“Yo que soy el Diputado de esta Ysla y su Representante”: causas, consecuencias y alcance de la disputa entre el diputado de la Junta Central Suprema, Ramón Power, y el capitán general Salvador Meléndez en torno al mando supremo en la Isla de Puerto Rico, octubre-noviembre de 1809(1)

José F. Buscaglia Salgado, University of Buffalo

     La elección el 19 de julio de 1809 del teniente de navío Ramón Power Giralt(2) como diputado de Puerto Rico a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino llevó al estreno en el país de un espacio político fulmíneo que le permitió al nuevo delegado, antes de embarcarse para Cádiz, ejercer un protagonismo político inusitado aunque no sin importantes precedentes en su patria. La voluntad de poder de las élites locales, animada por los aires revolucionarios de las dos décadas precedentes y, sobre todo, por los acontecimientos en las islas francesas vecinas, condujo de inmediato a una confrontación directa entre los principales representantes de la élite criolla y el gobernador de turno. El propio Power había sido testigo presencial de la revolución una década atrás en Tolón, Francia,(3) y lo era ahora en Santo Domingo donde se encontraba al momento de su elección. Además, gracias a su desempeño como capitán de goletas del Correo de Costa Firme, desde 1801 había venido adquiriendo una visión geopolítica amplia de toda la vasta y diversa zona que corre desde Puerto Rico hasta Caracas por el arco de las Antillas Menores. De regreso en San Juan recibió de inmediato el apoyo entusiasta del obispo y del cabildo junto con el de todos los demás ayuntamientos, incluyendo el de San Germán donde ya se hablaba de independencia. Como cabeza de ese frente, Power no perdió tiempo en reclamar el poder político supremo intentando limitar de esta forma la autoridad del gobernador Salvador Mélendez Bruna única y exclusivamente a las competencias de su cargo militar como capitán general.

     La pugna entre Power y Mélendez fue en su día referencia importante en todo debate sobre la soberanía y la representación política en el mundo hispánico. De un lado, el reclamo de protagonismo por parte del primer diputado y los suyos (criollos “blancos” en su mayoría y, de entre éstos, algunos esclavistas como los Power en una sociedad donde la diferencia racial sería cada día más marcada) sirvió de ejemplo político liberal a ambos lados del Atlántico. De otro, obligó a los defensores de la unidad del poder, en San Juan, Cádiz y La Habana, a enunciar claramente y por primera vez las razones por las cuales, durante el transcurso del siglo en las Antillas, la corona y el estado español encomendarían la administración colonial a las capitanías generales postergando una y otra vez la promulgación  de unas leyes especiales a la francesa que no llegarían nunca.

     Mi interés es devolverle a estos sucesos la importancia que una vez tuvieron, colocando esta brevísima historia en la antesala de los procesos que pronto llevarían a las independencias en la América española. A la vez, quisiera que, en este bicentenario de las Cortes de Cádiz, el esbozo de los mismos sirviera para desautorizar la tesis de la supuesta docilidad puertorriqueña. Insertada explícitamente dentro del discurso político por primera vez a raíz de la pugna entre Power y Meléndez, esta tesis postula la insuficiencia moral y política de un pueblo que, fiel a la iconografía vinculada a su santo patrón, Juan el Bautista, asume con resignación la opresión colonial bajo el signo del Agnus Dei o cordero de dios.(4) Los hechos demuestran lo contrario y nos obligan a replantear la injerencia americana y muy específicamente la puertorriqueña en la  historia de la España liberal desde un principio, es decir, desde que  el 25 de septiembre de 1810 Power fue electo vice-presidente de las Cortes de Cádiz en representación de todos los territorios de ultramar. Tradicionalmente la elección gaditana de Power se ha tratado como un asunto banal resultado de la incomparecencia de delegados procedentes de territorios más extensos y de mayor monta en términos políticos y económicos. Pero lo cierto es que Power llega a Cádiz  a finales de mayo de 1810 con una serie de reclamos controvertibles que denotan una actitud vertical e irreconciliablemente desafiante ante la figura que en la colonia era la representación misma del absolutismo borbónico. Su postura era antitética a la del restaurador Consejo de Regencia que había abrogado la Junta Central cuatro meses antes de su llegada. Esto explica la popularidad alcanzada por el diputado de Puerto Rico en apenas cuatro meses de estancia en la ciudad y el hecho de que fuera el único miembro de las primeras cortes democráticas en ser elegido a su cargo por unanimidad. Lo que es más, de los miembros de aquella mesa presidencial, Power fue el único en ser reelecto un mes más tarde.

     En este artículo quiero estudiar el juego de formas y posturas asumidas por Power en su disputa con Meléndez. No es mi intención resumir el programa de fomento económico impulsado por Power en nombre del cabildo, los ayuntamientos y la incipiente plantocracia de la cual el diputado era representante. Más bien busco identificar los principales movimientos de una coreografía política que fue inmediatamente apadrinada por los diputados con su elección a vicepresidente, convirtiendo así al delegado antillano en uno de los más importantes defensores de la causa liberal en todo el reino. Presentaré además evidencia fresca que apunta hacia la poderosa influencia que ejercieron las ideas revolucionarias francesas y muy en especial el ejemplo que recibieron las élites puertorriqueñas de las rebeliones políticas ocurridas durante el fin de siglo en las vecinas islas de Guadalupe y Martinica. Este precedente demuestra que las Cortes de Cádiz recibieron e hicieron suyos reclamos que ya habían sido esbozados a viva voz en las Islas de Barlovento antes de la invasión napoleónica de la Península Ibérica y que la imagen de la España liberal, al comienzo del siglo que llevaría al desmoronamiento del imperio, era ya encarnada, acaso modesta pero indiscutiblemente, en la figura de Ramón Power Giralt como partícipe y agente de lo que llamo la “Guerra de los Cien Años Caribeña (1791-1898).”(5) He de demostrar que la actitud beligerante asumida por Power en el otoño de 1809 al cuestionar la unidad de poder encarnada en la persona del capitán general, intendente, vice-patrono real y gobernador de la isla, siguió el ejemplo de los comités revolucionarios de todas las parroquias guadalupenses que ya en 1793 habían asumido el poder político supremo en la isla enviando a cuarteles al gobernador Georges Henri Victor Collot. En este sentido, el ejemplo de Puerto Rico no solo serviría de modelo en la península sino que se adelantó a los procesos que llevarían a la emancipación política de los dominios españoles en el continente desde Nueva España hasta Río de la Plata. Al menos simbólicamente, ya en San Juan se había intentado deponer al capitán general seis meses antes de que la Junta Revolucionaria de Caracas proclamara la independencia el 10 de abril de 1810, escasos días antes de que Power se embarcara rumbo a Cádiz.

 

Del desencuentro a la intriga: el “quítate tú” con Meléndez

     Ramón Power llegó a San Juan procedente de Santo Domingo el sábado 11 de agosto de 1809. Había partido diez meses antes al mando de una expedición compuesta por un bergantín, una goleta y dos lanchas cañoneras para participar en la reconquista de la colonia española.(6) Como oficial naval su desempeño se limitó a transportar la tropa y a participar con apoyo inglés en el bloqueo de la ciudad de Santo Domingo, que fue liberada del dominio francés veinte días antes de su regreso a San Juan donde ahora arribaba victorioso sobre la cubierta del “Bergantín de guerra Porto-rriqueño”(7) Águila. Dos meses y medio más tarde Power recordaría el “regocijo, y la ternura con q. fui recibido en el seno de mi Patria.”(8) Inmediatamente, como referiría el gobernador Meléndez en carta del 26 de octubre,

se le dio asiento preeminente en los Cabildos Secular, y Eclesiastico; plaza efectiva perpetua de Regidor y Canonigo; se hizo lo mismo en los demás Ayuntamientos de la Ysla, se le hicieron honores y puso guardia de Capitan General, y sobre todo tubo la condecoración de verse investido con el anillo pastoral de que se desprendio el Reverendo Obispo y que conserva el Diputado con el general tratamiento de Excelencia(9)

     No pasaron tres semanas antes de que Power enviara carta al rey para denunciar lo que llamó “el actual miserable estado...de un Pto. Rico sumido en el olvido.”(10) En la misma lamentaba su falta de preparación en cuanto a “conocimientos políticos, económicos, administrativos y comerciales”. Esa supuesta impericia técnica era inversamente proporcional a su reclamo de protagonismo. La misma oración en la que se lamentaba de su falta de conocimientos abría con un pronunciamiento que no dejaba espacio a dudas: “yo que soy el Diputado de esta Ysla y su Representante.”(11) Power era sin duda el diputado electo. Pero ¿a qué se refería cuando alegaba ser el representante de la isla? Su altercado con Meléndez un mes más tarde dejaría claro que Power se consideraba la autoridad política máxima como portavoz de todos los ayuntamientos y representante de los cabildos secular y eclesiástico. Así lo resumió Meléndez en su carta al rey:

los honores y demostraciones ... le pusieron en tal grado de engreimiento, y dieron lugar á la multitud que le rodea para hacerlo creer que antes de entrar en exercicio, antes de ser admitido ó instalado, antes de tomar posesión, y prestar juramento, tiene toda la plenitud de autoridad, y representación nacional, como si su comisión fuera para aquí; como si en la Ysla de Puerto Rico pudiera ser Diputado ó Apoderado de la misma Ysla de Puerto Rico.(12)

     Una lectura cuidadosa de la citada carta de Power demuestra que el diputado electo de Puerto Rico manejaba conceptos políticos avanzados. En particular, éste creía firmemente en el protagonismo del individuo como principal agente social y comprendía la relación de dependencia entre la felicidad individual y la colectiva.  Fingiendo modestia se acercaba ahora al soberano para pedir su patrocinio de leyes e incentivos especiales cuya justificación se desprende de ideas que, más vinculadas al pensamiento de Locke y al republicanismo jeffersoniano, corrían contrarias a la doctrina del derecho divino de los monarcas cristianos:

Pero en esta Ysla, cuya suerte desgraciada es muy singular, todo tiene q. crearlo V.M. por q. de todo se carece y se ha carecido siempre. Aqui no basta emplear aquellas medidas regulares y ordinarias q. serian suficientes en otras provincias, sino q. ademas és de absoluta é indispensable necesidad apelar á recursos extraordinarios, para lebantar desde cimientos el magnifico templo de la felicidad publica; de que depende, y en donde se fija y está concretada la felicidad individual de cada uno.(13)

     No cabe duda de que Power y sus seguidores en los cabildos y ayuntamientos eran poseídos de un profundo sentido de la urgencia que justificaba el uso de “recursos extraordinarios” para levantar la economía y administración del país. De allí emanaba la prepotencia que Meléndez percibía como engreimiento. Fiel a las prerrogativas de su cargo, Meléndez entendía correctamente que para dar paso a Power “sería necesario separar, ó suspender todas las anteriores autoridades alterando el orden, y antigua costumbre, y legislación para evitar encuentro.”(14) El sentido de la urgencia en Power y el deber de Meléndez de mantener el orden presagiaban un enfrentamiento inevitable.

     Se dio el jueves 4 de octubre de 1809 a poco más de un mes de que Power sellara su carta al rey. Era la fiesta de Francisco de Asís y tanto el diputado como el gobernador eran esperados en la iglesia de los franciscanos. Con el apoyo del obispo criollo, Juan Alejo Arizmendi la Torre (Meléndez indica que el delegado recibió el “obsequio de los Prelados”(15)), Power se personó a la iglesia con antelación, de modo tal que, a su llegada, el Gobernador se encontró con que el Diputado había ocupado el asiento de preferencia y se mostraba completamente indiferente ante el compromiso en el que lo ponía. Meléndez, quien era veterano de la Batalla de Trafalgar, había caído en una simple emboscada frente a un público nutrido. Por eso describiría el episodio como una verdadera mortificación:

Asi sucedió que convidado yo por los Religiosos de San Francisco el dia 4 del corriente para asistir á la fiesta de su fundador, quando llegué á la Yglesia encontré ocupada la silla, alfombra y coxin destinada para mi, como Vice-patrono Real, y tuve que pasar por la mortificación en un numeroso concurso, de esperar á que se me pusiera otra silla, sin haber experiementado la menor demostración de parte del Diputado á la vista de su Capitan General.(16)

     Durante los próximos días Power desestimaría las invitaciones de Meléndez para discutir las diferencias, rehusando sancionar con su asistencia al Palacio de Santa Catalina la autoridad suprema del gobernador. Diez días más tarde Power se negaría a asistir al besamanos en la catedral quejándose Meléndez de que su acto fue “conseqüencia de su creencia de que el Capitan General tiene autoridad y mando sobre la Ysla de Puerto Rico, pero no sobre el Apoderado Diputado, ó Representante de la misma Ysla dentro de ella.”(17) Al día siguiente, el lunes 15 de octubre, Power le escribió a Meléndez confirmando las sospechas de este último:

parece indudable, ó mas bien es evidente ... que en mi empleo no puede mirarse un delegado de la Soberania, sino una porcion integrante de ella misma, y de consiguiente nadie podrá con justicia disputarme la representacion universal del todo en que constituyo una parte esencial y necesaria. Ademas, los Vocales de la Suprema Junta gubernativa de España é Yndias, jamas pueden ser preferidos en ningun lugar por otra autoriadad, qualquiera que sea: tienen la Presidencia de todas las Juntas Superiores de las Provincias donde se hallan: la de las Cancillerias y Audiencias, y en suma presiden á todas clases de personas en todas las localidades que están.(18)

     Ciertamente, esta no era la postura de un delegado provinciano: Power y su séquito participaban de las ideas más avanzadas del pensamiento ilustrado y estaban al corriente de la jurisprudencia y los debates políticos en todo el reino. ¿Cómo pudiera ser de otra manera si la isla de Puerto Rico era la aguada y el punto de entrada al continente para todas las embarcaciones de España y sus aliados amén de ser también el eje central de las principales rutas entre la América Meridional y la Septentrional? Cuatro días más tarde, el viernes 19, Meléndez le escribiría a Power para dejar claro que “en esta Ysla no ha de haber dos representantes, ni mas Diputado que yo para mandarla.”(19) Esto desató la furia de Power quien, al comienzo de la carta cursada el 26 de octubre, respondió sosegada y racionalmente:

yo estoy muy persuadido q. su buen juicio convendrá con migo en las verdades siguientes. 1ª. Puerto Rico tiene declarado un derecho á la Representación Soberana Nacional como parte esencial é integrante q. es de la Monarquia Española, 2ª. Pto. Rico ha transmitido este sagrado derecho á mi persona. 3ª. Este dho. admitido por mi, actualmente existe y esta depositado en ella. 4ª. El mismo augusto y sagrado dho. á la Soberania y representacion nacional, aun q. sin exercicio todavia; existe y esta pues, legalmente resumido en mi persona.(20)

     Acto seguido, un Power indignado lanzó una invectiva contra el Gobernador amenazándole y exigiéndole que se retractara:

Me ha cubierto V.S. ciertamente de la mayor ignominia y oprobio, cuando estampó en su citado oficio: q. la soberania  donde verdaderamente reside es en el Gobierno, con facultades, poderes, medios, y autoridad pa. hacerlo conocer a q. turbare en orden, y poner en cumplimiento  la Rl. orden de 22 de Enero en quanto está pendiente, y cuantas otras considere oportunas al sosiego y gobierno, contando todo escandalo, pues en esta Ysla no ha de haber representantes, ni mas Diputado q. V.S. para mandarla.
¡Que há dicho V.S. Señor Gobernador! ¿Las facultades, poderes, medios y autoridad están por ventura cometidas a V.S., pa. atropellar mi augusta y sagrada persona? ¿Yo q. me he distinguido en el ilustre Cuerpo de la Rl. Armada, por una conducta irreprensible, siempre apreciada de mis Gefes, de quienes jamás fui reprendido, he de ser el q. ahora se indica capaz de turbar el orden? ¿El representante amado de sus Compatriotas, será el q. les proporcione escandalos? ¿El representante de Pto. Rico, será aquel en quien V.S. amenaza poner en execucion todas las ord. q. considere oportunas al sosiego y gobierno de esta Ysla? ¿El representante de ella en fin q. solo se dirije por un corazon recto há de ser el q. turbe, ó permita q. se turben, el orden y el sosiego Publico? ¡Que es lo q. V.S. ha dicho, exclamo otra vez, Sor. Gobernador!(21)

     Claramente, en la segunda parte de esta carta, Power exhibe un profundo sentimiento de honor herido y un alto grado de desesperación que raya en la histeria. Su negativa a enfrentarse cara a cara con el Gobernador y la indisposición de éste para discutir punto por punto los reclamos criollos denunciaban la falta de un espacio público viable en San Juan y la ausencia en toda la isla de una cultura política abierta y madura. Tales carencias llevaron a una mayor intriga y al uso por parte del Gobernador de ataques personales injuriosos. La excitación de Power respondía a la provocación de Meléndez que, aunque influyó y la condicionó muy negativamente, poco tenía que ver con la política real.

     Aquello fue todo una gran calumnia.  Sucede que el Diputado había pedido permiso al Capitán General para que librara de su cargo al interventor bajo el Administrador de Correos, Esteban Ayala, quien sería entonces asignado como su secretario personal. La intención de Power era viajar con Ayala a Cádiz. Meléndez le negó la petición en la misma carta del 19 de octubre alegando que no existía disposición alguna para que un diputado pudiese tener un secretario de cartas pagado por el estado. En informe del 26 de octubre a Martín de Garay, secretario de la Junta Suprema, Meléndez alude a la relación estrecha entre Power y Ayala como la causa de la falta de sentido en las declaraciones del diputado electo: “Si V.E. tiene la bondad de cotejar mi carta de 19, con la replica de Power de este dia, vera la incongruencia, la gana de escribir, ó de dejarse adular por su Secretario Ayala.”(22) Indudablemente, la estrecha relación entre ambos hombres y la insistencia del Diputado de que Ayala lo acompañase a Cádiz habían levantado sospechas que Meléndez se encargaba ahora de avivar y de difundir por todo el país. La citada carta de Power del 26 de octubre esboza desde el comienzo la intención del Teniente de Navío de responder a lo que denuncia como “un texido de acusaciones contra la conducta irreprensible q. me ha distinguido siempre.”(23) Le había tomado poco más de tres semanas a Meléndez vengarse de Power por la emboscada en la iglesia de San Francisco. Pero al fin lo había conseguido acusando al entonces más ilustre hijo del país, oficialmente y en público, de ser homosexual.

En su defensa Power cerró la carta pidiendo satisfacción por el honor herido y pintando un cuadro de arrojo marcial y de virilidad:

Si esta fidelísima Ysla fuera capaz de olvidar los principios de honra, lealtad, y acendrado patriotismo q. la han caracterizado en todos tiempos: Si Puerto Rico pudiera dejar de ser lo q. siempre será; quiero decir, si dejara de ser fiel al Gobierno ... me veria V.S. empuñar la espada como Militar, y marchar tambien el primero sobre los malebolos, pa. someterlos á la lexitima autoridad, ò morir defendiendola. Ese si es, el verdadero quadro q. representa mis principios, mi opinion, y el concepto q. de  justicia se me debe.
Mas esta opinion inestimable, q. yo tengo por tantos titulos derecho a conservar en su mayor esplendor, ha sido cruelmente despedazada pr. V.S., y solo exîste ilesa en mi corazon.(24)

     Las relaciones entre Power y Meléndez se habían desecho. En adelante ambos estarían obsesionados con destruir al otro. Power continuaría posponiendo su viaje a Cádiz con la esperanza de lograr la salida conjunta con Ayala. Cansado de la dilación Meléndez enviaría a Ayala a La Habana. Sin más remedio que partir solo, Power saldría de San Juan a finales de abril de 1810 a bordo del Príncipe de Asturias.

 

Un prelado que ni pudo ni debió, o la mano nada santa de Arizmendi

     Queda claro que, en un principio, la pugna entre Power y Meléndez fue un juego de formas donde los protocolos reales del antiguo régimen chocaron con un nuevo orden que, mediante el voto, convertía al diputado en el representante del poder social y vocal de su voluntad general. Sin perder tiempo alguno y con la ayuda del obispo Arizmendi, Power asumió la autoridad suprema como representante político de la isla en las Cortes pretendiendo enviar a Mélendez a cuarteles. No obstante, la forma que eligieron los líderes criollos para hacer públicas sus intenciones siguió todos los protocolos del antiguo régimen cerniéndose a un acto de encarnación representativa mediante el cual, al quitarle la silla al Gobernador y Capitán General, Power tomaba para sí el lugar reservado en exclusividad para el monarca o su representante inmediato. El Diputado pudo haberle quitado el asiento al Gobernador en un acto público, relegándole simbólica aunque no efectivamente a un segundo plano. Pero, evidentemente, el poder real se ejerce de otra manera. Por esto es preciso ponderar lo que Power y Arizmendi pretendían obtener de tal provocación. Ciertamente no esperarían  que una emboscada teatral llevase a un militar de carrera a entregar su espada. Entonces, ¿que otro tipo de finalidad pudieron haber perseguido para arriesgarse a ser destinatarios de la ira y el desquite que seguramente recibirían de un contrincante tan formidable?

     La razón de esa aparente sinrazón ha de encontrarse en una historia de forcejeos entre los portavoces criollos y la Capitanía General que ya para entonces marcaba más de una década de desencuentros y de confrontación abierta. El propio Power había tenido roces con el antecesor inmediato de Meléndez, Toribio Montes Caloca, quien le había enviado a Santo Domingo más que nada para intentar apartarlo de las intrigas que el joven teniente urdía en el Cabildo de San Juan.(25) Pero, en el plano simbólico y representativo, el primer acto de aquella obra se había escenificado años atrás con el arribo a la isla del antecesor de Montes Caloca, Ramón de Castro Gutiérrez, a comienzos de 1795. Es allí donde encontramos el antecedente directo del “quítate tú” practicado por Power contra Meléndez. Trece años antes de que los primeros batallones de la Grande Armée cruzaran los Pirineos, cuando pocos en América podían concebir la independencia y menos aún el fin del imperio, un joven criollo delegado del Obispo de Puerto Rico le había puesto una zancadilla al capitán general de Castro cuando este desembarcaba en San Juan. Aquel traspié, ocurrido en una colonia antigua aunque de aparente poca monta para algunos observadores de ayer y de hoy, fue un intento de tirar por suelo la idea de la unidad del poder encarnada en la figura del gobernador, intendente y capitán general que sería un presagio del fin del primer gran imperio moderno.

     Las desavenencias entre el capitán general de Castro y el entonces provisor eclesiástico Juan Alejo Arizmendi fueron marcadas y se advirtieron desde el arribo del Gobernador. De Castro había tomado posesión de su cargo el 21 de marzo de 1795 y en menos de dos semanas, el 3 de abril, día de Viernes Santo, se encontró con que la curia eclesiástica había tomado el lugar en la procesión que le correspondía al gobernador. Al día siguiente de Castro escribiría al Rey:

     A pocos dias de mi llegada à esta Plaza asisti como Gobernador, Capitan General y Vice Patrono a la Procesion del Viernes Santo. Observe en ella que la Curia Eclesiastica, compuesta de su Fiscal, dos Notarios y un Alguacil, ocupaba lugar preferente al de mi caracter y representcion, pues se colocó detras del Preste que cerraba la Procesion y con anterioridad al Cavildo Secular que yo presidia. Me parecio impropia esta colocacion; y aunque contrario a la practica que habia notado en las populosas Plazas y Ciudades por donde acababa de pasar la toleré por efecto de prudencia y en atencion à lo serio y sagrado del acto, reservando tomar informes de las costumbres en esta Plaza: pero luego supe que mi reparo era fundado, pues la expresada colocacion era novedad de poco tiempo en esta Ciudad y contra la practica inmemorial en ella de situarse la curia eclesiastica en el centro de las Procesiones.(26)

     El Capitán General le pidió explicaciones por escrito a Arizmendi y éste, a cambio, acusó al Gobernador de intentar alterar la paz argumentando que el orden procesional había sido acordado con el Cabildo. La insistencia del Gobernador llevó a Arizmendi a argumentar sin ninguna evidencia “que la precedencia en lo ordinario en las procesiones publicas esta fundado en alguna Real Provision. Se muy bien que les corresponde por un Derecho Eclesiastico, tan antiguo como el establecimiento de la misma Procesion, inconricausamete [sic] practicado y sostenido por las Leyes del Reyno de modo que hasta ahora no se ha oido sea ofensivo a las regalias del Soberano.”(27) Finalmente, el 25 de abril Arizmendi se negó rotundamente a satisfacer las demandas del Gobernador, quejándose de que “desde luego no se habia dudado de mi informe, ni se me estrechara a manifestar documentos que ni puedo, ni debo.”(28) De ahí en adelante el Capitán General abriría un expediente que llegaría a tener más de doscientos cincuenta páginas, con intervenciones hechas en Caracas, Santo Domingo, México y Aranjuez, y citando diecinueve antecedentes que desestimaban la opinión de Arizmendi.

     Pero no son los precedentes eclesiásticos los que aquí nos interesan sino los accidentes que llenaron de suficiente valor a un sacerdote criollo para desafiar políticamente a un gobernador que llegaba a la isla habiéndose destacado brillantemente en las batallas de Mobile y Pensacola en la Florida y que ciertamente no esperaba ser tratado como plato de segunda mesa en una villa que apenas comenzaba a transformarse en algo más que un presidio. Aquello que de Castro no había presenciado en ninguna de las populosas plazas por las que acababa de pasar había sido motivado por noticias e ideas que recientemente habían llegado a San Juan desde las islas vecinas.

     Hacía poco más de un año que el bergantín Los Dos Amigos, procedente de Cádiz, había sido capturado por los franceses y conducido a la Martinica. Su capitán, Francisco Blanco, pasó de allí a la Guadalupe donde le encargaron conducir una serie de documentos a Nueva York. Éste, burlando a las autoridades francesas, escapó de la isla con la ayuda de unos italianos y llegó a Puerto Rico con los documentos. Blanco entró por Aguadilla el domingo 23 de febrero de 1794 y unos días más tarde entregó los pliegos al intendente interino Juan Francisco Creagh en San Juan. Éste nombró a Jaime O’Daly como traductor y se procedió inmediatamente a la transcripción y lectura de los mismos.(29) El primer documento transcrito y traducido a puño y letra de O’Daly fue el “Acta constitucional, precedida de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” publicada en Basse-Terre, Guadalupe, por la imprenta de la viuda de Bénard & D’Al Villette el 27 de octubre de 1793. La revolución francesa había llegado oficialmente a Puerto Rico.

     El resto de los pliegos contenían una relación detallada de las deliberaciones de todas las parroquias de la Guadalupe y sus dependencias en la pugna que allí se suscitó entre los sans-culottes que tomaron los ayuntamientos y el gobernador Georges Henri Victor Collot. Las palabras del ciudadano Henry ante la Sociedad de Amigos de la República Francesa deben haber calado hondo en O’Daly mientras las traducía y habrían llegado inmediatamente a oídos de sus socios comerciales en casa de los Power.(30) Indudablemente, las noticias de la Guadalupe no tardarían en llegar al Cabildo donde la familia de los la Torre, de la cual Arizmendi procedía, ejercía gran injerencia. Una lectura de estos documentos demuestra claramente que sirvieron de inspiración y modelo para los criollos puertorriqueños y muy específicamente para definir el sentido (más que el sentimiento) del patriotismo, haciéndoles entender que para efectuar reformas en las colonias era preciso neutralizar el poder del gobernador como ministro plenipotenciario del absolutismo imperante en la metrópoli:

Citoyens! quel contraste entre la mère-patrie & les colonies? La France étoit libre & nous étions encore dan les fers. Là, le patriotisme étoit triomphant; ici, nous étions opprimés, proferits, avilis & pressurés par tous les genres de vexations & d’infamies.(31)

     Otro pliego contiene el resumen detallado de las deliberaciones tomadas por cada una de las parroquias entre el 10 de noviembre y el 8 de diciembre de 1793. En todos los casos, como reza el encabezamiento de la lista, la constitución se aprobó por unanimidad invitando al Gobernador y a la Comisión a que se mantuvieran dentro de los límites de sus respectivos cargos:

Vote, à l’unanimité, l’acceptation pure & simple de l’acte constitutionnel, le renouvellement du corps représentatif, & invitation au gouvernor & à la commission, de se borner dans les limites de leurs fonctions.(32)

     Ya a finales de diciembre la Comuna de Basse-Terre había decidido limitar la autoridad de Collot única y exclusivamente a su puesto de comandante militar de la colonia. Tal como intentaría hacer Power tres lustros más tarde viéndose no solamente como diputado sino como representante de la Isla, la Comuna había desplazado al Gobernador para erguirse como el “cuerpo representativo” de la revolución y del pueblo francés:

Le conseil général de la commune réuni en conséquence de la convocation extraordinaire... L’objet de la convocation ayant été annoncé par le citoyen maire, lecture a été faite d’un arrêté de la commission générale & extraordinaire de la Guadeloupe, en date du 21 décembre courant, portant déclaration de ne puvoir reconoître dans le gouverneur Collot, que le commandant militaire de la Guadeloupe & dépendances, & qu’elle se déclare avec solennité corps représentatif révolutionnaire de la Guadeloupe; portant en ouutre qu’il sera établis, jusqu à l’arrivée des commissaires civils, directement délégués de la république, un conseil exécutif provisoire, &c.(33)

     Esta es la herencia política que Ramón recibe de su familia cuando regresa a San Juan en 1803 y éste fue precisamente el guión seguido por Power en Cádiz cuando, el 15 de febrero de 1811, presentó un recurso ante las Cortes para que se derogaran los poderes especiales y extraordinarios concedidos por el Consejo de Regencia al gobernador Meléndez el 4 de septiembre del año anterior. Estas competencias, que le permitían al Gobernador disponer libremente de vida y hacienda, ejerciendo poderes de virrey como autoridad suprema e incontestable en la colonia, serían conocidas desde entonces en Puerto Rico, Santo Domingo, Cuba y las Islas Filipinas como los poderes omnímodos.  La moción de Power tuvo tal acogida que fue aceptada el mismo día y hecha extensiva a todo el reino.(34) Antes de fin de año, el 28 de noviembre de 1811, las Cortes adoptarían una serie de reformas políticas para Puerto Rico presentadas por Power para promover el desarrollo de las fuerzas productivas en la isla. La llamada Ley Power asestaba otro duro golpe contra la concentración del poder en manos del capitán general, desligando el cargo de intendente de las atribuciones del gobernador. Si, por carecer de marco legal y de estructuras políticas viables, la zancadilla de Arizmendi a Ramón de Castro y el quítate tú de Power con Meléndez habían sido producto del arrojo que procede de la convicción profunda que los guadalupenses reconocían como la expresión más pura del patriotismo, las maniobras de Power en Cádiz confirmaban ya su transformación en un hombre de estado y la existencia de una estrategia a largo plazo que quedaría truncada prematuramente con la muerte en Cádiz del diputado y representante de Puerto Rico, víctima de la fiebre amarilla, el 10 de junio de 1813.

 

 “El gran sultán de aquella preciosa isla” ordena y manda el futuro

     La pugna entre Power y Meléndez fue seguida de cerca por la prensa gaditana y habanera y continuó siendo atizada por los seguidores de ambos bandos aún después de la muerte del Diputado. Los hermanos de Meléndez se encargaron de defender los intereses de la familia desde Cádiz, llegando incluso a desatar una guerra de palabras con Power en el Redactor General. En La Habana, donde Ayala se había encargado de difundir la causa, se publicaron dos acusaciones contra Meléndez que éste se vio en la obligación de contestar. La disputa en el Redactor General fue insustancial y limitada mayormente a imputaciones de tipo personal. Pero lo publicado en el periódico La lancha en La Habana y la respuesta obligada de Meléndez colocaron la primera piedra del edificio que habría de albergar el discurso político puertorriqueño de los criollos “blancos” por los próximos dos siglos. Fijando los límites del debate dentro del marco más limitado y conservador, referencia que ha imperado oficialmente hasta el presente, el espacio público de acción política en Puerto Rico se vio sujeto al tándem que une la supuesta docilidad del isleño con el mito del poderío militar incontestable del imperio para esconder el verdadero yugo de la tiranía colonial y racialista.

     La “conducta criminal” de Meléndez fue denunciada en La Habana el 12 de marzo de 1814. En el mismo artículo, firmado por un tal “León Africano” se llega a culpar al gobernador de haberle causado la muerte a Power.(35) En el segundo de los dos artículos, publicado el 1 de abril, el León Africano denuncia la acción de Meléndez “de relegar de Puerto Rico á la Habana à D Estevan Ayala, oficial primero, interventor de la renta de correos, sin formacion de causa ni proceso ni mas delito que ser amigo del señor Power.”(36) Evidentemente la pugna con Meléndez seguía teniendo un carácter muy personal para todos los involucrados y no sería mucho suponer que el “amigo” Ayala fuera el mismo que escribiera bajo el seudónimo de León Africano.

     De cualquier manera, fue la persona detrás de aquel nombre que, para defender los intereses criollos ante el leónido castellano se pintase africano siendo “blanco”, quien irónicamente consagró en la historia del discurso político criollo la imagen y la leyenda del puertorriqueño dócil. Fuere o no fuere Ayala, lo cierto es que aquel prejuicio autoinfligido contrastaba nítidamente con la figura y el ejercicio político del poder de quien hasta pocos meses antes había sido el representante electo del país en las Cortes, amén de la figura del obispo Arizmendi y de los representantes de los ayuntamientos que habían sufrido la persecución y el exilio a manos de Meléndez:(37)

y será de temer que las mansas ovejas puerto-riquequeñas, olvidando su natural y humilde balido, prorrompan en espantosos rugidos en fuerza de los crueles golpes del callado de un tirano pastor que las guia por los ásperos caminos de su capricho, descarreàndolas del trillado y suave [sic] á que las inclina su docilidad y buena índole.(38)

     La idea de que los puertorriqueños eran por naturaleza como mansos corderos dispuestos a seguir el callado de un buen pastor, contrasta con “los principios de honra, lealtad, y acendrado patriotismo” (a la francesa) que Power había jurado defender empuñando su espada si fuere necesario. El discurso de Power era claramente legalista e implícitamente secular y respondía a la intención de propiciar el equilibrio entre la felicidad individual y la colectiva. Pero el credo del León Africano era determinista y servil, basado en la antigua profesión de fe a la iglesia y a la corona. Mientras Power había jurado defender sus ideas hasta la muerte, aquellos que ahora pretendían cargar con su herencia entraban al ruedo político desarmados para pedir protección de un amo que esperaban fuere benevolente y no caprichoso. Lejos de lo que se pudiera inferir, este cambio de ruta no respondía a la orfandad representativa en la que habían quedado los criollos luego de la inesperada muerte de su diputado en Cádiz sino a una amenaza que en adelante matizaría la relación de una buena parte de aquella clientela socio-racial con el poder metropolitano. Encontramos aquí a un cordero disfrazado de león que, lejos de erguirse rampante, toma el estandarte del Ecce Agnus Dei para impulsar la agenda política de aquellos que, pensándose patricios y “blancos”, se elevaban sobre las llamadas castas y, más específicamente, por encima de los “negros” y de los “mulatos”.

     Por eso hay en la cita una alusión velada al espanto que suponía para estas gentes la revolución contra la esclavitud y la plantación representada oficialmente por los africanos o “negros de nación” y promovida de forma activa por la República y el Reino de Haití en la antigua Española. Valga recordar que ya, durante los primeros días de 1812, todo Puerto Rico había sido escenario de un levantamiento de esclavos inspirados en la figura del rey Enrique I de Haití y que esa llamada “Conspiración del Día de Reyes” coincidió con sucesos similares en Santo Domingo y en Cuba donde fue conocida como la “Conspiración de Aponte”. Evitar tales “descarrilamientos” llevaría a ciertos sectores criollos a asumir una postura no menos crítica de los excesos políticos de los capitanes generales pero sí más cómplice en virtud de la seguridad que supuestamente solo éstos, mediante el uso de la fuerza bruta contra “el negro” y “la sedición”, podían garantizar. Para esconder tales desmanes surgiría entonces el discurso de la excepcionalidad de la Isla de Puerto Rico como bastión militar inclaudicable. Este, a su vez, serviría para poner freno a cualquier reforma política que atentase contra la unidad del poder dejando de manifiesto las contradicciones internas del discurso elitista criollo que desde entonces ha fijado el límite de su reclamo de poder frente a la metrópolis en el equilibrio que solo el despotismo y el sometimiento a veces incondicional al régimen colonial pueden garantizar frente a los reclamos de otros sectores en el continuo socio-racial.

     Los artículos en La lancha fueron seguidos de una “Declamación Vigesima Nona contra el despotismo del poder judicial” redactada el 20 de febrero de 1814 en La Habana por el sacerdote Tomás Gutiérrez Piñeres. En ella se acusa a Meléndez de traición por haberle este añadido a la ley del 9 de octubre de 1812, sobre el Reglamento de las Audiencias y Juzgados de Primera Instancia, un decreto que desactivaba todos sus artículos y que le devolvía al Gobernador todos los antiguos poderes y cargos que la ley mandaba transferir a los juzgados y ayuntamientos. La ley, tal como es descrita en la declaración, era destinada “precisamente a restringir su autoridad contenciosa á lo solo militar.”(39) De haberse cumplido con ella se hubiera logrado en Puerto Rico lo que hacía veinte años en la Guadalupe.

     No obstante, bajo estas nuevas circunstancias y habiendo logrado restablecer el orden público tras la revuelta, Mélendez logró maniobrar para desactivar la herencia de Power en las Cortes y para defender sus acciones contra las imputaciones que se le hacían en la prensa habanera. Su decreto contenía nueve artículos. En el primero Meléndez se autoconfería todo el poder político y judicial. En el segundo se reconfirmaba en los cargos de capitán general, intendente y vice-patrono real. Los artículos 3, 4 y 5 sujetaban a todos los alcaldes a la autoridad del capitán general limitando el desempeño de sus funciones “en la conformidad que la exercian sus alcaldes ordinarios antes de la publicación de la Constitución.”(40) Los artículos 6, 7 y 8 le conferían al capitán general máxima autoridad sobre los alcaldes en materia judicial, como la instancia más alta e inapelable. Todo esto llevó a Gutiérrez Piñeres a identificar la intención de Meléndez “con el objeto sin duda de ocupar de terror el ánimo de aquellos habitantes, hacerlos sofocar en lo intimo de su pecho sus amargos sentimientos, y de erigirse por este medio en un gran sultan de aquella preciosa isla.”(41)

     En efecto, Meléndez se había adelantado a los sucesos en la península donde, sirviéndose del llamado Manifisto de los Persas y en curiosa coincidencia con las palabras de Gutiérrez Piñeres, Fernando VII restauraría el absolutismo en mayo de 1814. El golpe militar de Meléndez pasaría desapercibido sin llegar a ocupar ni una sola línea en la historia de la España contemporánea. Ahora lo rescatamos como un precedente colonial que sería ave de mal agüero para un país que en adelante marcharía cuesta abajo por una senda marcada puntual y repetidamente con los mojones de los pronunciamientos de un ejército que, a medida que se retiraba de las colonias iría ejerciendo mayor protagonismo en el gobierno de la metrópolis culminando con la sublevación del Ejército de África en julio de 1936.

     Habiendo dado aquel primer toque de corneta en la historia de su patria, Meléndez tendría también la primera palabra en el esbozo de la política colonial desde entonces vigente y la última palabra en la clausura de todo proceso deliberativo abierto en la colonia. Su actitud visionaria respecto a la restauración del absolutismo sería reconocida como ejemplar en Madrid, permitiéndosele permanecer en el cargo por cuatro años más. Esto ayudaría a cimentar las tesis políticas que surgieron de la disputa con Power y de su refutación de las acusaciones de Gutiérrez Piñera y otros detractores. De hecho, Meléndez debe considerarse el responsable intelectual de los preceptos que pasarían a vertebrar la política oficial de los gobiernos metropolitanos con respecto a las posesiones ultramarinas durante el siglo XIX por encima de figuras que, como el ayacucho Miguel Tacón Rosique en la Isla de Cuba, han llegado a brillar más que la suya en la historia de la tiranía hispánoborbónica en América. En el caso específico de Puerto Rico, la justificación dada por Meléndez para ejercer con total libertad el privilegio de las facultades omnímodas fue la excepcionalidad de aquel territorio respecto a su alto valor estratégico-militar. De ahí se desprendía que no fueran aplicables en el país las leyes emitidas en defensa de derechos que pudieran concederse en otras partes del reino o de otra manera predicarse como universales:

Me encuentro en Puerto Rico aislado con dos piezas á qual mas grande, una politica y otra civil... que yo como Gefe debia llevar luego luego [sic] á efecto en una Provincia que no se parece á otras Provincias, y he visto muchas: punto que si hubiese tambien de demostrar costaria escribir bastante. Basta decir que no habia ni una pequeña base que facilitara la grande operacion de plantear el sitema politico de la Constitucion y el civil de la Ley de tribunales, por que la Isla de Puerto Rico ha sido vista hasta ahora mas por el aspecto de sus ventajas militares que por otro: y hasta que la monarquia Española no se ha uniformado por la constitucion èn todas y cada una de sus Provincias, Puerto Rico ha sido un punto meramente militar, y una respetable plaza de armas.(42)

     En lugar de recibir las prometidas leyes especiales, el Puerto Rico legado por Meléndez pasó a ser gobernado bajo un régimen de excepción donde el orden dependía exclusivamente de las leyes que el gobernador militar promulgase a su antojo. Con el fin del imperio en el continente y la caída definitiva del sistema de plantación en Santo Domingo, esta postura contaría con importantes adeptos entre la clase criolla, especialmente entre los plantócratas de Cuba y Puerto Rico. En Puerto Rico, este estado castrense y dictatorial quedaría en pie, salvando los breves períodos constitucionalistas, hasta la promulgación de la Carta Autonómica de 1897. Aquel gobierno constitucional y liberal, todavía inscrito en un contexto colonial, apenas tendría tiempo para entrar en funciones antes de la invasión del país por la armada y el ejército de los Estados Unidos el 25 de julio de 1898. Entonces la corona se vería obligada a entregar la isla aceptando como justificación la misma tesis enunciada por Meléndez casi un siglo atrás: como pago por la indemnización reclamada de España, Estados Unidos fijaría el precio al inestimable valor estratégico-militar del territorio.

Notas

1. Este trabajo se inserta dentro del proyecto: “El peso de las reformas de Cádiz (1812-1838): la reformulación de la Administración colonial en Puerto Rico (HAR2011-25993)”. Ministerio de Ciencia e Innovación, Secretaria de Estado de Investigación, España.

2. El apellido materno de Power aparece escrito también como Giral. Dado la procedencia de la familia elijo utilizar la versión correcta en catalán por ser apellido originario del Rosellón.

3. Ver Francisco Moscoso, Ramón Power Giral: tribuno del liberalismo anticolonial, pp.  9, 18.

4. Esta iconografía fue plasmada por primera vez en su acepción puertorriqueña en el óleo del pintor sanjuanero José Campeche Jordán en 1792. Aquel cuadro del Bautista sirvió de símbolo del Regimiento Fijo de Puerto Rico y de la ciudad de San Juan. Sobre esto he escrito en José F. Buscaglia Salgado, Undoing Empire,143.

5. Esta tesis aparecerá próximamente en José F. Buscaglia Salgado, “El poder, la ideología y el terror en el Mar de las Antillas", Historia de las Antillas, vol. 5, a publicarse el año 2014.

6. Según se informaba en la Gaceta de Puerto Rico el miércoles 23 de noviembre de 1808, Power zarpó el 22 de octubre de San Juan para reunirse en Mayagüez el 27 con la fragata inglesa Franchise, llegando a la desembocadura del Río Yuma el 29. Ver Gaceta de Puerto Rico, 3: 60 (1808): 2150. En Archivo Histórico Nacional, Madrid, España (AHN), Estado, 60, C, 192.

7. Así describió Power la embarcación en carta al rey. Archivo General de Indias, Sevilla, España (AGI), Estado, 60, N. 39, 152.

8. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 17 v.

9. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 7 v.

10. AGI, Estado, 60, N. 39, 153-154.

11. AGI, Estado, 60, N. 39, 153-154.

12. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 7 v-r.

13. AGI, Estado, 60, N. 39, 155-156.

14. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 7 r.

15. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 10 v.

16. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 7 r.

17. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 8 r.

18. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 10 r.

19. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 14 v.

20. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 25 v.

21.  AGI, Ultramar, 426, N. 1, 26 v - 27 v.

22. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 8 r.

23. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 15 v.

24. AGI, Ultramar, 426, N. 1, 27 v – 27 r.

25. Algo de esta intriga se percibe en la carta que envía Power al rey, con fecha del 30 de agosto de 1809, donde habla de un Puerto Rico que “ha gemido en la indigencia y obscuridad mas dolorosas”. AGI, Estado, 60, N. 49, imagen 154.

26. AGI, Santo Domingo, 2374, N. 31, F. 694 – 695.

27. AGI, Santo Domingo, 2374, N. 31, F. 701.

28. AGI, Santo Domingo, 2374, N. 31, F. 704.

29. Creagh da parte de cómo llegan a la isla los pliegos de la Guadalupe, destinados a Nueva York. Indica que “nombrando por interprete a d. Jayme O-Dali, procedió a la apertura de los Pliegos; cuyos rotulos estaban puestos para varios Diputados de la Convención de Paris en diferentes destinos, con varios impresos relativos todos à las diversas ocurrencias, contrarrevoluciones, y estado en que se halla la Guadalupe.” AGI, Santo Domingo, 2374, N. 15, F. 405.

30. Tomás O’Daly, hermano de Jaime, fue copropietario de la hacienda San Patricio junto al padre de Ramón, Joaquín Power Morgan.

31.  “Discours prononcé par le citoyen Henry”, AGI, Santo Domingo, 2374, N. 15, F. 306.

32.  AGI, Santo Domingo, 2374, N. 15, F. 284.

33. “Extrait des régistres des délibérations du conseil général de la commune de la Basse-Terre. Séance du 27 décembre 1793.” AGI, Santo Domingo, 2374, N. 15, F. 312.

34. Para una discusión más detallada ver el excelente artículo de Delfina Fernández Pascua, “Ramón Power: primer vicepresidente y presidente interino de las Cortes de Cádiz”, Revista Hispanoamericana 2, 2012.

35.  “Primeros rugidos de un LEON AFRICANO contra el despotismo del señor brigadier, D. Salvador Melendes y Bruna, gobernador y capitan general de la isla de Puerto Rico”, La Lancha, La Habana, núms. 64 y 65, marzo 26 de 1814, páginas 1 – 5. En AGI, Santo Domingo, 2381. Debo agradecer al amigo y colega Jorge Chinea por haber compartido conmigo la existencia de los impresos contenidos en este legajo.

36. “Segundos rugidos de un LEON AFRICANO contra el despotismo del señor brigadier, D. Salvador Melendes y Bruna, gobernador y capitan general de la isla de Puerto Rico”, La Lancha, La Habana, núms. 66 y 67, abril 1 de 1814, página 2. En AGI, Santo Domingo, 2381.

37. Ya en septiembre de 1812 Meléndez había disuelto los ayuntamientos. El gobernador se ensañó particularmente con el alcalde de San Francisco de la Aguada, José Antonio Rius, a quien se le confiscó todas sus propiedades obligándole a huir del país.

38. “Segundos rugidos de un LEON AFRICANO contra el despotismo del señor brigadier, D. Salvador Melendes y Bruna, gobernador y capitan general de la isla de Puerto Rico”, La Lancha, La Habana, núms. 66 y 67, abril 1 de 1814, página 5. En AGI, Santo Domingo, 2381.

39.  “Declamación Vigesima Nona contra el despotismo del poder judicial” por el Dr. Tomás Gutiérrez Piñeres (sacerdote). La Habana 20 de febrero de 1814, página 4. En AGI, Santo Domingo, 2381.

40. Ibid.

41. Ibid.

42.  “El Capitan General de Puerto-Rico contesta a la Declamacion 29 impresa en La Habana”. Impreso en Puerto Rico el 20 de mayo de 1814, página 9. En AGI, Santo Domingo, 2381.

Obras Citadas

Buscaglia Salgado, José F. Undoing Empire, Race and Nation in the Mulatto Caribbean. Minneapolis: University of Minnesota Press, 2003.

----. “El poder, la ideología y el terror en el Mar de las Antillas.” Historia de las Antillas, vol. 5. José Antonio Piqueras, ed. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Será publicada en 2114).

Fernández Pascua, Delfina. “Ramón Power: primer vicepresidente y presidente interino de las Cortes de Cádiz.” Revista Hispanoamericana, Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras (RAHA), 2(2012). (http://revista.raha.es/ramonpower2.html)

 Moscoso, Francisco. Ramón Power Giral: tribuno del liberalismo anticolonial. San Juan: Editorial Lea, 2010.