Poema por Virgilio Piñera

Para Antón y Abilio

Alberto Acosta Pérez

 

I

Querido Virgilio: anoche te escribí una carta,
Una carta que me hizo subir el llanto a la garganta.
Allí estábamos todos, también tu y yo,
cada uno confesándose hasta el fondo,
entre camisas y bufandas caprichosas,
desnudándonos ante la multitud delirante que
nos lanzaba zapatos, trozos de carne y flores.
Estábamos ridículos sobre la cruz,
ofrecidos en pública subasta como dorados
salmones entre ruedas de tomate.
Fue, naturalmente, casi un naufragio,
una de esas experiencias que tú siempre quisiste vivir.
Yo, tu cómplice de esa noche, sentí miedo,
¿acaso no había pensado nunca que tenemos una vida humana?
Tu reías azorado: “todo esto es sólo polvo de la
vida. Vamos, hagamos un opening fastuoso”.
Leías declamando poemas,
en realidad todo me lo sugirió el arco voltaico de tus ojos:
“la libertad es una paradoja, un país de nadie
déjame olvidar esa palabra”.
Aquí traigo bellas flores blancas para Kavafis.
Jamás nadie pagó tanto.
Y para ti, una rosa de miedo, una rosa genuflexa,
la flor de las alucinaciones,
porque tú eres la pureza y ahora somos dos
los que nos confesamos en tus versos.

II

(¿Por qué no te encuentro ya detrás de los cristales
bebiendo el café en los ojos de los estibadores?)

III

En cuanto a mí, y siguiendo con mi carta,
yo pienso que estoy muerto,
y ahora sólo quiero escuchar solitarias y bellas mentiras
quizás pueda fingirme todavía un muchacho perdido
y arrojar al mar mis pequeños poemas con las
alas bien cosidas,
y entonces,
esta noche no hallaré cuerpos quemados en mi cama
ni flores aplastadas en las escaleras.
Cada día yo, un montoncito de carne tropical,
en frías oficinas
preguntando por ti,
dando a todos las preguntas de una sola respuesta:
éramos tan puros…
En mi sueño yo resistía los labios que hacen la
ternura templando,
suplicaba como suplica una estrella muerta:
“sájame con tus ojos y bautízame con tierra”.
Sentado a mi lado tú apartabas pesadillas
y agregabas rosas en confesión y azufre al desayuno.
No sé cuántos actos de magia, cuántos poemas efímeros
quemaste esa noche…
Los dos pensábamos lo mismo sobre el Karma.

IV

Al final,
desperté cansado con las piernas extendidas en cruz
como si sólo fuese una planta herborizada,
pero no me asusté demasiado:
todo puede suceder en la dulce venganza del poema.

Créeme, puedes morir de nuevo o puedes vivir
por un rato más,
yo siempre pensaré en ti y si alguien me pregunta
callaré el santo y sella que abre la blanca
escotilla del paraíso.