La bondad que encontramos en el camino

(cuento inédito)

Aurora Arias

Aurora Arias (1962) es una de las voces más reconocidas de la narrativa dominicana actual. Aunque se inició como poeta con dos importantes libros – Vivienda de pájaros y Piano lila – la  narrativa constituye el grueso de su producción. Sus volúmenes de cuentos: Invi’s Paradise, Fin de mundo y otros relatos y Emoticons, han marcado la pauta del desarrollo de la narrativa urbana en la República Dominicana, toda vez que le han valido a Arias la inclusión en numerosas antologías, la traducción de su obra al inglés, francés, alemán, islandés, italiano y bengalí, y la atención de la crítica académica internacional.  A continuación ofrecemos uno de los cuentos de Arias.

 

La bondad que encontramos en el camino

     Luko no está, dijo Mora de un modo dramático, mientras salía detrás de una cortina de bambú.
     La visitante explicó al ama de llaves que esperaría al propietario de la finca en la casa de arriba, tal y como le había indicado el propio Luko: si a tu llegada no he regresado, espérame en la casa de arriba.
     Mora atravesó la terraza, entró a la cocina, y se detuvo ante la gaveta de guardar los cuchillos. Sólo entonces podía vérsela por completo en la luz. El pelo negro, el rostro duro, la mirada de un brillo cansado. Los viejos tacones de plataforma, tan cansados como la mirada de su dueña, las piernas fuertes y velludas, la falda plisada, la chaqueta corta, el celular atado a la gruesa cintura como si se tratara de un revólver. No parecía el ama de llaves de una finca tropical. ¿Qué parecía?
            Si quieres te ofrezco un vaso de agua, exclamó Mora sin el menor resquicio de amabilidad en la voz.
No, gracias, respondió la visitante, que aunque desconocía por completo el lugar, dio media vuelta y se fue caminando de prisa por el oscuro sendero que conducía a la casa de arriba.
     El ama de llaves apenas tuvo tiempo de reaccionar. Abrió y cerró rápidamente la gaveta de los cuchillos. Luego, se quedó mirando al vacío, pensativa. ¿Esperar a Luko en la casa de arriba, con qué derecho? La casa de arriba, hecha por Luko con sus propias manos, a su gusto, para estar solo, o en todo caso, en compañía de su guitarra… No.
     Mora subió ella también rápidamente a la casa de arriba con la excusa de inspeccionar cómo andaba todo con respecto a la visitante. Al fin y al cabo, ella era la encargada de velar por la propiedad, en especial cuando no se encontraba su dueño.
El ama de llaves encontró a la extranjera sentada en el balcón, escribiendo. De vez en cuando, la muchacha alzaba la vista, contemplaba las plantas y árboles que se divisaban desde lo alto, lanzaba un suspiro y sonreía, al parecer, embriagada con el paisaje que tenía ante sus ojos.
     Otra que se cree que acaba de llegar al cielo, dijo Mora hablando entre dientes como era su costumbre. El ama de llaves agarró una silla de guano y se sentó al lado de la extranjera, que no había reaccionado ni un ápice a su presencia.
     Mora rompió a hablar acerca de la plaga de mosquitos que se había desatado meses atrás en la finca, y que gracias a ella había disminuído, y sobre lo que consideraba otra plaga, la de los trabajadores haitianos, a su entender, un mal necesario, que por el contrario, no hacía más que aumentar. Mientras, la visitante escribía en su cuaderno: “Aquí estoy. Nunca imaginé qué tan maravillosa es la República Dominicana. No quisiera despedirme nunca de este lugar. Vivir aquí, eso sí es suerte”, seguido de “Kindness you meet along the way”, y un rato después:  “but, I probably am a bit…”.
     De repente, se oyó el ruido de un vehículo en marcha que se acercaba por el sendero, un sonido cualquiera para la extranjera, pero inconfundible para el ama de llaves.
     ¡Luko!, dijo Mora, en un gesto contenido. Al rato apareció, en efecto, el tan esperado Luko, que regresaba de Nagua en su camioneta.
     ¡Aquí está mi invitada!, saludó de un modo alegre el alemán al entrar a la casa de arriba, construída con troncos y rodeada de plantas exhuberantes, árboles frondosísimos y maceteros colgantes sembrados de bromelias y orquídeas cultivadas por él.
     Al verlo, la visitante abandonó el cuaderno y fue a su encuentro. Ambos se hundieron en un abrazo dócil y entregado, como de amigos de toda la vida, y apenas se habían conocido unas horas antes en una parada de guaguas. Desde que la vio, Luko se sintió atraído por la cara de felicidad de ella. A ella, Luko le pareció un ser fuera de lo común. Fueron conversando durante todo el trayecto hasta Nagua, donde se separaron bajo la firme promesa de que volverían a encontrarse en la finca más tarde.           
     Mora, ella es Tari Tan, la amiga indonesia que conocí hoy, dijo Luko en un español nutrido de todos los acentos adquiridos en muchos lugares y dulcificado por el largo tiempo de residencia en la isla.
     Mora hubiese jurado que la tal Tari no se qué era china, una china, medio prieta, rara. Joven, de pelo largo y lambido, pero bajita y de pocas carnes. Con una sonrisa bonita, sí, no podía negarse. Pero por Lukotopía habían pasado montones de extranjeras con sonrisas, melenas y piernas más bonitas que las de ésta. Mora estaba cansada de advertirle a Luko que no fuera tan bueno y tan confiado, abriéndole su finca y sus casas a cualquiera, porque ¿qué se puede esperar de estas mujeres que andan solas por el mundo, con apenas una mochila al hombro? Y en el caso de la que tenían por delante… ¿qué sabía Luko qué pata puso ese huevo?
     Mora, sin embargo, no dijo nada. Se limitó a interrumpir la entretenida conversación que ya habían iniciado Luko y Tari Tan.
     Yo sé que a ti no te gusta que te pregunte qué quieres comer al día siguiente, Luko, pero ¿te cocino el pollo al curry mañana?
     Luko responde que sí, que no, que tal vez, que lo más importante para mí ahora es que bajemos a la casa principal y prepares la cena lo más pronto posible antes de mi concierto en el Rock’n Pirata, dicho con un aire de importancia tal que a Tari Tan le provocó una sonrisa, y a Mora, un rictus cruel.
     Al ama de llaves no le quedó otro remedio que meterse en la cocina y hacer lo que le ordenó su patrón. Mientras pelaba los plátanos utilizando la pequeña pero eficiente cuchilla automática regalo de Luko para que se defendiera de cualquier cosa, llegaba a sus oídos la voz cantarina de Tari Tan, sentada a la mesa con Luko bajo la suave luz de luna que penetraba a la terraza de la casa principal. Tari Tan charlaba con entusiasmo, saltando de un idioma a otro con una habilidad impresionante, ante la mirada arrobada del alemán. Recién graduada en una universidad australiana, la muchacha había partido en un viaje de vacaciones que se regaló a si misma como recompensa a sus esfuerzos estudiantiles, gracias a los ahorros amasados durante años trabajando como camarera en un restaurant. La travesía Sydney, Miami, Dallas, Los Angeles, Lago Itzclan, Machu Pichu, Bogotá, Buenos Aires, Santiago de Chile, Sao Paulo, París y Madrid que inicialmente se había trazado, apenas comenzaba cuando un percance de destinos aéreos la dejó varada por 4 días en un aeropuerto de la costa norte de la República Dominicana, algo de lo que en ese momento se alegraba.
     Luego de la cena se dirigieron los tres al centro del pueblo. Mora iba en medio, entre Luko que conducía la camioneta con prisa y se tocaba la corta melena cada dos segundos, y la indonesia, que no cesaba de hacer preguntas sobre el poblado, sus playas y su gente.
     El Rock’n Pirata no pasaba de ser un bar situado en una especie de rancheta rústica pintada de un rosa chillón. El propietario, Peter Berger, un alemán sesentón y barrigudo que tocaba la batería, dio la bienvenida a su compatriota Luko Blumer gritando algo que las dos mujeres que acompañaban a éste escucharon bien, pero que hizo reir a carcajadas al líder de “Los Nuevos Repelentes”, el mismísimo Luko.
     El lugar estaba repleto de extranjeros, en su mayoría alemanes residentes en Las Terrenas o de paso por allí, blancos como un papel o curtidos hasta el peligro por el sol. Algunos llevaban yesos en los brazos y las piernas, señal de que habían cedido a la tentación de ir en motocicleta por las majestuosas colinas características de esos predios, rompiéndose felizmente un hueso.
     Luko agarró la guitarra y arrancó a tocar los primeros acordes de Desperation, una canción romántica de su autoría. Por su parte, Mora y Tari Tan tomaron asiento una al lado de la otra. Enseguida, la muchacha sacó su cuaderno de viaje. Ok, so here I am, en la noche, pero disfrutando del sol de todas formas, de la música, la brisa, las palmeras que se mueven a unos cuantos metros, y el Mar Caribe en la breve distancia, escribió.
     Qué ridícula, dizque escribiendo en un bar, dijo entre dientes el ama de llaves mientras revolvía su primer trago de ginebra con jugo de naranja de la noche, cortesía de Luko.
     La canción de Luko hizo que Mora se olvidara por un rato de la indonesia. El ama de llaves se tomó el permiso, incluso, de cerrar los ojos y mover la cabeza al ritmo de la melodía. ¿Y si las letras en inglés de esa canción tenían algo que ver con ella? Después de todo, se lo merecía. Mora se había ganado la confianza de Luko para todo. Ella le cuidaba su finca, le atendía sus casas, supervisaba el trabajo de los demás empleados y obreros, le recortaba el pelo, le masajeaba el cuello, le cocinaba un pollo al curry todos los domingos. Ella era la mejor amiga, consejera, aliada, asistente y paño de lágrimas de ese hombre extraordinario que diseccionaba sapos y coleccionaba mariposas. Nadie le pelaba los plátanos, le sembraba la yuca, le regaba las plantas, le zurcía la ropa ni le mataba los mosquitos y le cuidaba las orquídeas, las gallinas, los huevos, los caballos, las vacas, las carnes, las leches, las mieles, mejor que ella. Nadie le era tan leal, ni siquiera la ex–mujer de Luko. Hay mujeres que no piensan antes de destruir un matrimonio, solía rumiar Mora, quien no había roto formalmente el suyo propio, a pesar de que ya no servía para nada, precisamente porque, madre al fin, pensaba en sus hijos. Pero un día se cansó de pasar penurias y aguantarle maltratos al vago e irresponsable de su marido, que lo poco que conseguía lo gastaba en romo, mujeres y quinielas. Y para que sus hijos no se murieran de hambre, Mora salió desgaritada hacia la costa noreste de la isla a buscar trabajo. Fue así como se convirtió en el ama de llaves de una finca llamada Lukotopía.
     Buenas noches, somos el grupo Los Nuevos Repelentes y estamos en el Rock’n Pirata realizando esta presentación con los cuatro mejores músicos de Las Terrenas, dijo Luko en español al término de su canción. Tras el saludo, hubo un silencio. Luko repitió lo mismo en alemán, y el público comenzó a aplaudir, mientras Peter hacía sonar la batería. A seguidas, Luko, vestido como desde 25 años atrás (jeans desgastados y blusa hindú que a sus 45 años de edad le quedaba un tanto apretada), hizo una seña a su ama de llaves, indicándole que era hora de que se levantara de su asiento y le tomara fotos mientras interpretaba la próxima canción.
     En la acera de enfrente, un grupo de lugareños se entretenía observando de brazos cruzados el accionar de los extranjeros en el Rock’ n Pirata. A la derecha del bar se encontraba el local de la “Asociación Humanitaria”. A la izquierda, la discoteca Pepa, propiedad de una española del mismo nombre que competía con el negocio de Peter poniendo bachata y merengue. A espaldas de los lugareños, el cementerio municipal. Un poco más allá, frente a la playa, las ruinas de lo que antes fue un hotel y luego alguien convirtió en el tipo de lugar que todos pretendían no saber lo que en realidad era. Por su parte, los de la policía turística, decentes y bien uniformados, hacían su ronda nocturna a bordo de una yipeta blanca. Pasaron, echaron una ojeada, vieron que todo parecía normal, y se fueron.
     Fue entonces cuando al Rock’n Pirata entró una joven embarazada, alta, de piel negra y cuerpo macizo, vestida con una túnica blanca de ribetes dorados en el cuello que la hacía lucir como una diosa. La joven iba acompañada de un alemán de camisa de flores que entró al bar mirando a todos con una sonrisa altanera, al parecer, orgulloso de la joven que llevaba del brazo. En ese momento, de una balada country los músicos pasaron a interpretar una samba.
     ¡Muito obrigado!, dijo Luko al finalizar.
     Mora bebía de su segundo vaso de ginebra con jugo de naranja, en el momento en que los integrantes de la banda dejaron sus instrumentos musicales a un lado para tomar un receso. Luko aprovechó para saludar con besos y abrazos a sus amigas europeas, todas de piel bronceada y pelo trenzado, queriendo ser lo que no son, murmuró el ama de llaves para sí. Como si necesitara con urgencia distraer su atención en algo, Mora se ofreció a ayudar a un alemán acompañado de una dominicana teñida de rubio, en la tarea de pedir una cerveza. Las camareras de este bar, dominicanas todas, no atienden a su trabajo y sólo se ocupan de menear las nalgas dentro de sus minifaldas, se creen maestras, es decir, lo enseñan todo, dijo Mora camino al mostrador.
     En cuanto el ama de llaves dio la espalda, Luko hizo una seña a Tari Tan de que le siguiera. En cuestión de segundos, ambos cruzaron la calle, se metieron en el cementerio y bajaron hasta la playa, internándose en la oscuridad. Desde el hotel en ruinas se escuchaba una canción interpretada por Donna Summer. I need some hot stuff baby tonight, tarareó Luko, mientras abría los brazos y bailaba un poco cómicamente mirando de forma seductora a su acompañante. Visiblemente deleitada con todo lo que estaba ocurriendo, Tari Tan parecía más que feliz.
     No me gusta fumar cuando estoy en un concierto, pero… dijo Luko, y encendió un porro. De inmediato, un humo denso y aromático impregnó la atmósfera. Durante un rato, Tari Tan y Luko aspiraron en silencio una y otra vez. Hermoso momento, hermoso lugar, susurró finalmente la muchacha, los ojos entornados mirando al mar. Entonces, con mucha mayor maestría que la exhibida al tocar la guitarra, Luko tomó a la indonesa por la cintura y la pegó a su cuerpo. Se besaron larga y profundamente.
     Al despegarse, Luko se pasó la mano por el pelo y se aclaró la garganta. Con un tono de voz suave y grave al mismo tiempo, dijo que antes que nada, necesitaba explicarle algo. Tari Tan asintió con la cabeza, y risueña, se dispuso a escucharlo.
     Las Terrenas no es el lugar fabuloso que aparenta ser, comenzó diciendo el alemán. Es, por el contrario, un refugio de piratas de toda especie. Incluso, hay personas aquí a quienes les encantaría verme muerto. Por eso te pido que seamos muy, pero muy discretos. No sólo por mi seguridad, sino también por la tuya.
     Tari Tan lanzó una risotada. Debía tratarse de una broma.
     No te rías, te juro que no es cosa de risa, le cortó de inmediato Luko, en un tono de voz definitivamente tenso. Estoy metido en una situación delicada, ¿entiendes?
     La indonesia pasó de la risa a la perplejidad. No, no entendía. Luko la agarró por los hombros, alejándola un poco de sí. El alemán arrancó a explicarle que su ex esposa, una lugareña con quien Luko había procreado un hijo, luego de serle infiel con un dominicano, lo abandonó, llevándose no se sabía adonde al hijo de ambos. A Luko el mundo se le vino abajo; todos en Las Terrenas se burlaban de él, descuidó la finca, los trabajadores comenzaron a robarle, los clientes a engañarle y los deudores a presionarle. Lukotopía y su propia vida se derrumbaron. A punto de perderlo todo y sumido en una depresión terrible, apareció Mora Sánchez en su camino. Venía de un pueblo atrasado del sur de la isla, y a pesar de ser muy lista, debido a su extracción social humilde, nunca tuvo oportunidad de desarrollarse. Luko, que por su experiencia viviendo en países tercermundistas se consideraba sensible a esas cosas, le dio trabajo en su finca, en principio, como una simple cocinera. Pero desde el primer día, Mora se entregó en cuerpo y alma a él y a su propiedad salvándolo de la ruina, muy a pesar del poco sueldo que él podía pagarle. Desde entonces, Mora era para Luko, sin lugar a dudas, un ángel salvador. El problema consistía en que, por causas ajenas a la voluntad del alemán, su ama de llaves se había enamorado desquiciadamente de él. Lo peor no era eso, sino que todos en Las Terrenas lo sabían, y Luko temía que sus enemigos pudieran utilizar el asunto en contra de él. De manera que por nada del mundo deseaba herir los sentimientos ni mucho menos provocar los celos de la pobre Mora.
     Sin ella en la finca estoy perdido, así que, pase lo que pase entre nosotros, te ruego que seamos muy discretos, remató Luko, mientras soltaba los hombros de Tari Tan, y se pasaba ambas manos por el pelo, abatido.
     ¿Te aprovechas de los sentimientos de una mujer enamorada para convertirla en tu esclava?,  dijo entonces la indonesia, muy seria.
     Luko dejó de pasarse la mano por el pelo. Quedó en suspenso durante unos segundos, como si no pudiera dar crédito a lo que acababa de escuchar. De una chica inteligente, divertida y atractiva como Tari Tan, él esperaba palabras de confort y comprensión, no que le viniera con reproches y cuestionamientos. ¿No se daba cuenta, además, de que intentaba protegerla? Luko la miró por última vez, aplastó lo que quedaba del porro sobre la arena, y se alejó. Tari intentó explicarle que había aceptado su invitación a visitar a Lukotopía porque le pareció un gesto muy gentil de su parte y deseaba pasarla bien sin que fuera su intención provocar los celos de nadie ni mucho menos enojarlo, pero ya era demasiado tarde. Luko, sombrío como un alma en pena, caminaba en dirección al cementerio, de vuelta al Rock’n Pirata.
     Minutos después, Tari Tan hizo lo mismo. Mientras se acercaba al bar, se dio cuenta de que algo andaba mal. Un haitiano que desde temprano se mantuvo apostado a la Asociación Humanitaria chequeando la entrada y salida de gente del negocio de Peter, estaba yéndose a los puños con el alemán jactancioso de la camisa de flores, cuya acompañante no se sabía cuál de los dos embarazó. El alemán, completamente borracho y mucho más viejo y débil que su rival, se tambaleaba como un muñeco de trapo ante las trompadas que le propinaba el otro.
     Desiderio Arias, hombre de valor, le gusta la paz, pero con honor, sonaba a todo dar un viejo merengue en la discoteca Pepa.
     La policía turística había concluído su última ronda de la noche y no apareció por ninguna parte. Asustada, Tari Tan buscó refugio detrás de un poste de luz. Ahí se topó con una señora huesuda y de pelo rubio y corto, que llevaba un vaso plástico lleno de ron en la mano. Con voz estropajosa y fuerte acento holandés, la mujer le dijo a la indonesia que yo no saber lo que pasa, pues siempre bien, pero hoy Lolo quiere pelear con Hoffman.
     Finalmente, Hoffman quedó tendido en la acera sangrando, mientras Lolo se llevaba a la muchacha embarazada a bordo de una motocicleta conducida por un intrépido motoconchista que para sorpresa de todos, apareció en escena.
     Todo ocurrió muy de prisa a partir de entonces. Tari Tan vio cómo el motoconchista se subía a la acera y pasaba rasando por el poste de luz donde ella se había refugiado, al tiempo que le cuchicheaba al oído algo así como coño mami tú si tá chula. Lo que la muchacha no pudo ver a tiempo fue el rostro amenazador de Mora Sánchez saliendo de entre la penumbra. Una confusión de gritos de advertencia en más de un idioma se dirigieron a la indonesia, igual que la cuchilla que quedó clavada sobre la madera del poste de luz, gracias al oportuno empujón que la señora huesuda y de fuerte acento holandés dio a la muchacha.
     ¡Aquí no problem!, voceó con júbilo una camarera del Rock’n Pirata, intentando reanudar las actividades del bar como si nada.