Escrito en cirílico: manual para jerigonza parlantes
Mabel Cuesta, University of Houston
Escrito  en cirílico: el ideal soviético en la cultura cubana posnoventa
      Damaris Puñales-Alpízar. Chile: Cuarto Propio, 2012 
     
     Que en realidad nunca terminó la guerra fría comenta alguien  cercano mientras la banda sonora del noticioso matutino de CNN anuncia que quedan  prohibidas las adopciones de menores rusos por ciudadanos norteamericanos. Que  Trotsky fumó repentinamente la pipa de la paz en Wall Street, allá cuando  nacían juntos la década de los noventa y el siglo XXI, gime aún Sabina en los  ordenadores, cadenas de música para Cds, o mp3; o simples, desgastadas y amadas  cintas de nuestra generación. Todo ha sido confuso. Siempre lo fue. Desde que  las lecturas primarias hablaran de Volodias y Vladimires que encerraban nieve  en frascos de cristal para mandar a Cuba y un Joseíto, un Pablito, un Serguei o  una Niurka cualquiera recibieran esa agua hirviente en sus ventanas de Caimito,  Siboney o Yaguajay. Más que en alfabeto latino o cirílico, todo ha estado  escrito en jerigonza, en esa lengua otra que nunca entenderá quien esté “fuera  del juego” – sólo para citar a otro gigante confundido.
           La compilación de ensayos que hoy presenta Damaris Puñales Alpízar  (Matanzas, 1971) pretende con eficacia allanar parcialmente ese camino  abarrotado de obstáculos lingüísticos. Escrito  en Cirílico: el ideal soviético en la cultura  cubana posnoventa (Editorial Cuarto  Propio, 2012) vendría a ser una suerte de autobiografía en ocho capítulos; un  buen pretexto para desestabilizar a la academia. Abundo de inmediato.
           Las clásicas  parcelaciones que reinan en el interior de los discursos universitarios y sus  ficciones de objetividad, en el campo de las humanidades, suelen torcerse una  vez más y admitir como legítimos sólo aquellos enunciados emitidos desde los  nativos o sus descendientes de una cierta región; siendo la región misma el  sujeto principal de lo discutido. De esta suerte encorsetada y aburrida hasta  la extenuación, la propuesta de Puñales-Alpízar es, por sobre todos sus  valores, un enorme desafío. 
           Si bien no está sola en su empeño – baste atender, entre otros,  los estudios de Jacqueline Loss, José Manuel Prieto o Yoss – este cubanamente  adentrarse en el camino de un “corpus literario/cultural donde lo soviético  estuviera presente”(21) ha de provocar más de una mirada suspicaz, un  comentario mordaz o incluso alguna encogida de hombros con su respectivo
 fruncir de ceño entre los cubanólogos de “pura cepa.”
           La presencia  soviética tan didáctica como opresiva – sugiere la investigadora – por casi  treinta años en el cotidiano paso de la sociedad civil cubana, generó formas  culturales específicas y el nacimiento de una “comunidad sentimental  soviético-cubana.” La aseveración anterior sería, sin más, la piedra de toque  que da articulación y sentido a la propuesta que hoy comentamos.
           El repaso a la estructura neocolonial que rigió la praxis  socio-política de esos treinta años es otro de los ejercicios que con acierto  la autora acomete en la medida en que ello le permite ahondar en la vigencia de  los imaginarios soviéticos de matiz cultural para al menos un par de  generaciones de isleños. Matices que obviamente va a buscar y encuentra con  profusión en la literatura, el cine y la cultura material. Y aunque con ello  tendría labor suficiente, no se detiene. 
           El Capítulo III dedicado a los cruzamientos de raza y género que  se dan entre sujetos cubanos y soviéticas (por línea general no absoluta el  género de los gentilicios se corresponde con el modo en que estas  interrelaciones personales se establecieron) es a mi juicio y traduciendo del  inglés: la guinda encima del pastel. Ese eslabón en donde lo inasible que  entraña todo imaginario se materializa en sangre y lágrimas. Aun cuando  Puñales-Alpízar se apure en aclarar que no es un ensayo sociológico sino  nuevamente literario, basta haber presenciado dichas relaciones para entender  que su naturaleza supera toda estancia escrita y deviene material para una  “antropología kantiana:” ‘la cosa en sí’ son los cubanos negros y las rubias  rusas. Sus fracasos, sus amores aún vivos, sus huidas, sus hijos de la hibridez  cultural y la mixtura racial; aquellos que cambiaron tanto los escenarios al  uso de las ex-repúblicas soviéticas como los paisajes de las pequeñas urbes  cubanas.
     Sin embargo, aunque pudiera aquí traducirse una cierta festividad  por cuanto la investigadora desafía a la academia, por cuanto aporta, por  cuanto alumbra; hay una cierta desazón que recorre las casi cuatrocientas  páginas que conforman Escrito en  cirílico…Un halo de imposibilidad que se anuncia desde su propia portada,  esa matriuska-ratón atrapada por la bandera cubana que el pintor Alain Martínez  concedió para la entrega. Cualquier invitación a la lectura de este texto debe  incluir asimismo su auto-reconocimiento a  priori del fracaso que ambos proyectos – el del imperio soviético y el de  la colonia de ultramar a la orden – supusieron para sus actores. 
         Puñales-Alpízar no deshecha esas subjetividades productivas en  tanto abrigan una nostalgia por el futuro que no fue. La crítica más bien  abraza la pertinente jerigonza, esa confusión que irá desapareciendo como los  electrodomésticos, los animados del lobo y la liebre o la idea de una posible  nieve sobre La Habana. A fin de cuentas, Trotsky aún no termina de fumar su  pipa etérea y se ha visto pasear a Rambo en Bucarest. A fin de cuentas, polka y  guaguancó siempre armonizaron sobre bases rítmicas distantes.
  