Cuaderno de Feldafing (*)
(fragmentos)

Rolando Sánchez Mejías

4

 

   Incauto Escribonio. ¿Qué hacer contigo y con tus trazos? ¿Con tus pequeñas porciones de Naturaleza?  Nada. No hay nada que hacer, es un problema de carácter. En términos de escritura, ¡hay que enfrentar la totalidad!
Te he visto deslizarte -sí, mi ojo no te deja en paz- del foro al campo y del campo al foro. ¿Buscas en el campo los detalles de vasijas rotas? ¿Buscas en el foro retazos de palabras públicas que el viento se encarga de conjurar? ¡Y luego a los brazos de tus amantes, al parloteo impreciso del amor! ¡Qué manera de vivir es esa, incauto Escribonio!
   ¿Dices, como Flaubert, que las cosas que has sentido con más fuerza se te presentan trasladadas a otros países y experimentadas por otras personas? Terrible, terrible condena, que nada ni nadie necesitará de ti ni de tu escritura!
Vete a un convento. Clava tus rodillas en la tierra, como hago yo cada mañana y cada noche mientras espero que la luna asome su disco redondo o una nube negra su hocico peludo. A veces Z. viene y me tapa los hombros con una manta, otras se olvida, ¡es humana la antigua tarea de olvidar! Entonces amanezco helado, las rodillas un par de cascarones secos, la luz del sol colgando del ojo. Ese día no hay Odas para Z. Le digo, mi dedo amenazante: No hay, hoy, querida Z., Odas  para ti. No, no  te mereces mis dulces palabras. Y Z. se echa a llorar, suelta la roja cabellera de leona y escribe su Cuaderno de Salzburg en su ininteligible alemán. Así se venga de mí,  y de todos. En el peor de los casos toma el tren y se va a Berlín, con los turcos. Entonces tengo que contentarme con su imagen. O peor, con la ausencia de su imagen. ¡Y es ahí cuando la totalidad penetra en mi cuarto de piedra!
   ¿Sabes tú algo de la gallina que empolla su huevo mentalmente? Lo dudo, incauto Escribonio. Tus dudas acerca de la totalidad son las dudas que tienes acerca de ti mismo. Tu incapacidad para amar es tu propia incapacidad para empollar la realidad.
   ¡En casos como éstos son preferibles los turcos o los árabes!

 

5

 

   Primera salida a Munich: en el tren que va de Tutzing a Karlplatz. Dos señoras suben en Possenhoff y conversan todo el tiempo. Una de ellas, cada vez que el conductor anuncia la estación, repite el nombre de la estación, sonriendo, como si advirtiera de algo. Pronunció el nombre de las siguientes estaciones:

                                                Mühltal,
Gauting,
Stockdorf,
Planegg.

   Entonces calló y no dijo nada hasta que anunciaron Westkreuz. Dijo entonces consecutivamente:

                                                Westkreuz,
Pasing,
Laim.

   Cuando dijo Laim se le humedecieron los ojos. Luego su amiga le dijo señalando por el cristal: “Hackerbrücke” y ella asintió sonriendo: “Hackerbrücke”. La amiga se quedó en Hauptbahnhof. Un minuto antes de llegar a Hauptbahnhof se tomaron las manos y se dijeron frases afectuosas, repitiendo con fervor contenido: “Danke, danke.” (“Gracias, gracias.”) O tal vez mis oídos me engañaron y era: “Denke, denke.” (“Piensa, piensa.)

 

6                                                                     

 

     Hijo de mi alma! La vida te ha situado nuevamente en una situación difícil. Pero sé que vencerás. Yo también vencí en su momento justo, luego recibí tres golpes terribles -el último: ¡esta triste menopausia que atenaza mi existencia!-.      Pero todavía estoy aquí, vivita y coleando, con parte de mis fuerzas intactas. ¿Qué madre no permanece hasta el final con las fuerzas intactas?
    ¡Te dije que alguna vez te contaría «un secreto»! Pero no ha llegado la hora.  Mientras, añoro mis pollos de siempre, una cesta de huevos colorados me haría feliz, un cafecito por las mañanas y que tu padre no beba como un beodo.
   Acá las cosas no mejoran, eso que llaman «pueblo» se ha vuelto más ladino que nunca, se entromete en mis asuntos y coopera para que jamás se realice mi antigua idea de ir a vivir al campo. ¡Menos mal que tú huiste del pueblo, de la Patria, querido hijo, yo no, ya yo soy vieja para poner pies en polvorosa, mucho menos con esta collera que me atenaza la cervical en medio de la horrible ciudad en que se ha convertido la Habana!
   ¿Te acuerdas del poema “La Balada de la madre de Stalin”? :

Hijo mío, yo que fui sólo vida
te he dado el amor de la muerte
Naciera de la prehistoria la suerte
que por la furia de la masa enfurecida 
sacude la cumplida historia.

   ¡Qué versos, hijo mío! ¡Como si  los hubiera escrito yo misma! ¿Dices que te gusta viajar en tren? A mí también me gustaba hacerlo, de niña iba a decirle adiós a un trencito que pasaba cerca de la casa. ¿Y cómo no recordar el tren en que nos fuimos a la Habana huyendo de la mediocridad de aquellos campesinos bobos y famélicos que miraban nuestro tren como si fuéramos parte del paisaje?
Paisaje, hablando de paisaje, ¿te gustan los paisajes? A veces sueño con paisajes helados, horrorosos. Viene una ola helada, grande, y sepulta el país. ¿Lo merece el país? Lo merece el país. Nos hemos portado mal, querido hijo. ¿Cada país no tiene lo que merece? ¡Pues merecemos el agua, el agua espantosa, que lo cubrirá todo! Así como merecemos los gobernantes que hemos tenido, y los que tendremos, merecemos la invasión de agua.
   Un día tu madre escribirá una novela. La titularé así: “La invasión de agua por todas partes”. ¿No hablaba un tal Piñerón de «la maldita circunstancia del agua por todas partes»? Pues yo, querido hijo, ésta que está aquí, irá mucho más lejos: hablaré de la Invasión de Agua por todas partes.
   Pero mi Invasión de Agua no tendrá efectos topográficos. Tendrá, más bien, efectos mentales. Allí, querido hijo, en la cabeza, es donde suceden las más terribles invasiones. ¿No decía tu tía Juanita cuando se moría que nadaba en una corriente oscura y gelatinosa? ¿No pataleaba y se orinaba de miedo? ¿No gritaba: “Páralo, páralo que me lleva, mamita mía”? ¿Qué había que parar? La Ola de Agua. Eso, estoy segura, es lo que había que parar! 

 

7

 

   Situación. Un hombre decide irse a vivir a un tren. El hombre hace su vida en el tren. Se hace famoso, se deja crecer la barba, su vida se desenvuelve en pliegues inesperados y lleva un Cuaderno donde anota pormenorizadamente su vida en el tren. Nadie soporta a ese hombre que con cierta malicia en los ojos escribe para sí mismo, y que no deja de mirar a los demás mientras escribe, mientras se desarrolla su vida en el tren.

 

8

 

  Cita para las 4 de la tarde con un escritor de Feldafing. Cornelia, traductora de la casa, me acompaña. Nos recibe el escritor. Tiene alrededor de setenta años y se bambolea como una oca. Se quita y se pone un sombrerito con una pluma. Cornelia me traduce lo que puede. Le pregunto al escritor qué poesía hace.
Se me queda mirando, luego mira a Cornelia, que traduce:
-Él no hace poesía.
-A veces se asoma a la ventana y las nubes vuelan a ras del suelo.
-O ve un árbol con la cabeza colgando.
-Dice que lo que dice no es poesía.
-A él no le gusta la poesía.
-Él no es exactamente un poeta.
-En el mejor de los casos, es un filósofo.
-Pero tampoco es un filósofo.
-A él no le gusta pensar.
-Pensar no lleva a nada.
-Es mejor tener la cabeza vacía.
-Y como tiene la cabeza vacía, mejor llámelo Filósofo, así, con mayúscula: Filósofo de la Cabeza Vacía.
Le digo al Filósofo que Cornelia recuerda versos suyos. Cornelia recita unos versos.
El Filósofo levanta una mano y la mueve en el aire, como para espantar una mosca, entonces recita los mismos versos, los hace más largos y los sacude al final con una elevación nasal.
Cornelia me explica que habla de bosques, de una mujer, del sonido del agua, del paso del tiempo...
El Filósofo se pone el sombrerito, se lo quita, la pluma se mueve en el aire, señala una acuarela en la pared: un pez plateado. 
-Dice que es su juventud.
Añade:
-Ida.
Va a su cuarto y vuelve con un cuaderno de tapas pesadas, hace correr todas las páginas de golpe:
-Su Filosofía.
-Toda -y golpea el mamotreto con los nudillos, como si hiciera sonar un pequeño tambor.
Cornelia me explica que hace veinte años el Filósofo publicó unos fragmentos en una revista local: El Murciélago Loco.
Le pregunto al Filósofo si le gusta Heidegger.
Niega rápido con una mano:
-Heidegger, no.
-Albert Schweitzer, sí.
-Aunque Albert Schweitzer ya no tanto.
-Uno se va quedando solo.
-Dice que un día se irá a África, como Albert Schweitzer.
-Pero no a cuidar enfermos.
-A él no le gusta cuidar enfermos.
-No se ha ido a África porque en África hay mucho calor.
-No le gusta el calor.
-El calor no es bueno para las imágenes.
-Las imágenes se pudren en el calor.
-No hay imagen que aguante más de treinta grados, señor mío.
Se pone el sombrerito, se lo quita, señala el bosque:
-Los árboles no dejan ver el bosque.
-Ha terminado la reserva de imágenes.
-Las imágenes se han ido o se han destruido.
-Algunas se fueron a California y allí vivieron un tiempo.
-Otras se fueron a Australia, pero fueron acabadas.
-Posiblemente queden algunas en el Himalaya.
-Aunque no se refiere a los santones tibetanos.
-Los santones tibetanos aún están atrapados en las imágenes.
-Al menos los caníbales saben qué hacer con las imágenes.
-Tienen una idea clara respecto a ellas.
-No son depredadores de imágenes.
-Son constructores de imágenes.
-Cuando comen, construyen.
-Lástima que sólo hagan parte del proceso.
-Son como los niños, tienen buenas intenciones pero no las cumplen totalmente.
-No basta con comerse a un hombre.
-No basta con sacarle los ojos a un gato.
-El problema sólo empieza ahí.
-Aunque hay que reconocer el mérito.
-Hay que ver lo que hacen los niños y los caníbales con la metafísica.
-Los chinos y los árabes algún día se encargarán de los occidentales.
-No asistiremos al festín.
-Devorarán a los occidentales.
-Así, literalmente: los devorarán.
-Luego habrá que acabar con los chinos.
-Y con los árabes.
-Se suponía que los rusos acabarían con los chinos.
-O los americanos.
-Pero mire lo que le ha pasado a los rusos.
-Y a los americanos.
-Tal para cual, señor mío.
-¿Qué han hecho los americanos con la luna?
-La imagen que han construido de la luna da pena.
-Esos hombrecitos saltando como peleles.
-Esos saltimbanquis del sueño.
-Ese poblamiento inconsistente de lo despoblado.
-Quién no lleva su Cuaderno en estos tiempos.
-Hasta el viejo Goebbels llevaba el suyo.
-Te va a leer algunos de los aforismos que ha escrito junto al lago.
-Se va a la orilla del lago y los escribe.
-Primero se come una salchicha,  y luego los escribe.
-«El Logos es un animal cansado.»
-«Pero no vale la pena pensar en eso.»
-«Un árbol y otro árbol no hacen un bosque.»
-«Siete árboles tampoco».
-«Pero no vale la pena pensar en eso».
-«La frase «ganso salvaje» no es un ganso salvaje».
-«Pero tampoco vale la pena pensar en eso».
El Filósofo cierra el Cuaderno, cierra los ojos y se queda dormido.

 

(………………………………………………………………………………..)

 

15

   El Filósofo se acomoda en su poltrona:
-Inútil tarea la de escribir.
Se quita el sombrerito, se lo pone:
-A veces empieza así: tralalí.
-Con la intención de acabar así: tralalá.
-Por lo general la primera frase no sirve para nada.
-Ni la segunda.
-Ni la tercera.
-Se supone que la primera frase sólo sea un pretexto para empezar.
-¡Pero lo que viene luego es peor!
-Entonces coge las palabras y las rompe.
-Nada como despedazar palabras, señor mío.
-No le gusta la poesía.
-No le gusta contar historias.
-Empiezas una historia y no sabes cómo acabarla.
-Pero uno siempre se las arregla para acabar las historias.
-Para unir lo que está disperso.
-A veces se va a un café a escribir una historia.
-Siempre empieza así: Había una vez...
-Y se queda varado, en medio de la frase.
-Como un barco.
-Minutos.
-Horas enteras.
-La pluma sobre el papel.
-En medio de la frase.
-Entonces la gente lo mira.
-El camarero lo mira.
-La pareja de la otra mesa lo mira.
-El que lee el periódico lo mira.
-Sale el cocinero y lo mira.
-Entran dos señoras a tomarse un café y lo miran.
-¡Así no hay quien pueda escribir, señor mío!
-No le gusta contar una historia porque es imposible contar nada.
-Aunque hay gente que se las arregla para llenar el vacío que hay entre una y otra frase.
-Mire a Homero.
-Mire a Tolstoi.
-Mire a Poe.
-Mire a Chejov.
-Mire a Borges.
-Mire a Henry James.
-Mire a Emerson.
-Mire a Lezama.
-Mire a Gogol.
-Incluso mire a Dostoievski.
-Incluso mire a Proust.
-Incluso mire a Beckett.
-Incluso mire a Faulkner.
-Incluso mire a Joyce.
-Incluso mire a Nietzsche.
-¡Incluso mire a mi primo Bernhard!
-Hay que recorrer de un vistazo una frase de Bernhard para darse cuenta de lo que está diciendo.
-Y eso que no da tiempo para comprender el error.
-Bernhard, por lo general, empieza así: tralalí.
-Y acaba así: tralalá.
-¡No te da tiempo a comprender el error!
-Aprendió a escribir viendo cómo escribía su primo Bernhard.
-Escribía de pie.
-Cartas.
-Para ser exactos, tres cartas.
-Las ponía sobre la mesa, las tres, y escribía un poco en una, y un poco en otra.
-Un poco en una, y un poco en otra.
-Un poco en una, y un poco en otra.
-El primo lo miraba con el rabillo del ojo y le decía: Cabroncito, te he dicho que cuando estoy escribiendo no me gusta que me miren.
-Y le tiró un pisapapeles.
-Sí, como le está diciendo: ¡un pisapapeles!
-¿No es mala educación?
-Antes de saltar por la ventana el Filósofo le dijo a su primo: Canallita, al menos sé cómo trabajas.
-¡Nada como sorprender a un escritor en medio de su trabajo!
-¡Nada como descubrir sus tretas!
-¡Nada como ponerlo en evidencia bajo la luz del mediodía!!

 

17

 

   Mientras escribo oigo llegar al ruso. Está borracho. Viene cantando por la escalera. Ya en el cuarto discute con la mujer, en ruso. Precipitación. Pisadas de ambos. Gritos desgarradores de la rusa. Luego silencio. El ruso teclea en su portátil.

 

18

 

   Hijo de mi alma! No, no son sospechas, son constataciones de mi espíritu de observación, destinado a cumplir, en estas tristes y postreras horas del terruño, la no poco noble misión de servir de atalaya a la miseria general que es este país. Perdona que hable como un senador,  más bien como una senadora, o señora de senador, pero no hay lenguaje más atinado, en tales tiempos que corren, para describir la desidia, la molicie, la insidia, la malicia, cualidades estas del cubano que, como sabes, junto al café con leche, el lechoncito asado y el vaivén irresoluto en el sillón de mimbre, no lo abandonarán jamás, ¿me oyes?, ¡jamás!.
   Ahora me abanico, con la zurda, mientras te escribo, con la derecha, y cuando me canso con la zurda, me abanico con la derecha. Ser ambidiestro te da ventaja, te proporciona el placer inexplicable de poseer una discreta sensación del absoluto (¡hay que ser discretos, hijo mío, los vecinos observan por las rendijas!).  Como ves, también me estoy construyendo un fuerte léxico limítrofe a la filosofía y a la ciencia, sino, mi pequeño exiliado, ¿cómo afrontar el irreversible desgaste que es nuestra realidad?
   Sí, he observado que la realidad se desgasta poco a poco. Se descascara como si una uña sucia y roñosa la raspara despacito, despacito, con impiedad y alevosía, no la Uña de Dios, porque francamente sabes, hijo mío, que no creemos en Dios, que somos descreídos hasta al fondo, y que Dios, de existir, ya nos habría dado un manotazo. Somos descreídos hasta el fondo, pero no en la superficie, y por eso adoramos a pobretones santos y a cándidas virgencitas, o dejamos caer, en la puerta del vecino, gallinas y palomas muertas, eso cuando había gallinas y palomas, han desaparecido hasta los gatos, ¿te acuerdas de nuestro barcino Brutus?, ¡desapareció, y no precisamente en las reyertas nocturnas de las cuales nuestro magnífico Brutus, rasguñado, sí, sangrante de un costado o una oreja, sí, pero orondo y circunspecto, regresaba de sus habituales palizas a los gatos del barrio!. Fue comido, te lo aseguro, comido o convertido en esas espantosas croquetas que vende Operasia la del quinto.
   Primero fueron las palomas, luego los gatos, cercanos en sabor y textura a la carne de conejo, luego fueron los perros (¡a mi perrita no le pierdo pie ni pisada!), y por último, no quepa duda, seremos nosotros, los más viejos. ¿Crees que no me doy cuenta de cómo me mira Ñico el carnicero? Me mira con codicia, primero pensé que era esa codicia desmedida y animal con que los hombres miran a las mujeres en este país, incluso a las mujeres mayores que pueden ser sus madres o sus tías, pero Ñico, gracias a su condición de carnicero, goza de una jerarquía social que no necesita de las más viejas. Hay que ver cómo se le regalan las niñas de catorce por un par de bistés, hay que ver cómo Rita, la mulata de la esquina, engaña a su marido con Ñico, y su marido, un hombre otrora de lo más respetable y respetado, sabedor de varias lenguas (¿te acuerdas que te dio clases de Historia en el Pre?), se hace de la vista gorda e incluso le lleva a Ñico café calentico en un termo, y le dice: “Ñico, Ñiquito, aquí te traigo tu cafecito” ¡Ay hijo mío, qué deterioro, la Uña del Diablo, sí, raspa no sólo las paredes, las cornisas, las fachadas, el cielo azul de la Isla, sino también el flaco corazón de la gente!
   Pues este Ñico, que ya no tiene carne que vender, nos ha echado el ojo a las más antiguas y desvalidas, sobre todo a las más gordas entre las antiguas y desvalidas, y  cuando me saluda en la calle me dice, marrullero y ladino mientras pone su mano en mi brazo, como si lo aquilatara: “Se mantiene usted sana, señora mía, se ve que su  nene le manda platica, pase usted por la carnicería, que  estoy a su disposición todo el tiempo”, y me aprieta el brazo, como si me tomara la presión con uno de esos aparatos de goma, luego se va, meneando un poquito las caderas. Ñico el Lindo, le dicen en el barrio, pero yo no, hijo mío, yo no me congracío con la plebe, no me rebajo a la humillante condición de ir a comprar el pollo personalmente, mando a tu padre, que aunque Ñico siempre lo estafa con tres o cuatro onzas de menos, está desnutrido y no corre peligro. Y el Estado, como siempre, se hace el que no ve, querido hijo, o más bien yo diría que el Estado y Ñico y el resto de los perdularios son la misma cosa. Todo pertenece a la maquinaria infernal que es este país. ¿Cuál es el sueño de todo Estado sino el de confundirse con el pueblo, incluso con la realidad? ¡Haz caso a lo que te dice tu madre que aunque no es filósofa capta las cosas en el aire! ¿Qué crees que hago por las mañanas mientras mojo el pan (¡el misericordioso pancito sin sal que nos dan cada día!) en el café con leche que tengo que tomar sin azúcar? Pues nada, pensar, sustituir esta realidad por otra, este estado de cosas por otro. Dibujo las variantes en un papel.  Barajo posibilidades. Quito y pongo, como un crucigrama infinito. Y al final ¿qué me queda? ¡El vacío, corazoncito mío, el vacío!

(………………………………………………………………….)

 

25

 

   Incauto Escribonio. Yo bien, excepto el tono general de la vida. Si vieras cómo me miran los salzburgueses comprenderías a qué me refiero. No es que sea un bicho raro para ellos, pero disueno en el paisaje. ¡Ser negro no te da ventaja en un mundo de nieve!
   A veces salgo con Z.. Paseítos, paseítos. He visto la larga cicatriz de nuestras huellas en la nieve, y he dicho: “Sin retorno”, o lo he murmurado.
   Soy un Ojo que se desliza en el aire frío, que mira el interior de las cosas, que se hunde en el pecho de Z. y baila en su interior como un sapo negro, en medio de la luz del día, como saltan los peleles cabezones y comatosos de la Habana achicharrados por el sol. “Querida Z., ¿te quieres casar conmigo?” (el sapo negro baila en la nieve).
“No, no, que me matarás”, pronuncia Z. sus palabras al viento, y da un pasito, y otro pasito, como si bailara.
   He huido al centro de mí mismo y no he encontrado nada. Esperaba encontrar aunque sea restos de una antigua nada y resulta que soy el primero de una horrible progenie que carece de la idea del tiempo (el sapo negro rueda como una bola en la nieve, la muchacha lo recoge, se lo mete en la boca y canta una canción).
   ¿Qué es el ego sino un mono que salta a través de la selva? Y como dice la enseñanza:
Deja partir a ese mono.
Deja partir los conflictos.
Deja partir los sentidos.
Deja partir los deseos.
Deja partir las ideas.
Deja partir la ficción de la vida y de la muerte.
   (¡Sé que no quieres morir, incauto Escribonio, y que tampoco quieres vivir, de ahí tus eternas contradicciones, no ajenas  el uso malsano que das a las palabras!).

 

26

                                                                       
Afuera hay viento. Hack cruza por el jardín como una vara inclinada.

 

27

«El orden más hermoso del mundo sigue siendo una reunión azarosa de cosas que no significan nada en sí mismas.» 

                                                           

33

 

  El Filósofo se acomoda en su poltrona:
-En Constanza, exactamente en Romanshorn, vive un hermano suyo.
-Como quien dice, su otra mitad.
-Pero no es su otra mitad.
-Él no cree en el mito de Platón acerca de las dos mitades que se buscan eternamente.
-Qué va a ser su hermano su otra mitad.
-Quien escriba estos versos no puede ser su otra mitad.
El Filósofo se pone el sombrerito, levanta una mano y recita, los versos salen disparados uno tras otro, con un repiqueteo de sílabas.
Le pregunto a Cornelia si me puede traducir. Cornelia me dice que no, que son imposibles de traducir. Son juegos de palabras que no llevan a nada, dice Cornelia.
Le pregunto al Filósofo:
-¿Nonsense?
Él me contesta rápido:
-No, señor mío.
-Nonsense no.
-Nada de nonsense.
-Él no es James Joyce.
-Él no es Edward Lear.
Se limpia la frente con una servilleta.
-Dice que su hermano, como él, mide 1.70 m.
-Pero que él es el doble de gordo que su hermano.
-Su hermano tiene un lunar en la espalda.
-Un lunar del tamaño de un melocotón pequeño.
-Dice que cuando muera le mandará a su hermano la Máquina de Producir Lenguaje.
El Filósofo se frota las manos:
-Jí.
-Dice que su hermano se va a caer de espaldas cuando vea llegar los embalajes de madera con la Máquina de producir Lenguaje.
-Cuando niños su hermano y  él construyeron una ciudad de madera.
-Puentes, lagos y bosques.
-Incluso sol.
-Incluso luna.
-Bavarium.
-Así la llamaron.
-En vez de Vivarium, Bavarium.
-Dice que su hermano se ha quedado sordo de un oído.
-Que para oír se pone una mano en la oreja en forma de bocina.
-Él sabe que su hermano simula una sordera que no tiene.
-Desde niño hacía igual.
El Filósofo se lleva una mano a la oreja derecha,  hace como si oyera y grita unas palabras.
-Dice que su hermano es un show-man.
-Pero es zorro y sabe lo que hace.
-Un show-man desvergonzado siempre sabe lo que hace.
-Se convierte en zorro y se va al bosque.
-Es ligero como una pluma.
-Mitad zorro y mitad loco.
-Su hermano soñaba con irse un día a la Habana y hacer de show-man en un cabaret de la Habana.
-Si un día vas a Constanza verás que su hermano tiene fotos de cabarets de la Habana en las paredes de  la sala.
-También tiene discos de música cubana de los años cua
renta.
-Según su hermano, fue la época de oro de la música cubana.
-Su hermano es un farsante.
-Él está convencido de que esa islita nunca tuvo época de oro.
-Su hermano es un show-man.
-Tal para cual, la islita y su hermano.
-My brother, un cabrón- y se sujeta la barriga.
-Su hermano quiso hacer un cabaret de música cubana en el lago de Constanza.
-Pero no pudo convencer a nadie.
-Pensaba llamarlo Tropicalia.
-Pero nadie le quiso dar dinero para el proyecto.
-Su hermano estuvo preparando el viaje a la Habana durante veinte años.
-Pero nunca lo hizo.
-Tampoco se casó, precisamente para poder hacer el viaje.
-Una mujer y un hijo eran un estorbo en tales proyectos.
-Quien sea padre de una Máquina de producir Lenguaje no debe tener hijos.
El Filósofo me pregunta si yo tengo hijos.
Le contesto que dos, le muestro las fotos.
Mueve la cabeza de un lado a otro.
-Dice que tú eres un show-man de la vida.
-Que al fin y al cabo eres un literato.
-Que el escritor que produce hijos no es más que un literato.
-La literatura es una máquina como otra cualquiera.
-No te hagas ilusiones respecto a la literatura.
-La literatura no salva a nadie.           
-Es una máquina como otra cualquiera.
-Y las máquinas, señor mío, por si usted no lo sabe, no salvan a nadie.
Se pone el sombrerito, se lo quita:
-Dice que su padre no era de Feldafing.
-Vino a parar a Feldafing por eso que se suele llamar azar del destino.
-Su padre venía del Norte.
-Tenía elemento madera y elemento agua en su naturaleza secreta.
-Y por eso vino a Feldafing.
-Él no cree que haya sido por azar del destino.
-Dice que lo semejante se conecta con lo semejante y que todo busca su lugar en el constructo que le ha tocado vivir.
-Su padre, sin embargo, no era nada bávaro.
-Tenía en su naturaleza un elemento dislocador.
-En otras circunstancias de la vida su padre habría invadido Bavaria en vez de haberse venido a vivir aquí.
-Dice que los tiempos actuales son tiempos malos.
-Ahora todo se disuelve en todo.
-Ya no opera la verdadera Ley de las Semejanzas.
-Es un desbarajuste general, señor mío.
El Filósofo se levanta un poquito de su silla como una oca que quiere volar, sus nalgas enormes quedan suspendidas en el aire, entonces grita:
Il est fou!
Pregunto que quién está loco.
-Dice que su padre.
-Que debió haber seguido rumbo a América, como el viejo Svidrigáilov de Dostoievski.
-Pero que no hizo bien en venirse a vivir aquí.
-Dice que elemento agua y elemento madera hay en muchas partes. 
El Filósofo me toma las manos, mira las líneas de las palmas y las sigue con un dedo.
-Dice que tú estás perdido.
-Completamente perdido.
-Que no sabe qué haces a la orilla de un lago.
-Que debes seguir viaje.
-Pero en sentido inverso al de su padre.
-Debes retroceder.
-Que si sigues por ese camino te encontrarás contigo mismo, pero en tu versión hueca.
El Filósofo aprieta los labios para reír:
-A no ser que tú seas la versión hueca del otro.
-Y que entonces, cuando te encuentres con el otro, tú, que eres la versión hueca del otro, explotarás como un siquitraque.
-Nada que no pueda suceder en estos tiempos.
Apoya la mandíbula en una mano:
-Dice que comas más pescado.
-Eres un ser fosfórico.
-Hay algo de pescado en ti pero que no te atrevas a acercarte demasiado al agua.
-Algún día volverás a tu país pero eso no será bueno.
-Explotarás bajo el sol si vuelves a tu país.
-Dice que su madre era de Romanshorn.
-Que una mitad de él se parece a su madre y una mitad de su hermano a su padre.
-Pero que las otras dos mitades no se parecen a nada ni a nadie.
-Hay una parte de él que vuela a las partes húmedas del bosque.
-Y esta parte que ahora habla contigo es su madre.
-Dice que su hermano estafó a su madre.
-Su hermano necesitaba dinero para abrir el cabaret en la Habana.
-Y resulta que se fue a Italia con el dinero, cosa que su madre nunca supo.
-Allí lo gastó.
-¿Con quién?
-Con otro hombre.
-Con un peruano.
-No le ve nada de gracioso a irse con un peruano.
-No medía ni cinco pies.
-No era enano pero no medía ni cinco pies.
-No era indio pero parecía indio.
-No le ve nada de gracioso a pasearse por Italia con un peruano que no medía ni cinco pies y que para colmo no se sabía si era indio o no.
-Ya lo dijo, su hermano es un show-man.
-Un show-man viejo y baboso.
-Qué puede esperarse de un tipo así.
-Cuando su hermano regresó de donde haya regresado le trajo a su madre de regalo una peineta de carey.
-Le dijo a su madre que los bancos en la Habana habían quebrado.
-Trajo una peineta de carey y se la regaló a su  madre.
-Se la colocó en el pelo y le dijo: Te ves muy bonita, madrecita de mi alma, con la peineta de carey.
-Entonces puso música y bailó frente a ella.
-Ya lo dijo, qué puede esperarse de un show-man.
Ahora él Filósofo grita volviéndose a levantar a medias y llevándose una mano a la oreja:
-Canaille! -luego le habla a Cornelia.
-Dice que hace cinco años su hermano pescó, así, literalmente pescó, porque ella estaba nadando en el lago, a una estudiante cubana.
-La cubana no tenía dinero ni documentos en regla.
-Entonces su hermano hizo un trato con ella.
-Él le daría dinero y le arreglaría los papeles y ella le daría a él mucho cariñito.
-Así subrayado: mucho cariñito.
El Filósofo se levanta, va y vuelve con un sobre. Saca una foto.
-Dice que ese viejo con cara de sádico es su hermano.
-Y que la muchacha de cachetes gordos es la cubana.
-Tal para cual.
-Su hermano se volvió como loco con la cubana.
-Incluso quería tener un niño con ella.
-Pero resulta que él no podía tener hijos.
-Por suerte, sabe Dios lo que hubiera salido de ahí.
-Dice que él no es racista pero no le gustan los cruces imprevistos.
-No por la raza sino por motivos ocultos.
-Tal vez por alquimia secreta.
-Por ponerle un nombre a lo que no tiene nombre.
-El diablo adora los cruces imprevistos.
-Cuenta con el azar.
-¿Usted no cree en el diablo?
-A usted le falta fe, señor mío.
-Y no se debe vivir sin fe.
-¿Cómo puede escribir si no tiene fe?
-Deje a las palabras tranquilas si no tiene fe.
-Las palabras no son monedas de cambio.
-Más exacto, son monedas de cambio, pero uno desconoce su valor.
-Deje que a las palabras se las lleve el viento.
El Filósofo mira a lo lejos.
-O que se hundan en el lago.
-Eso: que se hundan en el lago.

 

39                   

Dice Hack que con el tiempo uno puede convertirse en un buen cazador de imágenes autóctonas.

 

40

   Escándalo en la casa. La actriz rusa se ha ido con un serbio. El ruso, furioso, ha roto la vajilla de porcelana que hay en la torre de la casa. Frau Rilke, encargada de la limpieza, se lleva las manos a la cabeza.

 

41

 

   Hijo de mi alma! ¿Cuál es el nombre de mujer que se parece a un cuchillo? Filomena. Ése es el nombre.
   Pues bien, Filomena es mi vecina. Te describo a Filomena, a ver si haces algo con ella en tu Cuaderno.
   Filomena tiene sesenta años y sin embargo se ha teñido el pelo. ¿De qué color? ¡De rojo, de rojo furioso, como sus ojos cuando se levanta por las mañanas y me da los buenos días por la ventanita que da al patio! Me dice: Buenos días tenga usted, señora mía, y espero que hoy nos veamos en el paseo. Le digo que hoy posiblemente no realice mi paseo habitual, le digo cualquier cosa, que estoy enferma, que me duele la cabeza, pero ella persiste: ¿Está enferma? ¿Le duele la cabeza? Para esos males lo mejor es el paseo, y me tiende una tacita de café desde la ventana. ¿Café? No, hijo mío, eso no es café. Esa agua fangosa cuyo fondo deja adivinar el amarillo endeble de falsa porcelana, no es café. Pero eso es lo que nos dan en este país.
   Hoy vamos hasta Carlos III, me dice Filomena. ¿Carlos III? Nunca hemos llegado hasta Carlos III, le digo. Si usted se fija bien, llegar hasta Carlos III nos tomaría la octava parte del día, le digo, contando que los perros no se zafen de sus cadenas o no quieran tirar hacia Boyeros, añado, que es como tirar hacia tierra de bárbaros.
   Y añado más: contando, también, que su perro no se arrime demasiado a mi perrita, su perro mal educado, impúdico y perverso. ¿Impúdico? ¿Perverso?, me dice llevándose una mano al corazón Filomena. ¿Mi Heracles? La única impúdica y perversa es su perrita, que por otra parte no nos deja dormir, ni a mi ni a Heracles, su perrita casquivana que olfatea la pared, todo el día, toda la noche, sonsacando a mi Heracles, resopla Filomena.
   ¡Hijo mío! Quien olfatea la pared es ciertamente Heracles y no sólo que la olfatea, también raspa con sus desmesuradas pezuñas, no dejándome dormir.
   Un paseo en tales circunstancias no ofrece nada bueno. El sol cae desde lo alto y me nubla la vista. Filomena, por otra parte, empuja a su Heracles contra mi pequeña Ofelia, y Ofelia, ay hijito querido, elude el golpe, se me mete entre las piernas, o gira en redondo, esta vez rumbo a Boyeros.
   Boyeros, como seguro recuerdas (¿lo recuerdas, mi pequeño exiliado?), es una avenida bastante peligrosa. No es como Carlos III. En Carlos III están los portales, los anchos y reconfortantes portales que dan sombra.
   En Boyeros, sin embargo, tienes que deslizarte todo el tiempo bajo el sol, tarea totalmente ingrata si la haces con Filomena y su corrupto Heracles.
   Y no sólo bajo el sol: también entre esas infames turbas de las provincias orientales que la Terminal de Ómnibus escupe o vomita inundando la Habana, propiciando la vil tarea de devastación, el acabose que es este país.
   Otro día te contaré más.
   Ofelia ladra.
   Cuando me ve escribir sabe que te escribo y mueve su cola mientras ladra.
   Buscaré otro novio para Ofelia.
   Debe haber algún perro bueno en este país.
   ¿O ya todos son como el infame Heracles?

 

42

 Dice Hack que su hijo sólo ve manchas. Que eso tiene por naturaleza: «geometría de manchas». Que el problema no radica en la visión sino en un recóndito punto del área encefálica. (Hack se da golpecitos en la cabeza sobre el lóbulo izquierdo.)

 

43

  De suicidarme en Feldafing optaría por las siguientes variantes en orden de importancia:

a) Hundirme en el agua caliente de la bañera.
b) Lanzarme de la torre de la casa contra el Volvo del ruso.
c) Irme a nadar de noche al lago.

   (No dramatizar en ninguna de las circunstancias.)

 

44

   En la Habana a veces erraba en diferentes (y en ocasiones confluentes) periplos:

 -de Aguiar al Parque Central o a Ánimas, depende de la intención.
-de Aguiar a Carlos III por lo general a través de Muralla y atravesando el Parque de la Fraternidad.
-de Aguiar al Puerto, a través de Muralla o Teniente Rey, daba igual.
-etcétera, etcétera, etcétera.
A veces, con un Cuaderno en la mano.
Pero jamás, sabe Dios  por qué, escribí un Cuaderno de la Habana.

 

45

 

   El Filósofo se acomoda en su poltrona, saca una foto y muestra un grabado cubano del siglo XIX:
-Es un montero.
-Un montero paseando con sus perros después de haberse tomado una taza de chocolate.
-A él también le habría gustado ser un montero y pasearse con los perros.
-Después de tomarse una taza de chocolate.
-Pero no allá.
-Allá hay mucho calor.
-Mucho sol.
-No hay quien aguante tanto sol.
-Dice que la cubana, según su hermano, porque a su hermano no hay que creerle nada de lo que cuenta, un día se fue a zonas más cálidas.
-La relación duró un año, y ciertamente su hermano está muy agradecido.
-Ella le dio, según él, mucho cariñito.
-Pero ella no podía vivir sin el calor.
-Era una bestia del trópico.
-Un día se fue.
-O una noche, sabe Dios.
-Se aburría mucho en aquel pueblito.
-Y había mucho frío en invierno, decía ella.
-Ni en verano podía bañarse en el lago.
-Le decía a su hermano: “Mi papi, ¿para qué sirve un lago sino es para bañarse?”
-Así le decía ella a él: “Mi papi”.
-Ponía los ojos un poquito en blanco, inflaba los cachetes y le decía zalamera a su hermano: “Mi papi”, pellizcándole la barriga.
-Su madre no soportaba tal modo de hablar.
-Bueno, su madre no la soportaba de ninguna manera.
-Su madre decía que qué iba a esperarse de una mujer que dejaba los platos sucios en la mesa.
-Y que se ponía flores en la oreja.
-Blancas, rojas, amarillas.
-Daba igual, el caso era ponerse flores en la oreja.
-Tampoco le gustaba, a su madre, el muñeco que ella puso en un rincón de la sala.
-Decía su madre que era un muñeco muy raro, y muy feo.
-Y que aquel muñeco espantaba a la gente.
-Sí que era feo y raro el muñeco.
-De tela y con collares.
-Con un par de ojos saltones.
-Cosas de negros, decía su madre.
-La gente de Romanshorn no quería visitar a su madre por culpa del muñeco.
-Nunca habían visto un muñeco tan raro y tan feo.
-La cubana decía que el muñeco cuidaba de ella.
-Aseguraba que el muñeco espantaba a los muertos del lago y a las malas visitas y a las malas influencias, vinieran o no del lago.
-Aseguraba, también, que los muertos, en Constanza, no salían de noche sino de día.
-Y que se confundían con los vivos.
-Pero que si a ella le dieran a escoger entre los vivos y los muertos, escogería a los muertos.
-Porque sus intenciones eran conocidas.
-Las intenciones de los muertos pertenecían al pasado, cosa que no pasaba con los vivos.
-Los vivos vivían en un presente dañino, según ella y sus extrañas teorías.
-Su muñeco detectaba enseguida cualquier situación confusa.
-Tanto de los muertos del lago como de las ambiguas intenciones de los vivos.
-Por ejemplo, a ella no le gustaba Joseph, el hermano de la madre del Filósofo.
-Decía que era un viejo taimado.
-Un viejo taimado que la miraba a ella «atravesado».
-Y que le tocaba el culo en la cocina.
-Sí, ella tenía el culo grande, y decía que tenía que cuidarlo.
-Que lo había protegido mucho en la Habana como para que Joseph se lo viniera a tocar así como así.
-Que lo había protegido de los negros y de los blancos de la Habana como para que aquí viniera a perderlo de cualquier manera.
-Decía que su muñeco la cuidaba a ella de las «malas influencias».
-Su muñeco miraba «atravesado” a todo el que viniera con malas intenciones.
-Lo mismo muertos que vivos.
-El muñeco miró «atravesado» a Joseph un par de veces.
-Eso bastó para que el tío Joseph no volviera más.
-Su madre le decía a su hermano: “Buena perla que me has traído a casa.”
-Su hermano se reía, se cogía la barriga y se reía.
-A su madre tampoco le gustaba que ella le dijera a su hermano “mi papi”.
-Que qué salvajada era aquella.
-Pero la mujer de su hermano le decía “mi papi” a todo el mundo.
-Al carnicero.
-Al que traía el correo.
-Y al viejo Thomas, el del bar.
-Les decía: “Mi papi”.
-Ponía los ojos un poquito en blanco, inflaba los cachetes y les decía con cierto descaro: “Mi papi”.
-Al viejo Thomas también le decía “viejito rico”.
-Como ellos no entendían el español entonces ella lo decía en inglés o en alemán.
-En inglés chapurreado o en alemán chapurreado.
-Lo decía inflando los cachetes y poniendo los ojos en blanco y sacando un poquito la punta de la lengua.
-Ellos se quedaban de una sola pieza.
-El viejo Thomas se ponía rojo como un tomate.
-Aunque también les gustaba.
-Y les gustaba las flores que ella se ponía en la oreja.
-Todo esto divertía mucho a su hermano.
-Pero no a su madre.
-Su madre le decía a su hermano: “Ojalá que el viento un día se le lleve, a ella y a su horrible muñeco.”  
El Filósofo abre las manos. 
-Y efectivamente, un buen día ella y el muñeco desapa-   recieron de la casa.
-Se los llevó el viento.
-O se hundieron en el lago.
-Eso: se hundieron en el lago.
-Quién sabe a esta altura de los hechos.

* Publicado por la Editorial Siruela, Madrid, en el 2004.