Virgilio Piñera y La ciudad celeste

Jesús Jambrina, Viterbo University

 

     Virgilio dedicó más poemas a la familia Gómez que a cualquier otra amistad cercana o incluso miembros de su propia familia carnal. Estos textos aparecen principalmente en Una broma colosal (1988), y la antología La isla en peso (1998). Su relación con los habitantes de «Villa Manuelita», como se llama la Quinta en el barrio de Mantilla, al sur de la ciudad de La Habana, informan además su relato “Ars longa, vita brevis,” incluido en Un fogonazo (1987).  

     Los lazos que unieron al escritor con esta familia constituyen una metáfora de cómo la intelectualidad inconforme reaccionó a las restricciones institucionales del llamado «quinquenio gris», y también de cómo las energías civiles se organizaron simbólicamente contra la represión estalinista de aquellos años.

     Es conocido que la ciudad se llenó de lugares underground donde los jóvenes se reunían a ejercer su libertad y deseos personales. Cabe destacar la tertulia de Olga Andreu, tan celebrada en la autobiografía de Reinaldo Arenas; las reuniones en casa de Abelardo Estorino y de Raúl Martínez, mencionadas en la memoria de Antón Arrufat sobre Piñera, y así otros espacios que mantuvieron en circulación el impulso vanguardista e iconoclasta de los años setenta.

     Sin embargo, la tertulia de Juanita Gómez tenía otras dimensiones. No se trataba de una joven, aunque sus hijos Olga, Fina y Juan Gualberto (Yonny) lo eran,  sino de un símbolo de la nación que conectaba los ideales democráticos desde el siglo XIX hasta la época de la revolución. Juanita era la hija de Juan Gualberto Gómez, el prócer revolucionario, el hermano político de José Martí, un afrocubano que se había opuesto a la Enmienda Platt en 1902,  y quien fue conocido por su defensa de los principios democráticos y civiles.

     La figura de Juan Gualberto siempre ha representado lo mejor y más sabio de la nación cubana y su casa, más que casa, era – es – un santuario de la historia y la cultura nacional.

     Virgilio ciertamente estaba consciente de todo esto. En las fotos se le ve siempre deferente y cerca de Juanita Gómez. Con ella compartía el centro de la tertulia, y a ella reconoce su salvación como escritor:

Pues imagínese… Nada menos estaba yo a punto de ahogarme – ¿de ahogarme en qué cosa? – cuando usted, con su vara mágica me sacó de eso en que estaba a punto de ahogarme. Ya sabemos que no es ud el Hada Melusina o la maga Marfisa, que, ahora a escala humana, no es ni la princesa Vittoria Colonna o la Princesa Matilde… que, a escala de la ficción, no es la princesa Sanseverina o la Duquesa de Guermantes… que no posee un palazzo en Roma o un chateau en París, que tan sólo vive en Mantilla, en una quinta desvencijada. Pero también sabemos que ud es Juanita Gómez y eso basta. Allá la Sanseverina o la duquesa de Guermantes salvando o perdiendo a sus ahogados, a mi me basta con Juanita Gómez, hada, maga y gran dama, que me salvó de caer en ese horror que es el escepticismo, en ese escepticismo tan devorador que termina en hacernos creer que no creemos ni en nosotros mismos. Puesto que para el que posee el don supremo de la imaginación la vida no es ésa que nos obligan a vivir sino la vida profunda que nosotros imaginamos, conocer a Juanita Gómez fue una confirmación rotunda de mi imaginación, y en vez de verme obligado a mirar día a día el monstruo que me ponían delante, le superpuse la imagen de Juanita Gómez, hada, maga y gran dama. Ahora podré caminar por el infierno cotidiano acompañado por ella” (Nochebuena 1974, Vitral, 1997, 81).

     Fue el propio Virgilio quien bautizó el sitio con el nombre de La ciudad celeste, Yonny Ibáñez lo recuerda así:

Recuerdo que estábamos en la Galería, era la época en que las vigas permanecían cubiertas de enredaderas, pero Virgilio había pensado que el lugar tenía techo, como el resto de la casa, hasta que hubo un momento en que miró hacia arriba y se encontró con el espacio abierto: la luna, las estrellas y dijo: "¡Pero qué cosa es esto!" Imagínate — se le contestó — es problema de la fabricación, no tenemos materiales para techar. De ahí que tiempo después, en la dedicatoria de uno de los libros hiciera referencia a la Galería llamándole La Ciudad Celeste. (Jambrina, “Virgilio en Mantilla,” Diario de Cuba, 17-3-12).

     El resto puede decirse que hoy es historia: cada sábado entre 1974 y 1978 varios de los artistas y escritores censurados de aquellos años se reunían en casa de los Gómez a leer y presentar sus obras literarias, de arte, y de teatro. Nombres como los de Abilio Estevez, Antonio Canet, José Triana, Urania Vilches, César Bermúdez, Juan Boza, Juan Luis Fernández y Juan Gualberto (Yonny) Ibáñez entre otros. Con el tiempo, además de los sábados, Virgilio iba también los jueves. El pintor y grabador Antonio Canet creo las clásicas ilustraciones de Cecilia Valdés en un taller improvisado en casa de los Gómez, y el escritor Reinaldo Arenas visitó la tertulia durante la época en que estaba escondido en el parque Lenin. No es extraño que después de un tiempo, y debido al prestigio que adquirió la tertulia de Juanita Gómez en la ciudad de La Habana, el Ministerio de Cultura interviniera cerrando el lugar.
     Pero los testimonios fotográficos han quedado, y sobretodo, la obra, la memoria y el reconocimiento de ese espacio y esos años que escritores como el propio Virgilio Piñera, Abilio Estevez y Reinaldo Arenas hicieron en algún momento en sus propios escritos. A la crítica le toca indagar más en el significado de estas tertulias para los discursos culturales de la nación y su impacto en el trabajo y el pensamiento de las nuevas generaciones.