha visto Aventuras sigilosas como el poemario donde Lezama vincula más  estrechamente el acto poético con el deseo del “hombre adulto.” Casi todos los  poemas del libro, afirma Bejel, “sugieren anécdotas de situaciones sexuales excepcionales”  (104). Su inclusión, por tanto, en este cuento de Desnoes en 1952, nos remite a  ese ambiente y sirve para justificar el imperativo de la voz poética /buey de  la historia, de huir de la casa materna para poder tener relaciones sexuales  con otros hombres. Huir de la ciudad, huir de la madre, implicaría una especie  de miedo a ser sorprendido y que se diera a la publicidad sus preferencias  homosexuales, algo que el texto de Desnoes explota y trata de utilizar como  parte de su argumento. En el cuento, el narrador lo dice de forma clara: “en el  hogar Chris respetaba la presencia de su madre” (10). 
       Todos  estos indicios por tanto, van preparando al lector para la sorpresa que vendría  poco después, que ocurre cuando los cinco invitados llegan a la casa de campo y  Chris le declara su amor a Juan. Enseguida que Juan llega a la finca, se  percata, como dice el narrador, de que en la mesa central “había una escultura  griega de un adolescente de testículos muy pequeños” y que Chris se mostraba  visiblemente nervioso y atento con él. Finalmente, Chris invita a Juan a salir  al patio, y una vez allí ocurre el “lance,” el momento en que el Gordo le  declara su amor y este se da cuenta que todo había sido un engaño: “Chris pasó  el brazo por la espalda de su amigo. Este sentía un poco de frío de rana y  rocío cayendo; luego le acarició, rozándola apenas, la cabellera rubia. Súbitamente,  Juan comprendió todo. ‘No’” (10).
     Todos  estos indicios por tanto, van preparando al lector para la sorpresa que vendría  poco después, que ocurre cuando los cinco invitados llegan a la casa de campo y  Chris le declara su amor a Juan. Enseguida que Juan llega a la finca, se  percata, como dice el narrador, de que en la mesa central “había una escultura  griega de un adolescente de testículos muy pequeños” y que Chris se mostraba  visiblemente nervioso y atento con él. Finalmente, Chris invita a Juan a salir  al patio, y una vez allí ocurre el “lance,” el momento en que el Gordo le  declara su amor y este se da cuenta que todo había sido un engaño: “Chris pasó  el brazo por la espalda de su amigo. Este sentía un poco de frío de rana y  rocío cayendo; luego le acarició, rozándola apenas, la cabellera rubia. Súbitamente,  Juan comprendió todo. ‘No’” (10). 
         El  clímax del cuento coincide pues con la anagnórisis del protagonista, el  distanciamiento a través de otra imagen repulsiva que desinfla la escena  erótica “sentía un poco de frío de rana”. Ocurre entonces el instante de  iluminación en que la historia de Chris tiene finalmente sentido, y pueden  leerse todos los indicios que llevaron a la encerrona retrospectivamente: la  invitación, el caramelo, la escultura griega, las frases de aliento para que  Juan siguiera su carrera literaria. Es sólo entonces cuando Juan, contrariado y  sin saber qué decir, intenta explicarle a su amigo que “no comprendo como un  hombre puede desear sexualmente a otro hombre. Sería una ironía de la  naturaleza, no lo puedo creer. Además, no es el caso de una enfermedad física,  ¿algún terror”? (10). Chris, por su parte, le responde lacónico: “no me vas a  sermonear ante el paisaje”, a lo que agrega Juan:
“--Chris, yo le quiero como un hermano, pero…
--Es que no puedo dejar de desear tu tez, tu cabellera (10).
     Si  le creemos a Desnoes (y no tengo ninguna razón para pensar lo contrario), de que  en efecto, Lezama le declaró su amor en la finca del poeta Gastón Baquero, el  cuento “el hombre Gordo” sería la prueba literaria de lo que allí ocurrió, lo  cual incitaría varias lecturas que no dejan de ser problemáticas y que  seguramente nos dicen más de la relación de estos escritores que de su  literatura. Pero aún así, leer este texto y el de Lezama cotejándolo con la  “anécdota” arrojaría luz sobre el proceso de textualización del otro, la  intimidad de los protagonistas y el modo en que esa intimidad se convierte en  un dato literario. Lauren Berlant en “Intimacy: a special issue” resalta  justamente el traspaso o la fluidez  de  la intimidad de la esfera pública a la privada, en escenarios como el trabajo y  la casa. Diversos discursos, como son el sicoanálisis y la ley han servido, dice  Berlant, como mediadores o han tenido una función “terapéutica” que nos  permiten entender esos cruces dentro conceptos como el acoso sexual o la custodia  de los hijos (281-82). La relación entre Desnoes y Lezama, tendría que  entenderse por tanto dentro de estas definiciones de la intimidad y lo público.  Lo que por un lado explicaría la decepción que sufre el adolescente, que  entonces era Desnoes, con el maestro; y el desengaño que le impulsa a desquitársela  con él, humillándolo, si es posible, ante quienes lo conocen. La misma  existencia del texto, y su posterior publicación, con todos los detalles de la  escena, incluso con el testimonio que da Desnoes en la revista Casa de las Américas, indican esta  interpretación.(4) Es pues, una intimidad que se hace  pública y que nos fuerza a nosotros como lectores a tomarla en cuenta cuando  analizamos este texto. Por eso, este cuento, además de leerse como la historia  de una encerrona (según la percepción de Juan / Desnoes), hay que interpretarlo  también como un vituperio, una forma de parricidio (del maestro) que en una sociedad machista como la cubana tenía el  homosexualismo como el mayor de los pecados. “Encerrona” que recuerda no sólo  la cárcel de la novela de Montenegro en que se explica la mecánica de la  seducción del personaje heterosexual de una forma parecida, “había que  trabajarlo bajito, engañándolo; fingiéndole primero protección, después  amistad” (32), sino también la del conde de Montecristo, ya que al igual que  Edmond Dantès en la isla de If, “Juan” no puede salir de la casa de campo de  Baquero, pero una vez que lo hace se venga de sus enemigos arruinándolos públicamente.  Lo que el Conde de Montecristo hace con la espada y su dinero, Juan lo haría  con la pluma.
         Ese  mismo año, en el número 31 de la revista Orígenes (1952), Lezama publica el segundo capítulo de Paradiso, la novela que por entonces estaba escribiendo y que  terminaría en 1966.  A juzgar por esta  novela, Lezama no tomó a la ligera la decepción que tuvo con el joven Desnoes. Según  Desnoes, Lezama se la desquita en Paradiso haciendo referencia a él y a Wilfredo Lam, a través de la figura de dos de sus personajes:  Martincillo “el flautista” y un pintor de origen polinesio que era su amigo.(5) Ambos personajes aparecen cuando el narrador pasa revista  a quienes ocupaban diversos cuartos de una especie de solar o cuartería a donde  llega José Cemí en un paseo. En uno de estos cuartos, que más bien parecen las  celdas descritas por Dante en la Divina  Comedia, Lezama hace el retrato del primero, a quien le decían, entre otros  apodos “el flautista o La monja,”
pues la imaginación de aquella vecinería ponía motes a ras de parecido y visibles preferencias. Sus rubios amiguillos, más suspiradamente sutiles, le llamaban La margarita tibetana, pues en alarde de bondad enredaba su afán filisteo de codearse con escritores y artistas. Era de un pálido de gusanera larguirucho y de doblado contoneo al sentir la brisa en el torcido junco de sus tripillas. Chupaba un hollejo con fingida sencillez teosófica y después guardaba innumerables fotografías de ese renunciamiento. Pero los que lo habían visto comer, sin los arreos teosóficos, se asombraban de la gruesa cantidad de alimentos que podía incorporar [ . . .] Cuando con pausa y ojos en blanco parloteaba con uno de esos escritores a los que se quería ganar, estremeciéndose falsamente, le cogía la mano para hacerle la prueba o timbre de sus simpatías por las costumbres griegas. Si le aceptaban el lance decía:
“-Yo le quiero a usted como a un hermano-. (24)
     De nuevo,  si nos guiamos por Desnoes, en este y los otros fragmentos que siguen a esta  descripción satirizada y burlesca de “Juan,” Lezama se la desquita con él  feminizándolo y convirtiéndolo en una “margarita tibetana.” Las  imágenes que utiliza para describir sus costumbres, al igual que sus preferencias  alimenticias, remiten, como en el cuento de Desnoes, a un lenguaje homoerótico,  de doble sentido, donde la flauta funge como un falo (una referencia muy común en  el lenguaje sexual del cubano) y la “gruesa cantidad de alimentos que podía  incorporar” un deseo sexual desmedido. El narrador de Paradiso le reprocha a “Martincillo” su doblez, su deseo de ganar  amigos importantes mostrándose como alguien que no era. Es decir, un homosexual.  Es revelador que la frase que usa Juan en el texto de Desnoes para rechazar al  “Gordo” sea literalmente la misma que utiliza Lezama en su novela para  desenmascarar y burlarse de Martincillo. “-Yo le quiero a usted como un  hermano”.  Y ya que ambas situaciones son  las mismas es de suponer que en efecto, sí hubo un momento como ese. 
           Ambas  referencias, además, basan su argumento en una misma razón para vituperar al  otro: el engaño y/o el desengaño. En el caso de Desnoes, el desengaño ocurre  cuando Juan piensa que “el hombre Gordo” había alentado falsamente sus  aspiraciones (literarias) para llevárselo a la cama, - que los poemas que Lezama  recién le había publicado en Orígenes,  habían sido un subterfugio para conquistarlo. Y en el caso del autor de Paradiso, su argumento contra Martincillo,  “el flautista,” es que este finge ser algo que no era, y que por esto (des)engañaba  (en el sentido de quitarles las esperanzas) a quienes pensaban tener relaciones  sexuales con él. Para Lezama, por consiguiente, era claro que Martincillo era  “falso” tanto en sus gestos como en su cultura. Dice:
Pero si temía que su habitual cogedera manual engendrase comentos y rechazos, posaba de hombre de infinitud comprensiva y de raíz sin encarnadura. Pero era maligno y perezoso, y sus padres, que lo conocían hasta agotarlo, lo botaban de la casa. Entonces se refugiaba en la casa de un escultor polinésico, que cada cinco meses regresaba para venderle – eran esculturas de un simbólico surrealismo oficioso, que escondían las variantes de las argollas y espinas fálicas de los tejedores de Nueva Guinea- a un matrimonio norteamericano [...] (24).
      Es  decir, para quienes lo conocían (y la voz narrativa no deja dudas que esa era  su verdadera personalidad ya que apoya sus argumentos con detalles  supuestamente reales de su vida privada), Martincillo no solamente engañaba a  todos, sino que también era maligno y perezoso, y tenía un relación al menos  dudosa con otro amigo, un artista polinesio de tendencia surrealista que vendría  a ser en realidad Wilfredo Lam. Recordemos que fue Lam quien dibujó la portada  de Todo está en el fuego y que Desnoes,  su amigo, escribió un libro sobre su obra: Lam:  azul y negro.
 también era maligno y perezoso, y tenía un relación al menos  dudosa con otro amigo, un artista polinesio de tendencia surrealista que vendría  a ser en realidad Wilfredo Lam. Recordemos que fue Lam quien dibujó la portada  de Todo está en el fuego y que Desnoes,  su amigo, escribió un libro sobre su obra: Lam:  azul y negro.
         En  la edición crítica de Paradiso,  Cintio Vitier aclara que en la versión original de este capítulo, aparecida en Orígenes, el polinesio era un “pintor” y  no un “escultor” como se lee en la copia final del texto (24). Otro de los  cambios, agrega Vitier, fue que a Martincillo el narrador lo llama primero “rubio  de gusanera” en lugar de “pálido de gusanera” como aparece aquí (24). Vitier,  quien puso mucho celo en restituir la mayoría de estos cambios a su versión  original, por creer que eran “erratas,” no hizo lo mismo en estos casos. No  explica su decisión de mantenerlos, pero suponemos que los cambios que se  refieren a Martincillo y la profesión del polinesio no fueron un simple  descuido ya que no hubo solamente un reemplazo de palabra sino de frases  enteras como cuando afirma, en la versión final del texto, que Martincillo iba a  la  “casa del escultor” en lugar de a la  “casa del pintor” (25). Esto demuestra que Lezama debió estar consciente de  estas sustituciones y que no fueron simples deslices o erratas del tipógrafo o de  la secretaria. De todas formas, agrego, hay ideas en este pasaje que se  entienden mejor en el contexto de la pintura y no de la escultura. Los  prerrafaelistas, por ejemplo, eran famosos por sus cuadros y además, en el  mismo lugar, hay una alusión de Martincillo a Alcibiades de quien se dice que  “el día antes de su muerte había soñado que le pintaban la cara de mujer” (25).  ¿Por qué Lezama cambió entonces la profesión del polinesio? Tal vez porque ya  no pensaba igual que antes y si bien al caracterizar su arte lo llamó de un “simbólico  surrealismo oficioso,” es de creer que admiraba su trabajo (Lam también ilustró  varias portadas de Orígenes) y al  publicar el libro quiso borrar de forma definitiva la pista que había dado. No  obstante, Lezama poco después sigue describiéndolo en Paradiso y lo identifica por sus rasgos asiáticos y su pelo de  “estopa fosforescente”:
Martincillo era tan prerrafaelista y femenil, que hasta sus citas parecía que tenían las uñas pintadas. Estaba por la noche en casa del escultor, que le mostraba unos carreteles churingas, cuando empezó a llover con relámpagos de trópico. De pronto, el polinésico, turbado por sus deseos, comenzó a danzar con convulsiones y espasmos, y su pelo se le tornaba en estopa fosforescente. Picado tal vez por el azufre lejano de uno de aquellos relámpagos, se le escapó de su cuerpo una lombriz, que como una astilla se encajó en lo blando del prerrafaelista abstracto. Por la mañana, Martincillo, incurable, con una pinza procuraba extraerse la posesiva lombriz. (25).
     Nuevamente  la representación que hace Lezama de la supuesta figura de Desnoes y Lam se  basa en el aspecto físico y en su comportamiento supuestamente homosexual. Al  igual que Oscar Wilde, quien fue a juicio a raíz de ser acusado de “posar como  un sodomita” y cumplió cárcel por ello, Martincillo es  “prerrafaelista y femenil,” a quien su amigo  pintor/escultor le “encajaba” su “lombriz” en lo blando. Según Cintio Vitier en  las notas a la edición crítica de Paradiso (1988), el acto de “fingir” una condición que no se posee por derecho o don  propio es uno de los “temas psicosociales” de la novela que Vitier asocia al  “pujo” cubano (22). Es un tema que aparece también en la literatura barroca, de  ahí la frase “colorido engaño” del poema de Sor Juana y en Paradiso. Pero cuando se trata del personaje de Martincillo, sugiero,  el vínculo debe establecerse con lo que se denominaba en el siglo XIX “posar  como un homosexual”, cosa que desde entonces ha sido criticada en  Hispanoamérica y Europa por ser una especie de enfermedad (Ingenieros) o un mal  que hay que evitar y condenar a toda  costa para no mal-educar a los jóvenes  (Enrique Rodó).(6) La pinta de homosexual se revelaba en  gestos como los de la mano, (“cogedera de mano,” con iguales connotaciones homoeróticas  en el argot cubano) y los “ojos en  blanco” que indicaban amaneramiento o una fineza que no era típica en los  hombres. Por esto, la “pose” de Martincillo siempre deja entrever que es “poseído”  o que jugaba con la posibilidad de serlo. Llama la atención que esta  posibilidad ya está implícita en la otra asociación literaria que Lezama encuentra  para el nombre de pluma de Edmundo Pérez Desnoes: “el  tierno poeta Robert Desnos,”  quien según los editores de Who’s who in gay and lesbian history, se le consideraba un escritor "openly homosexual” (376) en  la Francia de la primera mitad del siglo y quien físicamente tenía un cierto  parecido con el cubano. Robert Desnos además, era  conocido por mostrar en La liberté ou l’  Amour (1924), una escena de sadismo lesbiano en un dormitorio estudiantil  de Inglaterra. A su vez, al compararlo con un “prerrafaelista,” Lezama  le da a Martincillo /Desnoes una nacionalidad y una cultura extranjera, un  elemento muy propio de la prosa desnoesiana que se manifiesta no solo por los  gestos críticos de la sociedad criolla y el distanciamiento del protagonista, también  por las principales referencias literarias y lingüísticas en su obra. Desnoes,  recordemos, es hijo de madre jamaicana blanca y de padre cubano. Habló inglés  desde niño y ha vivido toda su vida entre la cultura inglesa y la cubana.
costa para no mal-educar a los jóvenes  (Enrique Rodó).(6) La pinta de homosexual se revelaba en  gestos como los de la mano, (“cogedera de mano,” con iguales connotaciones homoeróticas  en el argot cubano) y los “ojos en  blanco” que indicaban amaneramiento o una fineza que no era típica en los  hombres. Por esto, la “pose” de Martincillo siempre deja entrever que es “poseído”  o que jugaba con la posibilidad de serlo. Llama la atención que esta  posibilidad ya está implícita en la otra asociación literaria que Lezama encuentra  para el nombre de pluma de Edmundo Pérez Desnoes: “el  tierno poeta Robert Desnos,”  quien según los editores de Who’s who in gay and lesbian history, se le consideraba un escritor "openly homosexual” (376) en  la Francia de la primera mitad del siglo y quien físicamente tenía un cierto  parecido con el cubano. Robert Desnos además, era  conocido por mostrar en La liberté ou l’  Amour (1924), una escena de sadismo lesbiano en un dormitorio estudiantil  de Inglaterra. A su vez, al compararlo con un “prerrafaelista,” Lezama  le da a Martincillo /Desnoes una nacionalidad y una cultura extranjera, un  elemento muy propio de la prosa desnoesiana que se manifiesta no solo por los  gestos críticos de la sociedad criolla y el distanciamiento del protagonista, también  por las principales referencias literarias y lingüísticas en su obra. Desnoes,  recordemos, es hijo de madre jamaicana blanca y de padre cubano. Habló inglés  desde niño y ha vivido toda su vida entre la cultura inglesa y la cubana. 
         Lezama  al identificar estos personajes como seres abyectos cae en al trampa de  descalificarlos tomando como guía el paradigma machista y heterosexual  masculino que intenta rebajar al otro comparándolo con una mujer o un  homosexual, algo que puede hacer y provocar hilaridad, dado justamente el valor  normativo que tenía y tiene la figura heterosexual en la sociedad cubana. Es un  intento, como en el caso de Desnoes, de vilipendiar al otro, de exponerlo  frente a sus amigos o simplemente, de hacerle saber su versión de la historia. Desnoes  no acusa a Lezama de ser algo que no era. Es decir, no lo vuelve un  “heterosexual” en el cuento. Pero Lezama sí acusa al autor de Memorias del Subdesarrollode aquello que este rechazaba y no  podía “comprender” en su historia. La versión lezamiana de los hechos parece  estar basada en su percepción de que “Juan” lo había engañado y no había sido  honesto con él. ¿Pudo tener razón Lezama para pensar así? Al morir el autor de Paradiso en1976 aparecieron en su archivo un sinnúmero de cartas que le  enviaron sus amigos y admiradores. Entre estas hay dos escritas por Desnoes. La  primera de ellas data justamente de agosto de 1951, en la cual el autor de Memorias del Subdesarrollo, casi  adolescente, le escribe desde la playa de Batabanó. Transcribo a continuación los  dos primeros párrafos. Dice Desnoes:
Batabanó 8 22 51
Querido Lezama:Esta carta se la escribo como único podría hacerlo, con gusto y amor. Aunque sea poca cosa en palabras, será mucho en lo que no puedo expresar. Es uno de esos momentos, en que no se me ocurre nada y gustaría poder verle los ojos y sentir que estoy sentado en la otra silla (El otro sillón, el que no tiene lazo gris).
Me alegró mucho tu llamada el sábado pasado. Sobre la mesa tengo varios caracoles que recogí en la costa ayer, si fuera posible le enviaría uno en la carta; de todos modos le pondré un poco de arena para compartir algo. (El espacio, 224).
     Después de  leer estos párrafos, lo primero que seguramente le viene a la mente a cualquier  lector o lectora consciente de los límites y los tabúes en una sociedad como la  cubana, es el “afecto casi físico” que Desnoes le expresa a Lezama, a quien  trata de Usted, excepto cuando le agradece haberlo llamado. Es a él a quien extraña  y desea ver de nuevo, “verle los ojos y sentir que estoy sentado en la otra  silla.” Ese lenguaje que por momentos parece el de un adolescente tímido,  ingenuo y profundamente emocionado, que dice que le mandará arena dentro del sobre  de correo para “compartir algo,” que incluso habla de “amor,” pudo haber  llevado a Lezama a pensar que Desnoes era homosexual. No digo que Desnoes lo  hiciera de una forma consciente, como sugiere Lezama en Paradiso para atraerse su atención, pero sí de una forma ingenua o  al menos despreocupado por sus implicaciones, como las lecturas homoeróticas  que podían derivarse e interpretarse a partir de esta comunicación. Aun así, la  cuestión que le queda dilucidar a los lectores y que seguirá reverberando en sus  cerebros después de leer este texto, es si en efecto, Desnoes “posaba” como  algo que no era para ganarse la amistad de Lezama, o si sus gestos fueron mal  interpretados por Lezama, deseoso del joven, y esto fue lo que provocó el  “desengaño” en la casa del poeta. En la entrevista con Fernández Retamar,  Desnoes dice que “algunos afirman que yo lo provoqué para vanagloriarme de  haber seducido y rechazado al poeta. Es lo peor que han pensado y dicho” (118).  La cuestión por tanto de que pasó en la finca de Baquero pasa por las  intenciones de ambos autores y las implicaciones morales del “engaño”. ¿Es  lícito “posar” como algo que no se es o mentir para conseguir algo? ¿No es  posible, por la misma capacidad de doblez del lenguaje que un gesto normativo sea mal interpretado?
 sentir que estoy sentado en la otra  silla.” Ese lenguaje que por momentos parece el de un adolescente tímido,  ingenuo y profundamente emocionado, que dice que le mandará arena dentro del sobre  de correo para “compartir algo,” que incluso habla de “amor,” pudo haber  llevado a Lezama a pensar que Desnoes era homosexual. No digo que Desnoes lo  hiciera de una forma consciente, como sugiere Lezama en Paradiso para atraerse su atención, pero sí de una forma ingenua o  al menos despreocupado por sus implicaciones, como las lecturas homoeróticas  que podían derivarse e interpretarse a partir de esta comunicación. Aun así, la  cuestión que le queda dilucidar a los lectores y que seguirá reverberando en sus  cerebros después de leer este texto, es si en efecto, Desnoes “posaba” como  algo que no era para ganarse la amistad de Lezama, o si sus gestos fueron mal  interpretados por Lezama, deseoso del joven, y esto fue lo que provocó el  “desengaño” en la casa del poeta. En la entrevista con Fernández Retamar,  Desnoes dice que “algunos afirman que yo lo provoqué para vanagloriarme de  haber seducido y rechazado al poeta. Es lo peor que han pensado y dicho” (118).  La cuestión por tanto de que pasó en la finca de Baquero pasa por las  intenciones de ambos autores y las implicaciones morales del “engaño”. ¿Es  lícito “posar” como algo que no se es o mentir para conseguir algo? ¿No es  posible, por la misma capacidad de doblez del lenguaje que un gesto normativo sea mal interpretado? 
           David  Nyberg en The varnished truth afirma  que si bien una larga tradición en la cultura occidental ha condenado la  mentira por ir en contra de la moral y desde la concepción kantiana, en contra  de la misma sociedad, la verdad, afirma, ha sido sobreestimada en nuestras  relaciones sociales ya que muchas veces mentimos, sugerimos o damos falsas  pistas sobre nuestro comportamiento por innumerables razones y muchas de ellas  válidas. En su libro, Nyberg da numerosos ejemplos de diferentes esferas de la  vida que demuestran esto: la medicina (los llamados placebo), la amistad y el  amor.(7) La cuestión está en que la mentira es también un acto  deshonesto cuando la usamos para explotar o sacar ventaja de alguien. Hay, sin  embargo, una línea oscura entre lo que se verbaliza y lo que no se dice, que  está sujeta a la interpretación de cada cual y puede en efecto llevar al des/engaño,  esto es, la tergiversación, la manipulación, la simulación o la doblez. Entender  que esas fueron las intenciones de Desnoes al establecer una amistad con Lezama  sería admitir la tesis del “Gordo,” que al mismo tiempo tendría que aceptar que  ayudó al joven poeta con dobles intenciones (algo que entraría en conflicto con  la ética profesional del editor). Desde este punto de vista, la publicación de  sus poemas en Orígenes vendría  convoyada con una recompensa o un pago. Esto es lo que Derrida y Starobinski definen  como un regalo envenenado, (la manzana de Adam o el caballo de Troya), que invariablemente  lleva a la desgracia a quines lo reciben (la expulsión del Paraíso o la  destrucción de la ciudad).  
           Según Derrida, el regalo puede  ser venenoso: “the moment the gift puts the other in debt, so that giving comes  down to hurting, to doing bad” (171). Derrida basa su argumento en  la circularidad en que se inserta la economía del acto de regalar, ante lo cual  no encuentra otra opción que el olvido “radical”, especialmente por parte de  quien lo da. “The  gift not only must not be repaid but must not be kept in memory, retained as  symbol of a sacrifice, as symbolic in general. For the  symbol immediately engages one in restitution.” (180). En ambas narraciones (de  Desnoes y de Lezama) este “regalo” toma diversas formas: el caramelo que le  ofrece Chris a Juan durante el viaje y que tenía “chocolate en el corazón”, o  el gesto compresivo de Chris hacia el adolescente, a quien había “alentado y  aparentemente comprendido” (9). Estas muestras de afecto o de “largueza” se  convierten, por lo tanto en la narración de Desnoes en una especie de maldición  o caballo de Troya para Juan ya que poco después nos percatamos que todas habían  sido un simple anzuelo para que el joven aceptara los favores eróticos de Chris.
           Recordemos  que en Paradiso Lezama pone como  objeto de la simulación de Martincillo su deseo de ganarse la amistad de  escritores y artistas famosos, lo cual además de ubicar la escena en un marco  intelectual/ literario, deja claro que la única forma de llegar a ellos era  femenizándose. De modo que en ambos textos la cuestión del sexo se plantea como  una especie de trueque, en que todos ganan algo: el discípulo la posibilidad de  codearse con escritores y artistas reconocidos, mientras que estos ganaban los  favores eróticos de Martincillo. Uno no podía existir sin el otro, o mejor aún,  uno era la condición para obtener lo  otro, y es la ruptura de este acuerdo supuestamente tácito, sobrentendido o  implícito lo que provoca el “desengaño” en el pasaje de Lezama y la airada  respuesta de Desnoes en su cuento.
           Nótese  además que si Martincillo tiene que afeminarse es porque los escritores y  artistas que frecuentaba eran homosexuales y esto es lo que deseaban o esperaban  de él. Según afirma Desnoes en su entrevista con Fernández Retamar, en la finca  se encontraban Gastón Baquero y el pintor René Portocarrero quien fue quien le  recomendó a Lezama que “se lanzara” (117). La finca en el cuento de Desnoes se  presenta, por tanto, como el lugar contrario al locus amoenus de la tradición medieval y renacentista. Representa un lugar alejado de la  ciudad, pero lleno de peligro y perdición como ocurre en los poemas de Martí y  representa además una especie de aviso para los otros escritores noveles que fueran  en el futuro a visitar al poeta. No es menos significativo, por ejemplo, que  otro escritor cubano, Abilio Estévez, sintiera en su juventud un temor similar ante  la presencia de Lezama. Dice Estévez en Inventario  secreto de La Habana (2004), “visité por primera vez aquella casa cuando ya  el poeta había muerto. Antes no me atreví. Al poeta le temía. No sé por qué,  pues según cuentan, estaba tocado por una gran generosidad (sobre todo hacia  los jóvenes)” (213). Pero la explicación más  plausible de la “encerrona” es que  todo el “affaire” fue un mal-entendido y que Lezama se equivocó al interpretar los  gestos de amistad y admiración de Desnoes.
plausible de la “encerrona” es que  todo el “affaire” fue un mal-entendido y que Lezama se equivocó al interpretar los  gestos de amistad y admiración de Desnoes. 
           El  día que el joven Desnoes le escribe la carta a Lezama, me cuenta el propio Desnoes,  él se encontraba en Batabanó junto con Silvia Goldsmith, la sobrina del antropólogo  norteamericano Oscar Lewis quien estaba de visita en Cuba tomando clases de ballet  con Alicia Alonso. Goldsmith es la autora del otro retrato que aparece en Todo está en el fuego.(8) Y es después de recibir la carta de Desnoes y de una  visita a la calle Trocadero, que Lezama lo invita a la finca de Gastón Baquero.
    Para  concluir: ¿Cómo termina la historia del “Gordo” en el cuento de Desnoes? Según afirma  el narrador, Juan rechazó sus avances con un rotundo No, pero aceptó “por no  ridiculizar a Chris” dormir en la misma cama con él. Afuera había unos perros  sueltos que hacía muy peligroso salir de la casa en aquellas horas de la noche,  lo cual no le dejó más remedio a Juan que envolverse “repentinamente en las sábanas,  temiendo una invasión inadvertida. Pasó la noche en vela. Sentía profunda  simpatía por Chris, pero a la vez le molestaba aquel cuerpo tormentoso y lleno  de estruendo a su lado- le producía náusea su aliento de tabaco” (11). Antes  del amanecer, y sin despertar a nadie, Juan se levantó y salió corriendo de la  casa. En su entrevista con Fernández Retamar, sin embargo, Desnoes aclara que  salió de la casa tan pronto como pudo, a pesar de los reclamos de Lezama porque  se quedara esa noche para no quedar mal ante sus amigos. La historia de todas  formas tiene un final feliz. Según Desnoes, cuando regresó a Cuba al triunfo de  la revolución se encontró a Lezama en la UNEAC. No se sentía bien ya que los  escritores más jóvenes lo habían estado criticando en Lunes de Revolución. Lezama le agradeció entonces a Desnoes el que  no lo hubiera atacado, a pesar de que este sí tenía sus motivos. La  conversación terminó cuando Lezama le ofreció a Desnoes un tabaco y ambos se  dieron la mano. La otra carta que aparece en el archivo de Lezama muestra los  buenos términos en que ambos quedaron y data del 29 de marzo de 1967. Desnoes  se la envía desde el Instituto del Libro y dice:
El otro día nos enviaron aquí este contrato para la publicación en ERA de Paradiso. Espero que la edición mexicana sea la primera de una serie de difusiones extranjeras que culminará- después de un recorrido glorioso por todas las naciones occidentales- con ediciones al chino, al tagalo y el tailandés,
afectuosamente,
Edmundo. (El espacio, 225).
Notas:
    
1. Ver mi  entrevista con Desnoes “La duda radical y la certeza ridícula” www.habanaelegante.com
    
2. Me refiero a la relación que tuvieron, por ejemplo, José María Heredia  con Gertrudis Gómez de la Avellaneda, Rafael María de Mendive con José Martí o  Virgilio Piñera con Reinaldo Arenas; “maestros”, que de alguna forma guiaron  sus primeros pasos literarios y sirvieron de modelos para sus famosos  discípulos. En el caso de Lezama, son conocidos los testimonios de aquellos que  los seguían, lo reconocían como “maestro” y comentaban con él los libros de su  “Curso Délfico” (Manuel Pereira, José Prats Sariol, Ciro Bianchi etcétera). En  las palabras de Manuel Pereira, su relación con Lezama era “el privilegio de  esta amistad que fue un magisterio” (600). Fina García Marruz recuerda en un  memorable artículo sobre Lezama, como un día se le acercó al autor de Paradiso, un profesor universitario que  con sorna le dijo: “me han dicho que le dicen maestro sus discípulos,” a lo que  respondió Lezama “es mejor que me digan maestro en broma que profesor en serio”  (286).
    
3. Para más detalle véase la entrevista a Michel Foucault para la revista  francesa Gai Pied. 
    
4. En su entrevista con Fernández Retamar, Desnoes cuenta  “entonces rechacé a Lezama por haber utilizado su poder literario, su revista,  para ganarme; por haberme humillado y ofendido” (118). Por cuestiones de  espacio no me detengo en las tensiones que suponen el cruce de lo literario y  lo biográfico en este ensayo. Solo diré que la crítica académica a partir sobretodo  del descontruccionismo ha excluido casi totalmente la anécdota, la oralidad y  los datos de la vida del autor del análisis de los textos. En este ensayo  propongo combinar ambas cosas. Para una discusión sobre estos temas en el  ámbito de los estudios género en Latinoamérica, véase el diálogo entre Jorge  Brioso y Oscar Montero, “Apuntes para una crítica ‘invertida”’ Ciberletras: revista de crítica literaria y  de cultura 2 (2000). http://www.lehman.cuny.edu 
    
5. Este y  otros datos que uso aquí me fueron referidos por Desnoes, a quien agradezco  además que me haya facilitado la foto de época que acompaña este ensayo. 
    
6. Para la  cuestión de la “pose” en el contexto más amplio de América Latina a finales del  siglo XIX, véase el artículo de Sylvia Molloy “The politics of posing:  Translating decadente in Fin-de-Siècle Latin America”. Perennial Decay: On the Aesthetics and Politics of Decadence. Ed. Liz Constable, Dennis  Denisoff, and Matthew Potolsky. Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1999. 183-97.
    
7. Resume acá la idea principal del libro. Para el argumento principal  véase el capítulo uno especialmente donde Nyberg afirma que “truth telling is  morally overrated” y que comienza con una cita de Albert Camus que dice “Charm  is a way of getting the answer yes without asking a clear question” (7-28).
    
8. Como un dato agrego que Silvianna Goldsmith vive aún en New York. Siguió  bailando y pintando y en esta reseña que hace de sí misma se declara “discípula  temprana” de Wilfredo Lam. Al escribir este ensayo intenté comunicarme con  ella, pero ninguna de las llamadas y correos electrónicos que mandé fueron respondidos. 
      http://www.weadartists.org/goldsmith/goldsmith.html
Obras citadas
Aldrich,  Robert y Garry Wotherspoon.  Who’s who in gay and lesbian history: from  Antiquity to World War II. New York: Routledge, 2001. 
      
Bejel, Emilio. José  Lezama Lima, poeta de la imagen. Madrid: Huerga Fierro Editores, 1994.
      
Berlant, Lauren. “Intimacy: A  Special Issue.”  Critical Inquiry. 24. 2  (1998): 281-288
      
Camacho, Jorge. “La duda radical y la certeza ridícula  entrevista a Edmundo Desnoes.” La Habana  elegante. (Summer 2003) [Online]
      http://www.habanaelegante.com/Summer2003/Verbosa.html
      
Derrida, Jacques. “Given  Time: The Time of the King.” Critical  Inquiry 18. 2. (1992): 161-187.
      
Desnoes, Edmundo. Todo  está en el fuego. La Habana: Ediciones Nosotros, 1952.
      
_____. Memorias del Subdesarrollo. La Habana:  UNEAC, 1965.
      
_____. Memorias del Desarrollo. Sevilla: Mono  Azul Editora, 2007.
      
_____.“Querido Lezama”. El espacio gnóstico americano: archivo de José Lezama Lima. José  Lezama Lima. Transcripción, selección, prólogo   y notas de Iván González Cruz. Valencia, 2001. 224.
      
____. “A José Lezama Lima”. El espacio gnóstico americano: archivo de José Lezama Lima. 225.
      Dumas,  Alexandre. El Conde de Montecristo.  Madrid: Debate, 1998.
      
Estévez, Abilio. Inventario secreto de La Habana. Barcelona: Tusquets Editores, 2004.
      
Fernández Retamar, Roberto. “Diez preguntas para Edmundo  Desnoes.” Revista Casa de las Américas. 232 (2003): 115-120.
      
Foucault,  Michel. “Friendship as a way of Life.” The  essential works of Michel Foucault 1954-984.  New    York: New Press, 1997-2000.  1997. 135-40.
      
García Marruz, Fina. “Estación de gloria.” Recopilación de textos sobre José Lezama  Lima. La Habana: Casa de las  Américas, 1970. 278-88.
      
Lezama Lima, José. Paradiso.  Edición crítica Cintio de Vitier, coordinador. Nanterre: ALLCA XX, 1988.
      
_____ Poesía completa. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1985.
      
Martí,  José. Obras Completas. La Habana:  Editorial Ciencias Sociales, 1975.
      
Montenegro,  Carlos. Hombres sin mujer. Editorial Masas, 1938.
      
Montero, Oscar y  Jorge Brioso. “Apuntes para una crítica ‘invertida”’ Ciberletras: revista de crítica literaria y  de cultura 2 (2000).
      
Nyberg, David. The varnished truth. Truth telling and  deceiving in ordinary Life. Chicago: University   of Chicago Press, 1993.
      
Pereira, Manuel. “El curso délfico.” Paradiso. Lezama Lima. Edición Crítica de Cintio Vitier. Nanterre:  ALLCA XX, 1988. 598-618.
      
Starobinski, Jean. Largesse. Chicago: University of Chicago Press, 1997.
 
  
