La Habana: 490 Aniversario de su fundación

Como cada 15 de noviembre, volvemos a reunirnos al pie de la ceiba del Templete virtual de La Habana Elegante para festejar el aniversario de su fundación, esta vez, el 490. Agradecemos a quienes participaron con sus mensajes, y les damos la bienvenida a todos. Ya se abren las puertas del Templete, y en fila, podemos entrar al fin, darles las tres vueltas a la ceiba y pedir nuestros deseos. Abrazos para todos.

Francisco Morán, editor

 

1871

     “Terminamos el día en el paseo, una mezcla de calle y campo de distracción, cuyo uso es una peculiar institución cubana. La sociedad, como nosotros la entendemos, no existe aquí. La retreta ocupa el lugar de nuestras vidas nocturnas, y el paseo hace las veces de nuestras visitas matinales. Además de estas, están las visitas de ceremonia, los bailes, «il teatro», alguna cena ocasional y, ¡nada más!, o, si lo hay, yo no tuve la suerte de encontrarlo.
     El Paseo de Ysabel Segunda cruza la ciudad en línea recta desde la bahía hasta el océano, del lado de afuera de las murallas. Tiene entre trescientos y cuatrocientos pies de ancho, y cerca de una milla de largo; diferentes partes de este paseo se conocen por distintos nombres como el «Prado», el «Parque de Ysabel», etc. Está ornamentado con hermosos árboles, arbustos, flores, glorietas, estatuas y fuentes. La mejor de estas, de mármol, es conocida como La Fuente de la India. Además, tiene dos rústicas calles para carruajes, entre las cuales están los asientos para los ociosos y sendas para los paseantes; a lo largo de este paseo están los mejores edificios de la ciudad tanto públicos como privados. Pero el favorito de todos es el «Paseo de Tacón» - una noble doble avenida alineada con árboles y villas, y embellecida con fuentes y estatuas, que conduce desde el Prado hasta El Cerro – un hermoso poblado sobre una colina a tres millas de la Habana, que gobierna una magnífica vista de la ciudad, los suburbios y el océano. […]

W. M. L. Jay (J. L. M. Woodruff). My winter in Cuba. Reproducido en Gustavo Eguren: La fidelísima Habana, p. 358.

 

1891

     “Los hoteles de Cuba han sido remodelados y reconstruidos en tal forma que escasamente son inferiores a establecimientos americanos de su misma clase. En los mejores hoteles usted lo encontrará todo bien ordenado, limpio y sano.
     El menú es excelente, y usted se sorprenderá de las formas de servir el pescado, las carnes, vegetales y frutas, tan totalmente diferentes de las que usted está acostumbrado. Todo está muy condimentado, y el aceite de oliva entra en la confección de muchos platos. El café es servido desde las 5 a las 8 de la mañana en salas especiales; al levantarse usted va a este establecimiento público, o pide una taza de café en su propio cuarto. La taza de café va acompañada generalmente de alguna galleta, una naranja u otra cosa por el estilo. El almuerzo es de diez a doce y la cena servida de 5 a 8. Esta última es la principal comida del día.
     La lista de comida, incluyendo vinos españoles y cubanos, es muy completa; la carne bien cocinada y tentadoramente servida.
     Después de comida, los caballeros encienden cigarros o tabacos y fuman una media hora o más, en la mesa, mientras conversan con las señoras. (Parece que no hay en Cuba ningún lugar a salvo de tabacos y cigarrillos.) Se fuma en los tranvías, en las salas particulares o salones de los hoteles, en los bailes, pero no es permitido en los teatros, seguramente porque la humareda impediría ver a los actores.”

Elliot Durand. A week in Cuba. Reproducido en: Gustavo Eguren. La fidelísima Habana, p. 397.

 

 

Desde esta ceiba (desde el soñado Bosque... de la Poesía Cubana, que inicié en Casablanca..) un largo abrazo en el nuevo aniversario de fundación de la Ciudad.

Soleida Ríos

 

Crónica

El Fígaro, Año VIII, n. 5, 14 de Febrero de 1892, p. 7

………………………

     Estamos en pleno […] yankee, en el gran salón de comer del “Hotel Inglaterra”, solo se ven caritas rosadas de elegantes americanas y rollizos y mofletudos compatriotas de Mc. Kinley.
     Ellas, con sus pequeños sombreritos, redondos y llevando en bandolera la carterita de viaje, recorren en grupo las calles de Obispo y O’Reilly, asaltan las abaniquerías y se vuelven locas con los abanicos cuyos paisajes reproducen alguna escena torera u ostentan el retrato de Frascuelo o Lagartijo. Compran banderillas de lujo y salen de la tienda llevando bajo el brazo el abultado paquete. Ellos, cámara en mano, recorren los paseos, toman fotografías del Morro, Plaza de Armas y de la Pila de la India, visitan la tumba de Colón y luego se van a la valla de gallos.
     Al ver tantos semblantes rubicundos se olvida uno que está en los trópicos y cree que la Reina de las Antillas ha sido trasladada por arte de encantamiento a otras latitudes.
     Esta semana la ilusión ha sido completa, hemos tenido nieblas dignas de Londres. En la bahía, envuelta en el lechoso manto de bruma, tuvo que paralizarse el trabajo. Los vapores de Regla y Guanabacoa, andaban locos, perdieron el rumbo y por poco van a dar a Cayo Hueso o al Polo. Los trenes tuvieron que detener la marcha porque las locomotoras no veían más allá de sus férreas trompas. Fuera del puerto, un vapor americano fue a dar de bruces contra los arrecifes creyendo embocar la entrada. Y ahora, para completar el cuadro, el cielo se ha entoldado y el viento norte apunta allá en el horizonte que cierra negra barra de nubes.
     El antiguo “Café del Louvre,” hoy “Inglaterra,” ha cambiado de fisonomía como de nombre. Desaparecieron los espejos y las blancas paredes y con ellas los consumidores de refrescos y helados; hoy las paredes entapizadas y las molduras de barnizada madera le dan el aspecto de un “Bar Roon” y en las mesillas de mármol solo se ven copas llenas de bebidas compuestas y baterías de botellas de cerveza.
     Los paseos obligados son al Cerro, al Vedado, al Cementerio y algunas veces a Palatino. De estas excursiones vuelven los touristes, encantados de la belleza natural de la ciudad, de la pureza del aire, de la diafanidad del cielo, de lo pintoresco del paisaje, pero maldiciendo del Ayuntamiento que no riega las calles ni las compone.
     Lo que más llama la atención de los extranjeros que visitan la Habana, es la magnífica exposición de ruinas que pueden admirar en las cercanías del “Parque Central.” Ellos creen que Zulueta era un compañero de Colón y que las ruinas del Palacio que fabricó en aquella época se conserva religiosamente por la Comisión Municipal, como monumento histórico. Es perfectamente inútil intentar sacarlos de su error, en sus cerebros civilizados no entrará nunca la idea de que esas ruinas están allí, porque el Ayuntamiento no se cuida del ornato público y que no tienen más interés histórico que las suelas de sus zapatos.
     ¡Ah! ¡Si nuestro Ayuntamiento quisiera! ¡Cómo aumentaría el número de touristes cada año! y ¡cómo quedarían aquí sus “Águilas” y sus “Libras!”
     Cinco años de buena administración municipal y algo de protección por parte del Gobierno, y la Habana será en invierno el punto de cita de todos los que huyen de la nieve, de todos los enamorados del sol. Tendría su estación que nada tendría que envidiar a Venecia, Niza, &.
     Pero eso lo verán nuestros tataranietos…..
[….]

Raoul Cay

 

Ceiba

Sé y va
Sé y vienes
Soy y voy
Sé y vamos
Sé y va
Ceiba

Efraín Barradas

 

 

1896

     “En una estadística que tengo a la vista de la mortalidad habida en la Habana durante tan solo un lustro, se expresa que han fallecido en esta ciudad 33, 931 personas, de las cuales 20, 118 han sido víctimas de enfermedades infecciosas; es decir, de esas que los higienistas modernos califican de padecimientos evitables, y que yo llamaría mejor padecimientos imputables a los encargados por velar de la salud pública. […]
     Para dar una idea de la urgencia con que deben realizarse las obras de desagüe de las inmundicias de la Habana, conviene llamar la atención sobre la cantidad de materias excrementicias a que dan lugar las grandes poblaciones. La cantidad media de las excretas correspondientes a un solo individuo, ha sido calculada por Pettenkofer en 90 gramos de materias fecales, y 1170 gramos de orina al día. Según este cálculo cada mil personas darán lugar anualmente a 34,000 kilogramos de heces y 428, 000 litros de orina. Si a esto se agregan 159 litros diarios de aguas sucias por habitante, que son los que se evacúan aproximadamente procedentes de los servicios de las casas, resulta un total de 160, 000 litros diarios de inmundicias por cada 1,000 personas. Tomando ahora el último censo de población de la Habana, tendremos aproximadamente un total de 38, 000, 000 litros de materias orgánicas fermentecibles y peligrosas, que por falta de evacuación conveniente, se infiltran por todas partes, contaminando el suelo y subsuelo de la ciudad.”

Cesáreo F. de Losada. Consideraciones higiénicas sobre la ciudad de la Habana. Reproducido en: Gustavo Eguren. La fidelísima Habana, p. 403 – 405.

 

 

A menudo repito que si tuviera un solo deseo para Cuba, sería que nunca más un cubano tuviera que vivir desterrado.  Primero, porque es algo tan doloroso que no se lo deseo a nadie, y segundo, porque ello querría decir que habríamos aprendido a convivir. Esa esperanza abrigo hoy mientras mentalmente le doy la vuelta a nuestra ceiba: una Cuba que nos cobije a todos. Me parece suficiente.

Uva de Aragón, Miami

 

 

MORÁN: Sirva recordarte que La Habana fue fundada en o cerca de la desembocadura del río Mayabeque, propiedad de los güineros con el permiso de los catalineros, (aunque no realmente del Congo). Por esa razon vamos a tratar de quitarle un poco de telaraña a mi nota y desearle a la jovencita Habana una mejor salud, menos estornudos por cada edificio que se derrumba y su consiguiente polverío. Ah, pero eso sí, que tenga la certeza de que le daremos la vuelta a la ceiba del Templete en cualquier momento usando zapatos en los que llevaremos tierra de libertad. Saludos, un abrazo y mucha salud:

Henio del Castillo

 

 

Como siempre en esta fecha, un saludo para todos los que nos arremolinamos alrededor de la ceiba virtual, con agradecimientos a Francisco y su delicada faena en traernos esta alegría. Esperemos que para los 500 años de la Habana nos juntemos todos a la ceiba real.

Besos y abrazos,  de Aymara y Micael.

 

Havana

(excerpt)

Cuba. Past and Present

Hyatt Verrill

     Havana, first seen at sunrise from the sea, is trascendingly beautiful and a sight never to be forgotten. To the left the grim old Morro stands out boldly on its rocky promontory, while to the right the flat-roofted, multicoloured town stretches for miles along the surf-bordered shore and bathed in the glorious rosy light of dawn the city appears like some wonderful pastel or like a scene from fairland, in its setting of amethyst and turquoise sea, azure sky and distant green hills.
     Between the Morro and the town lies a strait of deep blue water scarce two hundred yards in width and as the ship steams slowly between the guns of the ancient “Punta” fort and the battlements of grey old Morro, we see before us the extensive harbour. Moored to buoys and to the immense concrete docks are scores of great ocean steamships flying the flags of every nation, while a forest of masts stretches for a mile or more along the waterfront where sailing vessels of every rig and country are loading and discharging cargoes at innumerable wharves and slips. Busy launches, bright coloured rowboats, clumsy droughers, fussy tugs and puffing ferryboats plough back and forth across the waters of the bay in every direction while the distant shriek of locomotive whistles, and the clang of trolley cars are borne faintly across the water from the town.
     As the visitor looks upon this mass of shipping, upon the busy wharves and the teeming water-front of the town, he realises that Havana is no small, crude, tropical town, but a huge, bustling, modern city and withal as foreign, as fascinating and as strange as any city of the old world.
     A few years ago Havana presented a low, even skyline of flat-roofed houses broken only by the old grey church towers with their ancient belfries. To-day modern, fireproof hotels and office buildings rear their steel and concrete heights above the older edifices and towering smoking-belching chimneys mark the enormous electric power plant and various factories.
[….]
     Most of Havana’s streets are narrow and lead between massive old Spanish buildings frontling directly on the narrow sidewalks, and as the traveller drives or walks towards the central plaza and the hotel district he passes by great arched doorways leading to dim mysterious patios, by windows covered by iron bars and grillwork and by house-fronts decorated with wonderful designs in rich Spanish and Moorish tiles.
[…]
     Among the first unusual things which attract the attention of the visitor are the numerous canvas canopies stretched across the streets and which form a veritable covered way between the buildings of either side. Unlike our Northern awnings, these Cuban affairs are far above the sidewalks and are gaily decorated with paintings, signs and fringes and give the appearance of an Oriental bazaar to Havana’s shopping district.
     Passing through these narrow, busy, downtown streets the visitor at last comes out upon the Central Plaza or “Parque Central” – the centre of Havana and the spot from which the main thoroughfares and trolley lines radiate. Around this great open space are the numerous hotels and club houses, enormous stores and many theatres. The park itself is a lovely spot, – a place filled with palms, flowering shrubs, beds of bright-hued plants, and surrounded and shaded by scarlet-flowered flambeau trees. In the centre is the splendid statue of the martyred patriot Marti while innumerable electric lights transform the night into day, benches and settees are scattered under the trees and on certain evenings a band plays in the centre.
On all four sides of the plaza are huge buildings, prominent among them being the modern fireproof Hotel Plaza, the Bazaar de Paris, the Asturias Club, the old Inglaterra Hotel and the wonderfully ornated and beautiful Gallego Club, – a club-house built by clerks and workingmen and costing over a million dollars.
     Here, about the park, centres the gay night life, the theatre crowds and much of the business and traffic of Havana and here, perhaps better than anywhere else in the city, can the visitor find constant interest and amusement and can best see and appreciate Havana and the Havanese.
     Each of the several blocks which surround the park is occupied by a single massive building two or three stories in height, and surrounded by an arched formed of great pillars or columns leaving arched openings in between.
     Under this shade colonnade one may wander in cool comfort and shop at the booths and stores that occupy the ground floor while on the street without the sun blazes down in tropical fervour and the air palpitates with heat.
     These arcades or bazaars are typical of Havana and are most interesting and fascinating places. All the stores open directly on the sidewalk, their doorways merely broad arches which are covered by rolling iron screens at night and here people shop, eat, drink and are shaved in full view of the passing throngs and practically in the open air. From side to side of the great buildings, – and often diagonally as well, – run passageways bordered by booths and small shops and here one sees the stock in trade of merchants of every conceivable kind. […]
[…]
     Very different are the stores in the busy shopping districts of the town. In Calle O’Reilly or Calle Obispo one walks along beneath the shade of awnings and sees store after store with great plate glass windows, elaborate brass and mahogany fronts and every modern convenience and a visit to Cuba would indeed be incomplete without many hours spent in these quaint streets with their wonderful array of shops. […]
[…]
     The Prado is a magnificent asphalted boulevard stretching from Colon Park to the Malecon, a distance of nearly two miles, and with a beautiful park through its centre. In reality the Prado may be said to be a series of small parks with a boulevard on either hand and shaped by deep green laurel trees, flaming poncianas and graceful palms. Opposite the entrance to Colon Park stands a magnificent statue of an Indian goddess known as La Habana or La India and from this spot the visitor should drive slowly down the Prado to the sea-wall and the Malecon at the farther end. From La India to see the Prado is all beautiful and one cannot blame the Cubans for being enormously proud of it. On either hand the boulevard is bordered by splendid mansions, beautiful residences, handsome hotels and enormous club houses, while the cool green parklets in the centre combine to form a wonderful, shaded, airy promenade for pedestrians. During the day the Prado is always well filled with carriages, automobiles and people afoot, but after sundown it fairly teems with life and it is doubtful if there is a noisier or more animated place in the world than the lower section of the Prado from early evening until long past midnight.
     Although the original Prado was designed and built by the Spaniards when General Tacon was in power, yet it was not really completed and brought to its present perfection until the American intervention. At this time the Malecon was created, thus putting the finishing touch to the great parkway while the Prado itself was improved, remodelled and formed into one of the most attractive driveways in the world.
     At the Malecon the Prado ends in a broad, circular, open space, in the centre of which stands a circular pavilion or band-stand, its roof supported by twenty Ionic columns and with tablets inscribed with the names of famous composers.

pp., 28-37

Sobre el puerto de La Habana

contribución de María Teresa Villaverde Trujillo

     Algo así, más o menos, inmejorable refugio para  carenar, debe haber expresado Sebastián de Ocampo cuando en 1508 – comienzos del siglo XVI – luego de costear el territorio norte de la  isla de Cuba, decidió escoger esta bahía resguardada, donde podía aliviar ciertos daños de los buques y reponer fuerzas. Y a ese refugio cargado de  sal se le empezó a llamar Puerto de Carenas. Años  después, en 1519, fue objeto electivo cuando La Habana estableció su  tercer y definitivo asentamiento por sus extraordinarias cualidades, como  puerto y bahía de la villa de San Cristóbal de La Habana. 

     Hacia 1600, Samuel de Champlain, un famoso marino e  inesperado visitante apuntaba en su cuaderno de  viajes:

“...Dicho puerto de La Habana es uno de los  más bellos que he visto en todas las Indias. Tiene la entrada muy  estrecha, entre dos castillos fortalezas, muy buenos y bien provistos de  lo que es necesario para conservarlos, y de un fuerte a otro hay una  cadena de hierro que cruza la entrada del puerto. Dentro de dicho puerto hay una bahía (...)  donde se puede anclar en todos los lugares, a  tres, cuatro, seis, ocho, diez, quince y dieciséis brazas de agua, y pueden atracarse un gran número de buques. Hay allí una ciudad muy buena  y muy comercial...”  “....La isla en la cual están dicho puerto y la villa de La Habana se llama Cuba. Hay en dicha isla cantidad de  frutas muy buenas, entre ellas unas que llaman piñas…”  

     Con el tiempo el puerto de La Habana se convirtió en el  punto de concentración de todas las flotas que se dirigían desde el Nuevo Mundo hacia España. Igual, del puerto de La Habana partieron las naves de Cortés a la conquista del codiciado imperio de Moctezuma, a reforzar las tropas de Pizarro en Perú, y al  descubrimiento y dominio de la  Florida.

“La vista de La Habana a la entrada del puerto es  una de las más alegres y pintorescas de que pueda gozarse en el  litoral de la América equinoccial.”

Alejandro de Humboldt


Dejo al pie de la ceiba mis deseos de que más pronto que tarde podamos tener todos la libertad de reunirnos en el Templete de la Habana Vieja, tanto como en el virtual de La Habana Elegante. Que no haya que renunciar a uno para ganar el otro. Felicidades a La Habana Elegante por mantener vivo este ritual de la memoria.

Higinio Rodríguez, Ottawa

 

 

Otra vuelta a la ceiba.
Otra vez a hacer fila frente al Templete.
Vuelta a pedir deseos.
Con cada aniversario la ciudad se desvanece,
y se afirma al recordarla.
Besos para todos.

Cecilia Valdés, desde la Loma del Ángel

 

Reunámonos todos para que nos reconozcamos en el amor a la ciudad. Gracias, Morán, por hacer posible este viaje.

Ernesto López, Massachusets

 

Hipólito Lázaro en el Auditorium o el silencio por Rigoletto

José Lezama Lima

     Los habaneros que dirigían sus pasos al Auditorium para oír al divo Hipólito Lázaro, habrán exhumado, sin duda alguna, muchas nostalgias y recuerdos. Habrán recorrido aquella Habana de 1915, cuando el tenor emocionaba a los grandes públicos con Rogoletto, regalando muchos más agudos y notas altas que las señaladas en la partitura. La señora enriquecida anteayer, que ayer va a la ópera, a oír al gran divo, luciendo joyas de “incalculable valor”, aunque calculadas, piedra a piedra, por su esposo en las oficinas del almacén. Y los públicos exaltados, tronitonantes del “gallinero” que están afanosos de oír las notas finales de la “Donna è mobile”, para estallar en aplausos sonoros como bofetadas, o irse a las manos y a las navajas para imponer su tenor favorito al otro bando, radiante y colérico, que lanza su ídolo desde lo alto del puño.
     En aquella función de La Habana de entonces un silencio espeso y flordelisado inundaba la sala. El silencio se arracimaba en torno a los faroles que se atenuaban, como si también quisieran oír al divo de los agudos sin fin. La tensión de la sala era tanta, que parecía ocultar la posibilidad de que al hacer la voz tan aguda y herculea, pudiera surgir alguna nota falsa, alguna desviación de aquel chorro que parecía inextinguible. Y al fin, todos alegres y estallantes; el tenor ha vencido una vez más, y la sala se enciende de nuevo con una ovación colosal, mientras el tenor saluda innumerables veces con una emoción que le hierve por dentro y por fuera. El comentario general es: “¡Esta ópera vale los diez pesos de la luneta!”.
     El público de esa Habana, que pertenece ya a la nostalgia y a la evocación, salía en la noche del lunes de las salas del Auditorium, comentando que aún el tenor está en caja, que su voz se bate con los años como Hércules con la Hidra. Hay en eso un secreto egoísmo. Ese público quería decir que su piel, que su vientre, que su cabellera, comparados con los de los años ya escapados, estaban aún tan respetables como juveniles. Hipólito Lázaro, con la magia de su arte, había derrotado una vez más al tiempo, enemigo de la vida.

35-36

28 de septiembre de 1949

 

El día del cobro o la pérdida de los años

José Lezama Lima

     El actual mes ha sido largo para la empleomanía. Los posibles cambios de temperatura hacían anhelar la calentura del cheque para comprar el paño costoso, los diez pedazos de billete, donde se sintetizan un grupo de sus mejores sueños, descifrados con un poco de Freud y con un mucho del Libro de San Cipriano, y el “dinerito” que se le manda a la hermana solterona de Cruces o de Bolondrón. Pero no, los días largos, cargados de monótona grisalla, parecían arrastrarse, cargarse de más horas y pesadeces, como si ese día último lo hubiesen trasladado a los mundos improbables y remotos de Wells o de London. El habanero, vivaz y sonriente de suyo, se agazapa en los meses largos, y estos últimos días de septiembre han mostrado la cara de esa espera inquieta y de un apartarse forzado de las pompas de Satanás o de los caminos de Babilonia.
     La ciudad gana también una indolente nota mustia, aunque siempre vislumbrándose en ella ese cambio rápido de los humores que caracteriza a La Habana. Esta última semana del mes es quizá la que muestra días más sutiles en sus cambiantes estados de ánimo. Son los momentos finales de una angustia que pronto se va a trocar en tibiedad y delicia. Son días de una penetrante voluptuosidad. Los moradores de la ciudad se aislan, no salen a la calle, suprimen las visitas. Cosa rara y simpática que ofrece el perfil de nuestra ciudad: transcurre tan sólo un día y sus moradores se precipitan a la alegría de sus excesos, con una temeridad en sus desembolsos rectificables muy pocos días después, cuando se haya disipado la gloria áurea de las dos primeras semanas del mes.
     El habanero se ha acostumbrado, desde hace muchos años, a ese juego donde silenciosamente se apuestan los años y se gana la pérdida de los mismos. No importa, “la última semana del mes” representa un estilo, una forma en que el hombre se juega su destino y una manera secreta y perdurable de fabricar frustraciones y voluptuosidades.

37-38

29 de sept. de 1949

Reproducido en: José Lezama Lima. La Habana. Presentacion Gastón Baquero. Prologo José Prats Sariol. Madrid: Verbum, 1991.

 

Aché para la ceiba y el Templete virtual de La Habana Elegante. Allí nos vemos.

María Estopiñán, Orlando

 

Volvemos a juntarnos como cada año. ¿Qué pedirle a la ceiba milagrosa? ¿Y no sería mejor pensar qué podemos ofrecerle por haber resistido y seguir en su sitio – lo que muchos de nosotros no pudimos hacer porque no nos quedó otra alternativa? Yo le doy gracias a la ceiba porque su sitio sigue llamándonos a todos. Abrazos.

Miguel Ángel Ramírez, Chicago

 

Gracias a La Habana Elegante por mantener este Templete al que podemos llegar todos, no importa donde estemos. Un Templete que cuya entrada no nos niegan los pasaportes ni las visas, ni los políticos. Ya estoy en camino.

René Martínez, Italia

Al Templete todos. ¡Qué el último en llegar encienda las luces! Qué haya música. Qué al fin tengamos algo que celebrar.

Ludmila, Miami

 

Todos mis amigos estarán conmigo junto a la ceiba. ¡GRACIAS A LA HABANA ELEGANTE por este regalo que nos hace cada año. No soy habanero, pero igual me alegra participar.

Alberto Cienfuegos, Connecticut

 

   

 

Deseo que este día que nos reúne a todos llegue a ser, no uno excepcional, sino el comienzo de la tan necesaria reunificación de todos.

Héctor Bejerano, La Habana

 

Le pido a la ceiba que todos tengamos paz, que podamos regresar cuando querramos, sin tener que pedirle permiso a nadie, y que nos abracemos todos sin odios ni resentimientos.

Lorenzo Díaz, Oklahoma