Nueve nuevos textos inéditos de José Martí

Jorge Camacho, Universidad de Carolina del Sur, Columbia

 

     Recientemente publiqué un libro con 11 crónicas inéditas de José Martí. Estas crónicas habían aparecido originalmente en El Economista Americano, una revista neoyorquina que Martí editó durante 3 años y donde escribía sobre temas económicos, sociales y culturales.
     A pesar del tiempo que Martí publicó esta revista solamente ha sobrevivido un solo ejemplar de ella que hoy día se conserva en la Biblioteca Nacional de Cuba. Dado entonces la imposibilidad de encontrar la mayoría de los artículos que Martí escribió para este mensuario nos dedicamos a buscar en otras revistas que habían reimpreso sus artículos para ver si encontrábamos otros. Se sabía, por ejemplo, que La Estrella de Panamá había reimpreso dos de ellos, uno dedicado a Honduras y el otro a un libro de Rafael María Merchán (1844–1905). Nosotros tuvimos la suerte de encontrar entonces una docena que publicamos en “Las toman donde las hallan! Once textos inéditos de Martí (2015).
     En este ensayo me interesa retomar este tema y agregar a estos once textos, otros 9 que se publicaron en otras revistas de Colombia y México. Me refiero a El Centro de Bogotá, y La Patria, el Diario del Hogar, la Juventud literaria y el Periódico Oficial del Estado de Coahuila en México. Los temas de estos artículos son diversos. Un fragmento de ellos se refiere a Andrés Bello, otros sueltos se refieren a cuestiones de economía mexicana, y los más interesantes son una crónica sobre la tumba de Helen Hunt Jackson y otro sobre el terremoto de Charleston. Todos fueron tomados de El Economista Americano, y con la excepción del fragmento que aparece en El Centro, ninguno lleva su firma. La razón es que en el siglo XIX bastaba con que el periódico dijera la fuente de donde había tomado la “gacetilla” o el “suelto”. No obstante, como Martí era el editor y el único que escribía para esta revista debemos concluir que todos los artículos que aparecieron en ella son de su pluma.
     El primero de estos textos que he mencionado apareció en la revista El Centro, del poeta colombiano Rafael Pombo, de quien Martí escribió un elogioso ensayo. El 22 de marzo de 1888, Pombo escribió un artículo en su revista titulado “D. Andrés bello PLAGIARIO” en que hace mención y reproduce un párrafo de una crónica desconocida de Martí. Vale reproducir parte de este artículo para ver como Pombo cita lo que dice el cubano y agrega un comentario. Dice:

Al crítico antioqueño que descubrió que una ilustre paisana suya plagió a Bello solo porque trató de frutas usando la voz despliega, le pedimos que tome nota del siguiente suelto de D. José Martí que hallamos en el número 1 del Economista Americano, de Nueva York, enero de 1888.

“Tal vez conoció Bello la Oda a la vegetación de Reinoso… y mucho debió de leer, mucho antes de escribir su Zona tórrida, la Égloga de Pedro Soto de Rojas, Marcelo y Fenixardo, sobre todo en la descripción de las frutas que ofrece a Fenisa. Cendra y Almendra; Troj, Pámpano, Racimos y Opimos; Bermeja, panales.”

A lo que (un asunto y una palabra bastan) puede añadirse el romance de Bances Cándamo, Después que por largos días, cuando habla del reloj de la vecina torre que le dio el pregón de la mañana a destiempo. (39-40)

A continuación Pombo reproduce unos versos de Andrés Bello y otros tres textos donde se repiten palabras pero en los que realmente no puede verse la huella del otro escritor, y mucho menos pueden catalogarse de plagio. En realidad todo el “suelto” de Pombo es un comentario satírico sobre el plagio, que él ve como una imputación que al menos de forma velada le hace Martí al escritor venezolano y aprovecha para hacérsela a otro crítico antioqueño que pensaba que una “ilustre paisana suya” lo había plagiado (39).  Por eso, termina argumentando que “para evitar que cada palabra sea plagio, según el código de C.V, habrá que hacer versos pronto en volapúk y romper luego la nueva lengua” (40). En tal caso, el suelto de Martí en el Economista sirve de pretexto para criticar al otro crítico aunque lamentablemente ese texto no lo tenemos en su totalidad. No aparece entre los artículos de Martí que han llegado hasta nosotros. Lo que sí nos queda son dos apuntes de Martí que hablan justamente de lo que tuvo que leer Andrés Bello antes de escribir su famoso poema. Ambos aparecen en su cuaderno de apuntes número 7, y los críticos de Martí que prepararon la edición de la “Editorial Nacional de Cuba” consideran que lo escribió alrededor de 1881 (OC XXI, 193). El primero de estos apuntes dice: “Tal vez conoció Bello la Oda a la Vegetación de Reinoso: Este heredero de Rioja, que con Lista, volvió a la excelsitud de antaño la decaída escuela sevillana” (OC XXI, 225). El segundo, más largo, es casi idéntico al fragmento del artículo del Economista que cita El Centro.

Mucho debió leer Bello,--mucho, antes de escribir su Zona Tórrida, la Egloga de Pedro Soto de Rojas, Marcelo y Fenixardo.--Sobre todo, en la descripción de las frutas que ofrece a Fenisa.--Cendra y Almendra. Troj. Pámpano.--panales.-Racimos: opimos.--Bermeja. Párnaso Español. Tomo IV.-Pág. 296. (OC XXI, 227)

De esto se desprende que Martí debió utilizar estas ideas para escribir algún suelto sobre Andrés Bello en la revista. Tal vez incluso, haya añadido en este artículo otra nota que aparece en el cuaderno de apuntes número 10 que los mismos editores de esta edición de las Obras completas de Martí datan de 1882: “Aunque de genio; desembarazado y puro, de Bello en su Égloga imitación de Virgilio, ensayo en rima clásica” (OC XXI, 271). De nada de esto, sin embargo, podemos estar seguros porque, repito, no tenemos el artículo completo, ni el original que Martí escribió. Llama la atención el hecho, sin embargo, que Martí parece haber estado leyendo la antología de Juan José López de Sedano y Antonio de Sancha, titulada Parnaso español: colección de poesías escogidas de los más celebres poetas castellanos (1778), cuando hizo estas anotaciones, ya que en el volumen y la página que cita en su cuaderno íntimo de apuntes, corresponde con la de esta antología y el lector puede encontrar la égloga de Pedro Soto de Rojas “Marcelo y Fenixardo” que menciona en el fragmento sacado del Economista. Se sabe además por la biografía que escribió Miguel Luis Amunátegui Reyes Vida de Andrés Bello (1882), que éste frecuentaba las tertulias de Luis Ustáriz en Caracas, quien tenía en su colección de libros, y era de los más leídos “el PARNASO ESPAÑOL de Juan López Sedano donde abundan las piezas de este jénero” (60 énfasis en el original). Podemos decir entonces con toda seguridad que otra de las crónicas que Martí escribió para el número de enero de 1888 del Economista era ésta, y los fragmentos que aparecen sobre las posibles influencias de los clásicos españoles en su poesía pertenecen a ese artículo desconocido. Con este dato podríamos replantearnos si estos apuntes pertenecen realmente a los años 1881 y 1882 o si fueron anotados por Martí cerca de 1888 cuando sale a la luz este “suelto”. Agrego que este artículo de Bello trataba de literatura, pero como dice el mismo Martí en otro sitio, El Economista Americano no era una revista literaria porque “nos falta espacio” (“Las toman, 37). Más bien, la mayoría de los artículos parecen girar alrededor de temas económicos. El otro que tampoco está recogido en sus Obras completas, y que damos a conocer aquí, trata justamente de este tema, y fue reimpreso por tres periódicos mexicanos: El Siglo XIX, La Voz de México y el Diario del Hogar. El primero y el último lo hicieron el 2 de marzo de 1886, y provocó una reacción de La Voz de México, que escribió un editorial refiriéndose a esta nota el 4 de marzo de 1886. La crónica se titula “La plata mexicana”, y como la mayoría de las que publicó en El Economista, es breve, y trata de asuntos de economía. En esta nota Martí habla de la devaluación de la moneda de México en los Estados Unidos y da su propio consejo de qué deberían hacer los mexicanos. Dice la nota según aparece en la revista Diario del Hogar del 2 de marzo de 1886.

La plata mexicana.

Dice El Economista Americano, que la Secretaria de Hacienda de los Estados Unidos fijó el valor de los pesos mexicanos en $0.816 en vez de $0.864 que valían en 1885.
El precio medio de la plata en barras bajó en los últimos tres meses, de 1885 seis centavos por onza fina comparado con el que tenía en igual periodo de 1884.
Los americanos por una combinación de aquellas que tienen siempre a depreciar toda mercancía que no sea suya quieren depreciar el valor que siempre ha tenido nuestra plata y sería bueno que nosotros en revancha no la cambiáramos por sus mercancías, que valen mucho menos y que en el mercado son propuestas por agentes de casas de los Estados Unidos. (3)

Hasta aquí el suelto publicado por el Diario del Hogar de México, una revista que Martí conocía bien, y a propósito de la cual le escribió una carta al poeta mexicano Juan de Dios Peza el 1 de octubre de 1885 para que le consiguiera trabajo en ella a su amiga Piedad Zenea, la hija del poeta cubano Juan Clemente Zenea. En esta carta, Martí le pide a Peza que le sirva de enlace con la revista para conseguirle “acaso un puesto de corresponsal en Nueva York sobre cosas interesantes a las damas –modas, divertimientos sociales, novedades de teatro, reseñas de drama, extractos de novelas nuevas” (OC XX, 311). No tenemos la respuesta de esta carta, ni la confirmación del pedido pero un año después, en 1886, se publican en El Diario del Hogar unas cartas de su “corresponsal en Nueva York” firmadas con el nombre de “Charo”, un posible seudónimo, que a pesar de remitir a un nombre de mujer se identifican con un hombre y siguen el modelo que Martí propuso. Ese mismo año, el 26 de marzo de 1886,  aparecen otros 4 sueltos del Economista Americano en el Diario del Hogar. 4 sueltos que también son desconocidos y publicamos aquí por primera vez. El primero titulado “Ciudad india”, que es el más extenso de todos y trata de un tema muy familiar a Martí: el tema del arqueólogo norteamericano Le Plongean, y su esposa que habían descubierto unas ruinas mayas de las que Martí habló en varios lugares de su obra. Los otros textos son más breves. El segundo se titula “ferrocarriles,” el tercero “Ixtle” y el cuarto “en Washington”. Reproducimos estos cuatro textos al final. Ahora me interesa regresar a la noticia sobre “La plata mexicana” que publicó el mismo diario ese mes.
     El día que apareció esta noticia en el Diario del Hogar, la revista El Siglo XIX la reimprimió, y La Voz de México hizo lo mismo en un editorial que salió en primera plana el 4 de marzo de 1886. En el editorial La Voz de México  reproduce la noticia pero cree que el segundo párrafo, que aparece en la nota de Martí y que comienza con la frase “los americanos…”, era de su colega El Siglo XIX. Por eso afirma:

Bueno sería, colega, mejor que eso [“que nosotros en revancha no la cambiáramos”] no haber concedido a un pueblo mercader y venal como el yankee, tantas franquicias como las que disfruta, gracias al poco interés por el bien patrio, de que han dado prueba los liberales en sus contratos y relaciones con el coloso del Norte.

En cambio de mercancías de mala calidad y de peor fabricación, en cambio de muebles y útiles de gusto cursi, toscos y que se destruyen al poco tiempo de usados; en cambio de artículos que introducen de contrabando defraudando al fisco lo que legítimamente le corresponde, se llevan nuestra plata depreciándola inmerecidamente, pero llenando con ella las arcas de su codicia y ambición. (1)

Estos dos párrafos del artículo, por tanto, son elocuentes de la forma en que se dirige La Voz de México a los “liberales,” al “colega del Siglo XIX” y a los “yankees” que habían devaluado la moneda mexicana y llenaban el país de objetos inservibles. Como colofón, agrega, que desde hacía mucho tiempo ellos venían alertando al país de “los males que ahora lamenta El Siglo,” pero estas críticas las habían tachado de “temores infundados” e “ideas oscurantistas,” y ahora no creía que los gobernantes mexicanos se inspiraran en un “verdadero patriotismo” no haciendo más que “humillarse y degradarse ante las plantas del gobierno yankee” (1). Ese mismo día el diario El Siglo XIX le respondió a La Voz de México, aclarándole que el comentario al que hacía referencia no lo había escrito ninguno de sus corresponsales, sino que pertenecía al mismo artículo de El Economista Americano que ellos habían reproducido, a lo que contestó más tarde La Voz de México, en otra nota, que al no haber publicado entre comillas este párrafo, ellos habían pensado que el comentario pertenecía al mismo periódico. La nota de rectificación que hizo pública el Siglo XIX el 5 de marzo de 1886 decía:

“La Voz de México” Este apreciable colega publica en su número de hoy un artículo editorial donde se propone refutar el contenido de un párrafo de gacetilla que apareció en nuestro periódico el último día 2, acerca de la depreciación de los pesos mexicanos en Los Estados Unidos. Como lo expresamos entonces, ese párrafo pertenece al Economista Americano. La Voz no se fijó sin duda en esa circunstancia, y lo impugna como propio de El Siglo XIX. Hacemos esta aclaración por ser justa y conforme a la verdad. (3)

Desde el punto de vista político y social esta disputa entre los periódicos a causa del suelto o gacetilla que publicó Martí muestra las tensiones entre los diversos bandos políticos en México durante el régimen de Porfirio Díaz. Como se sabe, durante este periodo aumentaron las inversiones norteamericanas en el país, se incentivó el consumo, el desarrollo industrial y las comunicaciones. Martí quien era un liberal, a pesar de haber tenido que huir de México cuando Porfirio Díaz tomó el poder, es menos severo con los norteamericanos que el articulista de La Voz de México. Su propuesta de “revancha” parecería ser una especie de boicot, a no comprar mercancías norteamericanas al menos mientras durara la devaluación del peso azteca. El articulista de La Voz de México, sin embargo, va mucho más lejos afirmando que desde hacía años ya ellos decían lo mismo, y que la posición del gobierno no solo era antipatriótica sino también humillante. Martí, por mucho que critica a los Estados Unidos en sus crónicas no llega a tanto. De hecho, tiene palabras muy elogiosas para los liberales de Argentina y México en esta época en el mismo periódico del Economista Americano, y alaba el progreso y las élites que dirigían en ese momento ambos países  como ilustra una de las crónicas que reproducimos aquí que habla del ferrocarril en México y que fue reproducida en el Diario del Hogar.  
     Como se ve entonces las ideas de Martí eran con frecuencia comentadas por la prensa de otros países, y los artículos del Economista que hemos encontrado en los diarios mexicanos tratan por lo general de asuntos económicos. Otra crónica que presentamos aquí y fue reimpresa del periódico neoyorquino por La Convención Radical de México, el 10 de julio de 1887, trata también de este tema. Se titula: “Los nuevos aranceles mexicanos” y comienza con unas palabras de presentación de la misma revista que la reproduce. Copiamos ambos textos para que se tenga una idea de la forma en que se presentan y reproducen sus crónicas en estos periódicos.

Leemos en el Economista Americano competente colega en las materias de que trata lo siguiente que apoya las opiniones que hemos venido emitiendo sobre el asunto.

Poco espacio nos queda para aplaudir como lo merece el adelantado espíritu que anima los nuevos aranceles de México. No son, ciertamente, el ideal de quienes que han trabajado en ellos; pero, si se tiene en cuenta la resistencia vigorosa que con simpáticos argumentos oponen a toda rebaja en los aranceles las industrias nativas, vése de una simple ojeada que no ha sido posible conciliar con más tino la consideración merecida por los fabricantes establecidos en el país, que aman su empresa y dan quehacer a una parte pequeña de la población, y la necesidad y justicia de atender a los deseos de la mayoría de la nación, que no quiere más que lo muy natural cuando solicita que su derecho a comprar baratos los artículos de primera necesidad, vengan de adentro o de fuera, no sea sacrificado al empeño, insensato a veces, de los industriales, por mantener con daño general del público, fábricas que solo favorecen un grupo mínimo de habitantes del país.” (4)

Como puede observarse, entonces, al igual que el texto anterior sobre la plata mexicana, este otro trata de asuntos comerciales y fue reproducido por la revista dado el interés que tenía en este tema y la similitud de ideas que expresaba. En este artículo, en particular, Martí se queja al igual que hace en sus cartas privadas del poco espacio que tenía para escribir sobre estos asuntos en la revista neoyorquina. Repite su preocupación con la economía y la política azteca, y muestra lo bien informado que estaba de todos estos asuntos. De hecho, como muestran sus cartas a Mercado, Martí recibía con frecuencia los periódicos que se publicaban en México y es probable que sacara noticias de ellos y las publicara y comentara a su vez en El Economista, ya que tanto el tema de los aranceles como el de la plata se aparecen con frecuencia en la prensa de aquel país. Si consideramos, además, que este texto fue reproducido a principios de julio de 1887 por La Convención Radical, y que El Economista siempre salía tarde, tendríamos que concluir que este artículo proviene seguramente de alguno de los números que publicó antes de esta fecha. Y recuérdese que entre el mes de septiembre de 1886 y agosto 1887, durante casi todo un año, solamente hemos encontrado 3 artículos de la revista.  Este de La Convención vendría a ser el cuarto. Los artículos que publica el Diario del Hogar el 26 de marzo de 1886, que ya hemos mencionado anteriormente, mezclan como veremos, noticias culturales con noticias económicas. Todas aparecieron al mismo tiempo en la misma columna posiblemente y aparece de esta forma en el Diario del Hogar.

Del Economista Americano tomamos lo siguiente:

“Ciudad India” Se anuncia que Nueva York va a poseer una curiosidad interesantísima. El Doctor Le Plongeon se propone levantar, como en una especie de Panorama de relieve, una ciudad antigua Maya en miniatura.

Nadie mejor que el Doctor Le Plongeon podría hacer cosa tan útil y bella: El y su señora Mrs. Alice Le Plongeon, se han hecho famosos por sus exploraciones infatigables y atrevidas en las ciudades antiguas del infortunado y grande imperio de Mayapan; ciudades de palacios, monasterios y observatorios; ciudades de piedra labrada y arquitectura original y elegantísima, que los indios infelices procuran esconder todavía a la mirada de los extranjeros, como si fueran estas ruinas cubiertas de malezas, el último baluarte de su raza dispersa y afligida.

El Doctor y su esposa empezaron por aprender la lengua Maya, supieron inspirar confianza a los indios, y viviendo largas temporadas en medio de ellos, consiguieron hacer descubrimientos valiosísimos en las ruinas. Más de diez años han pasado visitando los restos de las ciudades antiguas de Chichen Itzá, Huxmal y las Islas de la costa yucatecas, que se suponen ricas en restos de los indios Mayas.

Ellos descubrieron la colosal estatua reclinada conocida por Chac-Mool. Ellos han copiado por la fotografía y el dibujo la mayor parte de los jeroglíficos tallados en las piedras y de las hermosas figuras pintadas que adornan los muros interiores de los antiguos palacios de los reyes indios. Ellos han averiguado más sobre la historia de los Mayas que todo lo que las crónicas y alfabetos de Diego de Landa, los viajes de Stephen y las imaginaciones laboriosas de Brasseur de Bourbourg pueden revelarnos. Si el Doctor Le Plongeon llega a realizar su propósito, será cosa de que no quede viajero ilustrado de nuestra América que no venga a ver en Nueva York el resultado de estos excelentes trabajos.”

Ferrocarriles –Continúan adelantando los de México—Pronto estará terminado el ramal del ferrocarril nacional que lleva a la pintoresca población de Pátzcuaro, que es de las más industriosas, bellas e interesantes del interior de la República. –En Yucatán ya se han reunido entre los comerciantes la suma necesaria para comunicar a Valladolid con Mérida: Mérida tiene ya ferrocarril al puerto del Progreso. El ferrocarril de Morelos ha dado este año muchas facilidades para asistir a la afamada feria de Texcoco: la de Cuautla, en el mismo Estado, que cesó poco há, estuvo muy animada. Aquel país crece a los ojos vistos: nosotros lo podemos decir, acá, en El Economista Americano, que tiene en México tantos y tan fieles lectores.

Ixtle, El Cónsul de Nuevo Laredo, en México, dice que el ixtle, la fibra cruda de la lechuguilla, es el artículo principal de exportación  en aquel lugar. Se manda gran cantidad de ella afuera, y su fama crece. Se la usa para cepillos, sacos, esteras, cuerdas, jarcia, corsés, alfombras, telas ordinarias y hamacas. En el país solo hacen de la fibra unos sacos pequeños que llaman marales. Se exporta mucha más fibra desde que hay ferrocarriles, que la conducen a tipos bajos. El ixtle vale, sobre el campo, 2 ½ cat libra. En Nuevo Laredo, 4; en Nueva York de 5 a 6 ½.

En Washington Ha sido de no acabar y de lo más risueño, los comentarios de la sociedad de Washington sobre un miembro de la Legación española que se apareció en un baile que no era de disfraces, con calzón corto, medias de seda, zapatos de hebilla de plata y hebilla de plata en la rodilla. (3)

Otra crónica de este mismo año y que ha permanecido inédita hasta ahora, tiene que ver con el terremoto de Charleston, sobre el cual Martí escribió una larga crónica (dividida luego en dos partes) para el periódico La Nación de Buenos Aires. Esta otra apareció en El Economista y fue reimpresa por el Periódico Oficial del Estado de Coahuila México el 27 de octubre de 1886. Al juzgar por su correspondencia, Martí enviaba números de su revista al periódico de Coahuila y de esta forma es posible que hayan tenido acceso y reproducido la que aparece a continuación:

El terremoto de Charleston

La ciudad de Charleston, famosa en el comercio y en la historia, ha sido sacudida por un funesto terremoto, cuyas causas todavía hace estremecer los pueblos de las cercanías. Eran las nueve y cincuenta y cuatro minutos de la noche del 1º. de Septiembre, cuando oyeron los habitantes de la linda población del Atlántico, un ruido sordo, como de cuerpos pesados que rodasen a lo lejos con violencia: un instante después, ya era de formidable artillería; y cuando las gentes aterradas se abrazaban a los pocos segundos en las calles a donde las había lanzado el pánico, subía hasta los techos el polvo de los escombros: en veinticinco segundos habían perecido sesenta personas, las torres más altas habían venido a tierra, la espira de hierro de la iglesia de St. Phillips bamboleaba, estaban arrancadas de cuajo y retorcidas las verjas de los jardines, muchas casas por tierra, y casi todas las paredes lastimadas o abiertas.
Repuesta apenas la gente del primer terror, volvían a medio vestir a sus casas para salvar a los niños y a los enfermos olvidados o para cubrir la desnudez en que habían sido sorprendidos, cuando a la luz del incendio que brotó súbitamente en cuatro lugares distintos de la población se vieron las más tristes escenas de espanto, causadas por el segundo sacudimiento: los hombre barbados lloraban de rodillas; las mujeres caían desmayadas y agonizaban en olvido: los caballos sacudían de un flanco a otro los carros que los sujetaban; los negros en un verdadero frenesí de horror, golpeaban la tierra e improvisaban tristísimos cantos.
Toda Charleston estuvo viviendo desde aquella noche en las calles y en las plazas, sin hacer más que enterrar a sus muertos, curar sus heridos, apagar sus incendios, temblar de espanto a cada sacudida, abrazarse llorando por haber salido vivos, entonar humildemente los cantos de miedo y alabanza que improvisaban en su demencia religiosa, los negros poseídos de indescriptibles arrebatos. En las casas nadie vivía: las familias enteras dormían en los carros, bajo tiendas de campañas, en albergues levantados al aire libre con listones de madera y ropa de uso. En los alrededores, los pozos se habían secado de repente, otros nuevos habían aparecido, la tierra se había abierto en grietas a que no se hallaba  fondo, y en agujeros que expelían (sic) arena blanca y lodo azuloso: las locomotoras lanzadas de sus carriles, yacían volcadas al lado del camino: los rieles habían quedado retorcidos como las serpientes.
Al fin, a los dos días llegaron recursos a la ciudad de lindo puerto, de las mujeres bellas, de los jardines y girasoles. Con los días fue volviendo la calma. Las mujeres se decidieron a habitar sus casas antes que los hombres. Fue entibiándose el miedo de los blancos y la locura de los negros. Se nombró una Junta de Socorros que diese albergue a los que se habían quedado sin él, y proveyese de pan a los hambrientos. Se reunieron cien mil pesos en dinero entre las Bolsas y teatros de Nueva York. Banqueros y particulares dadivosos han seguido aumentando el fondo creado para aliviar las desgracias de Charleston. Y ya hoy vuelven a verse sentadas en sus pórticos vestidos de enredaderas, las amables familias que han dado fama de culta y hospitalaria a la ciudad del Fuerte Sumter.
Muchas teorías se han publicado sobre la causa probable del terremoto, ya la del fuego central de la tierra, ya la de un levantamiento del fondo del mar en las cercanías, ya la del influjo de agentes admosféricos, (sic) que es la menos probable. Pero como desde hace tiempo se vienen observando que la costa de los Estados centrales del Atlántico resbala continuamente hacia el mar, parece ir venciendo hasta ahora la hipótesis de que la causa de este terremoto ha sido el desprendimiento súbito de la faja blanda de roca fragmentaria de la Costa, la cual, al arrancarse de la masa de roca ígnea de los montes Alleghannies en el interior, se deslizó sobre su lecho de granito, siguiendo su plano inclinado en dirección al mar, y comprimiendo y arrugando, la orilla más baja de la faja desprendida con el peso súbito y enorme de la parte más alta que bajó de las montañas. Otros creen que se debió la sacudida a un pujante esfuerzo de la roca ígnea subterránea por continuar levantando la cordillera Alleghannies.
¡Tan soberbios que somos los hombres, sin ver que no pasa hora sin que cambie de forma y puesto la capa de rocas de la tierra!  (El Economista Americano)(3)

Como puede verse por la fotocopia de la página del periódico, esta crónica fue reproducida en la sección de “miscelánea” y en ella aparecen los mismos temas que Martí desarrolló en su crónica de La Nación: los destrozos de la ciudad y la forma en que reaccionaron los negros y los blancos durante el seísmo. Esta crónica apoya, además, mi tesis de que Martí llamó la atención a las diferencias de comportamientos de ambos grupos, uno tipificado como racional y calmo –el de los blancos—y el otro como irracional, es decir, de “demencia religiosa, [de] los negros poseídos de indescriptibles arrebatos “. Como dije en mi libro, Martí apoya esta dicotomía basándose en los discursos de la raza y la herencia que eran tan populares en el siglo XIX (Miedo negro poder blanco).    

Finalmente, el último artículo que quiero proponer en este ensayo como de la pluma de Martí es el titulado “A la tumba de H. H” y fue publicado por la revista La Juventud Literaria, semanario de ciencias, letras y artes de México, el 9 de octubre de 1887. El artículo trata de la poetisa y escritora norteamericana Helen Hunt Jackson (1830-1885), a la que Martí admiraba mucho y de la cual tradujo la novela Ramona. Martí escribió o hizo mención a Helen Hunt Jackson en numerosas ocasiones, pero no hemos encontrado este texto en ninguno de los tomos publicados de sus Obras completas. Ni en la edición crítica. En sus cartas a Mercado, Martí le habla, repetidas veces, de la traducción que estaba haciendo e incluso le dice que había publicado un suelto en El Economista para ir dándole promoción a la novela en México (OC XX, 117). Martí escribió esta carta el 20 de octubre de 1887, y la nota sobre Helen Hunt Jackson salió en La Juventud Literaria  el 9 de octubre de 1887. Para más confusión este artículo no está atribuido a ninguno de los escritores de la revista mexicana, que contaba entre sus colaboradores con varias figuras de prestigio como Díaz Mirón, Gutiérrez Nájera, G. Urbina e incluso su amigo Manuel Mercado. Para colmo, la misma revista publicó el 26 de febrero de 1888, otra crónica del cubano ya conocida, titulada “un poeta de ochenta años”  que tampoco atribuyen a Martí. El texto sobre Helen Hunt Jackson, Martí debió escribirlo en 1887, dos años después de la muerte de la novelista, y en él la compara con la poetisa Elizabeth Barrett Browning que había muerto en 1861. Dice:

“A la tumba de H. H.”

Este año, como el pasado, tuvo sus pelegrinos la tumba de aquella ardiente poetisa y amiga de los infortunados, Helena Hunt Jackson. Ella era de nuestra América, por aquel fuego suyo para sentir, y aquel oro y azul para pintar, que le ganaron puestos tan notable, entre las mujeres ilustres de su tiempo. Protestante, entendió la hermosura del alma de los misioneros: blanca, se consagró a la defensa de los indios: norteamericana, amo, estudió y cantó a México.
Ya tenía canas cuando por primera vez visitó las tierras ricas que fueron mexicanas; las tierras por donde anduvo descalzo, llamando a voces a los indios gentiles, el Padre Junípero; las tierras donde el rifle asesino del colono europeo ha abatido a aquella noble y enérgica raza, cuya poesía y decoro naturales, nadie ha pintado nunca con tanta justicia como Helen Hunt Jackson, la famosa “H. H” en su “Siglo de Infamia” y en aquella novela que parece un poema, que lo es de veras, que se lee como se estuviese viendo correr un río limpio por entre yerba virgen, oscurecido aquí por la nube que pasa dorado luego por el reflejo del relámpago lúgubre, y después enlodado, enturbiado, ensangrentado, --en el mejor de sus libros, “Ramona.”
Y ella, como el Padre Junípero, cuando por la alegría de su alma al verse cerca de la libertad presintió “que había algo que hacer en otra parte,” no quiso dejar lo mortal suyo en un cementerio de ciudad, sino allí donde había amado a los míseros, donde había padecido y visto padecer, donde había trabajado por los indios infelices, en lo alto de uno de los cerros de los Cheyennes, a cuyo pie recoge aun el salvaje piadoso la bellota con cuyo pan brindaba alegremente a los sacerdotes misioneros, cuando no conocía al blanco!
A aquel cerro han subido este año muchas mujeres, que guardan en el alma los versos de Helen Hunt Jackson, muchos indios que saben que con ella se fue de la tierra su mejor amiga. Para supuesto, (sic) para aquel puesto original y propio de sentidora ardiente y singular colorista, para aquel puesto de noveladora tiernísima y discreta, y de poetisa que en lengua inglesa solo tiene superior en Elizabeth Browing, (sic) no han hallado aun sustituto las letras americanas. (246)

     Como he dicho entonces, este artículo apareció en La Juventud Literaria  el 9 de octubre de 1887 y trata de su muerte. En una de sus cartas a La Nación de Buenos Aires, la del 3 de enero de 1887, Martí escribe de “la admirable mujer, muerta hace años, reposa sobre un cerro de la linda comarca donde vio padecer tanto a sus indios: ¡lo saben ellos, que le tienen la tumba llena de ofrendas y de flores!” (OC, XI, 134). Más aún, en su cuaderno de apuntes número 22, hay un fragmento que habla de la novela, y de Jackson con una referencia igual al título de este suelto: “estilo de H.H” y repite en él, además, la idea del Padre Junípero (OC XXII, 177-78).
     Para resumir y concluir entonces, en este artículo he dado a conocer varios textos inéditos de José Martí  la mayoría de los cuales aparecieron originalmente en El Economista Americano, y que habría que agregar a los que ya publiqué en Las toman donde las hallan!” (2015). El que se refiere a Andrés Bello es el más corto de todos, en realidad un fragmento que seguramente pertenece a una crónica más extensa que no tenemos. Pero este descubrimiento nos indica que en efecto, Martí publicó un artículo sobre este tema que salió en enero de 1888. Los otros dos titulados “La plata mexicana” y “los aranceles de México” muestran el interés del cubano en los asuntos de la economía azteca y la forma en que sus textos eran reproducidos en otros periódicos, muchas veces fragmentados y sin su nombre. A estos 3 textos se suman 4 sueltos que aparecieron en el Diario del Hogar. Estos tienen por título  “Ciudad India,” “El ferrocarril,”  “Ixtle” y “En Washington”. El otro que damos a conocer aquí es otra reflexión sobre el terremoto de Charleston, drama terrible al que Martí hizo referencia en otra crónica famosa. Finalmente, el que trata de Helen Hunt Jackson fue publicado en la revista La Juventud literaria, y no lleva su nombre ni se dice que apareció en el mensuario neoyorquino, pero una lectura del mismo no deja lugar a dudas que lo escribió Martí y lo hizo posiblemente para ayudar en la promoción de la novela que recién había traducido. Tal vez por esta razón se publicó sin su nombre. Todos son textos relativamente breves para la forma de escribir de Martí, y pasan como anónimos en la prensa mexicana. En ese proceso pueden ser atribuidos a otro periódico como ocurrió en la polémica entre El Siglo XIX y La Voz de México. Tres de estos textos tratan de literatura y cultura y los otros 6 de economía. Su reproducción en diversas revistas nos indica que estas los seleccionaban de acuerdo a los intereses editoriales de cada una de ellas. Con toda seguridad no le pagan a Martí por reproducirlos, pero desde nuestra perspectiva, lo importante es que los reprodujeron y que de esta forma han llegado hasta nosotros. Son textos donde se ve la maestría de su estilo y sus ideas políticas sobre “nuestra América,” por eso creo que a pesar de que hoy día han sobrevivido tan pocos de El Economista aún pueden encontrarse otros que Gonzalo de Quesada no incluyó en sus Obras completas. Seguramente el querido discípulo de Martí estaba siguiendo sus instrucciones cuando este le dijo “aun luego […] del Economista podría irse escogiendo el material de los seis volúmenes principales” (OC XX, 476). Y eso fue lo que hizo Gonzalo de Quesada “escoger”, y en ese proceso dejó fuera mucho material que hoy día está perdido.

Obras citadas

Amunátegui Reyes, Miguel Luis. Vida de Andrés Bello. Santiago de Chile, 1882.
Camacho, Jorge. “Las toman donde las hallan!” Once textos inéditos de José Martí. Miami: Alexandria Library, 2015.
___. Miedo negro poder blanco en la Cuba Colonial. Madrid: Iberoamericana, 2015.
“Ciudad India. Se anuncia que Nueva York” Diario del Hogar 26 de marzo de 1886. Pág. 3
“El terremoto de Charleston” Periódico Oficial del Estado de Coahuila 27 de octubre de 1886, Pág. 3
“El ferrocarril” Diario del Hogar 26 de marzo de 1886. Pág. 3
“Ixtle” Diario del Hogar 26 de marzo de 1886. Pág. 3
“En Washington” Diario del Hogar 26 de marzo de 1886. Pág. 3
“De El Economista Americano”. Anuario del Centro de Estudios Martianos  2 (1979): 15-16.
“D. Andrés bello PLAGIARIO” El Centro. 22 de marzo de 1888. Pág 39-40.
“Al vuelo” La Voz de México  31 de agosto de 1886, pág.3
“La plata mexicana” Diario del Hogar del 2 de marzo de 1886. Pag.3
“La plata mexicana” La Voz de México. 4 de marzo de 1886. Pág.1
“‘La Voz de México’ Este apreciable colega” Siglo XIX  5 de marzo de 1886. Pág.3
“Los nuevos aranceles mexicanos” La Convención Radical, el 10 de julio de 1887. Pág.4
Martí, José. Obras Completas. 28 vols. La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1963-75.
Parnaso español: colección de poesías escogidas de los más celebres poetas castellanos. Ed. Juan José López de Sedano; Antonio de Sancha. Madrid: por D. Antonio de Sancha, 1778.
“A la tumba de H. H.” La Juventud literaria tomo 1 número 31, 9 de octubre de 1887. Pág 246.
“Un poeta de ochenta años”  La Juventud literaria Año 1, tomo 2, número 9. 26 de febrero de 1888. Pág. 70.