Dos artículos de Lino Novás Calvo

Carlos Espinosa Domínguez

     Lino Novás Calvo (Galicia, 1905-Estados Unidos, 1983) se refirió en contadas ocasiones a su labor periodística, y cuando lo hizo le restó valor. En el número 2 de la revista Alacrán Azul (1971), en una entrevista sin firma bajo el título "10 preguntas a Lino Novás Calvo" fue interrogado acerca de si en un futuro cercano pensaba recopilar sus ensayos y artículos. Su respuesta fue tajante: "No. En treinta años de periodismo he publicado miles de artículos, ensayos, reportajes… Pero el periodista detesta generalmente volver sobre lo publicado. Me daría un disgusto. Además, como dije, no conservo nada". No obstante y aunque no habla de sí mismo, al año siguiente cuando conversó con Víctor Batista Falla en la revista Exilio (Otoño 1972), a la pregunta de si consideraba el periodismo una actividad literaria, contestó: "Pudiera serlo, y de las mejores. Todo cabe ahí".
     Su abundante producción en ese campo es buena prueba de ello. Quien rastree los cientos de trabajos que dio a conocer en publicaciones de Cuba y España, encontrará mucho del excelente prosista de La luna nona (1942) y Cayo Canas (1946), los libros que lo situaron como uno de los mejores cuentistas de la literatura cubana. De hecho y dado que muchos de sus mejores artículos y reportajes son cronológicamente anteriores a esas narraciones, en ellos Novás Calvo ensayó algunos de los recursos que después utilizaría y desarrollaría en sus textos literarios. Incluso lo hace en las crónicas que dedicó a la Guerra Civil española, muchas de las cuales escribió en los propios frentes donde se combatía.
     Son pocos los autores cubanos de esa época que cubrieron un abanico temático tan variado como el suyo. Era una actividad que Novás Calvo realizaba para ganarse la vida, lo cual lo obligaba a escribir sobre los asuntos más heterogéneos. Donde eso mejor se pone de manifiesto es en los trabajos publicados por él en España, en los años que van del cierre de la revista Orbe, de la que era corresponsal, hasta el estallido del conflicto bélico. No importa si se ocupa del rapto de un niño, de la lucha por los mercados, de la censura en Europa, del Barrio Chino de Barcelona o de su viaje a Alemania. El suceso más puntual, la noticia más cotidiana logran trascender el registro inmediato, pues quien redactó esos textos es un periodista que no se olvida que, ante todo, es un escritor.
     Poseía además una gran capacidad para amoldarse a cada medio. Junto a los artículos que dio a conocer en Bohemia, El País, Noticias de Hoy, Información, Mundo Gráfico, redactó otros en los que trata figuras y cuestiones propiamente literarias. Fueron escritos para revistas especializadas como Revista de Avance, La Gaceta Literaria, Gaceta del Caribe, Revista de Occidente, Grafos, Mensuario de Arte, Literatura, Historia y Crítica. En esos textos, aunque no renuncia a su estilo diáfano, preciso y ameno, Novás Calvo adopta una escritura más ensayística. Están llenos de interpretaciones lúcidas y de la madura capacidad reflexiva del pensador. Así, pues, vale la pena volver a ellos, pues su relectura resulta hoy igualmente esclarecedora.
     Al aceptar la invitación de Francisco Morán para que seleccionase un par de artículos de algún escritor cubano, opté por Novás Calvo porque considero que su obra aún sigue sin contar con la difusión y la resonancia crítica que merece. Entre los varios textos que dedicó a obras y figuras cubanas, elegí los dos que a continuación se reproducen. En el primero Novás Calvo comenta Hombres sin mujer, una novela que hasta hoy se sigue reeditando. El segundo está dedicado al libro más famoso de Lydia Cabrera, al que en otra ocasión llamó "un monumento de la sabiduría mágica".

Hombres sin mujer

     Hacía años que yo no leía un libro.
     Un día tuve que dejar los libros y leer en la acción y en las personas. Todo el mundo aprisionado, toda la sociedad encarcelada por sus leyes y sus intereses, sus pasiones y sus crueldades retenidas, dejó de existir. Allí, al menos, teníamos nuestro campo, nuestro cielo y nuestra libertad por qué pensar(1).
     Ahora empiezo de nuevo a leer, con ojos nuevos. De pronto caímos en este otro mundo de la paz, para pensar: Todo sigue igual. Las mismas tristezas y alegrías, la misma resignación, los mismos vicios, las mismas cárceles que no vemos por dentro, que sólo conocemos por lo que otros nos dicen. Aquí no vemos nada, porque la vida está cruzada de barreras y muros y las cosas se gobiernan desde la sombra, por hilos ocultos.
     Y sin embargo, todos creemos conocerlas. Con poco nos conformamos. Si no nos atañe, apenas nos interesa. Somos egoístas, tenemos el alma poblada de cobardías, jugamos sin juicio y desdeñamos sin consideración. Surge un escritor -allá él, peor para él. Que sea bueno o malo, poco nos importa; que su obra nos descubra abismos tenebrosos o maravillas siderales; si no nos deslumbra, si su brillo no nos alcanza… allá él.
     Bien. También contra esto hay que luchar. Aquí hay un escritor que nos descubre algo terrible. Lo terrible, como lo ameno, forma parte del mundo que está en nuestro poder remodelar y rehacer. Hay, por ejemplo, una prisión; nosotros la hemos levantado; todos pusimos una piedra para sus muros.
     Una prisión es un lugar donde van los hombres a quienes hemos enseñado aquel camino y aquellos que cayeron en ella por accidente. Montenegro cayó en ella por accidente. A los doce años resurgió a la luz de la calle y de la libertad como el único indemne de una batalla. Como el "uno para contarlo".
     La prisión es nuestra obra, pero no la conocemos. Montenegro nos la muestra; su arte nos la hace vivir. Ya conocemos nuestra obra: ahí está, torcida, sangrante, bestializada, deforme, una humanidad de la que somos parte. Aquellos eran hombres como nosotros; la prisión los ha triturado, abatido y vuelto a conformar. Ya no son hombres como nosotros. Todos sus más torpes instintos,  las más quebradas inclinaciones de su naturaleza se han ido sometiendo a ellas, prostituyéndose a ellas. Ninguna resistencia virtuosa ha sido válida: la prisión manda con la bestialidad de la bestia ciega.
     La prisión tiene varias carátulas. Todas han dejado huellas en la gelatina del espíritu. Pero ahí comienza la selección artística. El escritor quiere ver claro. Comienza por deslindar los campos y clava, a través del recuerdo, la mirada penetrante en el asunto -aquel que se muestra común a la mayoría, que cobra personalidad y se impone por su trascendencia. Es el personaje de la novela; es un vacío, una necesidad torturante. No es un hombre; es común a muchos hombres.
     Montenegro elige entre sus experiencias un tema y le da vida literaria. El asunto, los personajes, el escenario, están ahí: procede, luego, llevarlos hasta sus máximas posibilidades. Es así como se hacen las grandes obras, en todos los órdenes del pensamiento y de la acción. Una pasión llevada al extremo por todas las posibilidades del genio: he ahí la obra de arte por excelencia.
     Montenegro ha sabido dar cumplimiento a este principio. Existen en el mundo millones de hombres sin mujeres. Él conoció, en el recinto de un presidio, este personaje de fuego que es la falta de mujer. En torno a él se mueven sus víctimas y sus esclavos. Él los domina y maneja como un dios cruel y corrompido: en ellos se refleja, por boca de ellos habla y escupe. Él es quien, a través del libro, se va revelando, agrandándole, haciéndose alma y figura monstruosa del presidio.
     Nunca, en ningún idioma que yo sepa, se ha llevado tan magistralmente a la imprenta este personaje terrible que es la falta de mujer en un presidio tropical. Más aún, quizás nadie ha trazado con tan firme pulso y maestría literaria un cuadro de presidio.
     Ahora, la pintura surge del conjunto emocional. El novelista crea emociones; no dibuja estampas. El de Montenegro es un realismo emocional, una sinfonía de realidades ardientes, de pasiones contenidas y desbocadas, de violencia física y torturas mentales. El lenguaje expresa y recrea sus propios sujetos. Es un lenguaje que nació en presidio y se ha purificado y dignificado en la calle. Si su color es negro, es porque allí lo tostó el sol; si sus músculos son poderosos, es porque se han ejercitado en la lucha a brazo partido con la vida. Pero es un lenguaje que sale limpio de la entraña del pueblo. A fuerza de rozar realidades crudas y violentas, pasiones aberradas y vicios inconfesables, ha aprendido a defenderse protegiéndose con símiles, figuras y alusiones populares. Es un lenguaje rico de vida popular y poética, vitalizado por la intención que, en nuestros oídos, ha dejado las mismas palabras pronunciadas cuando las empuja el dolor o la burla, el deseo o la cólera, la perversión o la crueldad.
     Hombres sin Mujer es un libro brutal. Es la brutalidad de una vida que el autor no ha inventado, que solo ha dado forma literaria. Pero no es, en ninguna página, un libro repugnante, por mucho que lo sean los hechos que revela. Es un libro que cura, que cauteriza; no un libro que enferma.
     Para mí ha sido Hombres sin Mujer una llamarada violenta. Conocía El Relevo y otros cuentos. Lo leí, cuando también yo empezaba a escribir cuentos. Admiraba profundamente aquellas narraciones vigorosas de un presidiario que había aprendido de la prisión más que de la calle(2). Pero este nuevo libro ha dado el salto supremo. Con una obra así se salva el arte literario de toda una generación en cualquier país.
     Es preciso decirlo. También en la valoración de nuestros escritores hay que poner coraje y valentía. En un país de más vastos horizontes -Francia, Estados Unidos, Inglaterra- Montenegro estaría en millares de manos y bibliotecas.
Y esto demuestra también que el género vive. Los estilos pueden cambiar; los géneros desaparecer o reencarnar; pero la novela bajo cualquier técnica (y la de Hombres sin Mujer es también una técnica original) no muere, porque en ella se pueden expresar hechos y pasiones del pueblo, porque en ella se reflejan ideas y sentimientos de las gentes que nos rodean.
     ¿Que las de este libro son gentes desviadas, relajadas o abyectas? Vuélvase la mirada entonces a los factores que las han formado o deformado así. El autor bastante ha hecho: les ha dado su arte, su comprensión, el calor humanitario de su talento.

(El Mundo, 2 de mayo 1939)

 

El Monte

     Lydia Cabrera acaba de reeditar El monte (Rema Press, 2154, N.W., 23 Court, Miami, Florida). Llevaba varios años agotado. Y aun cuando no lo estaba no fueron muchos los que alcanzaron a leerlo. Parecía una obra para iniciados, y lo era.      Era también una obra para todos.
     A simple vista pudiera parecer un libro de pura investigación, una obra erudita, sobre la magia afrocubana. Es eso. Es mucho más: un intrincado tejido de mitos, cuentos, ritos fórmulas, hechizos, leyendas y misterios de los negros -y aun de los blancos- de Cuba.
     Nada igual se ha publicado nunca. Nada igual podrá publicarse, pues las fuentes de donde ha sido tomado están agotadas. Lydia sola es la depositaria de ese tesoro.
     Déjenme decirles ante todo quien es Lydia Cabrera. Una señora que perteneció a la "buena" sociedad habanera de antes quiso conocer en Miami a la autora de El monte. La vio, la escuchó, la observó, y salió diciendo:
     -¡No lo comprendo! Tan fina y tan inteligente y… ¡ocuparse de esas porquerías!
     Sí, ésa es Lydia. Su padre fue un notable escritor, jurista y patriota. Proviene de una antigua familia española, sin gota de sangre africana. Es bella, elegante, refinada. Con todo, ha consagrado su deber y su inteligencia a esas… cosas de negros.
Esas cosas tienen su porqué. Son algo que tiene mucho que ver con nuestras comunicaciones con el misterio. Valen para los negros y para los blancos. Son de ayer, de hoy y de mañana. En el fondo de esos mitos, leyendas y hechizos, podemos encontrar algo que rompe el tiempo y brinca sobre las razas. Lydia no lo dice, y es posible que el lector ingenuo no lo advierta; pero está ahí, y bien valdría la pena explicarlo.
     No lo intentaré, sin embargo, en esta reseña. Quisiera tan sólo decir algo de lo que, más superficialmente, parece ser este libro. El propósito de la autora ha sido, sin duda, bien modesto: recoger, de boca de los negros viejos, la versión de su magia. Y lo ha hecho, como es debido, con humildad, fidelidad y respeto: como pidiendo permiso para pisar la sagrada sombra de una ceiba. Ni ella misma tenía idea de lo que iba a salir de esa aventura.
     No fue fácil. Los negros cubanos (y los blancos y mulatos iniciados en sus misterios) guardaban muy celosamente los secretos. Tiempos hubo en que el revelarlos hubiera sido traición y sacrilegio. Pero los tabúes se fueron ablandando al envejecer los últimos libertos. Ésa fue la ocasión que aprovechó Lydia para introducirse en cuartos fambás. Le favorecían, entre otras cosas, sus buenas relaciones con algunos babalawos, iyalochas y mayomberos. Pero tenía que andarse con mucho cuidado. Era un campo muy inseguro. No todos estaban dispuestos a decir la verdad. Fue una paciente labor de indagación, selección y confrontación que duró muchos años. Pero el resultado fue El monte. ¡Bien valía la pena!
     El monte no es la única incursión de Lydia Cabrera a los misterios afrocubanos. Otros dos libros, también agotados -¿Por qué?, Cuentos negros de Cuba- valen igualmente lo que pesan. Éstos son libros de ficción -cuentos y leyendas- inspirados por la mitología afrocubana. El monte es un libro de minuciosa y rigurosa indagación. Pero de esa realidad descubierta se escapan los relatos más alucinantes. La imaginación se queda chiquita ante los dichos de esos viejos congos y lucumíes que Lydia ha entrevistado.
     Una de las cosas que más fascinan en este libro es la identificación de lo divino con lo humano. El negro afrocubano todo lo humanizaba. Sus hombres pueden ser diosas y sus dioses son hombres. Nunca se los ha visto juntos.
     Y esto es lo que queda. Del poder sugestivo de esos cuentos maravillosos he tenido yo comprobación en uno de mis cursos para graduados en la Universidad de Syracuse, New York. Aunque adelantados en literatura hispanoamericana, mis alumnos quedaron asombrados: nada igual habían leído nunca. El mito y la leyenda estaban tan cerca de nosotros, que pudiéramos vernos participando en sus peripecias. Además, venían aderezados con ciertas yerbas y especias sutilmente introducidas por la autora en los relatos: humor, gracia, ironía, malicia… Todo lo que escribe Lydia Cabrera está siempre un poco en clave. Un día le dije:
     -Me figuro que mientras recogías esas patrañas te estarías riendo por dentro.
     Me respondió con igual seriedad:
     -¡Nada de burlas! Eso es sagrado…
     Pero no pudo contener la risa.
     El monte es una inmensa maraña de 600 páginas en que se entreveran los más extraños elementos:

     -Fórmulas: cómo se prepara una nganga; cómo se prepara un zarabanda. Guerra de energías…
     -Ritos: cómo se propicia y domina a las fuerzas ocultas.
     -Curanderías: todo el tesoro medicinal de Osain y de Zata Nfindo.
     -Brujerías: ¡cuidado con esto!
     -Limpiezas: todos las necesitamos.
     -Historias de Orishas: Olofi, el ser supremo, ya retirado; Changó, el guerrero; Oshún, la tonuda; Eleggua, el travieso; Oyá, el brincador tuerto, cojo y manco… Y tantas otras divinidades humanizadas: Yemayá, Obatalá, Eshú…
     -Piedras mágicas: la santísima Piedra Imán…
     -Sacerdotes y sacerdotisas: iyalochas, babalawos, mayomberos
     -Sacrificios: perros, gatos, chivos, jutías, pollos, gallos, gallinas, sapos, alacranes…
     -Y comunicación con los difuntos: los ikús, los ibbeyis…, pues también éstos habitan en el monte. Hasta Jesucristo, que murió en un Monte, dice un informante, "tenía mucho de yerbero".
     Aunque los santos católicos viven en el cielo, cuando los negros afrocubanos los sincretizaron con sus deidades los trajeron al Monte. Por eso viven también allí; Santa Bárbara (Changó); Nuestra Señora de la Caridad del Cobre (Oshún); la Virgen de Regla (Yemayá); Nuestra Señora de las Mercedes (Obatalá); la Virgen de la Candelaria (Oyá); San Lázaro (Babalú Ayé); San Francisco (Orula); San Bartolomé (Eshú); San Silvestre (Osain)… Y no se extrañen de advertir sincretismos de ambos sexos, como el de Changó y Santa Bárbara. Changó, que es bastante pícaro, pudiera estar disfrazado de mujer…
     Desde luego, los habitantes más numerosos del Monte son los "palos" y las yerbas. Pero no crean que por eso se trata de simples entes vegetales. Cada uno de ellos tiene su dueño divino y su personalidad mágica. Puede, incluso, que algunos salgan a pasear de noche por el campo y que se reúnan a paliquear en las sabanas. Se sabe que, por lo menos, las ceibas hacen eso de vez en cuando.
     De esos habitantes mágico-vegetales cita Lydia por lo menos medio millar, cada uno de los cuales posee cualidades maravillosas, buenas o malas, según como se les utilice. La misma yerba puede ser panacea o mortífero veneno. Todo depende del yerbero y de las divinidades que moran en el bosque.
     Por eso sería inútil que el profano se adentrara en la manigua en busca, por ejemplo, de una yerba para el mal de los riñones. Los palos, no sólo hay que saber buscarlos, sino hablarles, propiciarlos y encaminarlos. También hay que tomarlos a la hora indicada. Finalmente, antes de hacer eso, habrá que pagar al monte el debido tributo. Pues no crean ustedes: en el mundo de la magia, como en este otro en que vivimos, todo tiene su precio. Nadie da nada por nada.
     Y, entre toda esa maraña, cuentos, relatos, cada uno a cuál más maravilloso. Una verdadera mina de milagros humanizados.
     Pues, como dije, lo verdaderamente cautivador es esa identificación de lo humano y lo divino en la milagrería afrocubana. Para el africano de Cuba sus divinidades eran hombres y mujeres, con todas sus virtudes y defectos, sus desdichas y sus felicidades. Sus dramas, eran nuestros dramas; sus comedias, nuestras comedias. Por eso cuando un santo católico es identificado con un santo congo o lucumí, adquiere las [características] montunas de un santo africano. Sobre este sincretismo dice un informante citado por Lydia:
     -Los santos son los mismos aquí que en África. La única diferencia está en que los nuestros comen mucho y tienen que bailar, y los de ustedes se conforman con el incienso y no bailan.
     En realidad, cuando los santos católicos se sincretizan con los africanos… también comen y bailan.
     Finalmente, unas palabras sobre lo que allí se llamaba -y aún debe llamarse- "subir o bajar un santo". Ocurre esto cuando una divinidad "monta" un "caballo" humano. Cuando un Orisha se apodera así de una persona, expulsa su ego y se instala en su lugar. Y mientras permanezca allí, el "caballo" será simplemente su instrumento, carente de cerebro propio. El "caballo" hablará y obrará como el santo que lo "ha montado". Y entonces lo veremos hacer y decir las cosas más inauditas. Por ejemplo: lamer llagas purulentas y comer cucarachas…
     ¡Y esto no es nada! Vean ustedes El monte y luego me dirán…

(Revista de Occidente, Septiembre 1969)

Notas

1. Hacía pocas semanas que Novás Calvo había regresado a Cuba de España. Allí había participado en la Guerra Civil como corresponsal de publicaciones como Mundo Obrero, Ayuda y Frente Rojo. Acerca de aquella experiencia, que dejó en él una profunda huella, escribió años después: "He estado dentro de aquella sangre y aquel fuego. No puedo decir que los vi. Estaba demasiado dentro de ellos para ver".

2. Novás Calvo escribió además un comentario sobre el libro de Montenegro. Apareció en el Suplemento Literario del Diario de la Marina, en la edición del 24 de marzo de 1929.