 
    
Los factores humanos de la cubanidad*
Fernando Ortiz
Auditorio amigo:
 En  otra vida, en otra vida mía, hace veinte y cinco años, yo fui catedrático de  esta Universidad de la Habana, mi Alma Mater. Salí de la cátedra para volver a  ser solo un estudiante en las varias disciplinas que el azar y mi condición de cubano me  fueron deparando como “asignaturas” para matricular en ellas mi curiosidad mental.  Hoy vuelvo a esta Universidad querida traído por los estudiantes y por su  fraternidad.
     En  otra vida, en otra vida mía, hace veinte y cinco años, yo fui catedrático de  esta Universidad de la Habana, mi Alma Mater. Salí de la cátedra para volver a  ser solo un estudiante en las varias disciplinas que el azar y mi condición de cubano me  fueron deparando como “asignaturas” para matricular en ellas mi curiosidad mental.  Hoy vuelvo a esta Universidad querida traído por los estudiantes y por su  fraternidad.
           No es  sin emoción que vengo a este acto, evocador en mí de días lejanos. Todo en la  Universidad ha cambiado. Apenas hay una piedra de los antiguos barracones de la  pirotecnia militar colonial que el buen juicio de los cubanos libres cambió de  destino, prefiriendo a la explosividad de las pólvoras la dinamia de las ideas.  Apenas queda algún profesor de los que lo fueron conmigo en mi juventud  primera, la más inútil de mis juventudes. Los que fueron mis discípulos, sí  están aquí, ahora son profesores. Recuerdo entre otros, en esta facultad, al  muy preparado Dr. Salvador Massip, quien tan atinadamente inició hace tardes  este curso de conferencias; conmigo estudió regularmente derecho público y  resultó un buen profesor de geografía. Otros discípulos míos de entonces están  por otras cátedras; otros han sido secretarios de despacho, magistrados y  legisladores; otros militares y marinos, letrados y maestros; algunos fueron  héroes, otros probablemente continúan siendo bribones, uno de ellos fue  licenciado de presidio; otros han muerto y han dejado a la patria sus nombres  nimbados de gloria; acaso alguno se encuentre un día en un altar.
 lo fueron conmigo en mi juventud  primera, la más inútil de mis juventudes. Los que fueron mis discípulos, sí  están aquí, ahora son profesores. Recuerdo entre otros, en esta facultad, al  muy preparado Dr. Salvador Massip, quien tan atinadamente inició hace tardes  este curso de conferencias; conmigo estudió regularmente derecho público y  resultó un buen profesor de geografía. Otros discípulos míos de entonces están  por otras cátedras; otros han sido secretarios de despacho, magistrados y  legisladores; otros militares y marinos, letrados y maestros; algunos fueron  héroes, otros probablemente continúan siendo bribones, uno de ellos fue  licenciado de presidio; otros han muerto y han dejado a la patria sus nombres  nimbados de gloria; acaso alguno se encuentre un día en un altar.
           Son  otros también los estudiantes de ahora. A pocos conozco personalmente; los  conozco mejor apreciándolos en masa. Más avivados y mentalmente ambiciosos que  los de ayer, ellos son la esperanza nuestra para el porvenir humano,  cubano y universal, que con tanta tragedia  está fermentando en el mundo con levaduras nuevas. Tanto de su inteligencia  como de su carácter dependerá la nación cubana del futuro. No son éstos los  estudiantes de mi tiempo, quienes solían decirme y a veces hasta creer en su  tierna ingenuidad, que yo podía enseñarles algo al ojear de los libros; éstos  de ahora, con mejor juicio, se acercan a mí como a un estudiante más, para que  trabaje con ellos en nuevas faenas de búsqueda y crítica, y los  aconseje de cuando en cuando para evitarles de las enseñanzas viejas alguna de  sus caducas ñoñeces, de sus huecas pomposidades y de sus encubiertas picardías.
cubano y universal, que con tanta tragedia  está fermentando en el mundo con levaduras nuevas. Tanto de su inteligencia  como de su carácter dependerá la nación cubana del futuro. No son éstos los  estudiantes de mi tiempo, quienes solían decirme y a veces hasta creer en su  tierna ingenuidad, que yo podía enseñarles algo al ojear de los libros; éstos  de ahora, con mejor juicio, se acercan a mí como a un estudiante más, para que  trabaje con ellos en nuevas faenas de búsqueda y crítica, y los  aconseje de cuando en cuando para evitarles de las enseñanzas viejas alguna de  sus caducas ñoñeces, de sus huecas pomposidades y de sus encubiertas picardías.
           Hoy  vuelvo a esta Universidad querida como otro estudiante, como un estudiante de  investigaciones cubanas, como un novato más entre tantos otros, que espera y pide vuestra benevolencia en  este trance de iniciación, en este rito de pasaje, como diría Van Gennep, con que los estudiantes de Cuba, como los  de todos los países y aún  los de las tribus más salvajes, celebran con bulliciosas extravagancias  simbólicas el paso de la muchachez a la plenitud de la personalidad. No se lo  que me tenéis guardado para mi novatada, pero contad ya con mi gratitud por vuestra  simpatía generosa.
           Y  vamos al tema que me qué señalado: Las factores humanos de la cubanidad.
           En  este tema, Los factores humanos de la cubanidad,hay dos elementos focales y uno de referencia, la cubanidad, lo humano y su relación. Tal parece,  pues, en buena lógica, que primero habría que definir la cubanidad y lo humano, para después  poder trazar la relación de correspondencia entre ambos términos. Acaso esto no  sea una tarea fácil. Sería ocioso entretenernos en definir lo humano, pero  parece indispensable tener una idea previa de lo que se ha de entender por cubanidad.
           ¿Qué  es la cubanidad? Parece  sencilla la respuesta. Cubanidad es “la calidad de lo cubano”, o sea su  manera de ser, su carácter, su índole, su condición distintiva, su  individuación dentro de lo universal. Muy bien. Esto es en lo abstracto del  lenguaje. Pero vamos a lo concreto. Si la cubanidad es la
 carácter, su índole, su condición distintiva, su  individuación dentro de lo universal. Muy bien. Esto es en lo abstracto del  lenguaje. Pero vamos a lo concreto. Si la cubanidad es la  peculiaridad adjetiva  de un sustantivo humano, ¿qué es lo cubano?
peculiaridad adjetiva  de un sustantivo humano, ¿qué es lo cubano?
           Aquí  nos encontramos fácilmente con un elemento objetivo que nos sirve de base: Cuba, es decir, un lugar. No es  que Cuba sea para todos un concepto igual. Nuestro competente profesor de  Geografía nos decía la otra tarde que Cuba es una isla; pero también  dijo, con igual exactitud, que Cuba es un archipiélago, es decir un conjunto  de muchas islas, de centenares de ellas, algunas de las cuales mayores que  otras cuyos nombres han resonado en la historia. Además, Cuba no es sólo una  isla o un archipiélago. Es también una expresión de sentido internacional que  no siempre ha sido aceptada como coincidente con su sentido geográfico.  Recordemos que aún hace pocos lustros era muy sostenida una discusión por  estadistas, historiadores y geógrafos  prehitlerianos acerca de si la Isla de Pinos era o no parte integrante de Cuba,  y de si procedía una declaración de Anchluss por parte de una potencia  vecina, para proteger una minoría irredenta de sujeten subfloridanos.
 Isla de Pinos era o no parte integrante de Cuba,  y de si procedía una declaración de Anchluss por parte de una potencia  vecina, para proteger una minoría irredenta de sujeten subfloridanos.
           Acaso  nos aproximemos al concepto de la cubanidad reconociendo que Cuba es a la vez  una tierra y un pueblo; y que lo cubano es lo propio de este país y de su  gente. Decir esto podrá satisfacer a muchos, pero nada puede cuando se aspira a  la clasificación sociológica, psicológica o etnográfica de lo cubano y de la  cubanidad.
           Distingamos  ahora cubanidad de cubanismo. El cubanismo,en sentido estricto, es el giro o modo de hablar propio  de los cubanos. Por ejemplo, pedir fruta-bomba en un restaurant de Nueva  York, como yo he oído, es un cubanismo tan auténtico como alarmante. En sentido  más amplio, cubanismo es todo carácter propio de los cubanos, aún fuera  de su lenguaje. Aparecerse en Washington, como yo he visto, llevando un coco-macaco en la diestra es un cubanismo tan genuino como imperdonable. Cubanismo será  también la tendencia o afición a imitar lo cubano, a quererlo o a servirlo. Un  anglosajón puede experimentar cubanismo y  sentirse cubanista,sin que por eso adquiera la genialidad de Cervantes ni  la cubanidad,ni  el estilo cubano ni el cervantino. La cubanidad no puede entenderse como  una tendencia ni como un rasgo, sino, diciéndolo a la moda presente, como un  complejo de condición o calidad, como una específica cualidad de cubano.
sentirse cubanista,sin que por eso adquiera la genialidad de Cervantes ni  la cubanidad,ni  el estilo cubano ni el cervantino. La cubanidad no puede entenderse como  una tendencia ni como un rasgo, sino, diciéndolo a la moda presente, como un  complejo de condición o calidad, como una específica cualidad de cubano.
           Dando  por definitivo el concepto de Cuba, y ciñéndonos aquí a lo humano, ¿quién será característica,  inequívoca y plenamente  cubano? Hay varias maneras de ser cubano en lenguaje general y corriente: por residencia, por nacionalidad, por nacimiento. Se es  cubano por formar parte de este núcleo humano que se llama pueblo o sociedad de  Cuba. Pero ¿será físicamente característica esa cubanidad reconocida a quien  habita en Cuba? No, porque en Cuba hay mucho habitante que es extranjero. Se es  cubano por tener la ciudadanía del Estado que se denomina Cuba; pero ¿será  plena y típicamente característica la cubanidad del ciudadanizado en Cuba? No,  porque aquí tenemos una ciudadanía demasiado allegadiza, como ese bello color  tostado pero superficial que las bellezas nórdicas vienen a ganarse en Cuba con  las quemantes caricias de nuestro sol; ciudadanía más camisa que pellejo;  ciudadanía de “llega y pon”, como diría nuestro lenguaje popular; y conciudadanos hay en los  cuales su cubanidad apenas sobrepase los bordes de su carta oficial y se esconde solapada en el  mismo bolsillo de sus dineros.
           ¿Será  cubano el nacido en Cuba? En un sentido primario y estricto; pero con grandes  reservas: 1a Porque no son pocos los que nacidos en Cuba se han dispersado  luego por otras tierras, adquirido costumbres y maneras exóticas y no tienen de cubano más que el  accidente dehaber visto  el primer sol en Cuba, ni siquiera el reconocimiento de su patria nativa. 2a  Porque no son escasos los cubanos, ciudadanos o no, que, nacidos allende los  mares, han crecido y formado sus personalidades aquí, en el pueblo cubano, se  han integrado en su masa y son indistinguibles de los nativos; son ya cubanos o  como cubanos, más cubanos que otros que sólo son tales por su cuna o por su  carta. Son aquéllos, como el folklore expresa, que están aplatanados. 3a  Porque aún entre nosotros los nativos de Cuba, entre nosotros los indígenas  cubanos, así los de antaño como los de hogaño, hay tal variedad de maneras,  caracteres, temperamentos y figuras  que toda individuación de la cubanidad y de su tipismo es tarea harto insegura.  4a Porque las expresiones del cubano han variado tanto según las  épocas y las diversas fluencias etnogénicas, y según las circunstancias  económicas que lo han movido e inspirado, que apariencias muy ostensibles, un  tiempo apreciadas como típicas, pocos lustros después se abandonan como  insignificantes. Y 5a, porque rasgos muy marcados en el pueblo  cubano no son exclusivos de éste sino que aparecen en pueblos de ancestralidad  semejante, y hasta en  aquéllos de razas distintas pero de análoga fermentación social. Al fin, hay  que convenir en que, al menos por ahora, la cubanidad no puede definirse sino  vagamente como una relación de pertenencia a Cuba. Pero ¿cuál es esa relación?
           Ya  dijimos que la cubanidad no puede depender simplemente de la tierra cubana  donde se nació ni de la ciudadanía política que se goza... y a veces se sufre.  En la cubanidad hay algo más que un metro de tierra mojado por el primer lloro  de un recién nacido, algo más que unas pulgadas de papel blanco marcadas con  sellos y garabatos simbólicos de una autoridad que reconoce una vinculación  oficial, verdadera
 un recién nacido, algo más que unas pulgadas de papel blanco marcadas con  sellos y garabatos simbólicos de una autoridad que reconoce una vinculación  oficial, verdadera  o supositiva. La cubanidad no la da el engendro; no hay una  raza cubana. Y raza pura no hay ninguna. La raza, al fin, no es sino un estado  civil firmado por autoridades antropológicas; pero ese estado racial suele ser  tan convencional y arbitrario, ya  veces tan cambiadizo, como lo es el estado civil que adscribe los hombres a tal  o cual nacionalidad. La cubanidad para el individuo no está en la sangre, ni en  el papel ni en la habitación. La cubanidad es principalmente la peculiar  calidad de una cultura, la de Cuba. Dicho en términos corrientes, la cubanidad  es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes. Pero todavía bay una  cubanidad más plena, diríase que sale de la entraña patria y nos envuelve y  penetra como el vaho de creación que brota de nuestra Madre Tierra después de  fecundada por la lluvia que le manda el Padre Sol; algo que nos languidece al  amor de nuestras brisas y nos arrebata al vértigo de nuestros huracanes; algo  que nos atrae y nos enamora como hembra que es para nosotros a la vez una y trina:  madre, esposa e hija. Misterio de trinidad cubana, que de ella nacimos, a ella  nos damos, a ella poseemos y en ella hemos de sobrevivir.
o supositiva. La cubanidad no la da el engendro; no hay una  raza cubana. Y raza pura no hay ninguna. La raza, al fin, no es sino un estado  civil firmado por autoridades antropológicas; pero ese estado racial suele ser  tan convencional y arbitrario, ya  veces tan cambiadizo, como lo es el estado civil que adscribe los hombres a tal  o cual nacionalidad. La cubanidad para el individuo no está en la sangre, ni en  el papel ni en la habitación. La cubanidad es principalmente la peculiar  calidad de una cultura, la de Cuba. Dicho en términos corrientes, la cubanidad  es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes. Pero todavía bay una  cubanidad más plena, diríase que sale de la entraña patria y nos envuelve y  penetra como el vaho de creación que brota de nuestra Madre Tierra después de  fecundada por la lluvia que le manda el Padre Sol; algo que nos languidece al  amor de nuestras brisas y nos arrebata al vértigo de nuestros huracanes; algo  que nos atrae y nos enamora como hembra que es para nosotros a la vez una y trina:  madre, esposa e hija. Misterio de trinidad cubana, que de ella nacimos, a ella  nos damos, a ella poseemos y en ella hemos de sobrevivir.
           Hay  algo inefable que completa la cubanidad del nacimiento, de la nación, de la  convivencia y aún de la cultura. Hay cubanos que, aún siéndolos con tales  razones, no quieren ser cubanos y hasta se avergüenzan y reniegan de serlo. En  éstos la cubanidad carece de plenitud, está castrada. No hasta para la cubanidad  llenera tener en Cuba la cuna, la nación, la vida y el porte; aún falta tener la conciencia. La cubanidad  plena no consiste meramente en ser cubano por cualesquiera de las contingencias  ambientales que han rodeado la personalidad individual y le han forjado sus condiciones; son precisas también la  conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser. Acaso convendría  inventar o introducir en nuestro lenguaje una palabra original que sin  antecedentes roces impuros pudiera expresar esa plenitud de identificación  consciente y ética con lo cubano. Aquel genial español, tan dominador del  lenguaje y sensible a  las necesidades del espíritu, que se llamó Miguel de Unamuno pensó que de la  misma manera que en el hombre habría que distinguir su humanidad, condición genérica e  involuntaria de su persona, de lo que es en él su hombría, condición  específica y responsable  de su individualidad, así en el campo de las realidades de España convenía  diferenciar los conceptos de la hipanidad y de la hispanía. Pienso que para nosotros los  cubanos nos habría de convenir la distinción de la cubanidad, condición genérica de cubano, y la cubanía, cubanidad plena, sentida,  consciente y deseada;  cubanidad responsable, cubanidad con las tres virtudes, dichas teologales, de  fe, esperanza y amor.
 vida y el porte; aún falta tener la conciencia. La cubanidad  plena no consiste meramente en ser cubano por cualesquiera de las contingencias  ambientales que han rodeado la personalidad individual y le han forjado sus condiciones; son precisas también la  conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser. Acaso convendría  inventar o introducir en nuestro lenguaje una palabra original que sin  antecedentes roces impuros pudiera expresar esa plenitud de identificación  consciente y ética con lo cubano. Aquel genial español, tan dominador del  lenguaje y sensible a  las necesidades del espíritu, que se llamó Miguel de Unamuno pensó que de la  misma manera que en el hombre habría que distinguir su humanidad, condición genérica e  involuntaria de su persona, de lo que es en él su hombría, condición  específica y responsable  de su individualidad, así en el campo de las realidades de España convenía  diferenciar los conceptos de la hipanidad y de la hispanía. Pienso que para nosotros los  cubanos nos habría de convenir la distinción de la cubanidad, condición genérica de cubano, y la cubanía, cubanidad plena, sentida,  consciente y deseada;  cubanidad responsable, cubanidad con las tres virtudes, dichas teologales, de  fe, esperanza y amor.
           Hemos  dicho que la cubanidad en lo humano es sobretodo una condición de  cultura. La cubanidad es la pertenencia a la cultura de Cuba. Pero ¿cuál es la  cultura característica de Cuba? Para saberlo habría que estudiar un  intrincadísimo complejo de elementos emocionales, intelectuales y volitivos. No sólo en las  manifestaciones de las individualidades destacadas en la vida cubana por la culminancia  de sus personalidades, sino también en todas las sedimentaciones, en las  cumbres, en las laderas, en los valles, en las sabanas y hasta en las ciénagas. Toda cultura es esencialmente un  hecho social. No solo en los planos de la vida actual, sino en los de su  advenimiento histórico y en los de su devenimiento previsible. Toda cultura es  dinámica. Y no solo en su transplantación desde múltiples ambientes extraños al  singular de Cuba, sino en sus transformaciones locales. Toda cultura es  creadora. Toda cultura es creadora, dinámica y social. Así es la de Cuba, aún cuando no se hayan  definido bien sus expresiones características. Por esto es inevitable entender el  tema de esta disertación como un concepto vital de afluencia constante; no como  una realidad sintética ya formada y conocida sino como la experiencia de los muchos elementos humanos  que a esta tierra llamada Cuba han venido y siguen viniendo en carne o en vida  para fundirse en su pueblo y codeterminar su cultura.
           Se ha  dicho repetidamente que Cuba es un crisol de elementos humanos. Tal comparación  se aplica a nuestra patria como a las demás naciones de América. Pero acaso  pueda presentarse otra metáfora más precisa, más comprensiva y más apropiada  para un auditorio cubano, ya que en Cuba no hay fundiciones en crisoles, fuera  de las modestísimas de algunos artesanos. Hagamos mejor un símil cubano, un  cubanismo metafórico, y nos entenderemos mejor, más pronto y con más detalles. Cuba es un ajiaco.
           ¿Qué  es el ajiaco? Es  el guiso más típico y más  complejo, hecho de varias especies de legumbres, que aquí decimos  “viandas”, y  de trozos de carnes diversas; todo lo cual se cocina con agua en hervor hasta  producirse un caldo muy grueso y suculento y se sazona con el cubanísimo ají que le da el nombre.
“viandas”, y  de trozos de carnes diversas; todo lo cual se cocina con agua en hervor hasta  producirse un caldo muy grueso y suculento y se sazona con el cubanísimo ají que le da el nombre.
           El  ajiaco fue el guiso típico de los indios taínos, como de todos los pueblos  primitivos cuando, al pasar de la economía meramente extractiva y nómada a la  economía sedentaria y agrícola, aprendieron a cocer los alimentos en cazuelas  al fuego. Guiso análogo lo han conocido todos los pueblos, con variantes  materias alimenticias según su peculiar ecología, y se conservan a veces como  supervivencias de la remota vida agraria. Así vemos en Europa la llamada olla  podrida, que en francés se dice pot-popurrí, el cocido, el potaje, el  sancocho, la minestra, etc. Ese “plato único” y primitivo de la cocina  cavernaria consistía en una cazuela con agua hirviendo sobre el hogar a la cual  se le echaban las hortalizas, hierbas y raíces que la mujer cultivaba y tenía  en su conuco según las estaciones, así como las carnes de toda clase de  alimañas, cuadrúpedos, aves, reptiles, peces y mariscos que el hombre conseguía  en sus correrías predatorias por los montes y la costa. A la cazuela iba todo  lo comestible, las carnes sin limpiar y a veces ya en pudrición, las hortalizas  sin pelar y a menudo con gusanos que les daban más sustancia. Todo se cocinaba  junto y todo se sazonaba con fuertes dosis de ají, las cuales encubrían todos  los sinsabores bajo el excitante supremo de su picor. De esa olla se sacaba  cada vez lo que entonces se quería comer; lo
 según su peculiar ecología, y se conservan a veces como  supervivencias de la remota vida agraria. Así vemos en Europa la llamada olla  podrida, que en francés se dice pot-popurrí, el cocido, el potaje, el  sancocho, la minestra, etc. Ese “plato único” y primitivo de la cocina  cavernaria consistía en una cazuela con agua hirviendo sobre el hogar a la cual  se le echaban las hortalizas, hierbas y raíces que la mujer cultivaba y tenía  en su conuco según las estaciones, así como las carnes de toda clase de  alimañas, cuadrúpedos, aves, reptiles, peces y mariscos que el hombre conseguía  en sus correrías predatorias por los montes y la costa. A la cazuela iba todo  lo comestible, las carnes sin limpiar y a veces ya en pudrición, las hortalizas  sin pelar y a menudo con gusanos que les daban más sustancia. Todo se cocinaba  junto y todo se sazonaba con fuertes dosis de ají, las cuales encubrían todos  los sinsabores bajo el excitante supremo de su picor. De esa olla se sacaba  cada vez lo que entonces se quería comer; lo  sobrante allí quedaba para la  comida venidera. Así como ahora saboreamos en Cuba los “frijoles dormidos”, que  son los dejados de una comida para la del día siguiente, así se hacía siempre  con el ajiaco original; era siempre un guiso “dormido”. Al día siguiente el  ajiaco despertaba a una nueva cocción; se le añadía agua, se le echaban otras  viandas y animaluchos y se hervía de nuevo con más ají. Y así, día tras día, la  cazuela sin limpiar, con su fondo lleno de sustancias desechas en caldo pulposo  y espeso, en una salsa análoga a esa que constituye lo más típico, sabroso y suculento de nuestro ajiaco,  ahora con más limpieza, mejor aderezo y menos ají.
sobrante allí quedaba para la  comida venidera. Así como ahora saboreamos en Cuba los “frijoles dormidos”, que  son los dejados de una comida para la del día siguiente, así se hacía siempre  con el ajiaco original; era siempre un guiso “dormido”. Al día siguiente el  ajiaco despertaba a una nueva cocción; se le añadía agua, se le echaban otras  viandas y animaluchos y se hervía de nuevo con más ají. Y así, día tras día, la  cazuela sin limpiar, con su fondo lleno de sustancias desechas en caldo pulposo  y espeso, en una salsa análoga a esa que constituye lo más típico, sabroso y suculento de nuestro ajiaco,  ahora con más limpieza, mejor aderezo y menos ají.
           La  imagen del ajiaco criollo nos simboliza bien la formación del pueblo cubano.  Sigamos la metáfora. Ante todo una cazuela abierta. Esa es Cuba, la isla, la  olla puesta al fuego de los trópicos, que la otra tarde aquí nos pintara con  fino arte el doctor Massip. Cazuela singular la de nuestra tierra, como la de  nuestro ajiaco, que ha de ser de barro y muy abierta. Luego, fuego de llama  ardiente y fuego de ascua y lento, para dividir en dos la cocedura; tal como  ocurre en Cuba, siempre a fuego de sol pero con ritmo de dos estaciones,  lluvias y seca, calidez y templanza. Y ahí van las sustancias de los más  diversos géneros y procedencias. La indiada nos dio el maíz, la papa, la  malanga, el boniato, la yuca, el ají que lo condimenta y el blanco xao-xao del casabe con que los buenos  criollos de Camagüey y Oriente adornan
 maíz, la papa, la  malanga, el boniato, la yuca, el ají que lo condimenta y el blanco xao-xao del casabe con que los buenos  criollos de Camagüey y Oriente adornan  el ajiaco al servir. Así era el primer  ajiaco, el ajiaco pre-colombino, con carnes de jutías, de iguanas, de  cocodrilos, de majás, de tortugas, de cobas y de otras alimañas de la caza y  pesca que ya no se estiman para el paladar. Los castellanos desecharon esas  carnes indias y pusieron las suyas. Ellos trajeron con sus calabazas y nabos, las carnes frescas de  res, los tasajos, las cecinas y el lacón. Y todo ello fué a dar substancia al  nuevo ajiaco de Cuba. Con los blancos de Europa, llegaron los negros de África  y estos nos aportaron guineas, plátanos, ñames y su técnica cocinera. Y luego  los asiáticos con sus misteriosas especias de Oriente; y los franceses con su  ponderación de sabores que amortiguó la causticidad del pimiento salvaje; y los  angloamericanos con sus mecánicas domésticas que simplificaron la cocina y  quieren metalizar y convenir en  caldera de su “standard” el cacharro de tierra que nos fue dado por la  naturaleza junto con el fogaje del trópico para calentarlo, el agua de sus cielos  para el caldo y el agua de sus mares para las salpicaduras del salero. Con todo  ello se ha hecho nuestro nacional ajiaco.
el ajiaco al servir. Así era el primer  ajiaco, el ajiaco pre-colombino, con carnes de jutías, de iguanas, de  cocodrilos, de majás, de tortugas, de cobas y de otras alimañas de la caza y  pesca que ya no se estiman para el paladar. Los castellanos desecharon esas  carnes indias y pusieron las suyas. Ellos trajeron con sus calabazas y nabos, las carnes frescas de  res, los tasajos, las cecinas y el lacón. Y todo ello fué a dar substancia al  nuevo ajiaco de Cuba. Con los blancos de Europa, llegaron los negros de África  y estos nos aportaron guineas, plátanos, ñames y su técnica cocinera. Y luego  los asiáticos con sus misteriosas especias de Oriente; y los franceses con su  ponderación de sabores que amortiguó la causticidad del pimiento salvaje; y los  angloamericanos con sus mecánicas domésticas que simplificaron la cocina y  quieren metalizar y convenir en  caldera de su “standard” el cacharro de tierra que nos fue dado por la  naturaleza junto con el fogaje del trópico para calentarlo, el agua de sus cielos  para el caldo y el agua de sus mares para las salpicaduras del salero. Con todo  ello se ha hecho nuestro nacional ajiaco.
           Por  su nombre mismo ya el ajiaco es un ajiaco lingüístico: de una planta  solanácea indocubana, de una raíz idiomática negro-africana y de una castellana  desinencia que le da un tonillo despectivo al vocablo, muy propio de un conquistador  para un guiso colonial. Y así ha ido hirviendo y cocinando el ajiaco de Cuba, a  fuego vivaz o a rescoldo, limpio o sucio, vario en cada época según las  sustancias humanas que se metieran en la olla por las manos del cocinero, que  en esta metáfora son las peripecias de la historia. Y en todo momento el pueblo  nuestro ha tenido, como el ajiaco, elementos nuevos y crudos acabados de entrar  en la cazuela para cocerse; un conglomerado heterogéneo de diversas razas y  culturas, de muchas carnes y cultivos, que se agitan, entremezclan y disgregan  en un mismo bullir social; y, allá en lo hondo del puchero, una masa nueva ya  posada, producida por los elementos que al desintegrarse en el hervor histórico  han ido sedimentando sus más tenaces esencias en una mixtura rica y  sabrosamente aderezada, que ya tiene un carácter propio de creación. Mestizaje  de cocinas, mestizaje de razas, mestizaje de culturas. Caldo denso de  civilización que borbollea en el fogón del Caribe...
 acabados de entrar  en la cazuela para cocerse; un conglomerado heterogéneo de diversas razas y  culturas, de muchas carnes y cultivos, que se agitan, entremezclan y disgregan  en un mismo bullir social; y, allá en lo hondo del puchero, una masa nueva ya  posada, producida por los elementos que al desintegrarse en el hervor histórico  han ido sedimentando sus más tenaces esencias en una mixtura rica y  sabrosamente aderezada, que ya tiene un carácter propio de creación. Mestizaje  de cocinas, mestizaje de razas, mestizaje de culturas. Caldo denso de  civilización que borbollea en el fogón del Caribe...
           Acaso  se piense que la cubanidad haya que buscarla en esa salsa de nueva y sintética  suculencia formada por la fusión de los linajes humanos desleídos en Cuba; pero  no, la cubanidad no está solamente en el resultado sino también en el mismo  proceso complejo de su formación, desintegrativo e integrativo, en los  elementos sustanciales entrados en su acción, en el ambiente en que se opera y  en las vicisitudes de su transcurso.
           Lo  característico de Cuba es que, siendo ajiaco, su pueblo no es un guiso hecho,  sino una constante cocedura. Desde que amanece su historia hasta las horas que  van corriendo, siempre en la olla de Cuba es un renovado entrar de raíces,  frutos y carnes exógenas, un incesante borbor de heterogéneas sustancias. De  ahí que su composición cambie y la cubanidad tenga sabor y consistencia  distintos según sea catado en lo profundo o en la panza de la olla o en su  boca, donde las viandas aun están crudas y burbujea el caldo claro.
           Puede  decirse que, en rigor, en todo pueblo ocurre algo semejante. No se sabe todavía  dónde estuvo situado el Paraíso Terrenal, patria da Adán y Eva, a pesar de lo  mucho que lo buscó por estas tierras hermosas de América el gran buscador que  fue Don Cristóbal Colón. Nadie sabe dónde nació el género humano, y de ahí que toda historia  comience por una inmigración, por unos primeros pobladores que vinieron de  alguna parte, aún cuando poco o nada se sepa de su oriundez. Y, luego, en el  transcurso de los siglos, todo pueblo, tal como el de Cuba, ha tenido  invasiones, ingerencias, y exóticos contactos genésicos, materiales y  espirituales, que en el ámbito de la ecología propia le han ido dando su  peculiar sazón. Pero pocos países habrá como el cubano donde en un espacio tan  reducido, en un tiempo tan breve yen  concurrencias inmigratorias tan constantes y caudalosas, se hayan cruzado razas más dispares y donde  sus abrazos amorosos hayan sido más frecuentes, más complejos, más tolerados y  más augurales de una paz universal de las sangres; no de una llamada “raza  cósmica”, que es pura paradoja, sino de una posible, deseable y futura desracialización  de la humanidad.
           Desde  su prehistoria, a esta isla de Cuba han estado viniendo indios. Primeramente  los más arcaicos, los siboneyes, los  guanajibes, y después los taínos; y acaso  algunos caribes en aventura; en el siglo XVI los caribes, los guajiros, los  jíbaros, los macurijes, los taironas yotros indios continentales, víctimas de la esclavitud por los  conquistadores; después, los indios de Yucatán y de México, que van entrando en  Cuba como esclavos o soldados y figuran  en nuestras historias locales como indios campechanos y guachinangos, hasta que en el siglo XIX, al acabarse la  trata negrera, un gobernador de Yucatán vende indios de su tierra a los  hacendados de Cuba, y hasta estos años del siglo presente cuando las  convulsiones revolucionarias de las cercanas naciones continentales y la comunicación  fácil por su vecindad nos han traído oleadas de expatriados políticos, no pocos  de ellos con sangre aborigen. Desde 1492 arriban los blancos de Europa y ya no cesan de llegar. Si ya  en las carabelas de Colón hubo castellanos andaluces, catalanes, gallegos,  vascos, judíos, italianos, y algún inglés, ya no acabará en los siglos la  entrada de mediterráneos, alpinos y nórdicos de las más apartadas procedencias.  Con los blancos de Diego Velázquez y acaso antes, en los clandestinos cabotajes  a la rapiña de indios,
guanajibes, y después los taínos; y acaso  algunos caribes en aventura; en el siglo XVI los caribes, los guajiros, los  jíbaros, los macurijes, los taironas yotros indios continentales, víctimas de la esclavitud por los  conquistadores; después, los indios de Yucatán y de México, que van entrando en  Cuba como esclavos o soldados y figuran  en nuestras historias locales como indios campechanos y guachinangos, hasta que en el siglo XIX, al acabarse la  trata negrera, un gobernador de Yucatán vende indios de su tierra a los  hacendados de Cuba, y hasta estos años del siglo presente cuando las  convulsiones revolucionarias de las cercanas naciones continentales y la comunicación  fácil por su vecindad nos han traído oleadas de expatriados políticos, no pocos  de ellos con sangre aborigen. Desde 1492 arriban los blancos de Europa y ya no cesan de llegar. Si ya  en las carabelas de Colón hubo castellanos andaluces, catalanes, gallegos,  vascos, judíos, italianos, y algún inglés, ya no acabará en los siglos la  entrada de mediterráneos, alpinos y nórdicos de las más apartadas procedencias.  Con los blancos de Diego Velázquez y acaso antes, en los clandestinos cabotajes  a la rapiña de indios, ya vinieron los negros. Con el blanco conquistador a  caballo vino el negro de palafrenero, con el hacendado del azúcar vino el negro  de la faena, y para la alegría cortesanía santiaguera tuvo Pánfilo de Narváez  a, Guidela, un negro bufón. Y jamás ha cesado la fluencia étnica de gentes  melánicas en Cuba; desde el África, durante siglos y como esclavos; luego desde  las islas vecinas, sobre todo de Jamaica y de Haití, en aproximada servidumbre.  En fin, por el siglo XIX, cuando hay que cerrar el torrente de la trata de  negros, se abren arroyos de inmigrantes braceros, atados por indisolubles  contratos de peonaje y procedentes de todas las razas, entre ellas la amarilla  con los culís de Macao y Cantón. Y ha proseguido la inmigración mongoloide,  ahora como comerciantes, pescadores, hortelanos y probablemente como espías, de  muchos asiáticos de China y el Japón. Quizás ahora comprendemos mejor el  sentido del tema: “los factores humanos de la cubanidad”. ¿Cuáles  son los elementos humanos fundidos en la vida cubana para producir la  cubanidad?
 ya vinieron los negros. Con el blanco conquistador a  caballo vino el negro de palafrenero, con el hacendado del azúcar vino el negro  de la faena, y para la alegría cortesanía santiaguera tuvo Pánfilo de Narváez  a, Guidela, un negro bufón. Y jamás ha cesado la fluencia étnica de gentes  melánicas en Cuba; desde el África, durante siglos y como esclavos; luego desde  las islas vecinas, sobre todo de Jamaica y de Haití, en aproximada servidumbre.  En fin, por el siglo XIX, cuando hay que cerrar el torrente de la trata de  negros, se abren arroyos de inmigrantes braceros, atados por indisolubles  contratos de peonaje y procedentes de todas las razas, entre ellas la amarilla  con los culís de Macao y Cantón. Y ha proseguido la inmigración mongoloide,  ahora como comerciantes, pescadores, hortelanos y probablemente como espías, de  muchos asiáticos de China y el Japón. Quizás ahora comprendemos mejor el  sentido del tema: “los factores humanos de la cubanidad”. ¿Cuáles  son los elementos humanos fundidos en la vida cubana para producir la  cubanidad?
           Los  factores humanos de un pueblo suelen estudiarse de varias maneras: por sus  razas componentes, por los episodios históricos de sus presencias, por las  antecedencias alienígenas de sus indígenas instituciones y por las culturas  injertas en la troncalidad propia; pero sobretodo y mejor, por el mismo proceso  a virtud del cual los elementos nativos y los foráneos se van conyugando en un  dado ambiente por sus linajes, necesidades, aspiraciones, medios, ideas,  trabajos y peripecias,  formando ese amestizamiento creador que es indispensable  para caracterizar un nuevo pueblo con distintiva cultura.
formando ese amestizamiento creador que es indispensable  para caracterizar un nuevo pueblo con distintiva cultura.
           Parece  fácil clasificar los elementos humanos cruzados en Cuba por sus razas: cobrizos  indios, blancos europeos, negros africanos y amarillos asiáticos. Las cuatro  grandes razas vulgares se han abrazado, cruzado y recruzado en nuestra tierra  en cría de generaciones. Cuba es uno de los pueblos más mezclados, mestizo de  todas las progenituras. Y cada una de las llamadas grandes razas al llegar a  Cuba ya es por sí una inextricable madeja de dispares ancestros. Acaso los  indios fuesen los más homogéneos de linaje. Los negros fueron sacados por la  trata de todas las costas africanas y de sus regiones internas  correspondientes; desde las playas de Mauritania por Senegambia, Guinea, Gabón,  Congo y Angola, en el Océano Atlántico, hasta los puertos de Zanzíbar y  Mozambique, en el Océano Índico. Y en las cargazones arribaron africanos de muy  diversas razas melanoides, tanto que se da la sarcástica paradoja de que muchos  de los negros que poblaron en Cuba, como los congos o bantú por ejemplo, no  pueden hoy ser tenidos por negros porque la ciencia antropológica lo  tiene prohibido; y, por otra parte, no son raros los etnólogos que sostienen no  haber en África grupo humano alguno que no tenga alguna mezcla de raza blanca.
           ¿Qué  se dirá de los blancos, tan agriados ahora entre sí por cuestiones de razas, no  sólo por las naturales y admisibles por los antropólogos como términos de  clasificación, sino por esas razas mitológicas y artificiales, creadas por los  déspotas en delirio de barbarie para pretextar crueles iniquidades y egoístas  depredaciones? ¿Qué diremos de esas razas germana, francesa, inglesa o italiana,  que no existen sino en la fantasía de los que se empeñan en convertir un  cambiadizo concepto de historia en un  hereditario y fatal criterio de biología? ¿Qué diremos de esa misma rara  española, que es pura ficción pero que se exalta oficialmente cada año el día  12 de octubre, el “día de la raza”, con sahumerios retóricos, tal como en La  Habana celebran cada 16 de noviembre, con inciensos litúrgicos, el  cristianizado mito pagano de un San Cristóbal que
 por los antropólogos como términos de  clasificación, sino por esas razas mitológicas y artificiales, creadas por los  déspotas en delirio de barbarie para pretextar crueles iniquidades y egoístas  depredaciones? ¿Qué diremos de esas razas germana, francesa, inglesa o italiana,  que no existen sino en la fantasía de los que se empeñan en convertir un  cambiadizo concepto de historia en un  hereditario y fatal criterio de biología? ¿Qué diremos de esa misma rara  española, que es pura ficción pero que se exalta oficialmente cada año el día  12 de octubre, el “día de la raza”, con sahumerios retóricos, tal como en La  Habana celebran cada 16 de noviembre, con inciensos litúrgicos, el  cristianizado mito pagano de un San Cristóbal que  tampoco ha existido jamás? ¿Habrá  acaso la milagrosa realidad de una raza en la grande y abigarrada nación vecina  de Angloamérica, donde también se ha querido descubrir en su rebumbio de gentes  y colores una raza elegida por Dios y con “un destino manifiesto”?
tampoco ha existido jamás? ¿Habrá  acaso la milagrosa realidad de una raza en la grande y abigarrada nación vecina  de Angloamérica, donde también se ha querido descubrir en su rebumbio de gentes  y colores una raza elegida por Dios y con “un destino manifiesto”?
           Sería  fútil y erróneo estudiar los factores humanos de Cuba por sus razas. Aparte de  lo convencional e indefinible de muchas categorías raciales, hay que reconocer  su real insignificancia para la cubanidad que no es sino una categoría de  cultura. Para comprender el alma cubana no hay que estudiar las razas sino las  culturas. En unas mismas razas hay culturas distintas; comparad el indio lucayo  y el indio azteca, el blanco de España y  el blanco de Escandinavia, el negro de Ampanga y el negro jamaicano, el  amarillo de Cantón y el esquimal del Ártico. En una misma nivelación de cultura  hay razas diversas; observad en Cuba cuán abigarrado es cualquiera de los  partidos políticos, o esta misma concurrencia polícroma en nuestra querida  Universidad.
           ¿Cuáles  son las culturas que se han ido fundiendo en Cuba?
           Toda la escala cultural que Europa pasó en más de  cuatro milenios, en Cuba se ha experimentado en menos de cuatro siglos. Lo que  allí fue subida por escalones, aquí ha sido progreso a saltos y sobresaltos,  después que al correr del siglo XVI Cuba dejó de ser una de las grandes islas más perdidas del mundo y  convirtióse en “llave de las Indias”, puesta en la encrucijada de las Américas,  donde se cortejan y besan todos los pueblos y civilizaciones.
           La  primera cultura de Cuba fué la de los ciboneyes y guanajabibes, la cultura paleolítica.  Nuestra arcaica edad de piedra; mejor, nuestra edad de piedra y palo; de  piedras y maderas rústicas sin bruñir, y de concha y espinas que eran como  piedras y púas del mar. Ciba, y cigua significan “piedra”, cibao la “serranía”; guana, y cana significan “palma” y guanao y caonao los “palmares”. Los ciboneyes eran los hombres de los  peñascales y cavernas; los guanajabibes eran los habitantes de las  selvas donde reinaban las palmas. Parece confirmar esta teoría el hecho de que  en la abrupta comarca oriental, única que tuvo el nombre de Cuba, (y Cuba viene de ciba)  la palma escasea, pareciendo más importada que autóctona.
           La  región central de Cuba se solía denominar Cubanacán, con vocablo traído de los  indios. Y en la toponimia de la misma región conservamos otro de igual origen: siguanea. El primero de ambos vocablos quizás representase la región intermedia entre  las sierras de Oriente (ciba o Cuba) y los saos, saonas o sabanas de la  llanada, donde están la cana y el guano, exceptuando las montañas cavernosas de Trinidad, los cibaos,o sea la comarca de la  sigua o la siguanea. Muy probablemente, ciboneyes, guanajabibes, y lucayos también, o  sea los indios protocubanos, fueron todos unos mismos, distinguidos por su  geografía y no por su raza, ni por su altura, que era igual: la cultura cubanacana, de ciba y cana,de cueverío y palmar. Poco  nos queda de esa cultura en Cuba: algunos pedruzcos majadores; acaso el uso del  bajareque para guarecernos y de  la barbacoa para asar jutías, peces y tortugas; quizás el uso del cuero  del manatí para hacer bastones y pegar cuerazos; y también, a buen seguro, el  recuerdo de esas sartas de conchas y corales que lucen en nuestras playas las  mujeres del día, bellas y desnudas como la mítica Guarina y como ésta tan  pintadas de rouge en los labios y mejillas, de noire en las cejas  y ojeras, de polvos blancos en las caras, y de cremas en sus carnes visibles.  Afeites son estos que ahora compran ellas con marcas de París sin pensar que ya  los usaron, como bija roja, negra jagua, nacaradas cascarillas de concha y emoliente grasa de caguama, aquellas damas de la primera  sociedad de Cuba, tan salvajes como distinguidas y tan cuidadosas como las  civilizadas y elegantes de  estos tiempos en la faena bio-social de realzar sus hermosuras. Quizás debamos  también a esos protocubanos, habitadores de cibaos y caonaos, los  símbolos de la serranía y de  la palma como emblemas de Cuba, los cuales se han ido transmitiendo las  sucesivas culturas hasta pintarlos en nuestro escudo republicano. De todos  modos, bien poco debemos a los cibonepes y a los guanajabibes, a esa gente cubanacana.
       Ninguno  de los relieves de la cultura indocubana que hoy sobreviven en nuestra cultura  presente, puede con certeza ser adscripto a su cultura primitiva, la cual no fue  sino el prólogo de la segunda cultura india, la taína, la que descubrió Colón al  llegar a Cuba, la que sí nos ha dejado vocablos, tradiciones, héroes, cosas y  técnicas que aún perduran entre nosotros y hasta por el resto del mundo. Los taínos fueron una rama de los  indios aruacas de Suramérica que invadieron y dominaron las Antillas. En Cuba  ocuparon tan sólo su parte oriental. Eran procedentes de Haití, la isla vecina,  y su invasión de Cuba no había pasado de las regiones centrales y occidentales  de las sabanas y selvas, a donde no se extendió su cultura. Si los taínos  tuvieron un caudillo Hatuey que fué el dominicano Máximo Gómez de su época, el  valiente cubano Guamá no pudo ser un Maceo y llegar en invasión hasta Guanes, el extremo de Vueltabajo, la  antigua comarca de los guanahabibes.
     Ninguno  de los relieves de la cultura indocubana que hoy sobreviven en nuestra cultura  presente, puede con certeza ser adscripto a su cultura primitiva, la cual no fue  sino el prólogo de la segunda cultura india, la taína, la que descubrió Colón al  llegar a Cuba, la que sí nos ha dejado vocablos, tradiciones, héroes, cosas y  técnicas que aún perduran entre nosotros y hasta por el resto del mundo. Los taínos fueron una rama de los  indios aruacas de Suramérica que invadieron y dominaron las Antillas. En Cuba  ocuparon tan sólo su parte oriental. Eran procedentes de Haití, la isla vecina,  y su invasión de Cuba no había pasado de las regiones centrales y occidentales  de las sabanas y selvas, a donde no se extendió su cultura. Si los taínos  tuvieron un caudillo Hatuey que fué el dominicano Máximo Gómez de su época, el  valiente cubano Guamá no pudo ser un Maceo y llegar en invasión hasta Guanes, el extremo de Vueltabajo, la  antigua comarca de los guanahabibes.
       Taíno significa una categoría social de distinción  nobiliaria y de señorío. Los taínos eran de más avanzada cultura. Eran  neolíticos, como se diría en la antropología de Europa. Era la edad de la  piedra con pulimento; digamos de la piedra bruñida y de la madera labrada. Ya  los taínos en su nomadismo marinero habían hecho guerras y ganado victorias, conquistas  de tierras ajenas y esclavos en los vencidos. Como veis, ya iban en camino de  ser civilizados. Y habían ganado la primera revolución, la de establecer la  agricultura, que los hizo sedentarios y les dio la población estable y  creciente, la abundancia y seguridad de alimento, la intercomunicación, la  disciplina y el sosiego indispensables para las meditaciones, las experiencias,  los inventos y la solidaridad fecunda.
           Los  taínos nos dejaron muchos de sus alimentos, con preferencia los vegetales. Por  todo el mundo se gustan hoy varias frutas cubanas, sobre todas la piña, “la reina de las frutas”,  como dijo el mismo rey Don Fernando el Católico al saborear una que llegó a su  egregio paladar. El maíz de los taínos, aquí descubierto, es hoy día el  alimento de muchos pueblos en continentes lejanos, que también gustan del boniato,  del maní, del tomate y otros alimentos que la civilización blanca encontró en Cuba  y otras Antillas. Entre nosotros conservamos varias raíces y tubérculos de los  cultivados por aquellos indios; sobre todo la yuca.
           Los  taínos tuvieron técnicas notables. De sus tejidos de algodón se extendieron por  Europa las enaguas de las mujeres y las redes de los hombres para pescar; particularmente las jamacas, las camas de los indios que pasaron  a ser las de los conquistadores andariegos y de los navegantes y pescadores de  todos los mares. Los taínos ya tenían máquinas simples, pero eficaces e ingeniosas.  El cibucán era a su modo el ingenio de la complicada industria de la  yuca, la que producía casabes, xaos-xaos, alcoholes, almidones, venenos y catibías. La cunyaya, trapiche  elemental que les servía para extraer jugos de las raíces y frutos, aún se  emplea por campesinos montunos para exprimir cañas de azúcar y sacar guarapo.  Las jabas y jabucos de nuestro pueblo proceden de la cestería  india. Los taínos tuvieron su química, conocieron tóxicos, y los hicieron y los  quitaron. Y trataron metales, aunque blandos, el cobre y el oro; y trabajaron  el guaní, pero no  las piritas de hierro ni el bronce.
 y las redes de los hombres para pescar; particularmente las jamacas, las camas de los indios que pasaron  a ser las de los conquistadores andariegos y de los navegantes y pescadores de  todos los mares. Los taínos ya tenían máquinas simples, pero eficaces e ingeniosas.  El cibucán era a su modo el ingenio de la complicada industria de la  yuca, la que producía casabes, xaos-xaos, alcoholes, almidones, venenos y catibías. La cunyaya, trapiche  elemental que les servía para extraer jugos de las raíces y frutos, aún se  emplea por campesinos montunos para exprimir cañas de azúcar y sacar guarapo.  Las jabas y jabucos de nuestro pueblo proceden de la cestería  india. Los taínos tuvieron su química, conocieron tóxicos, y los hicieron y los  quitaron. Y trataron metales, aunque blandos, el cobre y el oro; y trabajaron  el guaní, pero no  las piritas de hierro ni el bronce.
           De su  lenguaje nos quedan vocablos, sobre todo en la geografía, en la fauna y en la flora y en  alguna tradición folklórica. Cuando evocamos una figura tribal y bárbara de  caudillejo político le decimos cacique, como el régulo taíno, y caciquismo a  su régimen personal y autoritario. Acaso ofendiendo la memoria de los  verdaderos caciques indios, que eran democráticos y comunitarios de  gobierno.
           De su  música nada sobrevive. Ni los instrumentos, ni las melodías, ni los cantos, ni  los bailes de sus areítos, pese  a las afirmaciones reiteradas de los románticos, más dados a la fantasía que a  la verdad. Un supuesto y dominicano areíto de Anacaona no es sino un couplet francés, que fue amulatado como canción de guerra contra los blancos, por  los negros de Haití. Pero de sus artes plásticas, aunque algunas se han perdido  totalmente y las restantes están casi olvidadas, aun nos quedan restos con autóctonos  símbolos que un día revivirán, cuando se reanime de nuevo en pasión defensiva  nuestro anémico nacionalismo espiritual. Nos quedan tiestos de su alfarería  religiosa con sobrenaturales imágenes; dujos labrados con incrustaciones y taraceos  de estilizados dibujos; idolillos de cuarzo, blancos como genios fantasmales,  para las diademas de guerreros y sacerdotes; y esas bellas hachas  amigdaliformes, perfectas de color, tallado, perfiles y pulimento como los  brillantes de las joyas del día.
           Muy  poco fue incorporado a la cultura de Cuba de la religión taína, de sus dioses,  cosmogonías y ritos; quizás alguna superstición de la siguapa. La  religión de los taínos, apenas conocida por la relación de Fray Ramón Pané, no  había  evolucionado aún a esa fase de metafísicas sutilezas que son los ritos de  la antropofagia. Los taínos ni se comían a sus semejantes para asimilar sus  energías vitales, ni se comían a sus dioses transustanciados para adquirir su  gracia.
evolucionado aún a esa fase de metafísicas sutilezas que son los ritos de  la antropofagia. Los taínos ni se comían a sus semejantes para asimilar sus  energías vitales, ni se comían a sus dioses transustanciados para adquirir su  gracia.
           Todo  lo sacro de los indios murió y se fue con ellos. Los ídolos que hoy encontramos  en las cuevas están ya sin vida como los cráneos vacíos de sus creyentes. Todo,  menos una ceremonia de liturgia y de  magia; un rito sagrado de los taínos, aquí descubierto por Cristóbal Colón, que  luego, ya profanado, se incorporó a la nueva cultura de Cuba y aún sigue siendo  rasgo consuetudinario de cubanidad. Tal es la fuma del tabaco. Muchachas  civilizadas y paisanas mías que me escucháis: si ha poco habéis tolerado que os  recuerde el origen salvaje de vuestros adornos y cosméticos, permitidme que os  diga ahora que cuando fumáis con coquetería un cigarro, no hacéis sino realizar  un rito de nuestros antepasados de los bárbaros tiempos de Hatuey; el regalo  más temprano, más aceptado y más deleitoso de los hechos por Cuba a la cultura  universal.
           Ya en  los indios, sobre todo en los taínos, que eran agrarios, debió haber alguna  rudimentaria cubanidad, nacida de la solidaridad social de su grupo humano, de  su arraigo en el territorio, de la cohesiva identidad, de su peculiar cultura y  de la conciencia de su unidad ancestral, si bien es dudoso que algún grupo de  los indios taínos de Cuba se sintiera con personalidad histórica propia y  distinta de sus congéneres y progenitores, los taínos de Haití. No hay duda de  que esos indios se sentían taínos, pero es difícil asegurar que también se  sentían cubanos.
           En un  octubre sin huracanes del cielo, surgió del horizonte un huracán humano. Llegó Cristóbal  Colón. Con él llegaron el hierro, la pólvora, el caballo, la rueda, la vela, la  brújula, la moneda, el capital, el salario, la letra, la imprenta, el libro...  y un vértigo revolucionario sacudió a los pueblos de Cuba, arrancando de cuajo  sus instituciones y destrozando sus vidas. Se saltó en un instante de las  soñolientas edades de piedra a la edad muy despertada del Renacimiento. En un  día pasaron en Cuba milenios y edades; se diría que miles de “años-cultura”, si  fuese admisible tal métrica en la cronología de los pueblos. Si estas Indias de  América fueron Nuevo Mundo para los pueblos europeos, Europa fue Mundo  Novísimo para los pueblos americanos. Fueron dos mundos que recíprocamente  se descubrieron y entrechocaron. El impacto de las dos culturas fue terrible.  Una de ellas pereció, como fulminada. Los indios se extinguieron. Se decía hace  poco que aún quedaban algunos, aunque amulatados, por las sierras de Santiago y  de Pinar del Río; pero nada científicamente puede asegurarse de si eran  vástagos de la indiada cubana o de las numerosas cargazones de lucayos,  guanajos, guajiros, jíbaros, macurijes, taironas, yucatecos, guachinangos y  floridanos que fueron traídos a Cuba y que, juntos con los negros sometidos a  la misma infelicidad, se huyeron a vivir libres por las cimas de los montes,  fundando poblados y palenques, en escondida y abigarrada cimarronería. La  básica sedimentación humana de la sociedad fue suprimida y a Cuba hubo que  transmigrar toda su población, así la clase de los dominadores como la clase de  los dominados. Curioso fenómeno social este de Cuba y muy trascendente para la  cubanidad, el de haber sido desde el siglo XVI igualmente invasoras, con la  fuerza o a la fuerza, las clases, las razas y las culturas, todas exógenas y todas ya, desgarradas, con  el trauma del desarraigo original y de su ruda transplantación.
 estas Indias de  América fueron Nuevo Mundo para los pueblos europeos, Europa fue Mundo  Novísimo para los pueblos americanos. Fueron dos mundos que recíprocamente  se descubrieron y entrechocaron. El impacto de las dos culturas fue terrible.  Una de ellas pereció, como fulminada. Los indios se extinguieron. Se decía hace  poco que aún quedaban algunos, aunque amulatados, por las sierras de Santiago y  de Pinar del Río; pero nada científicamente puede asegurarse de si eran  vástagos de la indiada cubana o de las numerosas cargazones de lucayos,  guanajos, guajiros, jíbaros, macurijes, taironas, yucatecos, guachinangos y  floridanos que fueron traídos a Cuba y que, juntos con los negros sometidos a  la misma infelicidad, se huyeron a vivir libres por las cimas de los montes,  fundando poblados y palenques, en escondida y abigarrada cimarronería. La  básica sedimentación humana de la sociedad fue suprimida y a Cuba hubo que  transmigrar toda su población, así la clase de los dominadores como la clase de  los dominados. Curioso fenómeno social este de Cuba y muy trascendente para la  cubanidad, el de haber sido desde el siglo XVI igualmente invasoras, con la  fuerza o a la fuerza, las clases, las razas y las culturas, todas exógenas y todas ya, desgarradas, con  el trauma del desarraigo original y de su ruda transplantación.
           Los  castellanos trajeron a Cuba de España su cultura, la cual se impuso  predominante. Ella constituye nuestra troncalidad cultural, con sus virtudes, que son grandes y muchas, y sus  vicios, que son menos y monores.
           Con  los blancos llegó la cultura de Castilla y envueltos en ella vinieron  andaluces, portugueses, gallegos, vascos y catalanes. Pudiera decirse que la  representación de la cultura ibérica, la blanca subpirenaica. Y también desde  las primeras oleadas inmigratorias arribaron genoveses, florentinos, judíos,  levantinos y berberiscos, es decir la cultura mediterránea, mixtura milenaria  de pueblos, culturas y pigmentos, desde los normandos rubios a los  subsaharianos negros.
           No  tenemos por qué extendernos ahora a referir sus rasgos, bien conocidos yen su edad de más esplendor.  Pero digamos que mientras unos europeos trajeron la economía feudalesca, como  conquistadores en busca del saqueo y de  pueblos que sojuzgar y hacer pecheras, otros venían movidos por la economía del  capitalismo mercantil y aún del industrial que ya alboreaba. Eran ya varias  economías que venían, entre sí revueltas y en transición, a sobreponerse a  otras economías, también varias y mezcladas, pero primitivas y de imposible  adaptación a los blancos advenedizos en aquel ocaso de la Edad Media
           El  mero paso del mar ya les cambiaba su espíritu; salían rotos y perdidos y llegaban señores;  de dominados en su tierra pasaban a dominadores en la ajena. Y todos ellos,  guerreros, frailes, mercaderes y villanos, vinieron en trance de aventura,  destajados de una sociedad vieja para reinjertarse en otra, nueva de climas, de  gentes, de alimentos, de costumbres y de azares distintos; todos con las ambiciones tensas o disparadas  hacia la riqueza, el poderío y el retorno allende al declinar de su vida; es  decir, siempre en empresas de audacia pronta y transitoria, en línea  parabólica, con principio y fin en tierra extraña y sólo un pasar para el medro  en este país.
           No  creemos que haya habido factores humanos más trascendentes para la cubanidad  que esas continuas, radicales y contrastantes transmigraciones geográficas,  económicas y sociales de los pobladores; que esa perenne transitoriedad de los  propósitos y que esa vida siempre en desarraigo de la tierra habitada, siempre  en desajuste con la sociedad sustentadora. Hombres, economías, culturas y  anhelos todo aquí se sintió foráneo, provisional, cambiado, “aves de paso”  sobre el país, a su costa, a su contra y a su malgrado.
           Ya en  esos elementos hay factores de cubanidad. Todo español por sólo llegar a Cuba  ya era distinto de lo que había sido; ya no era español de España sino un  español indiano. Esa inquietud constante, esa impulsividad tornadiza, esa  provisionalidad de actitudes, fueron las inspiraciones primarias de nuestro  carácter colectivo, amigo del impulso y la aventura, del embullo y de la  suerte, del juego, del logro y de  la esperanza alburera.
           Con  los blancos llegaron los negros, primero de España, entonces cundida de  esclavos guineos y congos,  y luego directamente de toda la Nigricia. Con ellos trajeron sus diversas  culturas, unas selváticas como la de los ciboneyes, otras de avanzada barbarie  como la de los taínos, y algunos de más complejidad económica y social, como  los mandingas, yolofes, hausas, dahomeyanos y yorubas, ya con agricultura,  esclavos, moneda, mercados, comercio forastero y gobiernos centralizados y  efectivos sobre territorios y poblaciones tan grandes como Cuba; culturas  intermedias entre la taína y la azteca; ya con metales pero aún sin escritura.
           Los  negros trajeron con sus cuerpos sus espíritus, (¡mal negocio para los hacendados!),  pero no sus instituciones, ni su  instrumentario. Vinieron multitud de negros  con multitud de procedencias, razas, lenguajes, culturas, clases, sexos y  edades, confundidos en los barcos y barracones de la trata y socialmente igualados en un  mismo régimen de esclavitud. Llegaron arrancados, heridos y trozados como las  cañas en el ingenio y como éstas fueron molidos y estrujados para sacarles su  jugo de trabajo. No hubo otro elemento humano en más profunda y continua  transmigración de ambiente, de cultura, de clases y de conciencias. Pasaron de  una cultura a otra más potente, como los indios; pero  estos sufrieron en su tierra nativa, creyendo  que al morir pasaban al lado invisible de su propio mundo cubano; y los negros,  con suerte más cruel, cruzaron el mar en agonía y pensando que aún después de  muertos tenían que repasarlo para revivir allá en África con sus padres  perdidos. Fueron los negros arrancados de otro continente como los blancos, es  verdad; pero ellos vinieron sin voluntad ni ambición, forzados a dejar sus  libres placideces tribales para aquí desesperarse en la esclavitud; mientras el  blanco, que de su tierra salía desesperado, llegaba a las Indias en orgasmo de  esperanzas, trocado en amo ordenador. Y si indios y castellanos en sus agobios  tuvieron amparo y consuelo de sus familias, sus prójimos, sus caudillos y sus  templos, los negros nada de eso pudieron hallar; más desgarrados que todos,  fueron aglomerados como bestias enjaula,  siempre en rabia impotente, siempre en ansia de fuga, de emancipación, de  mudanza, y siempre en trance defensivo de inhibición, de disimulo y de  aculturación a un mundo nuevo. En una tal condición de desgarre y amputación  social, desde continentes ultraoceánicos, año tras año y siglo tras siglo,  miles y miles de seres humanos fueron traídos a Cuba. En mayor o menor grado de  disociación estuvieron en este país así los negros como los blancos; todos  convivientes, arriba o abajo, en un mismo ambiente de terror y de fuerza; terror del  oprimido por el castigo, terror del opresor por la revancha; todos fuera de  justicia, fuera de ajuste, fuera de sí.
instrumentario. Vinieron multitud de negros  con multitud de procedencias, razas, lenguajes, culturas, clases, sexos y  edades, confundidos en los barcos y barracones de la trata y socialmente igualados en un  mismo régimen de esclavitud. Llegaron arrancados, heridos y trozados como las  cañas en el ingenio y como éstas fueron molidos y estrujados para sacarles su  jugo de trabajo. No hubo otro elemento humano en más profunda y continua  transmigración de ambiente, de cultura, de clases y de conciencias. Pasaron de  una cultura a otra más potente, como los indios; pero  estos sufrieron en su tierra nativa, creyendo  que al morir pasaban al lado invisible de su propio mundo cubano; y los negros,  con suerte más cruel, cruzaron el mar en agonía y pensando que aún después de  muertos tenían que repasarlo para revivir allá en África con sus padres  perdidos. Fueron los negros arrancados de otro continente como los blancos, es  verdad; pero ellos vinieron sin voluntad ni ambición, forzados a dejar sus  libres placideces tribales para aquí desesperarse en la esclavitud; mientras el  blanco, que de su tierra salía desesperado, llegaba a las Indias en orgasmo de  esperanzas, trocado en amo ordenador. Y si indios y castellanos en sus agobios  tuvieron amparo y consuelo de sus familias, sus prójimos, sus caudillos y sus  templos, los negros nada de eso pudieron hallar; más desgarrados que todos,  fueron aglomerados como bestias enjaula,  siempre en rabia impotente, siempre en ansia de fuga, de emancipación, de  mudanza, y siempre en trance defensivo de inhibición, de disimulo y de  aculturación a un mundo nuevo. En una tal condición de desgarre y amputación  social, desde continentes ultraoceánicos, año tras año y siglo tras siglo,  miles y miles de seres humanos fueron traídos a Cuba. En mayor o menor grado de  disociación estuvieron en este país así los negros como los blancos; todos  convivientes, arriba o abajo, en un mismo ambiente de terror y de fuerza; terror del  oprimido por el castigo, terror del opresor por la revancha; todos fuera de  justicia, fuera de ajuste, fuera de sí.
           El  aporte del negro a la cubanidad no ha sido escaso. Aparte de su inmensa fuerza  de trabajo, que hizo posible la incorporación económica de Cuba a la  civilización mundial, y además de su pugnacidad libertadora, que franqueó el advenimiento de la independencia patria; su influencia cultural puede ser  advertida en los alimentos, en la cocina, en el vocabulario, en la verbosidad,  en la oratoria, en la amorosidad, en el materialismo, en la descrianza  infantil, en esa reacción social que es el choteo, etc.; pero sobretodo en tres manifestaciones de la  cubanidad: en el arte, en la religión y en el tono de la emotividad colectiva.
 advenimiento de la independencia patria; su influencia cultural puede ser  advertida en los alimentos, en la cocina, en el vocabulario, en la verbosidad,  en la oratoria, en la amorosidad, en el materialismo, en la descrianza  infantil, en esa reacción social que es el choteo, etc.; pero sobretodo en tres manifestaciones de la  cubanidad: en el arte, en la religión y en el tono de la emotividad colectiva.
           En el  arte, la música le pertenece. El extraordinario vigor y la cautivadora  originalidad de la música cubana es creación mulata. Toda la música original,  de belleza regalada por la América al otro mundo, es música blanquinegra. El  mismo Conde de Gobineau, pontífice de los racismos, dio a las razas negroides  la soberanía estética. No nacieron en Cuba los spirituals del Norte  (negros cantando su dolor y su esperanza como en los salmos cristianos de los  protestantes anglosajones) ni tampoco el jazz (música danzaria de negros  ajustados a los ritmos de la mecánica de aquellos blancos musicalmente  incultos); pero poseemos una gloria de tangos, habaneras, danzones, sones y rumbas, amén de otros bailes  mestizos que desde el siglo XVI salían de La Habana con las flotas para  esparcirse por ultramar. Hoy baila música afro-cubana, es decir, mulata de  Cuba, el mundo entero; y en los cabarets ricos y pobres de las noches neoyorquinas, el arrollao de  la conga criolla arrastra las muchedumbres en gozo anestesiante de sus  angustias neuróticas.
           En la  religión, el negro, desconfiado de la clerecía dominadora y colonial que lo mantuvo y  explotó en la esclavitud, fue  comparando sus mitos con los de los blancos y creando  así en la gran masa de nuestro bajo pueblo un sincretismo de equivalencias tan  lúcido y elocuente que vale a veces lo que una filosofía crítica y le abre paso  más desembarazado hacia formas más superiores y libres de concebir y tratar lo  sobrenatural. O pasa al agnosticismo o al protestantismo presbiteriano,  metodista, o bautista; o, sugestionado por el misterio insoluto de la posesión  enajenante, entra en las creencias experimentales y éticas de la metempsícosis,  del espiritismo medianímico y reencarnacionista, y del Karma sancional y perfectivo de la teosofía, sin jerarquías  autoritarias y anubladoras de su discernir. Y este impulso evolucionario de la  transformación religiosa del negro influye mucho en la actitud del blanco  humilde, también con sobra de supersticiones pero cada vez más capaz de una  libre superación. La cultura propia del negro y su alma, siempre en crisis de  transición, penetran en la cubanidad por el mestizaje de carnes y de culturas,  embebiéndola de esa emotividad jugosa, sensual, retozona, tolerante,  acomodaticia y decidora que es su gracia, su hechizo y su más potente fuerza de  resistencia para sobrevivir en el constante hervor de sinsabores que ha sido la  historia de este país. En esa poliétnica masa humana de gentes desarraigadas de  sus tierras y nunca bien resembradas en Cuba, los apremios económicos y las  circunstancias territoriales, agrarias, mercantiles y bélicas fueron dando arraigo a los núcleos humanos de  Cuba pero sin lograr su integración normal, creándose así curiosas  peculiaridades cubanas. La ganadería traída por los españoles fue aquí  extensiva, pero sin la trashumancia de la mesta castellana y hecha en cabañas y  hatos corraleros, circulares y sin cercados, propicia al abigeato. La producción  agro-industrial del azúcar creó las plantaciones latifundarias con absolutismo  de señorío y esclavitud. Y la esclavitud fue aquí, como en todas partes,  corrompida y corruptora, envileciendo los esclavos y los amos, a negros y a  blancos por igual. El tabaco, en cambio, creó la vega hortelana con campesinos  blancos y economía familiar, pero, clase media escasa y humilde, sin defensa ni  poderío.
comparando sus mitos con los de los blancos y creando  así en la gran masa de nuestro bajo pueblo un sincretismo de equivalencias tan  lúcido y elocuente que vale a veces lo que una filosofía crítica y le abre paso  más desembarazado hacia formas más superiores y libres de concebir y tratar lo  sobrenatural. O pasa al agnosticismo o al protestantismo presbiteriano,  metodista, o bautista; o, sugestionado por el misterio insoluto de la posesión  enajenante, entra en las creencias experimentales y éticas de la metempsícosis,  del espiritismo medianímico y reencarnacionista, y del Karma sancional y perfectivo de la teosofía, sin jerarquías  autoritarias y anubladoras de su discernir. Y este impulso evolucionario de la  transformación religiosa del negro influye mucho en la actitud del blanco  humilde, también con sobra de supersticiones pero cada vez más capaz de una  libre superación. La cultura propia del negro y su alma, siempre en crisis de  transición, penetran en la cubanidad por el mestizaje de carnes y de culturas,  embebiéndola de esa emotividad jugosa, sensual, retozona, tolerante,  acomodaticia y decidora que es su gracia, su hechizo y su más potente fuerza de  resistencia para sobrevivir en el constante hervor de sinsabores que ha sido la  historia de este país. En esa poliétnica masa humana de gentes desarraigadas de  sus tierras y nunca bien resembradas en Cuba, los apremios económicos y las  circunstancias territoriales, agrarias, mercantiles y bélicas fueron dando arraigo a los núcleos humanos de  Cuba pero sin lograr su integración normal, creándose así curiosas  peculiaridades cubanas. La ganadería traída por los españoles fue aquí  extensiva, pero sin la trashumancia de la mesta castellana y hecha en cabañas y  hatos corraleros, circulares y sin cercados, propicia al abigeato. La producción  agro-industrial del azúcar creó las plantaciones latifundarias con absolutismo  de señorío y esclavitud. Y la esclavitud fue aquí, como en todas partes,  corrompida y corruptora, envileciendo los esclavos y los amos, a negros y a  blancos por igual. El tabaco, en cambio, creó la vega hortelana con campesinos  blancos y economía familiar, pero, clase media escasa y humilde, sin defensa ni  poderío.
           El  comercio, trasatlántico y coartado por la metrópoli desde su origen, nos creó  el comensalismo filibustero, por el cual nos vistieron abundancias,  comodidades, intercambios, transigencias y contactos con los herejes y las  civilizaciones progresistas; pero también nos obligaron al contrabando  consuetudinario, casi siempre consentido y a menudo coparticipado por las  autoridades, que por eso siempre fueron vistas como intrusas, pasadizas,  opresoras y corrompidas. Y los contrabandos habituales nos deformaron la vida colectiva,  forzándola a un constante recubrimiento convencional de hipocresía, al hábito  de la ilegitimidad impune y a la cínica indiferencia cívica, sin sanciones de  castigo ni de mérito. Las leyes aquí no fueron leyes. Los gobernadores ponían  las pragmáticas reales solemnemente sobre sus cabezas y decían con reverencia  que las acataban pero que no las cumplían. Las Leyes de Indias solían ser letra  muerta, y mortecina fue  la de las encíclicas, sínodos, pastorales, sermones y catecismos. Las constituciones liberales promulgadas en España  fueron impedidas en Cuba por la rebeldía de los peninsulares y hasta con la  connivencia de la suprema autoridad. Los capitanes generales de Cuba fueron  varias veces destituídos o muertos con veneno por sus mismos paisanos, tan  “patriotas” intransigentes como intransigentes privilegiados, cuando temían la  mengua de sus provechos.
 por las  autoridades, que por eso siempre fueron vistas como intrusas, pasadizas,  opresoras y corrompidas. Y los contrabandos habituales nos deformaron la vida colectiva,  forzándola a un constante recubrimiento convencional de hipocresía, al hábito  de la ilegitimidad impune y a la cínica indiferencia cívica, sin sanciones de  castigo ni de mérito. Las leyes aquí no fueron leyes. Los gobernadores ponían  las pragmáticas reales solemnemente sobre sus cabezas y decían con reverencia  que las acataban pero que no las cumplían. Las Leyes de Indias solían ser letra  muerta, y mortecina fue  la de las encíclicas, sínodos, pastorales, sermones y catecismos. Las constituciones liberales promulgadas en España  fueron impedidas en Cuba por la rebeldía de los peninsulares y hasta con la  connivencia de la suprema autoridad. Los capitanes generales de Cuba fueron  varias veces destituídos o muertos con veneno por sus mismos paisanos, tan  “patriotas” intransigentes como intransigentes privilegiados, cuando temían la  mengua de sus provechos.
           Los  batallones de “voluntarios” fueron el ejército de los mercaderes, más armados y  combativos contra las mismas autoridades militares de su España, cuando éstas  querían reprimir sus monopolios yabusos,  que contra los cubanos quejosos de las justicias. Siglos enteros duró ese  régimen de vida transitiva, cruel, doble ya contra-ley. Las otras culturas que fueron entrando en Cuba no lo  cambiaron durante mucho tiempo y con frecuencia fueron sus copartícipes y  beneficiarias.
           Pocos  lustros después de la conquista y poblamiento  de Cuba por los mediterráneos, ya la visitan y sacuden las franceses y luego  los ingleses y los holandeses, con sus corsos y saqueos y sus tráficos  comerciales. Ya es la cultura blanca de la Europa ultrapirenaica. A aquéllos se  debió el régimen internacional del comercio intérlope sostenido por una  sorprendente estructura de bucaneros, filibusteros y pechelingues, superpuesta a la armazón oficial  española; y todos aquí hicieron contrabando, los gobernadores, los obispos, los  hacendados, los mercaderes, los letrados y los plebeyos; contrabando de  corambres, de azúcares, de tabacos, de tejidos, de joyas, de lujos, de  esclavos, de armas y de libros. Sin el régimen comercial filibustero, más  organizado y poderoso que el gubernativo, no puede ser explicada la historia de  Cuba,  toda ella contrabandeada. Los ingleses en 1762 conquistan La Habana,  abren el puerto y muestran las ventajas del comercio libre, que tendrá que ir  concediendo España. Muchos oficiales de los 
      que tomaron la Habana pronto lo fueron también de las tropas separatistas de Jorge  Washington. Las colonias angloamericanas fueron Estados Unidos de América y  desde entonces el mundo anglosajón ha venido influyendo extaordinariamente en  nosotros por razón de su proximidad, por sus instituciones democráticas, por su  libertad religiosa, por su maravilloso progresismo técnico y por el peso grave  de su imperial economía. A esa cultura angloamericana debemos a lo largo del  siglo XIX la máquina de vapor, que   transformó la producción azucarera. En Cuba tuvimos ferrocarriles antes  que España y otras naciones de Europa. La máquina de vapor nos trajo el gran  capitalismo industrial, cuando todavía el régimen del trabajo era la  esclavitud. ¡Esclavos, máquinas, tierra virgen y capitales! ¡Todo en grande y a  una, todo actuando en conjunto! Fue la opulencia más sibarítica, unida a la  miseria más abyecta.
toda ella contrabandeada. Los ingleses en 1762 conquistan La Habana,  abren el puerto y muestran las ventajas del comercio libre, que tendrá que ir  concediendo España. Muchos oficiales de los 
      que tomaron la Habana pronto lo fueron también de las tropas separatistas de Jorge  Washington. Las colonias angloamericanas fueron Estados Unidos de América y  desde entonces el mundo anglosajón ha venido influyendo extaordinariamente en  nosotros por razón de su proximidad, por sus instituciones democráticas, por su  libertad religiosa, por su maravilloso progresismo técnico y por el peso grave  de su imperial economía. A esa cultura angloamericana debemos a lo largo del  siglo XIX la máquina de vapor, que   transformó la producción azucarera. En Cuba tuvimos ferrocarriles antes  que España y otras naciones de Europa. La máquina de vapor nos trajo el gran  capitalismo industrial, cuando todavía el régimen del trabajo era la  esclavitud. ¡Esclavos, máquinas, tierra virgen y capitales! ¡Todo en grande y a  una, todo actuando en conjunto! Fue la opulencia más sibarítica, unida a la  miseria más abyecta.
           A la  misma civilización anglosajona debemos la pronta e intensa movilización de  nuestras riquezas naturales, el consiguiente incremento rapidísimo de la  población, que en treinta años se triplica, y la afortunada mundialización de  muchas costumbres nuestras que una generación atrás eran míseramente provincianas.  La vecindad de esta poderosa cultura es uno de los más activos factores de la  cultura nuestra; positivos o negativos, pero innegables. No nos ciegue el  resquemor que en nosotros ha sido latente por sus invariables egoísmos, por sus  frecuentes torpezas, a veces por sus maldades y a menudo por sus desprecios. No  es un problema de gratitud, sino de objetividad. Según el péndulo de nuestra  historia, el cubano se aleja o se acerca emotivamente al gran foco vecino.  Ahora está otra vez candente el contacto con el norteamericano. Hay quien por  la mañana es anexionista y por la tarde abomina del Tío, según suba o baje la  cotización del azúcar, que es termómetro del patriotismo para los espíritus en  almíbar. Sabemos del vecindaje su historia, sus hábitos, sus petulancias, sus  prepotencias, mi sequedad fría y desdeñosa, su absorbente imperialismo... Sabemos  que esa poderosísima
 nosotros ha sido latente por sus invariables egoísmos, por sus  frecuentes torpezas, a veces por sus maldades y a menudo por sus desprecios. No  es un problema de gratitud, sino de objetividad. Según el péndulo de nuestra  historia, el cubano se aleja o se acerca emotivamente al gran foco vecino.  Ahora está otra vez candente el contacto con el norteamericano. Hay quien por  la mañana es anexionista y por la tarde abomina del Tío, según suba o baje la  cotización del azúcar, que es termómetro del patriotismo para los espíritus en  almíbar. Sabemos del vecindaje su historia, sus hábitos, sus petulancias, sus  prepotencias, mi sequedad fría y desdeñosa, su absorbente imperialismo... Sabemos  que esa poderosísima  industria sacarífera, que nos domina y es dominada por el  anónimo extranjero, a pesar de haber ganado en una sola zafra unas utilidades  mayores que el valor de todo el capital invertido en ella, no ha regalado a  Cuba ni una modesta fundación benéfica o educativa que testimoniase al pueblo  cubano la realidad de algún don espiritual del industrial forastero que se  llevó nuestra dulzura. Pese a todo, de ese poderosísimo Niágara de fuerzas que  es la civilización norteamericana nos llegan corrientes que nos arrastran pero  que nos elevan a la espuma, corrientes que nos llevan lejos, en zozobras, pero  sin hundirnos. ¿Será verdad que Cuba es una isla de corcho? ¿Acaso lo que en  nosotros perdura de los antepasados desnudos nos capacita para sortear los  oleajes, saltos, remolinos, escollos, recodos, rápidos y fangales de nuestra  historia? El porvenir estará en aprovechar la corriente pero sin sumergirse en  ella.
industria sacarífera, que nos domina y es dominada por el  anónimo extranjero, a pesar de haber ganado en una sola zafra unas utilidades  mayores que el valor de todo el capital invertido en ella, no ha regalado a  Cuba ni una modesta fundación benéfica o educativa que testimoniase al pueblo  cubano la realidad de algún don espiritual del industrial forastero que se  llevó nuestra dulzura. Pese a todo, de ese poderosísimo Niágara de fuerzas que  es la civilización norteamericana nos llegan corrientes que nos arrastran pero  que nos elevan a la espuma, corrientes que nos llevan lejos, en zozobras, pero  sin hundirnos. ¿Será verdad que Cuba es una isla de corcho? ¿Acaso lo que en  nosotros perdura de los antepasados desnudos nos capacita para sortear los  oleajes, saltos, remolinos, escollos, recodos, rápidos y fangales de nuestra  historia? El porvenir estará en aprovechar la corriente pero sin sumergirse en  ella.
           Pocos  años después que los anglosajones, entraron en Cuba los franceses, expulsados  de Haití, mudados de la Luisiana. Crean cafetales de más riqueza que los  ingenios, crean comercios con su metrópoli; en nuestro Oriente crean un foco de  cultura refinada que da envidias a La Habana. Pero un obispo de Cuba predica su  exterminio y expulsión, como ahora se hace contra los judíos, y se les  persigue, destierra y confisca. Mas ellos vuelven, pasados el vendaval  napoleónico y la  reacción absolutista, y reconstruyen arruinadas haciendas, hacen nuevos  ingenios, fundan ciudades en bahías desiertas y nos traen la Marsellesa, el  romanticismo, las elegantes modas y las exquisitices de la cultura de Francia.  Todo lo que en Cuba brillaba por culto o por bello quería ser francés.  Literatos y pensadores se afrancesan y triunfan en las cortes de París las  bellas damas cubanas; la Merlin, la Fernandina...; aún hoy día llora sobre las  ruinas en la afrancesada aristocracia de Polonia una anciana que fue bella princesa  y es de Camagüey.
           En el  siglo XIX las Américas española y portuguesa  se acercan espiritualmente a Francia y a Italia de donde nos llegan las  vibraciones liberales que España nos negó. Nuestra América gusta por eso de ser  América Latina.
           Aún  debiera hablarse de otras culturas, de los aportes del judío, del chino, del  germano...
           Judíos  y judaizantes los tenemos desde el descubrimiento. El judío está presente al  descubrirse en Cuba el tabaco y en su desarrollo comercial; al fundarse la  industria azucarera en las Antillas y a lo largo de su complicada historia. Y sangre judaica, si existe  una sangre tal, ha fluído y fluye en la historia de Cuba en gotas o a raudales,  desde las arterias de ambos Reyes Católicos, hasta las de patriotas  libertadores, presidentes de la República, generales, magnates, hacendados,  letrados, médicos y mercaderes, desde regatones a banqueros, sin excluir a prelados  y familiares de la Santa Inquisición. Dada la milenaria mixtura ibérica ¿habrá  algún hijo de España seguro de no tener en su corazón algunos glóbulos de la  sangre judaica que tuvo Cristo? La cultura judía ha solido estar siempre escondidiza  entre la de otros grupos, para evitar ser perseguida. Si nos llegó con los  españoles de todas las regiones, tanto o más se infiltró en Cuba su capa de  portugueses, de flamencos, de italianos, de británicos, de franceses, hasta de  alemanes y luego de norteamericanos y polacos. Ellos debieron contribuir  bastante a la internacionalidad mercantil de la Habana, al monetarismo de  ciertos sectores de Cuba, a la sensibilidad musical de su pueblo, a cierta  tonalidad idealista y mesiánica de su patriotismo...
           Los  asiáticos, entrados a millares desde mediados del siglo último, han penetrado  menos en la cubanidad; pero, aunque reciente, no es nula su huella. Se les  imputa la pasión del juego; pero ya era nota de cubanidad antes de que entraran  los chinos. Acaso han propagado alguna costumbre exótica, pero escasamente. Más  de una vez se advirtió como extraordinaria en estas últimas décadas cierta tendencia  a la minucia y finura del detalle y a la frialdad ejecutiva en varios políticos  encumbrados, profesionales del saber y poetas laureados, caracterizados además  por alguna ascendencia amarilla. Pero de todos modos, el influjo asiático no es  notable fuera del caso individual.
 reciente, no es nula su huella. Se les  imputa la pasión del juego; pero ya era nota de cubanidad antes de que entraran  los chinos. Acaso han propagado alguna costumbre exótica, pero escasamente. Más  de una vez se advirtió como extraordinaria en estas últimas décadas cierta tendencia  a la minucia y finura del detalle y a la frialdad ejecutiva en varios políticos  encumbrados, profesionales del saber y poetas laureados, caracterizados además  por alguna ascendencia amarilla. Pero de todos modos, el influjo asiático no es  notable fuera del caso individual.
           Pero  si de todas esas culturas ha recibido efluvios la cubanidad, ¿en cuáles se  alquitaró más la cubanía? Como  ocurre en el ajiaco, lo sintético y nuevo está en el fondo, en las substancias  ya descompuestas, precipitadas, revueltas, fundidas y asimiladas en un jugo  común; caldo y mixtura de gentes, culturas y razas.
           Los  negros debieron sentir, no con más intensidad pero quizás más pronto que los  blancos, la emoción y la  conciencia de la cubanía. Fueron muy raros los casos de retorno de negros al África.  El negro africano tuvo que perder muy pronto la esperanza de volver a sus lares  y en su nostalgia no pudo pensar en una repatriación, como retiro al acabar la  vida. El negro criollo jamás pensó en ser sino cubano. El blanco poblador, en  cambio, aún antes de arribar a Cuba ya pensaba en su regreso. Si vino, fue para  regresar rico y quizás ennoblecido por gracia real. El mismo blanco criollo  tenía por sus padres y familiares conexiones con la Península y se sintió por  mucho tiempo ligado a ellos como un español insular. Nativos blancos de Cuba  fueron en ultramar generales, almirantes, obispos y potentados... y hasta hubo catedráticos habaneros  en la Universidad de Salamanca. Nada de eso pudo lograr ni apetecer el criollo  negro, ni siquiera el  mulato, salvo los pocos casos de hijos pardos de nobles  blancos, que obtuvieron
mulato, salvo los pocos casos de hijos pardos de nobles  blancos, que obtuvieron privilegio de pase transracial y real cédula de  blancura. En la capa baja de los blancos desheredados y sin privilegio, también  debió chispear la cubanía. La cubanía, que es conciencia, voluntad y raíz de  patria, surgió primero entre las gentes aquí nacidas y crecidas, sin retorno ni  retiro, con el alma arraigada en la tierra. La cubanía fue brotada desde abajo  y no llovida desde arriba. Hubo que llegar al ocaso del siglo XVIII y al otro del XIX, para que  los requerimientos económicos de esta sociedad, ansiosa del intercambio libre  con los demás pueblos, hicieran que la clase hacendada adquiriera conciencia de  sus discrepancias geográficas, económicas y sociales con la Península yoyera con agrado, aún  entonces pecaminoso, las tentaciones de patria, libertad y democracia que nos  venían de Norteamérica independiente y de Francia revolucionaria.
 privilegio de pase transracial y real cédula de  blancura. En la capa baja de los blancos desheredados y sin privilegio, también  debió chispear la cubanía. La cubanía, que es conciencia, voluntad y raíz de  patria, surgió primero entre las gentes aquí nacidas y crecidas, sin retorno ni  retiro, con el alma arraigada en la tierra. La cubanía fue brotada desde abajo  y no llovida desde arriba. Hubo que llegar al ocaso del siglo XVIII y al otro del XIX, para que  los requerimientos económicos de esta sociedad, ansiosa del intercambio libre  con los demás pueblos, hicieran que la clase hacendada adquiriera conciencia de  sus discrepancias geográficas, económicas y sociales con la Península yoyera con agrado, aún  entonces pecaminoso, las tentaciones de patria, libertad y democracia que nos  venían de Norteamérica independiente y de Francia revolucionaria.
           Un  siglo de conmociones qué uniendo, fundiendo y refundiendo en una común  conciencia cubana a elementos heterogéneos. Pero la nación no está hecha, ni su  masa está integrada. Todavía hoy, sin cesar, siguen llegando corrientes  exógenas, blancas, negras y amarillas,  de inmigrantes, de intereses y de  ideas, a rebullir y disolverse en el caldo de Cuba y a diferir la consolidación  de una definitiva y básica  homogeneidad nacional.
           El  estudio de los factores humanos de la cubanidad es hoy de más  trascendencia que nunca para todos nosotros. Perdonadme lo esquemático yelemental de estos apuntes.  Es a vosotros, jóvenes estudiantes cubanos, de cubanidad y cubanía, a quienes  corresponderá agotar la investigación, la experiencia, el juicio y hasta la  práctica. No desmayeis en su estudio. En ello os va la vida.
*Conferencia a los estudiantes de la fraternidad “Iota-Eta,” en la Universidad de La Habana, el día 28 de noviembre de 1939.
Tomado de: Revista Bimestre Cubana, vol. V, XLV, no. 2, 1940: 161-86.
 
  