Un sueño feliz
Pieza en dos actos
Abilio Estévez
PERSONAJES DRAMA TICOS
PRÓSPERO. Hombre de mediana edad y aspecto  anticuado. 
      LA  ASISTENTA. Joven tristemente cursi.
      MARINA. Anciana jorobada y con el labio leporino. 
      LAURA. Solterona de cuarenta míos. Sobrina de  Marina. 
      OLGA. No vieja, hermosa y ridícula. Esposa de Cheo. 
      CHEO. Cubano de los que podrían considerarse  típicos. Esposo de Oiga.
      LUIS.  Joven  que no carece de ingenuidad. Esposo de Alicia.
      ALICIA. Ingenua que no carece de juventud. Esposa de  Luis.
      CARLOS. Hermano de Alicia. Muy joven, muy hermoso.
      GARCÍA. Un anciano. Padre de Carlos y Alicia.
      JOSÉ CONRADO. Marino de edad incalculable.
      EL HERIDO. Casi adolescente.
      EL ENMASCARADO. Hombre con máscara.
      LA MARQUESA VIUDA DE CAMPO FLORIDO. Viuda y marquesa.
      EL POETA. Dandy. Belleza y juventud, por supuesto.
      CARMEN. Es una muerta, pero hermosa. Hermana de la  jorobada.
      GRAZIELLA MONTALVO. Cubana de las que podrían  considerarse típicas.
      EL CADÁVER.

Una noche de 193... En La Habana.
PRIMER ACTO
Los personajes aparecen en diferentes actitudes, inmóviles como estatuas. Próspero entra, va al arcón, saca la capa, el bastón, el sombrero. Luego hace salir y carga a La Asistenta, que can.ce de vida. Próspero la arrastra hacia el centro de la escena. La toca con el bastón, la anima.
LA ASISTENTA. ¿Por qué tardaste?
      PRÓSPERO. No sé. A veces uno está en un laberinto.
      LA ASISTENTA. Esperé no  sé qué tiempo. Bueno, el tiempo no es el tiempo cuando duermo.
      PRÓSPERO. ¿Me vas a ayudar?
      LA ASISTENTA. Se supone que sea mi deber.
      PRÓSPERO. ¿Se supone?
      LA ASISTENTA. Nada me obliga.
      PRÓSPERO. Tengo derechos. Te inventé.
      LA ASISTENTA. ¡Mira que  eres vanidoso! ¿Inventarme tú? Ten cuidado y no seas tú el resultado de mi  imaginación.
      PRÓSPERO. Nos inventamos los dos. ¿Así es mejor?
      LA ASISTENTA ¿Y qué  quieres?
      PRÓSPERO. Ordenar mis cajas, mi ropa, mis  recuerdos... Voy a mudarme.
      LA ASISTENTA.Te conozco. ¿Qué haces con esa capa,  ese sombrero, ese bastón?
      PRÓSPERO. Eres terrible.
      LA ASISTENTA. Todo ángel es terrible.
      PRÓSPERO. Siempre quise ser mago. Más que mago:  Dios.
Mientras Próspero dice el texto que sigue, La Asistenta lo despoja de la capa, el sombrero y el bastón.
PRÓSPERO. Todo el mundo dese  algo, ¿no? Y yo con este bastón, esta capa, este sombrero. Los quiero aquí, a  mi lado, para darles lo que quieran, lo que pidan.
      LA ASISTENTA. ¿A quién?
      PRÓSPERO. Yo me voy, pero antes cumplo con sus  ilusiones.
      LA ASISTENTA. ¿Las ilusiones de quién?
Sin que Próspero se dé cuenta, La Asistenta desaparece.
PRÓSPERO. Del público. Mi público. Les traigo lo que esperan, esa pequeña cosa que nunca tuvieron, o que alguna vez tuvieron y desapareció. – ¡Yo no sé por qué las cosas tienen siempre que desaparecer! –. ¿Te das cuenta? Es como tocarles el corazón, como resucitarlos. Voy a revelarte un secreto, no te espantes: he pasado la vida envidiando a aquel que llegó un día a una tumba, la abrió, se detuvo delante del muerto, le tocó la frente, los ojos, dijo unas palabras, y le devolvió la vida. ¿Y por qué no? ¿Y por qué yo soy tan miserable que no puedo hacer vino del agua o multiplicar los peces, o decir simplemente: ¡Hágase la Luz!, y que la luz se haga? ¿Qué me falta? En realidad, nada. Puedo ser tan poderoso como el que más. Y vas a verlo. Con esta capa, este bastón, este sombrero... (Se da cuenta de que no tiene esos atributos, y de que La Asistenta ha desaparecido.) ¿Dónde estás? ¿Por qué te fuiste? ¡Vuelve! ¡Vuelve! ¡No te vayas, por favor! ¡No te vayas! ¡Ayúdame!
Los personajes se animan. Acuden al llamado de Próspero.
LUIS.  ¿Aquí te parece bien?
      PRÓSPERO.  Déjenlo ahí.
      ALICIA. Ese arcén tan antiguo, ¿de quién es?
      PRÓSPERO. Mío.
      OLGA. ¡Qué grande! ¿Puedo abrirlo?
      PRÓSPERO. ¡NO!
      CHEO. Se dice mujer y se dice indiscreción. ¡Yo le  clavara un alfiler en cada ojo!
      OLGA. (Sacando un chal de algún bául.) ¡Miren  lo que encontré!
      ALICIA. ¡Qué  preciosidad! (Va donde Oiga, se pone el chal.) ¡Qué maravilla pasearse  así por el Paseo del Prado!
      CHEO. (Burlándose.) Esas  cajas están llenas de secretos. Nunca entro aquí sin sentir un estremecimiento. (A Marina.)
¿Verdad, mi vieja?
      MARINA. A mí no me  gustan las mudadas. Se encuentran tantas cosas antiguas, olvidadas... ¡Tantos  recuerdos...! Yo quisiera padecer de amnesia.
      LAURA. ¡Me encanta mudarme! El cambio me fascina.
      GARCÍA. Hay un hecho cierto.  No se preocupen. Yo no sé por qué se preocupan, si la verdad es que solamente  hay un problema filosófico verdaderamente serio y es... (No sabe qué decir y  se encoge de hombros.)
      CARLOS. Casa nueva, vida nueva.
      MARINA. Casa nueva, vida igual.
      LUIS. Ahora lo importante es ayudar a Próspero.
      PRÓSPERO. (A Olga.) ¿Conoces tú la historia  de Pandora?
      OLGA. ¿Aquélla de la caja con las desgracias?
      PRÓSPERO. Es mejor no abrir ese arcón.
      LAURA. (A Próspero.) Me intrigas.
      MARINA. ¿Ese arcén es de Pandora?
      PRÓSPERO. (Dándose importancia.) Quizás.
      ALICIA. No te hagas el misterioso.
      CARLOS. No sabíamos que tenías ese arcón.
      PRÓSPERO. Ustedes no lo saben todo.
      LAURA. (A Próspero.) ¡Te gusta hacerte el  oscuro!
      CHEO. Déjenlo con su oscuridad y recojan.
      OLGA. Quiero saber qué hay ahí.
      PRÓSPERO. Por el bien de todos, dejen el arcón  cerrado.
Carlos repara en los atributos de mago que están detrás del arcón.
LUIS. La curiosidad es un vicio. 
      PRÓSPERO. Yo no voy a revelar mis secretos. 
      CARLOS. ¡Miren!
Todos se vuelven. Ven a Carlos con la capa, el sombrero y el bastón.
TODOS. ¡Un mago!
Próspero se acerca a Carlos. Lo domina con la hipnosis. Le quita los atributos. Se los pone.
ALICIA. (A PRÓSPERO.) Te ves muy bien.
      MARINA. Pareces un mago legítimo.
      OLGA. Como los del teatro Payret.
      PRÓSPERO. ¡Ya lo saben! No soy Próspero. Soy el mago  Próspero.
      ALICIA. ¡Maravilloso! Tantos años conviviendo con la  magia y sin saberlo.
      MARINA. ¡Conque guardando secretos!
      OLGA. ¡Tantos años!
      PRÓSPERO. Hay cosas que es mejor esconderlas.
      GARCÍA. Te entiendo.  Todo el mundo debería tener muy claro que en el fondo la vida... (No sabe  qué decir y se encoge de hombros.)
      CARLOS. La vida es un papel en blanco en el que cada  cual imagina su propio dibujo.
      LUIS. ¿Quién dijo eso?
      PRÓSPERO. Vargas Vila.
      LUIS. Y el bastón, ¿es mágico?
      CHEO. Si es mágico, avísame. Nos vamos los dos por  toda la isla, sanamos a los enfermos, enfermamos a los sanos, y nos hacemos  famosos.
      PRÓSPERO. ¿Qué es lo que quieren ustedes? ¿Alguien desea  algo?
      GARCÍA. Yo. Comienza por mí, Me gustaría tanto que pudieras  convertirme en... (No sabe qué decir y seencoge de hombros.)
Próspero toca a García con el bastón. Los demás aplauden.
LUIS. (Con burla.) ¡Miren, obró el milagro!  Nos salvamos. Un mago milagroso.
      GARCÍA. (A Próspero.) Gracias, compadre, si  tú supieras que me has quitado... (No sabe qué decir y se encoge de hombros.)
      MARINA. (A Próspero.) Ay, a mí, mi hijito,  por el amor de Dios, quítame este dolor de los pies.
      PRÓSPERO. Con gusto. (Toca con el bastón los pies  de Marina.)
      MARINA. ¡Eres un santo! (Baila.) Mira, puedo  bailar con «el mago de las teclas», con el mismísimo Antonio María Romeu.
      PRÓSPERO. ¿Alguien más necesita de mi magia?
      LAURA. Yo. Quiero un perrito de Tahití.
      LUIS. Y yo, estar en un bosque en pleno otoño y encontrarme  con Gloria Swanson, quien, por supuesto, va a enamorarse de mí.
      ALICIA. Y yo aparecerme en un baile con un vestido  de cocuyos.
      CARLOS. A mi me das la máquina del tiempo para  conocer al indio Hatuey.
      OLGA. Y yo un zapatico de cristal, y un príncipe y  todo lo demás.
      CHEO. Y a mi hazme emperador en el desierto del  Sahara.
      PRÓSPERO. Todo se logra con la magia del bastón.
      LUIS. No le hagan caso. Fue un mago de pacotilla.
      CHEO. Todo el mundo lo sabe. Asesinó más conejos que  Alejandro Magno.
      PRÓSPERO. Es probable.
      MARINA. Todo es un fracaso.
      LUIS. El fracaso es la luna de estío que se pierde  tras un manto de nieve.
      LAURA. ¿Qué quieres decir?
      LUIS. La poesía no es para todo el mundo.
Alicia encuentra un pequeño cofre.
ALICIA. Señores, un mago elegante. Posee un cofre  encantado.
      PRÓSPERO. Uno de los números en que trabajé mucho  tiempo.
      ALICIA. ¿Cómo era?
      PRÓSPERO. ¿Por qué te interesa?
      ALICIA. Lo oculto me emociona.
      PRÓSPERO. Yo lo sabes,  un fracaso. Nunca funcionó. Se suponía que en el cofre aparecieran objetos  personales del público, algo que cada cual quisiera encontrar.
      ALICIA. ¡Prueba conmigo!
      PRÓSPERO. Eres una joven  ingenua. (Con gran ceremonia, toma el cofre de manos de Alicia. Lo abre para  mostrar que está vacío. A Alicia.) Pon tus manos sobre él.
Alicia pone sus manos sobre el cofre.
 PRÓSPERO. Ahora verán un  hecho insólito. (Abre el cofre y muestra su interior. Extrae una muñeca que  todos miran sorprendidos. La tiende a Alicia, que la toma con espanto y  comienza a llorar.)
      OLGA. (A Próspero. Con ingenuidad.) ¡Está llorando!
      LUIS. (Sin saber qué hacer.) ¡Alicia!
      LAURA. Alicia, no te pongas así. Es una muñeca inofensiva.
      LUIS. (Acariciándola.) Alicia, por favor,  mírame.
      ALICIA. (A Luis. Con odio.) ¡Déjame!
      LUIS. ¡Mi amor!
      PRÓSPERO. (Burlón.) No la llames así.
      LUIS. (A Próspero.) No entiendo. ¿Qué le  pasa?
      PRÓSPERO. Sufre.
      LUIS. ¿Por qué?
      PRÓSPERO. ¿Tú lo sabes?
      LUIS. (Con cierta agresividad.) ¿Qué le  hiciste?
      PRÓSPERO. Mejor pregúntate a ti mismo.
      LUIS. ¿Por qué lloras?
      ALICIA. Pienso en todo lo que me falta.
      LUIS. Nada te falta, lo tienes todo. Te lo he dado  todo.
      ALICIA. ¿A qué llamas todo?
      LUIS. Casa, ropa, comida, cariño. ¿Dudas de mi  cariño?
      ALICIA. Le abren a una las piernas, tres, cuatro  noches cada semana y ése es el cariño.
      LUIS. Una mujer es dichosa cuando completa al  marido.
      ALICIA. ¡Cuando se siente complacida!
      LUIS. ¡Siempre te complazco!
      ALICIA. Estoy sola. Me siento sola.
      LUIS. Te hago gritar. Te dejo exhausta.
      ALICIA. Estoy temblando de frío.
      PRÓSPERO. Nada más triste que la madrugada de La Habana.  Las campanadas de las iglesias. Los barcos que pasan en la alta noche por la  azul epidermis de los mares... ¡Qué triste!
      ALICIA. Ahora mi hija tendría tres años.
      LUIS. ¡Vuelves con la misma historia!
      PRÓSPERO. Es su historia. Su vida. La repetirá hasta  que el tiempo la consuma.
      ALICIA. Ahora mi hija tendría tres años.
      LUIS. Era una imprudencia.
      ALICIA. Fue un asesinato.
      LUIS. No seas trágica.
      ALICIA. No seas cínico.
      LUIS. Todo lo tomas a la tremenda.
      ALICIA. Todo lo tomas a la ligera. (A Próspero.) ¡Desaparece  esta muñeca! Era para mi niña y a mi niña la mataron.
      LUIS. Con tu consentimiento.
      ALICIA. ¡Mentira!
      PRÓSPERO. Ella no sabía a dónde la llevaban.
      LUIS. Te expliqué que ganábamos muy poco, que con lo  que tenía...
      ALICIA. (Interrumpiéndolo.) ¡No te  justifiques! Yo me hubiera muerto de hambre con gusto.
      PRÓSPERO. La niña hubiera vivido como una reina.
      LUIS. Trata de olvidar.
      ALICIA. Yo quería una niña para peinarle los bucles,  vestirla con baticas de hilo, con cintas, con lazos, enseñarle a ser una dama,  como yo. Tocar el piano y aprender inglés... (Pausa breve.) Aquella  mujer no era una comadrona, era una asesina. Aquí todo el mundo sabe que estuve  días entre la vida y la muerte.
      PRÓSPERO. Resultado: estás seca.
      ALICIA. Seca, yerma, baldía como la tierra.
      LUIS. Y amarme, ¿no te consuela?
      ALICIA. ¿Consuelo?
      LUIS. Olvida. Yo te prometo...
      ALICIA. (Interrumpiéndolo.) No prometas.
      PRÓSPERO. Las promesas son como las nubes, se las  lleva el viento.
      LUIS. Hay miles de niños...
      ALICIA. ...que no son míos.
      PRÓSPERO. Cada mal crea su alivio.
      ALICIA. El mío no.
      PRÓSPERO. No hay excepciones.
      ALICIA. Yo soy la  excepción. (A Próspero.) Escóndeme en ese baúl. Desaparéceme.
      PRÓSPERO. No. En este juego las cosas aparecen  siempre.
      MARINA. ¿Siempre?
      TODOS. ¿Siempre?
      PRÓSPERO. Todo regresa.  Todo deja un mensaje. Un collar de brillantes, una corona de azahares, un reloj  de arena, un poeta... ¿Desean continuar? No tengo inconveniente. (A Cheo.) Hay  tiempo. Es temprano. Y la curiosidad... (A Luis.) ¿Es un vicio? ¡Pobre  Pandora! (A Laura.) ¡Dime un nombre!
      LAURA. (Sorprendida y vehemente.) ¡Carlos!
      PRÓSPERO. Buen nombre. Evoca virilidad y juventud. (Se  acerca a Carlos.)
    PRÓSPERO. Carlos es un  hombre. Todos los hombres guardan secretos. Carlos, por tanto, guarda un secreto.
Carlos va a protestar. Próspero lo detiene.
PRÓSPERO. No, no digas nada. Yo miro tus ojos. Eso basta. El discurso más elocuente no puede compararse a una simple mirada. Todo lo que un hombre odia o ama está en sus ojos. (A modo de ritual, mueve las manos sobre la cabeza de Carlos.) Si, todo está claro, clarísimo. Estoy viéndote por dentro.
Próspero tiende una mano hacia el pecho de Carlos y extrae de allí un pañuelo de mujer. Carlos se sorprende. Lo toma en sus manos.
PRÓSPERO. (Irónico.) ¿Lo conoces?
      CARLOS. ¿Es de ella?
      PRÓSPERO. Es de ella.
      CARLOS. Conozco su perfume. ¿Cómo lo encontraste?
      PRÓSPERO. Estaba en ti.  Es el mismo que dejó olvidado aquella tarde. ¿Recuerdas?
      CARLOS. A la salida de la Escuela Normal. Yo pasaba  por casualidad y la vi.
      PRÓSPERO. ¿Por casualidad? (Ríe.) No digas  mentiras.
      CARLOS. (Turbado.) Yo  estaba esperando que ella apareciera. Me escondí detrás de una columna.
      PRÓSPERO. ¡Es linda!
      CARLOS. ¡Un ángel! 
      PRÓSPERO. Te vio.
      CARLOS. Si. No me hizo ningún caso.
      PRÓSPERO. Nunca te hace caso.
      CARLOS. Hablé con ella varias veces.
      PRÓSPERO. Siempre inútil.
      CARLOS. Siempre.
      PRÓSPERO. ¿Conoces una acción humana cuyo nombre es  insistencia?
      
      CARLOS. No tengo fuerzas.
      PRÓSPERO. Y un sentimiento que se llama esperanza.
      CARLOS. No sé cómo luchar.
      PRÓSPERO. Que no se diga. ¡Un muchacho de tu edad!
      CARLOS. No concibo la vida si no es con ella.
      PRÓSPERO. (Irónico.) ¡Eres tan joven...!
      CARLOS. Aunque tuviera cincuenta años pensaría  igual.
      PRÓSPERO. No. Todo, hasta lo más grande, es prescindible.
      CARLOS. La amaré siempre, aunque siempre me diga que  no.
      PRÓSPERO. Siempre es sinónimo de nunca.
      CARLOS. ¡Mi amor es eterno!
      PRÓSPERO. (Ríe.) ¿Dónde aprendiste esa frase?
      CARLOS. (Suplicante.) Hazla mía.
      PRÓSPERO. Ve primero a su encuentro.
      CARLOS. ¿La veré?
      PRÓSPERO. Te lo prometo.
      CARLOS. ¿Cuándo?
      PRÓSPERO. Paciencia. Ten fe.
      CARLOS. ¿Qué debo hacer?
Próspero abre el arcón.
PRÓSPERO. ¡Entra!
Carlos obedece can docilidad. Próspero cierra el arcón y pone sus manos sobre la tapa. Cierra los ojos. Se concentra. Ritual.
PRÓSPERO. ¡Carlos fue al encuentro de su amor!
Próspero abre el arcón de nuevo. Carlos ha desaparecido. Aplausos.
CHEO. Lo noche avanza. Se va a hacer tarde.
      PRÓSPERO. No tenga miedo.
      CHEO. ¿Miedo yo? Se ve  que tú no me conoces. Tú no sabes quién es Cheo López, más conocido por la  Armada Invencible.
      LAURA. Una vez perdí un  dije de plata mexicana, ¿te acuerdas, tía? (A Próspero.) ¿Por qué no me  lo encuentras?
      PRÓSPERO. Para ti  también hay algo, no te desesperes. Ahora me gustaría recibir a alguien... (Juega  con la capa sobre el arcón. Lo abre.)
Aparece El Enmascarado.
PRÓSPERO. (Sorprendido.) ¡Tú! ¿Qué me  sucedió? ¡Cuánto tiempo sin verte!
      EL ENMASCARADO. ¿Para qué me llamas?
      PRÓSPERO. No te llamé a ti.
      EL ENMASCARADO. Como siempre. ¿Por qué no me ayudas?
      PRÓSPERO. ¡Te he dicho mil veces que no está en mis  manos ayudarte!
      EL ENMASCARADO. ¿En que manos está la ayuda?
Próspero toma las manos de El Enmascarado y las levanta a la altura de los ojos de éste.
MARINA. (Acercándose a El Enmascarado.) Hijo,  tienes algún problema.
      EL ENMASCARADO. Señora, el más grande de los  problemas. No sé quién soy.
      MARINA. (A los demás.) Está muy mal.
      LUIS. Se ha perdido a sí mismo.
      GARCÍA. Muy grave. Cuando un hombre se pierde a sí  mismo es que... (No sabe qué decir y se encoge de hombros.)
      LAURA. ¿Desde cuándo no sabes quién eres?
      EL ENMASCARADO. Nunca lo  he sabido. Ésa es mi tragedia. No puedo decirle en que momento apareció esta  máscara. Pero si sé que con ella no puedo vivir. Yo quisiera reír y que todos  vean que río, llorar y que todos vean que lloro. Yo no seré yo mientras tenga  esta cosa que me oculta.
      LUIS. ¿Y qué quieres?
      EL ENMASCARADO. ¡Ayúdenme a quitarme esta máscara!
      LUIS. Yo no puedo.
      OLGA. ¡Yo tampoco!
      PRÓSPERO. Nadie puede.
      EL ENMASCARADO. Sufro tanto con esta maldita  máscara.
      LAURA. Arráncala. Deja tu cara libre.
      EL ENMASCARADO. Hace años que trato de hacerlo. Yo  tampoco puedo.
      MARINA. (Con lástima.) Está muy mal.
      PRÓSPERO. Si tú no puedes, nadie podrá.
      EL ENMASCARADO. Adiós.  Tengo que encontrarme. Estoy perdido. Desapareceré en las tinieblas de la  noche. (Vuelve a entrar al arcón.)
Próspero lo cierra. Toca varias veces sobre la tapa. Abre y aparece José Conrado.
PRÓSPERO. Buenas noches.
      JOSÉ CONRADO. Buenas, ¿cómo está?
      PRÓSPERO. ¿De dónde viene hoy?
      JOSÉ CONRADO. De tantos lugares...
      PRÓSPERO. ¿Podrías precisar?
      JOSÉ CONRADO. No. Ya lo sabe. El mundo entero conoce  mis plantas.
      PRÓSPERO. Ya lo sé. Bombay, Estambul, El Cairo...
      JOSÉ CONRADO. ¿Me necesitas?
      PRÓSPERO. ¡Qué pregunta! Eres tú quien me necesita.
      CHEO. Si viene de tan  lejos, le aconsejo que se siente un rato. Un descansito no viene mal.
      MARINA. Si quiere, puede quedarse con nosotros.
      JOSÉ CONRADO. Muy  amables, pero no me es posible aceptar tan tentadora invitación.
      LUIS. ¿Por qué?
      JOSÉ CONRADO. Debo amanecer en Manila.
      GARCÍA. Ah, sí,  recuerdo, Manila. Eso es un parque que queda por... (No sabe qué decir y se  encoge de hombros.)
      ALICIA. No es ningún parque, papá, es un puerto de  Asia.
      GARCÍA. ¡Ah, Manila! ¿Manila?
      MARINA. ¡Lejísimo!
      JOSÉ CONRADO. Si no hago falta, me voy.
      PRÓSPERO. Adiós. Cuidado con los tiburones.
José Conrado entra en el arcón. Próspero lo cierra.
         CHEO. (Pensativo.) ¿Manila? (Toma  una repentina resolución.) ¡Oiga, marinero, oiga!
      PRÓSPERO. (Riendo.) Es tarde. Se fue.
Próspero hace aparecer un espejo de mano, se mira. Saca un lápiz, se pinta un lunar. Marina se acerca a él con recogimiento. Toma el espejo.
MARINA.  ¡Cuántos recuerdos...!
      PRÓSPERO. Aparecen. No se sabe de dónde.
De lejos se oye la voz de Carmen que llama a Marina.
MARINA. (Aterrada.) ¡Cállala!
      PRÓSPERO. (Fingiendo ingenuidad.) ¿A quién?
      MARINA. ¡A ella! No quiero verla.
      PRÓSPERO. No sé de quién hablas, Marina.
Aparece Carmen. Está en ropa interior de acuerdo con la moda de finales del siglo XIX. Muy hermosa. Se cepilla el pelo con coquetería.
CARMEN. ¡Marina, Marina!
Marina acude sin deseos, resignada. No puede hacer otra cosa.
CARMEN. ¿Por qué te demoras?
      MARINA. ¿Qué quieres?
      CARMEN. Ponerme el corsé.
      MARINA. Hazlo sola.
      CARMEN. No seas mala. No puedo.
      MARINA. ¡Jódete!
      CARMEN. (Amenazándola en juego.) ¡Llamo a  mamá!
      MARINA. Hace cincuenta años que mamá se pudrió en el  cementerio de Colón.
      CARMEN. ¿Qué te pasa?
      MARtNA. Me cansé de ponerte el corsé.
      CARMEN. ¡Claro! ¡Como tú  no puedes ponértelo! (Se lleva la mano a la boca haciendo ostensible que ha  cometido una falla.) ¡Perdóname!
      MARINA. ¿Perdón?
      PRÓSPERO. La verdad es la verdad.
      CARMEN. Hermanita, te ruego que me ayudes.
Marina toma dócil el corsé que Carmen le tiende. Luego la ayuda a vestirse, a peinarse.
MARINA. ¿Sabes cuánto tiempo ha pasado?
      CARMEN. ¿Cómo voy a saberlo?
      MARINA. ¡Cuarenta años!  Ya Laura va a cumplir cuarenta y tú no pudiste amamantarla.
      CARMEN. ¡Laura! ¡Mi hija! Dime ¿es bonita como yo?
      MARINA. No. Fea como yo.
      CARMEN. Tú nunca fuiste fea.
      MARINA. Gracias por la benevolencia.
      CARMEN. Tenías los ojos tan lindos...
      MARINA. A una jorobada  que para colmo tiene el labio leporino, ¿qué le van a decir?
      CARMEN. Eras simpática.
      MARINA. Basta ya,  Carmen. Lo menos que se puede esperar de una muerta es que diga la verdad.
      CARMEN. ¿Y yo estoy muerta?
      MARINA. Polvo, hija, polvo.
      CARMEN. ¿Ves? Tú eres  más dichosa. Sobreviviste. Viste crecer a mi hija. Yo no pude disfrutar mi  belleza. Tú, en cambio,
 seguiste viendo las flores, el sol, tomaste vino,  comiste el chilindrón maravilloso de mamá.
      MARINA. No veo las  flores porque estoy casi ciega, no puedo tomar vino porque se me endurece el  hígado, el sol me hace daño en la piel, y en cuanto a la familia, se vino  abajo.
      PRÓSPERO. Se arruinaron.  En La Habana hubo una epidemia de cólera. Todos murieron.
      MARINA. Sólo quedamos  Laura y yo. Tuvimos que vender la finca, la casa del Cerro y todo lo demás.
      CARMEN. Uno debe resignarse.
      MARINA. Es muy lindo que tú me digas eso.
      CARMEN. Yo también sufrí.
      MARINA. Si. Con esos corsés.
      CARMEN. ¿Por qué eres cruel?
      MADRINA. Todas las feas somos crueles.
      CARMEN. ¡Qué obsesión con la belleza!
      MARINA. No puedes  entender. Pero yo... Desde muy niña me di cuenta. Desde que le robé el espejo a  mamá. Me fui corriendo al cuarto y le pregunté: Dime, espejo mágico, ¿hay  alguien más fea que yo?
      PRÓSPERO. El espejo no respondió.
      MARINA. Seguí viendo mi cara de bruja, el labio  leporino, la joroba.
      CARMEN. Te quise mucho.
      MARINA. Yo te odié. ¡Eras tan linda!
      CARMEN. (Con vanidad.) ¿Verdad que era bella?
      PRÓSPERO. Ése fue el colmo de su desgracia.
      MARINA. ¿A quién salí  yo? Mira que me lo pregunto. ¿A qué demonio le debo el labio leporino y la  joroba? Todo el mundo me miraba con lástima disimulada.
      PRÓSPERO. La peor lástima es la disimulada.
      MARINA. Yo prefería la crueldad de la gente de la  calle.
      CARMEN. ¿Quién fue cruel?
      MARINA. Muchas veces  oíste cómo me gritaban: «¡Ahí va la novia de Quasimodo!» Pero lo que yo no  podía soportar era la mirada de ustedes.
      CARMEN. Nosotros mirábamos en tu alma y la sabíamos  hermosa.
      MARINA. Yo estaba llena de veneno.
      CARMEN. ¡Eres tan inteligente!
      MARINA. ¡Ojalá hubiera sido boba!
      CARMEN. Brillabas por tu discreción y buen juicio.
      MARINA. Yo no tenía discreción. A cualquiera le soltaba  las verdades en la cara.
      PRÓSPERO. Era su odio.
      MARINA. Yo quería ser linda, más linda que tú.
      PRÓSPERO. (A Carmen.) Por las noches, escondida en su cuarto, ensayaba peinados y maquillajes. Se  pónia tus vestidos.
      MARINA. ¡Yo quería que toda La Habana me admirara! 
      CARMEN. ¡Pobre Marina! (Ha terminado de  vestirse.) 
      MARINA. Estás lista. Mírate al espejo.
Carmen queda extasiada con su propia belleza. Luego se vuelve a su hermana.
CARMEN. ¿Vamos?
      MARINA. No. Vete sola.
      CARMEN. Eres feliz: vives.
      MARINA. Sí. Dios dijo; «A  este diablo vestido de mujer la dejaremos cien años mirándose a los espejos».  Adiós, Carmen. Cuando yo sea polvo, seremos iguales.
      PRÓSPERO. Algún día se parecerán.
Carmen desaparece. Marina va donde Próspero. Le devuelve el espejo.
LAURA. ¿Serán verdad las alucinaciones?
      LUIS. Vienen raudas las alucinaciones y brillan  entre lejanas ruinas.
      CHEO. ¿Qué quieres decir?
      Lt.tls. La poesía no es para todo el mundo.
      OLGA. Dicen que todo es verdad.
      ALICIA. También dicen que todo es mentira.
      LUIS. ¿Qué razonamientos son ésos?
      GARCÍA. Siempre, desde  niño, he oído decir que entre la verdad y la mentira... (No sabe qué decir y  se encoge de hombros.)
      OLGA. Las cajas me dan miedo.
      ALICIA. Uno se pierde en ellas.
      PRÓSPERO. Nada se pierde en ellas.
      CHEO. Aquí lo que se pierde es el tiempo, digo yo.
      PRÓSPERO. La noche está comenzando.
      LUIS. ¿Y esta caja?
      PRÓSPERO. Mía.
      LUIS.  ¿La puedo abrir?
      PRÓSPERO. Para eso la encontraste.
Luis abre la caja y saca un grueso de cartas atadas con cinta.
LAURA. ¡Mis cartas!
Luis saca un libro.
LUIS. (Leyendo.) Hojas al viento. ¡Este libro  es mío! (Saca una postal de Venecia.)
      CHEO. Esa postal es mía.
      PRÓSPERO. Que no busque quien no quiera encontrar.
      OLGA. ¿No hay nada para mí?
      PRÓSPERO. Para todos hay un recuerdo. (Realiza  una ceremonia sobre el arcón.)
      PRÓSPERO. (A Olga.) Ven. Abre tú misma. Aquí  está lo que esperas.
Con miedo, Olga abre el arcón y extrae un tocado de plumas, un abanico y una mantilla.
OLGA. (Con recogimiento.) ¿Quién me conoce  tanto? 
      PRÓSPERO. Todos te conocemos bien.
Oiga se coloca el tocado y la mantilla. Abre el abanico. Posa como si estuviera ante un fotógrafo.
OLGA. ¿Qué parezco?
      CHEO. Una payasa.
      MARINA. Estás disfrazada.
      OLGA. (Ofendida.) No entiende. En este  momento no soy yo.
      LAURA. No seas metafísica.
      CHEO. (Con intención.) Ella nunca es ella. Siempre es la otra.
      OLGA. (A Cheo.) ¡Cállate!
Próspero hace un gesto y se escucha a Rita Montaner.
OLGA. ¡No quiero oírla! ¡No quiero oírla!
      PRÓSPERO. (A Olga.) ¿Por qué?
      CHEO. Esa voz la horroriza.
      OLGA. Esa voz me vacía por dentro.
      PRÓSPERO. ¿T su nombre?
      OLGA. ¡Me enferma!
      PRÓSPERO. Es un buen nombre. Un nombre sonoro. (Con  otro gesto, hace detener la música.) Nadie como tú conoce que la música es  el consuelo de los hombres.
      OIGA. ¡Detesto la música!
      CHEO. Di más bien que la detestas a ella.
      OLGA. (Horrorizada.) No sé de quién hablas.
      CHEO. Esa mujer que triunfa y cada triunfo suyo es  como una daga que se clava en tu cuerpo.
      OLGA. ¡No te oigo! ¡No te oigo!
      PRÓSPERO. ¡Amigos míos, entre nosotros, Rita  Montaner!
      TODOS. ¿Rita Montaner?
      CHEO. Rita Montaner. La Única.
      PRÓSPERO. Llegó de los Estados Unidos. Actuó en el  teatro Principal. La han proclamado Reina de la Radio.
      OLGA. (Desesperada. A todos.) ¡No hagan caso!  ¡Es una impostora!
      TODOS. ¿Una impostora?
      PRÓSPERO. (Paternal.) Oiga, ¿qué pasa con  Rita Montaner?
      OLGA. (Atormentada.) No quiero saber de ella.
      PRÓSPERO. Eso es admiración.
      OLGA. Llámalo como quieras.
      PRÓSPERO. ¿No te conmueve escucharla?
      OLGA. Prefiero arrancarme las orejas.
      PRÓSPERO. ¿Por qué ese odio?
      CHEO. Buena pregunta: ¿por qué ese odio?
      OLGA. (A Próspero.) Si tú supieras. (A  todos.) Si ustedes supieran...
      PRÓSPERO. ¿Celo profesional?
      OLGA. (Despectiva.) ¡Celo profesional! (Con  dignidad.) Yo fui una niña precoz.
      CHEO. Ella fue una niña procaz.
      OLGA. (A Cheo.) No  hables. Cuando yo narre mi desdicha tú debes ocultarte tras un muro.
      PRÓSPERO. Te has cansado  de decirlo, Olga, a los doce años tocabas el piano como una diosa.
      OLGA. Tocaba, ¡a esa  edad!, las contradanzas de Saumell. Estudié en el Conservatorio de Peyrellade.  Yo era la mejor alumna del Conservatorio.
      PRÓSPERO. Y Rita Montaner, una más.
      OLGA. Una más. En  aquella época éramos amigas. Muchas veces venía a mi casa a tocar el piano. No  era pianista, era mecanógrafa. ¡Yo misma la rectificaba! Tocaba mal, malísimo.  Y cuando cantaba... ¿Para qué hablar de eso? Yo, en cambio... No, no voy a  hablar de mí.
      CHEO. Una diva. Tú eras una diva.
      OLGA. Una diva. Pero no  voy a hablar de mí. Ahora todo el mundo la aclama a ella, pero en realidad...
      CHEO. Tú eras la única.
      OLGA. Todos lo decían.
      CHEO. ¡Qué voz tan pura!
      OLGA. Purísima. Ella,  Rita Montaner, rabiaba. Siempre fue una envidiosa. Recuerdo un día... Se me  acercó. Yo acababa de cantar Ya que te vas. Me miró con ojos que querían  atravesarme. Me di cuenta. Me odiaba.
      CHEO. (Burlándose.) Nunca  pudo soportar tu porte, tu elegancia y esa voz tuya que rompía las copas aunque  fueran de metal.
      OLGA. (Sin oírlo.) Puso  una de sus manos en mi hombro. Yo me estremecí. Me dijo: «Cantas bien, pero yo  llegaré más lejos». Y se fue. Y supe que así sería. No. Pero yo no quiero  hablar de mí... (Dobla a Rita Montaner.) Lecuona me oyó cantar y se  quedó maravillado. Quiso contratarme para su compañía. Íbamos para Buenos  Aires. Yo iba a cantar a dúo con Libertad Lamarque.
      CHEO. ¡Despierta, Olga! Todo tiene un límite: hasta  la mentira.
      OLGA. (Sin oírlo.) Yo  me iba. Y ya veía los teatros repletos, oía los aplausos. El público de pie. El  público aclamándome...
      CHEO. (A todos.) No la oigan. Es una farsante.  No ha dicho una sola verdad.
      OLGA. Trágate la lengua, Cheo, o te la corto con las  uñas.
      CHEO. Di la verdad, anda. ¿Por qué no dices la  verdad'?
      OLGA. ¿Qué verdad, Cheo, qué verdad?
      PRÓSPERO. Aquí todos queremos saber la verdad.
      CHEO. Su odio por Rita Montaner es envidia.
      OLGA. ¿Envidia yo? ¿Envidia una diva?
      CHEO. Pero además, tiene otra razón.
      TODOS. ¿Otra razón?
      CHEO. ¡Yo!
      TODOS. ¿Tú?
      CHEO. Yo mismo.
      TODOS. ¿Por qué'?
      CHEO. Señores, yo fui el gran amor de Rita Montaner.
      
      TODOS. ¿Cómo?
      OLGA. ¡Fijarse ella en ti! ¡Fijarse en un triste  trompetista!
      CHEO. Ella alfombraba el camino por donde yo pisaba.
      OLGA. No supo ni que tú existías.
      CHEO. Cantaba para mí con su voz más dulce.
      OLGA. Cantaba para todo el que iba a oírla al teatro  Principal.
      CHEO. Quería llevarme a París, a Londres.
      PRÓSPERO. ¿Y qué pasó?
      CHEO. (Señalando a Olga.) Ésta lo destruyó  todo.
      OLGA. Fuiste tú quien destruyó mi vida, mi brillante  carrera.
      CHEO. Tú te metiste por el medio con tus artimañas  de bruja.
      OLGA. (Con rencor.) Tienes  razón. La culpable fui yo. Por débil. (A los otros.) Lo conocí en el  Prado. Era un pésimo trompetista en una orquestica de mierda, pero lo vi tan  hermoso...
      PRÓSPERO. Más elegante que Yarini.
      CHEO. Honor a quien honor merece.
      OLGA. Le decían Aladino.
      MARINA. ¿Por qué?
      CHEO. Porque tenía una lámpara maravillosa.
      OLGA. La misma noche en  que lo conocí me empujó contra los muros de la Estación de Villanueva, y allí  mismo... ¡Ay, qué horror! ¡Soy una desvergonzada! La primera vez que lo veía  y...
      CHEO. Tú, tú me empujaste a mí contra los muros de  la Estación.
      OLGA. Yo era débil, Cheo, y tú eras fuerte.
      CHEO. ¿Débil tú? Por poco me tienen que llevar a la  Casa de Socorros.
      OLGA. Salí embarazada.  Mis padres se enteraron. Se formó el escándalo. Tuve que casarme.
      PRÓSPERO. Y nació tu hija Rita.
      OLGA. Adiós Lecuona,  adiós Buenos Aires, adiós Libertad Lamarque, adiós público mío. El mundo perdió  a una gran cantante, pero yo perdí al mundo.
      CHEO. El único engañado  fui yo. Trató de conquistarme para vengarse de la mujer que odiaba. La envidia  no la dejaba vivir. (A Próspero.) Mira, mi hermano, termina esto porque  aquí va a ocurrir un Apocalipsis.
      PRÓSPERO. No te apures.  Después de todo, amigo Cheo, también hay algo para ti.
      CHEO. A mí me dejas tranquilo.
      PRÓSPERO. Te mostraré quién eres.
      CHEO. No hace falta. Aquí todo el mundo sabe quién  soy yo. Estuve a punto de ser campeón mundial de boxeo. Rita y yo íbamos a ser  una pareja famosa.
      PRÓSPERO. No hablo de eso.
      CHEO. No hay más.
      PRÓSPERO. ¿Estás seguro? (Se acerca a Cheo y saca  de su bolsillo un collar de brillantes. Triunfal.) ¡Miren!
      CHEO. (Alterado.) ¿De dónde sacaste eso? ¿De  dónde?
      PRÓSPERO. Es uno de mis actos elegantes. El collar  de brillantes. Perteneció a...
      CHEO. Cállate o te parto la vida.
      PRÓSPERO. (Irónico.) ¡Soy inocente! Es la  magia.
      CHEO. Me cago en el caño de tu magia. Aquí a nadie  le importa de quién es el collar.
      OLGA. ¿Qué te pasa, Cheo? Estás pálido.
      CHEO . (A Olga.) ¡Déjame! (A Próspero.) ¿De  dónde sacaste eso?
      PRÓSPERO. La gracia de un mago es su misterio.
      CHEO. Yo no creo en misterios, carajo, y te puedo  descuartizar.
      PRÓSPERO. No es fácil. Todo mago es ya un hombre  descuartizado.
      OLGA. (Irónica.) Yo no sabía que te gustaban  tanto los collares.
Próspero va donde Olga y le pone el collar.
OLGA. (A Cheo. Con dureza.) ¿De quién es el collar? Yo no soy boba. ¿De quién es el collar?
Se oyen toques en la tapa del arcón. Próspero lo abre y sale una mujer elegantísima.
         GRAZIELLA. Buenas  noches. Yo soy Graziella Montalvo. Hija única de Honorio Montalvo, a quien todos  conocen por ser el dueño de la famosa fábrica de chorizos. ¡Chorizos Montalvo!  ¡Los mejores chorizos de Cuba! Yo me crié a base de chorizos. Por eso estoy  como estoy.
      PRÓSPERO. Buenas noches, Graziella. Bienvenida.
      GRAZIELLA. ¡Qué reunión tan simpática! ¿Quiénes son?
      PRÓSPERO. Amigos.
      GRAZIELLA. Encantada. Llámenme  Grazzi. Así me dicen los íntimos. (A Marina.) ¿Qué tal, señora, cómo  está?
      MARINA. Muy bien, gracias. ¿Y usted?
      GRAZIELLA. En la plenitud.  Encantada de vivir en esta isla tocada por la gracia. Me fascina este país. Y  que conste: yo soy una mujer de mundo. Árbitra de la moda. No en La Habana,  claro, ¡aquí las mujeres visten tan mal! Yo he vivido en París. Como ya ustedes  descubrieron, mis maneras pregonan que soy una mujer de mundo. No debería  decirlo, ya lo sé, pero como estamos en confianza... (Repara en Cheo.) ¡Tú!
      PRÓSPERO. ¿Lo conoces?
      GRAZIELLA. (A Próspero.) ¿Qué hace éste aquí?
      PRÓSPERO. Las piedras ruedan y ruedan hasta que se  encuentran.
      OLGA. (A Graziella.) ¿De dónde lo conoces?
      ORAZIELLA. Que lo diga él.
      OLGA. (A Cheo.) ¿De dónde la conoces, Cheo?  ¿De dónde conoces a esta mujer?
      CHEO. No comas mierda, Olga.  Tú no ves que esa mujer no existe, que es de mentira.
      GRAZIELLA. (Horrorizada.) ¿Cómo? ¿Yo no  existo? Pero está loco.
      OLGA. Dígame de dónde conoce a mi marido.
      GRAZIELLA. Perdone, señora, ese tono no me agrada.
      OLGA. (Irónica.) Disculpe.  Olvidaba que es usted una mujer de mundo. Distinguida dama Grazzi, ¿podría  comunicarme de dónde conoce a mi esposo?
      GRAZIELLA. ¡Conozco a tantos hombres en  circunstancias tan diversas!
      OLGA. ¡Ah! Eso es ser una mujer de mundo.
      ALICIA. Ella quiso decir mujer de todo el mundo.
      GRAZlELLA. ¡Respeto! ¡Exijo respeto! ¿Quién puede  lanzar la primera piedra? Cada cual tiene su angustia. Yo vivo en un palacio,  en El Vedado, regalo de mi padre que es el dueño de los chorizos Montalvo. Los chorizos  dan mucho dinero. Un buen chorizo cuesta mucho. Yo soy una mujer decente,  debidamente casada. Diecisiete criados pueden dar fe de mi decencia. Pero hay  algo que se llama la melancolía, el spleen. Mi palacio es enorme y  oscuro y huele a incienso. Yo avanzo por sus pasillos y el golpe de mis pasos  me da miedo. Mi palacio es húmedo y tiene eco. Lo tengo todo que es decir nada.  A mi piel le falta el sol y a mis ojos la alegría. ¿Ustedes saben lo que es el  tedio? Entonces, cuando más deseos tengo de tirarme en un rincón salgo a  caminar la ciudad. Yo podría vivir en Viena o en Ginebra, pero vivo en La  Habana. ¡En ningún otro lugar podría ver tantos cuerpos hermosos! Camino por el  puerto y me extasía ver a los hombres trabajando llenos de sudor. ¡El mejor  perfume de París no puede compararse al que emana de un hombre trabajando! No  me culpen. Odio la oscuridad de mi palacio. Mi marido es un hombre enfermizo  que se alimenta de mí. (Acariciando el pecho de Cheo.) Y a mí me da placer alimentarme de  los hombres. (A Cheo.) ¿Te acuerdas'?
      CHEO. Tengo mala memoria.
      GRAZIELLA. Conozco el modo de hacerte recordar.
      OLGA. ¡Yo también!
      CHEO. (Apartando a Graziella.) ¡No te  conozco!
      GRAZIELLA. (Tomando lo mano de Cheo y llevándola  a su pecho.) Toca aquí, late como aquella vez.
      CHEO. Allá dentro hay un corazón de mármol.
      GRAZIELLA. Recuerda: yo caminaba entre los sacos de azúcar.  Tú estabas allí, con el torso desnudo y un pañuelo en la
 cabeza, un pañuelo que  te protegía del sol.
      PRÓSPERO. Como un árabe. Le gustaste.
      GRAZIELLA. Hice más lento el paso. Te diste cuenta  de que me gustabas. Los hombres siempre se dan cuenta.
      PRÓSPERO. (A Cheo.) Le dijiste... ¿Qué le  dijiste?
      CHEO. No sé. No hablo cuando trabajo.
      GRAZlELLA. Me dijiste una grosería. ¡Me encantan las  groserías!
      CHEO. Además de puta eres mentirosa.
      GRAZIELLA. (Desanimada.) ¿Soy puta? Yo no  tengo la culpa de vivir en un palacio oscuro con olor a incienso. No soy puta,  soy melancólica.
      OLGA. Siga, siga contando. ¿Qué pasó después?
      GRAZIELLA. Ay, no sea morbosa.
      PRÓSPERO. ¿Qué puede pasar entre dos personas que se  gustan?
      GRAZIELLA. Tengo alquilado un apartamento en Luz y Picota  para cuando sufro mis ataques de tedio. Allí me refugio.
      OLGA. ¿Fueron juntos al apartamento?
      GRAZIELLA. ¿Por qué se inmiscuye en mi vida privada?
      OLGA. ¡Ese hombre es mi marido!
      GRAZIELLA. La felicito. ¡Es un volcán! (Reparando  en el collar.) ¿Y ese collar, quién se lo dio? ¡Ese collar es mío! (A  Cheo.) ¿Fuiste tú?
      CHEO. No sé nada de collares, no soy joyero.
      GRAZIELLA. No te preocupes. Brillantes falsos.  Después de todo yo sé lo que son las tentaciones.
      OLGA. (Indignada.) ¡Adúltero y ladrón!
      CHEO. ¿Vas a hacerle caso, idiota? Es una calumnia,  una infamia de esta cualquiera.
      OLGA. Cheo, estoy herida de muerte. Has llevado el  cieno a tu casa.
      CHEO. Comemierda, todo es mentira.
      OLGA. ¡Es la hora de mi segunda muerte! Mi hija Rita  y yo estamos manchadas.
      CHEO. Chica, a ti te  hicieron sin garganta y sin cerebro. (Señalando a Graziella.) ¿Tú no te  das cuenta de que ésta es una bayusera... (Señalando a Próspero.) ...y éste un maricón?
      OLGA. ¡Ni siento ni padezco!
      MARINA. Hija, no te pongas así. Los hombres son los  hombres.
      GARCÍA. ¿Los hombres? Sí.  La verdad, hay veces, pero muchas veces, que un hombre... (No sabe qué decir  y se encoge de hombros.)
      OLGA. ¡Déjenme! Me acaban de matar.
      LAURA. Estás exagerando.
      CHEO. Tienes la cabeza vacía.
      OLGA. Y pensar que por este forajido destruí una  carrera brillante.
      CHEO. Yo también destruí una carrera brillante.
      OLGA. Óiganlo, un triste trompetista en una  orquestica de mierda.
      CHEO. Cuando tú me  sedujiste yo tenía veinte años. ¡Veinte años! Si es verdad, era un mal  trompetista, pero eso no me importaba.
      PRÓSPERO. ¿Qué te importaba entonces'?
      CHEO. Yo era el mejor,  el más agresivo peso gallo del barrio de Jesús María. Cuando yo salía al ring la gente rabiaba. Ninguno de ustedes puede imaginarse el placer que te  provoca conectarle un swing de izquierda al adversario cuando éste tiene  la guardia demasiado baja. Y verlo caer, caer, y quedarse quietecito,  quietecito. Y que el referee venga y cuente: uno, dos, tres... Y el  hombre no se mueve. Y si está muerto, mejor. Y la gente de pie, gritándote,  llevándote en bandas. Y las mujeres cayendo de rodillas a tu paso.
      OLGA. Te dieron una  pateadura que yo tuve que ponerte bolsas de hielo por todo el cuerpo.
      CHEO. ¡No le hagan caso a la soprano muda! Ella,  Rita Montaner, fue un día a verme. Ella, la gran cantante, fue un día a verme  pelear. Yo no parecía un boxeador, sino un bailarín. Y cuando terminó la pelea  se me acercó. Y yo sólo tuve que mirarla un instante con estos ojos que tienen  más fuerza que el brazo. Y la mujer fue mía. Y trajo un empresario gringo. ¡Óiganlo  bien: un empresario gringo!, que quería llevarme para Nueva York. Yo iba a  enfrentarse con la Furia Amarilla, un boxeador chino, el mejor peso gallo del  mundo...
      PRÓSPERO. ¿Y qué pasó con la Fiebre Amarilla?
      CHEO. La fiebre no, la Furia, la Furia. Esta víbora  ronca se metió por el medio.
      OLGA. ¡Mentira! Yo encantada de que todo el Celeste Imperio  te moliera a palos.
      CHEO. Envidiaba a Rita y me utilizó para su odio.
      OLGA. Deja esa historia de Rita Montaner y del ring de boxeo y diles la verdad. Diles que la única pelea que tuviste por poco  hay que amputarte la cabeza. Y diles que ella nunca, pero nunca, bajó de su  pedestal para mirarte ni una ufana.
      PRÓSPERO. ¿Qué hay de verdad en todo eso, Cheo?
      CHEO. (Turbado.) No sé. Déjenme. Yo quería  que ella me amara. Yo quería ser el hombre más poderoso del mundo. Y sin  embargo... Dime, Próspero, dime, ¿por qué todo en la vida tiene que salir al  revés?
      PRÓSPERO. No hay respuesta, amigo Cheo. Siempre te quedarás  con la duda. ¿En qué terminaste?
      CHEO. ¡Un estibador! Un hombre que bebe para  olvidar. Un estúpido.
      OLGA. ¿Y nuestro amor, Cheo, y nuestro amor?
      CHEO. ¿De qué amor hablas?
      OLGA. Te casaste conmigo por amor.
      PRÓSPERO. Se casó contigo porque tu padre lo obligó.
      OLGA. La única engañada fui yo.
      CHEO. Tú siempre eres la víctima.
      OLGA. Iba a ser una gran cantante.
      CHEO. Ármate de valor y también di que tocabas el piano como si tuvieras una mandarria en las manos  y di que la única vez que te paraste en un teatro hubo una epidemia de sordera  en toda La Habana.
      OLGA. Cheo, acabo de hacer un descubrimiento. Te  odio con toda mi alma.
      CHEO. Olga, viceversa.
      OLGA. ¡Ladrón!
      CHEO. Oye quién habla, la hija de un garrotero  famoso.
      OLGA. (Lo golpea.) ¡Respeta su memoria!
      CHEO. Suéltame o te mato.
      OLGA. (Golpeándolo.) ¡Mátame!  ¡Decapítame! ¡Inmólame! Yo no quiero seguir alentando en este valle de  lágrimas. ¡Yo soy una ramera!
Próspero le alcanza un cuchillo a Cheo y otro a Olga. Ambos se caen a cuchilladas.
CHEO. Te voy a matar, coño.
      OLGA.  Sí, mátame, asesino, ladrón, mal marido, mátame.
Se matan. El Herido sale del arcón. Próspero revive a Olga y Cheo. Todos se acercan a El Herido con lentitud, con miedo quizás. Laura toca la herida que tiene en la cabeza y luego observa la sangre en su mano.
EL HERIDO. ¿Me dan un poco de agua? Tengo sed. (Se desploma.)
Apagón.
SEGUNDO ACTO
.Marina venda la cabeza de El Herido. El resto de las mujeres curan otras heridas. De un modo u otro, los hombres ayudan.
EL  HERIDO. ¿Qué hora es?
      PRÓSPERO.  Temprano. No tienes que preocuparte.
      EL  HERIDO. Se me hace tarde.
      OLGA.  Hay tiempo para todo.
      EL  HERIDO. Debo irme. Gracias.
      LAURA.  Así no puedes. Todavía sangras.
      MARINA.  Todo en la vida es tener paciencia.
      LUIS.  Te matarán antes de llegar a la esquina.
      ALICIA.  No juegues con la vida, muchacho.
      CHEO.  Es peligroso que andes por ahí.
      LUIS.  Con el vendaje vas a llamar la atención.
      MARINA.  Mejor pasas la noche con nosotros.
      OLGA.  Mañana, de día, será diferente.
      LAURA.  Te cambias de ropa, te pones un sombrero.
      PRÓSPERO.  Un par de espejuelos oscuros.
      EL  HERIDO. Les agradezco tanto... Me encantaría quedarme. Aquí me doy cuenta de  cosas que no conocí.
      PRÓSPERO.  ¿Por ejemplo?
      EL  HERIDO. La noche. El fresco. Un olor de jazmines.
      LAURA. (Vehemente.) ¡Quédate!
      EL  HERIDO. No puedo, señorita, no puedo.
      GARCÍA.  Aprende esto: nunca, pero nunca, uno debería decir que... (No sabe qué decir  y se encoge de hombros.)
      PRÓSPERO.  Ya lo dijo: no puede quedarse.
      OLGA.  Nada hay más poderoso que la vida.
      EL  HERIDO. Sí. El deber.
      
      TODOS.  ¿El deber?
      PRÓSPERO.  El deber.
      CHEO.  ¿Qué es eso?
      EL HERIDO. Algo que no le deja vivir como usted  quisiera, pero que resulta inevitable.
      PRÓSPERO. Algo por lo que decides vivir.
      OLGA. ¿No te interesa vivir?
      EL HERIDO. Si supiera... Hay una casa en Marianao...  No muy grande, de paredes altas y blancas. Con muchas ventanas y un portal  enorme y limpio. Desde allí se puede ver el huerto, y más allá, el río  Almendares.
      PRÓSPERO. Te gustaría vivir allí.
      EL HERIDO. Si. Sembrar en el huerto por la mañana,  sentarme a leer por la tarde, mientras ella, la elegida, toca el piano en la  sala... Yo quisiera casarme con una mujer hermosa y tener diez hijos, y vivir  hasta los noventa años. (Pausa breve.) ¡Pero es imposible!
      LAURA. ¿Qué te lo impide?
      PRÓSPERO. El deber.
      LUIS. El deber. Su rostro de niño atraviesa el muro  de mi pecho.
      MARINA. ¿Qué quieres decir?
      LUIS. La poesía no es para todo el mundo.
      ALICIA. ¿Qué deber es ese que todo lo entorpece?
      EL HERIDO. Salí de mi casa a los catorce años. Me  fui a la manigua, me alcé. Sólo tenía un machete, pero era suficiente. Ahora  lucho contra el tirano. Cuando logremos la victoria, me iré a España, me pondré  al lado de la República.
      CHEO. Manda el deber al carajo.
      OLGA. Se vive una sola vez.
      EL HERIDO. Por eso mismo, se vive una sola vez.
      LUIS. ¿Qué esperas de la vida?
      LAURA. ¡Es un romántico!
      MARINA. ¿Te crees Dios?
      EL HERIDO. (A Laura.) ¿Qué importan los  nombres? (A Marina.) Me creo un simple mortal que debe cumplir un  destino irremediable como todos los destinos.
      PRÓSPERO. Muchos de su edad ya están muertos.
      EL HERIDO. Toda tiranía engendra muertos.
      OLGA. Olvida al tirano. Vive tu vida.
      EL HERIDO. (Sonríe. Niega con la cabeza.) ¿No  se siente el olor de los jazmines?
      ALICIA. ¿No te da miedo morir?
      EL HERIDO. Ustedes han sido muy amables. Gracias por  todo.
      PRÓSPERO. ¿Te horroriza la muerte?
    EL HERIDO. ¿Alguien me  presta un espejo?
Marina le alcanza el espejo de mano. El Herido se mira.
PRÓSPERO. ¿Te miras por última vez? 
      EL HERIDO. Nunca se sabe.
    
Laura le da un atado de panes para el camino.
         LAURA. ¡Quédate! En mi  casa tienes lugar. Te dejo mi cuarto, mi cama, todo lo que quieras, pero no te  vayas. Tocaremos el piano por las tardes. Haremos lo que tú quieras, pero no te  vayas.
      EL HERIDO. (Devolviendo el espejo a Marina.) ¡Adiós!  ¡Adiós y gracias por todo! En algún momento acuérdense de mí.
      PRÓSPERO. Es peor el olvido que la muerte.
El Herido sale. Vuelve a entrar. Trae ahora en las manos una corona de azahares. La entrega a Laura. Sale.
LAURA. (Hablando con El Herido aunque éste ya se  ha ido.) No te vayas. En mi casa estarás bien, no te vayas. (Mira la  corona que tiene en las manos.) Mira, tía, la corona.
      MARINA. Olvida, hija, olvida.
      PRÓSPERO. Lo mejor que tiene el hombre es que puede  olvidar.
      LUIS. No es hora de recordar.
      MARINA. Lo mejor que tiene el hombre es que puede  recordar.
      LAURA. Yo soy yo y mi soledad.
      PRÓSPERO. La soledad es  como una fiera. Aprende a amansarla. (Pone en la cabeza de Laura la corona  de azahares.)
      LAURa. ¿Cómo luzco?
      PRÓSPERO. ¿Cómo luce?
      LUIS. (A Laura.) ¡Quítese eso!
      LAURA. ¿Por qué? Hace unos años me quedaba perfecto.
      MARINA. Ya lo dijiste: hace unos años.
      PRÓSPERO. ¿Sabes que día es hoy?
      LAURA. Yo no quiero saber el paso de los días.
      ALICIA. Laura, quítate la corona.
      LAURA. Con la corona o sin ella no hay modo de  evadir los recuerdos.
      PRÓSPERO. ¡Hace ocho años! ¡Ocho años!
      MARINA. ¡Cómo pasa el tiempo!
      LAURA. ¡Mentira! El tiempo se queda en mi cuerpo, en  mi cara. Me hunde los ojos y me saca los dientes.
      PRÓSPERO. Ahora vino ese muchacho herido y te hizo recordarlo.
      LAURA. ¡Qué extraño!... ¡Cómo en el recuerdo todos  los hombres se parecen!
      MARINA. Laura, hija...
      LAURA. (Con odio.) Déjame. Desteto la  misericordia.
      LUIS. Se comporta como una niña.
      PRÓSPERO. Ya tienes cuarenta años.
      LAURA. No hace falta que me lo recuerden.
      MARINA. Mira mi espalda, mira mi labio leporino.
      LAURA. Desde niña yo soñaba con una casa y con un hombre.
      PRÓSPERO. Que te protegiera y te hicierais feliz.
      LAURA. Yo no soy jorobada, yo no tengo el labio  leporino.
      PRÓSPERO. Es cierto. ¿Por qué nadie se interesa en  ti?
      LAURA. Nadie sabe lo que siento. Es como si  recorriera un pasillo infinito y no hubiera nadie. Y yo caminara y caminara, y  siempre sin nadie.
      PRÓSPERO. Un día te enamoraste.
      LAURA. ¿Cómo era aquel hombre? Recuerdo mi pasión.
      PRÓSPERO. Sólo existía tu pasión.
      LAURA. Yo bordaba las sábanas de mi boda, cosía mis ropones,  no con las manos, sino con la pasión.
      PRÓSPERO. Estabas vestida de blanco.
      LAURA. Alguien, no sé quién, puso en mi cabeza la  corona de azahares.
      MARINA. Basta, Laura, basta de drama.
      LAURA. ¿Qué cosa es la vida?
      PRÓSPERO. ¡Un drama!
      LAURA. Me oculto en la  casa con tal de que el tiempo no pase, o pase y yo no me dé cuenta.
      PRÓSPERO. Pero los demás  no quieren olvidarse del tiempo, y a las nueve en punto te disparan un cañonazo  en La Cabaña.
      LAURA. ¡Carlos! ¿Dónde  está Carlos? Cuando salgo al patio y lo veo acabado de levantar, sin camisa...  Entonces, de pronto... es él la única persona. ¡Ustedes no existen! Yo espero.
      PRÓSPERO. ¿A quién?
      LAURA. Es alguien que  tiene el pecho y los brazos de Carlos, la cara y la voz de aquel que me dejó  esperando, la inocencia de ese herido... (Se quita la condona de azahares. La  da a Próspero.) ¡Desaparece!
      PRÓSPERO. ¿Y si ahora, en mi baúl, apareciera alguien?
      LAURA. Cualquier hombre no es el hombre que yo  espero.
      PRÓSPERO. Veremos. (Abre el arcón.)
Aparece El Enmascarado.
EL ENMASCARADO. ¡Ayúdenme!
      PRÓSPERO. ¡Otra vez! Te he dicho mil veces que no.
      EL ENMASCARADO. ¿Quitame  esta máscara! No puedo seguir viviendo con ella.
      PRÓSPERO. Yo encantado  en ayudarte, pero te juro que no sé cómo. Únicamente puedes hacerlo tú.
      EL ENMASCARADO. Para mí es imposible. Ya traté.  Alguien tiene que poder.
      PRÓSPERO. Las máscaras existen para probar nuestro  valor.
      EL ENMASCARADO. Está  bien. No tengo nada que agradecerte, pero de todas maneras, ¿cómo es que se  dice? Gracias.
El Enmascarado vuelve a entrar en el arcón. Próspero toca en su tapa. El arcón se abre otra vez. Aparece Carlos.
PRÓSPERO. ¿La viste? 
      CHEO. Cuéntanos.
      LUIS. ¿Qué pasó?
      CARLOS. Lo de siempre. La vi sentada en un banco del  Parque de la Fraternidad.
      PRÓSPERO. Bellísima. Parecía una diosa.
      CARLOS. Me dio miedo acercarme.
      CHEO. ¿Miedo?
      OLGA. Sí, miedo. ¿Crees que todo el mundo es tan  desvergonzado como tú?
      ALICIA. ¿Te le acercaste?
      CARLOS. Estaba a punto  de morirme, pero sin demostrarlo. Aprendan: nunca se puede mostrar debilidad.  Ahí lo pierdes todo. ¿Ustedes nunca se han enamorado? (Como en estado de  hipnosis, señala a Laura que ha tomado su pañuelo y ha adoptado la actitud de  quien espera ser cortejada.) ¡Mírenla! Ella está ahí. Ahí mismo. Yo me acerco  poco a poco. En realidad, no sé si me acerco o es ella que me atrae. Estoy  junto a ella. El amor, que a veces te hace débil, a veces te hace fuerte. Soy  tan audaz que le acaricio un brazo. Me mira. Sonríe. ¡Qué sonrisa! ¿Será de día  o de noche? La saludo. Buenas. Buenas noches.
Laura, tomando un pañuelo, hace un gesto de coquetería, una inclinación de cabeza.
CARLOS. ¿Estás sola?
      LAURA. Siempre estoy sola.
      CARLOS. ¿Por qué?
      LAURA. (Turbada.) Será porque me gusta.
      CARLOS. Ese gusto me perjudica.
      LAURA. (Entusiasmada.) ¿Qué quieres decir?
      CARLOS. Quiero decir que  abras las puertas de tu vida, que me dejes entrar y ocupar todo el espacio que  es tuyo. Necesito tu compañía.
      LAURA. (Muy excitada.) Tú, Carlos... ¿Sabes lo que estás  diciendo?
      CARLOS. Nunca he sido tan dueño de mí y de mis palabras.
      LAURA. (Tratando de fortalecerse.) No te creo. No puedo  creerte.
      CARLOS. ¿No estás viendo y tocando mi corazón deshecho entre tus  manos?
      LAURA. Perdóname. He oído  esas palabras tantas veces... Tantos hombres vinieron a decírmelas hoy para no  regresar mañana... Un hombre es una máquina de mentir.
      CARLOS. Yo no soy como los  otros. Mírame. Mira mis ojos, mira mis manos. ¿Ves la diferencia?
      LAURA. Los hombres bellos son los que mienten más.
      CARLOS. Pídeme cualquier cosa, y te mostraré todo de lo que soy capaz.
      LAURA. (Aparte. Conmovida.) ¡Dios mío! ¿Será verdad?
      CARLOS. Puedo darte todo  lo que tengo. Un libro, un diamante, una brújula para que no pierdas el camino  de mi vida.
      LAURA. Hay dos Lauras, Carlos: una que te cree; otra  que no te cree.
      CARLOS. ¡Déjame asesinar a la incrédula!
      LAURA. (Apasionada.) ¡Si,  asesina a la incrédula! ¡Que se muera esa mujer decepcionada! (Completamente  transformada.) Yo estoy aquí, Carlos, mis puertas están abiertas. Puedes  entrar.
      CARLOS. Ya estoy en ti,  como Dios en cada hombre. Ahora ven, sígueme. Nos iremos de este horror. Tú y  yo nos salvaremos. Saldremos limpios. Todo el que intente detenernos caerá  rendido por la fuerza de nuestra pasión. Iremos a una isla desierta. Todavía hay  islas desiertas. Donde nadie nos vea. Lejos de la envidia, y la maledicencia.  Viviremos el uno para el otro. Nuestros cuerpos confundidos. La salvación está  en entregarnos. No hay religión como el amor. (Breve silencio. Carlos parece  despertar. Se da cuenta con horror de que es Laura quien está a su lado. Con  repugnancia.) ¡Usted!
      LAURA. Sí, yo, Carlos.  Todavía hay islas desiertas donde no llegan el rencor y la maledicencia.
      CARLOS. (A los otros.) ¿Qué dice? ¿Está  delirando?
      LAURA. (Abrazándose desesperadamente a Carlos.) He  abierto mis puertas para ti.
      CARLOS. Cierre sus puertas, señora, que los tiempos  están muy malos.
      LAURA. (Con horror y decepción.) ¡Carlos!
      CARLOS. ¿Por qué nos quiere siempre quien no  queremos?
      PRÓSPERO. ¡Estamos hechos de un barro muy mezquino!
      CARLOS. (A Laura.) Yo  no quiero construir nada con usted. Olvídese de mí. Olvídense de mí. Yo soy un  hombre que ama un imposible, es decir, soy el más frágil de los hombres. La vi,  es cierto, pero su mirada me traspasó como si yo fuera de cristal. Ama y te  despreciarán. Es toda la sabiduría de la vida. No hay remedio, amigos míos, los  únicos paraísos son los paraísos que no existen.
      PRÓSPERO. Sólo te resta tener corazón y no asombrarte de nada.
      CARLOS.  Eres poderoso.
      PRÓSPERO. Me gusta oírtelo decir. Soy poderoso.
Laura se vuelve hacia Próspero con expresión suplicante. Próspero va hacia ella, la toma de un brazo, la obliga a abrir el arcón.
PRÓSPERO. ¡Abre el arcón!
Laura abre el arcán. Aparece José Conrado.
PRÓSPERO. ¡José Conrado!
      LAURA. ¡Usted!
      JOSÉ CONRADO. Para servirla.
      LAURA. ¿De dónde viene?
      JOSÉ CONRADO. Del mundo.
      PRÓSPERO. ¿No puedes precisar?
      JOSÉ CONRADO. Para mí  Buenos Aires es lo mismo que Manila y Manila que Hong Kong y Hong Kong que La  Guaira y La Guaira que Nueva York. Todos son un solo puerto. ¿Me entiendes? De  modo que yo creo venir de Manila, pero como Manila
 es Hong Kong y Hong Kong es  etcétera, ya no sé de dónde vengo.
      PRÓSPERO. En resumen, vienes del mar.
      JOSÉ CONRADO. ¿Hay algo que no sea el mar?
      PRÓSPERO. La tierra firme.
      JOSÉ CONRADO. El mar es todo. El resto son islas  flotantes.
      MARINA. Mi’jo, ¿y usted vive en el mar?
      JOSÉ CONRADO. Desde los trece años.
      GARCÍA. ¡Trece años! Ésa  es una edad, una edad en que las cosas... (No sabe qué decir y se encoge de  hombros.)
      OLGA. Debe ser fascinante.
      JOSÉ CONRADO. Depende.
      CARLOS. ¿Es aburrido?
      JOSÉ CONRADO. Nunca.
      CHEO. La verdad: mar por la mañana, mar por la  tarde, mar por la noche...
      JOSÉ CONRADO. ¿Usted no ha oído la famosa frase  de que uno no se baña dos veces en el mismo mar?
      PRÓSPERO. (Rectificándolo.) En el mismo río.
      JOSÉ CONRADO. Es igual. Platón no conocía el Océano  Atlántico.
      PRÓSPERO. (Rectificándolo.) Platón no,  Heráclito.
      JOSÉ CONRADO. Platón es  lo mismo que Heráclito y Heráclito que Aristóteles. Escuche: cuando un hombre  muere, se convierte en todos los hombres a la vez. La muerte unifica. La muerte  es lo más democrático que hay. ¿Me entiendes?
      ALICIA. ¿Usted tiene hijos?
      JOSÉ CONRADO. Cientos.
      ALICIA. Luego es dichoso.
      JOSÉ CONRADO. ¡No! ¿Para  qué yo quiero una legión de hijos que no conozco? No sé ni sus nombres. Tengo  hijos chinos, negros, blancos, rojos, rosados...
      LAURA. ¿Franceses?
      LUIS. ¿Peruanos?
      OLGA. ¿Y de Corea?
      MARINA. ¿Egipcios?
      CARLOS. ¿Mexicanos?
      ALICIA. ¿Australianos?
      CHEO. ¿Persas?
      JOSÉ CONRADO. ¿Para qué?  Tendré una vejez solitaria. Cuando me muera, me sepultarán en el fondo del mar  con una corona de algas por toda despedida.
      LAURA. ¿Ha conocido el amor?
      JOSÉ CONRADO. He amado a mis compañeros de viaje.
      MARINA. ¡Jesús! ¡Eso es contranatura!
      JOSÉ CONRADO. ¿Contranatura? ¿Qué quiere decir?
      LUIS. Contrario al orden de la naturaleza.
      JOSÉ CONRADO. ¿Y cuál es  el orden de la naturaleza? Lo único contrario al orden de la naturaleza,  señora, es el odio. El amor exalta, aunque a uno se le ocurra amar a una  cucaracha.
      CHEO. ¿Conoce muchos países?
      JOSÉ CONRADO. Todos.
      PRÓSPERO. (Con intención.) No hay una ciudad  del mundo que él no conozca.
      JOSÉ CONRADO. Desde Tasmania hasta el Estrecho de Magallanes,  desde el Cabo de Buena Esperanza hasta Groenlandia.
      LUIS. ¿Conoces Brujas?
      JOSÉ CONRADO. Brujas es una ciudad silenciosa, llena  de misterios.
      CHEO. ¿Y Venecia?
      PRÓSPERO. Se cae de su peso.
      JOSÉ CONRADO. Amigo mío, todo marino que se respete conoce  a la Reina del Adriático.
      LAURA. ¿Y Marsella?
      CHEO. ¿Y Nueva York?
      ALICIA. ¿Y  Montevideo?
      MARINA. ¿Y Caracas?
      OLGA. ¿Y Madrid?
      CARLOS. ¿Y Casablanca?
      LUIS. ¿Y Bombay?
      JOSÉ CONRADO. Y Melbourne, Cantón, Tokío,  Valparaiso.
      PRÓSPERO. Ya te lo dije: conoce al mundo.
José Conrado se acerca a Cheo.
JOSÉ CONRADO. (Confidencial.) ¿Por qué esas  preguntas? Hay en ti cierta ansiedad.
      CHEO. No. No es eso. ¿Cómo entraste a la marina?
      JOSÉ CONRADO. No fue fácil. Mi padre no quería.
      PRÓSPERO. Le hubiera gustado que fueras médico.
      JOSÉ CONRADO. Pero yo me  iba todas las mañanas para el puerto, y veía los buques anclados que cargaban y  descargaban sus mercancías. Un día me escondí dentro de una.
      PRÓSPERO. Como una rata de bodega.
      JOSÉ CONRADO. Ese barco  lo capitaneaba un hermano de mi padre. Me escondí. Cuando estuvimos a la altura  de Nassau, salí a cubierta. Mi tío por poco me mata, pero ya era tarde para  regresar.
      PRÓSPERO. Para eso existe una palabra: destino.
      JOSÉ CONRADO. Desde entonces he pasado la vida de un  lado a otro.
      PRÓSPERO. De un mar a  otro, tratando de alcanzar un horizonte que siempre permanece en el mismo  lugar.
      JOSÉ CONRADO. Es una sensación extraña, ¿sabes?
      PRÓSPERO. Es rara la  vida sobre tablas que se mueven y avanzan como a la deriva.
      JOSÉ CONRADO. Sí, te parece que nada es seguro y  firme.
      PRÓSPERO. Todo lo que hoy es de un modo, puede ser  mañana de otro.
      JOSÉ CONRADO. Esto te  hace pensar el mar, más misterioso, más voluble, más caprichoso que cualquier  mujer.
      CHEO. ¿Has sido feliz?
      JOSÉ CONRADO. ¿Quieres la verdad? No. Pienso que me  equivoqué.
      PRÓSPERO. (Poniendo  una mano sobre el hombro de Cheo.) También tú piensas que te equivocaste.
      JOSÉ CONRADO. Yo quiero seguridad.
      CHEO. Yo odio la seguridad.
      JOSÉ CONRADO. Yo quiero vivir en medio del  continente más grande.
      
      CHEO. Yo quiero vivir en una casa flotante en medio  del Pacífico.
      JOSÉ CONRADO. Me hastía pasar la vida de un lado a  otro como un paria.
      CHEO. Me hastía pasar la vida en el mismo lugar como  un vegetal.
      JOSÉ CONRADO. El único paisaje que me importa es La  Habana.
      CHEO. Todos los paisajes me importan.
      JOSÉ CONRADO. Detesto dormir donde me coja la noche.
      CHEO. Y yo una cama bien hecha.
      JOSÉ CONRADO. Lo desconocido me inquieta.
      CHEO. Lo conocido me llena de horror.
      JOSÉ CONRADO. ¡Tantos tonos de azul, tanto  horizonte, tanto espejismo!
      CHEO. ¡Las cuatro paredes  de mi cuarto, esta ciudad que no para de gritar, tanto sol!
      JOSÉ CONRADO. Tú no  sabes lo que es estar en alta mar, a veinte mil leguas de cualquier  civilización.
      CHEO. Viajar, conocer el  mundo, ir de una ciudad a otra, de una isla a otra. Detesto sentirme  encerrado en esta isla.
      PRÓSPERO. A veces hace  falta el silencio, encantrarse a sí mismo, y aquí, bueno, aquí todo está hecha  para que no te encuentres.
      JOSÉ CONRADO. ¿Ves que  te sientes mal? Cuando te alejes, vas a necesitar esta tierra. Te darás cuenta  de que no puedes vivir en ningún otro lugar.
      CHEO. Déjame las posibilidades de sentir esa  nostalgia.
      JOSÉ CONRADO. (A Próspero.) Dime la hora.
      PRÓSPERO. Hora de zarpar.
      JOSÉ CONRADO. ¡Adiós! Al  amanecer debo estar en Nápoles. No queda otro remedio. Volveré si en mis viajes  no termino en coral. (Desaparece.)
Alicia se acerca a Luis con actitud agresiva.
ALlCIA. Así que el hombre necesita conocer el mundo, Luis, y por lo tanto yo soy una gritona que te ha querido llenar de hijos, Luis. ¡Lárgate!
LUIS. ¿Qué estás diciendo, Alicia?
      ALICIA. ¡Vete ahora mismo!
      LUIS. ¿A dónde?
      ALICIA. Ése es tu problema. Vete a Australia. Los  canguros no gritan.
      CHEO. Cualquiera tiene derecho a...
      ALICIA. (Interrumpiendo a Cheo.) Por eso  mismo, ¡vete!
      LUIS. Te amo, Alicia.
      CHEO. Pero también tiene la urgencia de contemplar  el mundo desde el Himalaya.
      ALICIA. (A Luis.) Corre. Se te hace tarde.
      CHEO. En la distancia se amarán más.
      ALICIA. Ausencia quiere decir olvido, decir  tinieblas, decir jamás. Déjame sola. Ya que no puedo tener hijos, seré maestra  de kindergarten.
      PRÓSPERO. (A Alicia.) Tranquilizate. No se  irá.
      OLGA. (Mirando a Cheo con odio.) Los hombres  son así. El problema es torturarla a una, torturarla siempre. ¡Mírate en el  espejo!
      CHEO. Olga, por nuestra hija Rita, ¿no me vas a  perdonar?
      OLGA. Nunca. El día del Juicio Final estaré allí  para pedirles que te castiguen por adúltero y ladrón. (A Alicia.) Despreocúpate.  Te seguirá haciendo la vida imposible, pero no se irá.
      PRÓSPERO. No se irá por una razón simple: ahí donde ustedes  lo ven, Luis, poeta al fin, es un sabio. Él mejor que nadie conoce los famosos  versos de Victor Hugo: «No me voy. Si me fuera, al instante yo quisiera  regresar».
      LUIS. ¡Un momento!
      PRÓSPERO. (Satisfecho.) ¿Qué sucede?
      LUIS. No es pedantería, pero... Sucede, en primer  lugar, que esos versos no son de Víctor Hugo.
      PRÓSPERO. ¡Ah, no! ¿De quién son?
      LUIS. ¿Hasta cuándo vamos a permitir el saqueo de  nuestra cultura? Esos versos son de Julián del Casal, poeta cubano. Que tú lo  has cambiado. Los verdaderos versos dicen: «Mas no parto, si partiera / al  instante yo quisiera / regresar. / ¡Ah! Cuándo querrá el destino / que yo pueda en mi camino / reposar».
Con sonrisa satisfecha, Próspero abre su capa para que detrás de ella salga El Poeta.
       EL POETA. ¿Quién me  recuerda? ¿Quién dice mis versos? Nadie sabe cómo consuela, allá en la  eternidad, oír que alguien dice los versos que escribí una noche de insomnio.
      MARINA. Joven, ¡qué tristeza veo en sus ojos!
      EL POETA. Venerable señora, es mejor no hablar de la desdicha.
      LAURA. (A Próspero.) ¿Es él?
      EL POETA. No debo ser yo,  porque yo no soy nadie. Yo soy el éter, el céfiro que acaricia sus mejillas de  porcelana, señorita.
      
      OLGA. Tiene cara de cansancio.
      EL POETA .Quisiera beber algo.
      PRÓSPERO. ¿Fuiste al banquete?
      EL POETA. Como siempre.
      PRÓSPERO. ¿Lo recuerdas?
      EL POETA. Es lo único que recuerdo.
      PRÓSPERO. ¿Ves la casa?
      EL POETA. La veo. Frente al Paseo del Prado.
      PRÓSPERO. ¿Y las manos de tu amigo?
      EL POETA. Mi amigo levanta una copa.
      PRÓSPERO. Alguien hace un chiste.
      EL POETA. Alguien – no recuerdo quién – me hace reír.
      PRÓSPERO. ¿Y después?
      EL POETA. Nada. Todo se  vuelve delicuescente como la sangre que huye de mi cuerpo.
      PRÓSPERO. ¿No recuerdas más?
      EL POETA. No.
      CHEO. ¿Por qué tanta tristeza?
      EL POETA. Lo que usted nota no es tristeza sino  decepción.
      OLGA. Decepción. ¿Oyeron? Decepción. Yo soy del  criterio de que la decepción es... (No sabe qué decir y se encoge de  hombros.)
      EL POETA. Hice muchos descubrimientos pero uno  capital.
      LAURA. ¿Se puede saber?
      EL POETA. A usted no podría negarle nada. Dante era  un mentiroso.
      TODOS. ¿Por qué?
      EL POETA .Ya se enterarán. Ni Virgilio ni Beatriz.  Nadie. Nada. Un engaño. De pronto se abre una puerta – o tú crees que se abre  una puerta – y cuando das el paso...
      TODOS. ¿Qué?
      PRÓSPERO. Nada.
      EL POETA. Nada. (A Próspero.) ¿Es usted  poeta?
      PRÓSPERO. No. Mago. Aunque quizás sea lo mismo. ¿Quieres  una demostración?
      EL POETA. Prefiero las cosas sin demostrar.
      PRÓSPERO. Deja los caprichos y busca en tus  bolsillos.
      EL POETA. (Buscando en sus bolsillos.) Nunca  hay nada en mis bolsillos.
Próspero toca con el bastón el bolsillo del traje de El Poeta.
PRÓSPERO. ¿Y ahora?
      EL POETA. (Sacando un  nenúfar.) ¡Este nenúfar! ¡Cuántos recuerdos! ¿Será un aviso?
Luis se detiene, carraspea, despliega una sonrisa encantadora. Trata de llamar la atención. El Poeta lo observa un tanto divertido.
LUIS. (Rotundo.) ¡Yo también soy poeta! 
      EL POETA. ¡Ah!
      LUIS. Debo expresarme bien: un gran poeta.
      EL POETA. ¿Ha publicado libro?
      LUIS. Todavía. Pero cuando  publique... Seré la revelación. Me convertiré en el más eximio poeta de esta  isla donde tanto abundan los poetas.
      EL POETA. Me conmueve su seguridad.
      LUIS. ¡Si usted leyera mi libro!
      EL POETA. ¿Cual es el título?
      LUIS. ¡Inusitado,  mágico! ¡El solo título de mi libro es ya un prodigio! Mi libro se llama El  corazón sediento.
      EL POETA. (Tratando de no burlarse.) ¡Extraño  título!
      LUIS. Poemas de amor.  Todavía nadie ha tratado bien el amor en poesía. Yo lo convierto en el gran  tema del hombre. Además – y esto lo digo por la admiración que le tengo –, en  ese libro yo hago una de las innovaciones más importantes de la lírica  castellana.
      EL POETA. ¿Cuál?
      LUlS. ¿Sorpréndase!
      EL POETA. ¡Hace rato que estoy sorprendido!
      LUIS. Descubrí el verso  de dieciocho sílabas. Una revolución. Eso me sitúa, por lo menos, al lado de  Rubén Darío. ¡Qué digo Rubén Darío! Lo siento por el pobre Rubén.
      EL POETA. Muy honrado de saludar a hombre tan  talentoso.
      LUIS. Gracias. Usted  también es un hombre de talento. Mire, como prueba de mi afecto por usted, voy  a recitarle una de mis mejores poesías.
      EL POETA. No, gracias, amigo poeta. Debo irme, me  están esperando.
      LUIS. Cuando la poesía habla, todo puede esperar.
      EL POETA. Tiene razón. Sin embargo... Lo siento. Me  están esperando.
      LUIS. (Sin hacerle  caso.) Escuche. (Se prepara para declamar. Queda inmóvil un instante. Se  desanima.) No me haga caso.
      EL POETA. ¿Y su  poema?
      LUIS. No hay poema. Todo es mentira.
      PRÓSPERO. (A El  Poeta.) Imagina su angustia. Él quiere ser poeta, escribir los versos más  dulces.
      LUIS. Yo me conformaría  con un solo verso. Un solo verso. Pero las palabras me odian. No vienen a mí. Y  yo me paso el día llamándolas. Y mira que las busco, las persigo. Y cuando  vienen es una confusión... ¿Usted ha visto esas piedras muy blancas de los  ríos? Así es mi cerebro. Más duro que esas piedras. ¡Qué bruto soy! Y yo me  pregunto: ¿Y si nací tan bruto: por qué este extraño deseo? ¿Para qué yo quiero  las palabras si no sé ni lo que son? Yo puedo ser cualquier cosa, un organillero,  un maravilloso vendedor de helados... Pero ¡ah, no! Se me mete entre ceja y  ceja que tengo que ser poeta. (Pausa breve. Con tristeza.) ¡Si yo fuera  poeta como usted!
      EL POETA. Olvida eso. Nadie es como nadie.
      LUIS. Quiero ser admirado por todos. Poeta grande o  nada.
      EL POETA. Vanidad. Lo  importante es escribir. ¿Puedo hacerte una recomendación?
      Luis. Todas las que quiera.
      EL POETA. Una madrugada  en que no puedas dormir, la madrugada más tranquila, pregúntate si te es  necesario escribir, si la vida te va en ello, y si la respuesta es afirmativa,  no tienes nada que hacer, sino esperar y escribir.
      LUIS. ¿Y si no tengo  talento?
      EL POETA. No pienses en  eso. Escribe porque te es necesario. No importa que las palabras se resistan.  Ten paciencia. Escribe. Uno aprende a dominar las palabras. Pero si escribes  para que te aplaudan y admiren...
      LUIS. ¿Para qué sirve la poesía?
      EL POETA. No hagas preguntas inútiles.
      LUIS. Pero es que además...
      EL POETA. ¿Qué?
      PRÓSPERO. Dilo, Luis, dilo. Di que tienes miedo.  Miedo. Miedo.
      EL POETA. ¿Miedo?
      PRÓSPERO. Miedo, poeta, miedo a la verdad.
      EL POETA. Si la verdad te da miedo, dedícate a  vender helados.
      LUIS. ¿Usted no dijo que Dante era un mentiroso?
      EL POETA. Aprende a ser  sutil. Dante construyó un camino de mentiras para encontrar su verdad.
      LUIS. ¿Y si mi camino es de mentira y me conduce a  la mentira?
      EL POETA. Nada ni nadie  podría salvarte. Escucha. Hang Tai escribió una historia y ocultó los crímenes  del Emperador. Ofendido, éste lo mandó a matar. Hang Tai le preguntó: «¿Por qué  quieres matarme si hablé bien de ti?» El Augusto Emperador ni lo miró.  Respondió: «Si hubieses dicho la verdad, te habría ejecutado por odio. Como  dijiste mentira, te ejecuto por desprecio».
      LUIS. ¡Usted me da tanta envidia!
      EL POETA. (Con repugnancia.) ¿Envidia?
      LUIS. Dígame más. Una frase suya podría iluminarme.
      EL POETA. Nada te va a  iluminar. No hay hombre más desamparado que un poeta. Mas recuerda cuando te  sientes a escribir, la verdad, siempre la verdad.
      LUIS. Usted por lo menos sabe.
      EL POETA. Nadie sabe.
      PRÓSPERO. Si nadie sabe, entonces...
      EL POETA. ...entonces hay que escribir. Escribir. El  resto es silencio.
Se oye una voz de mujer que llama a Próspero.
EL POETA. ¡Ah, la Marquesa! No me deja reposar en  paz.
      PRÓSPERO. ¿La Marquesa? ¡La Marquesa no! ¡Ella no! ¡Ésa  no!
      EL POETA. Aquí estoy, excelencia, espero por usted.
      PRÓSPERO. ¡La Marquesa no!
      LA MARQUESA. (Entrando.) La Marquesa sí.
Ha entrado un cortejo formado por cuatro negros que cargan El Cadáver del Marqués de Campo Florido. Sobre El Cadáver, cananas de flores. Una de las coronas cae al suelo sin que nadie parezca advertirlo.
LA MARQUESA. Poeta, ¿por qué te ocultas? Eres mi  único consuelo.
      EL POETA. Marquesa, necesitaba un poco de paz.
      LA MARQUESA. ¿Y yo? ¿Y mi paz? Estoy desesperada, poeta,  desesperada. Eugenia y María Luisa – mis criadas tienen nombres de emperatrices  – ya no tienen lágrimas para llorar. Tenemos que recobrar fuerzas. Nos ha  cogido la noche en esta Babilonia del Caribe. Estamos muertos de hambre. Nos  persigue una banda de auras tiñosas, y, para colmo, unos negritos nos cayeron a  pedradas. Me hacías falta, poeta. Necesitaba tus trenos para alegrarme.
      EL POETA. No se preocupe. Aquí está entre amigos.
      PRÓSPERO. (Haciendo una reverencia.) Madame,  mis respetos.
      LA MARQUESA. ¿Quién es ése?
      CHEO. Próspero, el mago.
      LA MARQUESA. No creo en la magia. No hay magia capaz  de resucitar a mi esposo.
      PRÓSPERO. La magia todo lo alcanza.
      LA MARQUESA. No te esfuerces. Si lo resucitas, dejo  de ser viuda.
      MARINA. ¿Quiere descansar?
      LA MARQUESA. No puedo, amable señora.
      OLGA. ¿Por qué?
      LA MARQUESA. Debo terminar la peregrinación.
      ALICIA. ¿Hace mucho tiempo que comenzó?
      LA MARQUESA. Salí de mis cafetales el primero de  abril de 1888.
      CARLOS. ¿Ha hecho todo el viaje caminando?
      LA MARQUESA. Es lo último que puedo hacer por él. (Señala  a El Cadáver.)
      OLGA. Debe estar cansada.
      CHEO. Y con los pies hecho tierra.
      LAURA. ¿No tiene ampollas?
      LA MARQUESA. (A El Poeta.) ¿Qué quieren  decir?
      EL POETA. Se conduelen de su dolor.
      LA MARQUESA. Gracias.
      LUIS. ¿Por qué camina tanto?
      LA MARQUESA. No me queda  otro remedio. ¡Menos mal que la isla termina en Pinar del Río!
      MARINA. Señora Marquesa, permítame una pregunta un  tanto... indiscreta.
      LA MARQUESA. Le concedo esa gracia.
      MARINA. Yo podría  entender que a usted le apasiona caminar. Lo que no entiendo es... Dígame,  ¿usted no sabe que existen los cementerios?
      LA MARQUESA. (Señala a El Cadáver.) ¿Lo dice  por él?
      MARINA. Lo digo por él.
      LA MARQUESA. Es una historia  larga y trágica. Una historia que haría conmover una estatua, que estremecería  a las piedras,
 que haría llorar a los álamos... (Pausa breve.) Yo soy  una mujer fatal. Como dicen los versos de este desdichado: «Yo soy como una  choza solitaria que el viento huracanado desmorona».
      PRÓSPERO. Excelencia,  continúe usted su peregrinación. Yo a él se lo desaparezco.
      LA MARQUESA. ¡No! ¡Eso nunca! ¡Él debe ir conmigo!
      ALICIA. ¿Por qué ese capricho?
      LA MARQUESA. Capricho no, necesidad.
      LAURA. (Suspirando.) Debió amarlo con toda el  alma.
      LA MARQUESA. (Sorprendida.) ¿Amar? ¿A quién?
      LAURA. (Señala a El Cadáver.) A él.
      LA MARQUESA. Lo odié con mis entrañas.
      OLGA. ¿Y cómo es que anda con él de un lado para  otro?
      LA MARQUESA. Por eso mismo, porque lo odio, porque aun  después de muerto sigo odiándolo. Mientras yo viva, su cadáver no reposará. El  descanso eterno no le será concedido. Al menos, mientras yo aliente por estos  caminos.
      LUIS. ¿Era su esposo?
      LA MARQUESA. ¡Ante Dios y los hombres!
      CHEO. ¿Por qué lo odiaba?
      LA MARQUESA. Ya lo dije: una historia triste. (Pausa  breve.) Yo fui muda y esclava.
      TODOS. ¿Muda? ¿Esclava?
      LA MARQUESA. Tuve una infancia feliz. Fui una niña mimada.  Muy pobre. Mis padres eran muy pobres. Vivíamos a orillas del Cauto. Allí mi  padre tenía un conuco. Fui feliz porque fui libre. Crecí al sol, cazando  mariposas y cortando flores. No me importaba que el piso de mi casa fuera de  tierra: yo no sabía que existía el mármol de Carrara. Crecí con la idea de que  la vida era un daguerrotipo, algo inmutable.
      ELCADÁVER. Entonces hubo un cambio en tu vida.
      LA MARQUESA. Un cambio del que prefiero no hablar.
      EL CADÁVER. ¡Haces bien en callarte!
      LA MARQUESA. Por suerte ya no puedes impedírmelo.
      EL CADÁVER. No te ilusiones, siempre estaré junto a  ti, vigilando lo que dices y haces.
      LA MARQUESA.Tus ojos están secos y tus orejas se  pudren. Eres un cadáver sin remedio. ¡Cuándo aprenderás que todo en la vida  pasa, hasta el poder que tenías sobre mí!
      EL CADÁVER. Hay cosas que permanecen para siempre.
      LA MARQUESA. Además de cadáver eres imbécil. Echaste  a perder mi vida, pero ahora yo voy a echar a perder tu muerte. ¿Te olvidaste  de que existía la posteridad? Fui muda durante quince años, ahora voy a hablar hasta  la consumación de los siglos.
      EL CADÁVER. Siempre fuiste romántica. ¿Cuándo vas a  poner los pies en la tierra?
      LA MARQUESA. Y tú siempre pensaste que libertad era sinónimo  de romanticismo. Yo tengo los pies en la tierra y la mente despejada. Ahora me  toca hablar.
      ELCADÁVER. La historia de mi familia la escribí yo.
      LAMARQUESA. Yo voy a escribir un epílogo más grande que  tu historia. Recuerda: el que ríe último ríe mejor.
      EL CADÁVER. ¿Te has vuelto filósofa?
      LA MARQUESA. El tiempo que estuve sin hablar fue  pensando. Me veías bordando en la sala de tu casa, tan pacífica, tan inocente.  Ten siempre miedo de una mujer que cose en silencio. (A los demás.) Señores,  el ilustre Marqués de Campo Florido, amo y señor de las tierras que mi padre  trabajaba, fue tan bondadoso de enamorarse de mí. No tuvo reparos en pedirme en  matrimonio. Y mis padres vieron los cielos abiertos. ¡Qué maravilla! De la  noche a la mañana la niña se convertía en Marquesa.
      EL CADÁVER. Te llené de joyas y de esclavas.
      LA MARQUESA. Me llenaste de cadenas y de espías.
      ELCADÁVER. Construí un palacio para ti.
      LA MARQUESA. Una cárcel.
      EL CADÁVER. Gracias a mí, conociste Europa.
      LA MARQUESA. ¡Y también el odio! (Otro tono.) Yo  soñaba con el Cauto y las flores de mi niñez, mientras me paseaba por los lagos  de Suiza. Yo no quería riquezas, yo quería libertad. Pensar y decir lo que me  diera la gana. Hablar y que me oyeran.
 Yo quería un hombre que creyera en mí y  caminara al lado mío, no un gendarme que lo decidiera todo por mí.
      EL CADÁVER. ¿Por eso me mataste?
      LA MARQUESA. Tenía que matarte. No por mí – yo no tendré  paz el resto de mi vida –, sino por los demás, por mis hijos, por mis nietos.  Matarte fue un acto de generosidad con la vida. (Pausa breve. Otro tono.) Y  ahora es necesario continuar. Que el muerto no encuentre ni un minuto de  reposo. ¡Muchachos, arriba, adelante! ¡Que se pudra sin paz! ¡Que la eternidad  sea para él lo que fue la vida para mí: un desasosiego! ¡Poeta!
      EL POETA. Estoy a su lado, Marquesa.
      LA MARQUESA. ¿Tú también  amas la libertad‘? Vamos, alíviame con tus cantos. (A los otros.) ¡Queden  en paz, amigos! ¡Adelante! ¡Continuemos! ¡Si no hay infierno, yo lo invento!
      MARINA. (Se acerca a El Poeta.) Hijo, qué  tristeza veo en tus ojos.
      EL POETA. ...Sé para mí  piadosa / si de mi vida ignorada / cuando yo duerma en la fosa / oyes contar  una cosa / que te deje el alma helada.
Salen la Marquesa y su cortejo. Próspero toma la corona mortuoria que había caído a la entrada del cortejo. Sonríe. Muestra la cinta.
ALICIA. No te preocupes, papá, es un juego.
      CARLOS. No hay que tomarlo en serio, papá. Otro acto  de magia.
      GARCÍA. ¿Por qué yo? ¿Por qué mi nombre en una  corona mortuoria?
      CHEO. Viejo, no me diga que lo va a tomar en serio.
      OLGA. Lo mismo podía ser mi nombre o el de Alicia.  Son cosas de Próspero.
      MARINA. Todo es mentira.
      LAURA. ¿Usted no ha ido a los espectáculos del  Alhambra?
      LUIS. Mentira, viejo, como en las malas novelas.
      PRÓSPERO. Algo tendrá que suceder. (Abre el  arcón. Aparece El Enmascarado.) ¡Otra vez!
      EL ENMASCARADO. ¡Ayúdame!
      PRÓSPERO. Repito: no puedo hacer nada por ti.
      EL ENMASCARADO. Sólo es la máscara, esta maldita  máscara. Necesito la ayuda de alguien.
      PRÓSPERO. Hazlo tú.
      EL ENMASCARADO. No seas  cruel. No puedo continuar sin saber quién soy. Necesito mostrar mi verdadero  rostro.
      PRÓSPERO. ¡NO!
      EL ENMASCARADO. Está bien. No me ayude.
      CARMEN. ¿Por qué me despertaron? ¡Soñaba cosas tan  lindas...!
      PRÓSPERO. Ya es hora. Tenías que despertar. Alguien  te necesita.
      MARINA. (Furiosa.) ¿Qué haces aquí otra vez?
      CARMEN. No te disgustes, hermanita.
      PRÓSPERO. No viene a echarte nada en cara.
      CARMEN. No me odies. Es mejor una fealdad real que una  belleza imaginaria.
      PRÓSPERO.  Yo opino lo contrario.
      MARINA. (A Carmen.) Aprendiste a hacer frases.
      CARMEN. Aprendí muchas cosas. ¿Quién es García?
      GARCíA.  Nadie. Aquí no hay ningún García.
      CARMEN.  ¿Cuál es su apellido'?
      GARCÍA.  García.
      CARMEN. (Le da el reloj.) Para usted.
      GARCÍA.  ¿Lo puedo virar?
      PRÓSPERO.  Daría lo mismo.
      GARCÍA.  ¿Para qué me sirve?
      CARMEN.  Para nada. ¿Me acompaña?
      GARCÍA.  ¿Puede esperar un momento?
      PRÓSPERO.  No.
      CARMEN.  No hay tiempo.
      GARCÍA. Me gustaría recordar algunas  cosas, mirar dos o tres fotografías, guardar algunas cartas...
      CARMEN. ¿Para qué?
      GARCÍA. Uno siempre tiene la necesidad de  ordenarlo todo.
      CARMEN. Yo no lo entiendo.
      PRÓSPERO. Eso es perder el  tiempo.
      GARCÍA. Para algo es el  tiempo, ¿no?
      PRÓSPERO.  Cuando se tiene.
      CARMEN.  Ahora no hay tiempo que perder.
      GARCÍA. Además de hermosa es usted  inteligente.
      CARMEN.  Siempre oigo las mismas palabras.
      GARCÍA. ¿Usted cree que haga falta una bufanda?
      CARMEN.  Si quiere...
      GARCÍA.  ¿No hará frío?
      CARMEN. Hay un tiempo maravilloso. Ni frío ni calor.
      GARCÍA Al menos debería ponerme una  levita. Pienso que el hombre debe estar presentable.
      CARMEN.  Pienso lo mismo.
      GARCÍA.  Estoy cansado.
      PRÓSPERO.  Tendrás tiempo de descansar.
      CARMEN.  Ahora daremos un paseo.
García se pone una levita que Alicia le alcanza. Calza zapatos de dos tonos. Carlos arregla el filo del pantalón de su padre. Luis le pone un sombrero de pajilla. Marina le da un paraguas.
 GARCÍA. Yo nunca tuve  deseos de descansar. Había veces que me pasaba la noche en un baile. Hasta el  amanecer. Y de ahí, sin pasar por la casa me iba para el trabajo, una zapatería  que estaba en Concha y Luyanó. Y me pasaba el día trabajando.
      PRÓSPERO. Y por la noche, para otro baile.
      GARCÍA. ¡Aquellos bailes  de la Tropical! ¡Hasta el amanecer! Yo nunca tuve deseos de descansar. Yo creía  que si me dormía, iba a perderme algo: el olor de las panaderías, el bullicio  de Luyanó, el sabor de la piña, el aire fresco de la tarde después de la  lluvia... No, yo nunca tuve deseos de descansar. Tenía la impresión de que si  me dormía me iba a perder algo importante. Me hubiera gustado ir a un baile que  no terminara nunca. Pero eso es imposible, ¿verdad?
      PRÓSPERO. No existen bailes así.
      GARCÍA. Ahora tengo deseos de dormir.
      CARMEN. Vamos, será un lindo paseo.
      PRÓSPERO. Vete. Te gustará.
      GARCÍA. Del brazo de una mujer hermosa voy al fin  del mundo. ¿Es muy lejos?
      CARMEN. Ni cerca ni lejos.
      GARCÍA. Yo soy un hombre fiestero, ¿sabe? Me gusta  el danzón. ¿Usted conoce al trío Matamoros? Conoce eso que dice... (Canta.) «Aunque  ya han muerto todas mis ilusiones...».
    CARMEN. (Canta con  él.) «...en vez de maldecirte con justo encono, en mis sueños te colmo, en  mis sueños te colmo de bendiciones».
García y Carmen se alejan cantando.
PRÓSPERO. ¡Adiósl
      ALICIA. (Conmovida.) ¡Papá!
      CARLOS. (Conmovido.) ¡Papá!
      TODOS. ¡García!
      PRÓSPERO. (Con burla.) ¡Díganle adiós!
      ALICIA. (A Próspero, asustada.) ¿Fue muy  lejos?
      PRÓSPERO. No hay respuesta para esa pregunta.
      MARINA. ¿Regresa?
      PRÓSPERO. ¡NO!
      CARLOS. ¡Deja el juego! ¿Dónde lo escondiste?
      PRÓSPERO. No lo escondí. Se fue. Todos tenemos que irnos.  ¿Es muy tarde?
      CHEO. Ahorita amanece.
Próspero se quita el sombrero y la capa. Deposita el bastón sobre el arcón. Con un pañuelo se quita el sudor de la frente.
LUIS.  ¿Qué estás haciendo?
      PRÓSPERO. Guardar mis cosas. Pronto tendré que irme.
      
      LUIS. No. No te irás.
      CHEO. Ahora no es el momento.
      OLGA. Los relojes se detuvieron. Confiamos en fi.  Vamos a esperar.
      MARINA. No importa el tiempo. Yo estoy esperando.
      TODOS. Yo también.
      ALICIA. Sólo la espera nos mantiene despiertos.
      MARINA. (Cayendo de rodillas.) Por favor,  tócame. Pasa tus manos por mi cuerpo. Devuélveme hermosa. Sin joroba. Sin labio  leporino.
      OLGA. (Cayendo de rodillas.) Pon tu mano en  mi garganta. Dame la voz potente que quise.
      LUIS. (Cayendo de rodillas.) Pon en mis manos  la fuerza para escribir un libro prodigioso.
      ALICIA. (Cayendo de rodillas.) Tú puedes  darme a mi niña.
      LAURA. (Cayendo de rodillas.) Tú puedes  calmar mi soledad.
      CHEO. (Cayendo de rodillas.) ¡Tú puedes hacer de mí lo que no soy  y siempre quise.
      CARLOS. (Cayendo de rodillas.) Haz que esa  mujer me ame, hazla mía y me convertiré en tu esclavo.
Próspero toca, como un dios, la cabeza de todos.
 PRÓSPERO. Pobres míos.  Desamparados. La fe mueve montabas. (Pausa breve. Desanimado.) ¡Mi poder  no llega tan lejos!
      MARINA. No nos abandones. Te necesitamos.
      PRÓSPERO. No los abandono. Nunca he estado.
      LUIS. Sólo tú puedes defendernos.
      PRÓSPERO. Y a mí, ¿quién me salva?
      LAURA. Dijiste que todo estaba en tu arcón.
      PRÓSPERO. ¿Qué arcón? No se puede ser tan crédulo.
      OLGA. Usa la magia.
      CARLOS. Usa tu arte.
      PRÓSPERO. ¿Qué magia? ¿Qué arte?
      CHEO. Ahora el juego debe llegar hasta el fin. 
      PRÓSPERO. ¡Éste es el fin!
    TODOS.  ¡No!
Todos caen al suelo, se arrastran para tocar a Próspero, quien retrocede espantado.
OLGA. ¡Sálvanos! ¡Sálvanos!
      MARINA. ¡No vuelvas la espalda milagrosa!
      LAURA. Sé nuestro redentor.
      CARLOS. ¡Úngenos la frente con tu sabiduría!
      CHEO. ¡Vuelve hacia nosotros los ojos  misericordiosos!
      ALICIA. ¡No nos dejes en esta oscuridad!
      LUIS. ¡Vierte tu luz sobre nosotros!
      PRÓSPERO. (Aterrado.) ¡Atrás! ¡Atrás! ¡Desaparezcan! (Va a abrir el arcón para tratar de  desaparecer, cuando aparece El Enmascarado.)
      EL ENMASCARADO. ¡Ayúdame!
      PRÓSPERO. ¡Piérdete de mi vista!
      EL ENMASCARADO. ¡Auxilio! ¡Socorro!
Próspero obliga a El Enmascarado a desaparecer. Se vuelve hacia los otros.
PRÓSPERO. ¡Váyanse! Ustedes no existen. Nunca han existido. No son más que el resultado de mi odio... o de mi amor.
Hay un breve silencio. Los personajes se miran consternados. Se levantan ceremoniosos y avanzan acechantes hacia Próspero.
LAURA. (Con rencor.) ¿Yo soy carne de  tu sueño? 
      LUIS. (Con rencor.) ¿Soy yo tu espejismo? 
      OLGA. (Con rencor.) ¿Soy yo tu mentira?
CARLOS. (Con rencor.) ¿Yo metáfora de tu  cabeza endemoniada?
      CHEO. (Con rencor.) ¿Y tu engaño?
      MARINA. (Con rencor.) ¿Tu delirio?
      ALICIA. (Con rencor.) ¿Luz de tu rencor?
      PRÓSPERO. (Suplicante.) ¡Déjenme ir!
      TODOS. ¿Y qué será de nosotros?
      PRÓSPERO. El polvo, el polvo. (Corre hacia el  arcón y lo destapa.)
Áparecen Graziella y José Conrado.
GRAZIELLA. ¡Sorpresa!
      JOSÉ CONRADO. Yo debo estar mañana en Pekín.
      PRÓSPERO. Nadie los llamó. ¡Vuelvan a entrar!  ¡Desaparezcan!
      GRAZIELLA. ¡Un momento! Si queremos.
      JOSÉ CONRADO. Ese tono  no me gusta. Está ofendiendo a la señora. Le aconsejo dulcificarse.
      GRAZIELLA. ¿Qué te parece, José Conrado, nos  quedamos?
      JOSÉ CONRADO. Si no nos quieren, mejor nos vamos.
Desaparecen Graziella y José Conrado.
TODOS. No te irás.
      CHEO. (Sacando un  cuchillo.) ¿Ves? Podría ser el cuchillo de un sueño, pero con solo un  gesto... cualquier hombre pasa de un sueño a otro.
      Luis. (Sacando un  cuchillo.) No es nada. Un cuchillo que no existe, sólo que el filo es  verdadero.
      CARLOS. (Sacando un  cuchillo.) Espejismo, artificio, sólo que puede traspasar tu corazón.
Horrorizado, Próspero vuelve a abrir el arcón. Aparece la Marquesa.
LA MARQUESA. ¿Quién me saca de mi calvario?
      PRÓSPERO. ¡Nadie! ¡Nadie!
      LA MARQUESA. ¿Cómo nadie? ¿Y qué hago yo aquí?
      PRÓSPERO. Yo no sé. En la vida se saben muy pocas  cosas.
      LA MARQUESA. ¡Sofista! La palabrería conmigo no  funciona. Mi cadáver y yo estábamos por los campos de Artemisa. De pronto,  cierro los ojos, una fuerza me arrastra, pierdo la conciencia de mí misma yaparezco aquí.
      TODOS. ¡Fue él! ¡Él la llamó!
      LA MARQUESA. Habrá que castigarlo. Ya ustedes saben:  si no hay infierno, yo lo invento.
      PRÓSPERO. (Derrotado.) ¿Qué quieren? ¿Qué me  piden?
      TODOS. Todo.
      PRÓSPERO. Eso no esta en manos de ningún hombre.
      ALICIA. Tú no eres cualquier hombre.
      OLGA. Tienes poder.
      CARLOS. Sabes todos los secretos.
      LAURA. Conoces el destino.
      CHEO.  Eres sabio.
      PRÓSPERO. (Desesperado.) Ustedes  son la esperanza que perdí, el delirio de mi pequeñez.
      CHEO.  Entonces...
      TODOS.  ¡Muere!
      PRÓSPERO. ¡Quiero despertar! ¡Quiero  despertar!
Se abalanzan sobre Próspero. Lo apuñalan. Aparece La Asistenta. Se oyen seis campanadas. Todos reaccionan al estímulo, como si comenzaran a perder la vitalidad. Olvidan a Próspero. Muy lentamente regresan a sus lugares de origen. La Asistenta se acerca a Próspero. Lo acaricia.
PRÓSPERO. ¿Por qué tardaste?
      LA ASISTENTA. El sueño es  como la vida: debe cumplirse hasta el fin.
      PRÓSPERO. Fue espantoso.
      LA ASISTENTA. No tienes edad para espantarte.  ¿Cuándo vas a aprender...?
      PRÓSPERO. (La interrumpe.) No lo digas. Nunca  aprenderé. Moriré envidiando a aquel que llegó a una tumba y fue capaz de  resucitar a un muerto. Siempre me acostaré deseando y siempre me despertaré  deseando.
      LA ASISTENTA. (Coqueta.) ¿Aunque yo esté a tu  lado?
      PRÓSPERO. (Capta la intención. Sonríe. Mira con  deseo el cuerpo de La Asistenta.) ¿Sabes una cosa? A veces pienso que el  cuerpo es más importante que el alma.
      LA ASISTENTA. ¡Frívolo!
      PRÓSPERO. Te toco, paso mi mano por tu piel, y el  mundo entero desaparece. No, mentira, no desaparece. El mundo entero es tu  cuerpo que quiero hacer mío, y que nunca lo es del todo.
      LA ASISTENTA. Si, yo soy el mundo. Pero tú eres otro  mundo. Por eso, al abrazarnos, ocurre un cataclismo.
      PRÓSPERO. Los mundos, que se deshacen para  recomenzar. ¡Vamos!
      LA ASISTENTA. Es la única orden que exige un  estricto cumplimiento.
      PRÓSPERO. ¿Hoy me darás más que ayer?
      LA ASISTENTA. Y mañana más que hoy.
      PRÓSPERO. Y siempre más que siempre.
      LA ASISTENTA. Siempre. Siempre.
      PRÓSPERO. Siempre. Siempre.
Como un eco, el resto de los personajes repiten: «Siempre, siempre». Próspero y La Asistenta entran al arcón. Aparece El Enmascarado.
EL ENMASCARADO. (Al público.) Por favor, ¿alguien podría ayudarme? Es importante. Yo quisiera... Yo necesito quitarme esta máscara. ¿Nadie? ¿No hay nadie que pueda ayudarme? Está bien. Lo haré yo. (Se arranca la máscara.)
Apagón.
Últimos meses de 1990.
En La Habana.
  