Libertad de imprenta y reputaciones públicas en Cuba a través del periódico La Lancha (1813-1814)

Loles González-Ripoll, Instituto de Historia (CCHS-CSIC)

“Gastaríamos el tiempo inútilmente si tratásemos de manifestar la utilidad de los periódicos (…) Esta especie de escritos se ha generalizado de tal manera que ya la falta de ellos en cualquiera nación la arguye de bárbara y despótica. Contribuyendo a corregir abusos, reformar las costumbres, enseñar la civilidad, difundir los conocimientos sobre la literatura y la moral, escudriñar los principios de la sana política y dilatar el luminoso círculo de las artes y ciencias, no es posible que los tiranos permitan que circulen, cuando chocan directamente con su grande interés de mantener los pueblos en la ignorancia para poder despotizarlos con más impunidad.”(1)

     Estas líneas escritas en 1820 en el prospecto de un periódico que iba a publicarse en Puerto Rico con el nombre de El Espía de Puerto Rico y que, finalmente, salió como El Investigador revelan que, ya en la segunda década del siglo XIX, la actividad periodística empezaba a ser considerada como uno de los elementos claves del progreso de las sociedades tanto en el aspecto social y cultural como eminentemente político.
     La forja del periodismo estaba en marcha; un largo trecho se había recorrido desde las acciones de los primeros recopiladores de información al servicio de algún poderoso en los siglos XVII y XVIII, de gacetilleros no exentos de labores de espionaje que suministraban y difundían esa información para, ya avanzado el XVIII, asumir que “la discusión era irrefrenable y que había que encontrar el modo de convivir con una realidad en la que las acciones del príncipe estaban sistemáticamente bajo la atenta mirada del público.”(2)
     En forma de avisos, de gacetas y más tarde como periódicos, las noticias circularon en forma manuscrita primero aunque muy pronto impresa, si bien ambos tipos convivieron bastante tiempo. Es por ello que los estudiosos de la prensa insisten en que la imprenta no marcó el nacimiento de los periódicos. Así, en Cuba, cuando la ciudad de Puerto Príncipe (actual Camagüey) vio instalar su primera imprenta en 1812 y se editó el periódico El Espejo, se constató que esta publicación existía ya antes en forma manuscrita. La fórmula era simple, veinte escribientes hacían una primera redacción a mano y, tras su lectura, otros veinte suscriptores realizaban una copia de forma que el periódico pudiera llegar a más gente…
     Hablar, por tanto, de periodismo en las Antillas hispanas a la altura de principios del siglo XIX tras los acontecimientos de 1808 en la península, en un escenario de crisis de la monarquía hispánica  y con la irrupción del liberalismo como nueva fórmula política es hacer referencia a una actividad pública todavía en ciernes. Es por ello que, en sus primeros balbuceos, la prensa periódica sirviera -más que como medio de información- como “arma política útil para la expresión del descontento;”(3) en las pocas hojas de este tipo de publicaciones, sus responsables -editores y redactores que eran a veces las mismas personas- abrieron un espacio que sirvió como verdadero catalizador de ideas, opiniones y sentimientos hacia determinadas actitudes e individuos.

La prensa en Cuba antes de la (primera) libertad de imprenta

     La imprenta se instaló en La Habana en 1723 y, como han escrito otros especialistas de ayer y hoy, la prensa periódica surgió cuatro décadas después, en 1764, a instancias del entonces gobernador de la isla conde de Ricla. De esta fecha son dos publicaciones de las que apenas quedan vestigios, la Gazeta de la Havana y El Pensador, veinte años después hubo otra gaceta y los noventa del siglo XVIII se estrenaron conel Papel Periódico de la Havana que recogía noticias sobre agricultura, comercio y artes, además de reflejar anécdotas, información sobre ciencias, precios y productos, avisos de hallazgos y pérdidas, compras y ventas –esclavos incluidos- y tráfico de embarcaciones; es el primero que se conserva completo y fue auspiciado por el gobernador Luis de Las Casas, su primer redactor.
     En general, los redactores y verdaderos creadores de los periódicos en esta primera época fueron hombres letrados relacionados con el gobierno de la isla, como Ignacio José de Urrutia y Gabriel Beltrán de Santa Cruz, de elevada formación intelectual (Urrutia fue autor de otras obras sobre Cuba) o también Diego de la Barrera, procedente del ejército que estuvo enrolado en distintas empresas culturales del gobierno como la guía de forasteros, además de ser primer director y redactor del citado Papel Periódico que fue cambiando su denominación a través del tiempo: El Aviso (1805), El Aviso de la Habana (1809), Diario de la Habana (1810), Diario del Gobierno de la Habana (1812), Diario Constitucional de la Habana (1820), etc.
     Desde los primeros años del siglo XIX aparecieron en Cuba distintas publicaciones repartidas, en un principio, entre La Habana y (una) en Santiago de Cuba que, también atendiendo a sus títulos, eran ya expresión de la función sociocultural destinada: “avisan”, “regañan”, critican”, son “mensajeras”, “amigas”, señalan la “aurora” de un nuevo tiempo, etc.(4) Junto a las nuevas palabras relacionadas con la prensa se fue expandiendo todo un mundo vinculado a su actividad: impresores, redactores, editores, suscriptores, vendedores, repartidores, y hasta censores, hombres todos aunque algunas féminas tuvieron su lugar como insólitas firmantes de algún artículo y, sobre todo, como lectoras directas o indirectas (como tantas otras personas ) a través de lecturas ajenas en voz alta o de los ejemplares de periódicos expuestos públicamente en las calles porque -como escribió un vecino de Cuba a propósito del Papel Periódico – “todos lo leen, aunque no todos lo compren”. Este “todos” es significativo de la idea de que – aún con el elevado índice de analfabetismo de la época –  existía una gran avidez de noticias entre los habitantes – especialmente de las ciudades – y  de cómo las noticias circulaban rápidamente de boca en boca.
     Por ejemplo, desde 1808 se produjo en Cuba una elevación progresiva del número de escritos relacionados con el tema de la invasión napoleónica de la península nacidos en las ocho imprentas existentes en la isla hasta el final de la contienda (1814)(5) que sacaron a la luz tanto obras inéditas como textos aparecidos en la península que abarcaban distintos géneros: poesía, arengas, manifiestos, informes, memoriales, cartas, etc. Manuel Zequeira, poeta y con vocación periodística, fue editor, junto a José Antonio de la Ossa, del periódico El Mensajero Político, Económico y Literario de la Habana (1809) para contribuir a la resistencia patriótica española contra Napoleón.(6) En general, para la prensa periódica en Cuba, la guerra en España supuso un momento de expansión (especialmente tras el decreto de libertad de imprenta en 1810) y en su transcurso las publicaciones profundizaron su carácter propagandístico de la posición oficial, contribuidor también a la tranquilidad pública e, inevitablemente, creador y difusor de opiniones diversas.(7)  
     La monarquía hispana se vio sumida en una crisis ideológica que – como señala Sylvia Molloy – afectó a todas las esferas de la vida individual y colectiva, dándose un cambio del orden recibido al orden producido en que las relaciones canónicas entre América y Europa hubieron de renegociarse.(8) Entre las consecuencias de este nuevo escenario político e intelectual se encuentran las alegaciones de muchos en favor de la libertad de imprenta como medio de fortalecer la “opinión pública,” realidad que existió de hecho por la delicada situación de guerra contra los franceses como el mismo Jovellanos constató, posicionándose él mismo en contra de dicha libertad por los posibles abusos al ser aplicada. Entre los riesgos de la libertad de imprenta cuyo fin era, según sus defensores, “ilustrar al pueblo” o “emitir las opiniones” no se ocultaba que un autor “en vez de limitarse al examen imparcial de una materia” pudiera excederse en “criticar las personas” razón por la que se reclamaba cordura y tino en los mensajes.(9)
     Al poco tiempo de inaugurarse las Cortes en la ciudad de Cádiz en septiembre de 1810, la cuestión de la libertad de imprenta fue uno de los primeros temas abordados en la idea de que la formación y expresión de la opinión pública era un requisito indispensable para el funcionamiento del sistema representativo (junto al autogobierno, la libertad de comercio, el estado laico, las leyes equitativas o la defensa de libertades individuales). Los argumentos para la defensa de la libertad de escribir, imprimir y publicar sin necesidad de licencia descansaban, principalmente, en la consideración de la imprenta como un medio para ilustrar al pueblo, para dar a conocer la opinión pública a los gobernantes y para frenar posibles arbitrariedades de los poderosos. En las discusiones sobre el articulado de la nueva ley, los diputados partidarios de la libertad de imprimir se conformaron con la aprobación relativa a cualquier escrito sobre temas políticos o profanos en general y contra los defensores de una censura previa indiscriminada que permanecía para los textos religiosos.
     El decreto sobre la libertad política de la imprenta, llamado también “reglamento” o “ley” y que en origen no incluía el término “política,” fue organizado en un preámbulo y veinte artículos y se promulgó en noviembre de 1810 para ser aplicado en los territorios donde las Cortes tuvieran jurisdicción efectiva según la situación bélica en la península y América.(10)
     En Cuba se puso en vigor a principios de 1811 y provocó una explosión en el ámbito de la prensa periódica con la aparición de unos veinte nuevos periódicos en La Habana y otros nueve en otras ciudades (Santiago, Matanzas, Puerto Príncipe). Como destacan los especialistas, la proliferación de publicaciones constituye en sí misma un “factor de primer orden en los procesos de toma de conciencia cívica,”(11) fue un camino sin retorno ya que “todo el mundo quería decir algo” como señalaba el historiador de la prensa cubana José G. Ricardo,(12) si bien la mayoría de los periódicos fueron muy efímeros porque no había lectores para tanto escrito y escaseaban los suscriptores.
     Un diálogo figurado entre un padre y un hijo al poco de conocerse la noticia de la nueva ley (Diario de La Habana, 29-XII-1810) señalaba la libertad de imprenta como “la facultad que recobra todo individuo de la sociedad de imprimir sin permiso de otro y libremente sus opiniones y pensamientos” en materias políticas pero con restricciones “en puntos difamatorios y en los de religión.” En otra publicación (El Patriota Americano, 1-I-1811) la libertad de imprenta era considerada ejemplo de justicia, razón y sabiduría en oposición al despotismo, la tiranía, el error y la ignorancia y se instaba a hablar, escribir y decir la verdad; demasiadas novedades para otros – autoridades y vecinos comprometidos con la producción azucarera esclavista(13) – que vieron con “negra y cruel melancolía” la concesión al hombre de “la facultad de expresar libremente sus conceptos (Diario de La Habana, 3-V-1811) o de “torre de babel (…) en su actual abuso.”(14)
     Por tanto, con la nueva ley de libertad de imprenta venían implícita la limitación de lo que en la época podía considerarse su abuso respecto a intereses colectivos como la constitución, la monarquía o la religión y también referidos a intereses individuales (injurias personales, infamias, calumnias, etc.) Para su control, el artículo 13º del decreto creaba una Junta Suprema de Censura aneja al gobierno así como otras juntas en cada capital de provincia, entre cuyos integrantes no faltaron los religiosos: la junta de censura de Puerto Rico, por ejemplo, estaba integrada por el deán de la catedral, un presbítero, dos licenciados y el alcalde. Hay que tener en cuenta que la censura eclesiástica no desapareció y funcionaba de manera independiente a las juntas de censura originadas en el decreto de libertad de imprenta, como prueba la denuncia del obispo habanero contra el editor de una publicación dedicada a las mujeres habaneras por ponderar una belleza carente de “pureza cristiana del espíritu” y más cercana a la Venus griega, desnuda e impúdica.”(15) La junta de La Habana, como las de otras latitudes, se vería envuelta en varias polémicas (una de las más agrias fue recogida por el recién estrenado periódico El Lince) que implicaron la renuncia de algunos de sus integrantes y también sería blanco de críticas por extralimitar sus acciones, por – en palabras de José de Arango en junio de 1811 – confundir “la persona con la autoridad, la injuria con la queja.”(16) La junta “censoria” consideraba como uno de sus principales objetivos el evitar que ciertas injurias debilitaran “el respeto y la confianza que deben tener los súbditos en sus respectivos jefes.”(17)
     En general, la libertad de imprenta supuso un estímulo para la proliferación de una prensa diferente a la existente antes de su promulgación: de un periodismo literario, comercial, descriptivo o informativo se pasó a un periodismo de carácter más político cuyo salto cualitativo tendría lugar en la segunda época de la libertad de imprenta durante el trienio liberal (1820-1823).(18) También hubo diferencias en estos años entre la prensa de la península y la surgida en los territorios ultramarinos ya que la primera se produjo en una situación de guerra que dio lugar a varios centros emisores de prensa “insurgente” contraria a José I (Madrid, Sevilla, Cádiz, Valencia, Mallorca) así como de periódicos afines al rey francés, mientras en América las respuestas difirieron dependiendo de las distintas autoridades y los contextos sociales y políticos de cada territorio, algunos de ellos pronto inmersos en una lucha de otro cariz. Por ejemplo, en opúsculos y diarios de La Habana corrieron ríos de tinta acerca del intento de creación en 1808 de una junta de gobierno como las existentes en la península organizada a instancias de autoridades y figuras principales de la sociedad cubana que derivó en un complejo capítulo de la historia de la isla, visto tradicionalmente como un enfrentamiento entre criollos separatistas y peninsulares fieles a España que aún está insuficientemente explorado. Por su parte, en enero de 1811, el diputado novohispano en las Cortes de Cádiz José Miguel Ramos Arizpe ponderaba el valor de la prensa libre como un derecho no un privilegio y como el mejor instrumento contra los abusos de los funcionarios públicos, mientras denunciaba la no aplicación del decreto de libertad de imprenta en el virreinato mexicano y solicitaba cambios en el nombramiento de los censores y sus competencias.(19)

Cuba y la eclosión periodística desde 1811

     En esta primera etapa liberal, la prensa en Cuba se convirtió en una eficaz plataforma para que cada sector de la elite gubernativa y hacendada realizara todo tipo de denuncias y, sin escatimar medios, se enzarzara en discusiones y reproches mutuos a la luz pública, una situación derivada del ambiente de crispación y emotividad en que se vivía desde 1808, lo que Emilio La Parra ha denominado “una democratización de hecho.”(20) A partir de esta “icónica” fecha, en general, el número de publicaciones patrióticas contra los franceses, con oraciones por los héroes caídos y comunicaciones oficiales sobre los acontecimientos en Europa se había duplicado y, aunque disminuyeron en 1810, la aplicación al año siguiente del decreto de libertad de imprenta posibilitó la aparición de nuevos periódicos que convivieron con otros ya existentes. El listado es largo y difícil de completar ya que los especialistas no siempre coinciden en datos sobre la filiación, título y vigencia exacta de algunas publicaciones.
     El Lince (1811) fue el primero verdaderamente fruto de la nueva ley; El Patriota Americano (1811) se publicaba en la imprenta de Pedro Nolasco Palmer, cesó por falta de suscriptores y estaba auspiciado “por tres amigos amantes del hombre, la patria y la verdad” (Vilar, 1996: 339) Nicolás Ruiz, José del Castillo y Simón Bergaño y Villegas; este último fue también editor junto a Joaquín José García de La Mosca, El Canario y El Consolador, los tres aparecidos en 1812; El Fraile (1812) tenía por objeto llevar la contraria a El Patriota Americano; el Redactor General (1812); el Correo de las Damas (1811) de Simón Bergaño y Joaquín José García, a menudo criticados por La Tertulia de Damas (1811); El Censor Universal (1811) que se distinguía por el odio a los franceses y a toda su política y sostuvo largas polémicas (Sánchez Baena, La cultura impresa (nota 20), 69); El Hablador (1811), un papel político, económico y literario contrario a los franceses de la mano de Manuel Zequeira y Nicolás Ruiz; El Noticioso, los provenientes de Santiago de Cuba en la imprenta de Matías Alqueza; El Eco cubense (1811), La voz de la razón (1811), El Ramillete de Cuba (1812), Miscelánea de Cuba (1813) y El canastillo (1814); El Reparón (1812) redactado por el clérigo y polemista Tomás Gutiérrez de Piñeres; La Perinola (1812) de carácter satírico; El Espejo (Puerto Príncipe, 1812) apareció en la imprenta de Seguí. Hubo tres periódicos en Matanzas aparecidos en 1813, Diario de Matanzas, El Patriota y El Paquete; La Centinela de La Habana (1812), redactado por José de Arazosa propietario junto a Manuel Soler, de la imprenta del gobierno y capitanía general; el Filarmónico Mensual (1812) salido de la imprenta de Esteban José Boloña y dedicado a la música; El Diario Crítico (1812); La Cena (1812) y La Lancha (1813) en la imprenta y redacción de Antonio José Valdés;  El Esquife (1813) en la imprenta liberal de Tiburcio Campe; Diario Cívico (1813) en la imprenta de Juan de Pablo; El Filósofo Verdadero (1813), periódico semanal; El Cangrejo (1813), etc., sin olvidar un papel escrito por “negrito fisioná” [sic] con “ese lenguaje de los negros traídos de África llamado La Maruga del Día, además de la existencia de planes de edición de otros periódicos como un Mercurio habanero(21)que nunca salió a la luz pública.
     A la altura de 1813 la eclosión de la prensa periódica era, pues, un hecho que, sin embargo, fue coartado cuando Fernando VII recuperó el trono a finales de dicho año y decidió abolir la Constitución y su consiguiente espacio de libertad. La reacción absolutista provocó la práctica desaparición de la prensa en Cuba, lo que fue considerado por algunos sectores como un alivio; por ejemplo, en enero de ese año, El Filósofo Verdadero de La Habana publicó un artículo muy crítico hacia los que calificaba como “liberales periodistas”, autores de “papeles liberales contra frailes, contra clérigos, contra canónigos, contra obispos, contra todas las corporaciones eclesiásticas, contra todas las prácticas religiosas, contra la disciplina.”(22) 

Antonio José Valdés y La Lancha

     Uno de los numerosos colaboradores de la redacción del Papel Periódico de La Havana que no cesaría a lo largo de su vida en su labor cultural fue Antonio José Valdés 1780-1833), hombre de origen humilde convertido en maestro, periodista e historiador que trabajó no sólo en Cuba sino también en México y Argentina, lugares donde se implicó en actividades políticas a favor de la independencia, convirtiéndose en uno de los principales ideólogos del grupo iturbidista-federalista de México.(23)
     En sus años habaneros, Valdés se interesó muy pronto por la enseñanza y su avance; en 1803 abrió una escuela de primeras letras y, tres años después, publicó Principios generales de la lengua castellana, arreglados a la gramática de la Real Academia española. Se trasladó a Nueva España en 1808 para regresar a Cuba en algún momento previo a 1812, fecha en la que adquirió una imprenta que llamó “La Cena” donde editó –además de otros textos propios y de la traducción del Contrato social de Rousseau – su  importante obra Historia de la Isla de Cuba y en especial de la Habana (1813). Las ideas avanzadas de Valdés y su forma de plasmarlas en prensa y fueron muy criticadas desde distintos periódicos como La Centinela de La Habana.
     En julio de 1812 sacó a la luz el periódico titulado también La Cena con la intención de que “aún los más ecónomos [de los habaneros] se verán inducidos a leernos antes de acostarse.” En sus páginas, Valdés fue un gran defensor de la Constitución y de los “derechos del pueblo” y recibió muchas críticas por mantener cierta imparcialidad al informar sobre los dos bandos en liza en las luchas independentistas del continente.(24)  En 1815, y tras algunas peripecias en Chile, el habanero ya exiliado de Cuba se encontraba en el Río de la Plata, donde se luchaba contra las fuerzas españolas, discutiéndose dos modelos para salvar la revolución, el británico y el constitucional de Cádiz, éste último precisamente divulgado por Valdés editor en La Habana del texto gaditano y pensamiento al que posteriormente el habanero pondría algunas objeciones. En Buenos Aires, Valdés estaba encargado, además, de redactar el periódico El Censor (1815-1817) y editó otro (La prensa argentina, 1815-1816) con el que polemizaba ocultando su nombre.(25)
     Después de un viaje de carácter diplomático a Europa no exento de polémica, Valdés -el hombre de tantas identidades para la sociedad argentina – reapareció en México alrededor de 1820 donde ejercería hasta su muerte las labores de periodista (fundador del Diario redactor de México en 1823, redactor de El Iris de Jalisco – órgano del grupo iturbidista-federalista – y de otros periódicos en la ciudad de México), diputado por Guadalajara,(26) ideólogo influyente en permanente lucha por la independencia de su isla natal, masón y, sobre todo, hombre siempre muy cercano al poder.(27)
     Por tanto, los años cubanos de Valdés como profesional no fueron muchos, apenas ejerció una década como joven profesor primero y como activo impresor y periodista después, ya al amparo de la libertad de imprenta y casi todo el tiempo bajo el largo gobierno en la isla del marqués de Someruelos (1799-1812). Sobre él opinaría Valdés que “siempre se manifestó más condescendiente a los ricos que a los pobres, a quienes se suele decir que acostumbraba tratar con alguna dureza.”(28) También se manifestó crítico sobre otro de los gobernadores de Cuba, Luis de las Casas (1790-1796) y su política de estimuló de la producción azucarera con mano de obra esclava, época en la que para Valdés “experimentó La Habana determinaciones arbitrarias, nacidas de un escandaloso despotismo” aún reconociendo que “el bien que se le debe excede en comparación a los males que dio lugar.”(29)
     El interés primordial de Valdés fue siempre la difusión de sus trabajos e ideas tratando de ejercer influencia en las autoridades, por lo que la redacción de artículos y edición periodística se convirtió en central a lo largo de su vida. Tras su breve pero intensa labor en La Habana como historiador e impresor, la recalada de Valdés en tierras argentinas resulta interesante no solo por la influencia de su visión sobre el sistema liberal en formación en asuntos como la doctrina constitucional, soberanía, formas de gobierno, representación política y libertad de prensa,(30) sino también por los testimonios que dejó de su experiencia periodística cubana.
     Al organizar la redacción del periódico El Censor de la ciudad de Buenos Aires, Valdés manifestó la necesidad de mantener un ritmo frecuente en la transmisión informativa ya que, “por experiencia”, estaba convencido de que una publicación con pocos números o espaciados podían frustrar la publicidad oportuna de las noticias y hacer olvidar a la población los asuntos de interés.(31)
     Trasluce aquí la idea del habanero respecto a la prensa como medio de propaganda, de creación de opinión pública y, como se verá en otra de las publicaciones que puso en marcha en la capital cubana de la primera libertad de imprenta, también del valor de los periódicos como espacio para el elogio, la destrucción de reputaciones y la denuncia de cabildeos y grupos sectarios de poder.
     Como se señaló, los primeros años del siglo XIX fueron testigos de una crisis insólita en la monarquía hispánica cuyas consecuencias variaron según las características de cada territorio. En el caso de Cuba, conforme su economía crecía y se especializaba en la producción y comercialización del azúcar de caña, se acentuó la rivalidad entre dos sectores de la elite. A los integrantes de cada grupo no les separaba exactamente su respectivo origen criollo o peninsular sino la competencia de intereses y lucha por el poder que trascendía a distintas facciones de la propia corte madrileña.(32)
     Altos cargos como el intendente Rafael Gómez Roubaud, el comandante general de marina Juan María de Villavicencio e importantes criollos como el brigadier Francisco de Montalvo y José Francisco Barreto, conde de Casa Barreto, recelaban del poder de “los amigos de Arango” (el criollo Francisco Arango y Parreño) en La Habana y Madrid, quienes compartían ideas tendentes a la libertad comercial de los productos de la isla, la abolición de privilegios en el ámbito militar y el fin de los monopolios de la Corona como el estanco del tabaco.
     Precisamente, la libertad de imprenta sirvió para canalizar el malestar de los que se enfrentaban al todopoderoso grupo liderado por el habanero Francisco Arango y Parreño –ideólogo de la Cuba azucarera y esclavista – y por el navarro José de Ilincheta, asesor de Someruelos. El juicio de residencia al gobernador ya ausente y cuya gestión fue aprobada sin más reservas se convertiría, sin embargo, en un detallado escrutinio de su estrecho colaborador Ilincheta,(33) surgiendo en las declaraciones de los testigos todo un mundo de recelos, miedos y odios en La Habana de 1813.  
     La prensa se configuró pronto en el ámbito donde cristalizaron rumores y cosas oídas en hogares y plazas, espacio donde cruzar acusaciones y críticas contra los enemigos. Desde la imprenta “La cena” y el periódico del mismo nombre, Antonio José Valdés dio rienda suelta a su animadversión hacia el grupo de Arango-Ilincheta y en el verano de 1813, con el juicio de residencia en marcha desde enero y junto al abogado Juan Justo Jiménez, editó otra publicación con el nombre de La Lancha.(34) En éste como en otros periódicos habaneros se revelaban los manejos de ciertas autoridades, se polemizaba con artículos publicados en otros como el Diario Cívico y el Centinela de Antonio del Valle Hernández,(35) denunciando La Lancha la red alrededor de Valle Hernández integrada por “devotos, auxiliares, allegados y cómplices, que de acuerdo trabajan en sostenerse, en emplearse, en abatir y atacar al que los acusa, al que se defiende contra alguno de ellos, al que les quiere descubrir algún delito o al que no les dobla la rodilla”. Sobre Antonio del Valle Hernández se explayaba en La Lancha el mismo Jiménez – uno de los principales querellantes en el juicio contra el asesor Ilinchenta(36) – tachando a Valle de “parcial adulón y cómplice del Sr. D. José Ilincheta y del señor D. Francisco Arango” a quien acusaba –junto al conde O’Reilly – por los excesos en sus respectivas judicaturas y por ser “íntimos amigos y confidentes.”(37)
     Domingo Romay, hacendado, señalaba que Ilincheta “era pues horror y espanto de la Habana por sus facultades sin límites y por su gavilla,”(38) en alusión al selecto grupo de amigos, familiares y afines de Ilincheta (además de sus subordinados) cuyos nombres revelaba también La Cena: “los sres. [José González] Ferregurt, Agramonte y Quesada sólo pueden considerarse como un solo voto los tres, porque tienen una misma voluntad, habitan, comen y piensan juntos (...) Nadie duda que el sr. Ferregurt tiene un extraordinario empeño en amparar al sr. D. José Ilincheta y que (…) por muchos, por grandes, por evidentes motivos (…) el sr. Arango y el sr. Ilincheta a vista del pueblo entero son una misma persona para todos los efectos políticos.”(39)
     Como reflejaba un artículo de La Lancha sobre el largo periodo de Ilincheta en puestos prominentes del gobierno de la isla, los habaneros acostumbraban a criticar las acciones de las autoridades en privado, reduciéndose a ellas las conversaciones con amigos y familiares y desde sus páginas no ahorraba calificativos para Ilincheta como “hombre conocido y reputado en toda la isla por injusto, violento, vengativo, déspota e ignorante; agavillado con poderosos, intrigante, enriquecido con los empleos, casado con hija del país y de distinguida y larga familia”, para concluir “¿quién hay en la Habana que ignore que el Sr. Ilincheta ha abusado enormemente de sus facultades y que con otros cuantos amigos y confederados ha sido el asolador de este pueblo? ¿Quién ignora de buena fe o quien es el que no conoce a esos otros cómplices?”(40)
     Como editor de La Lancha, buen aprendiz de la función de la prensa como medio de propaganda y a fin de mantener el tono beligerante contra el grupo de Ilincheta en pleno juicio de residencia, Antonio José Valdés decidió aumentar la frecuencia de la publicación y en octubre comenzó a salir dos días a la semana (martes y viernes).
     La Lancha acabó su corta vida con la reacción absolutista de 1814 que provocó la práctica desaparición de la prensa en Cuba, donde solo quedó la labor de la imprenta del gobierno y El Noticioso Mercantil, aparecido en 1818 a imitación de publicaciones coetáneas de los Estados Unidos que, dada su especialización en temas económicos, no suscitó desconfianza.
     Habría que esperar a 1820 y la segunda época de libertad de imprenta para que la prensa, además de poderoso elemento de agitación, fuera también espacio de crítica y de educación política.

 

Notas

1. Prospecto en la Imprenta Nacional, Pedreira.
Este trabajo se ha elaborado en el marco del proyecto HAR2012-37455-C03-03 del MINECO (España).

2. Ver Mario Infelise 159-176.

3. Ramos Santana 568.

4. (El Aviso, El Regañón, El  Criticón, Mensajero, La Autora).

5. Sánchez Baena (1998) 27.

6. Jensen 33.

7. González-Ripoll (2010) 59-83.

8. Molloy  14.

9. “Libertad de la Imprenta”, Diario Mercantil de Cádiz (24 de enero de 1810), en Álvarez Junco y Monge 67.

10. Decreto de las Cortes sobre la libertad de imprenta, Madrid, Imprenta de Ibarra, 1812 (en portada consta gaceta de la regencia, nº 95, 15 de noviembre de 1810), Biblioteca Nacional (Madrid).

11. Fuentes y Fernández Sebastián 48.

12. Ricardo 40.

13. Ver Piqueras 129-139.

14. Arango y Parreño (21-VI-1812) II, 262.  

15. Auto del obispo Espada y Landa contra Simón Bergaño y Villegas, Diario de La Habana, 3 de noviembre de 1811, Bachiller y Morales III.

16. José de Arango, SS. De la Junta Censoria interina de esta ciudad, Habana, 13 de junio de 1811, Imprenta de D. Pedro Nolasco Palmer, Biblioteca Nacional (Madrid).

17. Bachiller y Morales III, 108.

18. Ver Álvarez Junco/Monge y Gil Novales.

19. Ver Rieu-Millan 116; incluye la memoria de Ramos Arizpe.

20. Como señala Vázquez Cienfuegos  49 sobre La Parra 47-58.

21. Bachiller y Morales, III.

22. Firmado por “El Consejero”, 17 de enero de 1814, en Llaverías II, 89.

23. Hernández González 2.

24. Pichardo Viñals 14.

25. Goldman 174.

26. Andrews 60 y ss.

27. Hernández González 49.

28. Pichardo 32.

29. Pichardo 31.

30. Goldman, 175.

31. Goldman 172-173.

32. Véase Johnson.

33. González-Ripoll (2013) 305-320.

34.La Lancha, Havana, Oficina de la cena (1813-1814). Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, 21.035.

35. Juan Justo Jiménez,  La Lancha, nº 7 y nº 14. Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, 21.035.

36. Acusación legalmente intentada contra los sres. D. José Ilincheta y conde de o’Reilly por excesos que cometieron en sus respectivas judicaturas”. Firmada por Juan Justo Ximénez. Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, leg. 21.035.

37. La Lancha, nº 14, octubre de 1813. Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, 21.035.

38. “Expediente promovido por D. Juan Justo Ximénez y otros vecinos de la Habana contra D. José Ilincheta, asesor de gobierno, teniente letrado que fue de dicha ciudad. Sobre Excesos cometidos en el ejercicio de su ministerio y particularmente en la comisión de residencia mandada tomar al marqués de Someruelos”, 1813. Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, 21.036.

39. La Cena, nº 366, 12 de julio de 1813. Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, 21.035.

40. La Lancha, nº 15, 5 oct 1813. p. 2. Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, 21.035.

 

Obras Citadas

Álvarez Junco, José y Monge, Gregorio de la Fuente. El nacimiento del periodismo político: La libertad de imprenta en las Cortes de Cádiz (1810-1814), Madrid:Ediciones APM, 2009.

Andrews, Catherine. “El proyecto constitucional de Antonio J. Valdés, 1822”, Estudios jalicienses, 87 febrero, 2012, pp. 55-71.

Arango y Parreño, Francisco, Obras, 2 vols., La Habana: Ediciones Imagen Contemporánea-Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, 2004.

Bachiller y Morales, Antonio. Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública de Cuba, 3 vols, Habana: Cultural S.A., 1936.

Fuentes, Juan Francisco y Fernández Sebastián, Javier. Historia del periodismo español, Madrid: Editorial Síntesis, 1997.

Gil Novales, Alberto. Prensa, guerra y revolución: los periódicos españoles durante la Guerra de la Independencia, Madrid: CSIC y Ediciones Doce Calles, 2009.

Goldman, Noemí. “El hombre de La Habana. Antonio José Valdés y los discursos del constitucionalismo rioplatense”, Marta Terán, José Antonio Sánchez Ortega, Las guerras de independencia en la América española, Zamora: El Colegio de Michoacán, 2002, pp. 165-180.

González-Ripoll,  Loles. “El liberalismo en Cuba y Puerto Rico (1808-1868), Javier Fernández Sebastián (coord.), La Aurora de la libertad. Los primeros liberalismos en el mundo iberoamericano, Madrid: Marcial Pons, 2012, pp. 223-259.

González-Ripoll, Loles. “Odio, rivalidad y miedo en La Habana a través del juicio de residencia al gobernador Someruelos (1813)”, Otmar Ette, Consuelo Naranjo Orovio e Ignacio Montero (eds.). Los imaginarios del miedo. Estudios desde la historia, Berlín, Edition Tranvía. Verlag Walter Frey, 2013, pp. 305-320.

Hernández González, Manuel. “Liberalismo, masonería y nacionalismo en la América de la emancipación: el cubano Antonio José Valdés (1780-1833)”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Puesto en línea el 29 marzo 2012, consultado el 4 de junio de 2013.

Infelise, Mario, “Disimulo e información en los orígenes del periodismo“, en Roger Chartier y Carmen Espejo,  La aparición del periodismo en Europa: Comunicación y propaganda en el Barroco, Madrid: Marcial Pons, 2012, pp. 159-176.

Jensen, Larry R. Children of colonial despotism. Press, Politics and culture in Cuba, 1790-1840, Tampa: University of South Florida Press, 1988.

Johnson, Sherry. The Social Transformation of Eighteenth Century Cuba,  Gainesville: University Press of Florida, 2001.

La Parra, Emilio. La libertad de prensa en las Cortes de Cádiz, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2005.

Llaverías, Joaquín. Contribución a la historia de la prensa periódica, La Habana: Archivo Nacional de Cuba, 2 vols., 1957-1959.

Molloy, Sylvia. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica, México: El Colegio de México-Fondo de cultura Económica, 1996.

Pedreira, Antonio. El periodismo en Puerto Rico, Río Piedras (Puerto Rico): Edil, 1982.
Pichardo Viñals, Hortensia (selecc. e introd.). ¿Historia de Cuba o historia de La habana? Antonio José Valdés, La Habana: Editorial Ciencias Sociales, 1987.

Piqueras, José Antonio. “Azúcar y comercio. Los confines del liberalismo cubano (1808-1814)”, Revista Mexicana del Caribe, 8 1999  pp. 129-139.

Ramos Santana, Alberto “Formación y manipulación de la opinión: la caricatura”, Marieta Cantos Casenave (ed.), Redes y espacios de opinión pública, Universidad de Cádiz, 2006.
Ricardo, José G. La imprenta en Cuba, La Habana: Letras cubanas, 1989.

Rieu-Millan, Marie-Laure. Memorias de América ante las Cortes de Cádiz y Madrid (1811-1814), Madrid: CSIC-Doce Calles, 2012.

Rodríguez O., Jaime E. “El juntismo en la América española”, Alfredo Ávila y Pedro Pérez Herrero (coords.). Las experiencias de 1808 en Iberoamérica, Madrid: 2008, pp. 69-87.

Sánchez Baena, Juan José. El terror de los tiranos. La imprenta en la centuria que cambió Cuba (1763-1868). Castelló de la Plana: Universitat Jaume I, 2009.

Sánchez Baena, Juan José. La cultura impresa en la Cuba colonial. Análisis sobre la difusión de las ideas, Murcia: Editor Diego Marín, 1998.

Trelles, Carlos M. Bibliografía cubana del siglo XIX, Vaduz: Kraus Reprint, 1965.      

Vázquez Cienfuegos, Sigfrido. “El incendio gaditano: libertad de prensa en La Habana”, De ida y vuelta. América y España: los caminos de la cultura, Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela, 2007, pp. 47-57.

Vilar, Juan Bautista, “Los orígenes de la prensa cubana. Un intento de aproximación y análisis (1764-1833)”, Revista Complutense de Historia de América, 22, 1996, pp. 337-345.