Filin

Chely Lima

Cuento inédito

     Chely Lima realizó sus estudios en su ciudad natal, La Habana. En 1978 comenzó a trabajar en las oficinas del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Al año siguiente pasa a trabajar en la radio, escribiendo para un programa musical e informativo. Ese año conoció al escritor Alberto Serret, quien más tarde sería su esposo y colaborador en muchos proyectos literarios y artísticos.
     En 1980 Lima y Serret se trasladan a Isla de Pinos (Isla de la Juventud), donde ella trabajó como asesora dramática de un grupo de teatro infantil primero, y más tarde como asesora literaria. Allí comenzó también su labor como editora de un boletín literario.
     En 1981 apareció su primer poemario, Tiempo nuestro (Premio 13 de Marzo, otorgado por la Universidad de La Habana). Al año siguiente publicó el libro de cuentos, Monólogo con lluvia (Premio David de Literatura 1980). En 1983 aparecieron sus primeros cuentos de ciencia ficción, como parte del libro Espacio abierto, escrito en colaboración con Alberto Serret, con el cual también escribió su primera pieza teatral, Retratos, estrenada en 1984. En 1985, varios cuentos y poemas de esta escritora aparecieron en antologías traducidas al checo, ruso e italiano.
     En 1986 comenzó a escribir libretos de televisión para el serial Del lado del corazón, en coautoría con Alberto Serret. Al año siguiente se estrenó Violente, primera ópera rock cubana, que escribió también con Serret.
     En 1987 recibió el Premio 13 de Marzo por su libro de cuentos para niños El barrio de los elefantes. A lo largo de ese mismo año escribió la serie televisiva Hoy es siempre todavía, en coautoría con los escritores Alberto Serret, Daína Chaviano y Antonio Orlando Rodríguez. La serie recibió el Premio Especial Pájaro de Fuego en el Concurso Nacional Caracol de Cine y Televisión.
     En 1990 incursionó por primera vez en el género policíaco con el libro de cuentos Los asesinos las prefieren rubias, en coautoría con Alberto Serret. Ese mismo año se estrenó la cantata Señor de la alborada, escrita por la pareja. Al año siguiente se publicó Brujas, su primera novela. En febrero de ese año, la escritora viajó a Ecuador en compañía de su esposo. Allí desarrolló una laboriosa trayectoria cultural que incluyó proyectos para televisión y radio. Fue editora y colaboró con los diarios ecuatorianos Hoy, El Comercio y La Hora. Además, impartió cursos y talleres para la Universidad Católica de Quito, la Universidad Andina Simón Bolívar, la CIESPAL y la Universidad Central de Quito, la Universidad Católica de Guayaquil, la Universidad Andina Simón Bolívar, y otras instituciones educacionales.
     En 1994, se publicaron en México sus novelas Confesiones nocturnas y Triángulos mágicos. Ese año comenzó a trabajar para el canal nacional ecuatoriano Ecuavisa, donde escribió ―en colaboración con Alberto Serret― los seriados El Chulla Romero y Flores (1995), Siete lunas, siete serpientes (1996) y Solo de guitarra (1997). Desde 1997 hasta 2003 formó parte del equipo de libretistas de la serie Pasado y confeso.
     En 1998 obtuvo el Premio Juan Rulfo para Literatura Infantil por su cuento El cerdito que amaba el ballet.
     En marzo de 2000, el escritor Alberto Serret, su compañero de vida y profesión, murió en Quito. La escritora permaneció en Ecuador tres años más, inmersa en varios proyectos, entre ellos el guión de la obra Tres historias de hotel, estrenada en 2001.
     En 2003, Chely Lima abandonó Ecuador rumbo a Buenos Aires (Argentina), donde permaneció hasta 2006. Allí se integró al equipo de guionistas de la telenovela Yo vendo unos ojos negros (Ecuavisa). A lo largo de ese año impartió clases de guion y dramaturgia. Y en 2006 escribió, junto a José Zambrano Brito, el guion para el largometraje Filo de amor, adaptación de la novela homónima de la autora, filmado en Quito bajo la dirección de Zambrano Brito.
     A finales de ese año, Chely Lima viajó a San Francisco, California (Estados Unidos), donde realizó una pasantía en el Museo de Bellas Artes De Young de esa ciudad, cerca de la Universidad de Berkeley. En 2007 inició su carrera como fotógrafa. Sus fotos pueden verse en el blog Detrás de la pared de niebla.
     En 2008 se trasladó a Miami (Florida), donde actualmente reside e imparte talleres de literatura creativa y de guión para el Florida Center for the Literary Arts del Miami-Dade Collage.
     En 2010 se publicaron sus novelas Isla después del diluvio y Lucrecia quiere decir perfidia.
     La Habana Elegante agradece su colaboración al amigo Jorge Olivares, Allen Family Professor of Latin American Literature del Department of Spanish en Colby College; y por supuesto, también a la autora misma, Chely Lima, por el privilegio de publicar su cuento “Filin.”

 

Filin

Chely Lima

     Pero es que yo nunca antes había sabido qué era eso del amor. Mis amigos decían que es un sentimiento muy anticuado. Y por eso me acostaba con la gente como si hiciera deporte. En definitiva, es bueno para la salud, ¿no? El corazón bombea con más fuerza, la sangre corre con violencia, los orificios del cuerpo se abren, los conductos se lubrican…
     Además, qué otra cosa puede hacer una cuando se apagan las luces de los cines y las cafeterías, y La Habana se adentra en un marasmo de trompetas borrachas. Fácil: se llevan a la cama un vaso de leche caliente y un hombre tibio, y se beben lentamente.
     A veces me ponía triste. Mi madre mascullaba en la cocina con un cigarrillo apagado en la comisura de los labios, y fregaba platos con furor… Baste decir que yo no paraba nunca en lo de mis padres. Discutían todo el santo día, se acusaban el uno al otro de su miseria… Era asfixiante.
     Conseguí un trabajo suave en una librería y me alquilé un cuarto.
     Y conocí a Ema en una fiesta que dio no sé quién. Estaba flaca. Muchísimo. Fíjese que se le marcaban los huesos. Pero eso le daba un aspecto muy tierno.
     Nunca antes había mirado con ojos de codicia a una mujer, y eso se lo aseguro por todos los santos. 
     Me senté a su lado y nos pusimos a hablar. De todo. De nada. De bobadas. Su mano, que era muy bella, muy delicada, tenía un cigarro encendido. Tropezó con mi mano. Me fijé en sus pupilas y allí me vi: otra mujercita endeble, prieta, temblando en el marco sedoso de sus pestañas.  Entonces sentí un corrientazo y me dije: ¡Esto sí que es cosa grande!
Ema me miraba a través de sus párpados semicerrados y a mí me empezó a fallar la respiración.
     Temblábamos las dos; a ella casi se le caía el vaso de vino. Nos metimos en el baño para poder besarnos. Estábamos tan mareadas que topábamos con las paredes al movernos. Y apenas habíamos probado alcohol.  Era… eso: el deslumbrón.
     Vivimos juntas medio año. Mas no pudo ser. Me dejó por un pelotero profesional. A mí no me importaba ya. Pero igual acabó conmigo.
     Tomé muchas pastillas para dormir cuando aquello. Tenía unas ojeras que me llenaban la cara. Casi no comía. Una vez me caí en plena calle, de la debilidad. Tuvieron que llevarme a un hospital y ponerme sueros. Recuerdo que me los arrancaba porque no quería seguir viviendo.
     Conocí a Eugenio en las tres primeras horas que pasé fuera de la cama donde acabaron amarrándome, para pasarme a buches los medicamentos. Estaba yo tan frágil como un pájaro recién nacido.
     Eugenio cargó conmigo y me alimentó y me cuidó hasta que empecé a cantar. Cantaba con todo el furor del desamparo. Gané dinero a montones por aquel tiempo. 
     Eugenio sacaba de mí la nostalgia y la iba convirtiendo en música, porque era un virtuoso de cualquier instrumento, y componía y tenía a mucha gente atrás pidiéndole sus piezas.  Trabajábamos juntos. Por las tardes dormíamos espalda contra espalda. El resto del día gritábamos y mascullábamos frente a un micrófono, con jazz, con son, con bolero, con filin…
     Creía yo que a él no le gustaban las mujeres, pero un día se me fue con dos. Con dos a falta de una. Dejé de cantar y empecé a beber. Tomaba lo que me caía: ron, cerveza, whisky, aguardiente, vodka, alcohol puro, perfumes baratos…
Una tarde me senté en el Gato Tuerto, como todas las tardes de esos últimos cinco meses, a tomar sola. Ni siquiera el barman me miraba, tan huraña era yo. Noté que alguien desconocido me estaba clavando los ojos. Era una mujer alta, hermosa, como alemana; una hembra de músculos tensos y pechos desbordantes. Rubia con mechones oxigenados que le bajaban hasta el descote. Maquilladísima. Cuando se llevaba la mano al cabello para acomodárselo, las uñas le relampagueaban en el aire un poco gastado del bar. Una gran dama. Una mujer capaz de llevar a su cama a un campeón de pesas. Una madraza. Me contemplaba sin pudor, pero sin descoque.  Imagínese: A mí, tan prieta, tan consumida.  De pronto, sonrió.
     Nos fuimos en su carro viejo. Sin hablar. En el primer semáforo del malecón agarró mis dedos y los puso encima de su rodilla.
     Poco más tarde, acostadas las dos en su canapé, le deshice el corpiño para que saltaran sus tetas primorosas. Ella me amamantó con dulzura. Después se alzó la falda, que le ajustaba en los muslos, y sacó su secreto: una verga bien torneada. Turgente, caliente, viva. Esa mujer no había nacido hembra. 
     Separó mis piernas, acariciándomelas, para penetrarme.
     Era madre y padre toda ella. Hablaba a mi oído, con voz bronca, todas aquellas indecencias que una sueña escuchar alguna vez; toda esa palabrería sucia que huele tan perfumadamente…
     Mientras comíamos, me contó que se ganaba la vida metiéndosela a los machos que la seguían, enloquecidos, por la calle.      Ella los golpeaba con su barra de amor, los forzaba a ponerse en cuatro pies y los traspasaba, pegando a la espalda de su víctima sus pechos como pomas.
     Ganaba bastante en ese oficio. Cobraba caro y gastaba poco. Y ganó desde entonces para mí. Por mí se paseaba en los atardeceres, contoneándose, un poco procaz y un poco tierna, y reclutaba clientes entre los cheos más recios del puerto.
     Así vivimos. Vivimos bien.
     ¿Y es que acaso era pecado despertarse y mirar su boca entreabierta, con restos de maquillaje del día anterior en las mejillas ásperas, y tocar sus pechos desnudos y seguir vientre abajo, hasta el racimo que se animaba en mi mano y se enderezaba como la cabeza de un hermoso animal que sueña?