Diálogo imaginario 

Virgilio Piñera 

 

diálogo imaginario     SARTRE- ¿Está al tanto de mi filosofía?

     PIÑERA-  Confieso que de modo bien vago. Por ejemplo, no he leído El Ser y la Nada. Sólo a través de sus comentaristas tengo una idea de esa obra. Pero una idea sacada de los comentaristas resulta muy dudosa. Le diré que cuando cursaba mis estudios de Letras y Humanidades, nunca pude profundizar en los estudios filosóficos. Achaco tal falla a una virtud: la de mi fantasía. Así recuerdo que en ocasión de explicar el profesor la filosofía de Empédocles antes hizo  referencia a la leyenda que dice que Empédocles se tiró de cabeza al Etna. Pues bien: de toda su exposición fue el salto mortal en el Etna lo que retuve. A medida que el profesor iba desarrollando la filosofía de Empédocles, yo, por mi parte, trataba de visualizar ese suicidio, me veía asimismo tirándome, también de cabeza, en cualquier zanja. En una palabra, me volaban mundos por la cabeza. Decididamente no estoy en condiciones de asimilar un tratado de filosofía. Por otra parte, se dicen muchas idioteces: que si Latinoamérica “no es apta” para la filosofía, que si el cubano tiene la cabeza a pájaros, que si Hegel dijo...Yo sé que usted no concede ningún crédito a esos profetas de feria. Ya  ve: contra esas negaciones in petto surgió Fidel Castro. ¿Qué nos asegura entonces que de nuestra nada filosófica no pueda surgir un gran filósofo?

     SARTRE- Pero, al menos, conocerá usted los fundamentos de mi sistema filosófico.

     PIÑERA-  Si voy a contestar honestamente, lejos de mi ánimo cualquier salida de tono, le diré exactamente lo que conozco: sé que usted afirma que la existencia precede a la esencia; que el hombre elige; que el hombre es una pasión inútil. Acaso haya leído dos o tres cosas más. Más valdrá, antes de caer en la mentira, que le diga: sería inútil que usted me explicase todo eso. Usted sabrá por qué usted entiende su filosofía; yo no sabría por qué yo la entendería.

     SARTRE- Usted resulta ingenioso, usted se defiende con el ingenio.

     PIÑERA-  No se lo niego. Pero veamos: yo no aplico mi ingenio a una pretendida explicación de su obra filosófica. Está bien claro que no la conozco. Es después de decir que no la conozco que pongo en marcha el ingenio. Pero de todo esto que estamos hablando me parece que está en claro lo que se refiere a la honestidad. Por más que yo me ingeniase seguiría sin comprender su filosofía. Es cuestión de naturaleza. Mire: yo, como usted, he escrito una pieza e teatro basada en una tragedia de Esquilo. Usted utiliza el mito griego para “existencializar”; yo, para “banalizar”. Y aunque Electra haga esfuerzos sobrehumanos, a través de un largo Monólogo, por desarrollar una teoría de los hechos, el público sale con la impresión de haber asistido a una demostración de pirotecnia. Electra no es otra cosa que un sucesivo estallido de cohetes. Tales estallidos tienen su razón de ser en el principio de que nada hay absolutamente doloroso o verdaderamente placentero.

     SARTRE- Veo que usted nunca escribiría mis piezas de teatro.

     PIÑERA-  Ni usted las mías.

     SARTRE- A propósito, ¿qué piensa de mi teatro?

     PIÑERA- No es el caso decir que su teatro, una vez superados los problemas que el mismo plantea, será retirado de la circulación, y semejante a esas píldoras que nos han curado, pero de las que queda una buena cantidad en el frasco que lasEmpédocles contiene, las tendremos en reserva por si el mal que nos aquejaba vuelve a hacer de las suyas. Este tipo de generalizaciones suele hacerlo esa gente a la que falta el tiempo para coger el tranvía... Por el contrario, me parece que su teatro encierra la suficiente emoción para no ser tomado como una simple receta. No por ello deja de ser un teatro “montado” de pies a cabeza, es decir, algo así como un mecanismo de relojería. Teatro al servicio de la filosofía. Esto no es un reproche. Si usted es un filósofo y si tiene una concepción del mundo precisa (hasta donde se pueda), los casos a plantear en escena estarán regidos por la misma. En tal teatro el azar  no tiene su parte. Esto explica que los surrealistas no lo puedan ver a usted ni en pintura. Y, por supuesto, usted a ellos. Usted mismo ha declarado: “Muchos autores vuelven al teatro de situación. Ya no hay caracteres: los héroes son libertades cogidas en la  trampa, como todos nosotros. Cada personaje será solamente la elección de una solución y tampoco valdrá más que la solución elegida. Es de desear que toda literatura sea moral y problemática, como este nuevo teatro”. (¿Qué es la Literatura?, Situaciones, II). Sería de desear, por ejemplo que Jarry hubiera vivido para leer tal declaración. Consecuencia de dicha lectura: apoplejía fulminante. Y aunque Jarry es también y como usted un moralista, rechaza cualquier tipo de conclusiones. La noche del estreno de Ubú Rey, Jarry se encargó de poner en el programa estas palabras: “Como el señor Ubú es un ser innoble, se asemeja (por lo bajo), a todos nosotros. Asesina al rey de Polonia (derrota al tirano –el asesinato parece justo a la gente, pues es un aparato acto de justicia); luego, ya rey, mata a los nobles, luego a los funcionarios, luego a los campesinos. Y así, habiendo matado a todo el mundo, ha expurgado con seguridad a algunos culpables, y se manifiesta como hombre moral y normal. Por fin, semejante a un anarquista, ejecuta él mismo sus decretos, destroza a la gente porque así le place y ruega a los soldados rusos que no tiren contra él, porque eso no le gusta. Es un poco niño terrible y nada lo contraría tanto como no herir al Zar, que es lo que todos respetamos. El Zar hace justicia: le quita el trono del que ha abusado, restablece a Brugelao (¿valía la pena?), y expulsa a Ubú de Polonia”.

     SARTRE- Pero después vino la Revolución rusa, y hemos visto que Jarry se pasó de anarquista, que el Zar está muerto y enterrado, que los Bugrelaos no han vuelto a Polonia, que se mata a los culpables sin tener necesidad de matar a todo el mundo, que a la Revolución rusa ha seguido la china y después la cubana. Si Jarry viera todo esto, esa apoplejía de que usted hablaba hace un minuto.

     PIÑERA-  Eso se llama estar a la recíproca. Las apoplejías, como todos en la vida, pueden desencadenarse en varios sentidos. Estoy contra Jarry, y, por ende, con usted, por esa protesta basada en la fatalidad, el anarquismo o como se le quiera llamar. Toda denuncia se auto-destruye si se empieza por reducir al absurdo la denuncia misma. Aunque Jarry está lejos de cualquier bizantinismo, con todo, si millones de seres humanos viven bajo la explotación, si el capitalismo sigue haciendo de las suyas, si la bomba atómica puede reducirnos a mero  polvo, “jugar” con los problemas sin aportar soluciones; ser, por una parte, revolucionario (Ubú es la encarnación del burgués de su tiempo y Jarry lo planta valientemente en escena), y por otra, plantar al Zar haciendo justicia, es tan ineficaz y contraproducente como extirpar el apéndice a un enfermo y de paso extraerle el corazón.

     SARTRE- Sin embargo, parece usted estar más cerca de Jarry que de mí.

     PIÑERA-  Le diré: en el teatro de usted falta un elemento sin el cual las cosas  resultan demasiado serias, demasiado dogmáticas. Me refiero al humor –de cualquier color que éste sea. Fíjese que en sus piezas hay ironía- por cierto, de muy buena ley y que apunta  recto a su objetivo-. Mas sólo con ironía no basta. Si ella no está balanceada por el humor resultará negativa a la postre. Los hombres merecen más compasión que la impiedad en que la ironía los sume. El artista está obligado, aunque no más sea para desalojar la tensión, a procurar al espectador la ilusión de que sus problemas no son tan catastróficos como en el fondo resultan. Yo diría que el humor es un anestésico necesario para el dolor de la verdad.

     SARTRE- Entonces, ¿estima usted que en mi obra falta la alegría?

Sartre     PIÑERA- ¿Y cómo podría haberla? Sartre, es usted el escritor más terriblemente serio de nuestra época seria. Nada menos que es usted juez y reo al mismo tiempo. Vea, no sé gran cosa sobre épocas, pero ésta que nos ha tocado vivir, como ha puesto patas arriba los valores establecidos, como se ha visto precisada a destruir para construir (perdone lo fácil de la contraposición), y como no puede dejar de seguir sacando esos “trapos sucios” que durante siglos la gente se ha empeñado en ocultar, es por sí misma dramática. En este sentido su teatro resulta el más lúcido y el más conveniente para la época. Y volviendo a Jarry, él no entró en el jueguito sucio de Dumas, hijo de Labiche, de Augier y de Sardou, con su falsa alegría de la belle époque, pero tampoco entró en la ola revolucionaria que ya se oía mugir. Todo el mundo sabía que no bastaba con “el desorden sagrado del espíritu”. Y en eso se quedaron los surrealistas.

     SARTRE- Usted emplaza a Jarry, pero olvida de emplazarse usted mismo. ¿Cómo justificaría a su pieza Los Siervos?

     PIÑERA- Comenzaré por desacreditarla, y con ello no haré sino seguir aquellos, que con harta razón, la desacreditaron. A pesar de ser un hijo de la miseria, me daba el vano lujo de vivir en una nube... Por otra parte, el ejemplo de la Revolución rusa seguía siendo para mí un ejemplo teórico. Fue preciso que la Revolución se diera en Cuba para que yo la comprendiese. Por supuesto, esta falla no abona nada a favor mío. Cuando los estudiantes dicen que la mayoría de los intelectuales no nos comprometimos, tengo que bajar la cabeza; cuando los comunistas ponen a Los Siervos en la picota, la bajo igualmente. Pero no crea...Todo escritor tiene en su haber un Roquentín más o menos.

     SARTRE- ¿Qué piensa de mi Roquentín?

     PIÑERA-  Aunque él tiene la ventaja sobre los Cochinos de ser, entre otras cosas, una “conciencia lúcida”; aunque él trata de justificar su existencia y aunque diga: “No necesito hacer frases. Escribo para aclarar ciertas circunstancias. Hay que desconfiar de la literatura. Hay que escribir al correr de la pluma, sin buscar las palabras”, es, no obstante, una reducción al absurdo. Para decirlo en otras palabras: Frente a un tribunal revolucionario Roquentín sería fusilado en el acto. Es tan negativo y anarquizante como el Pere Ubú de Jarry. Creo que esta negatividad usted la sintió cuando hizo el viraje de La Náusea a Los Caminos de la Libertad, es decir: de lo individual a lo colectivo. A partir de dicha obra usted se liga verdaderamente con el hombre. Hay una escena en su Nekrasof  que me conmueve particularmente, y tanto más me conmueve particularmente, y tanto más me conmueve porque esa obra es un alucinante torneo de  sarcasmos. Me refiero a la escena en que el Vagabundo salva a Jorge. Vagabundo: “¿Ves? No sólo hay malas gentes en la vida. Si yo hubiera encontrado alguien como yo mismo para sacarme de la mierda...” Y es inútil que Jorge, una vez salvado, trate de invalidar con sarcasmos el acto del Vagabundo. Una vez más a solidaridad entre los hombres se ha puesto de manifiesto.

     SARTRE- Hace un momento hablaba usted de Los Caminos de la Libertad. ¿Cree que puedo aplicarme el calificativo de novelista?

     PIÑERA-  Si un autor narra una historia a través de trescientas, de seiscientas páginas; si en ella hay personajes y situaciones inventadas por el autor, habrá que convenir que él es un novelista. Usted ha efectuado todo eso en Los Caminos. Por tanto, es usted un novelista. Por otra parte, resulta difícil seguirlo a usted en sus novelas. Uno puede estar más o menos preparado para seguir, por ejemplo, a Proust, pero a pesar de nuestras limitaciones En busca del Tiempo Perdido se deja leer. No sucede lo mismo con sus novelas. Hay que buscar la clave de ellas en su filosofía. Esto es lo que ha hecho Francis Jeanson. Dice: “Abordamos a Sartre en su aspecto literario, y experimentamos en primer lugar un sentimiento muy próximo al desaliento: en particular, no pudimos pasar más allá de la página treinta de Los Caminos de la Libertad. Después, empujados por una especie de necesidad casi profesional, nos dirigimos a las obras filosóficas y conocimos la magia de una expresión perfectamente adaptada a las perspectivas teóricas”.  Por mi parte le diré que menos afortunado que Jeanson, es decir, absolutamente incapacitado para medirme con su filosofía de usted, teniendo que enfrentarme con sus novelas por mis propios medios, he pasado de la página treinta y mucho más allá mordido por el aburrimiento. Pero esto es mi falta, no la suya. O acaso la suya: ya constituye una falla el hecho de que el lector tenga para no aburrirse con sus novelas, que iniciarse en su filosofía.

     SARTRE- ¿Cómo me ve usted finalmente?

     PIÑERA-  Cierta gente ha dicho que usted no es artista, y añadían que ello se debe a la sombra gigantesca del filósofo. Dejemos a esa gente con sus “sensatas” opiniones. No se puede escribir los cuentos de El Muro o A Puerta Cerrada sin ser, antes que filósofo o pedagogo, un artista. Otra cosa es que su condición de filósofo y su propensión pedagógica lo lleven a una constante explicación y elucidación de los problemas. En última instancia, lo que importa es que la obra se muestre “al rojo blanco”, que queme. Usted no nos dará mucha “música de las esferas”  (¿quién querría escucharla todo el tiempo?), pero, en cambio nos recuerda, minuto a minuto, que somos hijos de nuestra época. Esto es una hazaña y es también un testimonio, hasta ahora el más completo de los años que nos tocó vivir en este mundo.

Lunes de Revolución, 21 de marzo de 1960, pp. 38-40.