La Moderna Poesía

El Fígaro, Habana. Febrero de 1899

 

     Comencemos este artículo por una declaración imprescindible. Estas líneas en favor del gran Establecimiento de libros y gran Centro de suscripción a todos los periódicos y revistas del mundo, es un acto de justicia que realizamos y no una página de reclamo que insertamos. EL FÍGARO no necesita acudir a ciertos procedimientos para el logro de sus propósitos. De un reclamo se sale con ocho líneas que dejan satisfecho al anunciante y salva la dignidad de la última página. Hoy es un artículo de elogio el que intentamos en honor de uno de los hombres trabajadores que más lo merecen, en honor de D. José López Rodríguez, el que la voz pública, que nunca se equivoca, ha designado con el nombre de Champion destructor en Cuba del monopolio librero.
     La vida industrial de López puede servir de modelo a cuántos han llevado en gran escala los negocios de su índole en este ramo. Sólo tiene su análogo en los grandes libreros de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. Una actividad pasmosa y una honradez a prueba de escrupulosidades le han servido para la realización completa de su magna idea.
     ¿Qué era la Habana, hace algunos años, antes de la revolución libreril iniciada, y llevada a feliz término por José López Rodríguez? Apenas existían entonces dos o tres librerías, de cortas relaciones mercantiles y dedicadas exclusivamente a la venta de libros de textos o de algunos autores clásicos. Respecto a suscripciones, alguna que otra de la Revue des deux mondes, de La Ilustración Española, La Moda y pare usted de contar. Los precios fabulosos a que se vendían las obras hacía imposible al mayor número la adquisición de ellas. Así resultaba que la misma cultura diese por resultado la ignorancia comercial, porque el monopolio tendía su negra red sobre todos.
     López vio la situación, contempló en toda su amplitud el abuso y se propuso aplicar el cauterio de la honradez a aquella llaga que amenazaba devorar el cuerpo social, corrompido el espíritu intelectual, y empezó en grande escala, a socavar y destruir el odioso privilegio. Grandes sinsabores, horribles oposiciones, feroces envidias, todo lo que los logreros pudieron acumular contra el digno contrincante se acumularon sobre la cabeza de López, quien despreciando las asechanzas y las animosidades y las celadas proseguía su obra de redención de la cultura.
     Anunció sus primeros precios y la Habana entera, la Isla toda, se conmovió. Todos quisieron convencerse por sus propios ojos que no era un sueño lo que leían y veían; que se podía leer por poco dinero, y lo que es más, que casi de balde podían adquirir lo que no adquirían por el excesivo precio que alcanzaban las obras en las otras librerías.
     La primera revolución inicióla López en los libros de texto. Arrancó de raíz el sobreprecio y dio las obras al mismo precio que en España, Francia y Alemania. Y se vio que sin ese recargo en la venta se podía hacer un buen negocio. El golpe fue de muerte para el monopolio librero. Todos los profesores, todos los de colegios particulares se hicieron en un día parroquianos de López. A los libros de texto siguieron las obras de literatura, al precio de fábrica en Europa. La popularidad de López subía como la espuma. La luz cegadora de la honradez los había convencido a todos. Y ya no se limitó el público a comprar libros. Quiso suscribirse a periódicos y se vio de pronto La Moderna Poesía llenar su casa de miles de periódicos de todo el mundo que abarrotaban los anaqueles del popular librero. Aquél vio que aquella avalancha de hojas impresas eran pocas a pesar de su enorme número para el ansia devoradora de lectura que se había apoderado de la Habana. 30.000 periódicos llegaban diariamente a casa de López y los 30.000 desaparecían en un abrir y cerrar de ojos.
     Hubo que ensanchar la gran casa que ocupa La Moderna Poesía. Se alzó un piso que se llenó enseguida, de pedidos que necesitaban una habitación especial, se alargó el piso bajo para instalar la tipografía, pues el público quiso obras impresas en la casa de López, pensando, y con razón, que quien tantos conocimientos demostraba en la venta de libros e impresos, debía tenerlos también para imprimirlos. Y no se equivocaba el público. Ediciones magníficas, entre ellas la de Los grandes liberales, de Hermida, fueron una prueba de que la imprenta de La Moderna Poesía está montada a la altura de las de Francia y de Inglaterra.
     La casa de López fue desde entonces el centro culto de la Habana, una especie de Ateneo popular. Allí se hablaba de todo mientras López se ocupaba sólo de sus negocios que llevaban su nombre a todos los confines de la Isla, desde el campo de la insurrección donde cada defensor de la patria cubana tenía un periódico con el nombre de La Moderna Poesía, hasta la gran casa del rico hacendado establecido en la Habana. Unos y otros le quieren porque todos le deben algo en lo que a cultura y progreso intelectual se refiere.
     Hoy López es una fuerza en la sociedad cubana. No se ha dormido sobre los laureles de su industria y ha aprovechado más el tiempo. En las horas del descanso, economizaba sobre su sueño estudiando una carrera. Hoy ostenta el birrete de licenciado en Farmacia, ganado a fuerza de estudio y laboriosidad.
     EL FÍGARO se complace en dar el retrato del simpático champion acompañado de una soberbia vista de La Moderna Poesía, casa que es hoy de las primeras de Cuba en su género y una de las más acreditadas en los grandes centros de propaganda de Europa y América.
     Nuestros lectores nos lo agradecerán.