Una isla llamada Virgilio

Jesús Jambrina, Viterbo University

En 1941, Piñera escribió a Lezama una carta por las posiciones adoptadas por el autor de Muerte de Narciso en la revista Espuela de Plata. En ella dice: “Hay cartas a lo San Agustín o a lo Rilke que simplemente se dirigen a la luz y otras – ésta- que se dirigen a la sombra para desombrarla – procedimiento de la luz ganada desde la tinieblas” (Órbita, 255).

El autor de La isla en peso (1943) siempre entendió la luz como un ir más abajo, una perforación de la noche, un cavar en la historia, un morder, un gritar, un arañar la circunstancia a manera de definir. Puede decirse que con su obra Piñera levantó un templo a algo doblemente imposible: un país joven y un individuo que quieren ser en medio de condiciones adversas y hostiles en todos los órdenes del espectro histórico social. A varias décadas del intento ¿quién duda de su triunfo?

En su primera centuria, el personaje Virgilio ha superado al autor Virgilio: la anécdota de su vida le ha robado el protagonismo a una producción literaria que supera las expectativas de los lectores y los críticos más aviesos. Todos claman la genialidad de Piñera, pero ¿en qué consiste la misma? Hoy sabemos que, en rigor, Virgilio Piñera fue un héroe, un guerrero a pesar de sí mismo. La creatividad, la resistencia y la libertad de su escritura le otorgan un sitio en el panteón de los grandes de cualquier época e idioma, sin embargo, ¿sabemos bien por qué?

Este dossier quiere clavar el estilete en el corpus piñeriano, quitar un poco la costra que la (por momentos excesiva) atención al teatro nos han dejado en el último siglo y por ahora bajar hasta donde podamos en el texto y saber el peso de esa obra. Si los checos son afortunados de tener a un Kafka, los argentinos a un Borges y los mexicanos a un Octavio Paz, los cubanos somos afortunados de tener a un Piñera. Un escritor que orada la modernidad caribeña, llamando al reto sistemático y la transformación riesgosa: un escritor revolucionario, esto es alguien que siente terror de lo conquistado y sigue buscando (ver Terribilia Meditans I y II, 1942-43).

La luz piñeriana es una luz que se da cuenta de que los dientes han crecido y de que el corazón nos saldrá por la boca, también de que hay que implorar, agradecer y testimoniar. Concluyamos un año de celebraciones recordando que tanto esfuerzo no fue en vano y que un poeta convertido en isla de palabras es la más útil de las eternidades.

18 de noviembre, 2012.