¡FUERTE!: Eduardo Santos Hernández se abre paso en La isla de los machos eternos
Presentación
Francisco Morán, Southern Methodist University
     Fue, creo, en 1992, cuando  conocí a Eduardo Hernández Santos, profesor de gráfica de la Escuela de San Alejandro,  de La Habana, y fotógrafo. La circunstancia de nuestro encuentro fue el  homenaje que un grupo de escritores – en su mayoría jóvenes – preparábamos por  aquellos días para conmemorar el Centenario de la muerte de Julián del Casal.  Pensé que el homenaje podría incluir una exposición de fotografía inspirada en  la figura y en la obra del poeta. Pero no sabía a quién acudir. Un amigo, no  recuerdo cuál de ellos, me sugirió hablar con Eduardo. En nuestro primer  encuentro, en su apartamento en Centro Habana, me mostró algunos trabajos suyos  – de fotografía todos, según recuerdo – y no tuve entonces la menor duda de  que  había dado con el fotógrafo ideal.  Tanto aquellas fotografías – cuyos rasgos distintivos eran el ensamblaje de  partes del cuerpo, ciertas alusiones iconográficas como la de San Sebastián, y  hasta la incorporación de placas metálicas, pinchos, y muchos otros objetos, y  significativamente la escritura –  como el propio apartamento del artista, poblado de espejos que transfieren al  visitante al reino de lo fantasmagórico, y lo sumergen en un mundo de objetos –  tallas, libros por todas partes, plantas que crecen desaforadamente – me  hicieron pensar en la celda de Casal, ese espacio minúsculo, itinerante, que  fascinaba a sus amigos, al tiempo que les inspiraba desasosiego. Eduardo se  documentó, leyó intensamente a Casal y los testimonios de sus contemporáneos, y  decidió hacer su trabajo apelando – como él mismo expresó en la entrevista  sobre esa exposición que le hizo Cino Colina – “a la “foto de estudio por  considerarla más elaborada, construida, en lo cual halló un factor coincidente  con Casal: la construcción de un mundo” (“Aferrado…” 7). Se
 trataba, como  expresa de Eduardo, de un concepto que partía del “amor a los objetos.”  Recordemos que ya Virgilio Piñera había advertido que aún si prestado, lo importante era que Casal se  había hecho de un mundo. Antonio J. Ponte resumió admirablemente, y reclamó  para nosotros, la lección de Casal:
Fue el primero de nosotros en levantar interiores a su aire. Debió haber comprendido que cuatro paredes podían ser extensión del poema, que dentro del poema podía vivirse. Y ahora somos nosotros codiciosos de esos interiores suyos, obedecemos a una superstición moderna por el puesto donde trabaja el escritor. Ya que hemos descartado cualquier inspiración y valoramos al poeta como un técnico más, lo misterioso que pudo haber en la figura de éste ha pasado a los objetos de su mesa, a algunos instrumentos propiciatorios (Ponte 35)
 
     Prestado, construido, como el de Casal. Concebido  desde la técnica, de sorprendentes acoplamientos, así es el mundo que en un  reducido espacio  Eduardo se ha  construido para sí mismo y para los amigos: poblado de objetos y, como el de  Casal, de escritura. La escritura-objeto, el objeto-escritura. El objeto que se  a-isla y se integra a otros objetos, mutando siempre sus máscaras, abriéndose y  cerrándose, huracanados siempre en el movimiento vertiginoso de sus signos,  nunca fijos. El apartamento que es, a un tiempo, museo de teratología, gabinete  de curiosidades y de coleccionista, de anticuario; galería de arte, jardín de  invernadero; un lugar, en fin, que es, y está poblado de mundos infinitos.  
           En mi primer encuentro con  la fotografía de Eduardo, recuerdo todavía la impresión que me produjeron  aquellas construcciones, indudablemente modernas, que no obstante revelaban un  amor – que no dudaría llamar incluso devoción – por la línea, por el dibujo que  se imponía constantemente con una pureza clásica y un obvio esteticismo que en  modo alguno desdecía de sus propuestas actuales, y sobre todo comprometidas  políticamente.  Con lo cual advierto que  al hablar de compromiso político, me estoy refiriendo a la noción
 ranciereana  que entiende lo político como disensión,  en oposición a lo ético que se afirma  en el consenso. 
           Hay entonces dos cosas que  aparecen en la entrevista de 1993, y que nos permitirán entrar en la presentación,  en primicia e íntegra, del próximo trabajo de Hernández Santos: La isla de los machos eternos.  Lo primero es que, visto desde hoy, al  considerar entonces su exposición El  sonido del Cuerno en la Espesura “como un libro de gran formato,” anunciaba  un trabajo suyo más reciente – El  Muro/The Wall (2009) –, y por supuesto, el próximo a salir La isla… Tanto  en El sonido… como en El Muro las imágenes las acompañan  textos literarios; de Casal, en el primer caso; de Virgilio Piñera, en el  segundo. Para la exposición de 1993, creó primero las fotografías, y luego  eligió los versos de Casal. 
           Cino Colina comentaba en  la entrevista de 1993 que El sonido…  era su cuarta exposición “desde que en 1990 complementó su labor como profesor,  grabador y dibujante con una cámara fotográfica.” Más adelante añadía que “[a]  pesar de su dominio del dibujo y el grabado, especialidad que imparte en la centenaria  escuela de San Alejandro, Eduardo Hernández Santos tiene en su curriculum más exposiciones fotográficas  que de otras expresiones plásticas.” Eduardo expresó en esa entrevista que  había trabajado el desnudo “con un sentido escultórico, con un esteticismo,  buscando una forma, una comunicación, puras sensaciones,” y “mediante close ups de detalles corporales  excluyendo el rostro” (ahora refrasea Colina).   Según el entrevistador, este era el caso de Mutaciones, “exposición que los especialistas consideran la más  agresiva de las hechas por 
él, hasta el momento.” Como puede verse, no sólo la  impresión que me hice yo mismo al conocer a Eduardo y tener un primer acceso a  algunas muestras de su obra, sino también la de los especialistas, era la de  que Eduardo – se sugiere – parecía haber abandonado el dibujo y el grabado por  la cámara fotográfica. Y en efecto, si revisamos las exposiciones personales  que aparecen en su curriculum, solo  encontramos dos de dibujos. Significativamente, la primera es Entes (1991) – que es también la primera  exposición del autor – y la segunda es De  puertas para adentro (1996). Lo que parece, sin embargo, haber escapado a  la atención de la mayor parte de la crítica es que, como ya comenté antes, en  la fotografía de Eduardo sobresalen, imponiéndose con el virtuosismo de la  forma, la línea del dibujo, y la dimensión escultórica. La clave de esto hay  que buscarla en lo que a mi juicio define mejor su obra: el estilo. Un estilo  que, como diría Darío, persigue “una forma.”
           Cuando regresé en junio de  este año a La Habana, hacía 19 años que no hablaba con Eduardo. Lo llamé por  teléfono y
 me invitó a conversar en su casa y a tomar té. Ese día fue uno de  los mejores de los que pasé en La Habana, y las horas que conversamos – llegué  unos minutos antes de las 3:00 p.m., y cuando me marché eran alrededor de las  9:10 de la noche – pasaron sin que casi nos diéramos cuentas. Dejaré los  detalles de esta extraordinaria visita para la próxima entrega, en la que haré  una presentación de sus dibujos, y me detendré ahora en lo que para mí  constituyó una verdadera fiesta. Eduardo me mostró su próximo trabajo: La isla de los machos eternos.  Profundamente impactado por este trabajo, le pedí a Eduardo que me permitiera  presentarlo en exclusiva a los lectores de La Habana Elegante. Eduardo accedió.  No debo proseguir, sin embargo, sin advertir que es importante ante todo  establecer en qué consiste la línea de continuidad de este trabajo con El Muro. 
    
     Desde la entrevista que le  hizo Colina, son muchas las exposiciones personales y colectivas en que ha  participado Eduardo. Pero en su obra, a mi juicio, sigue sobresaliendo ese  «libro de artista» que sin dudas es El  Muro. Es galería, exposición personal, y libro de artista. El Muro reúne fotografías de homosexuales,  transgéneros, y travestis, realizadas en el verano de 2005 en el malecón  habanero. En la información que ofrece la editorial «Red Trillium Press / Aquí,  en la lucha» se detalla el trabajo, verdaderamente heroico, de Eduardo:
Trabajando sólo de noche, Hernández Santos reveló su rollo con una química vencida; imprimió sus imágenes en un papel fotográfico anticuado, y las revelo con una química agotada. Su cuarto oscuro era su cuarto oscuro. No fue una opción, sino una necesidad.
Una vez impresas las fotografías, usó tipos de imprenta para, literalmente, imprimir en sus imágenes, las palabras del fallecido poeta y dramaturgo, gay y cubano, Virgilio Piñera.
Una noche, tarde, a las cuatro de la madrugada y de regreso de El Muro a su casa, Hernández Santos fue golpeado y le robaron su cámara. Allí terminó entonces su proyecto.
Trabajando solo de noche en su cuarto oscuro, e imprimiendo a mano, presionándolas sobre la fotografía impresa, letra a letra, las palabras de Piñera, Eduardo evoca para mí la figura misma de Piñera que, “como un pájaro ciego que vuela en la luminosidad de la noche / mecido por la noche del poeta, /una cualquiera entre tantas insondables / vi[ó] a Casal / arañar un cuerpo liso, bruñido.” Con la misma “vehemencia” con que Casal arañaba ese “cuerpo liso, bruñido,” hasta romperse las uñas, Eduardo – volcado ahora sobre la noche de Piñera, y de los cuerpos ninguneados, y no obstante orgullosamente exhibiéndose en el muro, se rompía las uñas al presionar la voz de Piñera, imprimirla, extenderla en el muro. A la violencia de ese gesto afirmativo, pronto le siguió la otra, esa para la que la vehemencia misma de la cámara resultaba un exceso inadmisible. El pájaro que volaba ciego en la luminosidad de la noche se ve súbitamente interceptado por uno de los machos eternos de la isla.
De la Isla y el pájaro
     Lo mismo en El Muro que en La isla de los machos eternos – tal y como lo indican los títulos  de estas obras – la
 marca del espacio,  del lugar, es de la mayor  importancia. Si en la primera los cuerpos se exhiben, literalmente, en el borde  mismo de la Isla-Nación, la impudicia con que se exhiben va de la mano con la  estructura misma del libro, puesto que esas fotos aparecen semi-ocultas. Cada página  ofrece a la vista un trozo del malecón, pero la misma se pliega. Cuando abrimos  lo que estaba oculto, aparecen, en el centro, la foto de los cuerpos en el  muro, y en el otro extremo la continuación de éste. Esta estructura juega a  incentivar el deseo del lector-mirón, que no sabe qué otro(s) cuerpo(s) le  esperan en ese paseo por el malecón, ocupado por los cuerpos y la escritura  piñeriana que se imprimen en el muro y lo presionan. Sin embargo, sería un  error no ver el peligro que allí acecha, puesto que la provocación de El muro  ocurre en el límite mismo de la isla, allí donde se hace posible la fuga y se  revela el límite, el borde propicio al acoso.
      
     Eduardo mismo, al referir  su descubrimiento de un malecón diferente, reconoce que era a su vez  “inquietante,” y con “ojos azorados” percibe la noche que “parecía dar cobija  con sus sombras a unos seres extraños que se movían y vestían de forma poco  convencional.” A pesar de la fascinación que se apodera de él, y lo lleva a  acudir durante meses al lugar, comenta que lo hacía “siempre en compañía de  amigos pues debo confesar mi temor a lo desconocido y al hecho de que pretendía  usar mi cámara.”  El temor a lo  desconocido tiene como contracara, por supuesto, el temor a lo conocido. En ese  tramo del malecón no se reunían sólo los “travestis engalanados con llamativos  trajes,” o los “gays flirteando.” Allí había también “pingueros ofreciendo sus  servicios y muchos otros que no alcancé a clasificar.” El Muro, pues, podrá  hacerse accesible a la cámara, pero algo en él permanece borroso, inaccesible  al esfuerzo hermenéutico. Como si el límite mismo que representa el muro,  contuviera a su vez otro límite, o fuese una peligrosa hoja de navaja cuyo filo  azuza tanto al deseo como al miedo. En ese borde indecible se desdibuja – pero  nunca del todo, y ahí está su peligro – la sombra deseada, temida, repulsiva,  del macho.  La estrategia de semi-ocultar  las fotos de los cuerpos funciona como una perfecta bisagra con los versos  seleccionados de La isla en peso que,  si afirman la revuelta, también parecen profetizar la irrupción, en cualquier  momento, del macho.  Dicha afirmación  aparece provocativamente en la segunda
 inscripción en el muro: “Hay que saltar  del lecho / con la firme convicción / de que tus dientes han crecido / de que  tu corazón te saldrá por la boca.” Pero según caminamos, la relación  muro-escritura-imagen se va haciendo menos tranquilizante. En un pedazo de muro,  la misma imagen fotográfica que lo captura, lo libera, lo aísla pudiera  decirse, del resto del malecón. De hecho, es sorprendente que este es el caso  de casi todas las tomas del muro. Son pedazos de pared que podrían estar en o  pertenecer a otro lugar. Sobre todo porque el mar que está del otro lado aparece conspicuamente ausente. De ahí el ambiguo título de El muro en lugar de El muro del malecón. Incluso el título  en mayúsculas rotundas, en caracteres tipográficos anchos y pesados, sugiere el  pasaje a un espacio claustrofóbico – las antiguas murallas – y a otro incluso 
amenazador: el paredón. En el ejemplo específico a que me refiero, los versos de  Piñera resultan a la vez un desafío y una advertencia: “Nada podría detener  este cuerpo /Destinado a los cascos / de los caballos.” La fuerza del deíctico  – este cuerpo – que apunta a un cuerpo todavía oculto, resulta un tanto  inquietante cuando, al abrir el doblez, nos encontramos con un hombre que con  la izquierda en alto nos apunta con el dedo, mientras la derecha se recoge y se  alza con el puño cerrado. Lo extraño de esta fotografía es que el sujeto en  cuestión, no se parece a ningún otro de los que encontramos en El Muro. La expresión ambigua del  rostro, puede decirse que es seria. No parece cómodo. Es además, un hombre  maduro, posiblemente cerca de los cincuenta años. Parece fuera de lugar en esa  noche. Parece haber sido fotografiado en el momento de decir algo, y ese algo  no parece ni amistoso, ni inspira confianza. ¿El el suyo el cuerpo indetenible  y no obstante destinado a los cascos de los caballos? ¿O es él apuntando al  cuerpo indetenible – quizá el de Eduardo, quizá el de la cámara – y  advirtiéndole que nada lo podrá salvar de los cascos de los caballos? ¿Se trata  de la súbita aparición del macho? Y si este fuera el caso, ¿qué hacía él ahí?  El hecho de estar allí, en ese tramo del malecón, ¿no sugiere a su  vez que el cuerpo macho, supuestamente indetenible, podría igualmente estar  destinado a los cascos de los caballos?
           Esta pregunta nos lleva  entonces a La isla de los machos eternos,  y cuyo título parece refutar la última pregunta que hemos hecho: la isla es la propiedad, el dominio – se sugiere – de unos machos que son, para rematar, eternos. Y aun si interpretamos la  preposición de como indicadora del origen de esos machos, a primera vista las  cosas no parecen muy alentadoras: los machos eternos se reproducen eternamente  en la isla.
       La isla comparte con El Muro la  estrategia del semi-ocultamiento de las imágenes, que son solo seis. Estas  vienen dentro de una caja de cartón, manufacturada por el propio artista, y en forma de gaveta. Está recubierta por un papel que compró Eduardo. Al abrir la caja van apareciendo, en este orden, la carátula con el  título, un texto bilingüe escrito por el propio Eduardo, y revisado y traducido  al inglés por Roberto García Suárez; las seis piezas que componen la obra y que  fueron creadas con la técnica del linóleo, y finalmente un colofón con las  especificidades técnicas y que reproducimos junto con las imágenes. Se trata de  una edición limitada, de sólo tres ejemplares, y de los cuales uno es una copia  de prueba del artista que, por el momento, no está a la venta. Al igual que El Muro, el distribuidor de La isla en  los Estados Unidos es Steven C Daiber (Red Trillium Press/ Aqui en la lucha).
           Ahora bien, a diferencia  de El Muro, La isla no es un proyecto fotográfico, y por tratarse de la técnica  del linóleo es
 preciso insistir en el protagonismo de la línea del dibujo, y  también del grabado. Por otra parte, al menos en mi opinión, por sus  características materiales, esta obra es, más que El Muro, un libro-objeto.  En efecto, aquí se revela con más fuerza la pasión del artista por los objetos,  y por la obra de arte construida y concebida como un objeto, casi incluso como  un mueble. El concepto de la caja-gaveta manufacturada evoca la artesanía, el elaborado estilo de las cajas de tabaco.  Es decir, la de la caja de tabaco concebida como obra de arte, y en cuyo  interior no podía haber estar el tabaco esmeradamente elaborado: el tabaco  mismo era una verdadera obra de arte, joya y frasco de esencias, que llegaba  con su propio anillo al fumador experto como una aviesa propuesta de  compromiso. Muy masculino el tabaco, ya se sabe, pero muy dado al fuego, a  disiparse en puro humo. La caja sellada, por otra parte, se inscribe en el  secreto. Aunque el fumador conozca muy bien la marca, la excitación que suscita  abrir una nueva caja de tabaco, está ligada al instante de romper el sello de  garantía, y la subsiguiente revelación de la maravilla.
           No olvidemos, por otra  parte, que Martí envió la orden de alzamiento a la isla – a la isla de los  machos eternos, podríamos decir – escondida en un puro. Un puro que venía a  simbolizar tanto un pacto entre caballeros revolucionarios, como hasta cierto  punto también la ansiedad de castración del remitente, siempre obsesionado con  la virilidad y denunciando por doquier todos los signos de afeminamiento que  veía con tanta frecuencia.
           De modo que esta  caja-gaveta de Eduardo Hernández Santos, es también caja-armario y archivo de los que obliga a salir, uno a uno, a los  especímenes de macho de la isla. Si El  Muro es el lugar donde se visualiza la diferencia radical – radical en su  radical indiferenciación o queerness – en espacio limítrofe de un pedazo del malecón habanero, La isla, en cambio, lejos de marcar un límite representa la  ocupación, dominio y vigilancia del espacio insular por una de banda de machos.  Es el territorio donde campea el macho, mientras que El Muro-Muralla-Paredón, al revelar el desbordamiento de los cuerpos  extraños, nos recuerda también que la pared es un espacio de contención, y en  el peor de los casos que puede ser también el sitio de fusilamiento de esa misma  diferencia. Por otra parte, 
habría que advertir que sin un mínimo de  diferencia, la existencia del macho se pondría a sí misma en entredicho. Y no  otra cosa fue lo que acometió Eduardo con El  Muro: mostrar esa otra patria – la noche – en la que cada clasificación del  otro se desestabiliza, y de paso la de los clasificadores, con lo cual claro, simultáneamente  gana fuerza la revuelta y se reagrupan las fuerzas del macho sorprendido in fraganti en su propio espejo. Entre  lo uno y lo otro a Eduardo lo golpean brutalmente y le roban la cámara. Solo  unos instantes más tarde, se pone a dibujar el rostro de su asaltante. Lo hará  saltar, salir de la caja. Lo llamará por sus nombres, lo hará el objeto de una  taxonomía como esa que el macho creó para los otros: pájaro, pajarraco, maricón, pargo, cherna, pato,  yegua, hasta reducir su existencia, su derecho a existir a la levedad  insustancial de una metonimia: la pluma.   No es ocioso llamar la atención sobre la  paradoja de que la fauna seleccionada para denigrar a los homosexuales, y en  general a cualquier desviación del paradigma hegemónico, resulta ser  precisamente aquélla que pudiera considerarse endémica de la isla, es decir  natural y no contra-natura insular: el pez, el pájaro, la mariposa. Mientras  que el símbolo animal que por casi medio siglo fue asociado con una  masculinidad exclusiva, y quizá todavía lo sea para algunos – el caballo –  llegó a Cuba, como a México y Perú, con la conquista. Es por tanto, en efecto,  más que idóneo para significar la masculinidad colonial, invasora, arrolladora.  Esa que holla con sus cascos lo que encuentra en el camino.
           El macho, por el  contrario, no se asocia a sí mismo, ni es asociado por los otros machos con un  animal. Hay dos excepciones y, como veremos, no hacen sino confirmar la regla:  el gallo y el caballo. Ser un «gallito de pelea», o simplemente un «gallo»  denota una masculinidad afirmada en una sexualidad depredadora y sin riendas:  es el típico singón cubensis. Pero aun así, este epíteto apenas se usa. El otro  es el caballo, que no es necesario ni decir con quien ha sido identificado.  Pero aquí lo curioso es que haya sido un solo hombre el que lograra apropiarse  una masculinidad representada como un absoluto - «el caballo» - lo cual ilumina la desposesión y la vulnerabilidad en  que dicha apropiación deja a sus congéneres, la castración simbólica a que los  somete a
 todos. Al mismo tiempo, la fascinación de los castrados con el símbolo  de su propia abyección, revela por qué el macho solo puede afirmarse a expensas  del rebajamiento del otro; lo mismo si es un gay, una mujer, o incluso otro  macho. Y es que es solo a través de esa violencia puede disimular su propia  miseria, y no menos su propio deseo, y del que debe esconderse con mayor  vehemencia: el deseo de otro macho. En la isla de los machos eternos ese deseo  lo captura una expresión muy usual entre los mismísimos machos: «quitarse la  picazón». ¿Qué origina esa picazón?  Porque lo que permanece en silencio, de lo que no se habla nunca, es del  origen, de la fuente de la picazón. Por  lo que no está de más recordar que según la sabiduría popular, cuando se tiene  picazón no hay nada tan sabroso como rascarse. ¿Y no podríamos ver en las  peleas de los machos, en la necesidad de quitarse la picazón, también el deseo  irrefrenable de rascarse?
           Entonces, hasta ahora,  eran el homosexual, el gay, y significativamente la mujer - «perra» - los  únicos sujetos que habían sido maniatados en un bestiario.
           Podría decirse entonces  que Eduardo Hernández Santos opone al bestiario creado por la masculinidad  hegemónica, otro, no menos agresivo y desafiante. Los diferentes especímenes de  macho de La isla de los machos eternos se revelan impulsados por un hambre de dominio del espacio simbólico. Cada uno  de ellos domina prácticamente todo el espacio de la pieza que habitan. Esto lo  confirma a su vez la propia organización de los trabajos. Abre la serie el  «macho guardián», y la cierra el «macho gallo». Si el primero se eleva  orgullosamente y abre las piernas que – calzando botas militares – se afirman  en el occidente y el oriente respectivo de la isla; el segundo es el dueño de  la ciudad que recorre estrepitosamente sobre un carro descapotado, que conduce,  mientras con la mano del otro brazo, alzado, apunta hacia abajo en un gesto  reminiscente de «a mí me tocan los cojones». La pieza central es la del «macho  caballo», que aparece de perfil, marchando con paso 
militar como una fuerza  invasora y de ocupación sobre un espacio que no resulta difícil reconocer – a  pesar de la falta de un contorno específico – como el de la isla. El  exhibicionismo de estos machos en particular, el gesto de triunfo, y la  violencia explícita con que invaden y circulan por la isla, representaban un  riesgo, puesto que esas representaciones parecen oscilar ambiguamente entre el  rechazo que sugieren sus formas grotescas, y no obstante la fascinación con el  poder con que aparecen investidos eternamente.  Hay que tener en cuenta que la del «macho gallo» es una ciudad desierta, y que  la extensión del dominio espacial de la isla sugiere su asfixia bajo el peso de  las botas. Botas que como las del caballo,  aun si viejo, parecen eternas. Sólo  que la anatomía no menos ambigua de estos machos desacomoda la supuesta  eternidad de ese poder.  Aunque el  caballo muestra sus cojones, y el gallo los señala, las redondeces y extrañas  formas de sus pechos dan pie a otra historia. Sobre todo en lo que respecta al  caballo, puesto que sus pechos – no menos ostentosos que los cojones – están  delineados como flores. En el caso del «macho caballo» esto resulta más  llamativo, puesto que el pecho que vemos de perfil remata en lo que parece ser  un pezón impresionante. Es importante advertir, además, el carácter  performativo, de actuación de estas masculinidades, cuya afirmación requiere  además de una serie de accesorios o prótesis: el fusil, las botas, el carro que  va por la calle como gritando estrepitosamente abran paso. Es así que el artista socava desde dentro la jactancia del poder. Nótese que mientras un brazo del  «macho caballo» se levanta a modo de arma, y el otro se soba los cojones, algo  desencuadra la marcialidad masculina del caballo. El
 pene parece más colgar  cansado; el brazo con que se toca se muestra más fláccido en comparación con el  que se enarbola; esto, aparte de que como en todas las piezas restantes, el  cuerpo se retuerce, se deforma, y aparece desorganizado y sin la fuerza de los  brazos. De lo que resulta que los brazos alzados en son de triunfo se revelan  como lo que son: el resultado de una pose largamente ensayada y repetida. Pero  a Eduardo le pareció que todavía podía devolver con creces la golpiza, afirmar  la cámara del ojo crítico, e importó – o más bien reveló – en el interior mismo  de este bestiario, al «macho travesti». Con este gesto se dio un paso a la vez  arriesgado, y no obstante efectivo en su propuesta desmitificadora. ¿Qué  significaba introducir al travesti sino establecer un sospechoso continuum entre la gente queer de El Muro y los machos “señores”  de la isla? Así los dos trabajos se intersectan mutuamente, se transitan y  entrecruzan. Y no puede ser casual que se tratara no de la del gay o la del  pinguero, sino específicamente la del travesti:  es decir, la del sujeto que encarna la máscara,  la simulación.  
      
     Cabe advertir que el  «macho caballo» y el «macho travesti» - las piezas 3 y 4 – son las dos caras de  una misma moneda: de la actuación del macho, de lo que esconde y de lo que  presume. Como si una montara y desmontara a la otra. Igualmente, la segunda y la  quinta pieza – el «macho troglodita» y el «macho homófobo» - encarnan a su vez  una violencia dirigida equitativamente, podría decirse, contra el gay y contra  la mujer. Pero es de la mayor advertencia añadir que el «macho homófobo» entregado  al asesinato de los pájaros, se corta a sí mismo. Como si no pudiera asestarle  un golpe al otro, sin asestárselo él así mismo. Curiosamente, uno de los  pájaros cortados que habiendo caído al suelo parece encarnar la imagen total de  la víctima, alza el pico para capturar la sangre que cae de las heridas que el  «macho homófobo» se ha auto-infligido. Curiosamente, esto implica una  reinvención del mito del pelícano según el cual éste se sajaba el pecho para  con su sangre alimentar a sus hijos, historia típica del Bestiarum vocabulum medieval, y en la cual el pelícano era, en su  voluntad de sacrificio, la viva representación de Jesús. Mientras asesina  homosexuales, el «macho homófobo» se auto-hiere para alimentar a su propia  sangre. Apenas hace falta decir que detrás de estas seis piezas se revela un  lucidez artística, una compleja meditación sobre la violencia, la sexualidad y  la nación que no hace concesiones al facilismo, ni se doblega ante los riesgos  que este trabajo por fuerza implica. El «macho troglodita» es otro ejemplo de  lo que comentamos. Su soberbia erección – es de notar que es el único de la  serie que exhibe una erección descomunal – va de la mano de la violencia contra  la mujer a la que mantiene enterrada y literalmente aplastada. Pero el pene que  se impulsa como un misil deja al descubierto un culo no menos descomunalmente  abierto y por lo mismo vulnerable incluso a la mirada que se allegue por aquel  hueco.
      Eduardo Hernández Santos  escribió el texto que sirve de presentación o introducción de las piezas. En  cuanto a la que escrito a mi vez para presentar su trabajo, no tiene otro  propósito que el de establecer una conversación con su obra y con ese brillante  pórtico que escribió para franquearnos la entrada a este gabinete de  monstruosidades. Le corresponde entonces al caminante, al que se pasea por El Muro y se adentra en la fauna isleña  de las botas pesadas y posantes, organizar todas las piezas del diálogo.
           Ofrecemos al final el Curriculum de Eduardo Hernández Santos. Quede advertido el  caminante-lector-mirón que no soy crítico de arte; que es posible que haya  desbarrado en más de una ocasión. Prevenidos estáis. 
El «cacho crítico».
Obras Citadas
Colina, Cino. “Eduardo Hernández: Aferrado a la fotografía.” Granma, 29 de diciembre de 1993. 7.
Hernández Santos, Eduardo. El Muro: The Wall. Masachussetts: Red Trillion Press, 2009.
Ponte, Antonio J. “Casal Contemporáneo.” El libro perdido de los origenistas. México: Aldus, 2022. 33-41.

CURRICULUM VITAE
Eduardo Hernández Santos (Ciudad  de La Habana, 5 de Marzo de 1966)
      Profesor de gráfica en la Academia  Nacional de Artes Plásticas “San Alejandro” de La Habana.
  Dirección  particular: Antón Recio # 63 e/ Monte y Tenerife. Centro Habana CP10200
      E-mail: muroludens@gmail.com
  Móvil: (011-537) 53608959
Educación:
    1985. 
- Graduado de grabador y dibujante en la Academia Nacional de Artes Plásticas “San Alejandro”.
 
1990.
- Recibe el título de Licenciado en la especialidad de grabado en el Instituto Superior de Arte de La Habana.
 
1999.
- Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)
 - Miembro del Fondo Cubano de la Imagen Fotográfica.
 
EXPOSICIONES  COLECTIVAS.
    
2013
      -Sex in the City,  Galería la Acacia, Habana Vieja, Cuba, 18 enero-28 febrero
    
2012
      -“La  seducción de la mirada”: Fotografía del  cuerpo en Cuba (1920-211), Centro Hispanoamericano de Cultura, La Habana, Abril-Mayo, 2012
      -“Las  metáforas del cambio”: Exposición colectiva colateral  XI Bienal de arte de La Habana, galería Factoría Habana.
      -“Haciendo  presión”: Grabado contemporáneo cubano. Exposición colectiva  colateral XI Bienal de arte de La Habana, fortaleza de la Cabaña.
    
2011.
      - Ya sé leer. Exhibición  de Arte Contemporáneo Latinoamericano. Centro  de Arte Contemporáneo, Wifredo Lam, La Habana.
    
2009
      - El muro. X Bienal de La Habana:  Integración y Resistencia en la Era Global.
    
2008
      - Una perspectiva fotográfica. Heidy-Cho Gallery, New York
    
2007.
          - Cuba Avant-garde. Arte cubano contemporáneo de la Colección  Farber       
           (Contemporary Cuban Art from the Farber Collection). Samuel P. Harn    
             Museum of Art. University of Florida,  Gainsville.
    
2005.
      - Mi cuerpo, mi país, Cuba hoy. Museo de Bellas Artes.  Universidad de  
             Virginia. Estados Unidos.
        - Corpus-fragile Cuban Arts Festival,  Exit Art Gallery, New York
    
2004.
          - Feria  FOTO-L.A. representado por PANAMERICANART GALLERY. Estados  Unidos.
         - Feria FOTO-San Francisco, representado  por PANAMERICANART GALLERY. Estados Unidos.
      -  Feria FOTO-N.Y, representado por PANAMERICANART GALLERY. Estados  Unidos.
  
2003.
- Sex-timientos. Expo colectiva en el 16 Congreso Mundial de Sexología. Palacio de las Convenciones. Cuba.
 - Dialogo con la Luna en el jardín. Expo homenaje a Dulce María Loynaz. Galería EL REINO DE ESTE MUNDO. Biblioteca Nacional José Martí.
 - Cuban Photography: Revolutionary to Contemporary. Pan American Art Gallery, Dallas Texas.
 
2002.
         - Feria de ARCO de Madrid (Cutting  Edge).
    
2001.
          - Descubriendo la luz. Facultad de Artes y Letras. 
      Universidad de La habana.
      -  Contemporany Stories: New Cuban  photography.
        Halifax.  Canada.
- Una fotografía, dos fotografías. Fototeca de Cuba.
 
2000.
         - Salón de Invierno. Centro  de Desarrollo de las Artes Visua-
      les. Cuba.
      -   Salón de premiados. Centro de Desarrollo de las Artes     
      Visuales. Cuba.
  
1999.
- La Huella Múltiple. CENCREM. Cuba.
 - Salón Nacional de Fotografía. Fototeca de Cuba.
 
1998.
        - STA-TUS QUO. Trece  Novísimos Fotógrafos de Cuba.   
      Galería Juan Francisco Elso Padilla. Centro Cultural La Ma-
      Droguera.
      -  Cien años de fotografía cubana. Evento FOTO ESPAÑA 98.
      Casa  de las Américas en Madrid. España. 
- Coloquio Iberoamericano de Fotografía. Galería Juan David.
 - II Salón de Arte Cubano Contemporáneo. Fototeca de Cuba.
 
1996.
          - Primer Salón de Fotografía del Cuerpo Humano.NUDI 96            
      Fototeca de Cuba.
- Fotografía cubana. Fotocentro. Galería de la Unión de Periodistas de Rusia.
 - ECCE HOMO: tentativas sobre el desnudo masculino en Cuba. Siete artistas cubanos. Taller de Serigrafía René Portocarrero . La Habana.
 - El arte como la sal. Taller de grabado Carmelo González. La Habana.
 - Salón de profesores 178 Aniversario de la Academia “San Alejandro”. Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño. La Habana Vieja. Cuba.
 - El voluble rostro de la realidad. Fundación Ludwing de Cuba. Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. Cuba.
 - Desnudar la imagen. Galería La Acacia. Cuba.
 - Todos tienen algo que decir. Galería de Arte Oscar Fernández Morera. Sancti Spíritus. Cuba.
 - Soy vieja pero no antigua. II Encuentro Internacional de Historiadores del Arte. Galería Espacio Abierto. Revista Revolución y Cultura. Cuba.
 - Bandera posible. Fundaciones Vittorio Mazucconi. Milán Italia.
 
1995.
- Fotografía Cubana de los Noventa. Centro Cultural de
 
Belén  . Portugal.
      
1992.
- IX Salón de la Ciudad. Fotografía.Galería de Luz y
 
Oficios. Cuba.
- XVII Exhibición Internacional Independiente de Grabado
 
de Kanagawua. Japón.
- Antología de la Joven Fotografía Cubana. Galería Galiano.
 
Cuba.
- II Coloquio Iberoamericano de Fotografía.
 - Fotografía Cubana. Ryerson Gallery. Toronto. Canadá.
 - Cuatro pintores: La Habana y el mundo. Centro Cultural Recoleta. Buenos Aires. Argentina.
 
EXPOSICIONES PERSONALES.
    
2011
      -Exhibición de selección de obras,  Liebling Center Mann Gallery, Hampshire College, Massachusetts, USA
      Exhibición  de la serie fotográfica El Muro en el Smith College Museum of Art
    
2008
      -Palabras  (fotocollage) Galería La Casona. Habana Vieja
    
2005.
         -‘’ STRONG ‘’.Galería La Casona. Habana Vieja. 
    
2004.
         -“ Recuerda,cuerpo”.  Fotocollages. Dirección Municipal del 
      Poder Popular. Habana Vieja.
  
2002.
- Corpus-Frágile. Fotocollages. Galería La Casona. La Habana Vieja.
 
2000.
- A propósito de las flores. (fotos). Galería Lucile. Munich. Alemania.
 
1999.
- Espejismos. Fotocollages. Fototeca de Cuba.
 - Espejismos. Galería Codicen. Managua. Nicaragua.
 
1998.
- Cuado los cuerpos se confiesan. Fotos y Collages.
 
Galería L. Vedado. Cuba.
- Fragmentos Clásicos. Fotocollages. Facultad de Artes y
 
Letras.  Universidad de La Habana.
      
1996.
- De puertas para adentro. Dibujos. Galería Luz y Oficios.
 
La Habana Vieja.
- Objetos del deseo: la irresistible carnalidad del Mito.
 
Galería  Kahlo. Casa de la Cultura de Centro Habana.
      
1994.
- Homo-Ludens.Fotografías. Tugentheather des Iondes. Berlin. Alemania.
 - Blanco y Negro. Fotos. Galería Los Vitrales. Fondo Cubano de Bienes Culturales. La Habana.
 - III Coloquio Iberoamericano de Fotografía.
 - Ecbatana.Coarte. Fotocollages. Santa Rosa. La Pampa. Argentina.
 
1993.
- Homo-Ludens. Fotografías. Sofiokultureles Zentrum in Selbstverwaltung. Bochum. Alemania.
 
1992.
      
- Estados alternativos.  Fotografías. Fototeca de Cuba.
      1991.
- Entes. Dibujos. IV Bienal de La Habana. Galería Santa María del Rosario. Cotorro. La Habana.
 
Premios.
- 1999: Mención en el Salón de Premiados. Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. Cuba.
 - 1999: Tercer Premio Salón Nacional de Fotografía.
 - 1993: Primer Premio del Primer Salón Internacional de Fotografía “Abelardo Rodríguez Antes”, otorgado por la Fototeca de Cuba y organizado por el Fondo Cubano de la Imagen. Museo Nacional. Palacio de Bellas Artes. Cuba.
 - 1985: Primer Premio de Grabado. III Salón Nacional de Artes.
 - 1985: Mención a la labor pedagógica Académica ´96. Academia Nacional de Bellas Artes “San Alejandro”.
 
Publicaciones
Periódicos y Revistas:
- Revista El espejo del perro, noviembre, 2004, Madrid, España.
 - Suplemento El Cultural, El Mundo, 20-26 2002, Madrid, España.
 - Babelia Suplemento cultural, El País, No. 534, 16 febrero, 2002, España
 - Revista Descubrir el Arte, año 3, No. 36, febrero, 2002, España.
 - Revista Arte Cubano No. 1, 2000, Cuba.
 - Revista Unión No.37, 1999, Cuba.
 - Diario La Prensa, miércoles 11 de agosto, 1999, Nicaragua.
 - Diario La Tribuna, viernes 20 de agosto, 1999, Nicaragua.
 - Diario La Prensa, sábado 21 de agosto, 1999, Nicaragua.
 - Revista Unión No. 37, 1999, Cuba
 - Cuento Frígidos, Pedro de Jesús, Alalla Ediciones, febrero 1998, España.
 - Revista Perra año 3, No. 26, marzo 1998, EE.UU.
 - Revolución y Cultura No.5, septiembre-octubre, 1998, Cuba.
 - Periódico Escambray, Sancti Spiritus, Cuba 5 septiembre, 1997.
 - Revolución y Cultura, No. 3, 1996, Cuba
 - Diario La Arena, viernes 11 de noviembre, 1994, Argentina
 - Suplemento cultural Caldenia, 13 de noviembre, 1994, Santa Rosa, Argentina.
 - Diario La Arena, martes 22 de noviembre, 1994, Argentina.
 - Diario La Arena, martes 26 de octubre, 1994, Argentina
 - Granma Internacional. Edición español. diciembre 29, 1993
 - Periódico Bastión, junio 17, 1990. Cuba
 
Libros
- Art on Paper. March-April, 2009, USA.
 - El cuerpo habitado. Fotografía cubana para un fin de milenio. Carlos Tejo Veloso. Universidad de Santiago de Compostela, 2009, España.
 - Cuba Avant-garde. Arte cubano contemporáneo de la Colección Farber (Contemporary Cuban Art from the Farber Collection). Samuel P. HarnMuseum of Art. University of Florida. Gainsville, Florida (http://www.harn.ufl.edu) May 29 -September 9, 2007
 - Del otro lado del espejo. La sexualidad en la construcción de la nación cubana. Abel Sierra Madero. Editorial Casa de las Américas, 2006, Cuba
 - Imágenes del desvío. La voz homoerótica en el arte cubano contemporáneo. Andrés Isaac Santana, J.C. Sáez editor, Chile, enero de 2004.
 - Frigid Tales, Pedro de Jesús, City Light Books, San Francisco, USA, 2002.
 - Las estrategias del páramo, Norge Espinosa. Ediciones Unión, Cuba, 2000.
 - Cuba 100 años de fotografía. Antología de la fotografía cubana 1898-1998. Juan Manuel Díaz Burgos, Paco Salinas, Mario Díaz Leiva. 1998. Mestizo A.C., Fototeca de Cuba. España.
 
Colecciones  de museos y corporativas:
      
-  Colección Howard Farber.  New    York. USA
      -  Fototeca de Cuba.
- Apertura Foundation. New York . USA.
 - Museo de Arte de la Universidad de Virginia. USA.
 - Coleccionistas privados en EE.UU., Argentina, México, Nicaragua, Ecuador, Italia, Alemania, Suecia, Francia, España.
 
Colecciones  del libro El Muro/The Wall:
      
Museum of Modern Art Library; Green Library- Stanford; Nielson Library-Smith College; Beinecke Library - Yale University; Princeton University Library; Fine Arts Library – Harvard; Kransberg Art Library - Washington University; Wilson Library- University of Minnesota; George Eastman House; University of Miami Library; Cuban Heritage Collection University of Miami; Harvey Library-Hampton University; Tilton Library–Tulane; Phoenix Art Museum; Avery Library-Columbia College; British Library; Free Library of Philadelphia; Amherst College; Hampshire College; Smith Reynolds Library-Wake Forest; Sloan Library; Davis Library-University of North Carolina - Chapel Hill; University of the West of England - Bristol, Wellesley College Library; Williams College Library; Ibero-Amerikanisches Institut Library, Germany; Richter Library-University of Miami; George A. Smathers Libraries-University of Florida; Sterling and Francine Clark Art Institute; The Art Gallery of York University, Toronto; Oberlin College Library; International Center for Photography; New York The Sex Museum; New York, The Lesbian, Gay, Bisexual & Transgender Center; New York University Library; University of Texas at El Paso; University of Denver, Denver CO and the Newark Public Library, Newark, NJ; Duke University, Perkins Library-Special Collections; Lafayette College, Skillman Library- Special Collections; University of California- Santa Barbra- Davison Library, Special Collections; Dodd Research Center -University of Connecticut.
  