“‘Humanidad’ vs. ‘Conveniencia:’ José Martí entrega el premio en el debate entre Harvard y Yale sobre inmigración”

Francisco Morán, Southern Methodist University

 

     Cuando me disponía a escribir el último capítulo de mi estudio Martí, la justicia infinita (Verbum, 2014) topé por casualidad con la «Carta» de Martí a El Partido Liberal, fechada en Nueva York a 25 de marzo de 1892. Si bien al entrar en la última etapa del libro estaba convencido de que ya no había absolutamente nada en la escritura martiana, y aún en la conducta pública del Apóstol que pudiera resultarme más chocante, repulsivo incluso, de lo que había encontrado en ese viaje, la «Carta» a que hago referencia me sacó de mi error. Tal fue el impacto que me causó, que decidí que merecía la pena demorar la llegada a Martí City para comentar ese texto. ¿Por qué? Pues porque esa carta echaba por tierra algunas de las más arraigadas y aparente sólidas conclusiones a que los críticos habían llegado respecto a Martí. La carta a El Partido Liberal demuestra que la pretendida radicalización de la crítica martiana a los Estados Unidos que habría marcado la crónica “Un drama terrible” (1887) no pasa de ser un mito que sólo la falta de lectura, de rigor en los estudios martianos, ha permitido sustentar. En 1892 Martí tiene todavía una visión de la democracia estadounidense más marcadamente positiva si se quiere que la del fresh Spaniard recién llegado a Nueva York en 1880. Se trata también de que en 1892 sus desplantes racistas y xenofóbicos no han hecho sino exacerbarse, hasta el punto de que no vaciló en respaldar la política anti-inmigrante de los círculos más reaccionarios de los Estados Unidos, e incluso del Estado mismo. Si hacía falta otra prueba del racismo de Estado que Martí promovió y apoyó fervorosamente, esta carta acalla cualquier duda al respecto.
     En el presente artículo, entonces, revisito el análisis de la mencionada «Carta» que hice en mi estudio. Lo que quiero decir con esto es que lo reproduzco ampliándolo. También introduzco cambios y añado materiales nuevos. Cuando comenté el texto martiano no disponía de la riqueza documental, de archivo, que  ahora me permite calibrar mejor y contextualizar las ideas de Martí.
     Me enfoco en la primera parte de la «Carta» del 25 de marzo de 1892 en la que Martí comenta el debate que sostuvieron los estudiantes de Harvard y Yale ese mismo día sobre si debía o no restringirse la inmigración (europea) en los Estados Unidos. Esa «Carta», que no aparece en las Obras Completas (1963-1975), se publicó primero en el volumen Nuevas Cartas de Nueva York (Siglo XXI, 1980), del investigador Ernesto Mejía Sánchez, autor también de la introducción. Más tarde fue incluida en la edición crítica En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892 (Colección Archivos, UNESCO, 2003), coordinada por Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez. Esta última es la que uso como fuente para el presente artículo.

1

     El debate sobre la inmigración en los Estados Unidos gana una fuerza particular en la segunda mitad del siglo XIX, sobre todo después del suceso de Haymarket y de la ejecución de los anarquistas de Chicago. Carl Smith sostiene que mientras “law,” “order,” “conspiracy” y “anarchy” fueron usados frecuentemente en las discusiones durante el proceso que se siguió a los anarquistas de Chicago, otros “equally loaded terms offer clearer insight into the fundamental concerns of those who participated in the case and followed it closely, illuminating at the same time the dynamic relationship between language, imagination, and experience in 1880s Chicago” (Urban Disorder 147). Esos términos a que se refiere Smith son: “foreign,” “manly,” and “natural.” O sea, ni más ni menos que algunas de las cruciales obsesiones que atraviesan la escritura de Martí en lo que respecta, por ejemplo, a textos canónicos suyos como “Nuestra América,” e igualmente importantes en sus «escenas norteamericanas». Y no hay ni que decir que marcan muy especialmente sus crónicas sobre los anarquistas de Chicago. Por otra parte, la relación que Smith ve entre estos términos es igualmente aplicable a Martí:

     The discussion of “foreign” in regard to Haymarket centered on the question of just who were the true citizens of Chicago, the concern with the “manly” considered the nature and character of this citizenry, while references to “natural” were part of a debate over the basic principles of legitimacy and authority that should govern these people in this kind of place (Smith 147).

     Cabe remarcar la aseveración de Smith de que de esos tres términos “‘foreign’ was the one that was most often invoked and to which Haymarket seemed to have the clearest relevance” (148). Desde luego, no es difícil comprender por qué. Como sucede con harta frecuencia en la escritura martiana extranjero y natural permanecen en irreducible oposición uno frente a otro. Además del recurrente motivo que liga lo extranjero a la desvirilización.
     Si en la primera parte de “Grandes motines obreros” (La Nación, 26 de junio de 1886), Martí está dispuesto a admitir que

en New York, como donde quiera que hay trabajadores, aunque los medios brutales repugnen a la gente de hábitos republicanos, se nota que el alzamiento viene de lo hondo de la conciencia nacional, y que la pasión y la voluntad de vencer están ya, para no dejar de estar, en el trabajador americano (énfasis mío).

tampoco puede resistirse al impulso, más fuerte, de ver en la inmigración extranjera la semilla, la fuerza instigadora contra el orden. El trabajador americano, pues, el sujeto nacional – natural, hay que insistir – aparece enseguida como la violencia importada empeñada en socavar los pilares en los que descansa la legitimidad del Estado:

¿Quiénes podrán más, los obreros moderados que con la mira puesta en una reorganización social absoluta se proponen ir hacia ella elaborando por medio de su voto unido las leyes que les permitan realizarlo sin violencia, o los que con la pujanza de la ira acumulada siglo sobre siglo, en las tierras despóticas de Europa, se han venido de allá con un taller de odio en cada pecho y quieren llegar a la reorganización social por el crimen, por el incendio, por el robo, por el fraude, por el asesinato, por “el desdén de toda moralidad, ley y orden”? (EEU 627).

     La pregunta no es solo una que el periodista se hace a sí mismo, sino también a sus lectores, procurando inculcarles el miedo, forzándolos casi a alinearse con uno de los lados. Pero ¿cuál es la audiencia de esta advertencia? ¿Acaso los trabajadores de Nuestra América, o más bien sus patronos? ¿No eran estos últimos a los que más beneficiaba el mantenimiento de “toda moralidad, ley y orden”? En esta pregunta Europa es el lugar de donde procede la barbarie, la violencia a todas luces irracional empeñada solo en la destrucción. El trabajador americano, por el contrario, es el sujeto civilizado que, si también aspira a una “reorganización social absoluta,” va hacia ella con su confianza en las instituciones burguesas y estadounidenses: en la efectividad de las leyes y del voto. Martí, midiendo la libertad de los trabajadores por la que disfrutaba él mismo, pregunta y responde: “¿Las prácticas de la libertad habrán enseñado a los hombres a mejorar sus destinos sin violencia? Parece que sí: parece que el ejercicio de sí mismos, acá donde es perfecto, ha enseñado a los hombres la manera de rehacer el mundo, sin amenazarlo con su sangre” (628) (énfasis mío).
     El problema no es, como se ha repetido tantas veces, que Martí se hubiese confundido por la unanimidad de la prensa que se apresuró a condenar a los anarquistas de Chicago. De lo que se trata es de eso que los estudiosos se han negado a admitir, a pesar de la claridad con que habla Martí: que este arrojó su suerte, no con los «pobres de la tierra» sino con el poder: los capitalistas, los banqueros, los tribunales, la policía:

     Lo mismo artesanos que banqueros: lo mismo el gran maestre de los Caballeros del Trabajo que los capitalistas del club famoso de New York Union League: lo mismo los gremios aislados de obreros americanos que los diarios de los magnates de las bolsas, abandonan a la ira pública y a la ley a los que con su odio insensato a las instituciones que merecen, puesto que no las saben vencer en paz en un país libre, retardan la reforma de la constitución industrial, que entraña la del hombre mismo, por la alarma justa de la opinión pública sin la que es imposible la victoria.
     Ni la policía, ni los jueces, ni el gran juzgado, que es la opinión general, perdona a los que han ensangrentado a Chicago, ni a los que los imitan.

     Astutamente, Martí incluye a los “gremios aislados de trabajadores americanos” con la intención expresa de marcar la otredad radical, desnaturalizadora, fuera de la ley, del extranjero. Fuera de la ley, pero dentro de ella. Dentro de la ley, abandonado por ella. Por eso es significativo el uso del verbo abandonar, puesto que traiciona el proceso judicial amañado en el que él mismo tuvo parte. También Martí se escuda tras la “opinión pública” que los periódicos mismos y la propaganda habían contribuido a formar. Pero no hay que engañarse: el apoyo más enfáticamente invocado por Martí y al que presta el suyo es el del capital y sus dos pilares: la ley y el orden. Ante el perro rabioso anarquista que él mismo saca a la calle, Martí – alma apostólica – llama a la policía: “Ha habido en todo el país, aún en la gente de alma apostólica, una conmoción semejante, a la que produce en una calle pacífica la aparición de un perro atacado de hidrofobia” (629).
     Hay que entender que este perro rabioso no sale de la nada. En esos años la obsesión con las enfermedades contagiosas y con todo lo que pudiera ser agente de contagio se adueñó de la imaginación del pueblo estadounidense. La rabia en primer lugar, pero también el cólera, la fiebre amarilla, el tifo; y casi sin excepción, la percepción general era que estas enfermedades no se incubaban en el suelo estadounidense, sino que entraban por sus puertos. En este sentido cobra particular relevancia la también obsesión con la sangre enferma.(1)
     El caso de la hidrofobia es un ejemplo de cómo estas obsesiones afincadas en la biología eran susceptibles de integrarse – y así sucedió – al imaginario político de la época. Sobre todo después de la bomba en Haymarket el 4 de mayo de 1886 – pero también ya desde antes – el adjetivo “rabid” se convirtió posiblemente en el epíteto más usado para referirse a los anarquistas. Así, un artículo publicado en el Chicago Tribune el 20 de febrero de 1887 lleva por título “A Rabid Anarchist” (2). En otro artículo del Fort Scott Daily Monitor (Kansas) del 6 de mayo de 1886, se menciona a San Fielding, “a rabid anarchist” (1). Y en el Inter Ocean de Chicago del 7 de mayo de ese mismo año se informa el arresto de “Frank Hirth, a cigar manufacturer, a rabid anarchist” (5). Dada la frecuencia de los reportes de casos de hidrofobia en la prensa norteamericana de estos años, no hay que maravillarse de que el epíteto se convirtiera en un arma política que localizando al sujeto en el lugar de un animal enloquecido que representaba un peligro para la comunidad, legitimaba su abandono, verdadero homo sacer al que podía dársele muerte – como a perro rabioso – sin que esto calificara como homicidio. Una vez que, como comenta Martí, los capitalistas, los banqueros, la policía, la iglesia, los periodistas – él entre ellos – abandonaron “la rabia de las bestias”(2) a “la ira pública y a la ley,” se abrió la temporada de caza.
     Es precisamente en la segunda parte o conclusión de “Grandes motines obreros” donde Martí dice algo que nos llevará directamente al debate de Harvard y Yale:

     Importa mucho a los pueblos que se acrecen con la inmigración de Europa ver en qué ayuda y en qué daña la gente que inmigra, y de qué países va buena, y de cuál va mala.
     Los Estados Unidos, que están hechos de inmigrantes, buscan ya activamente el modo de poner coto a la inmigración excesiva o perniciosa: viendo de dónde viene el mal a los Estados Unidos, pueden librarse de él los países que aún no han sido llevados por su generosidad o su ansia desmedida de crecimiento al peligro de inyectarse en las venas toda esa sangre envenenada (EEU 631).

     ¿Qué otros “pueblos” son esos a los que, según Martí, le importa mucho aprender la lección de la inmigración europea en los Estados Unidos? O mejor todavía, ¿a qué “pueblos” les advierte que deben aprender esa lección? A los de nuestra América, sin dudas. No está de más, por cierto, advertir que así como hoy el ala extrema del partido republicano solo pretende condenar la “inmigración ilegal,” Martí a su vez solo le cierra las puertas a la “mala.” En ambos casos se trata de una estrategia racista que trata de ocultarnos inútilmente que lo que se rechaza es al extranjero. De ahí que no veo como alguien pueda negar el respaldo tácito de Martí – se trata de eso – a una política que le pusiera coto a lo que él mismo llamó “inmigración excesiva o perniciosa.” No se trata solo de que los pueblos latinoamericanos no se abran a una inmigración desmedida llevados de su “ansia de crecimiento,” sino incluso de que tampoco lo hagan guiados por ningún tipo de generosidad. Nada de generosidad o de escrúpulos ante el “peligro de inyectarse en las venas toda esa sangre envenenada.” Adviértase que es Martí el que etiqueta a la inmigración como “sangre envenenada.” Envenenada en la medida en que su heterogeneidad porta el virus desnacionalizador, el germen asesino, destructor de la diferencia que impediría la constitución de la comunidad ética. A esto me referí cuando hablé de racismo de Estado en Martí. Rafael Rojas – cuyo juicio respeto y tengo en alta estima – no puede aceptar este argumento, mas no discute mi análisis ni demuestra que me equivoco.(3)
     Recordemos que para Michel Foucault, el racismo de estado consiste en “una toma de poder sobre el hombre en tanto ser viviente, [en] una suerte de estatalización de lo biológico, o por lo menos una tendencia que conduce a la estatalización de lo biológico” (Genealogía 193) (énfasis mío). El racismo es para él, primero que todo, “el modo en que, en el ámbito de la vida que el poder tomó bajo su gestión, se introduce una separación, la que se da entre lo que debe vivir y lo que debe morir” (206).
     Cuando Martí afirma que la inmigración es “sangre envenenada” ¿no está implícitamente pidiendo que se tomen medidas sanitarias para proteger el cuerpo nacional? ¿No se encamina a esto el espaldarazo a una política que ponga freno a la inmigración, esto es, al virus extraño – alien – del otro? O por lo menos, ¿puede negarse aquí la “tendencia que conduce a la estatalización de lo biológico”? En la Carta a La Nación (13 de mayo de 1883), justo antes de pasar a la crónica sobre los honores a Marx – tan comentada como poco estudiada – Martí incluye la sección «Los trabajadores: sus fuerzas; sus objetos; sus caudillos; europeos y americanos». Si la intención de este intermezzo fue irónica, dio en el blanco. Mas lo que me interesa es su comentario de que “las ciudades son como los cuerpos, que tienen vísceras nobles, e inmundas vísceras” (EEU 239) (énfasis mío). ¿A dónde nos lleva esto? Si “las ciudades son como los cuerpos,” y como éstos “tienen vísceras nobles, e inmundas vísceras,” ¿qué debe hacer un Estado que vele por la salud del cuerpo social? ¿Cómo puede nadie que tenga un ápice de sentido común negar el llamado, bastante explícito, a la intervención quirúrgica por parte del Estado, dado que su función es, no digamos ya preservar la salud social sino su supervivencia misma? ¿No era esto lo que estaba en juego – la supervivencia, el derecho a la vida de la sociedad – en la declaración eugenésica de Martí? ¿Puede negarse el racismo de Estado de esta afirmación hecha – no hay que olvidarlo – desde la diferencia moral y los derechos incuestionables de las vidas superiores?: “Es mundo oscuro, donde nada tenemos que hacer los que leemos periódicos y los escribimos” (239).(4) Es la metáfora de la ciudad como cuerpo que alberga “vísceras nobles e “inmundas vísceras” donde la censura moral se entrecruza con la sanitaria. No se trata – y la distinción es importante – de vísceras sanas o enfermas, sino nobles e inmundas. La mera vecindad de lo innoble con lo inmundo, justifica y exige la «intervención humanitaria». Es el racismo que, como dice Foucault, “hará funcionar esta relación de tipo bélico: ‘Si quieres vivir el otro debe morir’ de un modo nuevo y compatible con el ejercicio del biopoder.” Y añade: “El racismo, en efecto, permitirá establecer una relación entre mi vida y la muerte del otro que no es de tipo guerrero, sino de tipo biológico.” Dicho de otro modo: “La muerte del otro – en la medida en que representa mi seguridad personal – no coincide simplemente con mi vida. La muerte del otro, la muerte de la mala raza, de la raza inferior (o del degenerado o del inferior) es lo que hará la vida más sana y más pura” (Foucault 207). Sólo con la eliminación de las “inmundas vísceras” y de la “sangre envenenada” la vida será más sana, y “los que leemos los periódicos y los escribimos” nos sentiremos seguros. En cuanto a la afinidad de Martí con el pensamiento eugenésico de Francis Galton, que, por supuesto, Rojas también niega, compárese la cita de Martí que hemos comentado con esto que dice Galton en Inquiries… en el propio año de 1883, estudio que reseñó Martí, y que por citar en mi estudio, tanto Rojas como Schnirmajer tuvieron que haber leído. Ahora expando la cita original:

My general object has been to take note of the varied hereditary faculties of different men, and of the great differences in different families and races, to learn how far history may have shown the practicability of supplanting inefficient human stock by better strains, and to consider whether it might not be our duty to do so by such efforts as may be reasonable, thus exerting ourselves to further the ends of evolution more rapidly and with less distress than if events were left to their own course (énfasis mío).

Galton añade más adelante:

The moral and intellectual wealth of a nation largely consists in the multifarious variety of the gifts of the men who compose it, and it would be the very reverse of improvement to make all its members assimilate to a common type. However, in every race of domesticated animals, and especially in the rapidly-changing race of man, there are elements, some ancestral and others the result of degeneration, that are little or no value, or are positively harmful (Galton 1-3) (énfasis mío).

     Pregúntese el lector qué valor – si alguno – tenían el perro hidrofóbico, las “vísceras inmundas,” la “sangre envenenada,” o si, por el contrario no se trataba de “elementos,” como diría Galton, “positivamente dañinos.” ¿Acaso la identificación de la “sangre envenenada” no respondía a la pregunta que hacía Galton sobre “the practicability of supplanting inefficient human stock by better strains, and to consider whether it might not be our duty to do so by such efforts as may be reasonable? Es importante subrayar que la sangre como metáfora de la inmigración, ya se tratase de la indeseada como de la necesaria, no aparece solo en Martí. El breve artículo titulado “In respect to Immigration” que publicó el Times-Picayune de Nueva Orleáns el 27 de febrero – apenas con un mes de antelación al debate estudiantil – afirma que “[w]hat is most necessary is to keep out paupers, criminals, persons with contagious or loathsome diseases and political cranks.” Y sólo unas líneas más adelante, se añade: “The people of the New World are charged with the work of building up the earth’s grandest empire. The best blood out of all nations must be united for the extraordinary task. After a while we will get a thoroughly organized American race, with the bravest, wisest and most able men and the most beautiful and virtuous women” (4) (énfasis mío). En ambos casos se trata de la sangría y de la transfusión de sangre que serían necesarias para purgar el cuerpo de la nación estadounidense (Martí) y para insuflarle vida (Times-Picayune). También lo que está en juego en esta metáfora es la contraposición zoé (Martí) y bios (Times Picayune). De todas maneras, tanto la transfusión de sangre como la extracción de la sangre envenenada presuponían la vigilancia y control concertados de los médicos, policías y autoridades de inmigración. Y sobre todo de agentes altamente calificados y con la autoridad moral y el celo americano como Martí.   

2

     Antes de proseguir, resulta crucial entender el marco en que se produjo el debate Harvard-Yale. En su edición vespertina del 1 de enero de 1892 el World de Nueva York anunció que esa mañana había sido inaugurada la nueva estación de inmigración de Ellis Island. La intención había sido “to celebrate the event with appropriate exercises, oratorical, pyrotechnic, &c., but at the last moment, Col. John B. Weber, the Superintendent of Immigration decided to dispense with such a programme and enter the new building without any fuss or feathers.” Solo ese día calcula el World la llegada de entre 600 y 700 inmigrantes. Los recién llegados eran recibidos en el segundo piso, donde se los examinaba y registraba. En Ellis Island podían despacharse diariamente entre 12 y 15, 000 inmigrantes. En ese piso había salones de detención “for paupers, lunatics, criminals and immigrants suspected of being contract laborers.” Por su parte, The Daily Republican de Pennsylvania dedicó a Ellis Island un extenso artículo el 11 de julio. Allí se informa que “[a]n average of 2000 poor foreigners a day are coming here.” Aunque el autor se identifica como “the writer,” el artículo lo firma «New York Advertiser», y no es difícil comprender por qué. Lo que se nos narra es una de las excursiones que cualquier persona podía hacer a Ellis Island. En un año cuando los debates en torno a si debía limitarse o incluso eliminarse la inmigración, la inauguración de Ellis Island y la red de fantasías y miedos que el lugar exacerbó nos permiten comprender mejor la maraña discursiva, los intereses encontrados que rodeaban al «inmigrante» desde el momento mismo de su llegada. Por un lado, claro, la isla misma a la que llegaban, verdadero purgatorio donde se decidía su suerte: interrogatorios, salas de detención, en fin, acciones preventivas que suponían de antemano el peligro (la enfermedad, la criminalidad). Ese miedo también lo espoleaban los constantes anuncios de la cantidad de inmigrantes que desembarcaban en Nueva York. Por el otro, los turistas podían disfrutar “ten delightful minutes’ sail to Ellis Island.” Este viaje o excursión abría la posibilidad de ver al otro desde una distancia que podía fácilmente tomarse por cercanía; de disfrutar el exotismo de su diferencia evitando la peligrosa proximidad: “In front of the large building two steamers were being moored, both of them black with crowds from an incoming European vessel. As we passed close to them to land at the end of the large dock picturesque costumes and bits of color were noticeable.” Es importante notar que la diferencia que Martí no casaba de remarcar entre el estadounidense habituado a las sales de la libertad, y el europeo a la bilis de la opresión – con la consecuente naturalización de esa diferencia – era una idea característicamente estadounidense que contenía el archisabido excepcionalismo de los Estados Unidos: “The trip from the steamer to the little island is very perplexing to most of the foreigners. Years of Governmental opression have perhaps rendered them docile, and at the same time cunning and suspicious.” El escritor-anunciante no hace más que buscar las diferencias de expresión, ropas que no sólo registren su diferencia respecto al otro que llega, sino sobre todo la superioridad de esa diferencia.
     La inauguración de Ellis Island hay que entenderla, pues, en el contexto de un clima cada vez más hostil hacia los inmigrantes, especialmente hacia los que procedían de Europa oriental. Eran los más pobres, los menos instruidos, y los menos calificados. Sin embargo, en aquellos artículos que continuamente se refieren a la inmigración como un problema, uno encuentra ciertas constantes que revelan lo que significaba ese problema: por un lado, el tono alarmista ante las cifras de inmigrantes – abundan las estadísticas –, así como los lugares de procedencia; por el otro, y en conexión con esto último, la sugerencia o la afirmación explícita de que  tendrían dificultades para asimilarse a las costumbres y modos de vida del país. Así, el 22 de enero(5) Kansas City Daily Gazette publicó el siguiente suelto:

The immigration problem which a year ago was being seriously considered, has been intensified by a constantly increasing immigration into the United States during the past year. During eleven months of 1891 up to December 1, the number increased from 468,309 in the corresponding months of the year previous to 562,073, or a gain of 93,764, or over one-sixth. The sources of the increase are not calculated to allay apprehension. Russia and Poland furnish 40,000 of the extra arrivals. Italy furnishes 6000; Austria-Hungary, 7000. Thus over one-half of the increase comes from eastern Europe, and is composed of those who do not speak our language nor understand the customs and institutions of our country (2).

Y el 17 de septiembre el Middletown Daily Times de Nueva York, en primera plana, publicó un artículo titulado “To Bar Out the Germs / Mayor Grant Asks the President to Suspend Immigration.” Es de notar que aunque otro subtítulo expresa “No New Cholera Cases in Gotham,” también se dice: “After receiving reports from all the city officials having the sanitary condition of the city in their care, and conferencing at length with two heads of the various city departments, Mayor Grant decided that it would be advisable to request the president to stop immigration from infected European ports entirely for the present.” El título principal – que se refiere específicamente a los gérmenes – sugiere una continuidad metafórica entre germs e infected European ports. En primer lugar porque, por supuesto, los puertos europeos están llenos, infectados con gérmenes. En segundo lugar, por las estructuras paralelas: “Bar out the germs” / “Suspend Immigration.” De esta manera, todos los inmigrantes son implícitamente representados como gérmenes. He aquí, traducido también en hechos – y no sólo metafóricamente – la respuesta a la idea de Martí sobre esa “sangre envenenada” que era para él la inmigración.
     También el New York Times del 8 de febrero – es decir, poco un mes y unos días antes de que se llevara a cabo el anunciado debate – publicó en la columna central de la página 3 el largo artículo: “The Overflow of Europe — Report of the Comission Sent to Investigate it.” Y solo unos días más tarde el editorial de la primera página del 14 de febrero de ese mismo periódico explícitamente enfatizó la asociación de la agitación anarquista en Europa con la de la inmigración extranjera. El comentario es importante si se piensa como un espejo que se le ofrece a los propios Estados Unidos:

     What shall one say of the hideous other Socialism or Anarchism in France, Spain, and Italy which jeers at the idea of love of country, denies all laws, and spreads its propaganda by throwing bombs among women and children? It grows increasingly difficult to know what to say of it or how to deal with it. In a characteristically forcible and feeble way the Spanish Government has just rushed four Anarchists to the scaffold in breathless haste, but seems unable to protect itself against the presence of scores of French and Italian agitators who are openly organizing the slums of the Spanish cities in the ranks of disorder. In all the troubles of these three countries, and of Belgium, Holland, and Switzerland as well, the most notable feature of the agitation is its international character. In each land the most successful and dangerous organizers are foreigners. In Germany alone one does not hear of alien Anarchists (énfasis míos).

     Compárese lo que leemos en el New York Times con lo expresado por Martí en “Las grandes huelgas en Estados Unidos” (La Nación, 4 de junio de 1886), y en la conclusión de “Grandes motines obreros” (La Nación, 2 de julio de 1886):

… porque esta población revuelta, ya se sabe, sólo tiene de americana la última capa, la última generación, y en muchas partes ni esa tiene, — de modo que, sin los frenos del patriotismo que aun en los ruines puede tanto esta mezcla de irlandeses, de escoceses, de alemanes, de suecos, de gente que come carne y bebe cerveza, y tiene espaldas y manos atlánticas, va rápida y sin bridas, sin más bridas que las de su miedo o su instinto de conservación, a conquistar lo que cree suyo: su derecho a una parte mayor en los productos de una riqueza de que se estima el principal factor, y no es el aprovechador principal (“Las grandes huelgas…” EEU 609).

     Se sabe de cierto. Es de alemanes, de polacos, de suecos, de noruegos, la gran masa en que han prendido esas prédicas de incendios y matanzas. La ciudad de Milwaukee, es un ejemplo, y allí por poco, a no haber habido un gobernador enérgico, no queda de la ciudad más que pavesas: en Milwaukee, de cincuenta mil trabajadores, apenas diez mil hablan inglés: polacos y alemanes son en su gran mayoría (“Grandes motines…” EEU 631) (énfasis mío).

     Tanto el New York Times como Martí subrayan la centralidad de la ausencia del sentimiento patriótico como íntimamente relacionada con la heterogeneidad y la violencia que traían las masas de inmigrantes, sobre todo europeos. La crisis de la identidad americana aparece más fuertemente marcada en Martí – en los ejemplos que comentamos – en el hecho mismo de la pérdida de la lengua. A esto se añade la baja catadura moral e intelectual de la masa heterogénea de los inmigrantes a través de los estereotipos más corrientes de la época: “gente que come carne y bebe cerveza.” Asimismo debe notarse que mientras Martí recoge los reclamos de “esta mezcla de irlandeses, de escoceses, de alemanes, de suecos” que creen que tienen derecho “a una parte mayor en los productos de una riqueza de que se estima el principal factor, y no es el aprovechador principal,” pero no opina sobre esos  derechos.(6)
     Uno tiene, pues, que considerar la creciente hostilidad hacia los inmigrantes en los Estados Unidos, pero también en la escritura martiana para comprender a cabalidad, por un lado, la significación del debate entre los estudiantes de Harvard y Yale; por el otro, el reporte que hizo Martí del mismo.      
     Expresado su más restricto apoyo a la necesidad de poner coto a la inmigración, Martí retoca su figura en el espejo antes de salir hacia el debate sobre inmigración que sostendrían los muchachones de Harvard y Yale. El asunto, como sabemos, le resulta del mayor interés. Tan excitado está, que equivoca la fecha. No puede haber escrito esa parte de la «Carta» - precisamente la que le da inicio – el 25 de marzo; y esto por la sencilla razón de que esa fue la fecha del debate y las crónicas sobre el mismo en la prensa de Nueva York no aparecieron, como es lógico, sino al siguiente día. A menos, claro que, en efecto, Martí hubiera asistido al debate. Pero ¿asistió?
     El debate había comenzado a anunciarse en la prensa por lo menos desde principios de febrero, de modo que es difícil que hubiera escapado a la atención de Martí. El 7 de ese mes el New York Times publicó el suelto “Yale University” donde leemos:

     New Haven, Feb. 6. — Since the joint debates with Harvard were projected, the Yale Union (the academic debating society) has increased rapidly in membership and in resources. The increase of interest is expected to renew the spirit of forensic debate that prevailed at Yale half a century ago. It may do more. Already there is talk of an intercollegiate debating union. Brown University favors it, and the sentiment at Yale is in symphaty. There is a suggestion that perhaps Harvard may want a dual league in this, as in athlectics.
     The subject for the Yale-Harvard debate has been again changed. As announced a week ago, it was “Resolved, that immigration to the United States should be restricted.” Yale’s champions, having the negative, objected, and after consultation the subject was changed to read that immigration should be unrestricted […] (11) (énfasis mío).
……………..

     En la carta a El Partido Liberal del 25 de marzo de 1892, Martí comenta las competencias deportivas entre Harvard y Yale en lo que parece ser un desvío del tema que va a abordar: el debate sobre la inmigración entre las dos universidades. En realidad, la digresión es sólo aparente. Empieza por censurar que ambas instituciones usen la competición deportiva como “el modo de alzar a unos [hermanos] contra otros,” incentivando así “el espíritu de secta y bandería que quiere freno más que espuela en el hombre.” Curiosamente, su crítica lo lleva por un camino que parece contrario a la tesis de Spencer de que triunfan los más aptos.(7) Así, se pregunta si el deber de la educación es el de “afilarle el diente al hombre, por la teoría que ve la vida como una mesa puesta, donde gana el mejor puesto quien sabe dar más dentelladas” (EEU, 1508) (énfasis mío). ¿Quiere esto decir que estamos listos para aceptar ahora la oposición tajante que plantea Fernández Retamar entre Martí y el “prehitleriano Spencer”? (1970, 28).(8) Pero ya sabemos que con Martí no hay que apresurarse. Esa pestañeante analogía del hombre con la bestia noble –el caballo– implícita en las alusiones al “freno” y a la “espuela,” y con la fiera salvaje, metonimizada en “diente,” debe ponernos en guardia. En efecto, y esto es revelador, Martí no rechaza la competencia, sino allí donde él mismo no estaría entre los más aptos: en la lucha de los cuerpos y en la competencia física. La buena, comenta, “es la otra competencia,” esa que tiene lugar entre “los que se entran por el mundo de las nubes” y “los que se meten de covachuelistas, y ven la vida por su mostrador.” Porque, concluye, “es verdad la cueva, y las nubes también” (1509). No; el discurso de Martí no ha cambiado un ápice: la suya es la supervivencia del ala, de las nubes. En las cuevas habitan –no viven– los covachuelistas, y ciertamente la familiaridad semántica es importante. Lo primero –covachuelistas– es un término peyorativo, degradante, y bien curioso por cierto: covachuela, “[d]el dim. de covacha, por alus. a [las] que estaban situadas en los sótanos del antiguo palacio real,” leemos en el diccionario de RAE. De modo que covachuela es sótano, y también cueva; así como el palacio real son las nubes, el ala. Como diría Andrew Carnegie, para quien la teoría de la evolución había reemplazado la religión tradicional: “Man was not created with an instinct for his own degradation, but from the lower he had risen to the higher forms. Nor is there any coceivable end to his march to perfection. His faced is turned to the light; he stands in the sun and looks upward” (citado en Hergenhahn y Henley 282, 297). La retórica, el tejido metafórico de esta reflexión no fallan en evocar los del propio Martí, en cuya escritura el sol es frecuentemente símbolo de elevación, del impulso ascendente y, por lo mismo, inscrito a su es significante de jerarquía. Uno solo tiene que recordar aquellos famosos Versos Sencillos: "No me pongan en lo oscuro / a morir como un traidor: / Yo soy bueno, y como bueno, / moriré de cara al sol." No se trata solo de la proverbial y supuesta freferencia martiana por lo natural - su estilo no podía ser más artificioso --sino también, y quizá principalmente, de esa escala ascendente en la que lo bajo es lo oscuro, y de la que hay que separarse y remontarse junto a los hombres superiores al sol.
    Pero regresemos a la cita anterior que comentábamos. Es cierto que “afilarle el diente” explícitamente se refiere a lo que no debe hacer o incentivar la educación, con lo cual constatamos la inacabada diferenciación entre el hombre y la bestia, la persistente sombra del homo sacer. Al mismo tiempo, la oposición entre “el mundo de las nubes” y el del “mostrador” y la “cueva” –recordemos al Martí que le advierte a su padre que no tenía “alma de tendero”– reafirma la escalera social en la que el lugar de los hombres superiores y el de los inferiores es, por lo tanto, legitimado.
     Del asunto de la educación, Martí pasa entonces, casi imperceptiblemente, a celebrar la “abundancia de opiniones,” porque “no hay más paz ni prosperidad que la que viene del ejercicio serio y oportuno de la lengua.” Y de aquí, otra vez casi sin que nos demos cuenta, comienza a discurrir sobre la justicia, para entrar entonces, por fin, en el asunto de la inmigración. Pero como entra en este asunto sin decirle antes al lector que se trata del debate que habían sostenido los estudiantes de Yale y Harvard, mejor hacemos un alto y empezamos por aquí.
     En un extenso artículo del New York Times del 20 de marzo titulado “Doors opened to Women” se comenta favorablemente la iniciativa de la “philosophical faculty” de la Universidad de Yale que había decidido “to open the doors to women in the post-graduate courses.” A propósito del debate que tendría lugar pronto se expresa que “[i]t has been a difficult matter for years to maintain debating societies at Yale, but the happy idea of a battle of words with Harvard has given the Yale Union a permanency and a character” (énfasis mío).
     El artículo del New York Times no sólo se hace eco del interés que estaba despertando el anunciado debate. De hecho, contribuye a promocionarlo: “Although an admission fee is to be charged to the Yale Harvard debate in the Hyperion Theatre next Friday evening, the demand for tickets by members of the university is so large that few of the towns-people will be able to secure seats. The interest shown in the affair indicates a revival at Yale of the old time interest in forensics.” Se anuncia asimismo que “[t]he debate next Friday will bring to the college many of its distinguished sons.” Chauncey M. Depew presidiría el debate, y entre otras figuras que habían aceptado un asiento en el escenario se mencionan a Morgan Bulkeley, Gobernador de Conneticut; el Juez Luzon B. Morris, el General S. E. Merwin, el abogado y exgobernador de Connecticut Charles R. Ingersoll, el también abogado Edward J. Phelps, el juez Henry E. Howland, los jueces de la Corte Suprema Andrews y Seymour, y el escritor y pastor Joseph Twichell. Como ya había sido informado con antelación, se les recuerda a los lectores que Yale tendría “the negative of the question — “Resolved, that immigration to the United States should be unrestricted.” Según el periódico “[o]ver fifty Harvard men are expected to attend the debate.”
     Como recordará el lector, ya habíamos planteado la pregunta sobre si Martí asistió o no al debate. El texto que acabamos de citar afirma que sólo “unas pocas personas” de la ciudad habían conseguido asegurar asientos para el debate. Por otra parte, según la crónica del New York Times sobre el debate mismo “[o]ver three thousand people from all parts of the country attended the Yale-Harvard debate at the Hyperion Theatre, to-night.” Finalmente, la sucinta crónica del New York Tribune es la que ofrece, no obstante, una idea más completa de la excitación que rodeó al debate y de la concurrencia al mismo:

     Not in years has any incident aroused such general interest at Yale as the debate between representatives of the Yale and Harvard Unions which occurred in the Hyperion Theatre to-night. Every inch of space in the big building was occupied. No one but invited guests and representative of the press, all of whom occupied seats on the stage, was admitted without first presenting a ticket. In many cases, single tickets for standing space sold for $5.00” (“The Yale-Harvard Debate” 6).

     No es posible descartar del todo que Martí lograra asistir al debate, pero más importante que esto es eso que me interesa comentar aquí, y sobre lo que no tengo ninguna duda: su intervención en él.
     Al dar a conocer cartas desconocidas de Martí a El Partido Liberal – no recogidas en sus Obras Completas –, y una de las cuales es la del 25 de marzo de que nos ocupamos aquí, Mejía Sánchez menciona las normas que siguió al preparar su edición. En los casos en que Martí no proveyó un sumario, “se suple por otro de nuestra factura, con los temas de la crónica, pero se lo coloca entre corchetes” (“Introducción” 14). Eso es lo que sucede con la carta del 25 de marzo de 1892, y que EEU reproduce sin que se nos advierta – el dato es importante – que Martí no es el autor de ese sumario.(9) No se trata de un detalle trivial, pues en el caso de Martí la falta de un sumario hace más engorrosa la lectura, puesto que resulta más difícil deslindar los asuntos de la carta en cuestión. Para que se entienda la importancia de esto, hay que advertir que dicha dificultad aparece incluso en las cartas para las que Martí sí escribió sumario. Un ejemplo de esto es la que refiere los honores a Carlos Marx en 1883. A mi juicio, no es posible entender completamente cómo Martí ve a Marx, o su narración del homenaje, a menos que una lectura meticulosa conecte todos los temas que, sólo en apariencia, pudieran parecernos desconectados. Así se vería que el homenaje a Marx, los funerales del pugilista irlandés Jimmy Elliott, la repatriación de los restos de Payne, el autor de “Home, sweet Home,” e incluso el baile de máscaras en la mansión de William Vanderbilt en Quinta Avenida están,  insisto, absolutamente ligados entre sí.
     Entonces, como Martí no proveyó sumario para la carta del 25 de marzo de 1892, la entrada en el asunto de la inmigración es abrupta y no puede sino confundir al lector:

     A veces, como en lo de la inmigración, la pelea no es de humanidad, sino de conveniencia. ¿El respeto al derecho del hombre ha de llegar hasta permitirle podrir con su compañía impura a los demás hombres? ¿El pueblo que admitió inmigrantes buenos, debe continuar admitiendo inmigrantes malos? ¿El pueblo que aceptó la inmigración cuando la necesitaba, debe continuar fomentándola, o debe contenerla, cuando no lo necesita? (EEU 1509).

     ¿A qué viene esto? Para poder responder esta pregunta es necesario volver sobre nuestros pasos en la lectura y ver si Martí había dicho algo antes que sea posible relacionar con lo que acabamos de citar. Sólo entonces notamos que Martí, en términos muy vagos y bastante confusos, se había referido hacia el final del párrafo precedente a la “pelea humana.” De modo que esa “pelea humana” parece llevarnos, tortuosamente – lo que no es infrecuente en Martí – a esa “pelea” que “no es de humanidad, sino de conveniencia.” Uno puede ver entonces por qué resulta tan difícil – mas no imposible – leer a Martí. ¿Qué había dicho Martí antes sobre la “pelea humana”?:

… y en lo real de la política, como en lo de la naturaleza, se agrupan de una parte los dichosos, siempre abocados a la parcialidad, y los que desean serlo: y todo está en que unos no lo sean mucho, y otros demasiado poco. En la pelea humana hay ejércitos sueltos o guerrillas que salen a anunciar por dónde viene la gran guerra, pero, con palabra o sin ella, quienes carecen de felicidad se pondrán de una parte, y los desinteresados con ellos, y de la otra los que gozan de ventura, con la legión de mandones y serviles. Y con la resistencia de los unos y la aspiración de los otros, se van componiendo, en vuelcos y accidentes, las justicias humanas (1509).

     Así escribe Martí cuando quiere decir sin decir, cuando serpentea para que el sentido se nos escape. También es un buen ejemplo de que a veces la lectura de Martí puede resultar aburrida y tediosa. En esta parrafada es posible, sin embargo, discernir que Martí se refiere a dos grupos: “los dichosos” y “los que desean serlo;” los que “carecen de felicidad” y “los que gozan de ventura.” Por supuesto, la circularidad de las ideas que se repiten, pero con las variaciones del caso, contribuyen a la confusión. Ahora bien, el conflicto entre esos dos grupos – que Martí podía haber designado de manera menos vaga – es lo que constituye la “pelea humana.” Entonces, “con la resistencia de los unos” – supongo que Martí se refiere a los fabricantes y capitalistas – y con “la aspiración de los otros” – posiblemente los trabajadores – es como “se van componiendo, en vuelcos y accidentes, las justicias humanas.” La solución, la fórmula para llegar a esa justicia – muy martiana – es que aquellos que son dichosos “no lo sean mucho;” y quienes no, que no lo sean “demasiado poco.” El asunto estaba, por supuesto, en quién y dónde establecería los límites de lo “mucho” y de lo “demasiado poco.” ¿Cuán poco resultaba aceptable para Martí? ¿Qué era lo que le parecía mucho?
     Entonces, al lanzarnos de cabeza en el asunto de la inmigración, Martí empieza con una advertencia que – ahora sí es claro – establece un deslinde entre aquella “pelea de humanidad,” y esta otra – la de la inmigración – que no es sino “de conveniencia.” De modo que los inmigrantes y las discusiones sobre la inmigración no pertenecen al ámbito de lo humano, sino de los intereses prácticos. Puesto que no ha mencionado en lo absoluto el debate Yale-Harvard – y puesto que todavía le queda un buen tramo antes de llegar ahí – esto, insisto, lo dice Martí. Por tanto, es la primera intervención de Martí en un debate al que, lo mismo si no había sido invitado, o no había conseguido entrada, había dedicado muchas energías durante muchos años. Y para que no queden dudas de que Martí es quien habla aquí, recordemos que esto mismo lo había dicho en México en 1875, y escribiendo como mexicano y con la máscara de Orestes:

Gravísimas cuestiones surgen de la necesidad y conveniencias de la inmigración. ¿No fuera urgente buscar un medio de aprovecharse de la inmigración de brazos, sin haber de temer la inmigración de costumbres de una raza extraña, y de las inteligencias desesperadas y perturbadoras que forman en todos los países la masa de inmigrantes? (OC 2, 45) (énfasis mío).

     Se trata de la misma idea. La “masa de inmigrantes” en todos los países constituyen una “raza extraña,” un amasijo de “inteligencias desesperadas y perturbadoras” que, por lo mismo, es preciso considerar exclusivamente a partir de la “necesidad” y la “conveniencia;” no de humanidad. En definitivas, el asunto, lo que urge, es “buscar un medio de aprovecharse de la inmigración de brazos.” Animales de tiro, de carga, puesto que la única inteligencia que es posible esperar de esos inmigrantes es la desesperada y perturbadora. A buscar, pues, un medio que permita aprovechar la fuerza de los brazos, y a mantener vigilada y a ras de suelo, la inteligencia. He aquí juntos – mal que le pese a mi compatriota Rojas – al racista de Estado, y al guardián de la ley y el orden.
     Martí habla, pues, en la Carta que comento –y no solo aquí, insisto– como estadista, senador o representante del Estado norteamericano, y en representación y defensa de sus derechos e intereses. Y lo hace de la forma más ostensiblemente spenceriana que pueda imaginarse. La frialdad, el cálculo con que lo vemos separar de una sola cuchillada humanidad de conveniencia, confirma la razón de las críticas de Badiou, de Rancière, Esposito y Žižek a los llamados “derechos humanos”. Se trata de que esos mismos derechos, dependiendo de los reclamos éticos, solo existen y pueden existir entre paréntesis, garantizados nada menos que por intervenciones (militares) humanitarias. O por la guerra contra el terrorismo y el Mal. Difícilmente podríamos pedirle a Martí que se expresara con más claridad, en perfecta sintonía con el credo de Dick Cheney, George W. Bush, e incluso Barack Obama. El “respeto al hombre” tiene sus límites. La mirada eugenésica está presta, desde su nube-drone, a inspeccionar covachuelas y cuevas, y a aplicar el remedio cauterizante: la eliminación de los hombres impuros. Porque no puede olvidarse que aquí se habla de contagio, de la trasmisión del mal, de la propagación de los niveles más “bajos” de la existencia; esos que no pueden mirar hacia arriba. Pues resulta que , que Martí no solo estuvo cerca del prehitleriano Spencer, sino que no le iba a la zaga. Él mismo se puso en medio de los dos, entre Bolívar y Spencer, cuando equilibró a la Madre América entre las dos figuras tutelares: la de la independencia y la del darwinismo social. Igual que en México en 1875, la cuestión de la inmigración para Martí era un mero asunto de conveniencia; no de humanidad. Cuando cesa la necesidad de braceros, ¡a cerrar las puertas!
     Nos explicamos, pues, por qué Martí comentó al principio, criticándola, la competición deportiva entre Harvard y Yale; para traer ahora a la palestra la noble competición de las opiniones, de la inteligencia: “Unos, como Harvard, que es colegio de humanidades más caliente, creen que las puertas se han de tener de par en par […],” pero “otros, como Yale, a donde van más hijos de magnate, hijos almidonados de los jayanes que inmigraron ayer, mantienen, como muchos tantos de razón, que estas turbas que caen ahora sobre los pueblos […], son más veneno para la ciudad que sangre para el campo; que el hormigueo mendicante y tifoideo o tiñoso, […], no es ya la inmigración creadora” (1509) (énfasis mío). Martí pasa rápidamente por lo que creen otros, como Harvard, sin apoyarlo nada, pero cuando se trata de Yale, sí lo hace: “con muchos tantos de razón.” ¿Por qué la diferencia como/con? Quizá fue lapsus, o un error, pero tantos – en un contexto competitivo – puede leerse como puntos, anotaciones, lo que significaría que era Yale el que estaba anotando, ganando, y con razón. ¿Quién dice que Martí no viste la camiseta xenofóbica y fascista de Yale? Ha dado justo el salto a la “solución final”, que está ahí, mirándonos a los ojos, desafiándonos el estómago: hormigueo mendicante y tifoideo o tiñoso. Desde la nube ¿qué sino la fumigación a gas podemos esperar para esa masa de inmigrantes?(10)
     En este punto, en que por fin Martí menciona el debate, es donde nos interesa detenernos. Puesto que, según veremos, él cita de algunas de las intervenciones, por lo que hay que preguntarse cómo funciona aquí la política de la cita. ¿Qué cita y a quién Martí? Por otra parte, ¿con qué contribuye Martí mismo al debate? ¿Es posible separar la posición de Martí sobre la inmigración de aquellas que defendieron los estudiantes de Yale y los de Harvard? ¿A quién le dio el premio Martí? ¿Acaso al premiar su juicio coincidió con el de Chauncey M. Depew que había presidido el debate, y con quien había coincidido unos años antes, en 1883 para ser más exactos, en el baile de máscaras de William Vanderbilt? La confrontación de las crónicas en la prensa neoyorkina sobre el debate Yale-Harvard con la lectura del mismo que hizo Martí permite comprender mejor la marca, el impacto dejado por la prensa norteamericana – en particular la de Nueva York – en sus escenas norteamericanas. No se trata, pues, solamente de lo que Martí haya aprendido del periodismo estadounidense, sino también – y quizá más importante – de hasta qué punto este pudo también haber moldeado importantes áreas del pensamiento social y político martiano.
     Harvard, como ya se sabe, defendió que la inmigración no debía ser objeto de restricción. Algo importante a tener en cuenta es que los periódicos mencionan los nombres de los oradores, la institución que representaron, y los citan formalmente, o recogen lo que dijeron sin usar las comillas. Martí, por el contrario, no nombra a ninguno de aquéllos, y solo se refiere a las posiciones de Harvard y Yale respectivamente, como si el pensamiento sobre el asunto de estas universidades fuese homogéneo, o necesariamente esas instituciones reflejaran como un espejo las ideas de sus representantes. Hay que destacar, además, que los propios nombres de las instituciones Martí sólo los menciona una vez cada uno: “unos, como Harvard….” y “otros como Yale…” (énfasis mío). Enseguida advertimos a qué se debe todo esto. Martí está haciendo algo más que comentando las posiciones de Yale y Harvard sobre la inmigración. Más bien se trata de proyectar en ese debate un estado de opinión más general, del país, que incluía, claro, pero rebasaba el marco del debate. Pero, Martí mismo, ¿cómo veía el asunto? ¿Cómo Harvard, “que es colegio de humanidades más caliente;” o como Yale, “a donde van más hijos de magnate, hijos almidonados de los jayanes que inmigraron ayer”? Puesto que es obviamente la posición de Yale de restringir la inmigración la que apoya Martí, ¿cómo interpretar lo que a todas luces es una mirada desdeñosa hacia esta universidad? ¿No será porque se trataba de jóvenes y magnates advenedizos, inmigrantes recientes, y que por no ser americanos en toda la extensión del término gozaban ya de privilegios que no merecían? Si este hubiera sido el caso, tendríamos que confrontar la ironía – eso sí; para nada sorprendente – de ver tanto a los estudiantes de Yale, hijos de inmigrantes recientes, como al propio Martí – él mismo inmigrante, exiliado, desterrado, o como prefiriera llamarse – unirse en el encono contra la inmigración.
     Veamos, pues, cómo funciona la política de la cita en el texto martiano. En primer lugar, no cita sino que parafrasea a uno de los oradores de Harvard. Por el contrario, cita – y extensamente – a los representantes de Yale. De hecho, Martí empieza por la posición de Harvard, la resume de un plumazo y la deja atrás para detenerse a sus anchas en la de Yale:

Unos, como Harvard, que es colegio de humanidades más caliente, creen que las puertas se han de tener de par en par, para que el hombre infeliz del mundo llene el campo vacante, cuya labor, heroica y primaria, le dará médula de ciudadano… (EEU 1509)

     Eso es todo. En realidad no hay “debates de elocuencia,” entre otras cosas porque fiel a una inveterada costumbre, Martí silencia aquella opinión que no es o contradice la suya. Pero quizá se trate sólo de un prejuicio nuestro. ¿No será que los periódicos tampoco le concedieron mucho espacio a las intervenciones de los estudiantes de Harvard? ¿Y qué pasa, no ya con la cita, sino con el refraseo o la interpretación de la misma? Para responder estas preguntas tenemos que ir a las crónicas que se publicaron sobre el debate. Martí parece reescribir lo que, según el Chicago Daily Tribune, había expresado Fred William Dalinger, que representaba a Harvard:    

His ground for supporting unrestricted immigration was that it is absolutely necessary to this country and without the immigrants and their descendants who came here prior to 1820, this would be a weak and struggling agricultural community. Without this unrestricted immigration Lincoln could not have been elected and the North could not have put down the rebellion. In the opinion of the speaker the North, South and West needed unrestricted immigration in order that the great American desert might be developed and made capable of supporting the world (“In a Joint Debate”) (énfasis mío).

     Por su parte el New York Times sí citó a Dalinger. Los puntos de coincidencia con el reporte del Chicago Tribune, pero también las diferencias, son significativas. Reproduzco toda la cita porque todo esto nos ayuda a formarnos una idea de qué leyó Martí y cómo lo tradujo o lo reescribió:

            Said he [Dalinger]:
     “Without the immigrants who have come here since 1820 and their descendants, this country today would be a weak and struggling agricultural community. Unrestricted immigration alone has made manufacturing on a large scale possible. The census and elections returns of 1860 show conclusively that without unrestricted immigration during the years immediately preceding, Lincoln could not have been elected, and the North could not have put down the rebellion. The evidence is clear that more than half the men who fought on the Union side were either immigrants themselves or else the children of immigrants.”
     The South, Mr. Dalinger said, needed immigrants. So did the West. It had been argued that unrestricted immigration increased competition and decreased wages, but statistics showed that while immigration had steadily continued, wages had steadily risen. The demand for labor was still far in excess of the supply. Moreover, to restrict immigration to-day would be to violate the most sacred trust ever committed to the keeping of a great people (“College Debaters Meet”)

     No hay dudas de que, como veremos, las intervenciones de Yale fueron más generosamente reseñadas, pero los argumentos presentados por Harvard tuvieron su espacio, e incluyeron consideraciones más amplias que desafían la simplificación que lleva a cabo Martí. Considero importante, sin embargo, advertir que tanto las posiciones de Harvard como las de Yale coincidían con Martí, y con lo que se leía y debatía en la prensa y en los medios académicos: lo mismo si se apoyaba o se rechazaba la inmigración, todos los argumentos giraban en torno a la cuestión de conveniencia. Por más lógico que esto pueda parecer a muchos, es precisamente ahí que como vemos que ocurre con Martí, lo que quedaba definitivamente en entredicho era la humanidad misma del inmigrante. Así era a fines del siglo XIX cuando el debate se intensificó, y así es hoy cuando vemos repetirse exactamente la misma historia.
     En Martí el estilo es siempre de la mayor importancia. Dalinger, es cierto, sugiere que hacían falta inmigrantes en todo el país. La referencia a los puntos cardinales apuntan a esta dirección: Norte, Sur, Oeste. Pero no es exactamente lo mismo decir que se necesitan inmigrantes (are needed), a decir que “las puertas se han de tener de par en par.” Puede argumentarse que al abogar por una “unrestricted immigration” Harvard estaba pidiendo eso, pero también que esas puertas de par en par sugieren la eliminación de todo tipo de control y de regulación, y no hay que inferir lo uno de lo otro. La referencia martiana a la intervención de Dalinger parece más clara cuando contrastamos lo que dice con lo que leemos en el Chicago Tribune:

para que el hombre infeliz del mundo llene el campo vacante, cuya labor, heroica y primaria, le dará médula de ciudadano…

the North, South and West needed unrestricted immigration in order that the great American desert might be developed..

     El asunto es lo que cambia y añade Martí de su propia cosecha, y también lo que calla. Como esto que había expresado Dalinger: “we have found the immigrant not only tolerable, but desirable; not a burden, but a support; not an enemy, but a defense” (“College Debaters Meet”).
     Ahora bien, aunque creo que es a la intervención de Dalinger a la que se refiere Martí cuando nos dice lo que cree Harvard, confieso que es sólo por aproximación que puedo concluir esto. Significativamente, esto cambia en lo que respecta a Yale porque, como ya he dicho, él sí cita esas intervenciones. Para apreciar esto se impone citar la carta de Martí en extenso:

estas turbas que caen ahora sobre los pueblos, azuzadas por la policía que quiere librarse de pícaros o por los gobiernos que quieren echar fuera el gentío rebelde, son más veneno para la ciudad que sangre para el campo; que el hormiguero mendicante, y tifoideo o tiñoso, que viene, roído hasta el corazón de la miseria, en los vapores que buscan la ganancia en el golpe de cabezas que acarrean, no es ya la inmigración creadora que en los días de un viaje peligroso arrastraba el espanto de lo desconocido para levantarle casa propia al pensamiento libre: “¡Aquellos eran los caracteres, y esto es la hez!” “¡Entonces venían los osados y los fuertes, los valientes venían que se arrancaban como en raíz del suelo de su corazón, y ahora vienen las hordas estupefactas, con el marchamo del hombre en la frente, o la idea de justicia reducida, por la privación de ella en lo de más necesidad, al apetito frenético del bienestar que lleva a la codicia violenta de lo ajeno.” “¿Y qué ciudadano para la república son estos hombres que votan en ella por el consejo de ideas y odios no nacidos en ella; que desconocen los rudimentos de la ley que pueden alterar con su voto, que no leen ni entienden la lengua del país que gobiernan, que buscan en la tierra americana —si algo más que el pan buscan— el triunfo de sus ideales europeos?” (1509).

     Puesto que lo que Martí cita textualmente nos lo hace saber con el uso de las comillas, el resto de lo que dice es de suponer que refleje sus propias ideas. A menos, claro, que estuviera parafraseando también alguna de las intervenciones de Yale. En última instancia, el hecho mismo de que no nos diga qué orador habla, ni la institución que representa, hace que esas citas – pasadas como están por el estilo del propio autor – deban ser consideradas más suyas que de los otros. Sobre todo, porque sabemos que muchas veces fue bien claro respecto a sus fuentes.(11) Si nos guiamos por el principio, el asunto está bastante claro: las “turbas que caen ahora sobre los pueblos,” y que son “más veneno para la ciudad que sangre para el campo,” no son para Martí “la inmigración creadora que en los días de un viaje peligroso arrastraba el espanto de lo desconocido para levantarle casa propia al pensamiento libre.” Es decir, compara más que desfavorablemente a los primeros inmigrantes con respecto los que ahora no son tales, sino turbas invasoras. El contraste no puede estar más claro: inmigración creadora vs. turbas, veneno para la ciudad. Uno puede ver enseguida que Martí no está meramente apoyando el argumento de Yale, sino que lo cita para legitimar el suyo. Por eso, es solo tras su propia comparación entre estas inmigraciones, que cita a los oradores de Yale para  que confirmen lo que acaba de decirnos. Pero, ¿a quién o a quiénes y cómo lo(s) cita Martí? Comparemos las intervenciones de Yale con las de Martí:

     W. A. McQuaid of Yale said:
     “The peril of immigration lies not in its numbers, but in its character. Formerly our immigrant risked his scalp if he could but worship God as he pleased. The present motive of his pilgrimage is the worship of the American dollar. A half century ago the difficulties of transportation demanded brains, energy, and perseverance, and effected by a process of natural selection the deportation of the flower of Europe’s sons. To-day inducement is offered to the immigrant. An overwhelming proportion of our immigration comes from the diseased and half fed swarms of humanity who live from hand to mouth in the great cities of Eastern Europe and are reared under the stunting influences of religion persecution and political oppression, emasculated of ambition and self-reliance, barren of any capacity for assimilation with American civilization, and utterly incapable of responding to the opportunities this country offers for employment.
…………………….
     Mr. McQuaid said that the recent outbreak of typhus fever in New York was an evidence of the need of stricter laws. Still more was to be feared from immigrants suffering from maladies of moral nature, from ignorance and prejudice. He continued:
     “It is more than a coincidence that where the American government breaks down and where extravagance and corruption are rampant we find the largest proportion of foreigners. They comprise 70 per cent. of Boston’s, 80 per cent. of New York’s and 90 per cent. of Chicago’s population total. Under conditions demanding a rigid morale in the individual are found men least trained to habits of self-control.
     “Common sense dictates the necessity of an examination conducted where the facts are accessible, namely, in the foreign country, and humanity demands that the preliminary sifting process be carried on so as to prevent the unfit from leaving their homes” (“College Debaters Meet”)

     El cotejo de la cita que introduce Martí con lo que a su vez cita el New York Times permite comprobar – más que en el caso de Harvard – que es a McQuaid a quien cita – perdón por la redundancia – el primero. El estudiante de Yale, pues, respalda la oposición martiana entre la buena y la mala inmigración:

     Martí: “no es ya la inmigración creadora que en los días de un viaje peligroso arrastraba el espanto de lo desconocido para levantarle casa propia al pensamiento libre”

     McQuaid: “A half century ago the difficulties of transportation demanded brains, energy, and perseverance”

     Martí, citando supuestamente a McQuaid: “y ahora vienen las hordas estupefactas, con el marchamo del hombre en la frente, o la idea de justicia reducida, por la privación de ella en lo de más necesidad, al apetito frenético del bienestar que lleva a la codicia violenta de lo ajeno.”

     McQuaid: “The present motive of his pilgrimage is the worship of the American dollar.”

     Martí: sobre la inmigración como negocio: “en los vapores que buscan la ganancia en el golpe de cabezas que acarrean

     McQuaid sobre lo mismo: “To-day inducement is offered to the immigrant”

     Martí sobre el tipo de inmigración que llegaba entonces a Estados Unidos y – esto es importante – supuestamente citando a McQuaid: “ahora vienen las hordas estupefactas, con el marchamo del hombre en la frente, o la idea de justicia reducida, por la privación de ella en lo de más necesidad, al apetito frenético del bienestar que lleva a la codicia violenta de lo ajeno.” Recordemos, sin embargo, que Martí mismo se refiere a los inmigrantes como “el hormiguero mendicante, y tifoideo o tiñoso.”

     McQuaid sobre lo mismo: “An overwhelming proportion of our immigration comes from the diseased and half fed swarms of humanity who live from hand to mouth in the great cities of Eastern Europe…” (énfasis mío).

     Vale la pena detenerse por unos momentos en la cuestión del estilo. Cuando Martí llama “hormiguero mendicante” a los inmigrantes está prácticamente citando al McQuaid que dice de ellos que son “half fed swarms,” es decir, enjambres medio o mal alimentados. No puede negarse el parentesco, ni incluso la continuidad semántica hormiguero-enjambre, y también hasta cierto punto mendicante-medio alimentados. Lo que sucede, y lo que sí puede constatar cualquiera que lea atentamente la carta de Martí – aun si no la compara con los reportes de la prensa sobre el debate – es que lo que dijeron los oradores de Yale, o lo que Martí afirma que dijeron resulta prácticamente indistinguible de lo que comenta Martí mismo, y esto por la sencilla razón de que es su estilo, su decir lo que, en última instancia, habla en la Carta.(12) Por eso no hay debate estrictamente hablando, sino la exposición de las ideas de Martí, y para lo cual el debate es mero telón de fondo, una cuestión de utilería. Esto resulta aún más problemático si consideramos que en ese proceso Martí les atribuye a otros sus propias palabras e ideas. Dicho de otro modo; no se trata sólo de que cite sin citar y de que manipule lo que cita. Es que también es capaz de inventar la cita. Hay una importante diferencia entre la implicación de que el brote de fiebre tifoidea en Nueva York fue el resultado de la continua llegada de inmigrantes enfermos, lo que explica la exigencia de leyes de inmigración más estrictas (McQuaid), y el gesto de Martí de subsumir toda la inmigración bajo la etiqueta de “hormiguero mendicante, tifoideo o tiñoso.” La diferencia de que hablo no es tanto de sentido per se, como del sentido trabajado por el estilo. Porque lo que no se puede negar es que, es precisamente en el trabajo del estilo, que el manifiesto desprecio y el racismo de Martí en lo que toca a la inmigración se manifiestan en toda su fuerza repulsiva.
     Otro ejemplo de esto es la manera en que tanto McQuaid como Martí señalan la supuesta inmoralidad de los inmigrantes y, en consecuencia, su incapacidad para asimilarse y adaptarse a la vida en los Estados Unidos, además de, por supuesto – y por lo mismo – corromperla. No hay absolutamente nada en los reportes del New York Times y del Chicago Tribune sobre los argumentos de McQuaid – insisto, absolutamente nada – que se acerque a esto que Martí pone en sus palabras, reproduciéndolo como cita textual: “¡Aquellos eran los caracteres, y esto es la hez!” Es lo que sucede con el caso de Julian A. Chamberlain, quien también representó a Yale. El Chicago Tribune afirma que Chamberlain expresó que – no hay comillas, así pues no es una cita textual: “The question [of restricting immigration] was not one of theory or sentiment and could not be settled by abstract argument. It must be received on the grounds of sound policy and enlightened statesmanship.” (“In a Joint Debate”). ¿Le resulta al lector vagamente familiar la afirmación de Chamberlain? Si no, le recuerdo lo que Martí – no ninguno de los estudiantes de Yale – había expresado con absoluta convicción:

     A veces, como en lo de la inmigración, la pelea no es de humanidad, sino de conveniencia. ¿El respeto al derecho del hombre ha de llegar hasta permitirle podrir con su compañía impura a los demás hombres? ¿El pueblo que admitió inmigrantes buenos, debe continuar admitiendo inmigrantes malos? ¿El pueblo que aceptó la inmigración cuando la necesitaba, debe continuar fomentándola, o debe contenerla, cuando no la necesita? (énfasis mío)

     Donde Chamberlain pide que se deje el “sentimiento” a un lado; Martí – más apostólico – se sacude de encima la cuestión humanitaria. El estudiante demanda resolver el asunto a partir de una política inteligente, y de una sabia conducción de los intereses del Estado, mas no por un argumento abstracto – que es lo que, desde luego, representarían las emociones. Martí por su parte podemos decir que traduce política inteligente por la política que atiende solo a cuestiones de conveniencia nacional. Y si Chamberlain pide obrar conforme a la razón ilustrada del estadista, Martí provee las preguntas que ese mismo estadista debe hacerse; preguntas que, en efecto, no tienen nada que ver con sentimientos, ni con razones humanitarias, sino de conveniencia; preguntas, en fin, que revelan la mentalidad pragmática del estadista: “¿El respeto al derecho del hombre ha de llegar hasta permitirle podrir con su compañía impura a los demás hombres? ¿El pueblo que admitió inmigrantes buenos, debe continuar admitiendo inmigrantes malos? ¿El pueblo que aceptó la inmigración cuando la necesitaba, debe continuar fomentándola, o debe contenerla, cuando no la necesita?” Las preguntas son retóricas, claro, porque el estadista que había en Martí dejó claro desde un principio, que se trataba exclusivamente de lo que convenía en términos de razón de Estado.
     No cabe la menor duda de que, como para muchos reformistas, políticos y hombres de negocio de su tiempo – Martí incluido – McQuaid sostuvo que los inmigrantes constituían un elemento inasimilable, corruptor de la democracia americana, y que careciendo de la capacidad para auto-controlarse traían consigo el germen de la inmoralidad:

     “It is more than a coincidence that where the American government breaks down and where extravagance and corruption are rampant we find the largest proportion of foreigners. They comprise 70 per cent. of Boston’s, 80 per cent. of New York’s and 90 per cent. of Chicago’s population total. Under conditions demanding a rigid morale in the individual are found men least trained to habits of self-control.

     Martí, sin embargo, no necesitaba asistir al debate, ni ser persuadido por los oradores de Yale. En todo caso, él contaba con un arsenal retórico y estilístico tan deslumbrante que se hubiera bastado a sí mismo para persuadir a esos bisoños oradores sobre cómo pensar la cuestión de los inmigrantes y presentarle al Estado americano un argumento tal sólido como desentendido absolutamente de sentimientos y de cuestiones “de humanidad.” Compárese si no la elocuencia de Martí con la de McQuaid:

     Los que ven sobrantes las fábricas y largas las huelgas, no observan sin miedo la arribada continua de más trabajadores para las fábricas, y de más huelguistas. Los que piensan en que cada ruso que desembarca, con la rabia histórica en el pecho y en el carácter la miseria, trae en la bota la papeleta de gobernar a un pueblo nuevo y libre, creen, como los estudiantes de Yale, como los gremios de trabajadores, como la Secretaría de Hacienda en Washington, que la inmigración ha de ser sana, y no lo puede ser si no se la restringe; que la inmigración no ha de ser como los setecientos mil del año pasado, que eran páuperos y bribones en su mayoría, o gente sin realidad y sin poder; que no se ha de permitir desembarcar cuadrillas pordioseras, como desembarcan hoy, bajo la garantía nominal de las sociedades que por compasión de raza o por inmoral beneficio protege y trae la horda inútil; que afuera, y antes del embarque, ha de ver la república por sus agentes qué sangre le va a entrar, y castigar, como envenenador, al que por sus convenios y menjurjes dé pase a sangre mala; que el inmigrante venga de la casa y el campo y el taller, no de las traperías y los hospitales y las cárceles, y que no puede votar sobre la Constitución quien no sepa leer en ella (EEU 1510) (énfasis mío).

     … we should rouse from our lethargy and see to it that the United States did not become the world’s stomach for the digestion of Europe’s uncivilized scrap and waste (“In a Joint Debate).

     Páuperos, bribones, cuadrillas pordioseras, horda inútil, todo eso, en fin, ¿qué es sino “uncivilized scrap” y “waste”? Thornwall Mullaly, de Yale también, dijo que – reporta el New York Times – “The country no longer needed additions from outside. Moreover, the character of immigration had changed; it was now being drawn from the most destitute and depraved classes.” ¿No responde Mullaly a la pregunta que había hecho antes Martí: “¿El pueblo que aceptó la inmigración cuando la necesitaba, debe continuar fomentándola, o debe contenerla, cuando no lo necesita?” Sobre todo si, como también expresó Martí esa inmigración iba a “podrir con su compañía impura a los demás hombres?”
     McQuaid, como se recordará, había hecho una recomendación al gobierno:

“Common sense dictates the necessity of an examination conducted where the facts are accessible, namely, in the foreign country, and humanity demands that the preliminary sifting process be carried on so as to prevent the unfit from leaving their homes.”

     ¿Qué sucede entonces cuando esto pasa por el taller de costura del estilo de Martí?:

“que no se ha de permitir desembarcar cuadrillas pordioseras, como desembarcan hoy, bajo la garantía nominal de las sociedades que por compasión de raza o por inmoral beneficio protege y trae la horda inútil; que afuera, y antes del embarque, ha de ver la república por sus agentes qué sangre le va a entrar, y castigar, como envenenador, al que por sus convenios y menjurjes dé pase a sangre mala; que el inmigrante venga de la casa y el campo y el taller, no de las traperías y los hospitales y las cárceles, y que no puede votar sobre la Constitución quien no sepa leer en ella.”

     Es la misma idea, desde luego: que los inmigrantes deben ser rigurosamente inspeccionados en sus países de origen antes de permitírseles viajar a los Estados Unidos, a fin de evitar la inmigración de los ineptos. La amplificación de los prejuicios virulentamente xenofóbicos, todo cuanto Martí añade, expande – añadiendo vituperio sobre vituperio – es lo que nos permite ver a las claras, no solo el racismo de Estado que ya he mencionado, sino también cómo ese racismo estaba al servicio de los intereses coloniales de los Estados Unidos.
     Martí no plagia; tampoco puede decirse que fabrica si por esto se entiende el propósito manifiesto de inventar lo que dicen, o pueden haber dicho otros, como en el caso del debate Yale-Harvard. Lo que hemos analizado aquí quizá abra una ventana a, por lo menos, una de las maneras en que Martí utilizó la prensa estadounidense. Sabemos que muchas veces la citó o la comentó para tomar distancia crítica de lo que leyó en ella. Pero la idea tan difundida de que Martí se confundió por la unanimidad de la prensa y la opinión pública que condenaron a los anarquistas debe ser reexaminada. En el caso que nos ocupa Martí no se confundió, ni con los reportes sobre el debate, ni con los numerosos artículos racistas y xenofóbicos que pintaron la inmigración con los colores más sombríos. Estaba de acuerdo con ellos. Los prejuicios que se ventilaron en el debate y los que se publicaban en la prensa, eran los suyos. Precisamente, lo que puede decirse que hace Martí es usar el debate universitario y la prensa estadounidense para legitimar su propio racismo, su xenofobia.
     Así, cuando Martí comenta que “ahora vienen las hordas estupefactas, con el marchamo del hombre en la frente, o la idea de justicia reducida por la privación de ella en lo de más necesidad, al apetito frenético del bienestar que lleva a la codicia violenta de lo ajeno,” continúa, en primer lugar, talando lo que pueda quedar de humanidad en los inmigrantes, al tiempo que invita a su exterminio. Como “hordas” no nos dice que son simplemente invasores, sino invasores bárbaros, lo cual es reforzado por la marca en la frente. Según el diccionario de RAE, marchamo – “([d]el ár. hisp. máršam, hierro para marcar, y este del arameo ršam, grabar)” –quiere decir: 1) Señal o marca que se pone en los fardos o bultos en las aduanas, como prueba de que están despachados o reconocidos; y 2) Marca que se pone a ciertos productos, especialmente a los embutidos.” Por tanto, el único indicio de hombre –y consecuentemente de humanidad– que traen las hordas de inmigrantes es el marchamo, que es también lo que los deshumaniza marcándolos como bultos desde su llegada misma a la recién estrenada estación de Ellis Island.
     Por otra parte, a Martí lo inquieta el “apetito frenético del bienestar que lleva a la codicia violenta de lo ajeno” que traen esas hordas. Puesto que él mismo no poseía propiedades que pudieran suscitar el apetito frenético de la invasión de inmigrantes, ¿por qué propiedades entonces, por las de quién o quiénes, se desvela? Rosaura Sánchez comprendió con agudeza qué era lo que había detrás de esto: Martí “favors remedying ills by peaceful and legal means and expresses his opposition to violence or subversive action, since he is against interfering ‘ con la propiedad y libertad ajena’;(13) en efecto, se opone a cuanto ponga en peligro la propiedad de los capitalistas” (Sánchez, 124).(14)
     Lo que sella el destino de estos inmigrantes es precisamente el hecho de que aparezcan a los ojos de Martí, estrictamente hablando, como simples hombres; vida nuda, hay que precisar; no como ciudadanos. Como hombres no aptos para la ciudadanía. La imborrable extranjería es el marchamo que los marca, dejándolos desnudos, sin otro ropaje que el de hombres-cosas. Ahí se declara el estado de excepción, y se anuncia el bando soberano: “– ¿Y qué ciudadanos para la República son estos hombres que votan en ella por consejo de ideas y odios no nacidos en ella; que desconocen los rudimentos de la ley que pueden alterar con su voto, que no leen ni entienden la lengua del país que gobiernan, que buscan en la tierra americana, – si algo más que el pan buscan, – el triunfo de sus ideales europeos?”. Preguntémonos si es posible aquí, en este momento, imaginarle a Martí otra identidad nacional que no sea la norteamericana. Ni siquiera la cubana; menos, todavía menos, la de inmigrante, migrante, migrante latino, o la sujeto marginal. Tampoco hay indicio alguno de proletarización. ¿Por qué si no pone tanto empeño en defender la república americana? ¿Qué podía importarle que los inmigrantes no hablaran inglés, o que pudieran cambiar con sus votos las leyes del país, a menos que viera a la república del Norte como la suya, o como la que soñaba o se traía entre manos: la república “cordial” cubana? Cuando comenta el miedo con que “[l]os que ven sobrantes las fábricas y largas las huelgas [observan] la arribada continua de más trabajadores para las fábricas, y de más huelguistas,” ¿no está él mismo, lejos del bufete, compartiendo el miedo de los dueños de fábricas? ¿No es Martí uno de “[l]os que piensan en que cada ruso que desembarca, con la rabia histórica en el pecho y en el carácter la miseria, trae en la bota la papeleta de gobernar a un pueblo nuevo y libre […]”? (1510). Estamos en 1892, Martí se ha radicalizado, o eso nos dicen; ya le han crecido las alas antiimperialistas,(15) y todavía arrastra bastante de la visión idílica del imperio de cuando llegó en 1880. Se da por descontado que con vaivenes; unas veces más militantemente antiimperialista; otras, no menos militantemente estadounidense. Ha llegado la hora de ponerse en fila, de asumir su lugar en su (primer) mundo. Está, sin dudas, entre “[los que] creen, como los estudiantes de Yale, como la Secretaría de Hacienda en Washington, que la inmigración ha de ser sana, y no lo puede ser si no se la restringe, – que la inmigración no ha de ser como los setecientos mil del año pasado, que eran páuperos y bribones en su mayoría; o gente sin realidad ni poder” (1510) (énfasis mío).(16) La llamada a restringir la inmigración, fundada en el miedo al extranjero, al que se percibe como agente malsano que enferma y destruye el ideal comunitario de la república; una que Martí no podía no saber que no era de todos, ni para todos, y que estaba en perfecta alineación con los discursos reaccionarios, chovinistas y xenofóbicos que ganaron fuerza en el país, sobre todo después de la bomba en Haymarket en 1886. Recordemos lo que William H. Wilkins comentaba en su libro The Alien Invasion (1892): “To the great bulk of these immigrant aliens, the word ‘home,’ that word so sacred to English ears, around which so many associations cling, has no meaning at all” (105-6). Coincide con Martí, como con otros enemigos de los inmigrantes de la época, partiendo de la premisa de que la diferencia radical del inmigrante ponía en peligro la integridad y coherencia de la nación: “It is a cruel and unholy thing thus to intensify the struggle for existence among our own people by the ceaseless immigration of those, who, to quote the words of the Bishop of Bedford, ‘are at once demoralized and demoralizing’” (108). Igualmente, el senador Henry Cabot Lodge, les recordaba a sus lectores en un artículo de 1891 que en otro que había publicado antes había puntualizado que “the immigration of those races which had thus far built up the United States, and which are related to each other either by blood or language, was declining, while the immigration of races totally alien to them was increasing” (“Lynch Law…”, 606) (énfasis mío). La preocupación de Martí estaba en línea con la de Cabot Lodge, tanto como con la de otros pensadores y políticos estadounidenses, según hemos visto, puesto que en todos los casos se trata de un sujeto percibido como totalmente extranjero a la identidad de nación americana –lo que no deja de resultar irónico–, y que por lo mismo representaba un peligro para esta. Cabot Lodge considera a los inmigrantes italianos como “mere birds of passage.” Añade que ellos “form an element in the population which regards as home a foreign country, instead of that in which they live and earn money. They have no interest or stake in the country, and they never become American citizens” (608, 609). En suma, permanecen extranjeros. Cabot Lodge, pues, concuerda plenamente con Martí; y viceversa. “… it certainly is madness to permit this stream to pour in without discrimination or selection, or the exclusion of dangerous and undesirable elements” (611). Lo que es más, casi repite punto por punto aquello que había expresado el “Fresh Spaniard” a su llegada a Nueva York en 1880:

Medida y número; éstos son aquí los elementos de la grandeza. Sin embargo, nada se descuida por completo. Si la gente común va en aumento cada día por una sedienta población extranjera, que no hay que confundir con el verdadero pueblo americano, muestra aquella ansiedad por el dinero y lucha terriblemente en este sentido, el verdadero americano resguarda del vulgar asedio de la inmigración, que trae en vigor y posibilidades de riqueza, lo que le falta de elevación intelectual y profundidad moral, la grandeza nacional, los derechos constitucionales, los antiguos y honorables apellidos. En las columnas de un periódico, en las páginas de un magazine, en la charla familiar, los más puros sentimientos, nobles aspiraciones y generosas ideas luchan bravamente por el rápido progreso del país, en el sentido del desenvolvimiento moral.
Se alcanzará. No se ha logrado aún, porque muchos extranjeros traen sus odios, sus heridas, sus úlceras morales. ¡Qué terrible enemigo para el logro de la virtud es la desesperada necesidad de dinero! ¡Qué grande ha de ser una nación, para conducir por vía tranquila, esas bandadas de lobos hambrientos y sedientos, esas excrecencias de países viejos y pobres, feroces e inútiles allá,-y aquí, bajo el influjo del trabajo, buenas, cordiales y mansas (EEU 1737) (énfasis mío).(17)

There are great States in the West and Southwest naturally anxious to have their lands occupied and their population increased, but there is something more important than rapidity of settlement or the quick development of wealth. These advantages will be dearly bought if we pay for them a price which involves the lowering of the standard of American citizenhip. More important to a country than wealth and population is the quality of its people (“Lynch Law…” 611) (énfasis mío).

     También Sarmiento quiso poblar, como sabemos. Si algo revela el juicio a los anarquistas –incluso con total independencia de si fueron o no culpables–, pero también las escenas norteamericanas de Martí, es que toda aspiración a constituir una comunidad ética lleva inexorablemente, como ya vimos que dice Rancière, al “rechazo absoluto del otro” (“El giro ético…” 142). O al “estado de excepción” y el homo sacer, para decirlo en términos de Agamben. Dejemos que Martí insista:

–que no se ha de permitir desembarcar cuadrillas pordioseras, como desembarcan hoy, bajo la garantía nominal de las sociedades que por compasión de raza o por inmoral beneficio protege y atrae la horda inútil, – que afuera, y antes del embarque, ha de ver la República por sus agentes qué sangre le va a entrar, y castigar, como envenenador, al que por sus convenios y menjurjes d[é] pase a sangre mala, – que el inmigrante venga de la casa y el campo y el taller, no de las traperías y los hospitales y las cárceles, – y que no puede votar sobre la Constitución quien no sepa leer en ella (EEU 1510) (énfasis mío).

     La instancia reformista deja su lugar otra vez a la legislativa, al decreto del fundador de Estado, al agente sanitario de la República, encargado de distinguir –antes del embarque de los inmigrantes– la sangre buena de la sangre mala. Es el bando soberano negando derechos, reduciendo los derechos humanos a la inspección de la sangre; poniéndolos en entredicho al contraponerlos a las exigencias de la comunidad consensual y abstracta: la República. El gobierno norteamericano ciertamente atendió a las exigencias de Martí. Así, el “Anual Report of the Alien Paupers” de Nueva York informa que “[d]uring the fiscal year ending September 30, 1892, the Board removed 150 alien paupers from the poor houses, alms-houses, hospitals, asylums and other charitable institutions of this State, and sent them to their homes in different countries of Europe.” El reporte afirma que cuando estos inmigrantes habían llegado a Estados Unidos los exámenes a que fueron sometidos los clasificaron en los siguientes grupos: “Lunatics, 9; imbecile, 6; epileptic, 3; paralytic, 5; vagrant and diseased, 27; old and decrepit, 22; blind, 2; crippled, 7; deformed, 4; feeble-minded, 26; otherwise diseased, 39; total, 150” (“Annual Report” 62). Se trataba, en efecto, de las cuadrillas de pordioseros, de la horda inútil, en fin, de la sangre mala, de todos aquellos con los que el fundador de Estado o el economista debían actuar sin miramientos de ninguna clase, y sin permitir que se interpusiera la piedad del “pensador clemente”. Después de todo, el asunto no era de humanidad, sino de conveniencia.
     He sostenido hasta aquí que el debate Yale-Harvard apenas es otra cosa que una vaga referencia, perdida entre los comentarios xenofóbicos, francamente racistas de Martí. Ya mencioné que una de las maniobras del estilo para lograr esto consiste en fundir las intervenciones de los oradores con un generalizador – “unos, como…” – que hace que la discusión sobre la inmigración desborde el debate mismo, y por tanto las identidades de sus participantes. Por supuesto, expliqué y demostré que, en efecto, antes y después del famoso debate, la cuestión de la inmigración había sido objeto de acaloradas discusiones según los intereses que estaban en juego. Sin embargo, tampoco puede negarse que esa generalización le permitía a su vez a Martí ocultarse en los pliegues de esos “unos…, otros…” No que necesitara hacerlo, sino que esto le prestaba mayor fuerza a sus propios prejuicios, los legitimaba aún más incorporándolos al main stream, a través de un movimiento retórico, de la xenofobia y el racismo de la época.
     Lo constatamos mejor al ver como ese mismo gesto ya había aparecido antes, en otra Carta también dirigida a El Partido Liberal, el 9 de febrero de 1892. Es decir, apenas a poco más de un mes de antelación al debate Yale-Harvard. Martí, que  comenta las luchas políticas en Nueva York, se vuelve al lector para advertirle que había un punto, sin embargo, de mayor consenso general:

Pero en lo que ha habido en estos días poco disentimiento […], es en denunciar el apocamiento que a juicio de muchos ha de traer al país, y ya le ha traído la transfusión ciega de la sangre inmigrante, que no viene al suelo extraño con aquellos apegos y memorias natales que ablandan y refrenan los apetitos de la vida, sino que los estimula fatalmente […] ¡La vida es una copa, y mientras más vino se le eche, y mejor vino, mejor! Sin ver que la vida es obra de todos, quiere apurar para sí la vida entera cada uno. Y lo animal del hombre crece odioso, y la patria decae (EEU 1503) (énfasis míos).

     A los “unos, como…” y “otros, como…” los precede ese “a juicio de muchos…” Pero en todos ellos descubrimos enseguida la impronta, el sello de la mano de Martí. ¿No es cierto? La copa de ese estilo es toda suya. El “juicio de muchos” es, pues, el de Martí. El peligro para el país estadounidense que esos muchos advierten que representa “la transfusión ciega de la sangre inmigrante,” Martí lo subscribe con una imagen poética: la vida – entiéndase la nación – es una copa, y hay que echarle el mejor vino/la mejor sangre. No se olvide que ya lo vimos referirse a la inmigración como sangre envenenada. De lo que se trata es de hacer ese peligroso corte entre la vida que merece vivir – bios – y la puramente animal – zoe – que pone en peligro la existencia misma de la patria. Ahí está ya la fórmula de todos los horrores por venir, y de esos con los que convivimos día a día, sin dejar por ello de entonar loas a los derechos humanos. ¿No fue acaso él quien en la Carta a La Nación fechada a 16 de mayo de 1886 había expresado?:

Los Estados Unidos, que están hechos de inmigrantes, buscan ya activamente el modo de poner coto a la inmigración excesiva o perniciosa: viendo de dónde viene el mal a los Estados Unidos, pueden librarse de él los países que aún no han sido llevados por su generosidad o su ansia desmedida de crecimiento, al peligro de inyectarse en las venas toda esa sangre envenenada.

     El primer desplante xenofóbico, antiinmigrante de Martí tiene lugar en 1875 en México. Reaparece con mayor virulencia en sus impresiones sobre los Estados Unidos recién llegado a Nueva York en 1880. Desde entonces no hace sino intensificarse, alcanzando su clímax hacia 1886 con motivo de la bomba de Haymarket. Posteriormente, sin embargo, no amaina, sino que vemos la misma virulencia racista en textos de 1888, 1892, y aun – si bien solo de pasada – en la famosa carta a Fermín Valdés Domínguez de 1894. Pero hay que recordar que Martí, en efecto, no estaba solo; que su voz no es una voz aislada, sino que la escuchamos en ese otro grupo de gente que sí tenía realidad y poder.
     El 20 de diciembre de 1892 The World de Nueva York publicó un extenso artículo titulado “As Citizens view it,” al que siguen otros subtítulos: “The Great Problem of Immigration Discussed by Thinking Men / “Flaws Found in Restriction and Open Gates” / “All Agree to Bar Out the Vicious and Non-Producing Class.” ¿Puede alguien negar que en ese escogido grupo de pensadores Martí no tenía – bien ganado, por cierto – un puesto? Por cierto, The World expresa que los hombres con quienes había hablado “[i]t is reasonable to asume, from the fact that they have accumulated money, that they are men who do considerable thinking and are wide awake concerning the needs of the country.” Y añade The World: “They are bankers, brokers, lawyers and politicians.” Como argumento en mi estudio Martí, la justicia infinita, el cubano estaba más cerca política y socialmente de aquéllos que de los trabajadores; y ni hablar de los inmigrantes, los negros, los indios o las mujeres.
     Uno de los hombres entrevistados por The World fue Henry Clews, quien estaba de acuerdo en que había que asegurarse de que la sangre envenenada no entrara al país: “But it is our bounden duty,” said Mr. Clews, “to shut out the maimed, the blind, the vicious and the diseased.” Para él:

     One of the evils of permitting unrestricted immigration, which seems to have escaped attention, is the sickly, puny and helpless beings which spring from the diseased people who come here from abroad. I do not believe that any person suffering from a repulsive or an incurable disease, no matter what his condition may be, should be allowed to land on our shores. It should be the aim of the persons in charge of the welfare of our people to protect us from such persons. So long as this is not done the welfare of the country is threatened (“As Citizens…” 3) (énfasis mío).

     Sin embargo, sólo ocho días antes de la Carta de Martí del 9 de febrero The Brooklyn Daily Eagle de Nueva York publicó en primera plana otro extenso artículo sobre el asunto: “Immigration. The Subject Discussed by the Brooklyn Ethical Society.” Y todavía el 8 de febrero, el día antes de que Martí se sentara a escribir, el mismo periódico publicó otro largo artículo igualmente en primera plana: “K. Of L. Debate. Restriction of Immigration Discussed.” Martí, pues, tenía razón al afirmar que existía un relativo consenso en lo que concernía a la inmigración. En la reunión de la Brooklyn Ethical Society, Z. Sidney Sampson leyó la ponencia “The Immigration Problem.” Si alguien todavía duda de las legítimas críticas de Lacan, Žižek, Rancière, Agamben y Badiou, entre otros, a los reclamos éticos de nuestro tiempo, y a la buena dosis de hipocresía que uno encuentra en la afirmación de los derechos humanos,(18) basta con escuchar a Sampson atentamente:

Our discussion on this subject must not be obscured by incorrect views as to the position of the state in relation to emigration and immigration, and in this connection may be mentioned what I call historical ethical sentimentalism. That sentiment claims that interference of the state in immigration is not only unwise but unjust, that it is an individual and natural right. […] A state is a corporate political unity which exists not only for immediate purposes, but also in and for the obtaining for its citizens the highest attainable political, economic and social well being. It may secure through legislative action what it may judge expedient. […] The state may exclude dangerous, criminal and vicious persons from its borders. It may justly exclude entire classes whose presence may be fatal to its homogeneity as a nation. […] The Chinese question came rapidly to the front. Chinese cheap labor was undermining the living of the American classes on the Pacific slope. Through agitation of the matter it was brought before congress. The subject was investigated, and the outcome was the act excluding the Chinese. […] The expulsion act expires on the first of May of this year. Anti Chinese agitators may rest assured that both houses are aware of the fact and that a bill has already been prepared by the house committee, which will be reported to that body in due session (énfasis mío).

     El autor resume bajo cuatro epígrafes las objeciones que había que hacerle a la defensa de la inmigración ilimitada: primero, la moral; después la económica; entonces la étnica y, por último, la política. Es importante notar el privilegio acordado a la moralidad. La razón para ello salta a la vista: se trata de una noción susceptible de ser invocada y aplicada a un espectro de casos tan amplio como ilimitado. Sampson es el primero en admitir la “detection” del vicio y de los sujetos, incluso las clases inmorales, “is a matter of great difficulty,” por lo que “many of the criminal class succeed in landing.” Mas el peligro no era sólo la “clase criminal” que podía llegar con la inmigración, sino también del “effect on the public morals of low class immigration” de esa inmigración. Es así que el tanto el sujeto nacional como el extranjero quedan igualmente atrapados en la misma sospecha policial que los percibe como amenaza inmediata o potencial para la salud de la república estadounidense.

3  

     Chauncey M. Depew, que presidió el debate entre Harvard y Yale, expresó al final que “Harvard has presented rows of facts and Yale has knocked them down with statistics. The dabate has demonstrated to us how easy is to make both sides right.” The Chicago Tribune concluded: “There was no decision in the debate that preceded the banquet. No decision is ever given in them. Yale excelled in argumentative facts, Harvard in eloquence” (“In A Joint Debate”). Como puede apreciarse, ese noqueado que Yale le propinó a Harvard, demuestra que para Depew sus muchachos habían vencido a los de Harvard. Incluso el chiste suyo que reportó The Daily Globe, de Minnesota, el 26 de marzo, así lo deja entrever:

I felt in listening to my friends from Yale that an impassable barrier should be immediately erected against the flood of immigrants [laughter]; but when I heard the Harvard gentlemen I felt that all the offices not now held by foreigners should be at once turned over to them (“Collegian Debaters”)

     Lo disparejo del chiste traiciona la intención de Depew. Puesto que podemos estar seguros de que nunca le habría pasado por la cabeza hacer lo segundo, sabemos que abogaba por lo primero. En efecto, transcurridos apenas algo más de cuatro meses del debate sobre inmigración, en el discurso que con motivo de la celebración del 4 de julio pronunció en Connecticut, dijo lo siguiente: “You have the perils of immigration. Well, we do not intend that this shall be the dumping ground of the world” (Depew 49). Asimismo el 21 de octubre de 1892 Depew pronunció “the Columbian Oration” durante la ceremonia de dedicación de la Exposición Internacional en Chicago. En esa ocasión expresó: “Unwatched and unhealthy immigration can no longer be permitted to our shores. We must have a national quarantine against disease, pauperism and crime. […] We cannot admit those who come to undermine our institutions or subvert our laws” (Depew 17).

4

     El 10 de noviembre de 1894 Martí comenta en Patria:

Con razón Chauncey Depew, el elocuente consejero de los Vanderbilt, acaba de decir, en un teatro humilde, a su partido republicano: “Hemos vencido porque hemos entrado en la verdad; porque nos hemos sentado mano a mano con los hombres fuertes de la idea y del trabajo, porque hemos reconocido al fin que la cordura y la fuerza caben en una cuchara de palo, y que del jarro de té se bebe a chorros la sabiduría”.- Por sobre intrigas y traiciones, compraremos, con el trabajo de pobres y de ricos, la república justa (OC 5, 450).

     A Martí debió parecerle más apropiado caracterizar a Chauncey Depew como “elocuente consejero de los Vanderbilt,” que como lo que era en realidad: su abogado. Que hallara en la “verdad” del abogado de los Vanderbilt, y de paso en su connivencia con lo que eufemísticamente llama “los hombres fuertes de la idea y del trabajo” un modelo para la “república justa” que él mismo quería fundar, es ya revelador de sus tejemanejes. Martí habla de comprarla “con el trabajo de pobres y ricos.” No nos queda claro, sin embargo, cómo ni cuánto pagarían los pobres y los ricos por esa “república justa.” De lo único que sí podemos estar seguros es de que, como para Chauncey Depew, también para Martí la “república justa” estaría definitivamente cerrada para “those who come to undermine our institutions or subvert our laws.” Republicanismo sanitario que tendría a buen cuidado deshacerse de o no permitirle la entrada a la inmigración malsana. Ese cordón sanitario, desde luego, no sólo estaba destinado a los que venían de fuera, pues su objeto eran también los excluibles de adentro.

 Notas

1. Véanse, por ejemplo, los anuncios publicitarios de S’wift’s Specific, conocido también, en su versión abreviada como S.S.S. El anuncio estaba acompañado por una carta de apoyo del supuestamente doctor J. N. Cheeney. En ella, le expresa a la Compañía que vendía el producto: “For some timeI have been contemplating a letter to you. Do you know that your S.S.S. medicine has revolutionized the old school practice of medice, of which I am bold to say I am a faithful disciple. For centuries it has been held that the only sure treatment of that most dreadful scourge of all the ills of human flesh, contagious blood poison, was mercury.” Por supuesto, el doctor Cheneey continúa comentando como todos los remedios han fallado en curar el mal, y que el único medicamento que puede lograrlo es S.S.S. Lo que revela, sin embargo, los miedos y ansiedades de que se beneficiaban los vendedores de este y otros productos semejantes, es el dibujo que acompaña al anuncio. Un guerrero vestido a la usanza de los romanos se yergue con un pie derecho extendido hacia adelante, parado victorioso sobre un cuerpo monstruoso, diabólico vencido, y en cuya vestidura se lee: Blood Poison. El guerrero empuña su espada con la mano derecha, a la altura del pecho. En su hoja se destacan las tres letras: S.S.S. Su mano izquierda sostiene a una mujer, vestida también como romana, que de rodillas y de perfil, busca la protección del medicamento-guerrero. Mientras tanto, el guerrero está pronto a abatir a otro monstruo – orejas puntiagudas, cuerpo velloso, mirada siniestra, pero de menor estatura que la del héroe – que se acerca a combatirlo con una pequeña espada, y protegido con un insignificante escudo donde se lee: Potasx[sic] Mixtures. Se trata de una alegoría típica de las que han sido tan utilizadas para representar la defensa de la nación en peligro.    

2. La frase es de la conclusión de “Grandes motines obreros” (La Nación, 2 de julio de 1886) (EEU 630). A partir de ahora, a menos que exprese lo contrario, cito de la conclusión.

3. En la primera de sus apreciaciones sobre mi estudio Martí, la justicia infinita que publicó en su blog Libros del crepúsculo – y que por supuesto, agradezco- y que tituló “Materialidad de José Martí,” Rojas expresó: “Mucho menos creo que se pueda atribuir a Martí, como hace Pedro Marqués de Armas en sus palabras en la contraportada, un “racismo de Estado”, por la sencilla razón de que Martí nunca fue el jefe de un Estado.” Luego, en la tercera y última entrada – “Hidden Martí, momento foucaultiano y gramática de la multitud” – agregó: “El pasaje de mayor dificultad, al menos para mí, en este libro, es el relacionado con el "racismo de Estado", que Morán, a partir de la conocida reflexión de Michel Foucault sobre el biopoder, detecta en la representación negativa de los inmigrantes europeos en las crónicas de Nueva York de Martí.” Aunque no duda de que “hay elementos raciales en esas representaciones,” para él “el acento de Martí está más puesto en la pobreza, la ignorancia y la vagancia de esos sujetos que en un código étnico irreconciliable con la civilización, como pensaban los darwinistas y eugenésicos. La clase, el saber, las virtudes públicas –más que la raza- serían las identidades decisivas de una posible biopolítica martiana.” Ver: www.librosdelcrepusculo.net  ¿Qué quiere decir que Martí pone el acento “en la pobreza, la ignorancia y la vagancia de esos sujetos”? ¿Qué y para qué lo acentúa? ¿Cómo lo hace? ¿Qué resulta de esa acentuación? Esto es lo que habría que explicar. Para empezar, ¿cree Rojas que esos sujetos eran vagos e ignorantes? Y si a Martí así se lo parecía, ¿qué implicaciones tiene esto? ¿O acaso esto no es importante? ¿Y por qué no explica por qué extraña lógica podría él o alguien reconciliar no sólo a los gusanos, sino también a las “excrecencias,” “llagas,” “insectos enojosos,” “espuma turbia”,  “sangre envenenada,” “hordas estupefactas” – entre otros nombres que Martí les dio a los inmigrantes – con “la civilización”? ¿Por qué no lo explica? Asimismo, en su artículo en este dossier Ariela Schnirmajer comenta – en una referencia, que agradezco, a mi estudio – “ver en Martí una impronta eugenésica,  racista y lombrosiana, consideramos que es exagerado y anacrónico.” Pero ¿dónde está la exageración? Después de todo, afirmar que exagero implica reconocer que tengo razón, aun si solo hasta cierto punto. Entonces, ¿dónde empieza la exageración? Además, ¿por qué la impronta eugenésica, para no poner sino un ejemplo, sería “anacrónico” en Martí? Galton había estado desarrollando sus ideas desde la década de 1870. ¿O es que Martí estaba fuera de su propia época?    

4. Martí hace referencia a los funerales de Jimmy Elliott, un boxeador de origen irlandés que había sido asesinado en Chicago. A Martí le parecen “excesivos” los funerales que convierten a Elliott en héroe de criminales y delincuentes.

5. Todas las fechas corresponden al  año 1892, al que me circunscribo, pues es el marco de referencia temporal de la Carta de Martí sobre el debate de Harvard y Yale.

6. Cabe advertir que, no obstante, cuando Martí reflexiona sobre los trabajadores, no en relación con la inmigración, sino con el capital, pareciera confirmar su imagen más asentada de crítico de la explotación capitalista, y de defensor de los derechos de los trabajadores. El ejemplo que sigue es una prueba de que no podemos hacernos muchas ilusiones. Dice Martí: “Pero como ellos se han hecho ya su código de derechos, que tienen muy cimentados en razones; como ellos ven que sus males provienen en parte visible de la insolencia y desdén del capital organizado, de las combinaciones ilegítimas de este, del sistema de desigual distribución de las ganancias que mantiene al trabajador en un perpetuo estado de limosnero; como ellos no hallan justo que los salarios de los trabajadores de ferrocarril no pasen de un mendrugo y una mala colcha, para que puedan repartirse entre sí dividendos gargantuescos los cabecillas y favorecidos de las compañías, que por cada mil pesos de gasto real en la empresa emitieron veinte mil en acciones, de modo que como los provechos están naturalmente en relación al capital empleado, nunca hay bastante con el producto de los mil para pagar los dividendos de los veinte mil; como el santo veneno de la dignidad humana ya no quiere salirse de las venas de los hombres, y los hincha e impulsa,—resulta que con una justicia acá, y allá una violencia, los trabajadores se han puesto en pie, decididos a no sentarse sino mano a mano con el capital que los emplea.” Legitima el “código de derechos” de los obreros en la medida en que para él esos derechos “están muy cimentados en razones.” Martí, además, no expresa simplemente que los obreros creen, sino que ven “que sus males provienen en parte visible de la insolencia y desdén del capital organizado.” Además, es él quien menciona, explícitamente, la “insolencia del capital organizado.” Quiero, pues, que quede claro que mi lectura no busca desbancar las más ampliamente divulgadas sobre Martí, sino traer a la luz las brechas que la falta de un análisis más riguroso mantiene ocultas. Lo primero que hay que notar, entonces, es la extraña metáfora que aparece casi al final del párrafo; aunque menos extraña para el lector que tenga buena memoria: “el santo veneno de la dignidad humana.” ¿Por qué la dignidad humana es un veneno, aunque sea santo? Porque esa dignidad, su defensa, en tanto implicaba el peligro de la revuelta, para Martí era indisociable del fantasma de la violencia. Es esto precisamente lo que, tratándose de Martí, pone en entredicho los derechos de la “dignidad humana.” Como ya sabemos, para él la inmigración es sangre envenenada que la nación tenía que sacarse de las venas. La los derechos que reclamaba la dignidad humana, en tanto esta era santo veneno, podían ser negados si el veneno de esa dignidad perdía su santidad. Pero hay más. Martí también expresa: “Y más resulta, y esa es la desdicha: nadie más que los siervos sienten la necesidad de ser señores; y como la gente trabajadora ha tenido tanto que sufrir del señorío de los que la emplean, le han entrado veleidades de déspota, y no se contenta con hermanarse con los que la han hecho penar, sino que, yendo más allá de toda razón, quiere ponerse encima de ellos, quiere sujetarlos a los términos que impedirían a los empleadores la misma dignidad y libertad humana que los empleados para sí reclaman.” De los trabajadores pasamos a la “gente trabajadora,” y rápidamente – tal como lo había advertido – el “santo veneno de la dignidad humana” se vuelve non sanctus. Ya no se trata de que los trabajadores estén reclamando derechos legítimos, sino de que quieren ser ellos mismos “señores.” Ahora, a la “gente trabajadora” dice Martí que “le han entrado veleidades de déspota.” No solo esto; Martí – fiel a una política anti-obrera que desarrolló en su estancia en México entre 1875 y 1876 – espera que la gente trabajadora trabajadores se hermane “con los que la han hecho penar” – revelando un refinado sadismo – y le critica que quiera ponerse por encima de los capitalistas. Es por esto que la única “libertad y dignidad humana” que cabe decir que defiende Martí, es la de los “empleadores.” Precisamente, la “debilidad” de los trabajadores, afirma, están en “su injusticia” y, “por esta vez al menos, ahí está su derrota” (EEU 610-11). Esta defensa de los derechos de los “empleadores,” como dice Martí, y denuncia de la “injusticia” de la gente trabajadora la hace Martí en una Carta a La Nación que lleva la fecha del 27 de abril de 1886; es decir, apenas una semana antes de la explosión en Haymarket. No; Martí no se confundió con los reportes de la prensa norteamericana que condenaron a los anarquistas. Estuvo ocupado, durante mucho tiempo, en levantar él mismo el patíbulo que ahorcaría a los anarquistas de Chicago. Después de todo ¿qué fue eso sino la sangría que él mismo aconsejaba?   

7. In An Introduction to the History of Psychology (2009) B. R. Hergenhahn y Tracy B. Henley sostienen que el concepto de la supervivencia de los más aptos [survival of the fittest] fue introducido por Spencer en 1852, y más tarde adoptado por Darwin. Para mostrar cuán lejos llegó Spencer en su teoría, los autores citan estas palabras suyas: "‘If [individuals] are fufficiently complete [both physically and mentally] to live, they do live, and it is well they should live. If they are not sufficiently complete to live, they die, and it is best they should die' (1864, p. 415)” (Hergenhahn y Henley, 282).

8. Fernández Retamar añade más adelante: “a ningún pensador social dedica elogios más generosos que a Henry George (1839-1897), el autor de Progress and poverty (1879). Lo que Engels dirá de Marx en 1883, ante su tumba recién cerrada, dice Martí, cuatro años más tarde, de George: ‘Sólo Darwin en las ciencias naturales ha dejado en nuestros tiempos una huella comparable a la de George en la ciencia de la sociedad’. Es casi seguro que Martí considerara que la teoría sobre la renta de la tierra de este socialista prudente, se avendría a los problemas de Cuba, urgida antes que nada, una vez que hubiera obtenido su independencia, de reformar la realidad agraria” (40). No sólo el autor de Calibán no se toma el trabajo de fundamentar en algo más concreto ese “casi seguro,” sino que manipula el comentario de Martí para insinuar que, además del asalto al Moncada –Castro dixit– fue también el “autor intelectual· de la Reforma Agraria llevada a cabo por la revolución cubana. Asimismo quizá ignora, entre muchas otras cosas, que George también le echó leña al fuego de los prejuicios contra los chinos. Alexander Saxton comenta la carta de George publicada en 1869 en el New York Tribune, la cual, afirma Saxton, “constituted a classic statement of the economic argument against Chinese immigration as it had been developed during the preceding five years by anticoolie clubs, trade unions and the renascent Democratic party” (Saxton, 100). Más importante es, sin embargo, lo que continuamente se nos escamotea en lo concerniente tanto a Martí como a sus ‘afinidades electivas’. El importante rol de Henry George en el desarrollo del movimiento obrero en los Estados Unidos, es indiscutible, pero Foner ha dicho que George expulsó a los socialistas del United Labor Party: “The expulsion of the Socialists aroused bitter feelings among rank-and-file member of the United Labor Party.” Foner añade que Henry George “openly stated in The Standard that the expulsión of the Socialists was an essential part of his attempt to win over the middle class and even the big capitalists since these elements would never support an independent political movement which embraced the Socialists and their doctrine of the class struggle” (Foner 2, 150). Esto nos lleva a otra mención de George en la escritura martiana. En la ya citada crónica “Grandes motines obreros” Martí elogia la pastoral de un obispo de la Iglesia Metodista, “robusta y protegida por gente de caudales,” que increpando a los ricos, exhorta a su rebaño –notemos de paso que la cita que introduce Martí parece extraída de las enseñanzas de Castro Palomino: “Salgamos amistosamente al encuentro de la justicia, si no queremos que la justicia se desplome sobre nosotros” (énfasis mío). Las palabras del obispo, continúa Martí, “han sacudido la atención, porque no vienen de filántropos desacreditados, ni de gente de odas y de libros, sino de un gran sacerdote, de mucho seso y pensamiento, que tiene una iglesia de granito con ventanas de suaves colores, y ha pasado una vida majestuosa en el trato y cariño de los ricos. ¡Bendita sea la mano que se baja a los pobres!” Predeciblemente, bendice la mano que desde su elevado estatus social – el mismo que le granjea el cariño de los ricos y le permite codearse con ellos –baja a los pobres, con lo que la desigualdad no hace sino afirmarse. Y esto sobre todo porque Martí aprovecha la ocasión para anatematizar él mismo la “violencia” de los pobres –en lo cual invoca a George– y a quienes de paso, pisándoles los talones a Spencer, sugiere que si no pueden gobernar “con justicia,” es sólo porque no son aptos para ello: “ese sorprendente acercamiento del representante de una Iglesia al reformador más sano e ingenuo que estudia hoy el problema del trabajo, a Henry George, no alcanza a excusar, sino que condena, como condena George mismo, a los que afean la marcha victoriosa del espíritu humano con violencias y crímenes innecesarios en un país donde hora a hora, desde todas las tribunas, pueden decir los hombres lo que quieren, y juntarse para hacerlo. / ¿Que no puede la mayoría trabajadora convencer a la minoría acaudalada de la necesidad de un cambio? Pues no tiene la capacidad de gobernar con justicia: y no debe gobernar el que no tiene la capacidad de convencer” (EEU, 628) (énfasis mío). Justamente lo que pensó de la virtud del pueblo cubano: como parecía o era “incapaz para realizar la obra complicada y minuciosa de administrar su propia virtud,” entonces “una suma corta y decisiva de hombres” tenía que ocuparse de ello.

9. En el “Estudio filológico preliminar” de EEU Pedro Pablo Rodríguez se limita a consignar que respecto a las transcripciones, “[e]n el caso de El Partido Liberal (México) se ha seguido la edición preparada por Ernesto Mejía Sánchez” (“Estudio” xxii). Una nota al pie nos dice que se siguió la edición Mejía Sánchez publicada en La Habana en 1983. 

10. En su blog José Martí, Manuel A. Tellechea publicó un artículo titulado “José Martí and Arizona’s Immigration Law” el 23 de mayo de 2010. En el mismo advierte que “[l]a asunción de que Martí fue un inmigrante –en efecto, nunca se refirió a sí mismo como uno, ni se identificó en alguna manera con los inmigrantes como grupo– ha llevado a algunos a suponer, incorrectamente, que fue un defensor de la inmigración.” No sin ironía, observa que habiendo la Asociación Nacional de Publicaciones Hispanas (NAHP) instituido ese año el «José Martí Award for Outstanding Immigration Article», “Martí mismo nunca hubiera podido recibir el premio José Martí, porque sus opiniones sobre el asunto eran tan ‘políticamente incorrectas’ como pueda concebirse.” Debo advertir que Tellechea no se opone, sino que está de acuerdo con las ideas de Martí, a quien cita generosamente. Por ejemplo: “No hay inmigración buena, cuando, aunque traiga mano briosa, trae corazón hostil y frío” / “No hay alimento más abundante para las cárceles, ni veneno más activo para la nación, que estas hordas de gente viciosa y abrutada. No embrutecida, no: abrutada.” De modo que al preguntarse cuál habría sido la posición de Martí respecto ante la ley de Arizona, no duda: “Martí no pudo ciertamente haber imaginado que un día habría ésos que afirman que los inmigrantes no sólo tienen el derecho de estar aquí ilegalmente, sino también el de involucrarse en actividades criminales mientras están aquí.” Resulta de particular importancia la observación de Tellechea de que “[p]or supuesto, hoy sería políticamente incorrecto sugerir algo como que un inmigrante es ‘malo’ o indeseable (a menos que estemos hablando de un nazi de cien años de edad), y uno se arriesgaría a ser llamado nazi por apoyar cualquier tipo de restricciones a la inmigración, menos aún terminar con la inmigración (incluso con la ilegal).” Creo que huelgan los comentarios. Ver: http://josemartiblog.blogspot.com/2010/05/jose-marti-and-arizonas-immigration-law.html

11. Por ejemplo, en la Carta a La Nación sobre el Congreso de Washington, y fechada a 4 de octubre de 1889, Martí dice: “Se abre el Herald, y se lee: “…….” Se abre el Post, y se lee: “……” El Tribune dice: “…..” (EEU 1312).

12. En su edición del 2 de abril de 1892, The Christian Union comentó brevemente, y sin mucho entusiasmo, el debate. Véase la insistencia en la falta de originalidad, de estilo podríamos decir, de los oradores: “As to the intellectual impression produced by to-night’s debate, it may be described as pleasing rather than striking or profound. Measured by that limited test which must be applied to callow young speakers, most of them addressing a large audience for the first time, their pieces were well composed, their arguments — on restricting immigration, an instant but rather trite theme — pertinent but cast in a mold a little too formal, and the delivery neither so stiff nor so nervous as might have been looked for. One did not find, of course, the directness, the epigrammatic speech, the sharp cleavage of thought and center-bearing rhetoric of the mature forensic mind, saying nothing of the spontaneities of ‘offhand’ discussion. But when nothing of the sort was expected it was not missed; and the same is true of humor, alien to the topic, and of originality, an element well-nigh impossible in a field so often worked. In a comparison of the two group of speakers, Harvard showed much the more brilliant oratory, delivery more graceful, offhand work more ready and clever; Yale the deeper research, sounder statistics, and a wide reach in the domain of pure argument. The differences and contrasts noticed at the first meeting seemed in this second debate still more strongly accentuated” (639).

13. La cita que incluye Sánchez corresponde a “Las huelgas en los Estados.”

14. Esto es obvio en la crónica antes mencionada, donde Martí dice: “Pero cuando, con la violencia que la orden rechazó, han impedido los huelguistas que la compañía mueva sus trenes; cuando han saltado al paso de las locomotoras, y apagado sus fuegos; cuando han vuelto a la fuerza al depósito los trenes que emprendían camino; cuando con toda la furia de una horda, que al fin se detuvo por sí misma, corrieron a atacar los talleres; cuando se apoderaron de una locomotora de la compañía, y fueron en ella, por la vía que no es suya, a hacer un recado de su huelga, – ni el público lo sostiene, ni la prensa los alaba ni la milicia se está quieta” (EEU, 598, 599). Nótese el énfasis en la propiedad a través del uso de los posesivos. La violencia de los huelguistas es, ante todo, contra la propiedad de los capitalistas. Les impiden mover sus trenes; se apoderan de una locomotora de la compañía; se van por una vía que no era la suya. Es esto lo que los convierte en una horda de salvajes, en tanto actúan fuera del orden (de la razón) y de la ley. No hay que minimizar, por cierto, el impacto simbólico del descarrilamiento del orden capitalista por la invasión bárbara de los huelguistas, y cuya barbarie misma aparece metaforizada en el asalto al progreso y al orden simbolizados en la disciplina del sistema ferroviario.

15. Como se recordará hacía solo un año que había publicado “Nuestra América.”

16. En su artículo “Los inmigrantes en las escenas norteamericanas,” Ariela Schnirmajer comenta que Martí “[g]uiado en buena medida por ciertos principios emersonianos sobre un hombre americano adánico; opuesto al europeo, fatigado por el peso de los siglos, sus juicios van desde la advertencia de los problemas que supone la inmigración indiscriminada hasta la revisión de su conveniencia para los países americanos, dada la incompatibilidad de costumbres y rasgos culturales de la vieja Europa con la joven América. Así como la Europa arcaica podía venir en barcos, también podían arribar junto a ella ideas radicalizadas y violentas, amenazadoras para la concreción de la democracia de las nuevas repúblicas. De todos modos, mantuvo una mirada alerta frente a los odios raciales y a los acontecimientos xenófobos, implícita en “El asesinato de los italianos” así como en las crónicas referidas a los inmigrantes chinos (OC, t.10: 301,310). Si bien atribuyó estas ideas generales a todos los grupos inmigratorios, en muchas oportunidades particularizó su visión respecto de las diferentes procedencias” (50, 51) (énfasis mío). El “de todos modos” y el “si bien,” revelan el deseo de minimizar, de negar incluso, el impulso intrínsecamente xenofóbico de las ideas de Martí. A fin de lograr esto, conviene notar que la autora escoge muy bien las escenas norteamericanas que cree sirven mejor a su tesis, y que no por azar están también entre las que más invocan los estudiosos de Martí: la que tiene por asunto el asesinato de los italianos en Nueva Orleáns, y otra sobre la discriminación de los chinos en 1882. Ese análisis deja fuera, primero, la curiosa coincidencia de que, como con los anarquistas de Chicago, la solidaridad de Martí se expresa con sujetos que ya han sido matados (en el caso de los italianos). En segundo lugar, no toma en cuenta las otras y numerosas miradas a los italianos que se encuentran en las escenas norteamericanas, y que ya hemos comentado. Pero todavía hay un detalle de la mayor importancia. En su artículo “Lynch and Unrestricted Immigration” Cabot Lodge expresó al comentar el linchamiento de los italianos: “Americans are a law-abiding people, and an act of lawleness like the lynching of these Italians is sure to meet with their upmost disapproval.” Observa, sin embargo, que “[t]he mob would have been imposible if there had not been a large body of public opinión behind it…” (602) (énfasis mío). Cabot Lodge vincula explícitamente el asesinato de los italianos a los prejuicios ya existentes, y que Martí mismo, al igual que otros periodistas norteamericanos  – incluso en el mismo año del suceso – alimentó con su propia pluma. Así, se repite con los italianos lo que antes con los anarquistas: la condena del sistema judicial americano, y a la injusticia de que sufrieron las víctimas de estos hechos, no toma en cuenta la propia contribución del cronista a que se violaran los derechos, sobre todo el derecho a existir, de esos sujetos. Para esto sólo encuentro dos explicaciones: o una absoluta ingenuidad por parte de Martí, o la más completa hipocresía. En el caso de los chinos, Schnirmajer nota que su imagen “se compone de fragmentos contradictorios: es víctima, lo cosifican, lo marcan, sufre múltiples atropellos, pero también es astuto, pues oculta opio, acción que en otra crónica ingresa con el calificativo de ‘chinos infectos’ (OC, t. 9, 411) (52). Por supuesto, esos chinos infectos quedan atrás tan rápidamente como se los menciona sin suscitar ningún cuestionamiento a fondo. Curiosa, y sintomáticamente, la crítica que ya ha tomado el lado de Martí, se hace eco, vocera de las críticas a los inmigrantes europeos, sin ir más allá de lo que había detrás de ello: “En relación con los inmigrantes irlandeses, ve en ellos la manipulación del voto a cambio de puestos públicosmuchos eran policías–, con consideraciones repetidas a lo largo de las Escenas norteamericanas […]” (énfasis mío). También, expresa Schnirmajer, “y es importante, reconoce las fricciones entre los diversos grupos inmigratorios (“Irlandeses e italianos no se quieren bien: ni alemanes e irlandeses”, OC, t.10, 111) en una integración que se torna difícil” (52, 53). En el fondo se trata de justificar y de minimizar y negar los verdaderos y violentos arranques xenofóbicos de Martí, lo cual siempre es posible si, como suele suceder, se leen los textos de siempre, y sin entrar en una discusión a fondo de los mismos. El paradójico resultado de esta defensa y justificación a ultranza de Martí es el de que los críticos terminan así abrazando y haciéndose cómplices de sus ideas coloniales, y de su alineación con las políticas discriminatorias de los Estados Unidos.

17. “Impresiones de América (por un español muy fresco).” The Hour, Nueva York, 10 de julio de 1880.

18. El 31 de julio de 2014 la edición online, en español, de BBC Mundo publicó un artículo sin firma titulado “Pentágono considera ‘demasiado elevadas’ víctimas civiles en Gaza.” Allí se expresa que “En la rueda de prensa semanal del Pentágono, su portavoz, Steve Warren, declaró que las cifras de víctimas civiles por ataques israelíes son ‘demasiado elevadas’.” Independientemente de la visión que se tenga de la ofensiva militar israelí sobre Gaza, lo que resalta en este comentario – y que debe ser aplicado a los conflictos bélicos de hoy – es el hecho obvio de que hay un número de víctimas civiles (casualties) que resulta admisible para los mandos militares. Cuál es ese cupo, nadie lo dice. Algo que precisamente comento en numerosas ocasiones mi estudio es la noción de Martí de que hay injusticias que le parecen excesivas, con lo cual, otra vez, se implica que para él había un grado aceptable de injusticia. El artículo de la BBC puede verse en: http://www.bbc.co.uk/mundo/ultimas_noticias/2014/07/140731_ultnot_pentagono_israel_gaza_ac.shtml 

Obras citadas

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BBC Mundo. “Pentágono considera ‘demasiado elevadas’ víctimas civiles en Gaza.” http://www.bbc.co.uk/mundo/ultimas_noticias/2014/07/140731_ultnot_pentagono_israel_gaza_ac.shtml

Cabot Lodge, Henry. “Lynch Law and Unrestricted Immigration” The North American Review, no. 414. Vol. 152. May 1891. 602-12.

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