 
    
La ninfa inconstante: nuevos apuntes sobre la reescritura en Guillermo Cabrera Infante
Omar Granados, University of Wisconsin-La Crosse
Digo que no la conocí y  debo decir que la encontré; en la calle, una tarde, 
      cuando era una despistada  de los suburbios en el centro de La Habana, perdida. 
    Pero para mí fue un  encuentro.
Hay un bolero que toca Peruchín que se llama “Añorado encuentro” y  eso fue lo que fue.
Curiosas las canciones como dictan los recuerdos. (La ninfa inconstante, 20)
 Se habla del recuerdo desvanecido de una mujer,  en este fragmento de La ninfa  inconstante (Galaxia Gutenberg, 2008), la novela que inauguró la serie de  publicaciones póstumas de los manuscritos inéditos de Guillermo Cabrera Infante,  tres años después de la muerte del autor en Londres el 22 de febrero de 2005.(1) La cita nos repasa, sin dudas, los temas cardinales que ocuparon al autor a lo  largo de su vasta obra: la música y los universos nocturnos de la farándula, los  escenarios de una Habana pre-revolucionaria ya perdida desde el exilio; la  sensualidad femenina; y la traviesa predilección de Cabrera Infante por la  invención de la verdad mediante la ficción; ese delirio lúdico por escenificar  autobiografías con un lenguaje experimental— tan universal como “en cubano”—que  se convertiría en sello distintivo de su literatura.  Pero La  ninfa inconstante es, además, un intenso ejercicio de reflexión en torno al  proceso de la creación literaria y a su relación con la memoria, quizás la  mayor de las obsesiones de Cabrera Infante.  Esta es una novela sobre la iteración y la  ficción reciclada, los artilugios claves de Cabrera Infante ante el deseo de concebir  a esa ninfa desobediente que fue su escritura, y de llegar al rincón más  poético de la memoria, más allá de la censura y del exilio.
     Se habla del recuerdo desvanecido de una mujer,  en este fragmento de La ninfa  inconstante (Galaxia Gutenberg, 2008), la novela que inauguró la serie de  publicaciones póstumas de los manuscritos inéditos de Guillermo Cabrera Infante,  tres años después de la muerte del autor en Londres el 22 de febrero de 2005.(1) La cita nos repasa, sin dudas, los temas cardinales que ocuparon al autor a lo  largo de su vasta obra: la música y los universos nocturnos de la farándula, los  escenarios de una Habana pre-revolucionaria ya perdida desde el exilio; la  sensualidad femenina; y la traviesa predilección de Cabrera Infante por la  invención de la verdad mediante la ficción; ese delirio lúdico por escenificar  autobiografías con un lenguaje experimental— tan universal como “en cubano”—que  se convertiría en sello distintivo de su literatura.  Pero La  ninfa inconstante es, además, un intenso ejercicio de reflexión en torno al  proceso de la creación literaria y a su relación con la memoria, quizás la  mayor de las obsesiones de Cabrera Infante.  Esta es una novela sobre la iteración y la  ficción reciclada, los artilugios claves de Cabrera Infante ante el deseo de concebir  a esa ninfa desobediente que fue su escritura, y de llegar al rincón más  poético de la memoria, más allá de la censura y del exilio.
           El acto de reescribir a partir de un texto  anterior es el mecanismo predominante de la literatura de Guillermo Cabrera  Infante.  Sin embargo, poco se ha  profundizado en el análisis de esta praxis en la bibliografía que se encuentra  disponible sobre el autor. (2) Mientras se ha favorecido desproporcionalmente el estudio de Tres tristes tigres (1967) — sin dudas  la gran matriz de un sinfín de preciosos textos de Cabrera Infante—son escasos  los investigadores que han rebasado el término “fragmentación” para describir  las estrategias narrativas y lingüísticas del genial cubano.  Solo Isabel Álvarez-Borland en Discontinuidad y ruptura en Guillermo  Cabrera Infante (1983) pudo detallar minuciosamente la interconexión que  existe entre todos los textos del autor—al menos aquellos escritos entre 1960 y  1978— y lo hizo a partir de un estudio genérico de la viñeta, el ensayo y el  cuento.  Álvarez-Borland ofrece un  estudio consecuente de una praxis donde la repetición deliberada de un núcleo  temático (así como de personajes) en varias viñetas y cuentos de Cabrera  Infante termina por elaborar la totalidad sociohistórica de su escritura de  aquellos años.  Se trata, en estos  cuentos y viñetas, de entidades textuales que funcionan autónomamente, pero  que, como sucede también en la ensayística de Cabrera Infante, arman un ciclo,  un inmenso andamiaje único a partir de la repetición de temas, motivos y  estilos. 
           La aparición de La ninfa inconstante (y demás novelas inéditas) nos ofrece ahora la  posibilidad de revisar ese “universo Infante” enraizado y ramificado más allá  de Tres tristes tigres. Hoy la propuesta no debe ser observar este  universo desde la “fragmentación”, quizás como el estilo que buscaba ser  parodia de la propia literatura que ofrecía al lector, sino más bien desde la  repetición como una praxis que insiste en la continuidad de un todo literario.  Ya un reciente trabajo de Waldo Pérez Cino titulado “Habana póstuma: pasaje y  paisaje en Guillermo Cabrera Infante” aparecido 
      en La Gaceta  de Cuba (la revista de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba) en  Octubre de 2013, reconocía que La ninfa  inconstante y Cuerpos divinos completaban una “trilogía de la ciudad” con La Habana para un infante difunto (1979); precisamente el texto que  Álvarez-Borland no alcanzaba a analizar en 1983.  Dotada de un “aliento común” y un “sesgo  particular”, esta trilogía se arma, según Pérez Cino, gracias al tratamiento  similar del tiempo narrativo que los dos libros póstumos emplean, así como de  sus procedimientos ficcionales que abogan por una suspensión temporal de la  narración. (25-26) Pero, más que una trilogía, hay que decir que estas entregas  tardías de textos inéditos de Cabrera Infante se integran para completar las  piezas de un rompecabezas que siempre buscó favorecer la continuidad de una  obra donde la narración nunca pareció interesar del todo, y la suspensión  narrativa, como bien anota Pérez Cino, se ocupaba de dar paso al ejercicio de  la memoria.  Al observar ahora el gesto  de la repetición, que en su momento señalara Álvarez-Borland a menor escala,  vamos reconstruyendo—quizás no en su totalidad, ni tampoco en su completa  claridad—el mucho más inmenso mapa literario de Cabrera Infante, que nos descubre  un texto único cuando se expande, se reduce y reedita, se calca o se copia,  todo con el fin de regenerarse mediante la escritura sobre la escritura misma.  Cómo se verá, esta praxis es el reflejo de un  repliegue intelectual del autor, que al desempacarse, nos señala hacia los dos  temas centrales de La ninfa inconstante:  la memoria y el exilio.
 Infante” enraizado y ramificado más allá  de Tres tristes tigres. Hoy la propuesta no debe ser observar este  universo desde la “fragmentación”, quizás como el estilo que buscaba ser  parodia de la propia literatura que ofrecía al lector, sino más bien desde la  repetición como una praxis que insiste en la continuidad de un todo literario.  Ya un reciente trabajo de Waldo Pérez Cino titulado “Habana póstuma: pasaje y  paisaje en Guillermo Cabrera Infante” aparecido 
      en La Gaceta  de Cuba (la revista de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba) en  Octubre de 2013, reconocía que La ninfa  inconstante y Cuerpos divinos completaban una “trilogía de la ciudad” con La Habana para un infante difunto (1979); precisamente el texto que  Álvarez-Borland no alcanzaba a analizar en 1983.  Dotada de un “aliento común” y un “sesgo  particular”, esta trilogía se arma, según Pérez Cino, gracias al tratamiento  similar del tiempo narrativo que los dos libros póstumos emplean, así como de  sus procedimientos ficcionales que abogan por una suspensión temporal de la  narración. (25-26) Pero, más que una trilogía, hay que decir que estas entregas  tardías de textos inéditos de Cabrera Infante se integran para completar las  piezas de un rompecabezas que siempre buscó favorecer la continuidad de una  obra donde la narración nunca pareció interesar del todo, y la suspensión  narrativa, como bien anota Pérez Cino, se ocupaba de dar paso al ejercicio de  la memoria.  Al observar ahora el gesto  de la repetición, que en su momento señalara Álvarez-Borland a menor escala,  vamos reconstruyendo—quizás no en su totalidad, ni tampoco en su completa  claridad—el mucho más inmenso mapa literario de Cabrera Infante, que nos descubre  un texto único cuando se expande, se reduce y reedita, se calca o se copia,  todo con el fin de regenerarse mediante la escritura sobre la escritura misma.  Cómo se verá, esta praxis es el reflejo de un  repliegue intelectual del autor, que al desempacarse, nos señala hacia los dos  temas centrales de La ninfa inconstante:  la memoria y el exilio.
           Escasos  estudios se han realizado, por otra parte, sobre del tratamiento de la figura  femenina en la literatura de Cabrera Infante.  A excepción de ciertos artículos aislados como  el excelente “Cuerpos de Cuba: mujer y Nación en Tres tristes tigres” de Nivia Montenegro, la atención al simbolismo  de la mujer en esta ficción es mínima, sobre todo si se consideran los cientos  de páginas que Cabrera Infante dedicó a inventar esa ciencia—mitad literaria y  mitad etnográfica—en la cual la mujer fue siempre el ser clasificado con ojo  taxonómico e inmortalizado para la literatura.   Cabe detenerse, entonces, a observar a La ninfa inconstante como esa novela peculiar, donde la praxis de  la repetición y la construcción de esa figura femenina—que bien podría ya denominarse  la “chica Cabrera Infante”—coinciden y conspiran como dispositivos centrales  para la producción del texto de la novela.(3)  
           El  objetivo de estas notas es subrayar, en primera instancia, el gesto de un  Cabrera Infante que repite intencionalmente su escritura anterior, que provoca  la suspensión temporal del texto y fomenta una ficción iterativa; y apuntar en  segundo lugar, las formas que estas iteraciones y suspensiones van tomando  alrededor del personaje femenino central de la novela, la joven Estela Morris.  La metáfora central que organiza el texto de La ninfa inconstante confiere al personaje de Estela Morris el  valor simbólico de un proceso de reescritura— un recurso literario que se  detallará más adelante— para crear y movilizar el texto de la novela que el  lector espera. Nos interesa también mostrar cómo estas iteraciones de la imagen  de Estela Morris no siguen un orden cronológico, ni se limitan siquiera a la temporalidad  específica del texto de La ninfa  inconstante, para permitir a esta figura de ficción guiar al lector hasta  su genealogía en libros anteriores de Cabrera Infante como Tres tristes tigres y La  Habana para un Infante difunto.  Este  ejercicio, puede argumentarse, dicta una lógica de organización textual que  apela a la memoria de un lector entrenado en un sistema referencial que se  apoya en el campo lingüístico y semántico de los escenarios urbanos y eróticos  de la escritura de Cabrera Infante, y que permite así observar la obra del  autor en su totalidad, desde un momento de lectura presente de La ninfa inconstante.
       El término “reescritura”  que aparece en el título de este comentario adquiere varios significantes  interrelacionados en torno a la repetición: Nos referimos a la reedición del  pasado (generalmente asociada con la ciudad de la Habana y la época  prerrevolucionaria); la copia y el calco deliberado a partir de la sintaxis, el  dispositivo de la memoria contra la censura, la reinvención de un proceso  histórico en función de la parodia o el homenaje, el uso de figuras retóricas  de repetición en pos del desarrollo de la narrativa, pero sobre todo, la idea  del palimpsesto como el acto de escribir por encima de otro texto, permitiendo  a su vez la validación y diseminación de ese texto anterior.  Estos mecanismos, en la mutabilidad de la  literatura de Cabrera Infante, adquieren un matiz que le separan de la  categoría crítica de la intertextualidad y que debe señalarse.(4)  El término “reescritura” se prioriza sobre otro como “relación intertextual”  precisamente para enfatizar la intencionalidad crítica de la duplicación de un  texto primario.  Concuerdo con autores  como William Irvin, quien señala a la  intertextualidad como una categoría crítica que limita las nociones de  intencionalidad  y autoría en un texto.(5)  Y pareciera que el  propio Cabrera Infante también coincidiera con Irwin, cuando en su prólogo a Delito por bailar el Chachachá (1995) declaraba que “en literatura, autoridad viene de autor.” (9)(6)  El texto no se compone solamente de  lengua, sino del corpus de conocimiento cualitativo y  estilístico que el autor filtra  de sus contextos políticos y de su geografía.  Resulta imposible separar la literatura de  Cabrera Infante del exilio y la censura que permearon su vida del autor, así  como también resultaría un error ignorar —como bien señala Irwin— que la  alusión y la alegoría como recursos de agencia del autor sobre el texto  funcionaban mucho antes del surgimiento de la intertextualidad como categoría  crítica.
     El término “reescritura”  que aparece en el título de este comentario adquiere varios significantes  interrelacionados en torno a la repetición: Nos referimos a la reedición del  pasado (generalmente asociada con la ciudad de la Habana y la época  prerrevolucionaria); la copia y el calco deliberado a partir de la sintaxis, el  dispositivo de la memoria contra la censura, la reinvención de un proceso  histórico en función de la parodia o el homenaje, el uso de figuras retóricas  de repetición en pos del desarrollo de la narrativa, pero sobre todo, la idea  del palimpsesto como el acto de escribir por encima de otro texto, permitiendo  a su vez la validación y diseminación de ese texto anterior.  Estos mecanismos, en la mutabilidad de la  literatura de Cabrera Infante, adquieren un matiz que le separan de la  categoría crítica de la intertextualidad y que debe señalarse.(4)  El término “reescritura” se prioriza sobre otro como “relación intertextual”  precisamente para enfatizar la intencionalidad crítica de la duplicación de un  texto primario.  Concuerdo con autores  como William Irvin, quien señala a la  intertextualidad como una categoría crítica que limita las nociones de  intencionalidad  y autoría en un texto.(5)  Y pareciera que el  propio Cabrera Infante también coincidiera con Irwin, cuando en su prólogo a Delito por bailar el Chachachá (1995) declaraba que “en literatura, autoridad viene de autor.” (9)(6)  El texto no se compone solamente de  lengua, sino del corpus de conocimiento cualitativo y  estilístico que el autor filtra  de sus contextos políticos y de su geografía.  Resulta imposible separar la literatura de  Cabrera Infante del exilio y la censura que permearon su vida del autor, así  como también resultaría un error ignorar —como bien señala Irwin— que la  alusión y la alegoría como recursos de agencia del autor sobre el texto  funcionaban mucho antes del surgimiento de la intertextualidad como categoría  crítica. 
           Ya desde las experiencias formativas de  Cabrera Infante como intelectual durante los años cincuenta—enumeradas magistralmente  como “cuerpos del delito” por Enrico Mario Santí en su introducción a la  antología Infantería— se notaba un  Cabrera Infante perfilado hacia lo político.  Santí describe su estilo como un “carácter  lúdico” pero de “una raíz agónica que puede llegar a extremos de un nihilismo  metafísico”. (29) Es el estilo que cristalizaría años más tarde, con el cierre  de la revista Lunes de Revolución en  1961 y varias décadas en el exilio, un brusco recogimiento de Cabrera Infante hacia  la autorreflexión estética sobre su propia escritura.  En el ya citado prólogo a Delito por bailar el chachachá, el propio Cabrera Infante  clasificaba su producción como “literatura repetitiva” que “trata de resolver  la contradicción entre progresión y regresión al repetir la narración más de  una vez” (9). Y si bien la reescritura es la variable por la que opta un  Cabrera Infante que desdeña su relación con las narrativas realistas del  comienzo revolucionario, es también su manera de apelar a la frivolidad lúdica,  la parodia y el cinismo de la repetitividad como antídotos ante el documento  histórico.(7) 
           Pero la reescritura fue también el método  que permitió a Cabrera Infante validar todos sus textos, incluso aquellos que  no compartieron el éxito editorial de Tres  tristes tigres o de La Habana para  un Infante difunto.  Los ejemplos de cómo  esta praxis buscó establecer una obra íntegra aparecen incontables: Delito por bailar el chachachá incluye  la historia “En el gran ecbó” de Así en  la paz como en la guerra; mientras que el volumen Todo está hecho con espejos (1999) incluye las historias “Delito  por bailar el chachachá” e “Historia de un bastón y algunos reparos de Mrs.  Campbell”, esta última una parte reconocible de Tres tristes tigres. Es  sabido que el manuscrito de Vista del amanecer  en el trópico premiado por Seix Barral en 1964 (y publicado en 1974), dio  paso a Tres tristes tigres en 1967; una metamorfosis que se relata en las páginas de Mea Cuba.  Los ensayos más  políticos de Vidas para leerlas (1998) están estrechamente conectados a  los textos de Mea Cuba; y las crónicas de cine, así como la obra ensayística, se  intersectan en esa red alucinante tejida por Un oficio del siglo veinte(1963); Arcadia todas las noches (1978); O (1975); y Cine o sardina (1997). 
           El libro que nos ocupa ahora, La ninfa inconstante, también encuentra  su genealogía en esta praxis de reescritura.   El argumento y los personajes de La  ninfa inconstante,  primera entrega  en el año 2008 de la serie póstuma de Cabrera Infante editada por Galaxia  Gutenberg, aparece contenidos casi en su totalidad—aunque con lógicas  variaciones—dentro del texto de Cuerpos  Divinos, el libro que se publicó como segunda entrega en el año 2010.  En conversación con Álvarez-Borland, Cabrera  Infante relataba que había comenzado a escribir Cuerpos divinos en 1968, un proceso había interrumpido para dar  paso a La Habana para un Infante difunto:
“Cuerpos divinos constará de un corpus presidido por el cuerpo humano, concretamente el cuerpo femenino, y su personaje central, anónimo como en La Habana, recibe una lección de anatomía amorosa que nunca olvidará, que no podrá olvidar jamás”(54-55)(8)
En efecto, el personaje central de La ninfa inconstante, Estela Morris,  aparece en Cuerpos divinos como  Elena, en una historia muy similar a la que narra La ninfa inconstante, pero a la que se va a  añadir en Cuerpos divinos un relato  sobre la participación de Cabrera Infante en la revolución cubana entre 1958 y  1961.  La ninfa inconstante, por ende, pudo haber  formado parte del manuscrito original de Cuerpos  divinos durante su elaboración, o es probablemente una versión anterior, o  un fragmento extraído de un Cuerpos  divinos en preparación, separado y adaptado por Galaxia Gutenberg con fines  de mercado.(9)
 historia muy similar a la que narra La ninfa inconstante, pero a la que se va a  añadir en Cuerpos divinos un relato  sobre la participación de Cabrera Infante en la revolución cubana entre 1958 y  1961.  La ninfa inconstante, por ende, pudo haber  formado parte del manuscrito original de Cuerpos  divinos durante su elaboración, o es probablemente una versión anterior, o  un fragmento extraído de un Cuerpos  divinos en preparación, separado y adaptado por Galaxia Gutenberg con fines  de mercado.(9)  
           La ninfa inconstante relata esa misma obsesión romántica entre el escritor “G” y su musa Estela, la  joven “ninfa” de dieciséis años de quien G será víctima fatal.(10)  El texto, como se espera ya en un libro de Cabrera Infante, está narrado desde La  Habana de 1957 y desde la perspectiva de una primera persona que comparte  rasgos biográficos con el autor (al menos durante su etapa como crítico de cine  en la revista Carteles). G recuerda,  o más bien, imagina a Estela, y su insistencia en reiterar el instante del  encuentro inicial con su ninfa en las calles del barrio de El Vedado busca  plasmar ese recuerdo fragmentado de Estela sobre el texto que se ofrece al  lector. “Escribir, lo que hago ahora, no es más que una de las formas que  adopta la memoria.  Lo que escribo es lo  que recuerdo, lo que recuerdo es lo que escribo” (19) —nos confiesa.  Así va a elaborar un archivo de imágenes de la  chica—ya tiernas, ya bruscas, o ya ficticias—desde donde se conciertan las  bases de la novela misma. Pero Estela resulta “inconstante” precisamente porque  su recuerdo es imperfecto en la memoria de G, y sólo se accede a dicho recuerdo  mediante una ficción repetitiva que intenta reinventarle, perfeccionarle, y que  obliga al lector a la relectura.  Estela  es un ser mítico, una ninfa sin tiempo que habita solamente en el instante de  conjuración entre autor y lector. El desarrollo de este libro descansa entonces  sobre esta metáfora única: La aparición mnemónica de Estela mediante la  reescritura continua de su imagen se traduce en el nacimiento del texto. Ese  mundo interno de G donde Estela es imaginada— y descrita por las voces  superpuestas de narrador, autor y personaje—sólo se comparte con el lector como  historia novelada en los momentos en que la ninfa aparece en una de sus muchas  versiones, copiada mediante el continuo ensayo de su recuerdo inicial. 
         Cabrera Infante comparte con su lector  este bello recurso alegórico, y como un mago que descubriera su truco ante el  público, exhibe su intención de disertar sobre el proceso de la creación  literaria como vehículo de regreso al pasado, más allá de lo que La ninfa inconstante ofrece como  historia novelada: Este libro, como aquel Tres  tristes tigres que estaba escrito “en cubano” comienza también con una  advertencia. El texto dependerá de su ficción reciclada, y el lector debe mirar  al pasado: 
Una página, una página llena de palabras y de signos, hay que recorrerla y ese recorrido se hace siempre ahora, en el mismo momento en que escribo la palabra ahora que se va a leer enseguida. Pero la escritura trata de forzar la lectura a crear un pasado, a creer en ese pasado –mientras ese pasado narrado va hacia el futuro. No quiero que el lector crea en ese futuro, fruto de lo que escribo, sino que lo crea en el pasado que lee. Son estas convenciones –escritura, lectura– lo que nos permite, a ti y a mí, testigo, volver a ver mis culpas, revisar, si puedo, la persona que fui por un momento. Ese momento está escrito en este libro: queda inscrito. (12)
 Veamos primero cómo funciona la  reescritura en los niveles sintáctico y semántico del texto en La ninfa inconstante a partir la  configuración del personaje de Estela, como esa matriz desde donde se generará  toda su ficción.  Al analizar los  diálogos entre G y Estela, notamos cómo el espacio entre lengua escrita y oral permite  la descripción de Estela como personaje, de la misma manera que sucediera con  otras mujeres de Cabrera Infante como Delia Doce y Estelvina, en Tres tristes tigres. No estamos, sin  embargo, en presencia de diálogos concentrados en la invención de un lenguaje, o  del ejercicio de la traducción intencionalmente errónea, o de la transcripción de  la lengua oral del habanero a un formato escrito.(11) En La ninfa inconstante se persigue  crear una sensación de repetitividad en el texto, y por lo tanto, los recursos  estilísticos y figuras retóricas que dominan los diálogos de Estela y G son el  retruécano, el quiasmo, la aliteración, la onomatopeya y el paralelismo.  Reproduzco el primer encuentro de los amantes en La ninfa inconstante:
     Veamos primero cómo funciona la  reescritura en los niveles sintáctico y semántico del texto en La ninfa inconstante a partir la  configuración del personaje de Estela, como esa matriz desde donde se generará  toda su ficción.  Al analizar los  diálogos entre G y Estela, notamos cómo el espacio entre lengua escrita y oral permite  la descripción de Estela como personaje, de la misma manera que sucediera con  otras mujeres de Cabrera Infante como Delia Doce y Estelvina, en Tres tristes tigres. No estamos, sin  embargo, en presencia de diálogos concentrados en la invención de un lenguaje, o  del ejercicio de la traducción intencionalmente errónea, o de la transcripción de  la lengua oral del habanero a un formato escrito.(11) En La ninfa inconstante se persigue  crear una sensación de repetitividad en el texto, y por lo tanto, los recursos  estilísticos y figuras retóricas que dominan los diálogos de Estela y G son el  retruécano, el quiasmo, la aliteración, la onomatopeya y el paralelismo.  Reproduzco el primer encuentro de los amantes en La ninfa inconstante:
-Buscaba un trabajo. Anunciaron que querían una recepcionista. Imagínate, yo de recepcionista. Enseguida me cogieron.
-Te dieron el trabajo entonces.
-¡Qué va!
-Como dices que te cogieron…
-No me cogieron para el trabajo, me cogieron porque mentí.
-¿Dijiste una mentira?
-Sobre mi edad.
-Pero eres demasiado joven para trabajar.
-No creas.
-Se te ve enseguida.
-Vamos a dejarlo ahí, ¿quieres?
-Si te molesta, puedo decirte que eres vieja.
-No me molesta, pero prefiero no hablar de mi edad. ¿No puedes hablar de otra cosa?
-Sí que puedo. Puedo por ejemplo recitarte el poema de Parménides.
-¿Quién es ese?
-Un poeta muy viejo con barba muy larga.
-No me interesan los viejos.
-Puedo decirte en cambio que la noche esta estrellada y a lo lejos tiritan los astros.
-¿Qué astros, por favor? El sol ni siquiera se ha puesto del todo.
-Bella, qué sabes de astronomía.
-¿Yo? Ni siquiera sé por qué se pone el sol. Además que mi nombre no es Bella.
-¿Cómo te llamas entonces?
-Estela.
-Ah, hemos vuelto a la astronomía. Estela es Stella y Stella quiere decir estrella. Eres Estrella, entonces.
-¿De veras?
-De veras. Puedes llamarte Estrella.
-Prefiero llamarme Estela.
-Estela es lo que dejas detrás.
-¿Cómo te llamas tú?
-Me llamo como todo el mundo –le dije y le di mi nombre.
-¿Así se llama todo el mundo?
-Casi. ¿Y tú, cómo te llamas?
-Me llamo Estela.
-¿Estela a secas?
-No, mi apellido es Morris. Estela Morris. (37)
El lector ha conocido a Estela y probablemente puede describirla desde este intercambio: joven, soberbia, despreocupada, orgullosa, y de poca educación intelectual. Pero en el nivel sintagmático del lenguaje estos diálogos las palabras se repiten, se copian desde un término anterior dentro de la misma oración, y se derivan en una transformación que utiliza a ese término anterior como base para su metamorfosis en una palabra nueva. Se trata de la figura retórica derivatio, donde términos que pertenecen a la misma familia léxica contribuyen a la creación de palabras nuevas mediante la repetición. En el nivel semántico del lenguaje, el recurso del equívoco responde por el desarrollo del texto. El uso de términos que según su orden en la conversación van a adquirir doble significación (coger, bella, estela) dibujan la trayectoria circular del diálogo. La conversación con Estela, como se observa, describe a la chica, pero termina en el mismo punto donde ha comenzado, y deja la impresión de que los amantes no se han dicho nada. Los diálogos describen, pero no logran progreso en relación a la acción de la escena. Aun así, no deja de ser paradójico como estos diálogos avanzan la novela, al mantener la atención del lector durante páginas. El ojo del lector no descansa, consciente de que precisamente en el detalle del diálogo se esconde la trama. Y cada diálogo entre G y Estela repetirá el ciclo descrito por ese primer encuentro de los amantes, aquel día en que Estela buscaba trabajo en El Vedado. Hacia el final de la novela, nuevamente Estela y G conversan:
-¿Qué es eso?
-Llueve.
-En la Habana cuando llueve, llueve de veras. Se podía creer que acaba de comenzar el diluvio universal.
-Odio llover.
-Llover es un verbo impersonal.
-¿Qué cosa?
-Se dice llueve, aunque en tu caso se puede decir ver llover. O mejor, oír.
-Odio la lluvia.
-Pero ¿no piensas que es muy lindo ver llover cuando estas a resguardo en un arca para dos?
-¿Puedes creer una cosa?
-¿Qué?
-La mitad del tiempo no entiendo lo que dices.
-Y la otra mitad estoy callado ¿No es eso?
-Créeme que desde que te conozco nunca te he oído callado. (236)
La conversación otra vez es trivial y encontramos  los mismos recursos estilísticos de repetición (derivatio, equívoco). En el calco se reconstruyen la letanía y  regodeo verbal del primer encuentro de los dos amantes. Así, lo que debería aparecer  como un paralelismo de progresión narrativa, desemboca en otra suspensión  temporal que sitúa al lector ante un instante de performance perpetuo. Cabrera Infante se complace en detener la  acción, condensar el tiempo narrativo, solamente para que sus personajes  desarrollen un diálogo que recuerda no solo aquel instante inicial del texto,  sino casi a un musical de Broadway, donde el ritmo narrativo debe detenerse para que  los tenores ensayen su nota más alta. Los diálogos, por otra parte, se  reproducen con una exactitud meticulosa—que resulta incluso irónica—sobre todo  en un texto que surge específicamente desde la dificultad de recordar como  motivo.  Estos excesos, como lo ha visto  Rafael Rojas al comentar sobre la poética de Cabrera Infante, no tienen otra función que crear un distanciamiento  para que el texto continúe dibujando su propia espiral, ensimismándose en su  propio sistema ficcional:
 calco se reconstruyen la letanía y  regodeo verbal del primer encuentro de los dos amantes. Así, lo que debería aparecer  como un paralelismo de progresión narrativa, desemboca en otra suspensión  temporal que sitúa al lector ante un instante de performance perpetuo. Cabrera Infante se complace en detener la  acción, condensar el tiempo narrativo, solamente para que sus personajes  desarrollen un diálogo que recuerda no solo aquel instante inicial del texto,  sino casi a un musical de Broadway, donde el ritmo narrativo debe detenerse para que  los tenores ensayen su nota más alta. Los diálogos, por otra parte, se  reproducen con una exactitud meticulosa—que resulta incluso irónica—sobre todo  en un texto que surge específicamente desde la dificultad de recordar como  motivo.  Estos excesos, como lo ha visto  Rafael Rojas al comentar sobre la poética de Cabrera Infante, no tienen otra función que crear un distanciamiento  para que el texto continúe dibujando su propia espiral, ensimismándose en su  propio sistema ficcional: 
Esa escritura de una ficción que se sabe ficción, que recurrentemente se distancia por medio de la puesta en escena de alguna jerga, de la incorporación del autor como personaje, del emplazamiento fantástico de una persona real o de la persistente injerencia del retruécano —que, en su caso, no es una simple figura estilística, sino una seña de identidad verbal— hace de Guillermo Cabrera Infante una rareza literaria en Hispanoamérica. Para él la literatura es el juego con los límites del lenguaje, la peregrinación por las fronteras de la fábula, con saltos intempestivos a una mirada que escruta su propia retórica y que proyecta una atmósfera evanescente en el mismo borde de la exterioridad del relato.(12)
La narrativa de La ninfa inconstante seguirá, además, un proceso donde la oralidad a la que el narrador recurre contamina la sintaxis, haciéndola irregular en pos de la repetición intencional. Notemos el efecto que esta sintaxis tiene sobre la temporalidad del texto, también desde la primera visión que el lector tiene del personaje de Estela, matizado aquí por la disrupción de los tiempos verbales:
Era rubia. No: rubita. Ella estaba allí a la sombra, pero el pelo, el cutis y sus ojos brillaban como si le cayera un rayo de sol para ella sola. Estuvo allí y allí estaba. Ocurrió hace más de cuarenta años y todavía la recuerdo como si la estuviera viendo. Desde entonces, no he dejado de recordarla un solo día, envuelta en un halo dorado como si fuera una sombrilla de oro, detenida un instante en el espacio para detenerse siempre en el tiempo. (28-29)
La oración “estuvo allí y allí estaba” es un quiasmo  en el pretérito y el imperfecto.  El  quiasmo, por lo general, busca subrayar una idea central desde la repetición de  un enunciado, generando un efecto que obliga al lector a la relectura.  El orden inverso del hecho que se narra (en  este caso, la ubicación temporal y geográfica de Estela) actúa sobre la concepción  del tiempo que el lector debe adoptar para el resto de la lectura, justo desde ese  primer instante. Se crea entonces un momento textual donde la acción pasada coexiste  con la acción presente. Pero se trastorna, además, el sitio de observación del  lector con respecto al texto, con la frase “como si la estuviera viendo”, usada  ahora en el imperfecto del subjuntivo. Y es a partir de esa primera visión  alterada, confusa, que la rubia ninfa desencadena su juego de apariciones ante  el lector. 
         Estela, sin embargo, como la escritura más  excelsa, es irremediablemente imposible de poseer y como objeto de deseo,  obtiene su valor en su cortejo y su búsqueda. A medida que la novela avance,  Estela insistirá en escurrirse de la memoria de G quien insiste en  concebirla.  Al lector solo le queda el  recurso de sopesar las acciones de la chica que la trama presenta como  inverificables. Así, la ninfa va transformando su inicial retrato virginal en  un amargo comportamiento psicópata, en citas malogradas, en vanas esperas y los  celos implacables de G: 
Nuestra fuga estaba animada por el eterno encanto del terror. Se hizo más dramática –melodramática casi— que deportiva. Pero, creí, no era una carrera con la muerte sino hacia la vida. La nuestra fue una fuga vacui. Huíamos pero no sabíamos de qué huíamos. Estela había creado una trama invisible hecha con los hilos paralelos(los míos, los de ella) desde una intriga que ella había planeado más que conjurado. Yo era, simplemente, una parte no del todo esencial a la urdimbre. (132)
Se trata de una alusión clara a la relación entre el escritor y su musa. Como la mujer, la escritura conjura, y cobra su propia vida, más allá del dispositivo de la memoria de aquel que buscar reinventarla. Para G, poder poseer a Estela es lo que para Cabrera Infante significaría llegar a la forma más excelsa de su escritura. Pero son las imperfecciones de la ninfa las que llevan a su cacería. Escritura sobre la escritura misma, sus intentos marchan siempre hacia ese “espacio de vida” que es para el escritor su propio texto. Estela Morris es un personaje capital en la obra de Cabrera Infante además porque expone abiertamente el deseo de reconocimiento literario su creador, y sirve al propósito de la autorreflexión. Como en toda la literatura de Cabrera Infante, aquí se asiste nuevamente a una exhibición del yo, a la revisión del testimonio tantas veces presenciado en la literatura de Cabrera Infante, que el autor aprovecha para conversar con su alter ego, en una clave que parece, por puro capricho, divertirse con el placer voyerista del lector:
Estela era, probablemente, la mujer o la niña, (su carácter dependía del viento) más inteligente que había conocido hasta entonces. La inteligencia, sin embargo, no sólo se manifiesta en palabras y yo todo lo que tengo son palabras, útiles, a veces inútiles. (…) Ella pedía realismo, pero yo no podía darle más que magia… (257- 258).
Si bien se explota la ingenuidad de la chica, o su  falta de educación intelectual, también se le somete a un proyecto pedagógico,  como vimos ya en los diálogos anteriores, y de este proyecto pedagógico participa  comúnmente el lector. La esencia del romance de Estela y G en La ninfa inconstante se encuentra  también en ese ideal narcisista, en el exhibicionismo de la habilidad del  manejo de la lengua.  Ese romance con la  musa Estela se desdobla desde las tribulaciones verbales, y la ignorancia de Estela  ayuda a construir a G como héroe romántico.   La educación de Estela, como la del lector, es un desafío que Cabrera  Infante asume estoicamente. “Más que semental soy sentimental” (106) —dice G,  descubriendo al narciso que se contempla ante la imagen de una ninfa  desinformada. Se repite para presumir, y se reescribe para la seducción del  lector.
     Estela y G tienen un único encuentro  sexual en la novela.  La anticipación de  este momento se manipula  en el texto de La ninfa inconstante durante once  páginas (108-119) y pone al lector en espera de una escena climática que  finalmente se suprime. Para sorpresa del lector, el momento en que G logra desvirgar  a Estela resulta el momento menos intenso de toda la novela:
     Estela y G tienen un único encuentro  sexual en la novela.  La anticipación de  este momento se manipula  en el texto de La ninfa inconstante durante once  páginas (108-119) y pone al lector en espera de una escena climática que  finalmente se suprime. Para sorpresa del lector, el momento en que G logra desvirgar  a Estela resulta el momento menos intenso de toda la novela: 
Esta Estelita, Estalactita, Estalagmita: su cueva, súcubo, de entrada incubo, antes espeluza espeluznante, espelunca nunca. Imagina vagina. Porque ella es impúber púber. Pubis. Ver verijas y el motivo de la V: V de virgen pero también de virago, vera efigie en el verano emotivo de la V. En toda mujer hay un triángulo. Lo puede formar con dos hombres. Pero tiene que ser adulta para ser adúltera. Y ¿qué pasa cuando lo forman tres mujeres? (119)
Este juego lingüístico dibuja el momento de la penetración sexual y la pérdida de la virginidad como una cadena de significantes derivados que no necesariamente describen metafóricamente un acto sexual, sino que en su lugar disertan— y son en sí mismos— un ejercicio de reescritura. El instante en el que Estela pierde la virginidad (su madurez) se codifica en vez como la extensión del campo de significados semánticos que describen su anatomía. En esta lectura, el libro no se centra en la transgresión de un límite, simbolizado por el himen de la virgen, pues el instante de mayor cercanía es también el de mayor desinterés de G. El placer sexual queda ignorado para ceder paso a la obsesión lúdica por un objeto de deseo que se prefiere inalcanzable: el ideal de la ninfa como un significante a ser reescrito. Y lo que interesa al autor de esa virginidad desmantelada, de hecho, son las posibilidades que le ofrece para un ejercicio lingüístico que reinstaure la narración, justo en el momento en el que se debe llegar a un clímax. La imagen de la vagina de Estela que ofrece este fragmento debe ser multiplicada, copiada y reproducida en infinitas versiones dando paso a la ramificación interminable de nuevas interpretaciones del sexo femenino. La ninfa es aún más útil cuando puede multiplicarse, y cuando la yuxtaposición de cada una de las versiones posibles de la vagina de Estela se convierte en una diversidad, una proliferación de copias, en un trío de mujeres. El esperado instante de la ruptura del himen no es la marca del primer trazo sobre la hoja de papel en blanco, sino la posibilidad del trazo infinito.
La estela de Estela
     La ninfa inconstante se inaugura anunciando la muerte dudosa  de Estela.  Este comienzo, como hemos  señalado ya en otras instancias de la novela,   descarta automáticamente cualquier realidad regida por el principio de  causa y efecto, e instaura los mecanismos de revisión del pasado que la novela prioriza  desde su inicio.  Desde esa apertura retrospectiva,  Cabrera Infante sitúa tanto a sus personajes como a sus lectores como revisores  del pasado, indicándoles que la novela operará desde una cierta genealogía de su  obra anterior. Se trata de la verdad como invención para una poética de ficción  que rija al texto:
 otras instancias de la novela,   descarta automáticamente cualquier realidad regida por el principio de  causa y efecto, e instaura los mecanismos de revisión del pasado que la novela prioriza  desde su inicio.  Desde esa apertura retrospectiva,  Cabrera Infante sitúa tanto a sus personajes como a sus lectores como revisores  del pasado, indicándoles que la novela operará desde una cierta genealogía de su  obra anterior. Se trata de la verdad como invención para una poética de ficción  que rija al texto:  
      
Ella murió. ¿Se suicidó? No, murió de la muerte más innatural: muerte natural. La mató en todo caso el tiempo. Pero lo cierto, lo terrible, lo definitivo es que Estelita, Estela, Stella Morris está muerta. Ahora soy yo el que reconstruyo su memoria. Ella era una persona pero ha terminado convertida en ese destino terrible, un personaje. Hay que decir que ella era todo un personaje. Ella murió, lejos del trópico, de Cuba. Pero ella no era en realidad del trópico o de La Habana o de esa Rampa donde la conocí -y decir la conocí es, por supuesto, un absurdo: nunca la conocí. Ni siquiera la conozco ahora. Pero escribo sobre ella para que otros, que no la conocieron, la recuerden. En cuanto a mí, ella fue siempre inolvidable. Pero ahora que está muerta es más fácil recordarla. Y pensar que ella no existe ahora más que cuando la imagino o la recuerdo que es lo mismo. Podría escribir mentiras, ya lo sé, pero la verdad es suficiente invención. (20)
     Somos seducidos aquí por el carácter  autorreferencial de estos comentarios. Aparecen una serie de preguntas que  quedan sin respuesta ante la confusión de lo que se indica en el fragmento. (¿De  dónde era Estela? ¿Es persona o personaje? ¿Dónde murió realmente Estela? ¿Se  conocieron o no?), y que se ofrecen como falsas pistas a nuestra  impertinencia  de lectores  contemporáneos, cuya primera reacción es recurrir a la biografía del autor en  busca de un referente para Estela Morris. Pero en La ninfa inconstante debe notarse la brecha que existe entre la  capacidad de recordar del narrador y la perspectiva del autor, codificada  precisamente sobre el problemático tratamiento del tiempo que la novela  emprende.  El dilema del paso del tiempo  y la memoria, temas dominantes del libro, permiten a G ir creando un ruido  confuso que deshace las normas estéticas de la realidad para disfrazar la voz  crítica de Cabrera Infante. Ante esta confusión, como explicaba también Rojas  al recordar Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto “el  lector no tiene más remedio que imitar la prosa mentalmente, como si siguiera  el dictado indescifrable de su autor o como si un demiurgo lo despojara de toda  coherencia o sentido para luego reinventar el lenguaje dentro de su cabeza”.(49)  El lector, en otras palabras, reconoce que sus pistas están codificadas en libros  anteriores, en la lengua Cabrera Infante, en sus mujeres y sitios, y esa  realización ocurre desde un momento de lectura de La ninfa inconstante en el presente. Cualquier otro referente biográfico que pueda  ubicar a Estela se ha suprimido— ella es una invención, lo sabemos—pero al  mismo tiempo su búsqueda queda sugerida.   Se persigue así validar una ficción atemporal, o para decirlo mejor, una  ficción que opera dentro de su propio sistema de coordenadas textuales donde  las temporalidades y los personajes deben superponerse. Y se presenta un  personaje (Estela Morris) que encarna el acto de recordar como un ejercicio  obligatorio para acompañar la lectura del texto en que ella habita. Estela  encuentra su estela, diría el propio Cabrera Infante, en textos como Tres tristes tigres y La Habana para un Infante difunto. 
       Esa “chica Cabrera Infante”, podrá  llamarse Estela, Estrella o Elena (como sucede en Cuerpos divinos) pero el lector la reconocerá siempre inscrita  sobre esa línea indescifrable entre realidad y ficción.  Todas las mujeres de Cabrera Infante  contribuyen con sus acciones y sus maneras de hablar a ese contrapunto  tragicómico que plantea una visión casi irreal sobre  estas mujeres, quizás precisamente por su misma veracidad y trivialidad.  El autor las distingue dibujándolas ignorantes y soberbias, con parlamentos que resultan estrambóticos a la lengua, o conversaciones  frívolas que al mismo tiempo llevan ese aire paradigmático y perdurables  del melodrama. Las “chicas Cabrera  Infante”, como las de Almodóvar, exhiben consciencia de su insignificancia,  viviendo al día, y como aquellas mulatas de Antonio Benítez Rojo se menean sin  enterarse de la inminente crisis nuclear. Nada les perturba el orgullo—sobre  todo su orgullo de cubanas—excepto la posibilidad de que la artificialidad de  su mundo de personajes populares de Cabrera Infante, novias aspirantes del  sarcástico narrador, se vea amenazada, un hecho que las impulsa a defenderse  con más teatralidad, a ser aún más superficiales.
     Esa “chica Cabrera Infante”, podrá  llamarse Estela, Estrella o Elena (como sucede en Cuerpos divinos) pero el lector la reconocerá siempre inscrita  sobre esa línea indescifrable entre realidad y ficción.  Todas las mujeres de Cabrera Infante  contribuyen con sus acciones y sus maneras de hablar a ese contrapunto  tragicómico que plantea una visión casi irreal sobre  estas mujeres, quizás precisamente por su misma veracidad y trivialidad.  El autor las distingue dibujándolas ignorantes y soberbias, con parlamentos que resultan estrambóticos a la lengua, o conversaciones  frívolas que al mismo tiempo llevan ese aire paradigmático y perdurables  del melodrama. Las “chicas Cabrera  Infante”, como las de Almodóvar, exhiben consciencia de su insignificancia,  viviendo al día, y como aquellas mulatas de Antonio Benítez Rojo se menean sin  enterarse de la inminente crisis nuclear. Nada les perturba el orgullo—sobre  todo su orgullo de cubanas—excepto la posibilidad de que la artificialidad de  su mundo de personajes populares de Cabrera Infante, novias aspirantes del  sarcástico narrador, se vea amenazada, un hecho que las impulsa a defenderse  con más teatralidad, a ser aún más superficiales. 
           Existe un momento en “Ella cantaba  boleros” de Tres tristes tigres, donde el fotógrafo Códac conoce a una  mujer llamada Irenita.  Al regresar a  este fragmento, se tiene la impresión de estar en presencia de Estela Morris,  la ninfa inconstante: “y no sé de donde se sacó una rubita chiquitica, preciosa  que se parecía a Marilyn Monroe si a Marilyn Monroe la hubieran cogido los  indios jíbaros y hubieran perdido su tiempo poniéndola chiquita no la cabeza sino  el cuerpo y todo lo demás…” (47)   Nuevamente un recurso mitológico apoya la descripción, mientras que el  ambiente del cabaret Las Vegas resuena al del Club Atelier, donde G y Estela  han tenido un encuentro similar.   Irenita, en esta escena de Tres  tristes tigres, se describe en  una manera muy similar a Estela, con la habilidad de aparecer y desaparecer indistintamente  en la oscuridad del club.  Detallada  por  Códac, Irenita es “igualita al estilo  de ninfa hidrófila”. (47)  Y como sucede  también en La ninfainconstante,  este encuentro de Códac con Irenita en Tres  tristes tigres es breve, y a la vez, tan vívido, que nos obliga a seguir  las pistas de Irenita por todo el libro. 
           “Estela”, el nombre de la ninfa  inconstante, remite también por aliteración a La Estrella de “Ella cantaba  boleros”.  De hecho, en varios pasajes de La ninfa inconstante se dirige a Estela llamándola “estrella”.   Si bien las descripciones físicas de las  dos mujeres son opuestas (la estrella es extremadamente obesa y negra)  ambas exhiben esa calidad de seres  semi-mitológicos o deidades que las acerca considerablemente.  La Estrella es la deidad africana Yemayá,  Orisha del mar, y Estela es una ninfa de La Rampa y del malecón habanero.(13) Como  Estela, cuya muerte incierta ha sido anunciada como “lejos del trópico, de  Cuba” en el fragmento inicial de La  ninfa inconstante, La Estrella ha muerto también lejos, en México, como se  explica en el “Meta-final” de Tres  tristes tigres.  La Estrella es, en muchos sentidos, también  un ideal de dama cortejada como Estela. “Usted es una Dama, y las damas no  dicen malas palabras” (48) le dice Códac al conocerla.  La obesa cantante es todas las mujeres de  Cabrera Infante en una, un objeto de deseo que el protagonista de Tres tristes tigres persigue a lo largo  de todo el libro, y que el autor continúa reescribiendo en La ninfa inconstante. 
           El linaje de Estela aparece aun con mayor  claridad en La Habana para un Infante difunto,  el texto que instaura la repetición continua de descripciones femeninas (todas  las mujeres con las que el personaje tiene relaciones sexuales) como el sistema  narrativo que termina por construir el Bildungsroman que es el libro. La Habana para un  Infante difunto comienza con la entrada a un burdel habanero y termina con  la entrada a una vagina imaginaria, otro momento que también se reescribe en La ninfa inconstante con la entrada de G a la cueva-vagina  de Estela, que hemos visto ya.  En el más  memorable episodio voyeur de este  libro de 1979, el personaje, entonces adolescente, se masturba en la azotea de  su edificio cuando descubre a una mujer desnuda en la cama de un apartamento  vecino.  La  descripción de la mujer nuevamente recuerda  el físico de Estela: “Yacía bocabajo, con uno de los brazos bajo su cabeza  rubia, el otro extendido a lo largo de las piernas abiertas formando casi una  Y.  Su cuerpo era pequeño y prieto y  perfecto (…) Quiero creer que era una mera muchacha, casi una niña por su  desnudo en miniatura” (…).  La escena  continua entonces con otra confesión del narrador: “Esa visión única es sin  embargo un tesoro: la guardé conmigo todos estos años y es solamente ahora,  generoso súbito, que la comparto”. (115-117)   En este caso, la descripción física del personaje observado es casi  exacta a la de Estela, incluso a la de Irenita, pero el fragmento resulta más  significativo aun por la forma en la que enuncia la visión que se comparte con  el lector.  Esa “visión atesorada” desde La Habana para un infante difunto, es  la misma que G ha tenido en su primer encuentro con Estela, y que se comparte  tardía, recordada con al lector.  El  calco de este instante en La ninfa  inconstante introduce un  flashback a un pasado textual que se instala en el texto presente— un  cronotopo, diría Mijaíl Bakhtin—donde los dos personajes/narradores son superpuestos en la  fusión de dos líneas narrativas temporales distintas, al experimentar instantes  extremadamente similares.  Vale la  pena recordar aquí, por demás, que las ideas  para Cuerpos divinos, o La ninfa inconstante, surgieron  precisamente durante el proceso en que se comenzaba a escribir La Habana para un Infante difunto.
           Estas lecturas que realizamos hoy de La Habana para un Infante difunto no  solamente demuestran la correlación que ese libro mantiene con textos  reescritos de reciente publicación como La  ninfa Inconstante, sino cómo el motivo del cuerpo femenino ha regido la totalidad  de la literatura de Cabrera Infante y merece mucha más atención crítica.  En La  ninfa inconstante perdura un Cabrera Infante aferrado a sus métodos de  seducción, a su parodia antropológica de la mujer.  Aunque las páginas de La Habana para un Infante difunto nos resulten ahora anacrónicas,  sin dudas por los efectos del discurso de la revolución cubana sobre la  emancipación social de la mujer, estos dos textos (que son el mismo texto  reescrito), exponen la subsistencia de una literatura obstinada, la continuidad  de una ficción que opera como si los métodos de conquistar a la mujer, o el de  narrar dichas aventuras sexuales, no hubiesen   también evolucionado con el paso del tiempo y de la historia.  Cabrera Infante reincide sobre la idea de que de  sus personajes femeninos son un simple artificio, que van precisamente en  contra de la historia.  Sus mujeres pueden  ser copiadas, falsificadas indistintamente, sin seguir un orden temporal o  narrativo establecido— y mucho menos un orden social, a excepción del más  ensayado melodrama— gestos que sirven estrictamente al desenvolvimiento de sus  magistrales fábulas. 
Lolita en La Habana
      La reescritura como la praxis de un  escritor tan radical no ignora el pathos trágico de su vida.  Detrás de sus desdobles, cada “chica Cabrera  Infante” se vincula a los muchos mundos políticos que rodearon al autor.  William Luis, por ejemplo, señaló el uso de La Estrella en Tres tristes tigres como  emblema de la reivindicación de las tradiciones afrocubanas durante los  primeros años de la revolución, mientras que Nivia Montenegro, como ya  mencionamos,  notó cómo La Estrella y  Cuba Venegas funcionaron como representaciones de la imagen nacional en Tres tristes tigres. Así mismo, la  inclinación de Cabrera Infante por las actrices del cine de Hollywood llega a  la revista Carteles por su labor  periodística, y a su literatura por pura estética comparativa, pero se entronca  con las discrepancias del autor con el realismo socialista del cine ruso. Su  afición por la figura de “la criadita” en La  Habana para un Infante difunto, (un modelo de personaje donde la ninfa  Estela encaja perfectamente) o las cabareteras en Tres tristes tigres,representa  claramente el gesto de un Cabrera Infante que buscaba llegar a la alta cultura  desde el mundo subterráneo de lo popular.(14)  Aquella cultura de “aficionado” de Cabrera Infante, la cofradía del gusto  estético de unas minorías que gravitaban en torno al jazz, o al bolero, al arte  moderno o al cine Hollywoodense, es también la gravitación de La Estrella hacia  la noción de “gran cultura”: Ella viaja de ser una sirvienta, para cantar en un  cabaret donde Códac la descubre, para ser inmortalizada en una obra de arte  literaria. Se trata, en muchas maneras, de una trayectoria paradigmática, pero  muy similar a la de su autor, proveniente también de los márgenes.
 cada “chica Cabrera  Infante” se vincula a los muchos mundos políticos que rodearon al autor.  William Luis, por ejemplo, señaló el uso de La Estrella en Tres tristes tigres como  emblema de la reivindicación de las tradiciones afrocubanas durante los  primeros años de la revolución, mientras que Nivia Montenegro, como ya  mencionamos,  notó cómo La Estrella y  Cuba Venegas funcionaron como representaciones de la imagen nacional en Tres tristes tigres. Así mismo, la  inclinación de Cabrera Infante por las actrices del cine de Hollywood llega a  la revista Carteles por su labor  periodística, y a su literatura por pura estética comparativa, pero se entronca  con las discrepancias del autor con el realismo socialista del cine ruso. Su  afición por la figura de “la criadita” en La  Habana para un Infante difunto, (un modelo de personaje donde la ninfa  Estela encaja perfectamente) o las cabareteras en Tres tristes tigres,representa  claramente el gesto de un Cabrera Infante que buscaba llegar a la alta cultura  desde el mundo subterráneo de lo popular.(14)  Aquella cultura de “aficionado” de Cabrera Infante, la cofradía del gusto  estético de unas minorías que gravitaban en torno al jazz, o al bolero, al arte  moderno o al cine Hollywoodense, es también la gravitación de La Estrella hacia  la noción de “gran cultura”: Ella viaja de ser una sirvienta, para cantar en un  cabaret donde Códac la descubre, para ser inmortalizada en una obra de arte  literaria. Se trata, en muchas maneras, de una trayectoria paradigmática, pero  muy similar a la de su autor, proveniente también de los márgenes. 
           La ninfa Estela nos trae la marca del  exilio. Es imposible pasar por alto la correspondencia que La ninfa inconstante mantiene con Lolita (1955), la gran novela del escritor ruso Vladimir Nabokov.  Al reescribir la historia del romance del obsesivo Humbert Humbert, personaje  central de Lolita en el G de La ninfa inconstante, se hace evidente  la intención de Cabrera Infante de presentar un paralelismo biográfico entre  ambos autores. Para Cabrera Infante, quien fue gran admirador de Nabokov, reescribir  la historia de Lolita persigue tanto  el homenaje como la reivindicación. El ruso es el paradigma del escritor  censurado por el comunismo, y fue también sepultado en el olvido en Cuba.(15) Ambos autores utilizaron seudónimos en algún momento de sus carreras  literarias, e hicieron en sus respectivas obras continuas referencias alusivas  a su persona, tales como el personaje “Darkbloom Vivian” anagrama de Vladimir  Nabokov que aparece en Lolita.  La escritura de Nabokov también prioriza—y no  solamente en Lolita—el goce estético  del lenguaje, las imágenes cinematográficas, y el cinismo intelectual, con ese  humor amargo tan recalcitrante en Cabrera Infante. Si Humbert Humbert es otro  pretensioso erudito, lleno de citas ilustres y afrancesadas que se ridiculiza por  Lolita, la misma suerte le espera a G  con Estela. Ambos personajes comparten  ademas el papel de narrador, y se hacen eco de esa radicalidad irónica que  Cabrera Infante y Nabokov se vieron forzados a adoptar en el exilio. La censura  que ambos sufrieron en sus respectivos países de origen cambió las relaciones  que pudieron tener con sus respectivas lenguas, sus culturas, y sus maneras de  recordar y escribir. Sus obras coinciden, en gran medida, porque sus vidas  literarias también lo hicieron.
con Estela. Ambos personajes comparten  ademas el papel de narrador, y se hacen eco de esa radicalidad irónica que  Cabrera Infante y Nabokov se vieron forzados a adoptar en el exilio. La censura  que ambos sufrieron en sus respectivos países de origen cambió las relaciones  que pudieron tener con sus respectivas lenguas, sus culturas, y sus maneras de  recordar y escribir. Sus obras coinciden, en gran medida, porque sus vidas  literarias también lo hicieron. 
           Se trata entonces de dos libros escritos  desde la soledad del exilio, donde un motivo de búsqueda por lo imposible  constituye el eje de la trama. Mencionamos sólo algunos detalles, finísimos  hilos con los que se ha orquestado la reescritura de Lolita en La ninfa inconstante.  El relato de Lolita se cuenta a partir del recuerdo de Humbert Humbert, quien  obsesionado con las mujeres adolescentes las cuales llama “nimphets”(16).  El tono confesional del narrador de Lolita es el mismo que G utiliza con su lector,  (de hecho, Lolita surge narrada a  partir de un alegato de defensa ante un juzgado), tratando de explicar la obsesión  sexual por la joven menor de edad.  Luego  de un matrimonio fallido (como el de G), Humbert Humbert conoce a Lolita y recorren  los Estados Unidos, pasando de un estado a otro en una travesía itinerante que se  repite en La ninfa inconstante, pero  en este caso los personajes recorren La Habana. El primer encuentro sexual que tiene Humbert  Humbert con su Lolita ocurre en un motel, una escena que Cabrera Infante  localiza en una posada habanera. Como sucede también entre G y Estela, Humbert  Humbert es traicionado por Lolita al final de la novela, escapándose con otro  amante. Ambas “ninfas” eventualmente desaparecen, para reaparecer años más  tarde.  Lolita tiene 17 años, está  embarazada y en necesidad desesperada de dinero, Estela es lesbiana. Son detalles,  debe repetirse, que se entretejen con la exquisitez literaria de la que sólo  Cabrera Infante fue capaz: Estela Morris, figura elusiva que remite a un acto  de caza motivado estrictamente por la belleza y la rareza única del espécimen  representa una clara alusión a la carrera de Nabokov como entomólogo. Entre 1944 y 1947, el ruso organizó la colección de lepidópteros  en el Museo de Zoología comparada de la Universidad de Harvard, donde hoy  todavía puede visitarse el “gabinete  de los genitales”, pues uno de sus intereses principales en la entomología  radicaba en el estudio de los genitales de la mariposa. En las páginas de La ninfa inconstante, por demás, Estela es descrita como una  mariposa y parte el fragmento se dedica específicamente a los órganos  reproductivos del insecto (93-95). 
           Pero es el final de estas dos novelas el  elemento que más las acerca. Lolita se  cierra con las palabras de despedida de Humbert Humbert, quien revela la novela  en su artificio de metaficción mayor.   Escrita simultáneamente como su confesión y como las memorias de su  vida, Humbert Humbert exige que el libro sólo sea publicado después de su  muerte, y la de Lolita.  Mientras  tanto,  el G de La ninfa inconstante  se  despide así del lector: “Ella murió y yo vivo para escribir este libro.  Nos salvará este paraíso, nos condenará este  infierno: un libro, la vida.” (270).   Ambos escritores ofrecen un último juramento de lealtad a sus musas,  incluso cuando estas han demostrado que, como ninfas, seguirán siendo  independientes, incapturables, traicioneras y sólo un instante en la  memoria.  La ninfa inconstante es entonces, tanto una tragicomedia como lo es Lolita, y en ambas novelas un  refinado sentido del humor crea el balance que permitió a sus respectivos  autores comentar oblicuamente sobre la soledad y la traición.
 Humbert Humbert, quien revela la novela  en su artificio de metaficción mayor.   Escrita simultáneamente como su confesión y como las memorias de su  vida, Humbert Humbert exige que el libro sólo sea publicado después de su  muerte, y la de Lolita.  Mientras  tanto,  el G de La ninfa inconstante  se  despide así del lector: “Ella murió y yo vivo para escribir este libro.  Nos salvará este paraíso, nos condenará este  infierno: un libro, la vida.” (270).   Ambos escritores ofrecen un último juramento de lealtad a sus musas,  incluso cuando estas han demostrado que, como ninfas, seguirán siendo  independientes, incapturables, traicioneras y sólo un instante en la  memoria.  La ninfa inconstante es entonces, tanto una tragicomedia como lo es Lolita, y en ambas novelas un  refinado sentido del humor crea el balance que permitió a sus respectivos  autores comentar oblicuamente sobre la soledad y la traición. 
           Vista desde la perspectiva de un libro que  nace desde el exilio, la exclusión y el dolor, La ninfa inconstante no  es solamente el artilugio literario que evoca una época de nostalgias o una  ciudad perdida. Esta novela es la más refinada expresión de la praxis de la reescritura  en Cabrera Infante, un homenaje al ejercicio de la reivindicación de una forma  de escribir sepultada, en gran medida por las convenciones de la escritura, la  censura, o el mercado.  La ninfa llega a  ser ahora constante por la  insistencia y la intención del autor en repetir su imagen.  La invención de la memoria produce la letra  prodiga, irónicamente a partir de un evento que no puede recordarse plenamente.  La genialidad de Cabrera Infante para reescribir logra instalarse, incluso  después de su muerte, como la estrategia que resucita un archivo propio, un  giro que indica hacia la totalidad y continuidad de una obra abierta para sus  lectores herederos, pero cifrada en un sistema de coordenadas internas. La  ninfa Estela Morris es ya constante,  pero todavía incapturable, como rara mariposa.
Notas
1. Hasta el momento la serie incluye: La ninfa inconstante (2008), Cuerpos divinos (2010), Mapa dibujado por un espía (2012), y El cronista de cine (2012), primer volumen de sus obras completas, todas por la casa Galaxia Gutenberg en coordinación con la viuda del autor, Miriam Gómez.
2. Grandes sectores de la crítica han estudiado la pionera experimentación de Cabrera Infante con la oralidad, la traducción y el collage, así como sus parodias históricas, vinculándole a un posmodernismo temprano del Boom latinoamericano de los sesenta, aun cuando el propio autor se excluyese de dicho movimiento. Otros se han ocupado de sus coqueteos con el género autobiográfico, o de su interés por el cine, y muchísimos más investigadores han detallado su quehacer periodístico y su controvertida relación con la revolución cubana como proceso político y cultural. Temas más específicos del quehacer intelectual de Cabrera Infante se han abordado en textos como Cabrera Infante in the Menippean Tradition (Juan de la Cuesta, 1983) de Ardis L. Nelson; Cabrera Infante and the Cinema (Juan de la Cuesta, 1989) de Kenneth E. Hall; Two Islands, Many Worlds (University of Texas Press, 1996) de Raymond D. Souza; El heraldo de las malas noticias: Cabrera Infante (Ediciones Universal, 1996) de Jacobo Machover; e incluso se han publicado valiosas compilaciones de textos del autor como Infantería (Fondo de Cultura Económica, 1999) por Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí, que combinan textos de Cabrera Infante con la visión crítica de los recopiladores. La colección de ensayos críticos publicada más recientemente es Cabrera Infante: El subterfugio de la palabra (Madrid: Editorial Hispano Cubana, 2009) a cargo Humberto López Cruz. En el año 2009, los jóvenes investigadores Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco obtuvieron el Premio UNEAC de Ensayo “Enrique José Varona” por el volumen Sobre los pasos del cronista: El quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante hasta 1965, el primer libro publicado en Cuba desde 1959 acercadel autor, al cual seguía la compilación de entrevistasBuscando a Caín (Ediciones ICAIC, 2012), también por Mirabal y Velasco.
3. Nos apoyamos aquí en la idea de la “Chica Almodóvar” como una poética en la obra del cineasta Pedro Almodóvar. Es Paul Julian Smith quien se acerca a este concepto en Desire Unlimited: The Cinema of Pedro Almodóvar (London: Verso, 1994), al hablar de un cine donde la imagen y el color compiten por los detalles de la trama misma, pero se organizan alrededor de la repetición de la figura femenina.
4. El término “intertextualidad”, presentado por Julia Kristeva hace ya varias décadas, indicaba que ningún texto existía individualmente, sino en conexión inevitable con textos anteriores. Kristeva habló de la intertextualidad en función de dos ejes: un eje horizontal que conecta al autor y al lector de un texto, y otro eje vertical, que conecta al texto con otros textos anteriores. En la intersección de estos dos ejes se comparten entre autor y lector todos los códigos anteriores al texto en cuestión. Así, cada texto escrito y cada lectura realizada dependen de dichos códigos anteriores, por lo que cada acto de lectura constituye en sí un acto de relectura. (68-75). Estas ideas, como se conoce, encontraron paralelos en las de Roland Barthes y su teoría de la “muerte del autor” que propuso al lector como el regidor primario del significado del texto y al autor como mero coordinador de los elementos textuales. (142-148) Gérard Genette, por su parte, clasificaba en Palimpsests(1982) el término “transtextualidad” como la trascendencia textual que define a un texto en relación con otros textos. (1) A diferencia de Barthes, sin embargo, Genette no negó totalmente la agencia del autor, pues reconocía y daba crédito a la existencia de recursos estilísticos.
5. Véase: Irwin, Leonard. “Against Intertextuality”. Philosophy and Literature Vol. 28, No. 2, October, 2004 (227-242)
6. Cabrera Infante, Guillermo. Delito por bailar el chachachá. Madrid: Alfaguara, 1995.
7. Este rechazo de Cabrera Infante por la sombra del realismo socialista proveniente de la Unión Soviética, y la búsqueda por la gran “novela de la revolución cubana” a los inicio del proceso cubano se plasma vívidamente en su metamorfosis desde el texto que encontramos en Así en la paz como en la Guerra (1960) y el que aparece en el manuscrito experimental de Vista del amanecer en el trópico, que llegaría a su máxima expresión paródica en Tres tristes tigres. Así se refiere el autor a Así en la paz como enla Guerra en 1982, en entrevista con Álvarez-Borland: “En cuanto a ASELP, como usted lo llama, esas mismas siglas lo condenan: es un libro del que no quiero oír hablar, mucho menos leer. De cera debió de ser mi mano cuando lo escribí en el trópico. Personalmente lo considero total y absolutamente fuera de mi canon, que debe comenzar con un oficio del siglo XX, que es algo más y algo menos que una colección de críticas de cine”. (53)
8. Alvarez-Borland, Isabel. “Viaje verbal a La Habana ¡Ah Vana! Entrevista de Isabel Alvarez-Borland con G. Cabrera Infante, arquitecto de una ciudad de palabras erigida en el tiempo”. Hispamérica. 11.31.1982 (51-68).
9. En el momento en que se escriben estas notas la mayoría de los archivos personales de Cabrera Infante que pudieran verificar estos detalles permanecen inaccesibles. Una recopilación de datos, fechas y versiones de los fragmentos de La ninfa inconstante y Cuerpos divinos se sugiere para un tema que ofrece infinitas posibilidades de investigación.
10. La opción del término “ninfa” para esta novela se podría explicar desde diferentes perspectivas. Según Jennifer Larson, la adoración de las ninfas en la mitología griega se vincula al hecho de que estas deidades menores se unen inseparablemente a un accidente o localidad geográfica. Las ninfas acompañan a otras deidades asociadas a placeres profanos (Dionisios, dios del vino y Pan, dios de la sexualidad masculina) y son objeto de la persecución lujuriosa de los sátiros. (8-10) El vínculo de Estela con la Habana es evidente y contribuye a la construcción del personaje de G, obvio alter ego de Cabrera Infante. El término adquiere además una connotación sexual a partir de haber sido usado por Vladimir Nabokov en su novela Lolita (1955), una relación que abordamos al final de este artículo.
11. Así hablaban Delia Doce y Estelvina en Tres tristes tigres: “Tú sabes que admitieron a mi marío en el Vedadoténis. Sí muchacha sí. Bueno no les quedó otro remedio que haserlo. Fue el chif el que hizo presión con dos ministros que son socios fundadores y tuvieron que acmitirlo así como tú lo-o-yes. Bueno ahora creo que tendremo que casalno pola iglesia y to ese lío, tú sabe queso una moda hora (23).
12. Rojas, Rafael. “Guillermo Cabrera Infante: El estilo contra la historia.” Letras libres, No.69, Septiembre 2004. 48-52
13. Así lo nota William Luis en su artículo “«Aire puro me gusta el aire puro»”: P.M, Lunes de Revolución, y la composición de Tres tristes tigres”.
14. El autor las describe así: “Domésticas, manejadoras, sirvientas, cocineras, y hasta institutrices quedaban englobadas en La Habana en una sola palabra casi mágica en el glosario amoroso: criaditas.” (509)
15. Véase el texto de Ernesto Hernández Busto “Nabokov, anticastrista” publicado en su blog Penúltimos días el 5 de Agosto de 2012, donde se describe el sentimiento político de un Nabokov que “profesó a lo largo de su intensa vida académica y editorial de los años sesenta un odio visceral al castrismo”. Por otra parte, relata Rojas en El estante vacío que la cultura soviética era “doblemente censurada, primero en Moscú y nuevamente en La Habana” (80) y que la obra de Nabokov no formó nunca parte de ella. Si bien la sovietización de la cultura cubana fue dogmática hasta 1989, Lolita no se publicó en la isla hasta el año 2002 por Ediciones Huracán.
16. De hecho, el término adquiere este significado (al menos para la literatura) a partir de la aparición del libro de Nabokov. Dice el ruso en Lolita: “Between the age limits of nine and fourteen there occur maidens who, to certain bewitched travelers, twice or many times older than they, reveal their nature, which is not human, but nymphic (that is, demoniac); and these chosen creatures I propose to designate as <nymphets>.” (16)
Bibliografía
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      Hispamérica, 1983.
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______. La Habana para un Infante difunto. Barcelona: Seix Barral, 1979.
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